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La joven poesía española: en torno a una Antología

Ricardo Gullón





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Un plebiscito poético

La idea de reunir en volumen una selección de la «joven poesía española», es feliz. El sistema de componer la antología consultando a un poco más de medio centenar de poetas y críticos, para establecerla de acuerdo con el voto de la mayoría, es defendible e incluso, elogiable. El éxito dependerá de la sensibilidad de los consultados y de su sinceridad.

Un editor valenciano, don Francisco Ribes, persuadido de que el lector común vive alejado de la poesía a causar de la confusión establecida por la muchedumbre de sedicentes poetas pululantes en ella y por la osadía de quienes se erigen en guías y críticos sin tener aptitudes para lo uno ni para lo otro, ha querido remediar la confusión poniendo en manos del público una Antología donde se recogiera lo que en la poesía joven «está logrado, lo que es auténtico, lo que de un modo noble refleja y magnifica nuestro tiempo».

1.ª imagen: José María Valverde

José María Valverde

Para ordenar la Antología, pudo Ribes encomendar la elección a persona autorizada y capaz de llevar la empresa a honorable fin, mas prefirió dirigirse a sesenta personas, amantes de la poesía, para que expresara a quienes, en su opinión, eran «los dos diez mejores poetas, vivos, dados a conocer en la última década».

La consulta imponía tres limitaciones: en cuanto a número, fijando en diez el de los poetas seleccionables; respecto al tiempo, la aparición de los poetas en el mundo de nuestra lírica debían estar situada entre los años 1940-50; excluía, por último, a los fallecidos, aun cuando se hubieran dado a conocer dentro del mencionado periodo.

La necesidad de señalar límites al tomo proyectado era una evidencia, y, por lo tanto, indiscutible. Cabía, sí, discutir los establecidos. El primero es objetable; no había modo de saber el número de poetas que los consultados considerarían merecedores de ser incluidos en el florilegio, pero la cifra señalada era discreta, y, como los hechos demostraron, susceptible de ser modificada si la votación lo sugería.

Poetas representativos de esta época, revelados en los últimos dos lustros, quedaban eliminados por la circunstancia desgraciada de su temprana muerte. El criterio me parece equivocado y en contradicción con los fines declarados de la Antología: recoger en ella un reflejo inspirado y noble de nuestro tiempo. Varios son los poetas muertos en plena primavera poética, y uno de ellos, José Luis Hidalgo, muy amigo, por cierto, de Ribes, es, entre los surgidos en los años cuarenta, acaso el que cantó más hermosamente la angustia de lo presente y de lo eterno. Su libro Los muertos tiene patética trascendencia, una nota dramática y honda que no se encuentra, en ese tono y con ese acento, en ningún otro de los poetas seleccionados.

La tercera limitación es también razonable, pero su enunciado resultaba demasiado vago.

¿Cuándo se da a conocer un poeta? ¿Al publicar sus primeros poemas? ¿Con el primer libro? ¿Si obtiene algún premio u otro estímulo que implique reconocimiento de su esfuerzo? No se debe establecer una regla invariable, porque tal reconocimiento depende de circunstancias diversas, y, a menudo, del azar. Los primeros poemas, y aun el primer libro, suelen pasan inadvertidos, mas, como norma, puede aceptarse que unos u otro sirvan parra señalar la eclosión.

Hubieran sido deseable fórmula menos ambigua, capaz de evitar cuestiones como la planteada por la omisión de Leopoldo Panero, uno de los poetas mejores entre los revelados en el último decenio. ¿Era conocido antes de 1940? Ciertamente lo era; pero ni en el grado ni por la obra poética -casi toda realizada a partir de esa fecha- que le ha situado en primera línea de nuestra poesía. El editor lo considera adscrito a la promoción anterior, donde yo también creo que figura; circunstancia compatible con el hecho de que su revelación se produzca algo después que la de sus coetáneos y dentro de la década 40-50; su caso no es equiparable al de Carmen Conde, que antes de 1936 tenían dos libros publicados -Brocal y Júbilos- y recibidos con general aplauso.




La nueva promoción

En la poesía española, aparte Juan Ramón, están vigentes tres promociones poéticas: la del 25, con Guillén, Aleixandre, Domenchina, Cernuda, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Prados...; la del 36, con Luis Rosales, Muñoz Rojas, José Luis Cano, Vivanco, Ildefonso M. Gil, Serrano Plaja, Ridruejo, Leopoldo Panero (en ella figuran Juan Panero y Miguel Hernández), Bleiberg...; y la que pudiéramos llamar del 45, a que pertenecen los poetas de lo Antología consultada.

Nueve poetas fueron los en definitiva antologizados. En el discreto prólogo donde «el editor se justifica», y en el gráfico que lo acompaña, queda explicada la reducción: estos nueve poetas alcanzaron un número de votos oscilante entre el ochenta y cinco y el cincuenta por ciento del total de consultados, mientras el seleccionado en décimo   —[2-4]→     —5→   lugar sólo obtuvo un treinta por ciento de los sufragios, con ligerísimo diferencia sobre quienes le seguían. En la votación quedaron bien delimitados dos grupos: uno, constituido por quienes fueron escogidos, cuando menos, por la mitad de los votantes; otro, el de los que obtuvieron un número reducido de menciones. El editor, constatando esta realidad, creyó preferible respetar el deslinde establecido por la votación y no incluir entre los poetas del primer grupo a uno inequívocadamente asignado al segundo.

De los sesenta consultados, respondieron cincuenta y tres. La lista de votantes figura en las primeras paginas del volumen y está formada con imparcialidad. Faltan, es cierto, tres o cuatro nombres con quienes es preciso contar en una encuesta de este tipo, pero es licito pensar que su ausencia no se debe a preterición por parte del editor y computarla entre las siete respuestas que no llegaron.

He aquí por orden alfabético -según aparecen en el tomo- los nombres de los poetas seleccionados: Carlos Bousoño, Gabriel Celaya, Victoriano Crémer, Vicente Gaos, José Hierro, Rafael Morales, Eugenio de Nora, Blas de Otero y José María Valverde. Sin entrar a discutir pormenorizadamente la Antología (no tengo espacio para intentarlo), creo que estos artistas merecen ser aceptados como representantes de la joven promoción poética. Cada crítico y cada lector discrepará, según sus preferencias, en uno o dos nombres, pero concederá que el conjunto (partiendo de las condiciones establecidas por Ribes) incluye a los indiscutibles.

2.ª imagen: Blas de Otero

Blas de Otero

En definitiva, el editor consiguió lo que se proponía: demostrar la existencia de una promoción de jóvenes poetas con personalidad y obra características, no indignos sucesores de las generaciones precedentes (aunque por ahora distantes de su plenitud y su fuerza) y capaces de interesar a relativamente vastos sectores de público. Que logran interesarlos es otro problema, demasiada arduo para abordado en este artículo, más ahí queda, sólida y vario, un nuevo núcleo representativo de la lírica española.




Tendencias

Cada poeta antologizado (con excepción de Vicente Gaos, cuya trabajo no llegó a tiempo de ser incluido en esta edición) aportó, como prólogo y complemento de sus versos, unas notas, acerca «del modo de concebir y realizar su Poesía». Prólogos generalmente breves, a partir de los cuales, en opinión de Ribes, es posible señalar en el grupo «dos actitudes perfectamente diferenciadas». Quizá no sea conveniente reducir a dos subgrupos las tendencias manifiestas en la Antología, porque al hacerlo se prescinde de matices importantes, de posiciones, no diré intermedias, sino particulares, coincidentes en parte y disonantes en algo con las expuestas por los demás.

Los poetas parecen de acuerdo en su voluntad de arraigar, de sentirse solidarios de los demás hombres. Quisieran acercarse al público, tomar contacto con ambientes menos deletéreos que el envenenado por el tóxico aliento de los hombres de letras. ¡Pobres hombres de letras! Están siendo propuestos como prototipo de lo indeseable en cuantos artilugios retóricos se montan para defender -¿contra quién?- la primacía de lo vital. ¿Alguien lo niega? Yo no sé quién podrá ser llamado artista si niega la vida, si intenta crear a partir de esa negación.

Valverde escribe palabras sencillas y claras «sobre el oficio de poeta». «La poesía -dice- debe echar luz por encima de las cosas, pero no explicarlas, no resolverlas. Que la poesía debe dar voz a los anhelos perennes del corazón del hombre, pero que no es quien para aclarar sus vías de resolución». El poeta pugna por comunicar con autenticidad sus intenciones, y no se preocupa demasiado por saber cuántos van a escucharle y a sentir con él. Rara vez serán muchos. La diferencia entre «la inmensa minoría» y la «exigua mayoría -según ingeniosa y certeramente la llamó Díez Canedo- de posibles lectores, es pequeña.

2.ª imagen: Poema

Respecto a la comunicabilidad apenas advierto distancias sustanciales entre los poetas antologizados. Alguna diferencia de grado, simplemente. ¿Es Celaya más «comunicable» que Bousoño? ¿Crémer más que Morales? Todos, creo yo, suscribirían esta frase de Otero: «Tal vez hoy como nunca es necesaria una poesía de acuerdo con el mundo». Observar bien que se habla de poesía, es decir, de obra de arte y no de su negación bajo pretexto. Poesía creada libremente, con la actualidad que Hierro exige, y según él la define.

Albert Camus pregunta en L'Homme revolté: «Es posible rechazar eternamente la injusticia sin dejar de admirar la naturaleza del hombre y la belleza del mundo? Nuestra respuesta es: sí». Esa pregunta y esa respuesta se dirigen a quienes consideran la poesía como un ejercicio casi punible si no lleva implícita intención social, y pretende atajar la sensación de mala conciencia fomentada en los artistas -y no sólo en los poetas- por quienes quisieran «comprometerlos», como Sartre diría, poniéndolos al servicio de ideologías y no, ciertamente, al del hombre mismo.

El proceso contra el arte y la poesía sigue abierto y, conforme advierte el mismo Camus, es un intelectual -Pisares- y no un zapatero el que lanza la sorprendente frase: «Mejor quisiera ser un zapatero ruso que un Rafael ruso». Para quien si, descalzo, las botas son más importantes que los cuadros de Rafael, es verdad. Mas, incluso para ése, la pintura de Rafael es preferible a la de Fougeron, o, volviendo a nuestro terreno, la poesía plena, propiamente lírica, a la poesía regimentada y sujeta a consigna.

Si de las teorías pasamos a los poemas, hallaremos nueve poetas con voz diferenciada y pasión personal. Poetas de su tiempo, henchidos de savia generosa y fecunda, que los acerca a nuestro corazón porque buscan comunicar con sencillez sentimientos genuinos, conscientes de cuán ardua es su tentativa y cuán improbable la plena realización. De Bousoño a Valverde revelan todos el afán de sobrepasar sus límites, situándose en un ámbito receptivo donde sea posible captar las vibraciones de esa corriente turbia y magnífica que solemos llamar «lo humano».




¿Cambio de actitud?

¿Existe realmente cambio de actitud en la «joven poesía española» con referencia a las promociones anteriores? No tanto en su poesía, grávida aún de las enseñanzas recibidas, y señalada por la vigorosa impronta de los predecesores, sino en su manera de entender «la misión del poeta». En este sentido se advierte el cambio: más acusado en algunos, pero general.

La generación del 36 inició la reacción, ahora acentuada, y sería curioso analizar con detalle la influencia de esa promoción intermedia, hasta hoy poco estudiada, no sólo sobre las más jóvenes sino sobre los poetas del 25 a quienes quizá incitó a una gradual mutación, en sentido existencializador.

Si los nueve de la Antología propugnan y practican una poesía existencial sería erróneo creer que esta actitud no tiene precedentes inmediatos. ¿Dónde se centra, por ejemplo, la poesía de Leopoldo Panero y de Luis Rosales sino en un sentimiento vivísimo de lo temporal, que logra trascender y encuentra en lo existente y a través de lo existente la esencia de lo duradero? La más joven promoción de nuestra lírica no marca una ruptura con las anteriores. No acierto a descubrir entre estos poemas, en su mayoría incitantes y bellos, el acento discordante, la canción nunca escuchada, la voz reveladora de un cambio radical (sí, claro está, variaciones en la intención y las técnicas) en el modo de sentir y realizar la poesía.

La línea general de nuestra poesía se prolonga en los poemas recopilados, con la misma diversidad, aunque por ahora no con la misma grandeza, que en las tres generaciones precedentes. Se advierte el ansia por hallar un lenguaje que, sin dejar de ser entrañable, resulte válido para todos, accesible para esa «inmensa mayoría» a la que Otero dedica uno de sus poemas. Comunicar con ella es el secreto deseo de los poetas, aún de los herméticos, pues hermetismo expresivo no quiere decir desvinculación cordial; quizá la tarea propia del poeta consista precisamente en decir lo que esa mayoría calla por falta de medios para expresarlo, mas sin renunciar a las instancias profundas de la palabra, a su densidad significante, plenamente expresiva, abdicando sus posibilidades más reales en favor de una aproximación a lo fácil, a lo panfletario y propagandístico, o superficiales trivialidades.

4.ª imagen: Eugenio de Nora

Eugenio de Nora

La comunicación se establece en estratos más profundos y la poesía penetra en el hombre por caminos de sensibilidad, no por vías de discurso. La poesía puede ser «un instrumento para transformar el mundo», como quiere Celaya, a condición de permanecer fiel a sí misma y no dejarse suplantar por sucedáneos: ha de resistir la tentación de convertir el canto en razonamiento y el poema en sermón.

Esta Antología muestra un puñado de poetas esforzándose por lograr una intimidad entrañable con el hombre, por sentir y expresar con el hombre actual y eterno; venturosamente, intimidad y expresión se intentan desde el sentimiento, desde la «realidad interior» de que habla Bousoño y no desde la retórica. Gracias a eso, el volumen es algo más que un documento, aunque desde luego sea documento revelador de las diferentes reacciones producidas en nueve hombres de hoy por el conjunto de circunstancias que constituyen su situación. Este libro es testimonio de la vitalidad y la ambición de nuestra más joven poesía.





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