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II. Acta de apertura y reconocimiento de los sepulcros reales del monasterio de Sijena

Mariano de Pano


En el Real Monasterio de Sijena, á 26 de Octubre de 1883, reunidos en el local de la iglesia y su capilla parroquial de San Podro los abajo firmados, previo el permiso del Excmo. Sr. D. Tomás Costa y Fornaguera, obispo de Lérida, se procedió á la apertura de los sepulcros reales existentes en dicha iglesia, con objeto de ver el estado en que los cadáveres se hallaban y, á fin de sacar, si era posible, la efigie de la fundadora Doña Sancha, que según

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tradición se hallaba entera, y los de sus ilustres hijos, con respecto á los cuales se tenía igual creencia.

Abrióse primeramente el mausoleo de dicha reina Doña Sancha, después de establecer junto á él una gradería y un pequeño tablado, para poder verificar la operación con facilidad é inspeccionar el cadáver. Alzada la piedra, apareció una caja de madera bien conservada, forrada de cuero fuerte de color oscuro y reforzada por la parte superior, única que se pudo observar, con clavos de cabeza grande colocados á distancias iguales y otros pequeños en los intermedios. Unos y otros debieron ser dorados, aunque no conservan ya el color. La forma de la caja es la ordinaria en un ataud, esto es, ancha á la parte de la cabeza y estrechando hacia los piés. La tapa es plana y lleva dos asas de hierro en sus dos extremos, clavadas por la parte superior; y al levantarla, apareció barnizada por el interior con una gruesa capa de un cierto betún, que debió tener por objeto la conservación de las maderas.

El regio cadáver apareció envuelto en un lienzo blanco, que por lo bien conservado, indicaba claramente haber sido puesto allí la última vez que se abrió aquella tumba, lo cual sucedió hacia el año 1840. Doña Sancha se conserva en estado de momia; la cabeza en buena posición, el cuerpo abultado todavía, y envuelto en las vestiduras, de las que sobresalen tan solo las extremidades, ó sea los brazos y los piés. Al parecer, Doña Sancha fué enterrada con una toquilla de seda laboreada en la cabeza; con un manto de tela gruesa que le llegaba hasta cerca de los piés, y con los demás vestidos ceñidos al cuerpo, de los cuales no se puede comprender ya ni la forma ni el color. Tiene el cadáver la cabeza ó cráneo con algunos restos de musculatura en las mejillas y en la barba; en las órbitas se descubren aún restos de los globos oculares, y por detrás el cabello, oculto por la toca, se encuentra en admirable estado de conservación, siendo su color de un rubio casi rojo.

Doña Sancha, según resulta de la inspección de su cráneo, debió tener frente espaciosa, ojos grandes, nariz aguileña y abundante cabellera; todo lo cual debió proporcionar á aquella ilustre señora facciones que hoy llamaríamos distinguidas.

Dos cosas llaman especialmente la atención en aquel cadáver:

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las manos cruzadas sobre el pecho descubriéndose la mitad de los antebrazos, todo en buen estado de conservación, y los piés descubiertos desde encima de los tobillos y admirablemente conservados. Tanto estos como las manos tienen una regularidad de líneas que sorprende, sobre todo si se tiene en cuenta los siete siglos que casi llevan de inhumación aquellos restos. Doña Sancha debió ser enterrada con los piés descalzos, como aun es hoy costumbre entre las religiosas de Sijena. Su estatura debió ser elevada entre las de su sexo (1,70 metros); sus formas regulares, tendiendo más bien á ser robustas que delgadas. Cuando la Reina murió, que según la historia fué á los 54 años de edad, debía conservar su cuerpo mucha parte de la frescura y lozanía que había tenido en la juventud.

Antes de verificarse la inspección del cadáver y de abrirse la caja de madera, la comunidad de Sijena, presidida por su ilustre Priora Doña Josefa de Salas y Azara, con asistencia del señor Prior D. Manuel Castellar, revestido con los ornamentos sacerdotales y llevando al frente la cruz parroquial, entonó un solemne responso en memoria de la fundadora y otro por los difuntos de la casa; hecho lo cual, subió al tablado la señora Priora para ver el cadáver, y sucesivamente fueron contemplándole todas las religiosas, medias-cruces, educandas y demás personas asistentes al acto. Inmediatamente después, el pintor D. Manuel Fernandez Carpio, vecino de Madrid, que se hallaba en el Monasterio, hizo un interesante dibujo del cuerpo de la Reina, no pudiendo sacar un verdadero retrato por hallarse tan descompuesta la parte anterior del cráneo.

Habiendo terminado el Sr. Carpio su trabajo, el cuerpo de Doña Sancha fué envuelto nuevamente en un lienzo blanco, se colocó en su sitio la tapa de madera, y después se cerró el sepulcro de piedra con el mayor cuidado, poniendo en su sitio la pesada losa arenisca que le cubre.

Al día siguiente, 27 del mismo mes de Octubre, alzada la piedra que cubre el sepulcro de D. Pedro II el Católico, bajó la Comunidad á la iglesia, y con asistencia del Prior, se rezaron los responsos ante la cruz parroquial. El tablado se había corrido y puesto junto á dicho sepulcro, subiendo la Priora, y sucesivamente

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las demás religiosas para examinar al héroe de las Navas de Tolosa.

Desde luego se descubrió una caja que debió ser magnifica cuando se construyó. Su forma es también la ordinaria en los ataudes, pero con la tapa enteramente plana. Sobre ella aparecían dos bandas longitudinales de precioso cuero dorado, en buen estado de conservación. Alternaban dichas bandas con otras tres de una tela muy fuerte, con apariencias de piel de ante en la superficie, y que debió ser en su tiempo algo parecido el terciopelo. Alrededor de la superficie de la tapa, lo mismo que en los límites de unión de las tiras ó bandas, corrían líneas de clavos dorados, alternando, en las del contorno con otros de cobre dorados también y de cabeza mayor. En la parte de la caja correspondiente á la cabeza aparecían seis cruces de 8 á 10 centímetros de largas, formadas por cabezas de clavos, y ordenadas dichas cruces en dos líneas, sobre las bandas de cuero. Las paredes de la caja no pudieron observarse por hallarse casi pegadas á las de piedra del mausoleo.

Abierta la caja, lo cual se consiguió fácilmente porque la tapa, estaba suelta, apareció el esqueleto del Rey, envuelto entre los demás restos de su cuerpo, hechos casi polvo, y los de las vestiduras que se hallaban en el mismo estado. El cráneo estaba inclinado hacia su derecha, los huesos de los brazos cruzados sobre el pecho, sueltas ya las falanjes de los dedos, visibles en parte las costillas, así como el fémur izquierdo, y sueltos casi todos los huesos de los piés.

En vista del estado de descomposición en que se hallaba el cadáver de D. Pedro, no se sacó dibujo alguno de él, y examinado con detención por todas las personas asistentes, y tomada su dimensión, que excedía de 2 metros, procedióse en seguida á cerrar la caja y á colocar en su sitio la enorme piedra del sepulcro.

Seguidamente se examinaron los dos sepulcros fronteros al altar de la capilla y atribuidos á Doña Leonor y á Doña Dulce, hijas de Doña Sancha y hermanas de D. Pedro. Dentro de ellos aparecieron dos cajitas de madera blanca de unos 50 á 60 centímetros de longitud, y en ellas algunos huesos, sin polvo ni resto alguno de otro género. Los del sepulcro más inmediato al del

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Rey parecían de niña de muy pocos años, tal vez menos de los que llegó á tener Doña Dulce, á quien dicho sepulcro se atribuye. También los de la otra sepultura parecían de menor tamaño del correspondiente á la edad que tenía Doña Leonor, condesa de Tolosa, cuando murió.

Vistas dichas sepulturas, se retiró la Comunidad, é inmediatamente se colocaron las lápidas en sus sitios y quedaron cerradas las sepulturas.

Asistieron al acto la señora Priora Doña Josefa de Salas y Azara; las señoras religiosas de la Comunidad; el señor Prior del Monasterio, D. Manuel Castellar; el Sr. D. Joaquín Ibáñez Cuevas, Mayordomo de semana de S. M. el rey D. Alfonso XII; D. Joaquín Carpi, D. Manuel Fernández Carpio, pintor, y D. Mariano Pano y Ruata, académico correspondiente de la Historia.

Y para perpetua memoria, firmaron los citados señores la presente acta en Sijena á 28 de Octubre de 1883.

(Siguen las firmas.)

Por vía de ilustración del acta que acabo de leer, permítame la Real Academia someter á su ilustrado criterio las observaciones que sobre el partíctilar tengo hechas en mi obra el Real Monasterio de Sijena820.

Panteón Real.

En la pared frontera del crucero, en la parte que estamos visitando, se abre un robusto arco apuntado, desnudo de adornos y sostenido á cada lado por dos columnas bizantinas de lisos y toscos capiteles. Da paso á la capilla de San Pedro, cuya «bóveda de aljibe y el espesor de los muros ofrecen, dice Quadrado, una apariencia de subterráneo, de la cual no desdeciría la opaca luz de las ventanas que se estrechan hacía afuera hasta llegar á ser rendijas, si no penetrara harto copiosamente por una de ellas que, desmochada de intento, sin duda en época posterior, presenta una extraña y casi arábiga figura.»



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Cobijadas bajo sencillos arcos rebajados, á la manera de los monumenta arquata de las Catacumbas, llaman desde luego la atención, al penetrar en aquel recinto, cuatro tumbas de piedra arenisca, cuyos apoyos quedan ocultos tras el pintorreado respaldo de un banco corrido á manera de sillería de coro.

Ligeras molduras adornan los arcos, apoyándose en pequeños capiteles, restos de columnas cuyos fustes debieron perderse há largo tiempo, consumidos por la humedad. La sangre reducida á polvo dentro de aquellos toscos ataudes, toda tiene el mismo origen, toda procede del mismo manantial: que aquel es el panteón de la familia fundadora donde, rodeada de sus hijos, descansa la reina Doña Sancha. Al oír este augusto nombre, inclina, artista, tu cabeza y repasa un momento en tu memoria los admirables hechos de la Santa Reina, como la llaman antiguos pergaminos. Allí en aquel arcón de piedra, el primero de la derecha, espera el día de la resurrección la insigne mujer á quien sus sucesores no labraron más suntuoso monumento, porque para ella todo el Monasterio sirve de gigantesco mausoleo. Ningún epitafio se advierte en el arco ni en la tumba que nos diga á quién pertenece la osamenta que allí se guarda; ningún letrero que muestre la grandeza y las virtudes de la egregia fundadora: y en verdad, huelga toda inscripción y toda alabanza allí donde llevan escrito hasta las piedras el recuerdo de Doña Sancha. Su memoria se conserva en el Monasterio tan fresca como si fuera de ayer; todos los años, sin falta, se celebra su aniversario el 9 de Noviembre, y en ciertos días es de ver cómo todo el Capítulo de señoras canta delante de aquella piedra de siete siglos, los sufragios correspondientes. Cubiertas las tocas con enlutado velo, bajas las frentes en señal de dolor, se ensancha el ánimo del viajero al presenciar tal espectáculo, y más si se tienden los ojos de la imaginación por el campo de las edades pretéritas y se ven agrupadas ante aquella urna querida las religiosas de tantos siglos, como amantes hijas en torno de la madre idolatrada.

No siempre han estado aquellos muros dados de cal como lo están ahora. Notables pinturas adornaron en otro tiempo aquel sepulcro: la preciosa parábola de las vírgenes prudentes prestó adecuado asunto para decorar el lecho de aquella que tuvo su

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lámpara encendida hasta el momento de aparecer el Divino Esposo. El retrato de la ilustre Reina era otro de los motivos de la decoración821, y según costumbre de los siglos medios, remataban el cuadro dos ángeles elevando al cielo, por medio de un lienzo, el alma de la difunta.

Una vez solo, que se sepa, ha sido levantada la losa de doble vertiente que cierra aquella tumba. Cuando vendido el Monasterio á mediados del corriente siglo, se hallaba el templo á merced de los profanadores, algunos individuos procedentes de uno de los pueblos inmediatos registraron las venerandas sepulturas, guardando, justo es decirlo, el respeto debido á los ilustres esqueletos. Doña Sancha apareció en admirable estado de conservación: hay quien dice haber observado en su cuerpo alguna flexibilidad; un rizo de su abundante cabellera, enrojecida por los siglos, fué extraído y hoy se conserva en poder de las religiosas con un trozo de la sedosa tela en que el cadáver está envuelto.

Ocupa el nicho siguiente una tumba de 13 palmos de longitud, propia de algún gigante. La misma sencillez se advierte en ella, la misma severidad y rudeza: es verdaderamente la sepultura de un guerrero del siglo XII. Si el atlético cuerpo allí escondido volviera por un momento á la vida, sirviérale de juguete la enorme losa que le cubre.

«Allí yace -dice Quadrado- aquel monarca generoso hasta la prodigalidad, aquel caballero valiente hasta la temeridad, y enamorado hasta la locura.» Allí, junto al piadoso seno de la madre, yace el hijo como buscando auxilio y protección para el día de la terrible cuenta. Ya casi borrado el enfático epitafio, decía de este modo:


Hæc regum florem Petrum petra claudit, honorem
Regni, splendorem terræ, mundique decorem,
Regis rectorem, mira morte atque datorem,
Largum rectorem, planctus, doloque priorem,
Matris majorem, cunctisque meliorem822.





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También el sepulcro de D. Pedro estuvo adornado con pinturas, ocultas hoy por el blanqueo, y tal vez por reparaciones posteriores.

En varias ocasiones fué removida la pesada losa para examinar el regio cadáver. Mandó alzarla primeramente la Priora Doña Lupercia Fernández de Heredia en 1565, para que D. Hernando de Aragón, arzobispo de Zaragoza y virrey, pudiera conocer al héroe de las Navas de Tolosa, que apareció entero, con la boca abierta, mostrando en el rostro gran bravura y en el costado la terrible herida origen del desastre de Muret. Del estado incorrupto en que se hallaba D. Pedro el Católico dió cuenta el Arzobispo á Felipe II, y deseando este monarca conocer á su predecesor, dícese que envió á Sijena un pintor, portugués por más señas, que le retratase.

Celebraba Cortes en Monzón Felipe III en 1626: á instancia del conde de Monterey y de Fuentes, se abrió otra vez la sepultura, permaneciendo sin cerrar algunos días para que los muchos caballeros que pasaban por Sijena con dirección al Parlamento, pudiesen conocer al hijo de Doña Sancha. Pasaron diez y seis años: al visitar Felipe IV el Monasterio, se alzó la losa una vez más; el Rey manifestó deseo de llevarse la espada vencida en Muret y vencedora en las Navas, la cual se conservaba dentro de la urna; y como las indicaciones regias son mandatos, la Priora Doña Isabel de Pomar no pudo menos de acceder á la petición de D. Felipe: la espada de D. Pedro desapareció.

Los otros dos mausoleos contienen los restos de dos hermanas unidas en la muerte, si separadas en la vida. Es la primera doña Leonor, condesa de Tolosa; la segunda es la infanta Dulce, primera víctima del altar de Sijena. El epitafio de la condesa ha desaparecido823; el de la humilde religiosa, borrado también, decía así: Æra MCCXXVII tercio nonas febr. Dulcia soror filia regis et regina obiit.

Madrid 18 de Noviembre de 1887.

MARIANO DE PANO.



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