«El hipócrita» de Molière, en la traducción de José Marchena (1811)
Rafael Ruiz Álvarez
José Marchena (trad.)
Es comúnmente celebrado el hecho de reconocer en la comedia del Tartuffe una de las obras maestras de Molière y de la literatura dramática francesa de todos los tiempos. Sin duda, el éxito de esta obra y de su representación -sin menoscabo de las cualidades literarias y dramatúrgicas de su creador-, está motivado en buena medida por la polémica suscitada por el tema tratado: la falsa devoción, la hipocresía religiosa. Molière escoge como personaje central todo un carácter que provoca un cataclismo de opiniones desfavorables en quienes se veían atacados por el autor mediante la conducta de Tartuffe. Semejante situación no deja indiferente a las clases poderosas de la época: Iglesia y Estado (Compañía del Santo Sacramento, príncipe de Conti, presidente de Lamoignon), a pesar de la insistencia con que el autor pretende demostrar que su crítica sólo recae contra quienes no practican «correctamente» la virtud1.
Esta obra supone un momento excepcional en la carrera artística y creativa de Molière2. Desde su concepción, 1664, en un primer intento y 1667, posteriormente; 1669, de manera definitiva, con reformas impuestas por la censura, con formatos más cortos o más largos, con los nombres y el aspecto del protagonista originales o camuflados (Tartuffe o Panulphe, con sotana o sin ella, de tres actos a cinco), resulta con diferencia la comedia más representada en la Comédie Française y una de las más traducidas, adaptadas y/o versionadas.
Tartuffe se sitúa dentro de su producción dramática en la cumbre de su éxito como dramaturgo, cercana en el tiempo a su Dom Juan (1665) y su Misanthrope (1666), otras dos de sus obras mayores, en un momento en que atraviesa dificultades para representar e imprimir su teatro por haberse granjeado importantes e influyentes enemistades, pero con el apoyo del rey Luis XIV, que lo convierte en el director de la «Troupe du roi» (1665).
Molière despertó casi de forma inmediata el interés de sus contemporáneos y los deseos de éstos por traducir sus obras. En el caso del Tartuffe hay que esperar hasta el siglo XVIII, donde sedujo por su polémica tanto a entendidos como a lectores y público en general3. Entre los siglos XVIII y XIX, se sucedieron autores eruditos que encontraron gran éxito en sus traducciones de la obra molieresca. Nombres de la importancia de Iparraguirre, Ramón de la Cruz, Leandro Fernández de Moratín, Dámaso de Isusquiza, Gil de Lara, Cándido María Trigueros, Bretón de los Herreros, Lista, Benavente.
José Marchena se halla entre ellos y al igual que éstos, más como adaptador que como traductor, actualizando y contextualizando su texto a su época, haciéndolo a sus costumbres, rectificando nombres propios, topónimos y situaciones que el lector de entonces no sabría apreciar. Por otro lado, la traducción de Marchena, -la adaptación, mejor-, se hallaría entre los proyectos inacabados de pretender versionar en castellano la obra completa de Molière4, que no se logrará hasta 1945, con Gómez de la Serna. Figura, además, entre las adaptaciones realizadas en verso, lo que le concede mayor prestigio y dificultad, pero lo que contribuye, en mi opinión, a hacerla menos apta para su escenificación. Por otro lado, el vocabulario de Marchena queda en nuestros días obsoleto y ello dificulta la inteligencia del texto por parte de los lectores y de un público potencial en salas comerciales de hoy. Lo mismo sucede con la versión de Enrique Llovet, contextualizada políticamente y con mucha intención en los últimos años de la dictadura, lo cual le confiere un carácter interesante desde el punto de vista histórico y erudito, pero la hace poco atractiva para nuestros coetáneos5.
Otros traductores del Tartufo, ya en el siglo XX, han intentado con mayor o menor acierto y respetando siempre el original, trasladar a nuestra época y gustos un texto tan elaborado y sugerente6.
También puede decirse de Marchena que, gracias a la utilización que de su versión hace Francisco Javier Hernández en 1977, su obra se convierte en un proyecto erudito, lo que la clasificaría, en mi opinión, dentro de las versiones ilustres y al mismo tiempo más pedagógicas de cuantas se han hecho hasta nuestros días7.
Cuando Marchena se enfrentó al texto de Molière, Tartuffe, sabía que se trataba de una obra muy controvertida y él, como personaje de la historia de España y de Francia, destacado precisamente por su carácter reivindicativo, encontró en esta obra argumento para su expansión ideológica. Quiero decir con ello, que su trabajo va más allá del de la pura y fiel traducción y que su aportación merece el título de obra de creación, si no totalmente propia, sí, al menos, en lo que podría denominarse una reescritura.
En líneas generales, habría que hablar, por lo tanto, más bien de adaptación. Y precisando más aún, de adaptación literaria y cultural, entendiendo que se traslada un texto a otro y con ello una época a otra, asimismo. En efecto, Marchena utiliza el texto de Molière como punto de partida para crear un nuevo texto, si bien los elementos temáticos y de contenido están respetados en su mayor parte y el argumento no experimenta cambio sustancial alguno. Sin embargo, la forma de exponer los acontecimientos, los registros léxicos, la manera en que se relacionan los personajes y otros recursos como el verso, los nombres propios, los topónimos... sí están modificados en función de un estilo personal que luego analizaré.
En primer lugar me referiré a la estructura externa de la obra, a los personajes y a la relación espacio-tiempo en la misma. La obra de Molière está escrita en su redacción definitiva en cinco actos y en versos dodecasílabos (alejandrino francés)8, clásico y acorde con los cánones de su época, por lo tanto. Marchena respeta esta estructura externa global y reproduce los cinco actos del original. Asimismo, recurre al verso9, aunque en su caso opta por el octosílabo -romance-, más dinámico y menos denso, lo que confiere a su adaptación mayor agilidad y frescura, que redundará en rasgos estilísticos que le son propios.
En la
distribución de las escenas, Marchena es más
escrupuloso que Molière. A éste se le pasa en
ocasiones por alto el hecho de que entradas y salidas de personajes
marcan la separación de las mismas. El autor español
se percata de ello y señala estos pasos con minucia:
añade, por ejemplo, una escena, con lo que su primer acto
posee seis, en lugar de las cinco que contiene el mismo acto en el
original. Se trata en concreto de la 3.ª, en su texto, que
sigue siendo la 2.ª para Molière. La razón de
que el autor español introduzca una más se debe al
hecho de que en la escena posterior Elvira (Elmire) se retira
-«Je vais aller
là-haut attendre sa venue (del
marido)»
(I, 3, v. 214),
«Mas voy / al instante a mi aposento / a
aguardar a mi marido, / que ahí viene»
(I, 3,
vv. 321-324), dejando solos a don Pablo
(Orgon), don Alejandro (Cléante) y Juana (Dorine). Este
cambio en el número de personajes en escena merece a juicio
de Marchena la inclusión de otra más, por lo tanto,
lo que es lógico si se siguen fielmente las reglas
clásicas. Muy importante también es el hecho de la
preocupación que manifiesta Marchena por su
destinatario-lector, pues su texto explicita constantemente a
quién se dirige cada personaje al hablar, cosa que
Molière descuida, junto a otros aspectos didascálicos
de mayor o menor trascendencia. En la primera escena del acto I,
Doña Tecla (Mme. Pernelle) sostiene un largo
parlamento. Marchena se cuida bien de matizar a quien se dirige en
su discurso para mejor orientar al lector, señalando
cuándo lo hace a D. Pablo
(Cléante) y cuándo a D.ª Elvira (Elmire), cosa que
Molière no hace10.
En otro orden de cosas, merece un comentario especial la conversión de los nombres propios de los personajes, llevada a cabo por el autor español11. Resalto el de aquéllos en los que se aprecia intención por parte de Marchena y desvelan claves para analizar su estilo: Orgon (don Simplicio, en referencia a su comportamiento), Mariane (doña Pepita, más familiar) y Tartuffe (don Fidel, en tono irónico en relación con su falsa devoción y su hipocresía).
Es de
interés también mencionar el tratamiento entre los
personajes: el uso del «vous»
, convertido en
español en «tú», como aspecto
significativo de la familiaridad con que son tratados los
personajes de la comedia española, frente a la seriedad y al
uso establecido por las leyes más rígidas de la
comedia del siglo XVII en Francia12.
En cuanto a los valores espacio-temporales, hay que decir que la escena, que transcurre en París en el original, es trasladada a Madrid en Marchena y, más precisamente, a la casa de don Simplicio. Es lógicamente un deseo de actualizar y de contextualizar la acción en el lugar y en el tiempo: de la Francia del siglo XVII a la España del siglo XIX13.
Pasemos ahora a
ocuparnos de cuestiones relativas al estilo. Dentro de la
adaptación propiamente dicha y en lo que respecta ya a
cuestiones internas de la obra, por lo tanto, Marchena ha
practicado fundamentalmente la forma ya citada de
«adaptación cultural». Los ejemplos son
numerosos y me limitaré a resaltar sólo algunos,
suficientes, no obstante, para poner de relieve estos aspectos
significativos de su estilo y de su intención. Por ejemplo,
en el inicio de la comedia, Molière hace exclamar
airadamente a Mme Pernelle, refiriéndose a su casa y al
desorden allí reinante: «Et c'est tout justement
la cour du roi Pétaud»
(I, 1, v.
12), que Marchena traduce como: «Esta
casa es un infierno / [...] que parece una ginebra»
(I,
1, v. 19), señalando la idea de confusión reinante en
ella y no haciendo referencia por ser algo difícilmente
entendible por su público al significado de roi
Pétaud
(rey de los mendigos de
París)14.
Otro caso: «Vous êtes un
sot en trois lettres, mon fils»
(I, 1, v.
16), se ha convertido en «En una palabra,
chico,/ Tú no eres más que un tontuelo»
(I,
1, v. 26); es decir, el vocablo «tontuelo»
adapta culturalmente el
término francés «sot»
y el juego de
palabras creado por Molière «sot en trois
lettres»
. O estos otros casos: «Ce n'est
rien»
(I, 2, v 179), por «Esto es friolera»
(I, 2, v. 268);
«Avec
joie»
(I, 2, v. 192), «Se le cae la baba»
(I, 2, v. 290);
«En
jouir»
(Ibid., v. 199), «sacar baza»
(Ibid., v. 303); «Valère»
(I, 3,
v. 221), «Carlitos»
(I, 4, v.
333); «La fièvre
jusqu'au soir»
(I, 4, v. 232), «un calenturón recio»
(I, 5, v.
348); «Elle? Elle n'en fera qu'un sot, je
vous assure»
(II, 2, v. 537), «¿De él? Lo que hará es un
cofrade / de san Marcos»
, expresión más
familiar y dicharachera en boca de la criada, atrevida, incluso
(II, 2.ª, vv. 177-178)15.
Y en más ejemplos: «Espíritu maligno»
(III,
3.ª, v 194), en lugar de «noir
esprit»
(III, 3, v. 945); «porque no he rezado aún /el Miserere y es
viernes»
(IV, 1, vv. 125-126), que contiene además
una explicitación; en lugar de «certain devoir
pieux»
(IV, 1, v. 1268); «paparrucha»
(IV, 3, v. 248),
manteniendo el registro, pero adaptando la expresión
francesa «Contes en
l'air»
(IV, 3, v. 1342); «todo el pecho me duele»
(IV, 5, v.
484) en lugar de «je
suis au supplice»
(IV, 5, v. 1498);
«mil veces / el más lince se
equivoca»
(V, 3, vv.163-164) traduciendo «Il ne faut pas toujours
juger sur ce qu'on voit»
(V, 3.ª, v.
1680); o la adaptación cultural de este juego de palabras:
«¿A este hombre don Celedonio, / o
don Demonio le nombran?»
(V, 4.ª, vv. 303-304) donde
Molière dice: «Ce
Monsieur Loyal porte un air bien
déloyal»
(V, 4, v. 1772), igual de
ocurrente en ambos casos.
La
adaptación cultural se produce también por el paso de
refrán a refrán: «Pire eau que l'eau qui
dort»
(I, 1, v. 22) por «Más temo el agua mansa que la
brava»
(I, 1, vv. 36-37), con la consiguiente
inclusión por el autor español de una
explicación del mismo, lo que conlleva una ampliación
de matiz. Otro fenómeno que Marchena practica en la
elaboración de su texto es la modulación, palabras
que siendo similares en ambas lenguas son expresadas en distinto
registro: «Voyez la
langue!»
(I, 1, v. 71), pasa a ser «¡Lengua maldita!»
(I, 1, v.
103). Igual sucede con el término «pieuses»
(I, 1, v.
153), que el abate adapta como «santas»
(I, 1, v. 226); «Je ne lui dirai
rien»
(III, 1, v. 848), «No chistaré»
(III, 1, v. 49).
Hay ejemplos igualmente de amplificación
lingüística, dentro de este recurso de
modulación: «D'une fille comme
elle»
(II, 2, v. 504), «Que a muchacha tan bonita»
(II, 2, v.
120); «Ne pût bien
altérer l'amitié qu'il vous
porte?»
(III, 3, v. 1006), trasladado por
Marchena como «no teme / que se le
entibie el cariño / de hermano que le profesa?»
(III, 3, vv. 285-287); «On
m'a dit qu'en ce lieu vous me vouliez
parler»
(IV, 5, v. 1386), que pasa a ser en
español «Juana me ha dicho,
señora, / que a solas quiere usted verme»
(IV, 5,
vv. 321-322); «Voilà
tour justement parler en vrai jeune homme»
(V, 2, v. 1638), convertido en «Bueno;
eso se llama hablar / con la ligereza propia / de un muchacho
atolondrado»
(V, 2, vv. 95-97), aplicando a su frase el
recurso de explicitación también.
En ocasiones,
Marchena practica la inserción de cultismos: «Dieu vous
aide»
(I, 2.ª, v. 194) pasa así
a ser «Dominus
tecum»
(I, 2.ª, v. 294) en boca de una
criada; «Ce doux
début s'accorde avec mon jugement / Et présage
déjà quelque accommodement»
(V, 4, vv. 1735-1736) es traducido por «Este exordio se acomoda / muy bien con lo que yo
pienso»
(V, 4, vv. 250-251), produciéndose
asimismo un fenómeno de compresión
lingüística que acorta la frase, sin modificar el
sentido.
Aunque donde
predominan realmente las expresiones cultas es en la obra de
Molière. Los elementos barrocos y preciosistas están
presentes de un modo más acusado en su texto, mientras que
Marchena se inclina por un lenguaje más llano y familiar, lo
que confiere a su comedia un halo de sencillez propio de su estilo
y redunda en un distanciamiento entre texto original y
traducción más que evidente y propio de cada
época. Por ende, los saludos y fórmulas de
cortesía que llegan a ser incluso afectados en el estilo de
Molière adquieren un tinte más familiar en Marchena.
Familiaridad y comicidad que abundan de forma notoria en el
discurso de los criados del texto español: «Qui connaît sa
dupe»
(I, 2, v. 199), «Que le veo lelo»
(I, 2, v. 302); forma
familiar propia de la época con que los criados denominan a
los señores que aún están solteros y que son
varones: «a casar a don
Carlitos»
(III, 1, v. 18), sin equivalente en el original
(amplificación lingüística que emplea Marchena
para hacer explícito el texto). En este personaje, vuelca
Marchena su ingenio y sabe sacar partido de los momentos en los que
Molière juega inteligentemente con el lenguaje. Así,
la criada replica a su ama que si se casa con Tartuffe «vous serez, ma foi!
Tartuffiée»
(II, 3, v. 674), a lo
que Juana, en la adaptación española responde,
conservando el mismo grado cómico y familiar: «¿Pues la Fidela / no es nombre muy
apreciable?»
(II, 3, vv. 403-404).
Esta medida puede
aparecer también en menor escala en los demás
personajes (Cléante / don Pablo): «Que cette bonne
femme»
(I, 2, v. 172) se convierte en
«Cuidado que la abuelita...»
(I, 2, v. 259); Marianne / Doña Pepita: «Mon Dieu! De quelle
humeur, Dorine, tu te rends!»
(II, 3, v.
619) se transforma en «¡Qué
condición de vinagre / tienes»
(II, 3, vv.
315-316); Orgon / Don Simplicio: «Et par un doux hymen
couronner en Valère / La flamme d'un amant
généreux et sincère»
(V, 7, vv. 1961-1962), que Marchena simplifica (compresión),
traslada en perspectiva de otro punto de vista y aligera en
registro (modulación) como «y
luego las bodas / de Pepita dispondremos»
(V, 8, vv.
592-593), dando claro ejemplo de su idea de situar la obra
española a otro nivel mucho más popular y asequible,
lejos del artificio intelectual de Molière.
La
compresión lingüística, como vemos, es otro
recurso asiduo en la versión de Marchena. Le sirve al autor
para aliviar de hipérboles y giros difíciles su
texto, dotando su obra de mayor frescura, pero perdiendo, en mi
opinión, riqueza léxica. Algunos ejemplos pueden
aclarar estos comentarios: la expresión «contes
bleus»
(I, 1, v. 141) es reducida a
«cuentos»
(I, 1, v. 206),
perdiendo en matiz (cuentos de hadas hubiera sido la
traducción literal); «Enfin je sais l'affaire et ne prends point le
change»
(IV, 3, v. 1337) pasa a «Por fin yo sé la verdad»
(IV,
3, v. 239); la frase: «Oui,
plus qu'on ne peut dire»
(IV, 5, v. 1502)
se limita a una sola palabra: «Fatal»
(IV, 5, v. 489).
Hay otros
elementos en la obra de Marchena que merecen estudio. Me refiero a
la aparición de términos y fórmulas de
carácter religioso. Es una prueba más de su deseo de
dotar a su texto de mayor contemporaneidad y de responder a la
realidad española de su época, a pesar del poco
espíritu católico que se le ha atribuido tanto a su
persona como a sus escritos. Sus personajes se expresan a este
respecto como hacía la gente en la vida cotidiana de esos
años: «Juana, por Dios»
(II, 3.ª, v. 392) traduce la expresión molieresca
«Dorine, de
grâce»
(II, 3.ª, v. 669);
«Conténgase usted, por
Dios»
(III, 1.ª, v. 6), «De grâce,
modérez un tel emportement»
(III, 1,
v. 827); exclamaciones muy propias de la lengua castellana donde se
inserta una invocación de orden religioso: «¡Jesús, que ya viene! Vivo. /
Escóndase usted ahí»
(III, 1, vv. 54-55),
en lugar de «Que vous
êtes fâcheux! Il vient.
Retirez-vous»
(III, 1, v. 853), incluyendo
en este caso el fenómeno de omisión también.
En diversas ocasiones, la palabra «Dios»
, sustituye «Ciel»
del original.
Valga ésta como ejemplo: «ce que le Ciel
ordonne»
(IV, 1, v. 1230) transformado en
«así de Dios / el precepto se
obedece»
(IV, 1, vv. 69-70). «Couvrez ce
sein...»
(III, 2, v. 860), Marchena lo
transforma en «Cubra ese pecho. /
¡Jesús!»
(III, 2, vv. 69-70); «Tais-toi, peste
maudite»
(III, 6, v. 1090), pasa a «Calla, Lucifer maldito»
(III, 6, v.
406), que es, por otra parte, una adaptación cultural porque
la traducción literal carecería de sentido en
español; «Hélas»
(III, 7,
v. 1144) por «¡Ay Dios!»
(III, 7, v. 494). Otras expresiones frecuentes en Marchena son
añadidos. Ejemplo, «Por
Jesucristo»
(III, 6, v. 480).
Otros recursos
presentes en la adaptación de Marchena son los relativos al
uso de la explicitación, consistente en extender la frase
original con algunos comentarios añadidos o con adjetivos y
/ o sustantivos. Observemos algunos casos peculiares. Dorine, con
toda ironía responde a Orgon sobre la salud de Tartuffe, que
no se ha preocupado de Elmire, enferma: «Pour réparer le
sang qu'avait perdu Madame, / But à son déjeuner
quatre grands coups de vin»
(I, 4, vv.
254-255), mientras en semejante situación Juana dice:
«Por cobrar / bríos contra el mal
ajeno, / y recuperar la sangre / que perdió mi ama, su
almuerzo / le hizo con medio jamón / y seis vasos de
Burdeos»
(I, 5, vv. 377-382). «Mon
ardeur»
(II, 3, v. 604) es completado por
Marchena mediante la extensión «amor constante»
(II, 3, v. 291),
porque la palabra «ardor»
en
castellano posee otras connotaciones. A veces, un lacónico
«Oui»
(II, 4, v. 698)
en el original es completado por Marchena como «¿Qué duda cabe?»
(II,
4, v. 438). O este otro lance de disputa entre enamorados,
igualmente expresado en francés con réplicas breves:
«Valère. Vous le
voudriez? Mariane. Oui»
(II, 4, vv.
743-744), en español se explicita más: «Don Carlos. Al instante / lo haré si
usted me lo manda. Doña Pepita. Vaya usted; por mí ya
es tarde»
(II, 4, vv. 512-514), con estilo menos sobrio
que el original. Y en otro ejemplo, donde Dorine trata de convencer
a Valère para que deje a solas a Elmire con Tartuffe:
«Point. Il faut qu'ils
soient seuls»
(III, 1, v. 848), Marchena
aprovecha para que la criada recrimine al señorito de forma
cariñosa: «Vamos; no sea usted
niño, / que conviene que estén solos»
(III,
1, vv. 48-49). Más adelante, Tartuffe, cínicamente,
exclama: «Tout le monde me
prend pour un homme de bien»
(III,
6.ª, v. 1099), mientras don Fidel, en el texto,
español, con igual intención, añade: «todos viven persuadidos / a que yo soy un
dechado / de virtudes, un bendito»
(III, 6, vv. 418-420).
Y la posterior reacción de Orgon contra Damis, ofendido por
las críticas que cree injustificadas contra Tartuffe:
«Si tu dis un seul mot,
je te romprai les bras»
(III, 6, v. 1110),
«Si me chistas, voto a Cristo, / te
rompo brazos y piernas»
(III, 6, vv. 440-441), más
familiar, además, y con exclamación religiosa
incluida. Asimismo, en la escena en que Elmire pretende
desacreditar a Tartuffe ante su marido al que llama la
atención tosiendo, Marchena se muestra más incisivo:
«un rhume
obstiné»
(IV, 5, v. 1499) se
convierte en «Es tos tan rancia y tan
fuerte»
(IV, 5, v. 486).
Para terminar, me
gustaría referirme a un aspecto de estilo en relación
con el contexto histórico y sociocultural en el que se
producen los textos de partida y de llegada y que afecta al uso del
léxico. En algunas ocasiones, Marchena necesitaría
ser a su vez traducido o explicado. Su modo de trasladar el texto
de Molière a su época, dejaría al lector de
hoy, si no es muy culto, confuso. En la versión que de
él hace Hernández16
se puede hablar de traductor traducido, lo que garantiza una mejor
comprensión hoy día. Así, los modismos de una
época (siglo XIX) que pretenden a su vez esclarecer los de
otra (siglo XVII), son explicados por una mentalidad más
contemporánea. Hay numerosos ejemplos de esta índole,
pero por razones obvias me limitaré a resaltar sólo
algunos: «bolonios»
(necios,
ignorantes, Hernández, p.
247); «retrete»
(gabinete,
habitación apartada, p. 263); «drope»
(personaje vil, p. 267);
«jimio»
(simio, p. 279);
«hipocrás»
(bebida
hecha con vino, canela, azúcar y otros ingredientes, p.
280); «echacantos»
(personaje
despreciable, p. 295); «balandrón»
, (fanfarrón,
presumido, p. 298); «embolismos»
(enredos, embustes, p.
326); «alfeñique»
(dulce de regaliz, p. 335); «mónita»
(astucia,
engaño, p. 342); «Que es tu casa
una Liorna»
(alboroto, desorden, confusión, p.
346).
Creo que queda
demostrado a través del estudio y cotejo de los textos de
Molière y de Marchena, que el llamado «abate»
se
entregó con dedicación a su labor, que hizo suyo en
muchos aspectos el texto del autor francés, pero que no
traicionó la inteligencia de su creador original, aunque,
eso sí, la obra que de tal empresa nos ha legado resulta
mucho más apta para su lector y su público,
resultando hoy algo trasnochada.
El éxito de
la traducción resulta innegable. Primero porque su fortuna
está avalada por una obra, la de Molière, que ya
gozó de la fama en su tiempo, -a pesar de las numerosas
controversias que suscitó y quizá justamente por
ellas mismas- y que la sigue teniendo, pues es objeto de frecuentes
versiones y de adaptaciones a las tablas en Francia. En
España, las numerosas ediciones y el interés por
representar la comedia dan buena cuenta también del
éxito de esta obra17.
Desde 1811, el propio Marchena celebra su acierto al traducir al
comediógrafo francés. Así lo declara en su
epístola dedicada al marqués de Almenara, ministro
del Interior, con la que encabeza la traducción del
Tartuffe:
«El público escuchó tan
benévolo la representación de esta comedia, y el
traductor recibió tantos parabienes por el acierto con que
dicen que logró trasladarla a nuestro idioma, que se ha
persuadido, Excmo.
Sr., a que esta versión
podrá no ser indigna de salir bajo los auspicios de
V. E., y así
será ciertamente si los lectores confirman el voto de los
espectadores»
(J. Marchena, 1811: 1).
Menéndez
Pelayo, en la nota 60 de la 3.ª parte de su
introducción dentro del tomo I considera que el éxito
del Tartuffe
no fue lo único que contribuyó al de Marchena, sino
más bien «el espíritu
anti-clerical que reinaba entre los afrancesados y que acaso
quería ver (se refiere a Marchena) en la pieza mucho
más de lo que Molière había puesto»
(1892: 5). Sabemos, asimismo por sus palabras que la obra fue
prohibida en 1814 y muy aplaudida de nuevo en la época
constitucional de 1820 a 1823, censurándola nuevamente en
182418.
Menéndez Pelayo encuentra, además, que la
versión de Marchena carece de gracia y de fuerza
cómica y estima que hubiera hecho mejor trasladándola
a prosa en lugar de verso: «en aquella
prosa festiva, tan culta y tan familiar a un tiempo»
(1892: 6).
Contamos,
además, con el testimonio de Francisco J. Hernández
acerca de esta adaptación de Marchena: «las traducciones de don José Marchena
son de una fidelidad total. [...] La primera -se refiere al
Tartufo- se representó con el título de
El hipócrita en 1810, con un éxito
extraordinario»
(1977: 34-35). Hernández considera
que Marchena sale «airoso de la empresa
con gran soltura y talento»
(1977: 36),
refiriéndose a la dificultad de traducir a Molière y
su verso. El hecho de acudir en 1977 a una versión de 1811
justifica el interés de la misma y la califica ya de por
sí como altamente interesante, en mi opinión.
- ANDIOC, René. 1979. «Moratín, traductor de Molière» en Hommage des hispanistes français à Noël Salomon, Barcelona, Laia, 49-72.
- ANDIOC, René. 1996. «Más sobre traducciones castellanas de Molière» en Teatro español del siglo XVIII, Lleida, Universitat de Lleida, I, 45-53.
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