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Poesía completa (1935-1994)

Gastón Baquero

Alfonso Ortega Carmona (ed. lit.)

Pérez Alencart, Alfredo (ed. lit.)



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Gastón Baquero



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ArribaAbajoPreámbulo

Como había de mirar tanto hacia los astros le nació una estrella en el alma. Y en esta luz, donde la juventud primera, con el hálito sacro que alimenta el corazón de los poetas, al parecer del poeta latino Ovidio, ha resplandecido toda la creación literaria del poeta cubano Gastón Baquero.

Desde Demócrito, a quien preocupaba ya si Homero fue poeta por gracia de la naturaleza o en virtud del conocimiento técnico de la palabra, toda la aristocracia intelectual helénica, interesada en la pregunta, con la inclinación de Platón en favor de la inspiración divina o del ingenio, intentó clarificar la razón última acerca del origen de la poesía y del poder de los poetas. Si alguien interrogara de qué hontanar manan los contenidos y la perfección formal del escritor y poeta Gastón Baquero, acaso la más lúcida solución podría llegar de manos del poeta Horacio: Yo no veo que aproveche el estudio sin una rica vena, ni un ingenio sin cultivo. Así la una cosa reclama la ayuda de la otra y como por juramento se unen amistosamente (Arte Poética, 409-411). De tal amigable alianza nacen las más bellas obras artísticas. En este mismo principio, armonía entre talento y técnica, fundamentó por su parte Quintiliano la dignidad d el prosista y del orador (Inst. Orat. XII, 5, 2), y Vitrubio, arquitecto y maestro de arquitectos romanos, en su obra dedicada al emperador Augusto el año 23 antes de nuestra era, había a su vez afirmado la exigencia de la inspiración y de la técnica para toda obra arquitectónica, en la que estuviesen acordadas la fortaleza, la belleza y la utilidad.

En esta visión clásica se presenta la prosa y poesía del poeta cubano Gastón Baquero, recogida en su mayor parte dentro de los dos volúmenes -Poesía completa y Ensayo-, que edita la Fundación Central Hispano. No en   —8→   vano se inicia en esta edición la Colección Obra Fundamental. Fundamental en el siglo XX de la prosa y de la poesía cubana es la presencia de Baquero. Y no sólo en Cuba, ya que la mayor parte de su creación literaria aconteció en España. Al mundo del espíritu nació Baquero en Orígenes, revista de La Habana, en cuyo círculo ejerció su mágica fascinación intelectual y potenciadora el poeta Lezama Lima. Sus colaboraciones y dirección periodística más tarde, que pronto le convierten en maestro y orfebre de una prosa sin tacha, ofrecen el testimonio histórico de un cabal caballero, en quien se dieron abrazo fuerte y tierno la estética y la ética. La prosa hispanoamericana, que hoy tiene el cetro de la lengua española en manos propias, muestra también en Gastón Baquero una estructura y ritmo clásicos, no escasos en nuestro tiempo y letras actuales.

Pero la voz esencial de Baquero es la poética, original, profunda, inconfundible. No hay que numerar, sino ponderar sus versos. Seis obras publicadas, precedidas de versos inéditos desde el 1935, Poemas (1942), Saúl sobre la espada (1942), Poemas escritos en España (1960), Memorial de un testigo (1966), la Antología Magias e invenciones (1984), Poemas invisibles (1991) y Autoantología (1992), reunidas en el primer volumen de la presente edición, aseguran su fuerza y presencia en el luminoso panorama de la poesía española, con tantas altas cumbres dentro de este siglo XX, áureo y uno de los más excelsos de toda su historia.

Poeta de tres mundos, como certeramente se ha llamado a Gastón Baquero, supo vincular a la luz de su vida interior el vigor telúrico de su remoto origen africano, en cuya magia se percibe el ritmo de los tambores de la selva..., de cuando las fuerzas del hombre eran fuerzas gloriosas, mientras se revela la exuberancia vital, fulgurante en la perla de las Antillas, donde abrió sus ojos... y me sentí cercado por un resplandor de oro: /algo venía precedido de músicas, de pájaros verdes, de jazmines,/ abiertos a la luna, y se eleva en tierras hispanas su visión cultural de Europa a una asombrosa síntesis poética. Con estos tres mundos, renacidos en la luz de su espíritu, Gastón Baquero es ya posesión nuestra para siempre, como de toda obra perfecta afirmó el historiador Tucídides. De toda la suya son Magias e invenciones síntesis, símbolo y realidad deslumbrantes.

Alfonso Ortega Carmona
Director de la Cátedra de Poética Fray Luis de León.



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ArribaAbajoDe profundis

El título «Poesía Completa» está lleno de encrucijadas y de interrogantes. Tiene tal resonancia de «obra final» o de «obra póstuma», que a mí, supersticioso y cabalístico donde los haya, sólo se me ocurre cruzar los dedos, tocar innumerables trozos de madera, y elevarle una plegaria a San judas Tadeo, protector de los niños menores de dos años y de los ancianos menores de cien.

La poesía completa es el testamento, el camino clausurado, el guiño final de un actor a quien le apagan todas las luces del teatro cuando él creía tener todavía mucho papel por representar.

Tengo entre las manos lo que llaman «Poesía Completa de Gastón Baquero», y yo, que mantengo cierta relación de amistad con ese señor desde hace mucho tiempo, de pronto no comprendo, casi no sé de qué se habla, y pienso que es Otro el señor a quien se refieren. Será, me digo, algún señor muy mayor ya, ancianito trémulo, trastabillante y cascajoso, a quien sus amistades quieren despedir con una sonrisa y un laurel, un besito y un bizcocho. Paso por el gaznate el amargo trago, y me dedico a representar lo mejor que se pueda este papel postrero, en el que no me veo. ¿Es qué un cierto número de poemas y un no menos cierto número de años significan inexorablemente una despedida?

Juguemos, los lectores y yo, el juego que se nos propone. Desde 1937 ó 1938 vengo escribiendo y publicando poemas. Nunca fuí -ni lo soy- consciente del valor o el no valor que tienen estos escritos. A mí la poesía me ha ocurrido como la estatura o el cuerpo. De pronto, un día vi que estaba ahí, como estaban el gusto por las frutas y el miedo a la muerte.

La poesía no es algo que uno sale a buscar, como un perrito perdido. Uno no sabe que ella está junto a uno, porque llega sin ruido y sin aviso. No se le ocurre al acompañado sin pedírsele permiso, nada más que tomar su papel y su lápiz y dedicarse a obedecer un dictado.

Al revés de lo que sucede con las hojas del árbol, que se alejan en silencio, con los poemas ocurre que habitan la hoja de papel, y ahí se quedan, se apiñatan y corcursen, hasta que salen al exterior. Piden ser escuchados, reclaman   —10→   vivir. Sin saber cómo ni cuándo, uno se oye llamar poeta un día. No presta mucha atención, porque sabe que poeta, lo que se dice de veras poeta, hubo y hay muy pocos en el mundo.

Nadie me ha oído jamás decir «yo soy poeta». Amigo de la Poesía, enamorado perenne de ella, aprendiz del tremendo artesanaje que requiere, eso sí me siento ser.

Escribo estas líneas, antes de entrar en el libro de la postumidad o de la despedida, para dejar inscrita en letras mi gratitud a tantos amigos que desde los remotos días de los primeros poemas hasta el momento, solemne para mí, en que hoy escribo, me tendieron sus manos. Una relación de nombres es inintentable, porque en el mundo el número de los buenos es infinitamente superior al de los malos. De lo contrario no podríamos vivir ni escribir poesía.

Debo sí fundir en una sola campana de gratitud todos los agradecimientos y todas las simpatías que me obligan. El nombre que a mis ojos resume y contiene todo, es el de la Cátedra de Poética «Fray Luis de León» de la Universidad Pontificia de Salamanca, regida por un humanista de excepcional saber, Don Alfonso Ortega Carmona, a quien secunda con eficiencia insuperable el escritor y profesor peruano-español Don Alfredo Pérez Alencart.

Fue la mano generosa del profesor Ortega Carmona la que acertó en acudir a una Fundación Cultural de primer orden, la del Banco Central Hispano, con historia ya imborrable en la exaltación de las artes plásticas, recomendándole volver sus ojos también hacia las letras. Como posible primer sujeto de esa ampliación de actividades de la Fundación, le fue señalado mi nombre al Presidente Don Alfonso Escámez y al Director Don Javier Aguado, quienes reaccionaron de inmediato aceptando la propuesta de la Cátedra.

De la noche a la mañana, como me ocurrió allende medio siglo con la Poesía, me vi convertido en el primer nombre de la Colección que con el título Obra Fundamental se propone sostener y mantener la Fundación Central Hispano.

Esto es todo. Así de espontáneo y de sencillo se pronunció el Sr. Escámez con su equipo, y así pudo llegar a quedar recogida e impresa la poesía completa de alguien que no sabe enjuiciar sus poemas, pero sí sabe respetar y amar la Poesía con pareja devoción a la que guarda para la Música y para la Filosofía, estuches y corona de la existencia.

G. B.



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ArribaAbajoG. B., poeta de memoriosa andanza

A Pío Serrano y a César López, dos orillas de luz cubana

Para Gastón Baquero, el venezolano Andrés Bello fue la luz intelectual más grande de América en su siglo y el gran libertador intelectual de esas tierras. Bello escribió estas cuartetas que bien pueden ser utilizadas para reflejar el propio sentir y la dignidad con que el poeta de la calle Antonio Acuña destila la turbia realidad inmediata de estos años de atardecer iluminado: «Verdad, no lisonja quiero; / verdad sencilla, desnuda; / no el aplauso vocinglero, / que a la fortuna saluda. // Quiero en mis postreros años / decir a ese bien fingido: / ¡Adiós! no más desengaños; / a los que olvidan, olvido. // Otros en loco tumulto/ llamen dicha al frenesí: / yo en el rincón más oscuro / quiero vivir para mí».

No podría dedicar estos apuntes a realizar una meticulosa cronología de la vida de Baquero (Banes, Cuba, 1918), pues él mismo es contrario a hablar de su actividades y poco acerca de su obra literaria. Soy sólo un amigo -así me considera él, y es un honor que en el decir de Borges me endiosa el pecho inexplicable un júbilo sereno- buscando no contradecir sus deseos al señalarme la feliz tarea de cuidar la edición de este volumen que contiene su Poesía Completa. Baquero, en callada soledad, explica su postura: «No hay misterio ni contradicción, porque la poesía en sí es una entidad ajena al bien o al mal, como ajena a la cuna, a la raza, a la casta. Por eso la biografía de un poeta es la obra de ese poeta, y punto». Más recientemente, ha vuelto a dejar constancia de su decisión: «A mí, además, nunca me ha gustado hablar sobre mis actividades literarias. Aquí en España, trabajé treinta años en Radio Exterior, y durante todo ese tiempo nadie allí supo que yo escribía. Un señor del barrio donde vivo, leyó hace poco que en El País hablaban sobre mí y me dijo: ah, pero yo no sabía que   —12→   usted escribe. Yo le contesté: no, si yo no escribo; lo dicen en el periódico, pero no es cierto. Se lo dije para quitármelo de encima, pues no me gusta hablar de ese tema» (La poesía es magia e invención, p. 23).

Es bueno respirar junto a él, sentirlo cerca, como gran poeta que es, no como objeto de estudio. Ha sabido construir, con rigor y hondura, un espacio poético que lo diferencia de cualquier otro. Alta torre de la poesía hispanoamericana, solitario en busca del saber y en diálogo consigo mismo, Baquero es un hacedor de sueños cuya opción por la vida apartada le permite contemplar, ver y transver más allá de la realidad y de las máscaras que nos impone este delirante fin de siglo. Preludiando el olvido -que espero no se produzca- Baquero se autoretrata: «Ese señor, gordo y herido, / que lleva mariposas en los hombros / oculta tras la risa y el olvido / la pesadumbre de todos los escombros. // El dice que lo tiene merecido / porque aceptó vivir, que no hay asombro / en flotar como un pez muerto y podrido / con la cruz del vivir sobre los hombros. // Cenizas esparcidas en la luna / quiere que sean las suyas cuando eleve / su máscara de hoy. No deja huellas. // Sólo quiere una cosa, sólo una: / descubrir el sendero que lo lleve / a hundirse para siempre en las estrellas».

Baquero es un viajero del tiempo. El siempre se ha sentido como un testigo que por invocación misteriosa o recreación de la memoria escucha los murmullos del pasado, entendiendo que los más grandes logros de la poesía no han surgido de la realidad aparente, sino de la ensoñación de un tiempo que bulle al interior de la mente y que se reunifican en un ardiente espacio de revelaciones. De esta forma va convirtiéndose en transgresor del tiempo y del espacio, tratando de ser un vidente como se calificaba Rimbaud: «Equiparo el pasado con el presente; no encuentro diferencias entre Carlos V y Nixon, los veo como dos contemporáneos. Parece que han pasado muchos años, pero en realidad no han transcurrido ninguno. Los humanos somos quienes nos empeñamos en dividir el tiempo a base de relojes y almanaques... también me seduce el macrocosmos, el universo... Yo creo que una de las grandes desgracias que tenemos en el mundo es haber perdido la conexión con el cosmos» (Entrevista de Susana Asenjo, en Celebración de la Existencia p. 210).

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Veamos alguna creación suya donde nos habla de su ir más allá para penetrar en el secreto mecanismo que mueve los compartimentos del cosmos. Así, en «Memorial de un testigo», advertimos esta condición:


Pero si también yo estaba allí, en el Allí de un Espacio escribible con mayúsculas,
en el instante en que el Señor Consejero mojaba la pluma de gando egandino,
y tras, tras, ponía en la hojita blanca (que yo iba secando con acedera
      meticulosamente)
Elegía de Marienbad, amén de sus lágrimas
[...]
Ya antes en todo tiempo yo había participado mucho. Estuve presente
(sirviendo copazas de licor, moviendo cortinajes, entregando almohadones,
      cierto, pero estuve presente),
en la conversación primera de Cayo Julio con la Reina del Nilo:
«una obra de arte, os lo digo, una deliciosa anticipación del psicoanálisis y de la
      radiactividad».



Nada por aquí, nada por allá. Pero de pronto la escapatoria es posible. En «Fábula» leemos: «No dormimos dos veces bajo la misma estrella; / cada día un paisaje, cada noche otra luz». El poeta busca vencer al tiempo, engañar al inexorable paso de las horas y de los días, como en «Manos» o en «Los lunes me llamaba Nicanor». Nada por aquí, nada por allá. Pero de pronto impone en su palabra el poder creador y retorna al pasado para tocar el borde de la infancia, como en «Guitarra»: «Y es que vuelto a vivir en el país de la infancia, también un dios descubre / la inagotable felicidad de colocarse de espaldas al destino».

Si para Hölderling, el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando despierta, para Baquero -que amansa oníricamente todos los encantamientos- lo trascendente es poder conseguir la peregrinación del espíritu humano en el cielo estrellado, bilocarse, dejar el alma libre de la cárcel del cuerpo, como el «Breve viaje nocturno» que tan bien describe el poeta: «Mi madre no sabe que por la noche, / cuando ella mira mi cuerpo dormido / y sonríe feliz sintiéndome a su lado, / mi alma sale de mí, se va de viaje / guiada por elefantes blaquirrojos, / y toda la tierra queda abandonada, / y ya no pertenezco a la prisión del mundo, / pues llego hasta la luna.... Y mi madre no sabe que al otro día, / cuando toca en mi hombro y dulcemente llama, / yo no vengo del sueño:   —14→   yo he regresado / pocos instantes antes, después de haber sido / el más feliz de los niños, y el viajero / que despaciosamente entra y sale del cielo, / cuando la madre llama y obedece el alma».

¿Cómo poder hablar, descifrar el hechizo de la poesía de Baquero, estando inmerso dentro de ese delicioso mundo? La fuerza reveladora en la búsqueda de lo más secreto, más allá de los límites que la realidad impone, hacen que su poesía sea el lugar donde todo sucede, otorgándonos la luz más directa: «A mí lo que me gusta no es plantear problemas, sino construir poemas. Casi nunca se logra. Todo lo personal me parece poéticamente trivial. Todo el mundo se enamora, todo el mundo se siente solo, todo el mundo se siente traicionado, todo el mundo va al cuarto de baño. ¿A quién puede interesarle algo tan irrelevante? A todos nos ocurren estos percances».

Sí, la lucidez también es una profunda herida. Algo de esto lo siente el poeta: «A mí me cuesta mucho escribir un poema. Nunca estoy conforme con lo que dejé expresado. En Salamanca me hicieron hace poco un homenaje. Explicaba mi desazón, mi disgusto, por lo que veo de excesivo en mis poemas». Baquero no es nada complaciente consigo mismo y de ser por él no habría publicado esos poemas inéditos de su juventud que ahora aparecen bajo el título El álamo rojo en la ventana. El hecho de que se hayan publicado nueve de ellos en Cuba, ha motivado que Gastón intente conjurar el fastidio y acceda a que se incorporen a esta edición otros cincuenta y dos poemas inéditos.

La lectura de textos de la literatura universal que uno descubre como tesoros invalorables, muchas veces nos conduce a descifrar lo escrito y convertirlos en una grata vivencia imaginaria. Puede surgir así la reescritura y las vislumbres de la propia invención, pues la imaginación poética, como revelación del ser, permite glosar, transformar y concebir una nueva criatura, una versión surgida del legado de otros genios y evocada de forma diferente, con un encantamiento que algunas veces trasciende la intensidad de las imágenes primeras. Una de las primeras lecturas creadoras que tuvo Baquero fue el acercamiento a la obra y a la persona de José Lezama Lima, una referencia básica para el poeta de Banes: «...   —15→   Lezama me hizo pensar primero en la belleza y me dio el respeto por la cultura y el saber. He dicho en ocasiones que mi única razón de venir a la tierra fue para servir a Lezama». Una muestra de esta reescritura luminosa la encontramos en las variaciones antillanas que de textos de Mallarmé hizo Baquero, como son sus poemas «La fiesta del fauno», «La casa en ruinas», o «Aparición». Otras pinceladas espléndidas están presentes en los doce Poemas Africanos.

Preguntado por el escritor mexicano Marco Antonio Campos sobre su deuda con la poesía, Baquero no duda en dar una respuesta contundente: «Todo. Debí ganarme la vida en el periodismo y tuve la mala suerte de hacerlo con éxito. Eso me amarró mucho, pero siempre tenía esa libertad que me daba la poesía. Poesía y libertad para mí son sinónimos. Yo vivo más por dentro que por fuera. Y la poesía me ha acompañado en esa libertad».

Baquero es un verdadero maestro para los poetas jóvenes y no tan jóvenes de Cuba y de fuera de ella. Él, que no se siente exiliado pues su capacidad interior le permite sentirse en la Isla, saborear sus platos y hacer alguna consulta a Lezama, dedicó su libro Poemas invisibles a todos esos jóvenes que lo primero que hacen cuando llegan a Madrid es tratar de ser recibidos por el Poeta. Para bien de su poesía, la política no ha podido encontrar resquicio alguno por donde colarse. Ha apartado todo atisbo de mensaje panfletario o panegírico de esa índole, pues entiende que la política es algo efímero y está siempre por debajo de la poesía. Su decidida entrega por lograr espacios de diálogo es más que loable, como se pudo apreciar del 21 al 25 de noviembre de 1994, durante las sesiones del encuentro celebrado en Madrid con el título La isla entera. En el plano poético ya existen algunos resultados positivos de esa invocación que más de un disgusto ha generado en intransigentes de una u otra orilla: Me refiero a la primera antología de la última década, compilada por León de la Hoz y publicada en Madrid bajo el título La poesía de las dos orillas (1959-1993). Esta obra trae entre sus páginas una amplia muestra de poetas cubanos, donde quiera se encuentren residiendo.

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España ha sido siempre una referencia para Baquero. Ya desde su más tierna infancia, en su Banes natal, tomó contacto con los vínculos entre España y el Nuevo Mundo cuando se enteró que el señor con rostro adusto en el retrato colgado en la Casa Municipal no era sino Hernán Cortés, el primer alcalde de su pueblo. En la escuela colgaba el retrato de Pablo Iglesias. Llegó a la península por vez primera en 1944 para participar en un encuentro en torno a la obra de Cervantes, con una ponencia sobre Sancho Panza. Es el año de 1959 cuando deja su Isla entrañable para no volver hasta ahora. Atrás quedó una notable actividad periodística como redactor jefe de El Diario de la Marina y su participación en las cercanías de Orígenes. Se instala en Madrid, trabaja en el Instituto de Cultura Hispánica, en Radio Exterior de España y reinicia sus colaboraciones en la prensa.

Una buena parte de los poemas de Baquero aparcan la solemnidad de las ortodoxias para condensarse en una devastadora ironía y un humor propiciador del asombro poético. Tienen un humorismo sugerente, revelador. Hay un imperio de la sonrisa, que se debe al intelecto y al ritual. Comprobamos la capacidad de hacer sonreír en su desenfado optimista, con su chispeante verso. Baste con leer los poemas «Luigia Polzelli mira de soslayo a su amante, y sonríe», «Oscar Wilde dicta en Montmartre a Toulouse-Lautrec la receta del cocktail bebido la noche antes en el salón de Sarah Bernhardt», «Pavana para el Emperador», «Charada para Lidia Cabrera», «Plegaria del padre agradecido» o «Manuela Sáez baila con Giuseppe Garibaldi el rigodón final de la existencia».

Habría que estudiar con mayor detenimiento este aspecto. Puede ser trabajo de investigadores más empecinados. Yo solo digo que no es conveniente tratar de explicar lo inexplicable, cuando se sabe con certeza que es imposible acceder al secreto último del talento creador. Quedan los poemas para que el lector los lea y valore. Eso es lo que quiere alguien llamado Gastón Baquero, un poeta con mayúsculas, un poeta de prolongada y memoriosa andanza.

Sólo me resta agregar, siguiendo a Teresa de Jesús: «No sé de dónde pude merecer tanto bien».

Alfredo Pérez Alencart
Universidad de Salamanca



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ArribaAbajoSobre esta edición

Poesía Completa reproduce en buena parte los libros y poemas publicados en las primeras ediciones. No habiendo sido posible contar con el libro Poemas que Gastón Baquero publicó en 1942 y del que no conserva ningún ejemplar, se utilizó la antología Diez poetas cubanos (1937-1947), dada a conocer por Cintio Vitier en 1948, que incluye los poemas de Baquero en las páginas 111 a 146. Cuando la presente edición estaba por entrar a imprenta, la buena fortuna quiso que Fina García Marruz y Cintio Vitier pasaran por Salamanca y revisando el índice de la obra, comprobaran la ausencia de un poema constantemente presente en los recuerdos del autor: «Creo recordar que uno de mis primeros poemas consistía en una retahila de preguntas: era una pura y cándida interrogación sobre el misterio de la rosa en el jardín. Ahora caigo en la cuenta que no he hecho en la vida otra cosa que preguntar, y reproducir después lo que me ha parecido ser una respuesta». Fue gracias a ellos, que guardan un ejemplar de esa edición, como ahora podemos incluir el poema «¿Qué pasa, qué está pasando...». También en este bloque se ha incorporado el poema «Canta la alondra en las puertas del cielo», publicado en la revista Orígenes, núm. 1, La Habana, 1944, pp. 9-11.

Poemas escritos en España se incorpora de acuerdo con la edición de Magias e invenciones (1984). Tampoco existen cambios en el libro Memorial de un testigo, que sigue la edición de 1966. Poemas africanos, escrito en 1974, fue publicado en Magias e invenciones, respetándose esa edición. «Ciervo en la muerte», poema que se publicó en Poemas invisibles, se incluye ahora como último trabajo del bloque titulado Magias e invenciones.

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«Himno al Doncel de Sigüenza», escrito en 1975 e inédito hasta ahora, se coloca al final de Poemas Invisibles (1991). Se publican seis poemas inéditos de reciente época, bajo el título de Otros poemas invisibles.

En la segunda parte de la obra, titulada El álamo rojo en la ventana, de especial interés para estudiosos o no, se publican cincuenta y dos poemas inéditos y nueve publicados -con alguna errata importante, ya corregida- en la revista Credo, de la Cátedra de Estudios Cubanos del Instituto Superior de Arte, La Habana, año I, octubre 1993, pp. 18-24. Estos poemas comprenden el espacio temporal 1935-1942.



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ArribaAbajoBibliografía


Libros de poesía de Gastón Baquero

Poemas, La Habana, 1942.

Saúl sobre su espada, La Habana, Ediciones «Clavileño», 1942.

Poemas escritos en España, Madrid, «Cuadernos Hispanoamericanos», 1960.

Memorial de un testigo, Madrid, Ediciones Rialp, colección «Adonais», 1966.

Magias e invenciones, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1984. (Recoge su producción anterior y cerca de cincuenta nuevos poemas).

Poemas invisibles, Madrid, Editorial Verbum, 1991.

Autoantología comentada, Madrid, «Signos», 1992.

El álamo rojo en la ventana (1935-1942), inédito.

Otros poemas invisibles (1992-1994), inédito.




Estudios sobre la poesía de Baquero (selección)

JESÚS J. BARQUET: «La poética de Gastón Baquero», Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, núm. 496, octubre 1991, pp. 121-128.

FRANCISCO BRINES: «La poesía como salvación de la inocencia», en Celebración de la existencia. Homenaje internacional al poeta cubano Gastón Baquero, coordinado por Alfonso Ortega Carmona y Alfredo Pérez Alencart, Salamanca, Ediciones Universidad Pontificia de Salamanca, 1994, pp. 29-33.

SANTIAGO CASTELO: «Gastón Baquero, un poeta universal», en Celebración de la existencia. Homenaje internacional al poeta cubano Gastón Baquero, pp. 63-68.

JUAN GUSTAVO COBO BORDA: «Gastón Baquero o la sabrosa poesía del mestizaje», en Celebración de la existencia. Homenaje internacional al poeta cubano Gastón Baquero, pp. 19-27.

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CARLOS CONTRAMAESTRE: «Gastón Baquero, poeta de Tres Mundos», El Diario de Caracas, 27 de abril de 1993.

LUIS FRAYLE DELGADO: «Vitalismo en la obra poética de Gastón Baquero», en Celebración de la existencia. Homenaje internacional al poeta cubano Gastón Baquero, pp. 51-62.

SALVADOR GARMENDIA: «Un silencio llamado Gastón», Imagen Latinoamericana, núm. 100-104, mayo de 1993, Caracas, p. 4.

JOSÉ OLIVIO JIMÉNEZ: Diez años de poesía española, Madrid, 1972.

JOSÉ PRATS SARIOL: «Gorostiza, Baquero, los misterios», Imagen Latinoamericana, núm. 100-104, mayo de 1993, Caracas, pp. 32-35.

CARMEN RUIZ BARRIONUEVO: «Magias de Gastón Baquero», en Celebración de la existencia. Homenaje internacional al poeta cubano Gastón Baquero, pp. 35-42.

——. «Proyección de un origenista: Las invenciones de Gastón Baquero», Revista Unión, La Habana, núm. 18, enero-marzo 1995, pp. 40-44.

FRANCISCO UMBRAL: «Gastón Baquero», El Mundo, 13 de febrero de 1994, última página.

LUIS ANTONIO DE VILLENA: «Versos de magia y belleza», Fin de siglo, Cádiz, Segunda época, núm. 2, noviembre-diciembre 1992, p. 12.

CINTIO VITIER: Lo cubano en la Poesía, La Habana, 1958, pp. 484-498.




Entrevistas

FELIPE LÁZARO: Conversación con Gastón Baquero, Betania, 1987 (2.ª edición aumentada y revisada, 1994), Madrid, pp. 75.

CARLOS ESPINOZA DOMÍNGUEZ: «La poesía es magia e invención», Imagen Latinoamericana, núm. 100-104, mayo de 1993, Caracas, pp. 20-25.

MARCO ANTONIO CAMPOS: «Entrevista con Gastón Baquero», Poesía, núm. 4, Nueva época, invierno 1993, UNAM, México, pp. 90-95.

ÁNGEL GONZÁLEZ JEREZ: «En la luz de la palabra», La Gaceta de Canarias, 15 de marzo de 1994, pp. 30-31.



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Poemas de Baquero en antologías

Su obra ha sido incluida, entre otras, en las siguientes antologías: Diez Poetas Cubanos (La Habana, 1948), en Cincuenta Años de Poesía Cubana 1902-1952 (La Habana, 1952), ambas de Cintio Vitier; en Poesía Cubana Contemporánea. Un ensayo de Antología (Nueva York, 1967) de Humberto López Morales; en La última poesía cubana (Madrid, 1973) de Orlando Rodríguez Sardiñas; en Antología de la poesía hispanoamericana (México, 1985) de Juan Gustavo Cobo Borda; en Poesía Cubana Contemporánea (Madrid, 1986) y Poetas Cubanos en España (Madrid, 1987) ambas de Felipe Lázaro; en Noche insular. Antología de la Poesía Cubana (Barcelona, 1993) de Mihály Dés; en Una fiesta innombrable (México, 1993) de Nedda G. de Anhalt y Manuel Ulacia y en las antologías alemanas Lyrik aus Latinamerika de Curt Meye Classon y Scwarzer orpheus de Janiz Jahn. Cabe destacar que ya en 1957 el reconocido crítico Caillet-Bois incluyó la obra de Baquero en su clásica antología de poesía hispanoamericana publicada en Buenos Aires.





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ArribaAbajoEl poema

Explicación:

En la obra de todo autor hay siempre una página que se toma por emblemática. El poema de G. B. «Palabras escritas en la arena por un inocente», que él escribiera en 1941 al pie de unas líneas de Lady Gregory en uno de sus dramas, marcó indeleblemente toda la obra posterior del autor. Por eso abrimos con él esta suma de la poesía completa de Gastón Baquero.

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ArribaAbajoPalabras escritas en la arena por un inocente



I

Abajo Yo no sé escribir y soy un inocente.
Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente.
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva.
Va y viene entre los hombres respirando y existiendo.
Voy y vengo entre los hombres y represento seriamente el papel que ellos quieren:
Ignorante, orador, astrónomo, jardinero.

E ignoran que en verdad soy solamente un niño.
Un fragmento de polvo llevado y traído hacia la tierra por el peso de su corazón.
El niño olvidado por su padre en el parque.
De quien ignoran que ríe con todo su corazón, pero jamás con los ojos.
Mis ojos piensan y hablan y andan por su cuenta.
Pero yo represento seriamente mi papel y digo:
Buenos días, doctor, el mundo está a sus órdenes, la medida exacta de la tierra
es hoy de seis pies y una pulgada, ¿no es ésta la medida exacta de su cuerpo?
Pero el doctor me dice:
Yo no me llamo Protágoras, pero me llamo Anselmo.
Y usted es un inocente, un idiota inofensivo y útil.
Un niño que ignora totalmente el arte de escribir.
Vuelva a dormirse.


II

Yo soy un inocente y he venido a la orilla del mar,
Del sueño, al sueño, a la verdad, vacío, navegando el sueño.
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Un inocente, apenas, inocente de ser inocente, despertando inocente.
Yo no sé escribir, no tengo nociones de lengua persa.
¿Y quién que no sepa el persa puede saber nada?
Sí, señor, flor, amor, puede acaso que sepa historia de la antigüedad.
En la antigüedad está erguido Julio César con Cleopatra en los brazos.
Y César está en los brazos de Alejandro.
Y Alejandro está en los brazos de Aristóteles.
Y Aristóteles está en los brazos de Filipo.
Y Filipo está en los brazos de Ciro.
Y Ciro está en los brazos de Darío.
Y Darío está en los brazos del Helesponto.
Y el Helesponto está en los brazos del Nilo.
Y el Nilo está en la cuna del inocente David.
Y David sonríe y canta en los brazos de las hijas del Rey.
Yo soy un inocente, ciego, de nube en nube, de sombra a sombra levantado.
Veo debajo del cabello a una mujer y debajo de la mujer a una rosa y debajo de la rosa a un insecto.
Voy de alucinación en alucinación como llevado por los pies del tiempo.
Asomado a un espejo está Absalom desnudo y me adelanto a estrecharle la mano.
Estoy muerto en este balcón desde hace cinco minutos lleno de dardos.
Estoy cercado de piedras colgado de un árbol oyendo a David.
Hijo mío Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom!
Nunca comprendo nada y ahora comprendo menos que nunca.
Pero tengo la arena del mar, sueño, para escribir el sueño de los dedos.
Y soy tan sólo el niño olvidado inocente durmiéndose en la arena.


III

«Yo soy el más feliz de los infelices».
El que lleva puesto sombrero y nadie lo ve.
El que pronuncia el nombre de Dios y la gente oye:
—27→
Vamos al campo a comer golosinas con las aves del campo.
Y vamos al campo aves afuera a burlarnos del tiempo con la más bella bufonada.
Pintando en la arena del campo orillas de un mar dentro del bosque.
Incorporando las biografías de hombres submarinos renacidos en árboles.
Atahlía interrumpe todo esfuerzo gritando hacia los cielos traición, traición!
Nos encogemos de hombros y hablamos con los delfines sobre este grave asunto.
Contestan que se limitan a ser navíos inesperados y tálamos de ruiseñores.
Que lo dejen vivir en todo el mar y en todo el bosque.
Escalando los delfines los árboles y las anémonas.
Comprendo y sigo garabateando en la arena.
Como un niño inocente que hace lo que le dictan desde el cielo.


IV

Bajo la costa atlántica.
A todo lo largo de la costa atlántica escribo con el sueño índice:
Yo no sé.

Llega el sueño del mar, el niño duerme garabateando en la arena,
escucha, tú velarás, tu estarás, tú serás!
«Sí, es Agamenón, es tu rey quien te despierta,
Reconoces la voz que golpea en tus oídos».
¿Por qué vas a despertarle rey de las medusas?
¿Qué vigilas cuando todos duermen y no estás oyendo?
Las cúpulas despiertas. Las interminables escaleras de la memoria.
Oye lo que canta la profunda medianoche:
Reflexiona y tírate en el río.
De la mano del rey tírate en el río.
Nada como un amigo para ser destruido.
Prepárate a morir. Invoca al mar. Mírame partir.
Yo soy tu amigo.
—28→
No! Si yo soy tan sólo un niño inocente.
Uno a quien han disfrazado de persona impura.
Uno que ha crecido de súbito a espaldas de su madre.
Pero nada comprendo ni sé, me muevo y hablo
Porque los otros vienen a buscarme, sólo quisiera
Saber con certidumbre lo que pasó en Egipto
Cuando surgió la Esfinge de la arena.
De esta arena en que escribo como un niño
Epitafios, responsos, los nombres más prohibidos.
Escribiendo su nombre y borrándolo luego,
Para que nadie lea, y los peces prosigan inocentes.
Y los niños corran por las playas sin conocer el nombre que me muere.


V

«Qué soy después de todo sino un niño,
Complacido con el sonido de mi propio nombre,
Repitiéndolo sin cesar,
Apartándome de los otros para oírlo,
Sin que me canse nunca?».

Escribo en la arena la palabra horizonte
Y unas mujeres altas vienen a reposar en ella.
Dialogan sonrientes y se esfuman tranquilas.
Yo no puedo seguirlas, el sueño me detiene, ellas van por mis brazos
Buscando el camino tormentoso de mi corazón.
El horizonte guarda los amigos perdidos, las naves naufragadas,
Las puertas de ciudades que existieron cuando existió David.

Yo no comprendo nada, yo soy un inocente.
Pero los dejo irse temblando por el camino de los brazos,
Sangre adentro, centellas silenciosas,
Ahora los escucho platicar por las venas,
—29→
Fieles, suntuosamente humildes, vencidos de antemano.
Hablan de las antiguas ciudades, hablan de mujeres esfumadas, gritan y corren apresurados.

Esta mano de un rey me pertenece.
Esta Iglesia es mi casa. Son mis ojos
Quienes la hacen alta y luminosa. Aquel torso
Que sirve de refugio a un bienamado pueblo de palomas
Escapado ha de mí. Han escrito una letra de mi nombre
En las tibias espaldas de aquel árbol. ¿Quién es esta mujer?
La oigo mis verdades. Ella conoce el preciado alimento.
Va inscribiendo mi nombre sobre sepulcros olvidados.
Ella conoce la destreza de amor con que se yergue
Dentro de mí un cuerpo esplendoroso. Ella vive por mí.
¿Cómo responde cuando soy llamado? ¿Cómo alcanza
A su terrible boca el alimento que deparado fuera a mis entrañas?
Ahora comprendo que su cuerpo es el mío.
Yo no termino en mí, en mí comienzo.
También ella soy yo, también se extiende,
Oh muerte, oh muerte, mujer, alma encontrada,
¿Qué vigilas cuando todos duermen?
Oh muerte, feliz inicio, campo de batalla,
Donde las almas solas, puras almas, ya no se mueren nunca,
También se extiende hacia su extraña playa de deseos
Esta frente que en mí es destruida por ardientes deseos de otra frente.

Bajo este murmullo de guerreros por dentro de las venas
Pienso en los tristes rostros de los niños.
Pienso en sus conversaciones infantiles y en que van a morirse.
Y pienso en la injusticia de que no sean niños eternamente.

Y una voz me contesta:
Eres el más inocente de los inocentes.
—30→
Apresúrate a morir. Apresúrate a existir. Mañana sabrás todo.
A su oído infantil, a su inercia, a su ensueño,
Bufón, rojo anciano, sabio dominante, le dirás la verdad
Diciendo tus verdades, bufón, anciano dominante, sabio de Dios, alerta.
Mañana sabrás todo. Mañana. Duerme, niño inocente, duerme hasta mañana.
Le mostrarás el polvoriento camino de la muerte, anciano dominante,
Bufón de Dios, poeta.

      To-morrow, and to-morrow, and to-morrow,
      Creeps in this petty pace from day to day,
      To the lasta syllable of recorded time;
      And all our yesterdays have lighted fools
      The way to dusty death: Out, out, brief candle!

Bufón de Dios, arrójate a las llamas, que el tiempo es el maestro de la muerte.
Y tú no estás, ya nadie te recuerda el cuerpo ni la sombra.
Hoy eres el bufón, que se levanta y ríe, padre de sus ficciones, sabio dominado.
Levántate sobre la última sílaba del tiempo que recordamos, levántate, terrible
y seguro, imponiendo tu sombra a la luz de la vida.

      Life's but a walking shadow, a poor player
      That struts and frets his hour upon the stage,
      And then is heard no more; it is a tale
      Told by an idiot, full of sound and fury,
      Signifying nothing.

Mañana sabrás todo.
Vuelve a dormirte.

La vida no es sino una sombra errante,
Un pobre actor que se pavonea y malgasta su hora sobre la escena,
Y al que luego no se le escucha más, la vida es
—31→
Un cuento narrado por un idiota, un cuento lleno de sonido y de furia,
Significando nada.

Vuelve a dormirte.


VI

Estoy soñando en la arena las palabras que garabateo en la arena con el sueño
      índice:
Amplísimo-amor-de-inencontrable-ninfa-caritativo-muslo-de-sirena.
Éstas son las playas de Burma, con los minaretes de Burma, y las selvas de
      Burma.
El marabú, la flor, el heliógrafo del corazón. Los dragones andando de puntillas porque duerme San Jorge.
Soñar y dormir en el sueño de muerte los sueños de la muerte.
Danos tiempo para eso. Danos tiempo. Tú eres quien sueña solamente.
      «No. Yo no sueño la vida,
      Es la vida la que sueña a mí,
      y si el sueño me olvida,
      he de olvidarme al cabo que viví».


VII

Andan caminando por las seis de la mañana.
¿Querría usted hacer un poco de silencio?
La tierra se encuentra cansada de existir.
Día tras día moliendo estérilmente con su eje.
Día tras día oyendo a los dioses burlarse de los hombres.
Usted no sabe escucharla, ella rueda y gime.
Usted cree que escucha las campanas y es la tierra quien gime.
Recoja sus manos de inocente sobre la playa.
—32→
No escriba. No exista. No piense.
Ame usted si lo desea, ¿a quién le importa nada?
No es a usted a quien aman, compréndalo, renuncie gentilmente.
Piense en las estrellas e invéntese algunas constelaciones.
Hable de todo cuanto quiera pero no diga su nombre verdadero.
No se palpe usted el fantasma que lleva debajo de la piel.
No responda ante el nombre de un sepulcro. Niéguese a morir. Desista. Reconcilie.
No hable de la muerte, no hable del cuerpo, no hable de la belleza.
Para que los barcos anden,
«Para que las piedras puedan moverse y hablar los árboles».
Para corroborar la costumbre un poco antigua de morirse,
Remonten suavemente las amazonas el blanco río de sus cabellos.


VIII

«Yo soy el mentiroso que siempre dice su verdad».
Quien no puede desmentirse ni ser otra cosa que inocente.
Yo soy un niño que recibe por sus ojos la verdad de su inocencia.
Un navegante ciego en busca de su morada, que tropieza en las rocas vivientes del cuerpo
humano, que va y viene hacia la tierra bajo el peso agobiante de su pequeño corazón,
Quien padece su cuerpo como una herejía, y sabe que lo ignora.
Quien suplica un poco más de tiempo para olvidarse.
La mano de su Padre recogiéndolo piadosa en medio del parque.
Sonriendo, sollozando, mintiendo, proclamando su nombre sordamente.
Bufón de Dios, vestido de pecado, sonriendo, gritando bajo la piel, por su fantasma venidero.
Amor hacia las más bellas torres de la tierra.
Amor hacia los cuerpos que son como resplandecientes afirmaciones.
Amor, ciegamente, amor, y la muerte velando y sonriendo en el balcón de los cuerpos más hermosos.
—33→
Las manos afirmando y el corazón negando.

Vuelve, vuelve a soñar, inventa las precisas realidades.
Aduéñate del corazón que te desdeña bajo los cielos de Burma.
Sueña donde desees lo que desees. No aceptes. No renuncies. Reconcilia.
Navega majestuoso el corazón que te desdeña.
Sueña e inventa tus dulces imprecisas realidades, escribe su nombre en las
arenas, entrégalo al mar, viaja con él, silente navío desterrado.
Inventa tus precisas realidades y borra su nombre en las arenas.
Mintiendo por mis ojos la dura verdad de mi inocencia.


IX

Estamos en Ceylán a la sombra crujiente de los arrozales.
Hablamos invisiblemente la Emperatriz Faustina,
Juliano el Apóstata y yo.
Niño, dijeron, qué haces tan temprano en Ceylán,
Qué haces en Ceylán si no has muerto todavía.
Y aquí estamos para discutir las palabras del Patriarca Cirilo,
Y hablaremos hebreo, y tú no sabes hebreo?

El emperador Constantino sorbe ensimismado sus refrescos de fresa.
Y oye los vagidos victoriosos del niño occidente.
Desde Alejandría le llegan sueños y entrañas de aves tenebrosas como la herejía.
Pasan Paulino de Tiro y Petrófilo de Shitópolis.
Pasan Narciso de Neronias, Teodoto de Laodicea, el Patriarca Atanasio.
Y el Emperador Constantino acaricia los hombros de un faisán.
Escucha embelesado la ascensión de Occidente.
Y monta un caballo blanquísimo buscando a Arlés.
El primero de Agosto del año trescientos catorce de Cristo.
Sale el Emperador Constantino en busca de Arlés.
Lleva las bendiciones imperiales debajo de su toga,
Y el incienso y el agua en el filo de su espada.
—34→
Faustina me prestaba su copa de papel
Y yo bebía del vino que toman los muertos a la hora de dormir.
Pero no conseguían embriagarme
Y de cada palabra que decían sacaba una enseñanza.
El pez vencerá al Arquitecto,
Los hijos son consubstanciales con el padre.
Si descubren un nuevo planeta, habrá conflagraciones, y renunciará a existir el Sínodo de Antioquía.

Y de todo salía una enseñanza.

Estamos en Ceylán a la sombra de los crujientes arrozales.
Mujeres doradas danzan al compás de sus amatistas.
Niños grabados en la flor de amapola danzan briznas de opio.
Y en todo el paraninfo de Ceylán las figuras del sueño testifican:
¿Quién es ese niño que nos escribe en palabra en la arena?
¿Qué sabe él quién lo desata y lanza?

Me prestaba su copa de papel.
El patriarca hablaba desde su estatua de mármol, con su barba natural y voz de adolescente:
Preparáos a morir. La hora está aquí. Vengan.
Continuaba bebiendo el vino de los muertos y fingía dormir.
El patriarca me ponía su manto para cuidarme del sueño.
Y oía su diálogo por debajo del vuelo, la voz enjoyada de Faustina, la voz de la estatua,
el vino de Ceylán, la canción de los pequeños sacrificados en la misa de Ceylán.

¿Quién es ese niño que nos escribe en palabras en la arena?
¿Qué sabe él quien lo desata y lanza?

Una voz contesta desde su garganta de mármol:
Dejadlo dormir, es inocente de todo cuanto hace,
Y sufre su sangre como el martirio de una herejía.
—35→
Dormir en la voz helena de Cirilo.
Con las soterradas manos de Faustina.
Dialogando interminablemente Juliano el Apóstata.


X

Echemos algunas gotas de horror sobre la dulzura del mundo.
Mira tu corazón frente a frente, piensa en la terrible belleza y renuncia.
Los ancianos ya tiemblan al soplo de la muerte.
Los ancianos que fueron también la belleza terrible,
Los que turbaron un día las débiles manos de un niño en la arena.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Piensa en su belleza y piensa en su fealdad.
Aún los seres más bellos conducen un fantasma.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Escapa, débil niño, a la verdad de tu inocencia.
Y a todos los que se imaginan que no son inocentes
Y adelantándose al proscenio dicen:
Yo sé.

Dejemos vivo para siempre a ese inocente niño.
Porque garabatea insensatamente palabras en la arena.
Y no sabe si sabe o si no sabe.
Y asiste al espectáculo de la belleza como al vivo cuerpo de Dios.
Y dice las palabras que lee sobre los cielos, las palabras que se le ocurren,
a sabiendas de que en Dios tienen sentido.
Y porque asiste al espectáculo de su vida afligidamente.
Porque está en las manos de Dios y no conoce sino el pecado.
Y porque sabe que Dios vendrá a recogerle un día detrás del laberinto.
Buscando al más pequeño de sus hijos perdido olvidado en el parque.
Y porque sabe que Dios es también el horror y el vacío del mundo.
Y la plenitud cristalina del mundo.
Y porque Dios está erguido en el cuerpo luminoso de la verdad como en el cuerpo sombrío de la mentira.
—36→
      Dejadlo vivo
      para siempre.

Y el niño de la arena contesta: ¡Gracias!
Y una voz le responde:

      Sea Pablo,
      Sea Cefas,
      sea el mundo,
      sea la vida,
      sea la muerte,
      sea lo presente,
      sea lo por venir,
      todo es vuestro:
      y vosotros de Cristo,
      y Cristo de Dios.

Vuelve a dormirte.





  —37→  

ArribaAbajoPrimera parte

Magias e invenciones



ArribaAbajoPoemas anteriores a 1959

Poemas recogidos en «Diez poetas cubanos» de Cintio Vitier (1948)


  —[38]→     —39→  


ArribaAbajoCanta la alondra en las puertas del cielo


(Para Ángel Gaztelu, Pbro.)

-Hark! Hark! The Lark at Heaven Sings....
Shakespeare




ArribaAbajo Canta la Alondra en las puertas del cielo sus arpas infinitas.
Canta espacios de oro rindiéndose ante el alba en suaves pasos.
Canta la Alondra la angélica alegría de los astros, canta el coro de Dios.
Iluminando fuentes y tránsitos de estrellas en la carne del cielo.

Quiero escuchar su trino lanzado a la dulce marea de las nubes,
Con ese oído de nácar que tendrán los ángeles cuando padece el corazón humano.
Yo sé que ella suplica el presto arribo de algunos seres amados por mi alma.
Y quiero ayudarla un poco, y recojo su canto por encima de su propia armonía.
Y ellos echan sus pasos a la noche prosiguiendo en belleza la estela de la Alondra.
Y nada cesa de temblar y gemir en las puertas del cielo.

Canta la Alondra en alas divinales transformada, canta el suplicio.
Por donde ahogándose en luz y en blanca música la lluvia se detiene.
Canta la Alondra sobre el punto cimero, diamantino de estrellas, incendiado.
En el albo resplandor de la Paloma, canta después del trono, canta la gloria.
De Sagrados vellones luminosos, deslizados al Pórtico nevado en alas del navío.

De dónde, de dónde viene esta garganta apretada de espumas siderales.
Y este encaje deslumbrante que cuelga de su labio vibrando en cada nota.
—40→
Yo pregunto de dónde, inquiero por el sitio original de todo arpegio.
De dónde llega, cómo el viento lo hace posible huésped de los mares.
Y cómo surge este público de rosas atendiendo el responso.
Y la oración de fuego que es el alba enlazada en la voz de la Alondra.
Aquí, aquí también resuena el canto de la Alondra, lejos del cielo divinal resuena,
Como una llamada urgente es escuchado, como alguien que dice palabras que le dicta
Un músico sapiente, un rey, un exigente dueño custodiado de flamígero coro.
Y aquí resuena sólo cuando es pura la noche y los deseos han sido despeñados.

Entre los blandos secretos de corderos, de abejas, de azucenas, se escucha el tremolar.
Canta la Alondra aquí detrás de cada sombra salvada en el Paráclito.
Y hay diminutas antorchas delicadamente asidas al mirar de los niños,
Y resuenan las manos dolorosas de espuma, librándole senderos de esa lira de nieve.
Y contemplo mi alma cotidianamente asombrada de belleza.
Y la dejo partir, la desdeño sin llanto, como una piedra irremediablemente inscripta de blasfemia.
Y pienso en el rostro de Santa Flora y escucho los sonidos,
Y en el mancebo ignorado que ofreciera en el Huerto la espada de su cuerpo1
Y escucho los sonidos, y el gorjear perfumado de algún lejano ángel que me vela impasible.

Canta la Alondra el éxtasis que asciende y no retorna.
Así, apacible, lenta, como la frente de un penitente cayendo en el regazo de Dios, asciende.
Yo la siento gemir en un remoto pasado de mi alma.
Yo la gusto, errante, anclada en aquel signo de Dios que no ha partido todavía.
Erguida, así, la escucho y la contemplo, en el fragmento de ángel que me espera por detrás de la muerte.
—41→
Y la escucho cantar en los breves instantes en que ese rostro amado refulge y me confunde.
E ignoro si es posible tenerla por testigo de este doliente anhelo.
Y he aquí que entrego irremisiblemente mi alma al cristalino lecho de su canto.

Qué decir en esta circunstancia que no impregne los labios de alegría.
Yo recojo mi cuerpo en el silencio y me dispongo a morir escuchando.
Escucho cómo ascienden los seres bien amados de mi alma en pos de ese conjuro.
¡Oh Alondra! Penetra en voz de enigma por la clara ventana de su cuerpo,
Hechizando sus ojos con los propios ensalmos que derramas en extáticos lirios.
Penetra, ¡oh dulce Alondra!, su corazón amado, su pequeño recinto de gacelas,
Con los rostros más bellos, con los gestos ocultos en el límpido giro de los astros.
¡Escucha! Los címbalos del cielo despertados renuevan la alborada.
Como un gesto de Dios los trinos son llevados a enmudecido canto.
Y tu voz no ha cesado sobre el rostro de los serafines.
Y qué gran silencio pones debajo de mi sangre.




ArribaAbajoSoneto a las palomas de mi madre


ArribaAbajoA vosotras, palomas, hoy recuerdo
Decorando el alero de mi casa.
Componéis el paisaje en que me pierdo
para habitar el tiempo que no pasa.

La más nívea de ustedes se posaba
a cada atardecer sobre un granado
y nevando en lo verde se quedaba
mientras pasase tarde por su lado.
—42→

Fuisteis la nieve alada y la ternura.
Lo que ahora sois, oh nieve desleída,
levísimo recuerdo que procura

rescatar por vosotras mi otra vida,
es el pasado intacto en que perdura
el cielo de mi infancia destruida.




ArribaAbajoSintiendo mi fantasma venidero


ArribaAbajo Sintiendo mi fantasma venidero
bajo el disfraz corpóreo en que resido,
nunca acierto a saber si vivo o muero
y si sombra soy o cuerpo he sido.

Camino la ciudad, la reconstruyo
día tras día contemplando en vano;
luego vuelvo a perderla, luego huyo
protegiendo mi ensueño con la mano.

Y me tropiezo a mí, me reconozco
lleno de muerte, en sombra construido;
y sé que no soy más, pregunto, y no conozco

otro saber que el no saber sentido
por el muerto futuro que conduzco
bajo el disfraz corpóreo en que resido.

  —43→  


ArribaAbajoGénesis


ArribaAbajo Sus rodillas de piedra, sus mejillas
frescas aún de la reciente alga;
sus manos enterradas en la arcilla
que el cuerpo oscuro hacia la luz cabalga;

y su testa nonata todavía, blanda silla
de recóndita luz, de espera larga,
fue ascendiendo detrás de la semilla
ida del verbo a la región amarga.

Ciego era Adán cuando la augusta mano
le impartió su humedad al rostro frío.
Por el verbo del agua se hizo humano,

por el agua, que es llanto en desvarío,
se fue mudando hacia el jardín cercano
e incendió con su luz el astro frío.




ArribaAbajoNacimiento de Cristo


ArribaAbajo Por darle eternidad a cuanta alma
en hombre, flor o ave se aprisiona,
sustancia eterna ya brindose en palma
salvando del martirio a la paloma.

La blanca sombra y el gentil aroma,
que sus carnes exhalan; y la calma
de angustias plena que la frente asoma,
alma sin par desnudan en su alma.
—44→

Siendo recién venido eternidades
a sus ojos acuden en tristeza.
Ya nunca sonreirá. Hondas verdades

ciñéndole en tinieblas la cabeza,
van a ocultar su luz, sus potestades,
mientras en sombras la paloma reza.




ArribaAbajoPreludio para una máscara


ArribaAbajo El rocío decora los restos de un naufragio
Donde sólo la muerte palpita débilmente.
Los astros ya no agitan sus tiernas cabelleras
Sobre el rostro invisible que decora el rocío.

Sin color se adelanta por la muerte un recuerdo
Que aprisiona en sus alas la forma que mi cuerpo
Tendrá cuando sea el tiempo de que la muerte quede
Enterrada en el rostro que decora el rocío.

Yo no quiero morirme ni mañana ni nunca,
Sólo quiero volverme el fruto de otra estrella;
Conocer cómo sueñan los niños de Saturno
Y cómo brilla la tierra cubierta de rocío.

Algo visible y cierto me arrastra por el alma
Hasta un balcón vastísimo donde nada aparece.
Allí me quedo inmóvil escuchando que muero;
Presintiendo aquel rostro que decora el rocío.

El árbol que mi sombra levanta cada día
Sediento de los cielos devora sus raíces;
—45→
Toca en las puertas blancas del naufragio lejano
Y florece en el rostro que decora el rocío.

Con el sol que solloza por la muerte que un día
Le hará rodar oscuro debajo de la tierra,
De súbito ilumina mi estancia venidera
Donde deslumbra el rostro que decora el rocío.

No soy en este instante sino un cuerpo invitado
Al baile que las formas culminan con la muerte.
Dondequiera que al tiempo me disimulo o niego
Surge radiante el rostro que decora el rocío.

Ahora me reconozco como un huésped que llega
A una estación extraña a pasar breves días.
Mi patria se desnuda serena entre las nieblas:
Su extensión es el rostro que decora el rocío.

No importa que la muerte sea una nieve eterna
Que a la forma en el tiempo aprisiona y exige.
Un valle silencioso florece en mi recuerdo,
Y siento que a mi rostro lo decora el rocío.

  —46→  


ArribaAbajoEl caballero, el diablo y la muerte


Versos para un grabado de Durero





El caballero

ArribaAbajo Un caballero es alguien
que se opone al pecado.

Sale con paso de aventura
en busca del origen de su alma.
Sale hacia el sol,
dialogando con el múltiple espejo
del rocío.
Conoce la clara fisonomía
de cada estrella.
Ha sido huésped nemoroso
de cada árbol.
Ha templado su arma bendecida
en cada amanecer.

Un caballero es alguien
que se opone al pecado,
que requiere su espada
y despliega sus armas,
ante el malicioso rostro,
ante la incitación perfumada
de una doncella, cuyo pecho
resguarda los ámbitos del Paraíso.

El caballero avanza
ceñido por las ramas.
Su mirada es más fría
que su espada. Arde su corazón.
—47→
Su memoria persigue
los parajes extensos,
las sombras que atestiguan
un pasado más puro que los cielos.

El Caballero avanza por el bosque.
Los mirlos le siguen, le acompaña
el silencio de las ramas, y el aire.
Busca el lugar que canta
en el bosque remoto. Avanza
como un trémulo azor hacia el pecado.


El diablo

Resuenan sus pensamientos.
Combaten sus ojos cristalinos
con la más dura imagen del pecado.
Algo tiende sus frutos y procura
arrebatar su alma bajo el bosque:
es el diablo el que canta entre las ramas.

El diablo es la alegría
que entrega llanto y ríe.
Es el perfume que alarga una rosa
cuyo centro está hecho de tinieblas.
Es la campana que anda sola recorriendo el bosque,
y suena como un canto inocente, de llanto y risa.

El caballero escucha,
requiere sus armas,
atraviesa veloz las ramas,
ora.
—48→

El caballero sigue por el bosque.
Alguien lo llama aún con voz muy poderosa.
Trina el diablo, retiñe su campana, su cascabel
persigue, su risa avanza.

El caballero escucha: está lejos la sombra.
No hay música tan pura como el silencio.
No hay palacio tan puro como las ramas.
Su caballo comienza a encantarse, el aire
se viste de una serena música, corporal, cristalina:
el caballero avanza hacia la muerte.


La muerte

La muerte es el soldado
perpetuo del Señor.

Cuando alguien hiere
la mirada que nunca se fatiga
ella viene a volverlo
ser único del mundo ante esos ojos.

Cuando alguien deja hundir su sueño
detrás del propio cuerpo,
ella viene a golpearle
amorosa los hombros,
y descubre un viajero
más despierto y profundo.

Cuando alguien olvida
su existencia,
ella viene y desgrana
en lugar suyo
—49→
la melodía abierta del ascenso;
esparce como el agua por el suelo
el lento descender,
el ir arriba.

Cuando es llamada
por aquél que no puede con su alma,
se oculta entre la malla de los días;
luego se cubre el pecho
con su coraza negra,
y armada de su lanza,
su caballo y su escudo,
se arroja inesperada
entre la hueste erguida.
Tala sin ruido
lo pesado y lo leve.
No pregunta ni escucha.
Trabaja y parte
hacia otro ser,
único en el mundo,
que la espera aunque duerma,
que la espera y despierta
para encontrarse solo
ante su cuerpo abierto,
sin secreto y sin mundo
delante del Señor.

Ella atraviesa el tiempo
como atraviesa el polvo los espacios.
Sus combates
renacen el instante en que los cielos
sin peso fueron levantados
y fueron destruidos.
—50→
Para ella las flores,
el adiós, la sonrisa,
la aflicción que no acierta,
lo hiriente y lo amoroso.
Para ella el olvido,
el no mirarla nunca
destruir el espejo,
devorar el silencio,
arrinconar el mundo.
Para ella los brazos,
los metales más puros,
los signos, el lamento,
que todo esto alcanza
a dejar que su canto
penetre hasta las hondas
claridades del cuerpo.

La muerte es el soldado
perpetuo del Señor.

Cada muerto es de nuevo
la plenitud del mundo.
Por cada muerto habla
la piedad del Señor.
Aquella que nos busca
debajo de lo oscuro,
la que nos pone en llamas
otra vez como el día
en que los cielos fueron
creados y deshechos,
es la siempre perdida,
la siempre rechazada,
pero la siempre entera,
corporal, cristalina,
memoria del Señor.
—51→

El Caballero rinde
sus armas a la muerte.
Su corcel se arrodilla
lentamente en el aire.
Las ramas tienden
hacia el cielo su alma,
cantan a su gloria,
le entregan al Señor.

1940                





ArribaAbajoTestamento del pez


ArribaAbajo Yo te amo, ciudad,
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible,
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.

Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso,
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su esperanza,
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,
yo te amo, ciudad.

Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y extática
—52→
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados fugaces
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se precipite
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de manzana,
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.

Yo te amo, ciudad,
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la miras
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de un pez que se presiente libre;
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos invisibles,
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tú la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas,
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la desfiguras
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario,
volviéndola de piedra, volviéndola de noche
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto,
o las palabras muertas de un difunto.

Yo te amo, ciudad
porque la muerte nunca te abandona,
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al rostro,
porque la muerte es quien te hace el sueño,
—53→
te inventa lo nocturno en sus entrañas,
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la ves crecer en tus entrañas,
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios,
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un hijo,
te arrebata una flor, te destruye un jardín,
y te golpea los ojos y la miras
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su imperio,
soñándose tu nombre y tu destino.
Pero eres tú, ciudad, color del mundo,
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos prisionera,
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.

Yo soy un pez, un eco de la muerte,
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos resonando,
y ahora la siento en mí incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo,
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi alma,
siento cómo la muerte me mira fijamente,
cómo ha iniciado un viaje extraño por mi alma,
cómo habita mi estancia más callada,
mientras descansas, ciudad, mientras olvidas.

Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta;
yo soy un pez, he sido niño y nube,
por tus calles, ciudad, yo fui geranio,
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
—54→
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer,
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo imposible,
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he sido,
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la guitarra,
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.
Yo te amo, ciudad,
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte,
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus ojos,
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas,
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza,
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro,
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura
de impalpable tejido y de esperanza.

Quisiera ser mañana entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
—55→
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.




ArribaAbajoOctubre


ArribaAbajo Octubre está escalando sereno la ventana.
Fugándose a ese ardiente corazón del estío.
Desborda silencioso el fruto de su cuerpo.
Vuelve a golpear sin ruido los cristales oscuros
Donde ya nadie asoma su rostro ni su anhelo.
Golpea, trémulos dedos y pecho indiferente.
El inerte perfume que aún guardan las ventanas.
Sus blancas vestimentas desperézanse lentas
En torno a un pez de fuego que retorna al vacío.

Octubre asciende lento la pálida ventana.
Navecillas hialinas le transportan veloces
En los hombros del aire angustioso de Octubre.
En están los peregrinos sentados en la niebla
Con sus guantes dorados y barbas escarlatas.
Trinan en la arboleda los adioses solares
Confundiendo la forma en turbias floraciones.
—56→
Los árboles recogen sumisos el cabello
Y hasta la mar se tiende sobre el mar de la niebla.

Regresan los ausentes con su pálida música.
Población delicada de errantes girasoles
Acude dialogando sus oros con la niebla.
Todo el espacio inunda sus coros de pisadas
Breves como la tierna vibración del sonido.
Ellos vienen callados, envueltos por la bruma
De su extraña costumbre nacida sobre el cielo.
Son aquellos que han ido a reclinar sus frentes
En las altas columnas de un templo inextinguible.

Octubre está escalando sereno la ventana.
Se pierden en la sombra postreros ruiseñores
Que alzaron al verano sus puentes de armonía.
Hacia el sitio en que estuvo la extinta mariposa
Una tímida niña conduce sus deseos.
¿Quiénes son éstas sombras más altas que la sombra,
Impenetrables miradas que rodean serenas
El compás presuroso y el canto destruido?
Nada queda en la tierra a no ser la ventana.

Aquí están con el nombre angustioso de Octubre.
La memoria se acerca temblando a la ventana
Y espera a los ausentes que el silencio conduce.
Por todas partes llegan noticias de la muerte.
¿Sabes que ya no existe aquel que amó los días
Con una voz más tierna que el llanto de un anciano?
¿Que ya no existe nunca, que ya más nunca existe?
Soñando geometrías de angélicos recintos,
La memoria rehuye los ausentes de Octubre.
Pueblan los peregrinos los oscuros cristales.
Son ellos, los recuerdos nacidos en belleza de Octubre.
—57→
Ahora sólo aparecen envueltos en sus nieblas
Con sus puros contornos de seres que no existen.
Aquí están sonriendo ante el horror del aire.
Son ellos, los oídos eternos de la muerte,
Los que ascienden tranquilos la belleza de Octubre
Con vibrantes caricias e inmóviles recuerdos.

Que vuelvan a sus nieblas sin penetrar la sombra!
Un paisaje compuesto de pequeños rosales,
Una tenue sonrisa al paso de los días,
Una señal menuda sobre el pecho del astro,
Y un adiós a estas sombras eternamente idas.
Mas ellos, los ausentes, al borde de este nombre
Infinito y tranquilo que es el nombre de Octubre.
Son ellos los que habitan la pálida ventana:
Nada puede borrarnos su resonante ausencia.

Dialogan girasoles sus oros con la niebla.
Ya están en la memoria, fundidos al olvido
Que existe sin descanso laborando en la sangre.
Yo vuelvo a la ventana a esperar los ausentes.
Son ellos quienes dicen por mí lo que yo ignoro,
La recóndita mano que sostiene a mi vida
Encima de un abismo poblado de vacíos.
Voy a quedarme inmóvil escuchando sus voces
Aún cuando navegue los fuegos del deseo.

Cuán lejanos parecen al sentirlos naciendo
Sucesión de existencias liberadas de muerte.
Por el cielo de Octubre cruza un ave sagrada,
Una clara vigilia que destruye al espectro
De todo oculto llanto y ansiedad y agonía.
Ellos están dormidos en el recinto oscuro,
Son la lumbre escondida, la señal destinada
—58→
A inaugurar senderos eternos donde el alma
Construye eternamente su invisible morada.

Y aún después que transcurra toda la muerte mía,
La belleza de Octubre bañará las ventanas.
Ascensiones serenas hacia el pecho de un astro
Siguiendo peregrinos, produciendo esa música
Tan llena de silencios que este nombre convoca.
Como el brazo de un hombre que despide a su amada
Regresaré en el aire unido a los ausentes.
Vendremos con Octubre silencioso y solemne
A golpear las ventanas ardientes del verano.




ArribaAbajoSaúl sobre su espada


¡Oh rey Saúl, vencido de Dios, lejano fundador de la sangre que niega, porque tu nombre es puesto contra el espejo sagrado, y como negador eres visto, tú el desvalido todavía, el dejado muerto con su nieve, y víctima fuiste de lo que murió en torno tuyo antes que tú, porque eres de los que al morir ya han muerto todo, evoca a la Pitia de Endor, tráenosla de nuevo!


I.S 31
1 Cr 10
               



ArribaAbajo Busca las cenizas de sus hijos
Nubes ya, áspero polvo, vencidos.
La arrogante cabeza de Jonathan llorada por David
Reluciente como una camelia fiera y dulce.
Y Melquisúa su más pequeña estrella
Temblando de amor bajo su paso hasta las bestias
Custodiado de ángeles durante veinte años
Melquisúa primerizo en batalla inerte ahora.
—59→
Y el más bello hijo de todos los padres Abinadab
Guerrero desde la cuna grave como un azahar
Abinadab amado de los árboles esposo silencioso
Que entraba en la batalla tenebrosamente sonriente
Y encantaba con su rostro el temblor y el gusto de la muerte.

Busca las cenizas de sus hijos
Detrás de todo cuerpo derribado.
Ya alcanza con la frente el duro cielo de las murallas
Golpéase las sienes con sus nubes
No guerrero ni rey más padre puro
Resonando en sus huesos un millar de llantos
Gimiendo por todos sus cabellos
E inclinándose paso a paso hacia el rastro de sus hijos
Vuelve sin cesar el torrente de sus brazos
Hacia la negra lluvia de cuerpos enemigos.
Sobre un paisaje resplandecido de muerte
Busca las cenizas de sus hijos.
Compulsando los desconocidos ojos
Las desconocidas figuras de los yacientes que no son más
Separando con todo su cuerpo la borboteante marea de cuerpos
Hasta comenzar a adivinarles en el punto más alto del combate
Donde la batalla canta infernalmente su libertad de sangre
Viéndoles arder desde lejos en hogueras de un fuego inextinguible adivinados como estatuas en la ternura del trigo
Los hijos enhiestos ayer torres de la más clara porcelana
Nubes ya, áspero polvo, vencidos,
Como vivas espadas o ríos inmortales como tres reyes
De un imperio comenzado en el mar empuñando la esfera
Reyes de toda tierra donde florezcan hombres de batalla
Como tres danzas o altares.

Como tres danzas o altares abatidamente arrasados por el polvo
Empapando la tierra con el manar de esa sangre que los alimentaba
—60→
Cenizas con sólo morírseles los arrogantes cuerpos
Para la seca tierra cenizas de metales más finos que el agua
Oyéndola alegrarse tierra de singular bautizo
Mirando que por todo el planeta va y viene un tenue polvo escarlata
Abrazándose al aire sembrándolo de estatuas bañándolo de música
Y después del aire a la quietud del mundo tres altares o danzas.
Tres danzas entre el perfumado flamear de las estrellas
Como tres danzas o altares abatidamente arrasados por el polvo.

Sobre el triduo de arcos de sus nombres
Busca las cenizas de sus hijos.
Tres frutos de granado henchidos de simiente
Cesándole la muerte la grana de su manto
Sonriendo la muerte como un guerrero eternamente fiel a su rey
Sintiéndola reírse en las bocas cortadas de sus hijos
Vuelto estéril de pronto por la sombra avanza
Destallando las carnes que engendrara
Ciego e igual ante los cuerpos idos pavor del cielo inerte
A despeñado mar o ciudad desnuda de paredes
Pidiendo ya en silencio los cuerpos de sus hijos
Padre hasta olvidar las nieblas del trono y de su pecho
Volviéndose hacia el aire más denso de la tierra
Busca las cenizas de sus hijos.

Reposa Jonathan con la espada aún ardiendo entre las manos
Y es David quien aparece sostenido por su cuello
Y mirándole es el rostro de David el que se mira
Con toda la frente colmada por el llanto del ausente
David después de las montañas como una reposada melodía
Alejado en el reino donde las sombras andan
Y se escucha a David gemir junto al difunto
Amado añorado también por el metal
Rendido Jonathan por una amante espada
Rindiéndose hacia tierra bajo el amor de las espadas
Mientras la sangre llueve durante todo un día
—61→
Entregado a la tierra en el inmóvil lecho de los trigos
Y David asomado a la sombra de su cabello
Como el silencio oculto en el trepidar de la batalla
Asomado al balcón inerme de los ojos
Con el cortejo de liras y fúnebres salterios
David en torno de la boca derribada
Apoyándose vibrante sin levantar su voz sólo lamento
Y Saúl contemplándole
Navegando el color y el cuerpo de la tierra
Y el navío humillado de su propio corazón
Que lanza su amor por encima de las nubes
Y sólo entre el silencio navega su amor hacia las nubes
Como el humo blanquísimo de un cuerpo incinerado
Y sobre el hombro del cuerpo derribado aparece la sombra de una mano
Y levanta Saúl el cuerpo destruido
Hacia la furia tranquila de las llamas.
No guerrero ni rey mas padre puro
Volviéndose hacia el aire más denso de la tierra
Después del blanco humo
De la blanca escritura dada al cielo
Con un labrado puente de eternidades
Vuelve Saúl al campo de batalla
Buscando las cenizas de sus hijos.

Un címbalo asordado una centella
Anunciada en el cielo como un reino
Luces ocultas bajo el párpado espeso de la noche
Con tan sólo el clamor lejano del combate
Busca las cenizas de sus hijos.

En brazos de un guerrero
En los petrificados brazos de un guerrero
La más pequeña estrella se acomoda.
Hay un coro de lanzas enlazadas
Florecidas de súbito las lanzas
Como naranjos henchidos de floraciones
—62→
Y Saúl contemplándole sin latidos ni labios ni gritos ululantes
Cuando entre las ramas de ese árbol
Sin un cuerpo que lanzar hacia el combate
Cual nueva llama o instrumento de venganza
Entre las tristes ramas de ese árbol
Dormido ya de un sueño inextinguible
Y Saúl contemplándole
Arrancándole al pecho del guerrero su más eterno llanto
Poniéndole a la tierra un sabor de amistad destruida
Un rencor de partir hacia nunca
Rasgando con los labios el jardín de sus años
Mientras la sangre llueve durante todo un día
Con los ojos hundidos en la verde cabeza de su hijo
Evocando los peces y la gloriosa sonrisa
Las delicadas torres de sus hombros y el perfil de la danza
Saúl levanta lentamente el ofertorio de sus brazos
Y entrega el corazón callado de su estrella
A la furia tranquila de las llamas.

Comienza la batalla a disipar su cuerpo
Debajo de las frentes de sus hijos.
Un golpe de asombrada desventura o mar de héroes
Hacia otros mundos parte.
La ciudad es la llama del silencio
Golondrina a solas en la más remota luna
Deshecha suavemente de plumas y de duelo
Bajo el fluir del llanto
Busca las cenizas de sus hijos.

Debajo de la muerte henchida de amapolas
Debajo del sonido del llanto de la muerte
Debajo aún donde la tierra ignora a los guerreros
Donde nunca la estrella se detuvo
Un cuerpo un árbol una estación purísima del año se disuelve.
El más bello hijo de todos los padre Abinadab
—63→
Abinadab esposo silencioso grave como un azahar
Con el pecho postrado en lo sombrío
Golpeando con su sueño de muerte la desesperación de la muerte
Vencido al fin devuelto al reino perpetuo de la desesperación
Tiritando y cayendo bajo la playa ilimitada
Abinadab esposo silencioso de la muerte
Debajo de los cuerpos yacientes de la esfera
Debajo de las nieblas sollozantes
Debajo del metal cubierto de tinieblas
Solo solemne muerto
Y Saúl contemplándole
Arrancando a sus ojos la postrera desolación

Sonriendo de pronto libre a solas con su alma
Hundido en las cenizas de sus hijos
Retrocediendo no guerrero ni rey mas padre puro
Muriendo ante su risa los árboles los peces remotos
Los últimos relumbres de la hoguera
Muriendo todo lo tierno y todo lo amoroso ante su risa
Ante el duro disfraz de su llanto
Retrocediendo y mirando y sonriendo
Evocando la gloria tendida del combate
Hundido en las cenizas de sus hijos
Con el cuerpo de oro con la última forma viva de su carne
Abinadab celeste sideral mensajero de la muerte
Y Saúl contemplándole
Irremediablemente huérfano de hijos
Se inclina sonriendo hacia la muerte
Levanta sonriente el cuerpo final de su esperanza
Y lo entrega callado triunfante sonriendo
A la furia tranquila de las llamas.

Vuelve prendido de la muerte
Dialogando de pronto con la muerte
Soñando con su espada
—64→
Busca las cenizas de su cuerpo
Nube ya, áspero polvo, vencido.

Un centinela augusto velando a las estrellas
Con el silencio vivo que la muerte mantiene
Con el cuerpo cubierto de heridas luminosas
Firme y sereno muerto velando a las estrellas
Sobre la planicie sembrada de insepultos
Junto a la encarnada tienda del vencido
Con el cuerpo cubierto de heridas luminosas
Ante la noche muerta que finaliza el mundo
Con la espada en sus manos de muerto fidelísimo
Velando despertando en medio de su muerte
Para velar erguido debajo de la estrella
Volviendo de la muerte al escuchar los pasos de su rey
Debajo de la tierra encima de la muerte
Se ve envuelto por la nube gimiente
Por el pecho que pide el calor de la espada
Y el guerrero se vuelve de espaldas al monarca
Niega entregar la muerte niega su espada muerta
Parte silencioso bajo el cielo sombrío.

Busca las cenizas de su cuerpo
Sombra ya, muerto ya, vencido.
Perdido en la llanura oscura de la muerte
Solo solemne muerto
Padre más solitario que todos los muertos
Huérfano de simiente eternamente muerto
Avanza hacia su espada gigantesco y hermoso
Procurando un combate inclinando sus manos de gigante
Hacia la flor tiernísima del sueño.

Acompañado apenas de sí mismo avanza hacia su espada
Con las estrellas creándole faz de moribundo
—65→
Iluminando su vuelta hacia la muerte
Las estrellas ávidas de muerte
Levantadas del cielo vigilantes
Guiándole la sombra hasta la espada
Hasta el lecho delgado donde la muerte anchísima se asoma
Donde una estrella sola le espera y le conduce
Nube ya, áspero polvo, vencido,
Sombra ya, muerto ya, vencido,
Hacia el sitio en que nada se devuelve.

Jabes la que él salvara inaugura el incendio de sus cenizas
Jabes ciudad tejida por la espada y el fuego
Ciudad donde la muerte ordena sus legiones
Donde el dolor habita el sitio de las rosas
Donde Saúl un día nació para la lumbre
Golpeando con su pecho el rostro de la luna cuajado de saetas
Donde un humo tranquilo sonoro libertado
Sella la destrucción de cuerpos de reinos de ciudades
Con la furia tranquila de las llamas.

  —66→  


ArribaAbajo ¿Qué pasa, qué está pasando...


a Fina García Marruz



ArribaAbajo Qué pasa, qué está pasando siempre debajo del jardín
que las rosas acuden sin descanso.
Qué está pasando siempre bajo ese oscuro espejo
donde nada se oculta ni disuelve.
Qué pasa, qué está pasando siempre debajo de la sombra
que las rosas perecen y renacen.
Que nunca se desmiente su figura,
que son eternas sombras, idénticos recuerdos
Qué está pasando siempre bajo la tierra oscura
donde la luz levanta rubias alas
y se despliega límpida y sonora.
Qué está pasando siempre bajo el cuerpo secreto de la rosa
que no puede negarse al cielo temporal de los jardines,
que no puede evitar el ser la rosa, precisa voluntad, sueño visible.
Qué pasa, qué está pasando siempre sobre mi corazón
que me siento doliéndole a la sombra,
estorbándole al aire su perfil y su espacio.
Y nunca accedo a destruir mi nombre,
y no aprendo a olvidarme, y a morir lentamente sin deseos,
como la rosa límpida y sonora que nace de lo oscuro.
Que se inclina hacia el seno impasible de la tierra
confiando en que la luz la está esperando, creándose la luz,
eternamente fija y libertada bajo el cuerpo secreto de la rosa.



  —67→  

ArribaAbajoPoemas posteriores a 1959


ArribaAbajoPoemas escritos en España (1960)

  —[68]→     —69→  
Canciones de amor de Sancho a Teresa


Sancho, basto por fuera, fino por dentro, cayó enamorado de Teresa cuando apenas contaba dieciocho años. Ella iba por los quince, era amiga de la infancia, vecina, compañerita en hurtar nidos y panales. Ahora, cuando esta fiebre, le iban y venían a Sancho por la cabeza unas locuras, unas alegrías y unas tristezas, que a él mismo lo dejaban alelado y como tonto sin cura. Era la enfermedad de Amor, pero él no lo sabía. Sobre el corazón de la rústica moza -rosa silvestre, manzana blanquirrosa- caía el silencio de su enamorado, que no acertaba a decir en palabras, en canciones, de sus ensueños y de sus fiebres.

¿Cómo fueron aquellas nonatas canciones de amor, aquellas mudas endechas que Sancho joven enviaba desde su silencio a Teresa? Bello sería que los poetas más próximos al sentir del fino Sancho interior hurgasen su propia imagen de aquel instante, de aquellos raptos puros, que vieron derramarse del pecho roto y encendido el canto sin palabras, la mudez clamorosa del amor. Aquí se escorzan, se abocetan, unas incitaciones, unos balbuceos de aquel cántico oloroso a pan y a romero, que debió salir del corazón riente y brincador de Sancho cuando fue herido, llenándose de gozo como un cervatillo, por las flechas de Amor.

  —70→  


ArribaAbajo- I -

La mariposa


ArribaAbajo Teresa:
traía para ti,
entre las manos,
una mariposa.

Era roja, era azul,
era oriblanca,
era tan linda,
que al verla bajo el sol
esta mañana,
quise que la tuvieras
o al menos la miraras.

Traía para ti,
lleno de contentura
aquella mariposa
que aleteaba en mis manos
como un pajarito.
¡Quería verte la cara
cuando vieras saltar
sobre tu falda
aquella mariposa!

Pero ya junto a tu casa
vi otra mariposa
sola, amarilla, y verde,
parecía estar triste
como un hombre sin novia,
y pensé si sería
la novia de la mía:
—71→
y abriendo las mis manos
dejé que se escapara
la oriblanca, la azul,
la roja mariposa;
y las dos se volaron,
y juntas fueron a quererse
perdidas por el cielo.




ArribaAbajo- II -

La luz del día


ArribaAbajoAnoche la luna
sobre tu casa
demoró tanto en irse
que yo entendía
estaba allí esperando
que tu salieras
a conversar conmigo
por ser de día.

Y como no saliste
ni de mí acordaste,
y quedé yo sufrido
y ella vio que lloraba,
trajo hacia sí unos nublos
renegridos y grandes;
y entonces nochecía,
y yo ya no sufría,
porque ahí recordaba
que tú sólo apareces
cuando hay luz del día.

  —72→  


ArribaAbajo- III -

Canción

ArribaAbajo ¡Toda mi miel
y toda mi delicia!
¡Toda mi infantil
malicia!
¡Toda alegría
y todo desazón!
¡Todo mi pequeño solar
junto al pino!
¡Todo lo que es noble
y todo lo que es fino,
con el alma toda
y todo el corazón!




ArribaAbajo - IV -

La rosa

ArribaAbajo Taiada está la rosa
con tu cintura:
yo no sé si es más linda
que tú la rosa.
Pero al mirarla creo
que todavía
es tu color más vivo
que el de su cara.
Y que la rosa piensa,
cuando te acercas,
que tú eres la rosa
y ella la rama.

  —73→  


ArribaAbajo- V -

Celos


ArribaAbajoNo quiero que mires
al Illán de Vargas.
Si te da quesillos,
si la miel te lleva,
si los berros frescos
en tu casa deja,
no quiero que mires
al que va diciendo
que tú eres su novia
y yo su burlanza.

Si me das desdenes
por Illán de Vargas,
romperé a puñadas
la cerca de piedras,
y echaré a los aires
a esos pajaritos
que tanto tú quieres:
el sacre de nieve
y el neblí de llama.

No quiero que mires
al Illán de Vargas,
o tendré que irme
de nuevo a las cuevas
¡a purgar desdenes
con ciruelas pasas!

  —74→  


ArribaAbajo-VI -

Las estrellas


ArribaAbajo ¡Cuántas estrellas anoche!
¡Yo las veía tan claras y cercanas
como higos de cristal, como frutillas azules!
Me parecía, Teresa,
que todas las estrellas te miraban
con la misma alegría con que te miran
los ojos de mi alma.

Bocarriba en el campo,
solos la tierra y yo con las estrellas,
yo ponía mis ojos
en el pueblo de ojillos azulosos
que desde arriba podía contemplarte
con tantos ojos como estrellas tiene
el cielo blanco.

¿O serán las estrellas
las orejas del cielo,
por donde arriba oyen
tu cantar cuando hilas
o tu risa en el baile?

¿O serán las estrellas
como un sarpullido
que en la piel del cielo
provoca rasquiñas,
y comezón, y ansias,
y por eso titilan
y brincan las estrellas?
—75→

No: son ojos las estrellas,
son miradas, son fiestas.
Yo anoche bien veía
que estaban contentas y felices,
como quien puede mirar desde un collado
a una moza llamada Teresa
mientras va por la cabra
o recoge azucenas.

Y yo quería tener, yo deseaba
tantos ojos como tiene el cielo
para verte con ellos. Yo me sentía
el cuerpo hecho un acerico
de estrellas y de ojos.
Por la piel
me picaban y corrían
todas las estrellas.
¡Pudiera yo ser cielo
y eternamente verte
con los innumerables ojos
de mis estrellas!




ArribaAbajo- VII -

Ausente conmigo


ArribaAbajoMe dejaste omisiado
bajo la parra;
fue a darme rabieta,
rabia que rabia,
pero sentí de pronto
una cigarra.
Y salta que te salta,
—76→
canta que canta,
me fuí a buscarla
entre las ramas,
para oír las voces
de tu garganta.

Rebullendo en los gajos
de aquella parra,
so las alas de oro
de la cigarra,
saltaba el canto,
salta que canta,
y yo riendo,
ríe que salta,
y yo saltando,
canta que salta,
busca que busca
a la cigarra,
te sentía conmigo
bajo la parra.




ArribaAbajo- VIII -

El bululú


ArribaAbajoEl domingo, Teresa,
rompen las fiestas.
Tamborines vienen
y flautas traen
los de la zampoña
y el farantán.
Al alba la campana
con despertarte,
—77→
dejará que el tomillo
entre a buscarte;
trompeticas de oro
harán ruido divino,
y los que citarizan
sones con armonía,
como tu primo Nembro,
como tu primo Elino,
golpearán tu ventana
cantando a porfía.

Con mi camisa limpia
iré a buscarte;
con mis botas de fiesta
iré a bailarte;
con los alamares
de mi chaleco
iré a escoltarte
por toda la pradera
junto a tu vera.

Y después de la misa
y tras el yantar,
cuando ya la tarde
diga a llegar,
bajaremos al pueblo
donde la fiesta
estará rompiendo
junto al corral.
Cogidos de la mano,
pegaditos yo y tú,
como el cuerpo y la sombra,
como el ala y el vuelo,
pasaremos la tarde
—78→
ante el bululú.
Tú llorarás de pena
cuando a la infanta
se la lleven los moros
para hechizarla;
y yo daré patadas
contra la tierra
por no poder seguir
al que la salva.
Sacarán los muñecos
de Trapisonda;
saldrán los gaiferos
y las lisandras,
mientras gritan mozos
y vihuelas suenan,
y afuera hay panderos
y corren las jacas,
pero en tanto, yo y tú,
seguiremos pasmados
ante el bululú.

¡Vengan maravillas,
y magos, y damas,
principesas, moras,
merlinas, egitanas!
¡Canten menestriles
y viva el laúd,
y viva el tambor,
y Lindabridis baile,
y dancemos yo y tú
cuando rompa su danza
el del bululú!

  —79→  
Notas a estas cartas de Sancho

Canción.- Se trata, como el lector podrá advertir, de una traducción con muy ligeras variantes, del rondelet de Ronsard «toda mi miel y toda mi delicia», porque tiene sabor campesino. Este rondelet fue puesto en música por Roland Manuel.

La rosa.- Taiada: ajustada.

Celos.- En la canción de Lope titulada «Murmuraban al poeta la parte donde amaba, por los versos que hacía», aparecen estos versos: «Que Amor es un compuesto de accidentes. -A quien los celos dan chanzas corrientes. -Y Fénix de sus brasas, purga desdenes con ciruelas pasas». Ese sacre y ese neblí, con otras aves que aparecen en otras canciones de esta serie, están tomados de Góngora; lo mismo quesillos.

Las estrellas.- En la bella obra de Luis Vélez de Guevara, «La luna de la sierra», aparecen estos curiosos versos: «que orejas son las estrellas, por donde los cielos oyen».

La idea de que las estrellas son un sarpullido del cielo, no es de Sancho, es... de Hegel.

El final de este poema es una traducción -una retraducción- del epitafio de Platón a Aster. Se ha traducido del texto inglés compuesto por Shelley, y dice: «Tú, desde tu estrella -sabrás quién es mi estrella-. ¡Oh, pudiera yo ser cielo -y eternamente verte- con los innumerables ojos -de mis estrellas!».

Ausente conmigo.- Omisado: olvidado. Como taiada, aparece en poemas del siglo XV.

El Bululú.- Sancho era muy amigo de cómicos, Recitantes los llama, y píntaselos a Don Quijote como gentes de mucha influencia y boato en el vestir. Pocas «compañías» debió ver mientras joven, y posiblemente su deleite era el curioso bululú, actor único que hacía con su verbo y sus gestos cuanto podía por narrar toda una obra.

Farantan es una corrupción adrede que hago de farante, faraute.

«Trompeticas de oro», no hay que decirlo, es de la letrilla famosa de Góngora popularizada por Lope en «No son todos ruiseñores», y glosada por el propio Góngora.

«Los que citarizan» y lo que sigue, viene de una estrofa del extenso poema «Aquí comienzan los romances con glosas y sin ellas: y este primero es el   —80→   Romance de Parnaso glosado por Juan González de Rodil», contenido en la Segunda Parte del Cancionero General, Zaragoza, 1552. (Edición Rodríguez-Moñino). Dice así la estrofa textualmente:


Vi a Dardano troezino
otro segundo que orfeo
afabula y merculino
zeco: tamires elino
nenbro jubal timoteo
y otros que citarizavan
sones de mucha armonía
y en los ratos que paravan
las nueve musas cantavan
versos de gran poesía



Aquí probablemente hay un Favila, del mismo apellido que el Merculino. Todos tienen puesto primero el apellido y luego el nombre. El verbo citarizar lleva de la mano a decir cosas bastante horribles como éstas: «arpizando estaba la ninfa», «pianizaba la niña sobre la tarde», «él, violiniza, y ella, muere», etc.





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