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ArribaAbajoPersonalidad literaria del presunto perjudicado

En primer lugar, se ha, confundido a dos escritores de apellido Berisso, argentinos ambos.

Luis Berisso (1866-1944), citado por Henríquez Ureña ocho veces en su Breve historia del modernismo era el único que no hacía versos en el grupo modernista que rodeó a Rubén Darío... lo que no le impidió traducir magistralmente «Belquis» de Eugenio de Castro, con prólogo de Leopoldo Lugones. Como Luis Berisso era el Mecenas del grupo -prosigue Falconí Villagómez- costeó la edición de Montañas de oro del gran poeta de Córdoba... Es a quien nombra el genial poeta charotega en su autobiografía, o La vida de Rubén Darío, escrita por él mismo (17). En Prosas profanas, prólogo de Rodó, o en Poesías completas de Rubén Darío - Aguilar 1949- en la sección «Varia», la composición «El poeta pregunta por Stella» está dedicada a Luis Berisso.

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Es a éste a quien Rubén Darío «amaba», según comentario de Alejandro Carrión (13).

Emilio Berisso (1878-1922) fue dramaturgo. Hacen de él referencia: Luis Alberto Sánchez en Nueva historia de la literatura americana, como autor de la popular tragedia Con las alas rotas (1917) y de El germen disperso (1919); Henríquez Ureña en Las corrientes literarias de la América Hispánica, también como a uno de los principales dramaturgos del grupo argentino; y Alfredo Bianchi en 25 años de teatro argentino: Breve reseña histórica, cuando dice que la obra de mayor éxito durante ese año (1919) fue el drama de Berisso Con las alas rotas, que llegó hasta las doscientas representaciones sucesivas, «caso único en la historia de nuestro teatro» (12).

Su obra lírica se encuentra en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, catalogada con el número 99154, como lo estableció Ángel Isaac Chiriboga. El ejemplar de A la vera de mi senda tiene dedicatoria del autor fechada el 1.º de marzo de 1915 y prólogo de Guillermo Stack, del año 1914. La obra se divide en varias partes: en la segunda, «Spleen» figura como primera poesía, precedida de un verso de Teófilo Gautier: «Ils auraient pu du moin s'epargner le voyage» (2).

Los juicios son antagónicos respecto a la personalidad literaria del dramaturgo Berisso: apasionados o serenos, esos juicios previos son los que orientarán, en definitiva, la crítica: si documentados, la conducirán a la verdad; si errados, la desviarán lamentablemente. Para Alejandro Carrión, quien confundió a los dos escritores argentinos, «fue uno de los más finos poetas rioplatenses de la generación modernista. Espíritu exquisito, llevado a un final trágico por una suerte impiadosa, dejó para su Patria un rico joyel de auténtica y delicada poesía. Rubén Darío lo amaba. Su temperamento estaba muy cerca del de nuestros poetas de la generación decapitada. Se diría un miembro del grupo...» (7).

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Francisco Guarderas aprecia que «fue figura a quien bastaba la obra propia para tener prestigio y autoridad respetabilísima»; que sus producciones son «de gran calidad, reveladoras de un gusto fino y depuradas en excelentes filtros de cultura» (14).

Abel Romeo Castillo establece que «... Emilio Berisso es reconocido como uno de los principales dramaturgos del grupo argentino, de la segunda y tercera décadas del presente siglo; pero no figura como poeta en ninguna antología de su propio país, ni su libro de poemas A la vera de mi senda se halla mencionado en historia literaria alguna de Argentina» (12).

Y Falconí Villagómez insiste en que el nombre del dramaturgo «no aparece en ninguna antología lírica del Plata; ni siquiera en la Historia de la literatura americana y argentina arreglada por Estrella Gutiérrez y Suárez Calimano, con prólogo de Arturo Capdevilla y adoptada como texto oficial en los colegios y liceos de Buenos Aires, que alcanzó su décima edición en 1940» (17).

Con fundado juicio literario se puede, pues, aseverar que el popular dramaturgo Emilio Berisso no ocupa lugar alguno de relieve en la lírica argentina, menos aún en la continental. El análisis crítico posterior evaluará la calidad de su obra A la vera de mi senda frente al diáfano horizonte emotivo de Romanza de las horas de Noboa Caamaño.



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ArribaAbajoEl ambiente y los hechos

Para salvar firmemente todos los escollos y todas las facetas negativas y avanzar con confianza por el sendero de la convicción, débese apelar, ante todo, al testimonio contemporáneo y, en especial, al de los camaradas de nuestro poeta, en vista de las circunstancias en que la vida física y creadora del poeta se desenvolvieron y lograron su plenitud, en un escenario de amistad y de intelectualidad íntima y selectiva.

Existió en Quito, afirma quien fue amigo fraternal y preferido de Ernesto Noboa (16-19-20), en la ciudad Capital, que aún no había despertado del plácido sueño colonial, por los años 1910 y 1911; el bar Fígaro, al costado occidental de la calle Guayaquil entre la Olmedo y la Mejía. En una noche «municipal y espesa» departían en aquel local bohemio el amigo y el poeta: la conversación versó, quizá como siempre, sobre el desabrimiento del medio ambiente nacional tedioso y opresor y el punzante y latente anhelo de emigrar, tema que el poeta «frecuentemente lo expresaba   —337→   con la sutilidad de su talento y de su estro poético, siempre en emoción de vuelo». La continuidad de la charla le inspiró; solicitó a un mozo del bar papel y lápiz y escribió un verso, que lo tachó; y luego el soneto, que más tarde se tituló: «Emoción vesperal», dedicado «A Manuel Arteta, como a un hermano»; firmó el poema con sus iniciales y entregó el original al amigo. Como en los versos primero y segundo del primer terceto se repetía el adjetivo ignotos, dictó una corrección cambiándolo por remotos en el verso primero; enmienda que, escrita por su compañero, consta en el autógrafo.

No era nada extraordinario el ambiente en que se abrió la flor de loto de «Emoción vesperal» con decadente ritmo de inconformidad. Ante Arturo Borja, fallecido en 1913, varias veces recitó Noboa el soneto en el grupo que, entonces, llamaron de «los pelucones», cuya peña halló otro albergue en el Café Central, al costado oriental de la carrera Venezuela; entre las calles Chile y Mejía. En este cafetín, donde la bohemia hilvanaba espiritualidad, humorismo y tristeza, ocupaba el grupo la mesa número 8, por lo que, luego de la trágica desaparición de Borja, la superstición impertinente dio a ese número «un sentido cabalístico» y forjó la leyenda de que el círculo trasnochador se había constituido en una secreta sociedad de «amigos de la muerte» (16). Tiempo antes y en similar escenario fraternal, luego de un ágape suntuoso y emotivo en casa de un camarada (19), nació «Hastío», cuyo autógrafo se reproduce ahora dedicado también al mismo amigo, para constatación de quienes puedan dudar de aquél otro de «Emoción vesperal».

El soneto en cuestión lo escribió, por tanto, Noboa, por el año 1910; Borja lo conoció antes de su muerte; por esa época lo recitaban, en los más variados cenáculos, tanto el propio poeta, como sus compañeros e intelectuales contemporáneos, en las calles y en los cafetines, a la luz del candil y el ojo torvo de la gotera o en las refinadas veladas de la aristocracia capitalina (17).

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Al hablar del grupo, desde París, introspectivamente, Gonzalo Zaldumbide reconstruyó la diaria escena, en este magnífico relato de su introducción a las poesías de Medardo Ángel Silva: «Agitábalos líricamente un caos de aspiraciones estético-voluptuosas. Mas, un solo anhelo brotaba de ellos como de fuente inexhausta: ¡salir del cerco de montañas, salir de ese rincón del mundo al mundo del arte, de la pasión y la aventura literaria!... La literatura más exclusiva, la modernísima poesía, la sombría magia de la morfina, eran para ellos modo de expatriarse, de perder contacto con los demás y con la realidad, de segregarse del medio tenido por irremisiblemente inferior y bárbaro, y de barbarie sin prestigio alguno, pues ya la inventariada o inventada por literaturas civilizadas érales más de su agrado que las obras maestras de la cultura clásica, por lo demás ignoradas o preteridas con juvenil desenfado».

Y fue también por esa época que Noboa empezó a publicar sus producciones: la mayor parte en Letras, como lo atestigua su ex director Isaac J. Barrera. Muchos de sus poemas ni siquiera llegaron a ver la luz, aún cuando se conservaron varios en la memoria de sus compañeros (3-4). Jorge Carrera Andrade, nuestro máximo lírico contemporáneo, le oyó recitar, poco tiempo antes de su muerte, un precioso poema «Cisne negro», cuyo original no pudo encontrarse al revisar sus papeles, pese a que entre éstos aparecieron dos sonetos, uno que se lo publicó en Caracas y otro en Guayaquil (19).

Ya en trance de vida, la cadencia impecable de «Emoción vesperal» sacudió las fibras sentimentales del terruño. Un compositor autóctono lo musicalizó en pasillo (19-17), y la melodía, en voz de mujer nocherniega y bohemia, tejió, desde entonces, en la rueca de la desesperanza, el velo opalino de la melancolía.

Por esa misma procedencia (de oídas) Falconí Villagómez conoció el poema y lo publicó en la revista   —339→   Renacimiento de Guayaquil, en el primer número, de julio de 1916 (pág. 19); mas «no como obra reciente» sino como una producción ya vivida y sentida de tiempo atrás (4). Previamente, Falconí anunció al poeta su propósito y le pidió que bautizara al soneto: Noboa sugirió dejarlo sin nombre, prefiriendo como título el primer verso (21). Acerca de esta tácita autorización para la publicación de «Emoción vesperal» disiente Guarderas en su artículo periodístico aparecido en El Comercio de Quito (14).

Como era una versión memorizada, al reproducirse en Renacimiento se cambió la frase «sin rumbo cierto» por «con rumbo incierto». Un ejemplar de la revista envió Falconí a Noboa y el editor recibió posteriormente de éste otros tres sonetos inéditos: «Las danaides», «Vivo galvanizado...» y «5 a. m.».

Al pie del poema consta una intencionada nota de la redacción de la revista: «En estas páginas queremos hacer al público la revelación de unos versos suyos que se mantenían inéditos. Oídos, primero, recitar armoniosos de su voz en un café de la capital, donde se reunía media docena de muchachos soñadores y artistas y donde intimamos también con el poeta; oídos, después, de la boca cantarina de una adorable Mimí Pinzón, la musa tutelar de aquellos bohemios, una musa un tanto pálida y ojerosa, y otro tanto sentimental y artista, que a las armonías del verso supo unir las del instrumento y su garganta, hubimos de aprenderlos y grabarlos, hasta que no vacilamos, ahora, en darlos a conocer definitivamente. Quizá no será de todo el gusto del poeta esta publicación; pero nosotros, amigos y ex camaradas suyos, preferimos sacrificar cualquier resentimiento pasajero a permitir que se pierda entre tantas joyas anónimas que de esa clase existen, resolviendo engastar ésta en Renacimiento, que sabrá guardarla lo mismo que un artístico cofre bizantino» (12).

«Lo curioso es -y admirémonos con Nicol Fasejo- que todo este avispero... se haya producido   —340→   casi al medio siglo de haber sido escrito y a los cuarenta años de haber sido publicado en Renacimiento en el mes de julio de 1916... Renacimiento tenía amplio canje y completa difusión en el Sur del Continente, y sosteníamos correspondencia con los poetas de las márgenes del Plata, entre los que sólo citaremos a Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Alejandro Sux, Vizconde Lascano Tegui, Jaime Olombrada, Rafael Alberto Arrieta, Ernesto Morales, etc., además del grupo de «Los diez» en Chile y de «Colónida» en el Perú. Pues bien, nunca pusieron en tela de juicio la autenticidad ecuatoriana del soneto» (17-21).

Autógrafo



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ArribaAbajo Confrontación cronológica

A base de los datos anteriores y de otros constantes en diversas fuentes bibliográficas y anecdóticas, es posible trabar para «Emoción vesperal» un engarce cronológico indiscutible.

Noboa escribe el soneto innominado en 1910 y lo autografía y firma con iniciales.

Desde entonces se lo recita en cenáculos literarios y bohemios.

Un autor anónimo lo musicaliza con melodía de pasillo y se integra al cortejo de folclore autóctono, al trascender al pueblo, luego de laboriosa gestación.

Falconí Villagómez, con aquiescencia tácita del autor, lo publica en julio de 1916, en la Revista Renacimiento de Guayaquil, con una nota editorial reveladora de su origen.

La primera edición quiteña de la obra lírica de Noboa, Romanza de las horas, se publica en la imprenta   —342→   de la Universidad Central de Quito el 5 de agosto de 1922, con un tiraje extraordinario de 38 ejemplares de lujo. Dirige la edición el hermano político del poeta, don Cristóbal de Gangotena, «su hermano, su admirador, su amigo, el Cirineo de sus dolores», según confesión de Guarderas (22) y quien, al decir del mismo, «arrancó a Noboa sus papeles y le hizo le dictara aquello que aún se hallaba extraviado». La versión de «Emoción vesperal» no es copia del autógrafo original entregado a Arteta sino de otra repetida por Noboa (19).

La Revista de la Casa de la Cultura Ecuatoriana lanza en 1945 la segunda edición, simultáneamente a una separata, titulada Páginas de antología, con prólogo de Pedro Jorge Vera; y ya antes Benjamín Carrión da a conocer en Chile, en 1937, otra Antología en la que se incluye el soneto en cuestión.

Bajo los auspicios del Municipio de Quito y del alcalde de la ciudad se publica Romanza de las Horas en el volumen I de la Antología de la moderna poesía ecuatoriana (Medina Hermanos) (1949) en donde se reproduce la copia fotostática del autógrafo original (8-9).

A más de estas ediciones fundamentales, «Emoción vesperal» es cita obligada, jalón preestablecido e imprescindible cuando se trata de analizar la lírica inconfundible de Noboa.



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ArribaAbajo Personalidad humana y literaria del sindicado

Se podría ya establecer, con los antecedentes de testimonios y opiniones expuestos, un criterio literario definitivo; pero creo menester abundar aún más en el examen interno de la cuestión. Para ello me ayudará la presencia espiritual del poeta, el contacto más íntimo y directo con su vida y su personalidad.

Ernesto Noboa Caamaño (1889-1927) nació en la ciudad de Guayaquil, en la esquina de las calles Nueve de octubre y Pichincha (5). Con la de sus otros tres hermanos, su partida de bautismo desapareció de la parroquia de La Merced en el incendio del 5 y 6 de octubre de 1896. Murió en Quito, capital de la República: copia certificada de la defunción envió un hermano suyo al genealogista Pedro Robles Chambers, con carta de 2 de septiembre de 1953 (11). Le asistió en su lecho de muerte la señora Letty Castillo de Saavedra (11) y junto a su tumba le despidieron el entonces Secretario de la Legación de Chile,   —344→   Jorge Hubnes Bezanilla y el poeta Jorge Carrera Andrade (5).

El grupo de sus amigos fue siempre numeroso: intelectuales y bohemios solidarios en el destino, primero bajo la égida sugestiva y nebulosa de Arturo Borja y la presencia escurridiza del cartujo y decadente Humberto Fierro; y, más tarde, al calor del acogimiento juvenil de una brillante camaradería intelectual (19).

Sin excepción alguna todos los críticos nacionales y americanos destacan su valor poético en la generación literaria de 1910 que, con acierto muy suyo, llamó «decapitada» el ensayista Raúl Andrade: Gonzalo Zaldumbide en el prólogo a las Poesías escogidas de Medardo Ángel Silva (París, 1926); Isaac J. Barrera en la Historia de la literatura ecuatoriana: los poetas de 1910 (Quito, 1955), Augusto Arias, en Panorama de la literatura ecuatoriana (Modernismo) (Quito, 1936), Benjamín Carrión en Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea (Santiago de Chile, 1937), Raúl Andrade en Retablo de una generación decapitada (1937 -1938), César Andrade Cordero en Ruta de la poesía ecuatoriana contemporánea (Cuenca, 1951), Jorge Carrera Andrade en Guía de la joven poesía ecuatoriana, J. A. Falconí Villagómez, Abel Romeo Castillo, etc.

Dice Gonzalo Zaldumbide, uno de aquellos y altísimo: «Recitaban en todas partes (los mozos de esa constelación) como una antífona un nostálgico soneto del poeta más puro y mejor de entre ellos, del doliente, fino y tan querido Ernesto Noboa Caamaño, el soneto de la partida sin rumbo cierto, del desorbitado afán». «Jefe de un clan heterogéneo y pintoresco, describe Raúl Andrade... su porte señorial, sus trajes bien cortados, el triple prestigio de su talento, de su palabra y de su nombre, han hecho de él un ídolo laico y triste, venerado en la hornacina de la noche...».

«Noboa era un aristócrata de la forma y de la vida -resume Falconí Villagómez-. En materia de corrección   —345→   podría dar lecciones a cualquiera; y era tal su desprendimiento que hubiera regalado de buenas ganas aquel soneto («Emoción vesperal») a un extraño, si consideraba que eso lo haría feliz y sin que perdiera un ápice la importancia y perfección de su obra lírica» (17).



Francisco Guarderas recuerda los divertimientos cínicos del grupo, con sobrada sinceridad: «A la sazón, muy jóvenes todos, reíamos, jugábamos con la parodia irrespetuosa y hasta con la indisimulada imitación. Ernesto Noboa nunca incurrió en tales desafueros... ninguno en el grupo fue más probo, más serio, más circunspecto en el orden intelectual...» (14).

«Noboa Caamaño, comenta Alejandro Carrión, era incapaz de nada bajo, de nada ruin, y era lo suficientemente gran poeta para no robarle nada a nadie...» (7).



El magnífico escritor, emocional por naturaleza, hipersensitivo, se influenció en plena juventud por el señuelo de los paraísos artificiales, que allende los mares circundó con una aureola de misterio las frentes torturadas de Poe, Verlaine, Baudelaire y se inició en la más impiadada toxicomanía al par que en el más brillante rito lírico: en la siega inexorable solamente cosechó espigas de angustia, como del país de Citeres únicamente amarguras trajo; pero, a pesar de su malestar físico y del abuso de la droga, su espíritu se mantuvo claro y cabal (19): en 1916 cuando Renacimiento publicó el soneto, el poeta, perfectamente lucido, desempeñaba un cargo en la Cancillería ecuatoriana (21). Aún más, a los doce o trece años de saturación de tóxicos, luego de haber caído sin control de tumbo en tumba, jamás sufrió de acentuada abulia; antes bien hasta el límite de su vida gozó de intensa y natural inspiración: recuérdese su poema «El cisne negro» que alguna vez recitó a Carrera Andrade (20).

Sobre aquella Mimí Pinzón, evocadora de la creación de Mouger, la musa tutelar del grupo, recordada   —346→   con fino recurso literario por Falconí Villagómez, se tiene que convenir en que sí presidió, de verdad, con comprensión y emotividad, horas sonámbulas y encapotadas de tedio; pero es también menester aclarar que las musas inspiradoras de Noboa pasearon con donaire su belleza y su elegancia por los más rancios y aristocráticos salones de la ciudad capital (19), pues que sólo «una desventura terrible» pudo vedarle que el amor le echase «el ancla firme dentro del corazón».

Noboa Caamaño, natural y temperamentalmente distinguido, heredero de noble ancestro y dotado de brillante talento y finísima cultura, fue de los pocos caballeros, en ese como en todos los tiempos, que derrochan excelsitudes encubriendo las lacerías del cuerpo con la arrogante capa del hidalgo y apretujando el insensato afán bajo la cáscara frágil de un cerebro de niño o dentro de la víscera sangrante de un corazón de hombre bueno...



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ArribaAbajoEnsayo crítico

Creo necesario, para una cabal dilucidación del célebre caso, aventurarme a un análisis de crítica interna, a un paralelismo entre las hondas virtualidades del poeta ecuatoriano y las posibilidades líricas del dramaturgo argentino, a base, especialmente, de las respetables opiniones vertidas durante la apasionada polémica.

«Nuestro poeta es de una melancolía suave y fina (dijo Ángel Isaac Chiriboga al confrontar la obra del argentino), Berisso es sensual y desesperado y mezcla en forma incomprensible las escenas más tiernas con la pasión más baja; su mismo prologuista lo dice (refiriéndose a Jamás me olvidaré de aquella noche). He aquí el poeta contradiciéndose en la aparición repentina de un espiritualismo surgido lógicamente de un sensualismo inverosímil, llevado con exceso más allá del sentimiento verdadero que inspiró la muerte de la mujer amada...». «Su poesía se vuelve sensual y extraña; el poeta reúne sus pasiones más bajas con   —348→   sentimientos inversos como son el recuerdo de su amada muerta, la presencia del Crucifijo ("Obsesiones del claustro"), o se pone a cantar al vicioso Heliogábalo, a los sentimientos de las fieras enjauladas, etc.» (2).



Jamás me olvidaré de aquella noche
en que vibraron nuestras almas juntas
al ritmo de los besos apagados
como las notas de una antigua guzla...
[...]
y volverán nuestras dos almas juntas
como en aquella noche voluptuosa.
Tu ataúd será entonces nuestro lecho
y en tu sepulcro brotarán las rosas




Obsesiones: I Del claustro


En su celda el abad combate el celo
de la impulsión sexual; los himnos rojos
de la sangre enardecen sus antojos
con las maceraciones del flagelo.

Víctima de la fiebre, en su desvelo  5
desmesuradamente abre los ojos,
y ante la imagen de Jesús, de hinojos,
alza el monje sus brazos hacia el cielo;

y con el pensamiento siempre fijo
en la contemplación del Crucifijo  10
yace abismado en su plegaria muda;
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mas de pronto se yergue porque ha visto
que la silueta trágica de Cristo
toma el perfil de una mujer desnuda.



La fina y penetrante crítica de Nicol Fasejo hunde su escalpelo hasta el fondo mismo del substractum emocional de los poetas. «Emoción vesperal», dice, convertido en «Spleen» de Berisso, aparece como una perla de extraño oriente entre tanta bambalina lírica y, lo que es más, desentona la melancolía aristocrática de Noboa con la sensualista materialidad de Berisso, que parece más influenciado por los mexicanos Manuel Acuña o Manuel Flórez que por el exquisito aeda guayaquileño (3).

«Si ha de juzgarse sin consideración a las fechas, expresa Isaac Barrera, el asunto no encontraría duda, porque bastaría con la comparación del espíritu poético y lírico de los dos escritores para decidirse en favor de Noboa» (4).



Para Bolívar Ávila Cedeño, colaborador de El Telégrafo de Guayaquil, el tema del soneto «no es nuevo en los motivos líricos de nuestro poeta». Basta compararlo con algunas últimas estrofas de «La sombra de las alas» (10).

Abel Romeo Castillo analiza cáusticamente la trayectoria literaria de los escritores en escena. «Se trataba, dice, refiriéndose a una obra de Berisso, de un dramón tremebundo, declamatorio, lacrimógeno y lleno de latiguillos...». «Noboa Caamaño, comenta en otro lugar, es uno de los "Príncipes" de la poesía ecuatoriana...» (12).

Francisco Guarderas, luego de exaltar la depurada y fina cultura de Berisso; equivocando, como se hizo notar, al dramaturgo con el traductor de «Belkiss», al referirse al poeta ecuatoriano, dice: «... En los otros (Borja, Fierro) vése la imitación a veces; ciertamente la influencia en casi todos... En la producción   —350→   de Ernesto Noboa no se encuentra el rastro de nadie...» (14). «En aquella trinidad de poetas el más completo y el más formado fue Ernesto Noboa Caamaño».

Y nuevamente debo recurrir al magnífico comentario de Falconí Villagómez: «... (Berisso) es un pobre diablo como poeta, quien sólo figura con sus dramones truculentos y estridentes, tipo novela Camay o radioteatralizaciones para horteras y mozas de fregar» (13). «Sensible es que el doctor Castillo no haya teñido entre sus manos las composiciones de Berisso, que más parecen milongas semiclásicas o románticas y que difieren tanto de la perfección, euritmia y elegancia de las poesías de Noboa Caamaño» (17).

Como resultado del mordaz examen comparativo, Falconí establece los siguientes jalones fundamentales:

1.º «Para que una poesía, máximo un soneto que es la forma más depurada de las esencias poéticas, pues no se trata de un vulgar romance, trascienda al pueblo y se haga carne del folclore lírico, es preciso que transcurran algunos años» (17). (El comentarista escuchó en 1916 la musicalización del soneto).

2.º «El que se tome el trabajo de constatar la copia fotostática podrá advertir la labor de poda que exige toda creación literaria, o sea las enmiendas y tachaduras. Allí está la partida de bautismo del soneto» .

3.º Dos variantes hay entre los de Noboa y el publicado en la obra de Berisso, variantes que «lejos de favorecerle desmerecen la versión original».

«perderse después en desierto»«e internarse después en un desierto»
«desde las glaucas ondas del abismo»«desde el glauco El dorado del abismo»

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4.º «La poesía de Noboa Caamaño es quinta esencia de lirismo, impregnada toda ella del tinte melancólico de la escuela romántica que fenecía ya y muy distinta de la materialista, por no decir musa plebeya de Berisso: Noboa hubiera sido incapaz de escribir una composición como este poema innominado de Berisso. "... un deseo sensual que infatigable -y sin cesar me azuza, como el látigo negro de un destino-, cuyo bárbaro fin es la locura!" Vargas Vila no hubiera hecho mejores versos...».

5.º «Dice Pierre Louys en su Estética que lo que da propiedad a un autor es el calificativo. Luego añade: "buscad el calificativo". Buscad la forma de adjetivar en ambos, decimos nosotros, y encontraréis la diferencia que hay entre un D'Annunzio y un Juan de Dios Peza. Y es que Noboa se singulariza por su propiedad en adjetivar, como Gustavo Flaubert y Teófilo Gauthier. Por el sentido de la nuance que hay en su poesía y que discrepa totalmente de Berisso» (17).

Como magnífico colofón a este adentramiento de crítica interna, resta por citar el juicio de uno de nuestros más eminentes humanistas contemporáneos, el padre Aurelio Espinosa Pólit, quien en un párrafo de alguna carta que dirigió a Falconí Villagómez sobre el debatido tema dijo: «El argumento que usted aduce de crítica interna, de que el soneto responde mucho más al tono habitual y como congénito de Noboa que al tono de Berisso, altisonante y rotundo y a su enfoque concreto, materialista y toscamente sensual, me parece verdaderísimo. Lo mismo sentí yo en la forma más espontánea al leer las piezas de este último» (21).

Quien analice y reflexione sobre los dos aspectos fundamentales en los que han insistido los críticos: el modo lírico de Noboa y singularmente su forma de   —352→   adjetivar, por un lado; y, por otro, la postura poética del autor ante la vida, su inmenso temperamento apretujado dentro de la cáscara de nuez del desencanto, no podrá menos que llegar a la evidencia respecto a la paternidad del poema.

Este que es ya íntimo convencimiento mío lo aprecio reforzado con el testimonio de dos escritores nuestros que en su tiempo comprendieron al poeta, el uno en la iniciación y el otro en el trance de la derrota.

A la uniformidad y el desencanto sigue el sentimiento de evasión, comenta Francisco Guarderas. Las leyes de su espíritu mantienen lógica trayectoria. En Noboa no se encuentra la inconsecuencia, menos la contradicción. Al desencanto debía seguir la fuga, del mismo modo que la inconformidad fue la secuela de su anhelo de perfección. Por lo demás, el ansia de evasión ha sido común a muchos poetas... Noboa no hizo de la evasión una protesta, como se ha querido que fuera ese sentimiento. Cuando lo expresó no fue un angustiado. En ese momento se nos revela suntuoso y visionario, lleno de énfasis en su ademán, como corresponde a la necesidad impetuosa de una rica imaginación...



Raúl Andrade desentraña desde sus orígenes ese estado de amargura y de tedio y biografía al autor y a su generación alrededor del magistral soneto: «Una de aquellas Venus, dice... alguna noche de abandono extenuante, le condecora con siniestras cruces de podredumbre...». Ya sólo espera «reencarnar en el cuerpo leproso de algún perro sin dueño». Pero, ante este primer letargo de muerte, deja escrito el verdadero manifiesto de su generación:


Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir...



Por segunda vez en la poesía ecuatoriana aparece el acento sincero. Pupilas empañadas de ausencia. Evocación   —353→   de tierras ignoradas y paisajes en bruma. Inconformidad sin concesiones ante un medio hipócrita y hostil. Ansia de evasión cortada por grises muros de piedra. Sensación de destierro, en fin. La más exacta, justa y certera nostalgia del escritor ecuatoriano de todos los tiempos, que se sabe encadenado a ciudades de horizonte ceñudo, aplastado por montañas de angustia, atropellado por la gendarmería insolente y estúpida de siempre... He aquí el significado de este manifiesto, de esta invitación a la fuga, a la partida inexorable, al adiós postrero...



En cuanto a la poemática de Noboa, a más de que el tema es tan suyo y se presenta con insistencia de ritornello especialmente a través de la última parte o etapa de su obra, las ideas, las palabras, los giros, los adjetivos de «Emoción vesperal» están engastados, también como joyas, en su magnífico poema «La sombra de las alas», que nos libera de toda confusión, que nos redime de cualquier pecado de duda...



Yo llevo en los caminos azules de mis venas
la clave del secreto de mi extraño anhelar;
¡por eso he comprendido la voz de las sirenas
y la plegaria errante de las olas del mar!  20

errar sin guía ni brújula, vagar sin rumbo cierto,
y en el azar del éxodo llegar hacia algún puerto,
para partir de nuevo partir siempre partir.

Seguir todas las sendas
y hollar todas las rutas,  25
que mi coturno sepa de toda latitud:
descansar bajo el palio de las nómadas tiendas,
dormir sobre el basalto de las marinas grutas,
¡y que la brisa norte suceda el viento sud!

Y al fin ¡tal vez día de nostalgia y espera,  30
en alguna ignorada tierra de promisión,
el Amor, en la prora de su barca velera,
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cantando el ritmo eterno de su eterna canción,
del puerto de mi vida retorne a la ribera,
¡y clave el ancla firme dentro mi corazón!  35



Así, completa, literal, íntegra se conserva en la obra de Noboa la poemática del autor, sus inquietudes intelectuales y sus más hondos complejos emocionales; porque el estilo hace al hombre. Cuando en un inescrutable futuro nuestro idioma sea ya jeroglífico, los símbolos de la escritura inconfundible del poeta ecuatoriano guiarán al investigador hacia el redescubrimiento de su lírica. Y, pese a la intercalación arbitraria del soneto en una obra ajena, por razones y en circunstancias imposibles de aclarar, «Emoción vesperal» se considerará, como se ha considerado siempre, el poema fundamental de Noboa Caamaño, el alto y puro manifiesto lírico de una generación atormentada.



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ArribaAbajoFuentes documentales

1.- Francisco Divelle, Artículo en La prensa de Buenos Aires, mayo de 1955.

2.- Ángel Isaac Chiriboga, Carta a Isaac J. Barrera, Buenos Aires, 7 de junio de 1955.

3.- José Antonio Falconí Villagómez (Nicol Fasejo), «Quién plagia a quién o el alguacil alguacilado», Sección literaria de El Telégrafo, Guayaquil, domingo 4 diciembre de 1955.

4.- Isaac J. Barrera, «De nuestra América, hombres y cosas de la República del Ecuador», Nota aclaratoria al texto del capítulo «Los poetas de 1910», Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1956.

5.- José Ayala Cabanilla, «Ernesto Noboa Caamaño, poeta, lírico y bohemio», Sección literaria de El Telégrafo, febrero 3 de 1957.

6.- Rosa Arciniega, «Los fraudes literarios», Caracas, 8 de octubre de 1957. Publicado en El Telégrafo de Guayaquil el 15 de octubre, reproducido en el número   —356→   35 de la revista La calle de Quito el 16 de noviembre de 1957.

7.- Alejandro Carrión, «Plagiario, Ernesto, Ernesto Noboa Caamaño?», La calle, n.º 35 de 16 de noviembre de 1957.

8.- Carlos A. Sevilla, «Cartas de lectores», La calle.

9.- José Ayala Cabanilla, «En defensa el poeta Ernesto Noboa Caamaño», Carta abierta a El Telégrafo de 19 de noviembre de 1957, publicada el 22 de noviembre.

10.- Bolívar Ávila Cedeño, «Mi homenaje a Noboa Caamaño», El Telégrafo, 27 de noviembre de 1957.

11.- Luis Noboa Icaza, «Ernesto Noboa Caamaño y el lugar de su nacimiento», El Telégrafo, 27 de noviembre de 1957.

12- Abel Romeo Castillo, «Noboa Caamaño no fue plagiario», El Telégrafo, La calle, n.os 40 a 42.

13.- José Antonio Falconí Villagómez, «Carta a Alejandro Cabrión» de 12 de diciembre de 1957, La Calle, n.º 42 de 4 de enero de 1958.

14.- Francisco Guarderas, «En defensa de Ernesto Noboa Caamaño», El Comercio, 22 de diciembre de 1957. «Carta a Alejandro Carrión», La calle, n.º 42, 4 de enero de 1958.

15.- Luis Noboa Icaza, «Carta a Manuel Arteta», Guayaquil, 9 de diciembre de 1957, La calle, n.º 43, 11 de enero de 1958.

16.- Manuel Arteta García, «Carta a Luis Noboa Icaza», Asunción (Paraguay), 16 de diciembre de 1957, La calle, n.º 43 de 11 de enero de 1958.

17.- Nicol Fasejo (José Antonio Falconí Villagómez), «Los fraudes literarios», La calle, n.º 44 de 18 de enero de 1958.

18.- Héctor A. Toro B., «Carta a La calle», de 15 de enero de 1958, publicada en el n.º 46 de 1 de febrero de 1958.

19.- Manuel Arteta García, «Carta a Eduardo Samaniego y Álvarez», de Asunción (Paraguay), de 14 de enero de 1958, en respuesta a otra del segundo, de Quito, de 23 de diciembre de 1957.

  —357→  

20.- Manuel Arteta García, «Carta a Francisco Guarderas», Asunción (Paraguay), 17 de enero de 1958.

21.- J. A. Falconí Villagómez y Abel Romeo Castillo, «Historia de un Soneto», «El caso Noboa Caamaño-Emilio Berisso», «Un intríngulis literario», «Un soneto con dos nombres: "Emoción vesperal" de Noboa Caamaño y "Spleen" de Berisso", Guayaquil, Ecuador, 1958, (Edit. Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas).

22.- Francisco Guarderas, «Arturo Borja, Ernesto Noboa, Humberto Fierro», (Charla amigable sobre recuerdos personales de juventud, en compañía de los tres poetas más célebres y desventurados de nuestro tiempo), marzo de 1957, Revista del Grupo América, n.º 105, enero de 1959.





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ArribaAbajo Medardo Ángel Silva

Estudio y selecciones de Abel Romeo Castillo


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ArribaAbajo1

Estudio


Como un meteoro destellante y reluciente, de aquellos que iluminan apenas un instante las claras noches de junio ecuatoriales costeñas, así fue la vida corta, pero genial, del joven poeta guayaquileño Medardo Ángel Silva, quien alcanzó a vivir apenas 21 años de edad, dejando tras de sí una obra literaria extensa y meritoria, como límpida estela luminosa difícilmente superable.


ArribaAbajoDatos biográficos

Nacido en el puerto principal ecuatoriano -con pocos días de diferencia de otro gran poeta de nuestra época, el romancero español Federico García Lorca12- Medardo Ángel Silva falleció trágicamente   —362→   en su ciudad natal el 10 de junio de 1919, a los 21 años y dos días de edad. Acaban pues, de cumplirse 60 años de su nacimiento -en 1958- y pronto se cumplirán los 40 de su muerte, en 1959.

En un humilde cuaderno escolar de amarillentas páginas, escrito de puño y letra de su amantísima madre13, a pedido expreso nuestro, se leen los datos informativos que a continuación copiamos, los cuales hemos ampliado con aclaraciones indispensables que van entre paréntesis:

Nació Medardo Ángel Silva en la ciudad de Guayaquil el 8 de junio de 1898 en la calle de Bolívar (hoy Víctor Manuel Rendón) en casa del señor doctor Arzube. Fueron sus padres Enrique Silva y Mariana Rodas de Silva. Se bautizó en la Parroquia del Sagrario. Fueron sus padrinos de pila la señora Catalina Camacho de Escala y don Luis Sánchez Cordero y de confirmación el señor Antenor Silva. Quedó huérfano de padre a la edad de cuatro años. Con una parte del pequeño patrimonio (heredado del padre) su señora madre compró un chalet cerca de la escuela de La Filantrópica, a la que ingresó a la edad de seis años (para completar en ella) su educación primaria. A los 11 años pasó al Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, saliendo antes de terminar sus estudios (sin coronarlos con el grado de Bachiller, afanosa aspiración de los jóvenes porteños de entonces) por haber perdido su madre el dinero que tenía depositado donde don José María Pereira (poderoso comerciante de la época que poseía un gran almacén en la esquina de 9 de octubre y Pedro Carbo y quien se suicidó al percatarse de que se hallaba en quiebra debido a la mala administración de su negocio). Principió a trabajar en las imprentas y siguió la carrera literaria hasta su trágica muerte.



Hasta allí los apuntes maternales que ameritan necesarias ampliaciones.

El niño, hijo único, huérfano de padre desde temprana edad, habitó, en, efecto, la pequeña casa pajiza   —363→   chalet -se denomina en el Litoral a las casas de una sola planta- que su madre adquirió casi al final de la primera cuadra del callejón transversal llamado de Juan Pablo Arenas, el mismo que partía desde la calle de San Francisco o sea la actual 9 de Octubre, denominada pomposamente «Boulevard» por los orgullosos porteños de la época del Centenario (1920) -y por donde desviaban las destartaladas y sui géneris carrozas fúnebres, haladas por las escuálidas mulas de la antigua Compañía de Carros Urbanos, en su camino obligado hacia el vecino Cementerio General de la ciudad. Desde su hamaquita de mocosa, pendiente y oscilante, colgada en el corredor de la humilde vivienda, el niño taciturno, endeble y melancólico, interrumpía la lectura de sus libros de estudio o los primeros poemarios que caían en sus manos para contemplar el paso incesante de todos los entierros de cada día, cuyo desfile interminable coincidía con las horas de descanso del infante -a medio día y después de las cinco de la tarde-, concluidas las faenas escolares en la vecina escuela primaria de La Filantrópica, donde se educaban y se educan los niños pobres de la ciudad, y a la que asistió Medardo Ángel desde la edad de 6 años a la de 11, según los apuntes maternales. De ese cuotidiano espectáculo fúnebre a que, por azar de las circunstancias, se vio sometido el niño, provino, sin duda alguna, ese persistente pensamiento suyo de la Muerte, tema constante de su obra poética, cuando menos de la de sus comienzos, como veremos más adelante.




ArribaAbajoAncestro artístico

Los Silva guayaquileños, la mayor parte de los cuales son o han sido músicos, descienden de un violinista español, don Fermín Silva y Oseguera, quien a mediados del siglo pasado llegó a Guayaquil dirigiendo la   —364→   orquesta de una compañía española de zarzuela. El ambiente activo y alegre de la ciudad porteña gustó al músico español que decidió domiciliarse definitivamente en ella, impartiendo clases de violín. Poco después contrajo matrimonio con una damita guayaquileña, doña Ciriaca Valdez y Regatto, perteneciente a la clase media y de cuya unión nació una numerosa prole compuesta por Arsenio, Fermín, Mercedes, Felicita y Fermina Silva y Valdez14.

El padre del poeta, Enrique Silva, pertenece a la segunda generación de los Silva y fue músico como su abuelo y su padre. Era pianista y afinador de pianos. Falleció joven en 1902, cuando su único hijo, Medardo Ángel, contaba apenas 4 años de edad. Sin embargo, éste no pudo sustraerse al ancestro artístico del que dio continuas pruebas en su obra literaria y cultivó espontáneamente, ejecutando al piano, con exquisito virtuosismo y componiendo partituras musicales (tales como una melancólica y armoniosa suite de «melodías indígenas» que le oímos una vez tocar, inspiradas en las «melodías incásicas» que oyera interpretar al músico peruano Alomía Robles, de paso por Guayaquil), las mismas que, por desgracia, desaparecieron con él: o por no haberlas trasladado al pentagrama o por la pérdida total de todos sus papeles inéditos, acaecida poco después de su trágica muerte, por incendio del chalet de propiedad de su madre.

Sus amigos de infancia o adolescencia, en el barrio de La Merced, cercano a la antigua calle de ese nombre (después calle de Bolívar y hoy de Víctor Manuel Rendón) fueron precisamente todos músicos: su primo predilecto y más querido, Fermín Silva de la Torre, violinista; Gregorio Martínez, también violinista, el trompetista Pedro Avilés y el que fuera, en su época, popular pianista y director de orquesta locales, Nicolás Mestanza y Álava, conocido cariñosamente por «Mestancita», muerto hace algunos años. Todos estos amigos músicos integraron luego el «Centro Musical Sucre» donde el poeta era asiduo concurrente todas las   —365→   noches, ya en su última etapa de poeta consagrado15.

En sus días de infancia, su primo Fermín construía violines de juguete, de hojalata -pues su padre, Arsenio Silva Valdez, era plomero y gasfitero- y Medardo Ángel recitaba poesías de Olmedo y de otros autores. Más tarde, comenzó a recitar las suyas propias y una vez le propuso a su primo Fermín escribir una ópera lírica con versos suyos y música de aquel.




ArribaAbajo El escolar remiso

Medardo Ángel Silva, fue siempre, como la mayor parte de los genios literarios, un escolar remiso. Ya en su bellísimo poema autobiográfico titulado «Aniversario», escrito al cumplir los veinte años de edad, justamente un año antes de su trágica muerte, nos cuenta como


Iba a la escuela por el más largo camino
tras dejar, soñoliento la sábana de lino
y la cama bien tibia...



Y más adelante del mismo bello poema nos cuenta que:


Aunque yendo despacio, al fin la callejuela
acaba y estábamos al frente de la escuela
con el «Mantilla» bien oculto bajo el brazo
y haciendo, en el umbral, mucho más lento el paso.



En efecto, el trayecto de la humilde casa habitación del poeta, en el callejón Juan Pablo Arenas, a la escuela de la Filantrópica en la calle 9 de Octubre, era muy corto, apenas de una cuadra de distancia. La estrofa   —366→   transcrita coincide exactamente con las circunstancias topográficas descritas.

El distraído estudiante se revela en otra estrofa del mismo poema, cuando recordando su vuelo de imaginación infantil y falta absoluta de atención a las disertaciones del maestro nos cuenta en verso:


Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?...
¡Hay tanto que observar en los negros rincones!
y, además, es mejor contemplar los gorriones
en los hilos; seguir el áureo derrotero
de un rayito de sol o el girar bullanguero
de un insecto vestido de seda rubia o una
mosca de vellos de oro y alas color de luna.



El melancólico niño, endeble y pálido, era, sin embargo, como todos los menores de edad, a veces risueño y burlón, como él mismo recuerda:


... cuando íbamos vestidos de ropa nueva a misa
dominical, y pese a los serios rituales,
al ver al monaguillo soltábamos la risa!



Concluidos sus estudios primarios en la Filantrópica, el niño fue matriculado en el primer año de enseñanza secundaria del viejo plantel porteño, el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, cuyo antiguo local estaba situado en la manzana comprendida entre las calles de Chile, Aguirre, Pedro Carbo y Clemente Ballén16. Allí el niño que ingresó a los 11 años, según los apuntes maternales17, o sea en 1909, cursó hasta el tercer año de Humanidades en cuyos exámenes fue reprobado, precisamente, en la materia de «Retórica y Poética», a pesar de su ya crecida afición literaria.

Dejó entonces sus estudios definitivamente, debido a la pérdida económica sufrida por su madre en la   —367→   quiebra del almacén Pereira y también a la falta de verdadera aplicación a los estudios del novel poeta. Fue entonces cuando -según los verídicos apuntes maternales tantas veces citados- «principió a trabajar en las imprentas y siguió la carrera literaria hasta su trágica muerte».





  —368→  

ArribaAbajo2

Los duros comienzos literarios


Indudablemente que Medardo Ángel Silva debe haber comenzado a pulsar la lira desde su temprana edad, pues compañeros de estudio de La Filantrópica y del Vicente Rocafuerte nos han relatado de que muchos de sus libros de estudio estaban llenos de poemas, originales suyos. Sin embargo, no es hasta 1914 -contando el poeta apenas 16 años de edad- cuando puede, al fin ver sus producciones impresas en letras de molde. Pero antes, debe sufrir una pequeña via crucis, en sus fallidos intentos de ver publicados sus poemas.

He aquí un suceso histórico relatado por uno de los poetas modernistas de la época -el doctor José Antonio Falconí Villagómez- quien fuera más tarde íntimo   —369→   amigo y compañero de promoción literaria de Silva:

A propósito de su temprana vocación literaria, va una anécdota.

En 1913 dirigíamos El Telégrafo Literario, en unión de Manuel Eduardo Castillo y Miguel Granado Guarnizo... Fue en ese año de gracia cuando recibimos una espontánea colaboración firmada por Medardo Ángel Silva, persona literariamente desconocida por nosotros, aunque supiéramos que su autor era un aprovechado estudiante del Colegio Vicente Rocafuerte.

Como en aquella época nos habían sorprendido con envíos graciosos aunque irreprochables, pero que a la postre resultaron plagios indecentes, hubimos de ponernos en guardia con el nuevo portalira y enviamos sus versos al canasto... La colaboración a que aludimos era un soneto de técnica perfecta y corte parnasiano, que más parecía una acertada traducción de Heredia18.



Se quedó, pues, el joven Silva sin la complacencia de ver sus versos publicados en el prestigioso suplemento cultural de esa época que fue El Telégrafo Literario (1913-1914).

Intentó, entonces, presentarse en la prestigiosa revista literaria quiteña Letras -en aquella nefanda época, «isla de la inquietud», como acertadamente la ha llamado Raúl Andrade19- dirigida por el entonces joven literato y hoy consagrado maestro de la historia y de la crítica literaria, el ilustre don Isaac J. Barrera. Dos cartas envía el joven poeta al director de Letras, con fechas 2 de febrero y 12 de abril de 191420, remitiéndole sendos poemas, los cuales no alcanzan el honor de la publicación en las páginas de aquella autorizada publicación capitalina, a pesar de que van destinadas a la «Sección para colaboraciones de poetas jóvenes» y que el novel aspirante apela a la   —370→   benevolencia del editor «que ha sabido conquistarse una posición literaria... y que, por lo mismo, sabe de la lucha del anónimo por el nombre». No piensa Medardo Ángel que sus poemas sean perfectos. Todo lo contrario. Dice en uno de los párrafos de la segunda carta: «Si encuentra usted muchos desatinos en mis versitos -que sí los ha de haber- ruego me los indique todos, francamente, pues a los diez y seis años no se hacen obras maestras». Los poemas que remite -titulados «Añoranzas» y «Serenata»- son un soneto de corte clásico y un extenso poema en perfectos alejandrinos, ambos de tema galante, que, a pesar de sus méritos, se quedan inéditos21.


ArribaAbajo Los primeros poemas publicados

Pero va a ser aquel mismo año en que, por primera vez, vea su nombre al final de un escrito suyo. Es en el n.º 19 de la revista guayaquileña Juan Montalvo, dirigida por el escritor y poeta de la época, José Buenaventura Navas, correspondiente al 15 de octubre de 1914, en el que se publica su poema, titulado «Paisaje de Leyenda» y en el n.º 21 de la misma revista, correspondiente a diciembre 1.º de 1914, aparece su primer soneto, titulado «La ninfa» y que forma parte de un poemario -Las florestas de oro- en que puede notarse ya claramente la influencia de los dos sonetistas elegantes y enrevesados, al mismo tiempo, de aquella época: el argentino Leopoldo Lugones, el de Los crepúsculos del jardín (1905) y el uruguayo Julio Herrera Reissig, el de Los parques abandonados (1908) y la edición parisina, prologada por Rufino Blanco Fombona, de Los peregrinos de piedra (1912), libros que, con natural retraso, habían llegado a las poco abastecidas librerías del puerto y despertado una entusiasta admiración y deseo de emulación en el lírico guayaquileño, cuyos sonetos endecasílabos   —371→   y «estancias» de su primera época adolecen de explicables coincidencias de estilo y ritmos con aquellos dos poetas de ambas orillas del Río de la Plata22.

Conocemos otros dos poemas inéditos, fechados también en 1914, en que el joven Silva sigue la costumbre de Arturo Borja, su admirado predecesor quiteño, de anotar la época del año en que fue escrita cada composición. El uno, se titula «Horas Confidenciales», con la indicación cronológica de «Primavera MCMXIV», cuyo original autografiado nos fue obsequiado por un compañero de generación poética23 y que es un a serie de seis décimas octosilábicas. El otro, consta de un par de sonetos bajo el título de «Espera», fechados el «Invierno MCMXIV» y dedicados al editor de la revista en que, por primera vez, ha visto publicadas sus producciones literarias: «Para José Buenaventura Navas B.». Estos dos sonetos aparecieron en la revista Juan Montalvo n.º 24, correspondiente al mes de abril de 1915. En la misma revista n.º 22, correspondiente a enero 1.º de 1915, aparece un «estudio en prosa con citas poéticas» acerca de «Arturo Borja», que es uno de los primeros trabajos de crítica literaria con que Medardo Ángel Silva va a iniciar una de las labores en que demostró más pericia y es la menos conocida de todas las emprendidas por él. En el n.º 24 de la misma publicación (correspondiente a abril de 1915) se encarga de revisar toda una serie de magazines literarios, nacionales y extranjeros en la sección Revista de Revistas. Ya está lanzado el poeta, pudiendo considerarse aquel año de 1914 como el de su iniciación literaria, cuando menos en cuanto a publicidad se refiere.

En 1915 tiene la satisfacción de ver publicados dos poemas suyos en «Los jueves literarios» de El Telégrafo, suplemento literario que sustituyó a la publicación semanal aparte, en forma de revista titulada El Telégrafo Literario, que alcanzó a presentar 16 números, entre el 9 de octubre de 1913 al 22 de enero   —372→   de 1914. Dichos poemas se titularon: «Cuando se es aún joven» (3 tercetos en alejandrinos) y «Con ese traje azul...» (soneto en endecasílabos), los cuales también han permanecido inéditos desde entonces, pues no fueron recogidos en El árbol del Bien y del Mal, único libro publicado por Silva, en vida, ni en la Selección de poesías, hecha más tarde en París por el ilustre don Gonzalo Zaldumbide24.




ArribaAbajoLos primeros aplausos de la crítica

Las tres primeras referencias críticas acerca de la labor literaria del joven Silva se producen en el Ecuador en el siguiente orden. Primero, una del doctor José Antonio Falconí Villagómez, quien en su estudio titulado Letras ecuatorianas, aparecido el 4 de noviembre de 1915 en «Los jueves literarios» de El Telégrafo le nombra por primera vez en las columnas del decano de la prensa ecuatoriana -del que luego Silva llegará a ser redactor-, incluyéndole en la relación de los nuevos poetas con breve mención que apenas dice:

Y Medardo Ángel Silva, pulido y refinado en sus estrofas.



Una verdadera presentación al público ecuatoriano del joven bardo aparece en la revista Anarkos n.º 4, correspondiente a enero de 1916, publicación fundada en Guayaquil por el pianista peruano Ernesto López Mindreau y en que el escritor colombiano, radicado en el puerto, Próspero Salcedo Mac-Dowall escribe los siguientes párrafos:

Un niño poeta

Me queda la confianza de que estas líneas son sinceras y nacidas bajo el peso de una cariñosa admiración, para este poeta: Medardo Ángel Silva.

  —373→  

Es sencillamente muy curiosa la aparición de este galante trovador de estados de alma, en el terreno de las rimas.

¿De dónde vino Silva? No lo sé. Apenas le conozco por sus continuas visitas a mi humilde tienda. Acaso de su vida, de su existencia misteriosa y atrayente, llega para mí un perfume doloroso y una sutil melancolía, que me la ha hecho simpática y digna de mis palabras de aplauso y de esa suave insinuación, que tengo siempre para aquellos en los cuales creo encontrar la esperanza, de que, con el tiempo y con el estudio, lleguen a ser más tarde, unos buenos representantes de los líricos románticos en las brillantes letras ecuatorianas. Por eso escribo estas líneas: por eso mi aplauso viene a romper ese lapidamiento en que se pretende encerrar a este poeta. En verdad, es un niño: y ya tiene por delante un nombre forjado con las euritmias delicadas y finas de sus versos originales, suaves y melancólicos.

Asombra oírlo citar a los mejores autores modernos. No es filósofo y llega hasta a compadecer a esos vates que no miran sino con el monóculo del pobre Straus, o por encima de las piadosas y optimistas sentencias del lírico Kant. Acaso no entienda a ninguno de los dos, pero si reza mucho con el loco Zarathustra y evoca sin afectación, ni pose, al dulce Kempis... Él no piensa tanto como sueña.



En el texto de la presentación de Salcedo Mac-Dowall se insertan poemas y fragmentos de poesías que no han sido después reproducidas en libro alguno25.

Por último, Guillermo Latorre, en el n.º 4 de la revista Vida intelectual de Quito, correspondiente a 19 de marzo de 1916, se refiere a él en forma elogiosa,   —374→   menciona algunos poemas de Silva (algunos de los cuales no han sido incluidos en libro) tales como «Los éxtasis», «Visión», «El poema de los montes», «Plegaria» y el «Poema de las hormigas». Se menciona el ataque de que ha sido víctima: «un catecúmeno»26 quiso reír de sus versos: pero Silva artista alto, ha pasado indiferente ante aquel párrafo de torpezas. Habla de la predilección del poeta para el bardo Julio Herrera y Reissig y expresa que es tal su admiración que lo ha imitado con maestría en muchos de sus versos: pero esta imitación no es porque el poeta guayaquileño no tenga otra aspiración que la de ser discípulo aplaudido, sino por un arranque frenético de entusiasmo hacia el poeta de «Las lunas de Oro»... Al final en una nota, Latorre aclara: «No éramos los llamados nosotros a hablar del poeta, pero era necesario que oiga nuestra voz de aliento y siga su labor, ajeno a las bromas, a los ataques que son infaltables, en una tarea de renovación y que puede surgir más luego».

Más tarde llegaron los espaldarazos de Abraham Valdelomar -desde Lima-; de Luis Alberto Sánchez, el quiteño -desde Quito- y, póstumamente, el del gran crítico y escritor nuestro Gonzalo Zaldumbide, desde París.

Medardo Ángel Silva cambia correspondencia con Alfonsina Storni, Valdelomar, Percy Gibson y Enrique Bustamante y Ballivián, entre otros. Su nombre comienza a aparecer en las más conocidas revistas literarias de la época: Colónida de Lima, Nosotros de Buenos Aires, Cervantes de Madrid, etc.





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ArribaAbajo3

En plena producción y triunfo


De 1917 en adelante el prestigio personal de Medardo Ángel Silva va solidificándose. Ya no hay revista nacional de prestigio, ni suplemento literario de periódico que no publique un poema suyo. Las revistas La idea, Vida intelectual y Caricatura de Quito; Helios, La pluma, Variedades, Anarkos, Ciencias y letras, Melpómene, Juveniles, Ariel, La ilustración de Guayaquil, etc., están llenas de poesías, de ensayos y de referencias a Silva.

Llega a dirigir dos revistas, desgraciadamente, de escasa vida: Atenea, que ve la primera luz el 6 de marzo de 1916 y España, que aparece en noviembre de 1917.

Más tarde pasa de redactor a la prestigiosa revista Patria que dirige Carlos Manuel Noboa y, finalmente   —376→   en el cenit de su fama, dirige, junto con el doctor José Antonio Falconí Villagómez, la gran revista literaria guayaquileña Renacimiento, en la que ofrece lo más granado y florido de su producción en verso, prosa y crítica27.

A comienzos de 1918 aparece su libro primigenio, que va a ser el único que publique en vida y que titula El árbol de Bien y del Mal. Ordena una edición de apenas 100 ejemplares, la mayor parte de los cuales son remitidos a los amigos del exterior28. El magnífico poemario alcanza enorme éxito en el país y en el extranjero y a las pocas semanas se agotan, por completo, sus ejemplares. Elogiosas críticas escriben los maestros viejos y jóvenes de entonces: el doctor Modesto Chávez Franco, «Gladio Isar» (J. A. Falconí Villagómez), Miguel Ángel Granado y Guarnizo y otros.

A comienzos de 1919, el joven Silva entra a trabajar en calidad de redactor literario del diario El Telégrafo, el periódico decano de la prensa ecuatoriana, el más prestigioso y de mayor circulación del país en esa época. Allí prepara las páginas de alto valor cultural de «Los jueves literarios» e inicia al comentario periodístico, de estilo literario, a diario, en una columna que se titula «Al pasar» y que firma con el seudónimo de «Jean d'Agrève». Esta es ya la consagración del literato que llega, por fin, al gran público desde las páginas del periódico más difundido de la época.

En el folletín de El Telégrafo publica una novelita corta que titula María Jesús. Prepara otro relato novelístico al estilo de El misterio de la carretera de Cintra de Eça de Queirós, basándolo en un crimen apasionante y complicado que acaba de sacudir el ambiente bucólico de Quito y acerca del cual informan veladamente los diarios de la época, sin mencionar el nombre de los protagonistas, por saberse que pertenecen a la alta sociedad capitalina. Titula su novela: El crimen del puente del Machángara, pero al   —377→   anunciarse la publicación del mismo, el poeta recibe conminaciones amenazadoras que le hacen desistir de su publicación. El original de esta novela desapareció, luego, en un incendio.

Varias veces anuncia la publicación de dos libros: uno titulado La máscara irónica, que contendrá sus estudios críticos, poemas y escritos en prosa; y otro, con su poemario épico Las trompetas de oro, cuya edición aspira sea incluida en la Colección de poesía de la Editorial América de Madrid, que dirige entonces el conocido escritor venezolano Rufino Blanco Fombona, a quien remite sus cuadernos con los recortes periodísticos de los poemas que integran tal selección épica, la mayor parte de los cuales ha visto ya la luz en páginas de revistas y diarios de la época29. Desgraciadamente no alcanza a ver publicados ninguno de estos dos volúmenes.



  —378→  

ArribaAbajo4

La trágica muerte del poeta


En conferencia pública, pronunciada en los salones del Núcleo de Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el autor del presente estudio hizo ya una larga exposición, de una hora de duración, aportando toda la documentación legal, familiar y periodística de la época para pronunciarse contrario a la idea «absoluta» del suicidio del poeta.

Si se estudian todos los casos de suicidios de las personalidades literarias de la historia -o aquellos más conocidos por nosotros, incluyendo desde luego, la del personaje de ficción de Goethe, Werther, llegaremos a la conclusión de que el caso más similar al de Medardo Ángel Silva fue el del poeta mexicano Manuel Acuña, quien, según su postrer y más erudito   —379→   biógrafo -el escritor español Benjamín Jarnés30- no se suicidó por amor a Rosario, como se ha creído hasta la fecha, sino a causa de aquello que Paul Morand ha llamado «mortal sonambulismo».

No creemos como Adolfo H. Simmonds31, ni José Joaquín Pino de Icaza, contemporáneos del poeta, que éste fue asesinado misteriosamente en casa de su núbil enamorada de entonces32. Las circunstancias de que el poeta le sacara al revólver todas las balas -menos una- antes de subir a casa de su amada; que nunca hubiera manejado un arma hasta ese día; que no dejara escrita una carta o un poema, en esa misma fecha; así como el hecho comprobado legalmente de que el disparo «no atravesó las sienes» -como se ha repetido, en frase literaria, hasta la saciedad- sino que entró por el parietal derecho y salió por el occipital izquierdo, nos hace pensar que Silva no pensó en suicidarse cuando subió a platicar -por segunda vez en aquella misma noche- con su enamorada, a la casa de ésta. O se le disparó el revólver cuando simulaba una escena de amor. O fue «el precursor de la ruleta rusa en el Ecuador». O en ese instante, preso de ese «mortal sonambulismo» de que habla Paul Morand, se disparó el tiro que le causó la muerte, pocos momentos después, en medio de tremenda y aparatosa agonía33. Todas estas son meras hipótesis que no aclaran en ninguna forma -pero que siembran la duda acerca de cómo pudo producirse este suceso, nunca bastante lamentado y sentido.

El caso es que su deceso produjo honda conmoción en la sociedad guayaquileña que le apreciaba y se honraba con su ya familiar y querida presencia. A pesar de su color oscuro -aunque de rasgos finos-, el poeta transitaba a diario por las calles porteñas, cubierto con sombrero de paño gris o negro; usando, a guisa de lentes, unos quevedos de largas bridas negras -imitados a su admirado amigo el poeta peruano Abraham Valdelomar-; con pulcro cuello blanco de pajarita y corbata larga de luto o de rayas blancas y   —380→   negras; con un bastón en la mano derecha y un paquete de libros, periódicos o papeles bajo el brazo izquierdo. Vestía siempre de casimir negro u oscuro, a pesar del calor habitual de Guayaquil, y constantemente era saludado y felicitado por los guayaquileños, de ambos sexos, que le apreciaban y admiraban cordialmente.

Con la trágica muerte de Medardo Ángel Silva, acaecida la nefanda noche del 10 de junio de 1919, podemos decir que desapareció del panorama literario nacional el movimiento modernista, cuando menos en lo que al grupo de Guayaquil se refiere. Contaba el poeta al morir 21 años y 2 días de edad. Su nombre había alcanzado ya las alturas de la fama, no sólo doméstica, sino internacional. Sus poemas siguen figurando en todas las antologías nacionales y en muchas extranjeras. Los historiadores literarios le consideran, con toda justicia -no obstante que ya Rubén Darío había muerto, en 1916, cuando él advino a las letras- la figura más representativa del Modernismo en el Ecuador34.

La Paz, Bolivia, 30 de septiembre de 1958.



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ArribaAbajo Selecciones

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ArribaAbajoPrimeros poemas



ArribaAbajoAñoranzas

Y fue en Versailles, en la dorada fiesta
-¡oh eglógica pastora deliciosa!-
que te ofrendé mi amor en una rosa,
al arrullo sonoro de la orquesta.

El alma al sueño de la dicha, presta,  5
abrevió su existencia dolorosa
al pronunciar tus labios la amorosa
confesión pasional, en la floresta...

Todo volviose para mí risueño:
la luz, el lago, el parque y las canciones  10
de la fontana que arrulló mi ensueño.

Y cabe los perfumes de las frondas,
renacieron mis blancas ilusiones
bajo la seda de tus crenchas blondas.

Gquil., MCMIV (sic) (1914) (Firmado)

  —384→  


ArribaAbajoSerenata

Es el bardo que dijo en romance galano
la legendaria historia del paladín audaz
que a las moriscas gentes abatió con su mano
que fue timbre y orgullo del valor castellano,
que de vencer a un mundo, se dijera capaz.  5

El que al pie de la reja de tu ventana gótica,
entona la vibrante, y amorosa canción,
que en su pecho ha nacido, como una flor erótica
como una roja rosa, perfumada y exótica,
para que tú la pongas, en tu ducal blasón.  10

¡Oh blonda Castellana!... ¡Mi Castellana blonda!
estrella de mis noches de pena y aflicción,
por quien el bardo amante, bajo la ojiva ronda,
sufriendo una incurable herida, roja y honda,
que tus ojos le hicieron en pleno corazón...  15

¡Oh blonda Castellana, que en los torneos galantes
aclamaron la Reina de Belleza sin par,
los bravos fijosdalgos, los de los tiempos de antes,
los de la espada al cinto, los del porte elegante,
que por una sonrisa se dejaban matar.  20
—385→

Reina y Señora mía, por quien mil trovadores
entonan sus rondeles, bajo del ventanal;
Reina, por tu belleza, de las fragantes flores
que para ti, despiden embriagantes olores,
perfumando la estancia de tu mansión feudal;  25

por ti, canta la fuente del parque cristalina
su canción, melodiosa serenata de amor,
y el ramaje verdoso entreteje una fina
labor, y así protege tu frente alabastrina
para que no la hiera de Febo el resplandor.  30

Por ti, los paladines a tu beldad rendidos,
hacen lujo en la liza, de valor sin igual,
que ante tus pies, se postran: vencedor y vencido,
pues tú, sola eres Reina, pues por ti ha perdido
su corazón y su alma, toda la Corte Real.  35

Por tu blancura, celos padece el marqués Lirio,
y diamantes y perlas se han negado a brillar
en nuestro pecho, porque, han sufrido el martirio
de ver, que ante tus ojos, eran cual blanco cirio,
que quisiese a dos soles, con su brillo igualar.  40

Y yo, bardo de raza, de los viejos troveros
que a la luz de la luna; cantaban su canción,
y que por su Señora, cruzaban los aceros,
y en la caza, servíanles de fieles halconeros
recibiendo por pago, de ellas el corazón;  45

os doy el alma entera, ¡Mi Reina, mi Señora!
os doy mi alma entera, mi alma de Trovador,
pobre alma vagabunda, que serlo a vos adora...
pero, si la rehusares, matadme mi Señora,
matadme con tus ojos: ¡quiero morir de amor!  50

Guayaquil. Invierno, 1914 años.

  —386→  


ArribaAbajo Las florestas de oro

La ninfa


    Contemplaron los silfos su escultura
tras el sedoso vuelo del ramaje,
en la quietud solemne del paisaje
de rara, mitológica hermosura.

   En su concha de plata, en la espesura  5
escanció el dulce néctar del salvaje
manantial, y dormida en el boscaje
Selene la encontró radiante y pura...

   A las luces miríficas del astro
un erótico ensueño parecía  10
en su blancura tersa de alabastro;

   ¡y ceñida la frente con los lauros
de Diana, huyó, por la floresta umbría
en la grupa de helénicos centauros!

Gquil., 1914

(Pub. Rev. Lit. Juan Montalvo, Gquil. Año II, n.º 21. Diciembre 1.º de 1914).

  —387→  


ArribaAbajoEspera


- I -

    Bajo el oro del sol, sedeña y pura
vendrás para curar mis hondos males,
trayendo en mil redomas, orientales
bálsamos de consuelo y de ventura.

   Ungirás mi dolor con tu hermosura,
y con tus dedos finos y liliales;
derramarás en mí los manantiales
que guardas, de Piedad y de Dulzura

   al arrumbar feliz a mi ribera,
tú serás en mis campos, Primavera,
y flor y aroma en mi jardín desierto.

   Y en una noche tibia y perfumada
rodará por la alfombra empurpurada,
el negro monstruo de mis penas, muerto.
—388→


- II -

   En vano te he esperado, cada Aurora,
mudos los labios, triste el pensamiento,
me sorprendió mirando el pulimento
de los senderos blancos, ¡Mi Señora!...

   En vano te he esperado, hora tras hora;
me falta ya el valor... y hasta el aliento,
y cada vez más desgarrante siento
el puñal del dolor que me devora...

   ... ¿Ya nunca has de venir?... ¿Nunca en tus labios
que son de todas las caricias sabios,
apagaré mi sed de peregrino?...

   ¡Oh voz nefasta que mi ensueño trunca!
Sólo el eco repite, en el camino
inmensamente triste: ¡Nunca!... ¡Nunca!...

Guayaquil, Invierno MCMXIV

(En revista literaria, Juan Montalvo, n.º 24 de abril de 1915 [Año III] página 407).

  —389→  


ArribaAbajoHoras confidenciales

... Cuando en alta noche tranquila, sobre las teclas vuela tu mano blanca.



    La Luna -rosa de plata-
deshoja ya, su tesoro
sobre los frondajes de oro
del jardín azur y plata;
la fuente, su serenata,  5
abandona a los Céfiros;
y los profundos zafiros
que enjoyan tu blanca mano,
tiemblan, en lo albo del piano,
¡del que arrancas mil suspiros!...  10

   Cual respondiendo a la queja
de Wagner, nocturno viento,
con melancólico acento,
en los sauzales se queja;
mi pesimismo se aleja  15
al compás de tus arpegios;
—390→
¡y brillantes florilegios
de ritmos pueblan las frondas
que visten lunares blondas
de plata y encajes regios!...  20

   El suave lied Wagneriano
evoca dulces visiones,
Walkyrias y sugestiones
de un cerebro wagneriano;
y al arrullo de tu piano  25
desfilan en el jardín,
sobre el Lago, Lohengrin,
y, por el fino arenal
-áureo, cual oro de Rhin-
¡custodias del Saint Gréal!...  30

   Tu faz luce, purpurina,
tal turbación deliciosa,
que hace florezca la rosa
de tu rubor, purpurinas;
mueve sus pétalos, fina,  35
la ardiente flor de tu boca
tu manecita equivoca
con facilidad bien cruel;
y las notas del papel
te danzan pavana loca...  40

   Sobre el teclado Glacial,
tu aturdida mano rueda,
cual mariposa de seda
sobre un frondaje gracial;
¡y en la atmósfera nupcial  45
de la alba noche aromática,
grave, serena, hierática,
tu noble belleza copio,
como en vagos sueños de opio
brillantes de pompa asiática!...  50

   ¡Dulce hermana de las Hadas!
al conjuro de tu acento,
lejos viaja el pensamiento
por País de Sueños y Hadas;
—391→
y en las frondas encantadas  55
del jardín de las Estrellas,
ha de cortar las más bellas,
ante el asombro del Astro,
para decorar con ellas
tu garganta de Alabastro.  60

Primavera, MCMXIV (1914).

  —392→  


ArribaAbajoCuando se es aún joven...

   ... Cuando se es aún joven y se ha sufrido tanto
que lloran nuestras almas vejeces prematuras,
tienen los tristes ojos humedades de llanto
y hay en los corazones, fríos de sepulturas...

   Cuando en los horizontes oscuros de la Vida  5
surge la interrogante sombra de la Quimera,
y se abre la sangrienta rosa de alguna herida
y se llora en silencio la muerta Primavera;

   entonces ¡ay!, entonces, nuestra alma pecadora
solloza en la tristeza de los jardines rojos;  10
¡oh, Señor Jesucristo, que tenga en la última hora
una mano piadosa que me cierre los ojos!..

(De los «Jueves Literarios» de El telégrafo, año 1915, tomo III).

  —393→  


ArribaAbajoCon ese traje azul...

    Con ese traje azul de seda clara
constelada de pájaros de nieve,
tiene la gracia de tu cuerpo leve,
fragilidad de nube... Por la rara

   palidez ambarina de tu cara  5
la luna todas sus blancuras llueve.
Tal es de dulce tu mirada aleve
que inmola, sin sentirlo, sobre su ara...

   Tu traje a las rodillas, tu peluca
languideciente en la rosada nuca,  10
llenan de primavera los jardines.

   Y el paso de querub con que resbalas
hace pensar que te salieron alas
para asombrar a todos los jazmines.

(De los «Jueves Literarios» de El Telégrafo, año 1915, tomo III.)

  —394→  


ArribaAbajoFragmentos

1


    Pero hasta que se apaguen las húmedas pupilas
de este loco muchacho que te dice sus versos,
¡rimarán en tu gloria sus más dulces canciones
los líricos bulbules que cantan en mi huerto!

   Quizás nunca regreses, o cuando tú retornes,
mi corazón, inmóvil; duerma su último sueño,
el que velan los sauces, como madres llorosas,
y las lunas doradas sobre los cementerios...

   Las estrellas se miran sobre el lago dormido
cual pálidos nenúfares en las azules aguas;
de una nocturna paz mi corazón se llena
de recuerdos floridos y visiones románticas...

   ¡De sueños imposibles y todas esas cosas
que llevan los poetas en el fondo del alma
y que surgen de pronto con aquellos perfumes
de las rosas difuntas y las novias lejanas!

  —395→  


ArribaAbajoRondel

    Bailas: grácil y fino, sobre la alfombra,
tu cuerpo adolescente rápido rueda;
y el alma siente anhelos de ser tu sombra
para morir besando tu pie de seda.

   Lo rojo de tu veste la muerte incita  5
y el beso que en tus labios suspenso queda
roba el aire oloroso que fresco agita
tu cabello ondulante de nardo y seda...

   Mi espíritu doliente sigue los trazos
de tu planta que un albo lirio remeda  10
tus mejillas enciende sus rojos rasos
y el corazón quisiera ser mil pedazos
para que lo triture: ¡tu pie de seda!

  —396→  


ArribaAbajoCanción de los quince años

    Son los quince abriles como quince rosas
con rocíos claros de maga alegría.
¡Corazón que tiene, cual las mariposas
alas de azul y oro de la fantasía!

   Cada frase tiene la gracia de un verso;  5
olor a jazmines el cabello efluvia,
compendian ese fragante universo
las flores, el ave, la muñeca rubia...

   Son los quince abriles como quince rosas
divinas, robadas a un albo bouquet;  10
tener un anhelo de imposibles cosas
y ruborizarse sin saber por qué...

  —397→  


ArribaAbajoA flor de labios

    Mi musa: toda ingenua, por ser joven,
se yergue melodiosa sobre un plinto.
Gusta de los jazmines que la arroben
y de los novilunios de jacintos.

   Tiene los cisnes del ensueño,  5
bienes azules de los cielos y las nubes;
un jardín otoñal para Jiménez,
y para Nervo un coro de querubes.

   Y ama el éxtasis: palmas y martirios,
las letanías, el celeste coro;  10
tiene para María blancos lirios,
y para Pedro, ¡las trompetas de oro!



  —398→  
ArribaAbajoDe El árbol del bien y del mal
Estancias





-I -


   Aquella dulce tarde pasaste ante mi vista
soberbia, en el decoro de tu vestido rosa;
inefable, irreal, melodiosa, imprevista,
como si abandonara su plinto alguna diosa.

   Y perfumando la hora de lilas, te perdiste  5
al fondo de la calle, cual tras una áurea gasa...
mis ojos te seguían, ¡con la mirada triste
que lanza un moribundo a la salud que pasa!

  —399→  


- II -


Se han unido la hora, el piano y tu cuerpo para hacerme morir de nostalgias fragantes.


Juan R. Jiménez                



    ¡Qué rosas de armonía deshojas a la tarde,
cuando sobre las teclas -lirios blancos y negros-
insinúan tus manos, en un lírico alarde,
las finas carcajadas de los locos allegros!

   La agonía del sol pone de oro la estancia...  5
los verdinegros árboles son vagamente rojos...
y, desde el corazón -búcaro de fragancia-
¡sube un dulzor de lágrimas que hace nublar los ojos!




- III -


Feuille d'album


    Tienes esa elegancia lánguida y exquisita
de las pálidas vírgenes que pintó Burne Jones;
y así pasas, como una visión prerrafaelita,
por los parques floridos de mis vagas canciones...

   Y si el cielo azulado tu mirar extasia  5
cuando el poniente riega sus fantásticas flores;
eres como esos ángeles, que alabando a María,
se ven en los retablos de los viejos pintores!




- IV -


    Se abren tus dos pupilas como dos precipicios
por los que ruedan almas al sueño y a la nada,
—400→
(Mujer, dame a probar tus dulces maleficios;
¡húndeme el luminoso puñal de tu mirada!...).

    Surgen tus manos breves, lánguidas y perdidas,  5
como lirios carnales, de las batistas claras...
(Yo pienso que gustoso te daría mil vidas,
para que con tus manos finas me las quitaras!)




- V -


   De la gasa inconsútil de tu rosa batista
surges, vibrante, en una danza de bayaderas,
(¡Te juro que en la corte del gran Tetrarca hubieras
obtenido la roja cabeza del Bautista!...)

   Bailas... y el blanco sátiro, que decora la estancia,  5
sonríe desde el ángulo, coronado de viña...
(Y mientras me conmueve tu mirada de niña,
estremece mi carne tu lasciva fragancia...)




- IV -


En provincia

(En province, dans la largueur matutinale).


G. Rodenback                



    Dulzuras maternales de la hora matutina...
bajo cielos que evocan los caprichos de Goya,
mueven los frescos árboles su ropa esmeraldina
que el sol de primavera fastuosamente enjoya...

    Suenan voces de niños... cristales de agua clara...  5
trina el mirlo... en la calle, cruje la diligencia...
En esta hora parece que del azul bajara
una sedosa lluvia de paz y de inocencia...

  —401→  


- VII -


    Señor, no ha recorrido mi planta ni siquiera
la mitad de la senda, de que habló el Florentino
y estoy en plena sombra y voy a la manera
del niño que en un bosque no conoce el camino.

   De profundis clamaré, pastor de corazones,  5
da a mi alma el fuego que hizo de la hetaira una santa;
renueva los milagros de las resurrecciones;
espero, como Lázaro, que me digas: ¡Levanta!




- VIII -


Mon âme est un beau lac solitaire qui tremble...


Albert Samain                



    Ni una ansia, ni un anhelo, ni siquiera un deseo,
agitan este lago crepuscular de mi alma.
Mis labios están húmedos del agua del Letheo.
La muerte me anticipa su don mejor: la calma.

   De todas las pasiones llevo apagado el fuego,  5
no soy sino una sobra de todo lo que he sido
buscando en las tinieblas, igual a un niño ciego,
¡el mágico sendero que conduce al olvido!




- IX -


    Horas de intimidad y secreta armonía...
en la paz melodiosa de las tibias estancias
son nuestros corazones, ebrios de melodía,
dos rosas que confunden en una sus fragancias...
—402→

   ¡Qué lejos está el Mundo de nosotros, qué lejos  5
la existencia liviana!... (Las luces amarillas
de las arañas doran el piano y los espejos...)




- X -


Sueño (en el jardín)


    Inmóvil duerme el agua del estanque aceituna
bajo las melodiosas cúpulas florecidas,
y, como Ofelia en Hamlet, va el cuerpo de la luna,
inerte, sobre el lecho de las ondas dormidas...

   Las dos... soñando en Ella, por la avenida voy...  5
mis brazos la presienten y mi labio la nombra...
¡Inútil idealismo! ¡si únicamente soy
una sombra que busca las huellas de otras sombras!




- XI -



Ven, muerte adorable y balsámica

Walt Witmann                



    Esposa Inevitable, dulce Hermana Tornera,
que al llevarnos dormidos en tu regazo blando
nos das la clave de lo que dijo la Quimera
y en voz baja respondes a nuestros cómo y cuándo,  5

    apenas si fulgura mi lámpara encendida,
derroché mis tesoros como una reina loca,
me adelanté a la cita, y, al margen de la vida,
ha dos siglos que espero los besos de tu boca!




- XII -


Sur votre seine laissez rouler ma tête.


Paul Verlaine



    Deja sobre tu seno que caiga mi cabeza,
como un mundo cargado de recuerdos sombríos;
—403→
y dime la palabra santa y única, esa
palabra que consuela mis perennes hastíos...  5

   O, mejor, calla... deja que en el silencio blando
de la extinguida tarde, sobre divanes rojos,
¡me sienta agonizar lentamente mirando
cómo se llenan de astros los cielos y tus ojos!




- XIII -


    Por donde ella pasaba la tragedia surgía;
tenía la belleza de una predestinada,
y una noche de otoño febril aparecía
en sus ojos inmensos y oscuros retratada...

   Y fue bajo el auspicio del padrino Saturno  5
que deshojé a sus plantas mi juventud florida...
¡desde entonces padezco de este mal taciturno
que hace una noche eterna del alba de mi vida!




- XIV -



Velada del sábado


    Marcha la luna trágica entre nubes de gasa...
sin que nadie las toque se han cerrado las puertas...
El miedo, como un lobo, pasea por la casa...
se pronuncian los nombres de personas ya muertas...

   El abuelo las lámparas, por vez octava, prende...  5
se iluminan, de súbito, semblantes aturdidos...
Es la hora en que atraviesa las alcobas el duende
que despierta, llorando, a los niños dormidos...




- XV -


    Como el aire se aroma con tu carne bendita,
mi corazón comprende por el lugar que pasas
—404→
omnipotente como la divina Afrodita,
entre la ola sutil de flores y de gasas.

   Y al mirarte parece que miro a Anadyomena,  5
pues, como ella, al influjo de tu mirar, fascinas;
-sembradora impasible de mi angustia y mi pena,
por quien mi alma es un Cristo coronado de espinas!-




- XVI -


    Hastíos otoñales... ya nada me entusiasma
de cuanto me causara infantiles asombros
y así voy por la vida, cual pálido fantasma
que atraviesa las calles de una ciudad de escombros.

   Y mi alma, que creía la Primavera eterna  5
al emprender sus locas y dulces romerías,
hoy ve, como un leproso aislado en su caverna,
podrirse lentamente los frutos de sus días!




- XVII -


    Para los que llevamos, como un puñal sutil,
dentro del alma una ponzoña
para los que miramos nuestra ilusión de abril
hecha una mísera carroña;

   inútilmente suena tu pandero de histrión  5
-¡o, vida frívola y banal!-
¡si no es de nuestros labios la divina canción
primaveral y matinal!




- XVIII -


    Amor, di ¿qué senderos se gozan con tu paso?
¿cuáles los reyes magos a que sirves de guía?...
—405→
¿qué rubicunda aurora, que sonrosado ocaso
vio tu carro de fuego en el triunfo del día?...

   ¡Ah! ¡Si tu alba luciera para mi noche oscura!  5
¡Si mis rosas abrieran temblorosas a verte!
¡Se endulzaría el hondo cáliz de mi amargura
con el néctar con que haces tan amable la Muerte!




- XIX -


    Bendigo el sufrimiento que viene de tu mano
y el vértigo radiante en que tu voz me sume.
Mi amor es para ti como un jardín lejano,
que a una alcoba de reina envuelve en su perfume.

   Y eternamente oirás en tus noches sin calma  5
mi sombría plegaria que, rugiendo, te invoca:
al precio de mi sangre y al precio de mi alma,
¡véndeme la limosna de un beso de tu boca!




- XX -


    -¡Qué lejos aquel tímido y dulce adolescente
de este vicioso pálido, triste de haber pecado!...
-Tomó del árbol malo la flor concupiscente
y el corazón se ha envenenado!...




- XXI -


    -¿Y la luz verdadera?... ¿Y la absoluta paz?...
¿Y la cifra segura de la Sabiduría?...
-Da tregua al Tiempo, iluso corazón, ¡ya entrarás
al gran silencio donde llegaremos un día!...

  —406→  


- XXII -


En loor a Juan Ramón Jiménez.




    Príncipe de las Arias fragantes como rosas
y el verso con fulgor de estrella vespertina,
a cuyo beso se abren las madreselvas rosas
del jardín interior, ebrio de luz divina;

   A tu voz se despiertan yo no sé qué dulzuras,  5
venidas de ignorados países de consuelo
y desciende, a la noche de las almas impuras,
una paz de campiña, de alma blanca y de cielo!




- XXIII -


    Un gato, grave y frío, sobre el vecino alero,
en yo no sé qué fina meditación se pierde,
contemplando la rosa de la luna de enero
con la viva esmeralda de su pupila verde.

   Inclinada la testa como un Platón ideólogo  5
e inmóvil, en hipótesis magníficas se abstrae...
y sólo turba el hondo silencio del monólogo
¡la canción olorosa que alguna brisa trae!




- XXIV -


    Rosas blancas deshojan los blancos surtidores;
al caer, el ocaso los pétalos irisa
y la fuente del Término coronado de flores
modula un canto igual a una nerviosa risa...

   Yo, como un habitante pálido de otra vida  5
-Lázaro espiritual- marcho con lento paso...
—407→
¡y las fuentes parecen en la tarde dormida
mujeres cuyas voces son de seda y de raso!




- XXV -


    Mi espíritu es un cofre del que tienes las llaves
-¡Oh, incógnita Adorada, mi Pasión y mi Musa!
Ya inútilmente espero tus dulces ojos graves
y siento que me acecha en las sombras la Intrusa,

    Pero mi alma -jilguero que canta indiferente  5
a la angustia del tiempo y al dolor de la Vida-
te esperará, lo mismo que una virgen prudente,
con la devota lámpara de su amor encendida.




- XXVI -


    Dime que todo ha sido la sombra de un mal sueño,
que en la tiniebla actual palpita el alba pura,
que puede retornar el minuto abrileño,
las extinguidas horas colmadas de dulzura;

   que nuestro amor es Lázaro, que aguardando su día  5
espera tu palabra para olvidar su fosa,
que sobre este dolor y esta melancolía
arrojará la aurora su risa luminosa.




- XXVII -


    Al pasar la carroza dorada de la vida,
implorando extendí la mano suplicante;
ella me vio lo mismo que una reina ofendida
y se perdió en la sombra de la noche fragante.

   Y fue para volver: en su carroza de oro,  5
sonriéronme sus ojos impuros de esmeralda,
—408→
pero yo conocía qué vale su tesoro;
¡la miré indiferente y le volví la espalda!




- XXVIII -


    No dicen los inviernos que no haya primavera;
en la noche más negra palpita el alba pura:
lo sabio es esperar; es fuerte quien espera
-buen sembrador- velando la cosecha futura.

   Las horas en su danza llevan tan loca prisa,  5
que a la risa y el llanto ofrecen pronto fin:
feliz quien pueda ver con la misma sonrisa
la serpiente del bosque y el lirio del jardín.




- XXIX -


    Ignorado viajero que una mañana triste,
sobre la tierra-madre, para siempre dormiste
el eterno cansancio de tus días fatales:
hoy que la primavera nos devuelve su trino
de pájaro, su sol y sus rosas nupciales,  5
siento que algo de ti me hace dulce el camino,
me da sombra en el árbol y miel en los panales.




- XXX -


    Bien haces, rey; bien haces, pordiosero, tu rol;
y tú también poeta; y los demás... ¡comparsas!
-Perfectos figurantes de un extraño Guiñol:
¡somos polichinelas de las divinas farsas!




- XXXI -


    Releyendo mis versos, una tarde dorada,
-versos donde contuvo mi pena su alarido-
impasible a mi viejo dolor, no sentí nada...
—409→

   Y comprendí el encanto del alma volandera
-¡Árbol sonoro y libre, por cada Primavera  5
de musicales hojas nuevamente vestido!




- XXXII -


   Por inasible adoro la gala de los cielos...
¡Señor, jamás permitas que goce mis anhelos,
que nunca satisfaga la sed que me devora!

   Lo amargo es el hastío de los sueños hallados,
el corazón ahíto de los bienes gozados  5
que se pregunta: ¿qué voy a pedir ahora?...




- XXXIII -


    En tanto que la carne adormécese ahíta
el ángel interior gime sus desconsuelos.
-¿Todo esto es el amor?... ¡Oh, miseria infinita
de la carne!... ¡Dolor de la verdad sin velos!...

   Y Psiquis -revestida de luz resplandeciente,  5
con ojos parecidos a las piedras preciosas-,
hacia los cielos puros agita dulcemente,
con un celeste ritmo, las alas armoniosas...




- XXXIV -


    Es como un lento y triste retornar a la vida...
y es el inevitable cansancio de volver
del borde de la negra playa desconocida,
donde mueren tus olas, ¡oh, río del No-ser!

   Y el alma, que creía mirar la aurora eterna,  5
vuelve, cual un iluso viajero macilento
—410→
que fue a calmar su sed a lejana cisterna,
equivocó el camino... y ¡torna más sediento!




- XXXV -


    En vano, como niños que velan su tesoro,
del amor nuestras almas, temerosas, guardamos...
¡Ay! presto nos descubren sus grandes ojos de oro
y, malhechor divino, roba lo que ocultamos...

   Nutrimos su existencia con nuestra propia vida  5
y sus labios, que vierten sensuales embelesos,
juntan en una mezcla la caricia y herida
el sabor de la sangre al sabor de los huesos.



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