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Modestas reflexiones sobre la creación de la Biblioteca de la escuela n.º 1 del asteroide B612

Carlos Silveyra






[I]

Supongamos que, por alguna de las tantas razones que asoman, amenazantes, por el horizonte, debemos abandonar este acogedor planeta azul que fuera patria de Einstein, Mozart y del Arcipreste de Hita. Hagamos cortas las despedidas. Después de todo nos llevamos puesta la cultura.

Pues hete aquí que en aquel sitio no, porque hay mucho metano; que en ese otro tampoco porque, en comparación con estos fríos, la vieja y vilipendiada Siberia resulta caribeña; que más allá tampoco porque algunos agnósticos que tenemos por acá no creen en él... Y entonces, como quien no quiere la cosa -aunque sospecho que no por casualidad- , vamos a dar con el Asteroide B612. ¡Sí, aquel famoso cuerpo celeste cuya existencia comunicó un astrónomo turco -desgraciadamente no conservamos el nombre de este científico de un noble país periférico- en el Congreso de Astrónomos de 1909! Por lo pronto, así lo registra Antoine de Saint Exupéry en El Principito.

Ya instalados, abreviando ceremonias e introducciones, advertimos que los niños andan en medio de todo y a todas horas. ¡Fíjate por donde vas! Entonces recordamos que ya el bueno de Antoine nos había advertido de que este asteroide era pequeñito. Minúsculo, digo ahora que lo conozco. Y los críos que corren y gritan, gritan y corren... ¡Un poco de cuidado, chaval! Y somos varios los que comenzamos a cantar entre dientes aquello de Serrat: «Niño, deja ya de joder con la pelota...»

Propuse, entonces, una reunión esa misma noche para conversar sobre este tema acuciante. Dejamos todo y comenzamos a andar. A los pocos pasos ya estábamos del otro lado del asteroide; es decir, ya estábamos en medio de la penumbra de la noche. (Esto de la pequeñez también tiene sus virtudes: puede ser el paraíso del insomne o la tierra prometida del fatigado crónico.)

De inmediato comenzó la asamblea. Las voces coincidían como en un coro de catedral. ¿Qué hacer con los niños, futuro de este bendito asteroide?

Alguno sugirió retomar aquella idea de Juan José Arreola, expuesta en Baby HP: aprovechar la energía infantil y convertirla en electricidad para aclarar las tinieblas nocturnas. El silencio se tragó la iniciativa.

Pronto, muy pronto, apareció la idea salvadora. Un hombre de cara alargada y gafas pequeñas, pidió la palabra con timidez, carraspeó, y propuso:

- Ejem... ejem... Esto... Y, digo yo... si mientras tanto, ¿vale?, ejem... si por ahora, ¿no es cierto?... ¿y si reinventamos la escuela para contener a los niños?

Aprobación inmediata por unanimidad y aclamación. No se arrojaron sombreros al aire, como en las viejas películas de vaqueros, porque los asambleístas temían perderlos en el espacio exterior (la gravedad es aquí un bien escaso; en todos los sentidos, ya veréis).




II

La Comisión organizadora de la Escuela N.º 1 del Asteroide B612 -todos sabíamos que jamás habría una N.º 2, pero bueno... así nos dábamos cierto aire- comenzó a tener entusiastas reuniones de trabajo.

La primera resolución fue ponerle dos puertas, la de entrada al este, la de salida orientada hacia el poniente. Alguien argumentó: así los niños, a la salida, cenan, miran un rato la tele y se acuestan. Varias voces airadas le recordaron que, afortunadamente, la televisión había quedado en el planeta Tierra y que, vaya uno a saber, si todavía existía... De todos modos se aprobó lo de las dos puertas para que corriera el aire.




III

La segunda resolución fue poner en el centro del edificio la biblioteca. Nada de biblioteca en la última planta o en el quinto sótano. La biblioteca, con una superficie equivalente a la de todas las aulas sumadas, se construyó en el centro de la planta principal. Nada de trastero reciclado en biblioteca.

Aprovechando que otros compañeros habían logrado orientar la lluvia hacia las tierras de regadío, una vez que nos aseguramos que sobre la escuela jamás llovería, decidimos que la biblioteca no tuviera techo. De ese modo aprovechamos la luz natural y, de paso, hacíamos posible que corriera el aire, fresco, saludable. Nada de bibliotecas casamatas herméticas cual cuento escrito por un psicótico en arameo antiguo.

También resolvimos que el suelo debía estar cubierto por moqueta y ser, en algunos sectores, liso, plano, y en otros, cual Capricho de Paganini, con irregularidades varias: pequeñas depresiones, diminutas montañas romas, oquedades como cavernas, cerros que permitieran leer sentados en la cima, por si un lector deseaba convertirse en un oteador de caras pálidas o de indígenas patagónicos. Es decir: basta de bibliotecas donde todos leen sentados en una mesa con una inclinación de 45 grados, cada cual con su lámpara de cristal verde, uno al lado del otro, regimentados; basta de lectores de Tiempos Modernos, de The Wall; basta de autómatas de la lectura, como aquellos que leían en voz alta frente a la clase, los pies juntos, con la mano izquierda sosteniendo el libro y la derecha pronta para pasar la página. Lo dicho: que cada cual lea a su aire.

Basta de bibliotecas con bibliotecarios instalados en un pan óptico, vigilando como en una cárcel, cuidando de que no se fuguen los libros o, tal vez, alguno de esos escasos reclusos-lectores.




IV

A esa altura de las circunstancias se nos ocurrió que debíamos preguntarnos -y va de suyo, apuntar las conclusiones- cuáles deberían ser las funciones de una biblioteca escolar. Ya no como en el viejo y añorado planeta Tierra, donde una serie de disposiciones, escritas o consuetudinarias, nos condicionaban, sino en este espacio nuevo, carente de normativas, de enchufes, de acuerdos tácitos y de normas de gobernabilidad. Un mundo sin leyes que determinan y luego se justifican en un ser nacional. Un mundo vacío, en el que no debíamos usurpar nada a nadie; y sin embargo, un mundo cuyo resultado sería responsabilidad nuestra. (Continuando con Saint-Exupéry, ¿recordáis aquella manía por mantener limpios los volcanes, verdad?).

En este diminuto mundo -deshabitado y deshabituado- carecíamos del respaldo, de la tranquilidad que dan las normas, las tradiciones, los procedimientos repetidos una y otra vez. Nadie podía aducir: «¡...si siempre se hizo así!». Nadie podía cobijarse en «pero si esto lo dispuso de este modo Alfonso el Sabio». Nadie podía, temblequeando, temer que tal o cual sindicato, gremio o confederación amenazara con una huelga salvaje por tiempo indeterminado. Pero eso, precisamente eso, nos daba una oportunidad única: iniciar la tradición, ver cuáles son las normas útiles, de las que permiten crecer y no de aquellas que encorsetan.

En concreto, a falta de ordenador e Internet, fueron muy buenas unas cuartillas y un bello lápiz de grafito 3B para tomar nuestros apuntes.

Resultó lo siguiente:

Funciones de la Biblioteca de la escuela n.º 1 del Asteroide B612.

Entendemos que la biblioteca es una dependencia muy importante en la escuela. Que es como el corazón del lugar, un órgano que con su trabajo mantiene activo a cada uno de los demás órganos (aulas, gabinetes, despachos, etc.) y que se nutre con las aportaciones de cada uno de ellos.

Así señalamos las siguientes funciones principales.

1. Aportar materiales para saciar la sed de conocimientos. Es decir, debe aportar recursos y servicios para el aprendizaje.

En consecuencia, ha de disponer de materiales tan variados como sea posible en todos los soportes existentes y en todos los idiomas que se hablen en este bonito asteroide.

No importa que nosotros, adultos habitantes del mismo, no advirtamos la necesidad de tener en un anaquel un libro sobre las vendas de las momias egipcias o sobre el sistema de momificación de los Incas; las criaturas humanas -esos peques- poseen tales características que alguna vez alguna niña o algún niño se preguntará por las momias y sus vendas. En ese caso no nos debe suceder que:

  1. no tengamos ningún libro sobre esto;
  2. que lo tengamos aunque su información no sea fiable desde el punto de vista científico o que su escritura no haya tenido en cuenta que ese libro sería leído por un chico;
  3. y este es el caso más grave: que tengamos el libro adecuado pero que lo ignoremos.

En virtud de esto debemos designar como bibliotecaria o bibliotecario de nuestra escuela a la persona más curiosa del asteroide, aquella a la que nada de lo humano (e inhumano) le sea ajeno; que sea muy buena lectora -para sí y para los demás, esto es, por motivos profesionales, en ese orden- y que sea lo suficientemente ordenada y sistemática como para establecer un orden y un sistema sostenido en el tiempo. Una persona que comprenda que cada lector, sea niño o adulto, es diferente de todos los demás. Es decir, una persona que no adocene y unifique, sino todo lo contrario, que advierta gozosa las sutilezas de la singularidad de las personas.

2. Promover la lectura fuera de la escuela. Provocar sed de lectura.

La principal función estratégica de la biblioteca escolar es lograr que sus usuarios amen la lectura. Que les dé placer leer. No solo en el ámbito escolar, porque muchas veces quienes leen en las escuelas no son lectores sino ni ñ os obedientes, como bien lo habíamos aprendo en la Tierra; que lean con entusiasmo tanto dentro como fuera del colegio. Que elijan leer cuando tienen un tiempo libre y no regulado por la escuela o sus profesores.

Para ello el bibliotecario ha de ofrecer libros en préstamo, tal vez no a todos y desde el primer momento, tal vez sea bueno lograr que sean ellos mismos quienes pidan el préstamo, quienes deseen leer. Tal vez debiéramos «amenazarles» con no prestarles, para darles a esos niños la oportunidad de luchar por ellos mismos.

La labor imprescindible, en este punto, es la de hablar sobre los libros que se presume que a «este» niño le gustarán; con entusiasmo, con convicción, como un publicitario, para «venderle» ese libro a ese niño.

También el bibliotecario ha de tener en cuenta que debe ofrecer tanto libros de ficción como no ficción, desplegar el abanico que contiene muchas ramas posibles: información (en sus múltiples variantes) y literatura (novelas, cuentos, teatro, poesía) y todos los géneros híbridos recientes. Libros con texto y libros que cuentan el texto a través de las imágenes y sin usar palabras. Libros así y asá. De aquí y de allá.

3. Dar a conocer sus materiales diversos.

El bibliotecario escolar -en este diminuto asteroide o en Júpiter, si allí los hubiere- debe buscar al lector, tanto al viejo como al nuevo, fuera de la biblioteca. Porque si no lo hace, corre el riesgo de ser apenas un distribuidor de un fondo dentro de un club de amigos ya ganados para la causa de la lectura (o para agradar a los adultos). Y, a su vez, debe abrir la biblioteca para los no escolares. Esto es, si la biblioteca es de la escuela debe satisfacer las necesidades de todas las personas vinculadas a ella: profesores, autoridades, personal de mantenimiento, de limpieza... y ¡las familias! Padres, abuelos, hermanos mayores o menores, tíos, primos y todos los etcéteras que se os ocurran.

En este asteroide hemos de abrir la biblioteca fuera del horario escolar: haremos presentaciones de nuevos libros, tertulias, conferencias, mesas redondas, clubes de lectores. Tendremos siempre una pequeña exhibición de libros destacados, sean novedades o no, para que se vean y se deseen. Las selecciones pueden ser por temas (quincena de los monstruos, quincena de casamientos y divorcios, quincena de la selva, quincena de los dinosaurios, quincena para partirse de risa leyendo, quincena de las adivinanzas y colmos, quincena de los libros para entender el sida o la bulimia o la anorexia o...), por especies (quincena de la poesía, quincena de las novelas largas, quincena del teatro para leer, etc.), por novedades (quincena de los mejores libros del trimestre) u otras (quincena de pelis basadas en novelas famosas, quincena de los libros para bebés, etc.).

El entorno lector -es decir, los profesores, la familia y cuanto adulto rodee a los niños- colaborará decididamente para que ellos aprecien la lectura. Aquí y en Ganímedes.

Y esto que acordamos fundamentalmente para los libros también lo hacemos extensivo a otros soportes. Soportes existentes hoy en nuestro asteroide y aquellos que inventaremos o traeremos de otros cuerpos celestes.

4. Establecer el primer vínculo entre los niños y las bibliotecas.

Es preciso tener en cuenta que el primer vínculo de un niño con la biblioteca como institución suele establecerse en la biblioteca escolar. Así sucedía en nuestra recordada Tierra y es probable que cuando establezcamos nuevas colonias espaciales vuelva a repetirse. Sentir la biblioteca escolar como un refrigerador -o sea, el sitio donde encontramos aquello que sacia la sed y/o el hambre- es un objetivo absolutamente pedagógico: aunque parezca una trivialidad es fundamental abrir esos apetitos.

Si logramos que nuestros niños se sientan cómodos en la biblioteca de la escuela, es más, si es un sitio al cual ellos desean ir, estamos construyendo sólidamente ese vínculo. Para lograrlo no es preciso poner música al disparatado volumen de los recitales terrícolas ni que los bibliotecarios intenten superar a Gaby, Fofó y Miliki, ni que canten a voz en cuello aquello del «tractor amarillo» todo el tiempo. Tampoco debemos estar eternamente manipulando títeres, proyectando vídeos u otros formatos disponibles.

La biblioteca debe ofrecer un tono festivo, alegre, acogedor, pero respetuoso de quienes están leyendo o buscando qué leer. Los libros son estupendos: tengamos confianza en la potencia de los libros mismos y no busquemos estímulos excitantes por fuera de ellos. Pongamos carteles bonitos, coloridos, construyamos sitios para que cada lector lea en la posición que más le guste y todo aquello que se nos ocurra. Pero una biblioteca es una biblioteca y un circo es un circo. ¡Por los anillos de Saturno!






Epílogo

Una vez consensuado este puñado de funciones y ya puesta -exitosamente- en funcionamiento nuestra Escuela N.º 1, por supuesto con nuestra biblioteca -corazón escolar latiendo a pleno-, comisionamos a uno de los nuestros para que ponga sus nombres y apellidos al pie del texto, haga un rollo con este papel, lo coloque dentro de una botella vacía, la tape y selle con lacre u otro elemento que garantice la inviolabilidad, y arroje al espacio la botella para que en otra colonia humana o para que los habitantes nativos de otras estrellas, sistemas o galaxias, se adueñen de estas reflexiones sobre la biblioteca escolar si es que les pueden ser útiles para seguir viviendo humanamente en cualquier mundo.

Ojalá que así sea.



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