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ArribaAbajoLa poesía del magistrado


El magistrado

Abandonada la Universidad de Salamanca, su primer destino fue el de alcalde del crimen en Zaragoza, cargo que ocupó desde septiembre de 1789. La égloga IV, «El zagal del Tormes», es el canto de despedida de los paisajes idílicos del río Tormes, de Otea, y los zagales, y quizá también de toda la poesía pastoril.


Fértiles prados, cristalina fuente,
bullicioso arroyuelo, que saltando
de su puro raudal, plácido vagas
entre espadañas y oloroso trébol;
y tú, álamo copado, en cuya sombra
los zagalejos del ardiente estío
las horas pasan en feliz reposo,
adiós quedad: vuestro zagal os deja;
que allí del Ebro a los lejanos valles
fiero le arrastra su cruel destino,
su destino cruel, no su deseo.161



Presencia en estos versos del Garcilaso de la égloga II, en uno de los parlamentos de Albanio:


quedaos a Dios, que ya vuestro oído
de mi zampoña fueron halagados
y alguna vez d'amor enternecidos.
Adiós, montañas; adiós, verdes prados;
adiós, corrientes ríos espumosos:
vivid sin mí con siglos prolongados.162



Se acumulan, después, los recuerdos de lo que ha sido la vida de Batilo junto al Tormes: paz, alegría y amistad. La armonía del paso del tiempo y las estaciones. Y todo esto se acabó. Toman entonces los versos un tono elegíaco, una nostalgia por lo que ha sido su pasado y la indecisión de su futuro.


¡Y ora habré de dejar estas riberas,
donde vivo feliz, y estos oteros
. . . . . . . . . . . . . . . . .
[...] ¿a qué otros bienes,
otras riquezas y cansados puestos?
¿A qué buscar en términos distantes
la dicha que me guardan estas vegas,
y estas praderas y entramadas sombras?163



A pesar del recuerdo del tiempo feliz vivido a orillas del Tormes, Meléndez llega con paso firme a Zaragoza. Le espera el deber, los ideales que configuran su espíritu y que le hacen dejar una vida más placentera. Por momentos sentirá que su lira se apaga, perdido en las ocupaciones de su ministerio. Sonará, otras veces, con notas más duras, duras como verdades, lejos del amable encanto de otras épocas. Y claudicará, otras, de su empeño recordando los dulces versos anacreónticos164, o volverá a ellos cuando es víctima de las preocupaciones de su cargo o de sus propias responsabilidades.


La edad, la triste edad del alma mía
lanzó tan hechicera
magia, y a mil cuidados
me condenó por siempre en faz severa.
Crudo decreto de malignos hados
diome de Temis la inflexible vara,
y que mi blando pecho
los yerros castigara
del delincuente, pero hermoso mío,
Astrea me ordenó; mi alegre frente
de torvo ceño oscureció inclemente,
y de lúgubres ropas me vistiera.
Yo, mudo, mas deshecho
en llanto triste, su decreto impío
obedecí temblando,
y subí al solio, y de la acerba diosa
las leyes pronuncié con voz medrosa.165



Entonces hubiera deseado más la alegre medianía salmantina, o el vivir gozoso sus amores en buena amistad. Pero el desempeño de su labor de magistrado tuvo estos frutos amargos que él cumple sin desmayo. Puntual y eficaz procura aplicar sus conocimientos recordando siempre el derecho humanista del Beccaria de De los delitos y las penas que Jovellanos, más experimentado, le inculcara. Su vida transcurre en Zaragoza dentro de esta tónica, y poco tiempo fue preciso que pasara para ganarse la amistad de todos. Su escaso tiempo libre lo ocupa ahora en otras actividades de buen ilustrado, principalmente colaborando con la Sociedad Económica de Amigos del País de la ciudad del Ebro, y en especial en sus campañas de promoción de la agricultura166. Desde Zaragoza sigue también los sucesos de la Revolución francesa, llevando a cabo, en el cumplimiento de su misión, las órdenes represivas que un gobierno ahora temeroso ante las innovaciones le impone.

En mayo de 1791 Meléndez se traslada a Valladolid como oidor de la Chancillería. Con la lentitud del caso, va gastando las etapas de su camino hacia Madrid. Nuevamente, su acción se desborda en el cumplimiento de su misión, y es una lástima que no se hayan encontrado los numerosos dictámenes que debió de extender, porque a través de ellos hubiéramos tenido un conocimiento más exacto de las ideas que desgrana en sus poesías167. Sabemos también que una de las misiones que se le encomendaron desde este puesto fue la unificación de los hospitales de Ávila, en cuya gestión se llevó no pocos disgustos y se ganó la aversión del clero local, que vio en ello un atentado a sus privilegios168. La idea clave que le movió en esta ocasión fue la de hacer una casa de Misericordia en la que se recogiera a los enfermos y se los alimentara, pero en la que se hiciera compatible el espíritu de caridad y el de utilidad rehabilitándoles a través del trabajo. La poesía y la amistad debieron ser otra vez refugio del escritor y del abogado que gasta su vida y su paciencia en la empresa de la Ilustración. La mayor proximidad a Madrid le permite cultivar la presencia de los amigos, principalmente de Jovellano, de lo que deja éste constancia en su Diario. Pero en la misma capital castellana ha sabido conectar con otros que viven con los mismos ideales169. De esta época es también el proyecto de publicación de una revista «literaria», El Académico, que pretendía llenar el hueco que quedó en el panorama cultural español, tras la represión provocada por la posible incidencia de la Revolución francesa. Meléndez debió de ser quien llevó la voz cantante en este intento que no llegó a buen término.

En 1794, Llaguno, su entrañable Elpino, es nombrado ministro de Gracia y justicia, y con este motivo le escribe su epístola «En fin mis votos el benigno cielo», que recoge parte de sus ideas ilustradas170. Y poco después su oda «El Fanatismo», y su epístola I al príncipe de la Paz. Una segunda epístola que versa sobre la agricultura le dirige a Godoy en 1797.




Poesías, 1797

Fruto de toda esta nueva actividad poética, y de la constante petición de sus amigos, fue la publicación de la segunda edición de sus Poesías en este año de 1797171. La «Advertencia» que precede a los versos encierra una nueva manifestación de su sentido de la poesía. Respecto a las poesías primeras recuerda que son obras de juventud. Le importa, sobre todo, resaltar las nuevas, «otro género más noble y elevado», que, aunque poesía (?), están más acordes con su profesión de magistrado; por eso coloca el acento sobre ellas. Además, por si esto no bastara, constata haber creado un estilo:

[mis obrillas] «han ayudado acaso a formar el gusto de la juventud y hacerle amar la sencillez y la verdad, pues he visto, no en una sola colección de poesías impresas después, adoptado mi lenguaje y varias imitaciones mías, sin que esto sea defraudar en lo más leve su verdadero mérito, ni acusar de plagio a sus autores.172



O, como dijera su discípulo Quintana, consiguió ser modelo en vida173. La poesía moral y filosófica precisaba nuevos ejemplos que él dice haber encontrado en «Pope, Thomson, Young, Racine, Roucher, Saint Lambert, Haller, Utex, Cramer y otros célebres modernos [...], donde la utilidad camina a la par del deleite, y que son a un tiempo las delicias de los humanistas y filósofos174.




El poeta ilustrado

Esta nueva edición de sus obras y la protección de Godoy y Jovellanos van a conseguir el sueño dorado de Meléndez: un puesto en la Corte. De nada han servido las calumnias en las que se ha visto envuelto por su amistad con el príncipe de la Paz, ni los intentos de juicio por parte de la Inquisición, en animadversión desde los sucesos de Ávila, aumentada con ciertas críticas veladas posteriores, que le acusan de filósofo librepensador. En octubre de 1797 tomó posesión de la plaza de fiscal de la Sala de alcaldes de Casa y Corte, aunque no comenzó a ejercer su misión hasta febrero del año siguiente, por haber caído enfermo en Valladolid. Nuevos casos judiciales dan a Meléndez un gran renombre. Importa anotar el espíritu ilustrado que ilumina todas sus actuaciones. En 1821, al año siguiente de la última y póstuma edición de sus poesías, se imprimiría también un tomo con el título de Discursos forenses175, en el que se recogen los textos más importantes, algunos ya publicados en vida, de su actuación judicial. Voy a reseñar su Discurso sobre la necesidad de prohibir la impresión y venta de las jácaras y romances vulgares por dañosos a las costumbres públicas y de sustituirlas otras canciones verdaderamente nacionales, que unan la enseñanza y el recreo176. En él se une su misión de abogado y su afición literaria. La crítica se dirige, desde un punto de vista legal, contra los que imprimen cantares de ciegos, sin licencia alguna, y que en el anonimato se permiten censurar la actuación estatal. En este sentido encontramos al Meléndez integrado en la política de Estado. Pero no puede faltar tampoco el dictamen del literato, ya que las coplas deben también suprimirse por «indecente oprobio del gusto y de la razón». Y, cómo no, porque algunas de ellas en su poesía son opuestas a la moral. Quizá no esté de más conocer en sus propias palabras cuáles eran los temas habituales de estos romanzones:

Reliquias vergonzosas de nuestra antigua germanía, y abortos más bien que producciones de la necesidad famélica y la más crasa ignorancia o, a veces, de otros tales como los héroes que celebran, nada presentan al buen gusto ni a la sana razón que los deba indultar de la proscripción que solicito. Son sus temas comunes guapezas y vidas mal forjadas de forajidos ladrones, con escandalosa resistencia a la justicia y sus ministros, violencias y raptos de doncellas, crueles asesinatos, desacatos de templos, y otras tales maldades, que aunque contadas groseramente y sin entusiasmo y aliño, creídas cual suelen serlo del ignorante vulgo, encienden las imaginaciones débiles para quererlo imitar, y ha llevado al suplicio a muchos infelices. O son historias groseras de milagros supuestos y vanas devociones, condenados y almas aparecidas, que dañando la razón desde la misma infancia con falsas e injuriosas ideas de lo más santo de la religión y sus misterios, de sus piadosas prácticas y la verdadera piedad, hacen el resto de la vida supersticiosa y crédula. O presentan, en fin, narraciones y cuentos indecentes que ofenden a una el recato y la decencia pública, corrompen el espíritu y el corazón, y dejan sin sentirlo, en uno y otro, impresiones indelebles, cuyos funestos resultados ni se previenen al principio, ni acaso en lo futuro, es dado el reparar aun a la atención más cuidadosas.177



Por similares causas fueron suprimidas algunas de nuestras comedias del Siglo de Oro. El aceptarlas por motivos literarios sería perpetuar el mal gusto de los copleros que desde el siglo XVII degradaron la literatura, sin que hayan podido ser erradicados aún. No quiere significar esto, sin embargo, que deba desaparecer la poesía popular. En múltiples poemas, nos presenta a sus personajes del campo entonando sus cantos de siega o de vendimia, o a los pastores con albadas o mayas, canciones todas sencillas e inocentes y plenamente justificables. Pero Meléndez encuentra mejores motivos para los romances en nuestra historia y en nuestros santos, que, además de deleitar y encender nuestro patriotismo, proporcionan excelentes ejemplos morales. Y añade otros temas poéticos:

Pintemos además con colores sencillos cuanto vivos las delicias de la vida privada; celebremos las profesiones que ornan la sociedad, y la animan a un tiempo y enriquecen; ofrezcamos consuelos a todos los estados y hagámosles palpables los bienes y dulzuras que tienen a la mano, y por inadvertencia desconocen; que así contribuiremos a que amando su clase y su destino, logren vivir en paz con sus deseos, sembrándoles de flores y consuelos el amargo camino de la vida.178



Suma y sigue de temas: niñez, educación, historia, agricultura, artes, crítica de vicios... Con esta Disertación queda definido el nuevo «poeta ilustrado», en el cual se ha cambiado no solo la manera de entender la poesía, sino que el propio poeta tiene otra conciencia distinta de su misión. La poesía debe ponerse al servicio de esta «reforma radical», que traiga «la ilustración y cultura». Es preciso dar a los que necesitan mayor formación (pueblo e infancia) unas «composiciones que no respiren sino noble honradez y sensibilidad oficiosa, que inspiren dulcemente las virtudes sociales y domésticas, y formen sin sentirlo los ánimos a la rectitud, al heroísmo y al amor de la patria y a nuestros semejantes»179. La literatura se convierte en regla de la sociedad; que es preciso transformar. En cierta manera se compromete con un sistema, el ilustrado, que pretende producir con sus presupuestos una nueva manera de entender la vida, y la poesía se hace de este modo social, humana y política. En diversos poemas de esta época y aun posteriores se plantea Meléndez su Poética, que después confirmará con su producción.

Desde la epístola con la que dedicara a Jovellanos su edición de 1785 en la que se goza aún de su «blanda musa» hasta los versos de ahora se ha producido en Meléndez un gran cambio. Quizá la oda XXX, de las filosóficas y sagradas, «A mi Musa», resuma su postura ante la poesía en el período que ahora analizamos.

En el Meléndez «poeta ilustrado» efectivamente ha cambiado su posición respecto al hecho poético. Atrás ha quedado el poeta cortesano que distrae con sus versos y ha llegado el «poeta educador», filósofo y sensible a la vez180. La instrucción es un deber fundamental, si se quiere extender un pensamiento, y en esta necesidad insiste con frecuencia. Alberto Lista, neoclásico de corazón, critica al borde del romanticismo, a los nuevos poetas:

No deja de ser bastante ridícula la pretensión de algunos de los corifeos del nuevo romanticismo, atribuyendo la facultad de poetizar a una misión recibida no se sabe de quién; pues, aunque citan la naturaleza, el genio y la inspiración, no por eso es mejor conocida la autoridad que llama y elige al poeta. Nosotros sabemos que el genio, auxiliado por la instrucción, enardece la fantasía, la presenta cuadros originales y animados, la enseña a vencer los obstáculos y a expresar dignamente lo que ha concebido.181



El poeta no es entonces un enviado, sino que entiende su quehacer como un oficio, quizá no exclusivo sino compartido con otras ocupaciones que faciliten su supervivencia. Entonces se exige a sí mismo, si quiere realizar su labor con dignidad, instrucción y constancia en la aplicación; con la mayor perfección posible, de una técnica definida en las múltiples Poéticas que conducen el «buen gusto». Por eso la poesía no solamente es un arte, sino también una ciencia182.

Veamos, pues, cómo se plasma la preocupación ilustrada de Meléndez. Quizá convenga antes analizar cuál es la postura del magistrado frente a la realidad. Por supuesto que su actitud crítica está plenamente integrada en las ideas del «despotismo ilustrado». Meléndez es un miembro típico de la burguesía ilustrada, que pide un cambio de la sociedad, pero nunca de manera revolucionaria183. Ya Colford notó cómo sus estudios clásicos le dieron en este sentido moderación a su progresismo. Quizá su amistad con Llaguno y Jovellanos fuera también decisiva, Meléndez recibió en este campo una influencia importante de la ideología social francesa e inglesa, aunque tamizada y aplicada a la realidad española. Sin embargo, resulta arriesgado señalar fuentes concretas y particulares, porque las ideas pertenecen a la Ilustración europea, y sólo podemos indicar a modo de muestrario los propios modelos que Meléndez nos indicó. Llama en primer lugar la atención su preocupación por el campo, y en ello no hace más que prestar su colaboración a la política agrarista de los Borbones184, a la vez que encuentra su motivación filosófica en el Rousseau de la bondad natural. Las estructuras de la economía agraria tradicional, basada en mayorazgos y terrenos en manos muertas, hacía de la agricultura un problema fundamental en el aspecto social: paro, bajos salarios, mal aprovechamiento de las tierras. Exigía un mejor reparto de las mismas para poder elevar el nivel del campesinado. Y en esta tarea pudieron embarcarse con voz limpia y sin intereses los miembros de la clase media burguesa que defiende la Ilustración como Meléndez y Jovellanos, que no tienen mucho que perder. En esta misma línea hemos de valorar también el Informe sobre la ley agraria del asturiano.

Tres «romances cultos» encierran la clara preocupación de Meléndez por el mundo rural. Los tres unen elementos descriptivos de la naturaleza con valor temporal, relacionados, por lo tanto, con otros poemas del mismo tipo y el interés humano. «Los segadores»185 es el primero de ellos. Menos crítico, adopta una actitud entre paternalista y providencialista, para acabar en una ascensión casi espiritualista-caritativa. Es una invitación alegre a la siega, mientras Meléndez maneja los tópicos usuales de la inocencia campestre, la alegría del trabajo,... El poema guarda en sus aspectos descriptivos cierta influencia de Saint Lambert186 y Thomson187.

El romance XXXV, «Los aradores»188, está escrito en el mismo tono e ingredientes. Visión del campo y labores rurales de invierno, descritas con belleza y precisión. El análisis se completa con un bosquejo gozoso de la familia campesina. Destaca sus virtudes de honradez, sobriedad y libertad frente a los vicios contrarios del hombre ciudadano; otra vez parece jugar al viejo tema de ratón de corte y ratón de aldea189.

Esta pequeña trilogía de los oficios campesinos se cierra con el romance XXXVIII, «La vendimia»190. Idéntico espíritu y apropiadas descripciones temporales, para acabar en recuerdos de canción báquica. Nuevamente el anatema a la ciudad:

«Y allá en las tristes ciudades / dejad que anhelantes giman, / revueltos en mil cuidados / los necios que las habitan»191. Y también influencias de Rousseau, Saint Lambert y quizá Roucher192.

Pero estas versiones pueden parecernos tal vez un poco superficiales con respecto a la problemática de la época. Efectivamente, Meléndez invoca esta situación en otras ocasiones con mayor profundidad. Las epístolas VI y VII nos muestran el verdadero espíritu ilustrado del escritor salmantino, que expresa no pocas contradicciones entre la política oficial y su realización. La primera, «El filósofo en el campo»193, pretende ser una rehabilitación del campesino: «Miro y contemplo los trabajos duros / del triste labrador, su suerte esquiva / su miseria, sus lástimas, y aprendo / entre los infelices a ser hombre» 194. Frente a esta escena lastimera e injusta a la vez, la vida muelle de los ricos cortesanos, víctimas de la gula y la lascivia. Su vida de vicio les hace frecuentar cortesanas, teatros indecentes, vivir en lujo injusto. Quizá recordar que el hombre es nada, aun con los viejos versos de Góngora («Vil polvo, sombra, nada»), no sea suficiente para reponer la injusticia. Meléndez proporciona un recurso insoslayable: la injusticia radical de que sea el campesino quien trabaje y el señor quien goce del fruto de su trabajo. Su espíritu se radicaliza poniéndose del lado del débil, que además es también el portador de la virtud y la sencillez, que conserva las esencias del hombre bueno frente a la perversión de la nobleza.

«¿Y éstos miramos con desdén? ¿La clase / primera del Estado, la más útil, / la más honrada, el santuario augusto / de la virtud y la inocencia hollamos?»195 Por eso no puede menos de alabar el gesto de Godoy al recomendar a los obispos el nuevo Semanario de Agricultura, en su epístola VII196, que va a posibilitar una mayor preocupación por los más desheredados, hambrientos... Se atreve a aconsejar que siga en el camino emprendido:

«Sed el amigo, el protector, el padre / del colono infeliz; raye la aurora / de su consuelo, y en su hogar sobrado / por vos ría el que a todos nos sustenta»197. Se explaya después Meléndez, en un intento de convencer por el sentimiento, en la presentación de todas las miserias del campesino y su familia. En una serie de paralelismos intenta mostrar lo injusto de la relación ciudadano-rico/ campesino-pobre:


Aquél afana, suda, se desvela
del alba rubia al véspero luciente;
sufre la escarcha rígida, las llamas
del Can abrasador, la lluvia, el viento;
cría, no goza; y sin quejarse deja
que el pan mil veces le arrebate el vicio.
Y el otro, rico, cómodo, abundoso
de regalo y placer, en el teatro,
en el ancho paseo, en el desorden
del criminal festín, siempre al abrigo
del sol, del hielo, con soberbia frente
censura, increpa, desconoce ciego
la mano que le labra su ventura.198



Las antiguas visiones gozosas o nostálgicas de la naturaleza han pasado al olvido, cuando la figura que los anima se ha convertido en eje de las preocupaciones. Un nuevo sentido del campo realista y preocupado, próximo al espíritu noventayochista199, llena la observación de la utopía del progreso, que llevará a la felicidad: la justicia social, los campos regados... La protesta adquiere una cierta violencia en sus términos, no demasiado usual en estos casos200, que le coloca frente a la nobleza y el clero terrateniente que pretenden hacer prevalecer sus privilegios a costa de defender, interesadamente, el pasado. Vuela también el pensamiento de Meléndez al futuro pleno de realizaciones. Y el recuerdo de sus antepasados y de su infancia agrícola se hace presente en la configuración de sus deseos201. Si defiende al campesino, forzosamente ha de criticar a la nobleza. Primero en la forma de poseer la tierra, pero también en sus costumbres y mala educación. Ataca entonces los mayorazgos que perpetúan una posesión estéril de sus fincas: «Busca la tierra do afanoso pueda / sus brazos emplear, y ansía, llevado, / la dulce propiedad, que una ominosa / vinculación por siempre le arrebata»202. Y mientras su honor ancestral le impide manchar sus manos con el trabajo, el campesino suda por su subsistencia y ha de pagar, además, injustos tributos. Toda una teoría social se desgrana con precisión estudiada a lo largo de estos versos de Meléndez, que bien podrían haber constituido un excelente tratado de economía rústica.

También censura a la nobleza en su comportamiento, enfrentándola al sencillo y virtuoso aldeano. En este sentido sus críticas van de la mano de Jovellanos, que a su vez guarda recuerdos del italiano Giuseppe Parini203. Las «Sátiras a Arnesto», en las que el asturiano muestra su espíritu antinobiliario, se corresponden con muchas de las críticas del propio Meléndez en su poema coetáneo «La despedida del anciano». Y el mismo Meléndez además corrigió la segunda de ellas, «Sobre la mala educación de la nobleza»204.

Ni que decir tiene que la burguesía liberal que realiza la Ilustración en España siente por principio una cierta aversión al estamento nobiliario, conservador, y, por lo tanto, enemigo de las luces. Es una oposición ideológica y de clase en la que acabaron venciendo las fuerzas oscuras del pasado205. Larga sería la lista de acusaciones: lujo innecesario, liviandad, vagancia, gula... Quizá no quedaría ningún vicio sin nombre:


No la del hijo indigno que pleitea
contra el autor de sus culpables días
por el ciego interés; no la del torpe
imprudente adulterio en la casada
que en venta al Prado sale, convidando
con su mirar y quiebros licenciosos
la loca juventud, y al vil lacayo,
si el amante tardó, se prostituye;
no la del impío abominable nieto
que cuenta del abuelo venerable
los lentos días, y al sepulcro quiere
llevarlo en cambio de su rica herencia.206



Estas y muchas más acusaciones caen sobre la nobleza: corrupción familiar, cierto gozoso masoquismo sobre los humildes, abuso de poder...

Otras preocupaciones sociales definen también a Meléndez como buen ilustrado. A la marginación campesina, une asimismo la de los mendigos, muchas veces fruto de la anterior. La gestión de los hospitales de Ávila corre pareja a este interés. Sus ideas en este campo vienen sobre todo indicadas en su epístola X, «La mendiguez»207, mezcla de humanitarismo, caridad y deber social. Con el mismo fervor con que el abogado defendía a los abandonados de la fortuna, dirige ahora su doctrina redentorista hacia el mendigo. No es el marginado de Espronceda que se presenta en abrupto contraste frente al rico. Una actitud de conmiseración mueve el corazón de Meléndez, que reclama por igual justicia y caridad. El mendigo es un vago a la fuerza, y la vagancia siempre es odiosa. Es, por lo tanto, una lacra social que precisa solución pública208. Combatir con sabias leyes este problema es combatir el ocio, fuente de todos los vicios209 ¡Cuántas casas de beneficencia, asilos, cuántos empleos artesanos no creó la imaginación ilustrada para combatir este problema! Patriotismo a raudales en este Meléndez. Y por si las razones no son suficientes, nuevamente sabe pulsar las cuerdas que llaman al corazón en esta perfecta pintura:


En él veréis mil niños inocentes,
Príncipe, alguna vez en su asqueroso
pálido horror, de fetidez cubiertos,
quebrando el pecho en su gemir dolientes,
sólo en andrajos míseros envueltos,
sin pan ni abrigo; oprobio vergonzoso
del ser humano, y de la patria afrenta.210



Parecido espíritu rezuma la epístola IV, «A un ministro sobre la Beneficencia»211, en la que quizá se hacen mayores justificaciones religiosas acudiendo incluso al Evangelio y a las consabidas ideas de la fraternidad universal de recuerdo volteriano.

Pero, sin duda, el espíritu de Voltaire se manifiesta mejor en la oda XXIII, «El fanatismo», que es un trasunto de su Tratado sobre la tolerancia. El poema sirve a Meléndez para realizar más que veladas críticas a la Inquisición212. El Santo Oficio vive en el siglo XVIII una situación de desprestigio. Inquisición para pobres la he llamado en otra ocasión, y los ilustrados se enfrentan a ella en múltiples circunstancias. Primero, porque su espíritu liberal no admite intransigencias; y, sobre todo, porque dicho organismo suponía uno de los principales medios reaccionarios al servicio de la nobleza y de los intereses económicos de la Iglesia, que impedían el desarrollo de las luces. Expresiones veladas que también repite en otros poemas y que no debieron pasar inadvertidas a los sagaces miembros del santo tribunal, que buscaron una y otra vez motivos reales de acusación y que debieron levantar las calumnias que amargaron sus días de trabajo. Una epístola de 1797, dirigida al príncipe de la Paz, se enfrenta al tema de la calumnia que sufre en su carne, «el monstruo horrible de la atroz calumnia». No cabe duda que esta actitud frente a la Inquisición y otras posturas críticas sobre la nobleza debieron de levantar más de una ampolla, suficiente, por lo menos, como para intentar callar la voz revisionista del Meléndez ilustrado:

«Llaman delito mi franqueza honrada; / mi amor del bien, delirio; mi constante, / inviolable lealtad... [...]»213. Son los riesgos de quien sale a cuerpo limpio para defender un ideal. Y Meléndez es la utopía moderada de la ilustración. Recuerda, de paso, otras voces claras, alejadas por los mismos motivos: Ensenada, Cabarrús, Jovellanos...

Y podríamos ir reseñando una y mil ideas que forman el acervo de las preocupaciones de la Ilustración y que Meléndez vuelve a ellas una y otra vez: La educación, la igualdad social, la libertad, protección de las ciencias, artes y letras, reforma del derecho, limpieza de la religión... Y sacaríamos como conclusión que el poeta-magistrado ha hecho de su poesía un arma de difusión de las ideas ilustradas, que defiende con tesón y energía en la búsqueda de una sociedad que él quiere más justa, razonable y ordenada, dentro de un profundo patriotismo. De forma tal que España llegue a ser «Reino de paz y de abundancia, y dulce / holganza y hermandad...»214.




Poesía del tiempo y del espacio

Pareja a esta poesía ilustrada podemos constatar la presencia, significativa, de una serie de poemas, algunos de fechas anteriores, que tratan los temas del tiempo y el espacio. Sigue en esto Meléndez una corriente poética en boga en Europa, que nos muestra una vez más su curiosidad por estar al tanto de los movimientos más modernos.

El tiempo se expresa principalmente a través de dos ciclos emparentados con la poesía de Thomson, Saint Lambert y Parini: el transcurso de las partes del día y las estaciones. La oda VIII, «A la aurora», está entre las anacreónticas porque por su versificación y tono tiene en ellas perfecto lugar. Es una visión gozosa del amanecer en la que se valora únicamente lo descriptivo a través de una exaltación de los sentidos: colores, suaves olores..., que incitan al goce en paz e inocencia. Este poema se completa con el romance XXIX, «La mañana», más primitivo, en el que, con la salida mayestática del sol, asistimos al renacer de la naturaleza en su dimensión animal y vegetal215.

El sol calienta en la oda XIII, «El mediodía», mientras las personas (pastores, zagales, cazadores) buscan el fresco de la enramada. Visión majestuosa del sol en su cenit, dominador: «Y más y más ardiente centellea / en el cenit sublime / la hoguera que los cielos señorea / y el bajo mundo oprime»216. Queda el hombre deslumbrado por sus rayos y por su inmensidad. Y bajo la grandeza del sol, la naturaleza animada en la que el alma siente la libertad. El espíritu de Fray Luis se desliza por los versos de Meléndez invitando al canto, tocando el sentimiento del retiro y la belleza.


Y en tu abismo, inmortal naturaleza,
olvidado y seguro,
tu augusta majestad y tu belleza feliz
cantar procuro.217



La armonía de los seres de la naturaleza conecta con la armonía interna del alma. El suave vientecillo orea el campo y la mente mientras el sol se va ocultando en «La tarde», romance XXXIV. Lentamente, la oscuridad se extiende sobre la naturaleza y aumenta la invitación al silencio. Mientras, los ojos se extasían en la contemplación de las nubes recamadas en cárdeno por Occidente. La naturaleza vuelve a su mutismo, que aún en las luces pardas del atardecer cobra su particular encanto. El hombre como en el resto de los poemas del tiempo aparece inmerso en esta naturaleza y gozador de sus bienes. No se trata ahora de su descubrimiento interior, de buscar el mecanismo científico de su vida, de responder a los porqués. Simplemente se deja absorber con delectación por sus bellezas y su paz. Entonces se olvida que existe otra realidad, «de las odiosas ciudades y de sus tristes jardines, hijos míseros del arte». Y quizá el poeta haya suspendido su pluma y comprendido que esto es la auténtica, poesía, y que nada sirve gozar del arte que imita a la naturaleza, cuando se puede gozar de ella directamente.

Otra antigua anacreóntica, nos introduce en el silencio de la noche (oda XLIII, «De la noche»). Contemplación alegre de las sombras, de la tranquilidad, de la paz que va penetrando los huesos y el alma del poeta que se abandona al silencio y se hace noche. Manso viento, luna plateada, flores olorosas, el dormido ruiseñor: cada cosa en su silencio y en su sitio. Y el poeta en el centro del goce. Hay otra noche, sin embargo, que es la del temblor del poeta, la del silencio para la reflexión, la de la soledad para encontrarse a sí mismo, la que aísla del mal y del pecado, un breve invierno para la reflexión. Todos los matices de la noche de Fray Luis han penetrado en el pensamiento o sentimiento de aquel otro poeta salmantino del siglo XVIII, aunque a veces veamos cómo Meléndez usa para el caso la imaginería de Young.

Parecidas connotaciones tiene el análisis de las estaciones que se presentan en su belleza, o sirven de base para la reflexión que lleva al recuerdo de la fugacidad de la vida.

Estos poemas pueden aparecer ligados a otros en los que se observa a los campesinos en sus quehaceres estacionales. La primavera, tiempo gozoso y escenario del amor de las primeras odas, recoge todo el sentimiento de alegría del poeta. En la edición de 1820 publica Meléndez su oda «De la primavera», que muy bien pudo estar escrita a los inicios de su producción literaria. Es una visión gozosa que significa el triunfo del sol, de la vegetación y de las flores, de los arroyos desatados y, sobre todo, del amor.

En 1786 escribió su oda «El otoño». No hay estación para Meléndez que no tenga su belleza. Verano y otoño son épocas de recolección, de abundancia (feudo de la «amable Pomona», diosa de los frutos). El olor de las frutas maduras también embriaga su alma, y los variados colores con que naturaleza se trasmuta. Por eso canta sus bienes


ocioso, en paz süave,
de vil adulación libre el oído,
lejos la rota nave
del golfo embravecido,
en tu belleza el ánima embebido218



Nuevamente el recuerdo del Fray Luis de la Vida retirada


¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.219



Si alguna influencia constante hay en Meléndez, ésta es la de Fray Luis. Sus estrofas, sus versos, su lenguaje, sus ideas han penetrado profundamente en este salmantino, que tuvo maestro docto en el agustino Fray Diego. Recorrer la correspondencia de Meléndez es toparse continuamente con el nombre mágico de Fray Luis, su modelo y sus raíces. Persecución de sus textos, asimilación de sus sentimientos que se acomodan en el perfecto paralelismo de sus biografías. No oculta nunca esta deuda, ni son escasos los elogios. Una vez lo compara con Cicerón, otras muestra su deseo de hacer una edición completa de sus obras.

El invierno, como la noche, será el tiempo propicio para el retiro y la meditación. En la oda II, de las sagradas, «El invierno es el tiempo de la meditación», se desata su pensamiento en la reflexión sobre la vida. Así se ha superado la simple observación gozosa de la naturaleza para trascenderla al corazón reflexivo. No siempre sabemos si Meléndez piensa con el corazón o siente con la cabeza220.

La naturaleza, además de ser observada en las perfecciones que componen el paisaje, es también analizada en la magnificencia de sus astros. No es, sin embargo, su postura la del romántico que quiere, en un esfuerzo de genio y superhombre, alzarse a la altura misma de los astros, tutearlos, ser también él astro con luz propia. Hay en Meléndez una actitud de humildad y de admiración por la armonía del funcionamiento de las grandes lumbreras que le va a llevar por el camino de lo racional hacia Dios, Autor y Motor de la naturaleza. También subyace bajo esta postura el sentido admirativo de Fray Luis y nuestros clásicos, sobre todo Herrera, quizá revividos ahora por otros escritores europeos. En Dorat podemos encontrar poemas a la luna o los cometas, pero el espíritu se lo ha prestado a Meléndez el escritor agustino.

Su poesía astral quiere adoptar un tono cósmico, salirse del pequeño espacio de la tierra y acercarse a la vedada y misteriosa esfera de los astros. El sol en su grandeza recorre el universo dando vida a la tierra. Sol vivificador, como Dios: «¡Adiós, inmensa fuente / de luz, astro divino; adiós, hermoso / rey de los cielos, símbolo glorioso / del Excelso! [...]»221. La contemplación del firmamento en la noche serena le lleva a la observación del lucero madrugador, de las estrellas y de la luna. Leemos en Fray Luis:


Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado
en sueño y en olvido sepultado:
el amor y la pena
despiertan en mi pecho una ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
la lengua dice al fin con voz doliente.222



Y su primera exclamación se refiere a la grandeza, a la claridad y a la hermosura, que contrasta con su propia bajeza, no con un interés de anonadamiento, sino en un intento de producir una elevación de su alma. Meléndez en su oda «A un lucero» contempla y piensa a la vez («ejercicio de la mente / y ocupación de la vista»). Lo cual significa que describe y reflexiona. Destaca la armonía de los astros, cada uno recorriendo su camino en la perfecta esfera.


Pero sin jamás tocarse
siempre en acorde medida
desde que fue el tiempo, siempre
llevando las mismas vías.223



Sus indescifrables perfecciones, que ni la mitología, ni Copérnico o Newton definieron con mano segura, le llevan a hacerse multitud de preguntas y a acercarse nuevamente a Dios. «El Dios del universo aquí ha sentado / su corte entre esplendores»224 exclama al observar el firmamento tachonado de estrellas. Y grandeza tanta le lleva a decir con Fray Luis: «¡Ah!, siempre inmensurable / al hombre agobiará naturaleza, / abismado en su mísera bajeza»225. Sol, estrellas, luna, motivos de inspiración que Meléndez encuentra también en otro de sus poetas preferidos: Herrera. Quizá no pocas de sus primeras visiones de la naturaleza tienen su inspiración remota en el poeta sevillano camino del manierismo. La oda «A la luna» recoge alguna de estas influencias, aunque en Meléndez, al asociarla al sentido reflexivo de la noche, adquiere una mayor profundidad, sobrepasando los límites de lo puramente amoroso.


El congojado pecho
te adora humilde; su aflicción te cuenta,
y en muda soledad contigo alienta
cuando con voz doliente,
en lágrimas deshecho,
se lastima; y clemente,
para templar su duelo
tus ruedas paras en el alto cielo.
. . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Consoladora diosa,
luna, calma mis males!226



Así, el astro de la noche se convierte, como en Fray Luis, en confidente del que pena, cual nueva naturaleza animada.

La recopilación de todos estos poemas astrales podría ser el discurso III, Orden del Universo y cadena admirable de sus seres, escrito en 1795227, en el que la perfección total del universo lleva al poeta nuevamente a Dios: «Si, sí Jovino; el Bueno, el Inmutable, / el Poderoso, el Sabio, cuanto hiciera / lo enlazó en nudo y orden innegable»228. La divinidad se muestra patente en sus obras, y llama al «creyente racional» que es Meléndez con respuestas firmes que destruyen la posibilidad del ateísmo229.




Poesía reflexiva

Desde que Jovellanos insinuara a Meléndez su dedicación a una poesía menos intrascendente, él fue expresando a través de sus versos su pensamiento y los estados de ánimo en que se encuentra en las diversas situaciones de colisión con la realidad. El mismo Jovino alabó esta nueva disposición de Batilo en carta a don Antonio Ponz, tras su visita a Valladolid:

Su gusto actual está declarado por la poesía didascálica. Cansado del género erótico que tanto y tan bien cultivó en sus primeros años, y que era tan propio de ellos como de su carácter tierno y sensible, ha creído que envilecería las musas si las tuviese por más tiempo entregadas a materias de amor, y sin dejarlas remontarse a objetos más grandes y sublimes. En consecuencia emprendió varias composiciones morales llenas de profunda y escogida filosofía y adornadas al mismo tiempo con los encantos poéticos. Aseguro a Vd. que se las oímos recitar no sin sorpresa, porque a pesar de la inmensa distancia que hay entre esta especie de poesía y aquella en que antes se ejercitara, es increíble cuántos progresos ha hecho en ella cuánto promete para en lo sucesivo.230



Jovellanos, sin embargo, no anota algo que trasciende a la pura postura ante el hecho poético, y en este caso es la acomodación de la poesía a la propia vida de Meléndez, que de este modo justifica su posición filosófico-moral.

Sus versos van adquiriendo paulatinamente la reflexión de la madurez, a la vez que se convierten en índice de sus desconsuelos y desilusiones en su compromiso social. Meléndez es un hombre que ha hecho de sus ideales la razón de ser de su existencia; sin embargo, la sociedad le devuelve las sucias bofetadas de la incomprensión y la calumnia. De ahí le vienen las continuas melancolías que marcan su tono poético. Dolor y sentimiento que no son, pues, una postura vana o «poética». El poeta se apropia, entonces, de los pensamientos filosóficos y morales que son motivo de su reflexión. Y vienen a su mente, en vaivén de precisión de fuentes concretas o de vagas ideas de su subconsciente, los pensamientos de Rousseau, Young, Pope, Pascal, Fray Luis..., y de la tradición clásica y cristiana, que se configuran en sus meditaciones filosóficas.

Cuatro de sus Elegías morales describen la situación de tristeza de su vida. En la II, «El melancólico a Jovino», emplea Meléndez la mejor imaginería lúgubre, que recuerda su antiguo trato con Young, en la expresión de su sentimiento de postración: noche oscura, sombras fúnebres, lágrimas y ayes. Ni tan siquiera la invocación del tiempo feliz aporta un rayo de luz que alegre tan triste panorama: «Tú me juzgas feliz... ¡Oh si pudieras / ver de mi pecho la profunda llaga, / que va sangre vertiendo noche y día!»231. Ni el recuerdo de la amistad de Jovino sirve de lenitivo. Se ha aposentado la tristeza en su corazón, hasta convertirse en digno de lástima.


Sí, amigo, sí; mi espíritu, insensible
del vivaz pozo a la impresión suave,
todo lo anubla en su tristeza oscura,
materia en todo a más dolor hallando,
y a este fastidio universal que encuentra
en todo el corazón perenne causa.232



Dolor, tristeza, fastidio universal, melancolía, palabras que miran hacia el romanticismo233, pero que aquí son algo más que un juego literario. Si definimos al romanticismo solo por estos términos todas las vidas de todos los tiempos son románticas. Porque el dolor es consustancial a la vida del hombre. No es la postura de nuestro poeta, en esta ocasión, entreguista y ensimismado en el dolor, sino combativa en su espíritu y en sus actos.


¡Qué sedición, oh cielos, en mí siento,
que en contrapuestos bandos divididos,
lucha en contra de sí mi pensamiento!
Ora flaco el espíritu y rendido,
la espalda vuelve y parecer no osa;
ora carga triunfante y atrevido.
La razón huye tímida y medrosa;
síguela el sentimiento denodado,
y cual hambriento lobo así la acosa.234



Y en esta situación conflictiva el poeta siente su vida en el aire y busca clavos ardiendo donde agarrarse, que encuentra en varios medios, pero que esencialmente hallará en la virtud235. Pero dejemos de lado la virtud como solución de la desgracia, para seguir el orden de la lógica evolución de su pensamiento.

La primera postura es, sin duda, la más cómoda: la evasión al pasado. La anacreóntica XXIX, «Mis ilusiones», renueva la memoria de los días felices, para acabar «¡Feliz yo cuantas veces / me ofrece compasiva / las sombras mi memoria / de mis pasadas dichas!»236. Pero su espíritu herido quizá no puede soportar la evasión y pronto la transtemporalización se convierte en preocupación por el tiempo. La naturaleza le ofrece los mejores ejemplos de vanidad de las cosas en sus flores o en las hojas de sus árboles. La oda anacreóntica XXXII, «Del vivir de las flores», recuerda este viejo tópico que sonaría a Garcilaso si en Meléndez hubiera ahora una actitud gozosa:


Ah, por qué amables flores,
brilláis sólo un momento,
de las dichas imagen
y a las bellas ejemplo!
O naced más temprano,
o no acabéis tan luego,
y dejadle a mis glorias
el pasar como un sueño.237



Pero quizá la alegoría del poema Del caer de las hojas exprese con mayor majestad el sentimiento de temporalidad que anega al poeta en un momento de tristeza238.

Otro de los caminos de salvación lo encuentra el poeta en el estoicismo, que atraviesa toda la Literatura española. El senequismo le lleva a aceptar el dolor como algo natural e inherente a la naturaleza humana:


Que en orden inmutable
los casos ruedan de la vida humana;
y el hado inexorable
ya tiene decidida tu fausto vuelo o tu infeliz caída.
Cuanto en contrario obrares,
es cual si, opuesto a un rápido torrente,
nadando te obstinares
contrastar su corriente
o herir los cielos con tu altiva frente.239



Y éste es el consejo que da a Menalio o Delio en sus desgracias. Aceptar el sufrimiento es comprender que el hombre está hecho de esa mezcla de dolor y alegría. Porque el humano es esencialmente dualidad, Jano viviente, bien y mal.

Pero Meléndez acaba por hacer positivo el sufrimiento y quiere enfrentarse a la calumnia, que es la falsedad que destruye su vida y sus ideales, con la verdad y la virtud.

La verdad es la meta a la que naturalmente debe dirigirse el hombre («La mente / te busca inquieta y tus encantos siente»). Sin embargo, el racionalismo melendiano tiene una fuerte raíz ética, por eso no puede encontrar separadas virtud y verdad. En su oda filosófica V, «A la verdad», dice: «¡Oh augusta firme amiga / de la excelsa virtud!» ¿Qué es la virtud? Tiene un lado negativo que se expresa en la oposición a los bienes mundanos: orgullo, riqueza, lujo... Pero, sobre todo, tiene un valor positivo que se expresa en la amistad240 y en el amor:


La grande ley que vivifica todo
es el común amor; ama a tu hermano
ama a la patria y ama
todo el mundo, de modo
que antepongas al Dueño soberano,
que bienes tantos sobre ti derrama.241



Y la virtud se expresa también en la realización de todos los bienes morales. En ello encuentra el hombre su deleite, su agrado. Porque, tal como titula su discurso El hombre fue criado para la virtud, y sólo halla su felicidad en practicarla242.

En la expresión de todos estos pensamientos hay dos fuentes principales a las que acude Meléndez. A Fray Luis, en su motivación; y a Pope en muchas de las ideas que expresa. El poeta inglés gozó de las preferencias del magistrado ya en época temprana. En una carta de 1778, dirigida a Jovellanos, leemos:

Pope en este verano me ha llenado de deseos de imitarle, me ha puesto casi a punto de quemar todas mis poesías; he visto en él lo que tantas veces V. S. me ha predicado sobre el estilo amoroso: más valen cuatro versos suyos del Ensayo sobre el hombre, más enseñan y más alabanzas merecen, que todas mis composiciones: conózcolo, confiésolo, me duelo de ello, y así paula majora canamus.243



De Pope le viene, pues, esta profundización en el corazón del hombre, en su propia identidad244 y la ascensión hacia Dios. Porque la búsqueda de la virtud acaba dando a la poesía de Meléndez un sentido religioso y transcendental. Es entonces cuando el poeta comienza a encontrar en la Biblia los temas que mejor expresan su intimidad. Con la seguridad de la verdad, de la virtud y de Dios sabe el poeta que los que le calumnian no pueden vencer. La oda XX, «Prosperidad aparente de los malos», tiene la entonación de un salmo davídico. Recuerda también los versos de Fray Luis a don Pedro Portocarrero: «No siempre es poderosa, / Carrero, la maldad; ni siempre atina / la envidia ponzoñosa...»245. Con ellos piensa que el justo acabará siendo reconocido como tal. Por el poeta recobra poco a poco la confianza en sí mismo, la paz que se encuentra en una conciencia limpia246.

No cabe duda que la inocencia de la virtud aproxima al poeta a Dios. Y siente su presencia en las cosas pequeñas, con espíritu franciscano o rousseauniano, y en la magnificencia del Universo. Y sabe que su paternidad produce la fraternidad universal, con lo que el espíritu racionalista de la igualdad y fraternidad se cristianiza.


Todos tus hijos somos;
el tártaro, el lapón, el indio rudo,
el tostado africano
es un hombre, es tu imagen y es mi hermano.247



Dios se convierte entonces en la raíz de la existencia y Meléndez dirige su indagación hacia la divinidad. La osadía de querer comprenderle directamente es imposible, tal como se observa en la oda VIII, de las sagradas, «Al ser incomprensible de Dios»


Santo Jehová, cuya divina esencia
adoro, mas no entiendo
cuando su influjo y celestial presencia
dichoso estoy sintiendo.
Mientras más te contemplo y con más ansia
te sigo, más te alejas,
y tu bondad inmensa y mi ignorancia
tan sólo ver me dejas.248



Es preciso volver nuevamente al camino de la naturaleza, o al del contraste (el hombre imperfecto frente al Dios perfecto). Significa esto el fracaso de la razón ante el conocimiento de Dios. El Ser inmutable, el Supremo..., calificaciones de la divinidad que hicieron pensar a algunos injustamente en su filiación masónica, ceden paso al Dios bueno, la Providencia... Esto y el recurso de la naturaleza como vía de conocimiento le llevan a adoptar una postura donde se junta la razón y el sentimiento, adoptando una posición intuitivo-racional. Todo ello podemos encontrarlo en pasajes bíblicos o en los libros de Rousseau, con su deísmo sentimental, pero importa, sobre todo, observar esta actitud de Meléndez, que nos llevaría a enjuiciar la religiosidad del siglo XVIII.

Tampoco podemos olvidar cómo con frecuencia las reflexiones acaban en serena oración, plegaria que unas veces sale libre del corazón y otras encuentra sus voces en los salmos. La oda XII, «La tribulación», es una oración en la que Meléndez hace una paráfrasis del salmo 22 «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?».

A través de todos estos caminos el poeta quiere hallar la paz en la persecución. Y en esta reflexión viene la añoranza del sosiego que el poeta encuentra en la noche o en el invierno; y el recuerdo, más veraz que nunca, de la vida del campo y huida de la Corte:


La falsa corte y novelero vulgo
desdeña el numen; los tendidos valles
y el silencio le agrada,
y la altísima sierra al cielo alzada.
En ocio y paz de la verdad atiende
allí la augusta voz, el alma dócil
su clara luz recibe,
huye el error y la virtud revive.249



La naturaleza ya no solo es el gozo, sino el refugio frente a la destrucción y agresividad de la Corte.





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