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VIII. No fué Tea, fué Barreno

Marcos Jiménez de la Espada


Por una de las Noticias del número de este BOLETÍN, correspondiente al mes de Mayo pasado (p. 337), donde se cita un documento «que parece demostrar la verdad de la tradición referente

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á la quema de las naves de Cortés,» veo que aún interesando á nuestra Academia el estudio acerca de la forma en que hubo de realizarse la destrucción de la flotilla del conquistador de México, suceso memorable y tratado con tanto acierto como erudita amenidad, hace unos cinco años, por el ilustrísimo Sr. D. Cesáreo Fernández Duro, en carta dirigida al excelentísimo Sr. D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, publicada en la Revista Contemporánea; y esto me anima á presentar sobre el caso una autoridad poco menos que olvidada aunque merezca el mismo crédito que la de Bernal Díaz del Castillo: la del dominico Fr. Francisco de Aguilar, antes que fraile, soldado de Hernán Cortés, y autor allá en las postrimerías de su vida de una breve relación de la conquista de Nueva España, conservada entre los manuscritos de la biblioteca del Escorial450.

Es pieza bibliográfica curiosa, y en mi entender, no muy conocida, y antes de aprovecharla, no estará de más que copie siquiera su principio y su fin.

Comienza:-imagen Fray Francisco de Aguilar, fraile profeso de la orden de los predicadores, conquistador de los primeros que pasaron con Hernando Cortés á esta tierra y de más de ochenta años cuando esto escribió á ruego é importunación de ciertos religiosos que se lo rogaron, diciendo, que pues que estaba ya al cabo de la vida les dejase escripto lo que en la conquista desta Nueva España había pasado y cómo se había conquistado y tomado; lo cual dijo como testigo de vista y con brevedad, sin andar por ambajes y circunloquios; y si por ventura, el estilo, y modo de decir no fuera tan sabroso ni diera tanto contento al lector cuanto yo quisiera, contentarle há, á lo menos y darle há gusto la verdad de lo que hay acerca deste negocio; la cual como principal fin y scopo pienso siempre en lo que aquí tratare llevar por delante. Y iré poniendo lo que pasó en la toma desta tierra por las jornadas que, viniendo á su conquista, veniamos haciendo.

Acaba: ...Toda la gente, ansí principal como plebeya, que entraban

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á hacer oración á sus dioses, antes que entrasen en los patios se descalzaban los cacles [cactles], y á la puerta de las iglesias todos ellos se sentaban de cloquillas (así) y con grandísima reverencia estaban sollozando, llorando y pidiendo perdón de sus pecados. Las mujeres traían pancaxetes451 de carne de aves. Traían también frutas, papel de la tierra, y allí unas pinturas: tengo para mí que pintaban allí sus pecados. Era tan grande el silencio y el sollozar y llorar, que me ponían spanto y temor; y agora, por nuestros pecados, va siendo cristianos, vienen á las iglesias casi todos ó muchos dellos por fuerza y con muy poca reverencia y temor, parlando y hablando y al mejor tiempo de la misa saliéndose della y del sermón. Por manera, que en sus tiempos había gran rigor sobre guardar la honra y serimonias de sus dioses, y agora no tienen miedo ni temor, ni vergüenza. Pudiera decir muy muchas particularidades y cosas de aquestos, pero, por no ser prolijo y porque basta lo dicho, dejo de decillo. imagen Soli Deo honor et gloria.

La relación está repartida en ocho jornadas.

Hé aquí cómo refiere en la tercera, así la razón como el hecho, de haberse no quemado sino anegado las naves de Cortés:

«... Y como los españoles tuviesen tanta noticia por la dicha lengua Marina y Aguilar de la grandeza de la tierra adentro, hobo muchos hidalgos y personas nobles que, se volvieron452, ó querían volver; díjose que lo hacían, unos de miedo, otros por dar relación de la tierra al adelantado D. Diego Velázquez; lo cual fué causa de mucha alteración. Considerado esto por Hernando Cortés, se hizo con ciertos estremeños amigos suyos, mas empero sin darles cuenta de lo que tenía acordado hacer, mandó

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llamar á un compadre suyo, maestre, de un navío, muy su amigo, al cual rogó en secreto453 que aquella noche entrase en los navíos y les diese á todos barrenos, habiendo mandado salir la gente primero á tierra. Y así el dicho maestre entró en los navíos sin que nadie lo viese ni pensase lo que había de hacer, y los barrenó. Y otro día de mañana amanecieron todos los navíos anegados y dados al través, salvo una carabela que quedó. Visto por los españoles, se espantaron y admiraron, y en fin, hicieron de las tripas corazón y disimularon el negocio. Mas empero no de tal manera que no se sintiesen; porque un Juan Escudero y Diego de Ordas, personas nobles, y otro que se decía Umbría trataron entre sí de tomar la carabela y ir á dar nueva de lo que pasaba al adelantado don Diego Velázquez; lo cual venido á noticia del dicho capitán Hernando Cortés, los hizo parecer ante si, y preguntándoles si era verdad aquello que de ellos se decía, dijeron que sí, que querian ir á dar nuevas á don Diego Velázquez; el dicho Hernando Cortés los mandó luego ahorcar; y al dicho Juan Escudero, al cual no le quiso guardar la hidalguía, de hecho lo ahorcó; y al Ordas, por ser hombre de buen consejo y tener á todos por rogadores, y así se quedó; de manera que Ordas no murió, porque los capitanes rogaron por él. Por manera, que este hecho y el echar los navíos á fondo, puso mucho temor y espanto en todos los españoles.»

En el relato del P. Aguilar salta inmediatamente á los ojos la anteposición del acto de barrenar las naves á la frustrada escapatoria de Escudero y Ordas; pero no entra en mi propósito discutir si las cosas sucedieron realmente por el orden en que él las cuenta ó según su memoria de ochenta años; me basta con que este testigo presencial del magnánimo arrojo de Cortés, sea de los barreneros, no de los incendiarios.

MARCOS JIMÉNEZ DE LA ESPADA.



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