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ArribaAbajo- XIII -

Catálogo general de los nombres de las lenguas de México


Para terminar, formaremos por orden alfabético dos catálogos: el uno de los nombres de las lenguas, con sus diferentes sinónimos, llevando al lado el nombre del Estado en que se le encuentra o se le encontró; el otro de todas las tribus cuya noticia pudimos recoger, ya pertenezcan o no a alguna de nuestras clasificaciones. Debe tenerse presente para buscar un nombre, que por la incuria de los copiantes, o semejanza del sonido, se confunden al principio de las palabras la s con la z, y con la c en las articulaciones suaves ce, ci; se ponen promiscuamente la g por la h en las sílabas gua, gue, gui; se usa de una manera anticuada la q en vez de la c en la sílaba qua, y así otras pequeñeces que sin esta advertencia pudieran hacer diversas las voces que son sinónimas y aun iguales.



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ArribaAbajo- XIV -

Lista alfabética de los nombres de las tribus en México






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ArribaAbajoSegunda parte

Apuntes para las inmigraciones de las tribus en México


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ArribaAbajo- I -

Intento de rastrear algo de lo tocante a las inmigraciones de las tribus, en vista de la carta etnográfica y de los datos que las lenguas pueden suministrar. - Procederemos de lo conocido a lo desconocido, de lo menos a lo más remoto. - Reflexiones. - Los mexicanos. - No es cierto que sus pinturas jeroglíficas den noticia del diluvio y de la confusión de las lenguas. - Los mexicanos no fueron los introductores de su idioma en México. - Extensión de los nombres mexicanos. - Su persistencia. - Pueblos de Guatemala relacionados con nuestra historia.


Mientras que las profundas investigaciones de las personas inteligentes ponen en claro lo relativo a las inmigraciones de las tribus indias en México, nos proponemos en este párrafo decir alguna cosa acerca del mismo asunto, tomando por fundamento nuestra carta etnográfica y las noticias que de los idiomas hemos encontrado. Trabajo empírico será también este; poco sabemos de la historia y de la geografía del país para acometer obra de tamaño empeño, y además queremos, en el mayor número de casos, dejarnos guiar por lo que creamos inferir de nuestros datos, sin sujeción alguna a las autoridades, ni a los sistemas, por bien combinados que se encuentren. Bajo semejantes bases, nuestra labor resultará conjetural en la mayor parte; poca o ninguna importancia deberá atribuirse a las conclusiones que deduzcamos, y en último análisis será una nueva hipótesis más errónea que cuantas le han precedido. Nosotros no intentamos singularizarnos, queremos buscar la verdad; deseamos poner nuestro grano de arena en el gran edificio de la civilización que construye la (humanidad a través de los siglos, y si no realizamos nuestro deseo, falta será del entendimiento y no de la voluntad; contentándonos con que, si lo que digamos resulta de ningún provecho, sirva al menos el trabajo de señalar a los demás, un camino inútil de seguir o que fue por nosotros mal recorrido.

Para no marchar al acaso y darnos una norma, procederemos en nuestras investigaciones, de lo conocido a lo desconocido, de lo menos a lo más remoto.

En México, de una manera idéntica a lo acontecido en Europa desde cierta época, las tribus invasoras y pobladoras han venido del Norte; el Norte, conforme a la expresión de alguno, es el almácigo del género humano. Todos   —80→   los pueblos de nuestro país que nos han trasmitido sus memorias históricas o sus tradiciones, están de acuerdo en asignar el Septentrión como el lugar remoto de su cuna, principio de sus misteriosas peregrinaciones. No faltan casos en que las tribus nada saben decir de sus antepasados, suponiendo que se presentaron al mundo de improviso, saliendo perfectos y armados de algún objeto de la naturaleza, como los mixtecos, por ejemplo, que pretendían que sus dioses y sus progenitores habían tenido origen en los árboles de Apuala; pero esto nada dice contra los asertos de los demás pueblos, y sólo significa que los mixtecos son una nación antiquísima que ha perdido los recuerdos de familia, e inventó una fábula, a fin de darse cuenta del hecho que ignoraba. El sistema, por consiguiente, que admite y establece que las inmigraciones indias vinieron en sentido contrario, es decir, del S para el N, nos parece erróneo. Habrá excepciones a la regla general establecida; alguna o algunas tribus vendrían de Guatemala para México; mas como los casos particulares no dan la pauta para juzgar de una cuestión, no debemos resolver por ellos lo que ya esta asentado de una manera sólida, en contradicción con este nuevo modo de mirar los acontecimientos.

Los pueblos del Norte maltratados por un clima ingrato, multiplicados en demasía, faltos de mantenimientos en sus tierras estériles, se pusieron en marcha en busca de lugares en donde establecerse, tomando de preferencia para el Sur, cuyo suelo les brinda con la benignidad del cielo y la fertilidad de las comarcas. Si los inmigrantes forman una nación agricultora, civilizada, con guerra o sin ella se apodera de un país, se arraiga en él, y deja señales ciertas de su permanencia. Si el pueblo es cazador, bárbaro, necesita de mucho mayor espacio en que andar vagueando, destruye cuanto encuentra en vez de edificar alguna cosa, y en perpetua guerra, destroza las gentes sus vecinas en vez de entrar en tratos y en relaciones con ellas. Aquellos se estrechan alrededor de sus sembrados, en las cabañas y en las poblaciones que les sirven de abrigo, viven reunidos bajo el mando de sus jefes, conservan tenazmente su lengua, sus dioses y sus costumbres, y se ciñen al país que puede proporcionarles alimentos. No así las tribus errantes; se derraman por espacios inmensos para aprovechar los frutos espontáneos del suelo que con la caza forman su único sustento; arman aduares removedizos que llevan con frecuencia de este al otro sitio; se subdividen en pequeñas fracciones, que con el transcurso del tiempo mudan de usos, de idioma, llegando a acontecer que familias salidas de un tronco común, aparezcan del todo como diversas, con distintos nombres, y aun haciéndose la guerra como los más encarnizados enemigos.

Las tribus emigrantes al presentarse en la frontera N de México, tuvieron un espacio inmenso en que escoger. Cada una, según sus instintos o sus   —81→   necesidades, tomaría rumbo para internarse al país, adelantando más o menos al interior, conforme a las resistencias que encontrara y a los medios que tuviera para vencerlas. Sobreviniendo nuevas tribus, algunas penetrarían sin obstáculo para establecerse más adelante; otras encontrarían oposición, y se seguiría la guerra. De aquí que chocaran, se combatieran; y ahora resultaría la completa destrucción de una tribu; ahora que los restos de los vencidos se amalgamaran con los vencedores; ahora que los invadidos, recogiendo sus dioses y sus familias, huyeran para ponerse en salvo, lo cual no podía ser, por regla general, sino caminando al Sur. El terreno, a medida que se extiende a más bajas latitudes, va estrechándose hasta presentar su menor anchura en el istmo; de esta figura resulta, que al Norte tuvieron las diversas naciones sobrado espacio en que agitarse; más a proporción que se adelantaban al Sur debían moverse con menos libertad, y cuando las que habían sido empujadas tocaron en Tehuantepec, debieron allí tener lugar los mayores conflictos y las mayores destrucciones.

Si el movimiento de los pueblos se produjo en la forma que acabamos de asentar, deberá inferirse, que, en general, las naciones menos antiguas en nuestro país, las últimas que penetraron en él, se encuentran al Norte, mientras las primitivas deben de existir en el Sur, y que estas que llamamos primitivas, no son en realidad las primeras que poblaron nuestro suelo, sino las que pudieron llegar hasta nosotros al través del tiempo y de las vicisitudes humanas. En igualdad de civilizaciones, los montañeses son siempre más broncos, adelantan mucho menos, en tiempos idénticos, que los habitantes de las llanuras. En las conquistas de la tierra, las tribus cazadoras se fijan de preferencia en los terrenos ásperos, montañosos; las tribus agricultoras en los menos accidentados, en los llanos. Durante una nueva irrupción, los advenedizos atacarán de preferencia a los agricultores, porque tienen más botín que rendir, y siendo menos agrio su territorio, es más seguro y fácil su vencimiento: los agricultores huirán dejando sus haciendas en manos de enemigos felices, mientras los montañeses verán pasar las invasiones al pie de sus serranías. De esto pueden resultar algunas excepciones a la regla general; es decir, que restos de pueblos primitivos se hallen más o menos distantes del Sur, bien sea mezclados en las llanuras con tribus más modernas, bien sea solos y sin liga, encastillados en los bosques y en las profundas quiebras de las grandes cadenas de montañas.

La primera tribu que según nuestro plan se nos presenta, por lo más conocida y lo más moderna, es la de los mexicanos. Conforme a los sistemas de mayor autoridad, apoyados por Sigüenza, Boturini, Clavigero, Humboldt y otros, los mexicanos emprendieron su larga y remota peregrinación saliendo de un lugar nombrado Aztlan; este lugar estaría en Asia o más bien en   —82→   Nuevo México, o en un lugar muy apartado del Golfo de California, a 2700 millas de México, o hacia los 42º de latitud, siempre a distancia inconmensurable; atravesó la tribu espaciosas y multiplicadas comarcas, y tras sucesos prósperos o adversos, vino a echar los fundamentos de su monarquía en Tenochtitlán. Ese pueblo era muy adelantado en civilización, y era sorprendente, sobre todo, que en sus pinturas jeroglíficas dieran noticia del diluvio universal y de la confusión de las lenguas, en consonancia de la relación bíblica, lo cual ponía en contacto las poblaciones de los dos mundos sin dejar a los americanos aislados, supuesto que casi podía inferirse su genealogía traída desde Noé, segundo padre de la especie humana. Fundábanse la mejor parte de estos asertos en la pintura jeroglífica, publicada, con no pocas inexactitudes, por Gemelli Careri, Humbold (Vues des Cordilleres), Lord Kingsborough, y dos fragmentos en Clavigero; misma pintura que íntegra vio la luz pública al fin del Atlas de García Cubas. El señor don José Fernando Ramírez acompañó la estampa con una interpretación suya, que demuestra evidentemente a los más reacios para defender el antiguo sistema, que en el itinerario azteca no se trata del diluvio, ni de la confusión; tampoco indica lugares remotos hacia el N, ni marca distancias considerables, ni países extraños. Las tribus emigrantes, entre las cuales se cuenta la de los tenochcas o mexicanos, salieron de Coloacan, orillas del lago de Tetzcoco, recorrieron una comarca que no se aparta del valle de México, y después de habitar por más o menos número de años las mansiones que en su tránsito escogieron, vinieron a poner los fundamentos de la ciudad de Tenochtitlan. De las quince tribus emigrantes salidas del punto de partida, primero diez y cinco en su seguimiento, nueve perecieron o se dispersaron, llegando únicamente seis a ver el término de su peregrinación, al cabo de haberse cumplido siete ciclos mexicanos o siete Xiuhmolpilli, que constando cada uno de un periodo de cincuenta y dos años, forman un total de 364. Los fundadores de la ciudad pasaron al principio miserable vida; poco a poco cobraron en seguida vigor, y por una serie de emperadores guerreros y ambiciosos llevaron sus armas fuera de las lagunas hasta inmensas distancias, formando una monarquía poderosa, que acabó con la conquista española en 1521. Tomando por bueno el año 1325 de la era, vulgar para la fundación de México, debería colocarse hacia 961 el principio del viaje, y darse una existencia independiente a la ciudad de 197 años.

Tal es en brevísimo compendio la historia de la tribu. Lo relativo a la emigración trastorna de todo punto cuanto hasta aquí se ha escrito por nuestros mejores historiadores, y por lo que toca a nuestro propósito viene a establecer las siguientes conclusiones: los mexicanos vinieron del Norte; mas la pintura que lo comprueba no es la que ha servido de fundamento para   —83→   asentar esa opinión: los mexicanos dieron por antonomasia su nombre a la lengua que hablaban, que ellos tomaron de sus progenitores, y no son por lo mismo los que introdujeron esta habla en México; el idioma mexicano debió llamarse de otra manera antes de tomar el apellido de los mexicanos; la tribu mexicana no enseñó a hablar su lengua a los pueblos del Norte.

Hemos asentado a priori estos principios; para probarlos a posteriori vamos a entrar en algunas consideraciones.

El imperio mexicano, cuando llegó a su mayor extensión, comprendió una parte del Estado de México; los de Puebla y de Veracruz al E; por el O la mayor parte del terreno intermedio entre el río Zacatula y el océano Pacífico; al Sur le servía de límites el río Coatzacoalco, dejando independiente a Tabasco, se extendía por una parte de Chiapas y remataba en la provincia de Xoconochco. Dentro de ese perímetro, ni los mixtecos ni los zapotecos fueron nunca conquistados; el reino de Tehuantepec cayó bajo el poder de los emperadores, pero sacudió el yugo bien pronto; y pudieran señalarse aun otros señoríos independientes como los de Huexotzinco y Chollollan, aunque de menor jerarquía. Así, pues, sólo dentro de estos límites y en las comarcas ocupadas por sus armas fue únicamente donde los mexicanos pudieron extender su habla, imponiéndosela a los vencidos, no pudiendo ser obra suya cuanto estuvo fuera de su alcance y aun de su mediato influjo.

Ahora bien; si echamos una mirada sobre nuestro plano etnográfico, descubriremos de luego a luego que la lengua mexicana, se extiende por fuera del imperio de México, no solo en Tlaxcala, república independiente, y en los reinos libres de Acolhuacan y de Tlacopan, sino también en lugares sin contacto casi con las provincias imperiales, como en Colima, que no dio pecho a las mexicanos, y en los actuales Estados de Jalisco de Sinaloa, en todo lo cual evidentemente no introdujeron su lengua los mexicanos.

Dentro del mismo imperio llama la atención que las naciones de idiomas extraños habitan por la mayor parte en poblaciones con nombre mexicano. Así la comarca de los tzotziles, en Chiapas, no presenta otros nombres extranjeros que Chenaló, Panteló y Soyaló149; entre los tzendales no son nombres   —84→   mexicanos únicamente Occhuc, Cancuc, Chilon, Bachajon, Yajalon, Jataté, Sibacá, de los cuales unos pertenecen a la legua maya y otros son de procedencia extraña; son mexicanos los pueblos de los chañabales, de los chiapanecos y de los choles, incluso el nombre de Palenque, que tal vez es corrupción de la palabra palanqui, cosa podrida: se exceptúa como extraño Tumbalá. Los que corresponden a los zoques son mexicanos, así en Chiapas como en Tabasco y en Oaxaca.

Los pueblos de Xoconochco, no obstante haber pertenecido al señorío de los mames, son mexicanos, sin exceptuarse los dos en que aun se hablan el mam y el quiché.

Entre los chortales de Tabasco hay algún nombre que parece extraño, los demás son mexicanos, así como con pocas excepciones los de Oaxaca. Entre los huaves, predominan en las lagunas los nombres de su lengua, mas se encuentran otros que no les pertenecen como Ixhuatan, etc. Entre los mixes (Oaxaca) sólo Nizaviquinta, Laehixonaxe, Lachixila, Quiavicusas, Xovaguia, Lachixela y alguno más de su especie, que tienen la forma zapoteca, son excepción de la regla general.

Predominan los nombres mexicanos, pero se encuentran mezclados con los zapotecos, sin haber región fija en que estos últimos sobreabunden, si no es aproximadamente en el departamento de la Villa alta. Igual fenómeno presentan los mixtecos de Oaxaca, aunque los de Puebla y los de Guerrero sólo llevan apelaciones mexicanas.

Entre los chinantecos se ven Toavela, Lovani, Lachisola y Lacova, de procedencia zapoteca.

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El triqui y el mazateco no llevan excepción; en el chatino Quiaje y Zaniza, parecen zapotecos: en el chocho, Yucundacua es mixteco.

Ni en Veracruz ni en Puebla dejan de ser mexicanos los nombres de los pueblos totonacos; hay sin embargo alguno de aquellos que en su forma revela algo de extraño.

En Veracruz y en Puebla no hay excepción con respecto a los otomíes; pero en el Estado de México presentan el fenómeno de que todos los pueblos principales llevan apelaciones mexicanas, mientras el resto son puramente otomíes. Acontece lo mismo con los mazahuis.

Ni el huaxteco en Veracruz, ni el popoloco en Puebla, ni el amuchco y el tlapaneco en Guerrero, ni el matlaltzinca y el tepehua en México, presentan un solo caso excepcional.

Si buscamos fuera de los límites del imperio, en Aguascalientes los nombres son todos castellanos, con alguna reminiscencia mexicana; en Durango abundan los mexicanos al S y al E de su capital, en los demás rumbos se hallan mezclados con palabras extrañas; pocos se encuentran en Chihuahua que no sean del tarahumara, como Atotonilco al S, Coyame cerca del río Bravo, pera allí se habló un dialecto mexicano; Guanajuato abunda en nombres castellanos, salpicados con mexicanos, al S los nombres son tarascos: Michoacan en su parte E tiene nombres mexicanos, con los suyos de lengua tarasca; en Querétaro, habitado por otomíes, los nombres de los pueblos son mexicanos; en Nuevo León, españoles y de lenguas extrañas; en Tamaulipas sólo castellanos; en Coahuila castellanos con algunos ejemplos de mexicano; en Sonora, quitando el nombre del río Yaqui, el resto de las apelaciones es de lenguas extrañas, si bien debe recordarse que el ópata está impregnado de palabras mexicanas; por último, en Yucatán, y en toda la zona en donde aun permanece la maya, ni un solo nombre es de origen mexicano.

Si atendemos a que los tenochcas conquistaron el Xoconochco y tuvieron colonias en Guatemala, podremos ya inferir que sólo en parte fueron ellos los introductores de su lengua en las regiones del Sur. En cuanto a todos los países que estaban fuera de su dominación y de su influjo, adonde no tuvieron relaciones comerciales, ni intentaron avasallarlos por medio de la conquista, es decir, en todo lo que estaba fuera de los límites del imperio, no pudieron ni fueron ellos los que propagaron la lengua e impusieron los nombres. Nada hicieron tampoco en el reino de Acolhuacan, en la república de Tlaxcallan, en Chollollan, en Huexotzinco y en otros lugares independientes que ya florecían antes de la fundación de la capital azteca. Dentro del mismo imperio consta por el testimonio de los historiadores que no tuvo lugar inmigración alguna, de manera que los imperiales extendieron   —86→   su dominación sobre las tribus de su propia lengua o de lenguas extrañas, dejando las poblaciones en la manera que las encontraron. Entre los zapotecos y los mixtecos nada cambiaron, porque no pudieron del todo subyugarlos. Con la máxima que tenían, y refiere el padre Acosta, de que imponían la obligación a los tributarios y a los vencidos de aprender y hablar el idioma mexicano, lo único que podemos suponer es, que extendieron su lengua en las pequeñas tribus que les estaban sometidas, sin que se perdieran empero los idiomas extraños, aconteciendo poco más o menos lo que con nuestros indios actuales, que hablan el castellano sin abandonar sus lenguas nativas; entonces usarían del mexicano como de la habla de los vencedores, sin dejar por eso el idioma de la tribu.

No queremos en manera alguna apocar el concepto que los mexicanos se merecen: al verificarse la conquista española, ellos eran los representantes, en nuestro país, de la civilización del Nuevo Mundo. Pero es preciso no olvidar, que si ellos recogieron, aprendieron y cultivaron los conocimientos de las naciones comarcanas, y tal vez a algunos ramos dieron impulso y perfección, en realidad no fueron ellos los inventores ni de la agricultura, ni de las artes, ni de la escritura jeroglífica, ni del arreglo del calendario, ni en fin, de todo aquello cuya introducción en el país se debe exclusivamente, según aparece por los actuales conocimientos históricos, al otro pueblo, también de lengua mexicana, llamado tolteca. Lo suyo de los mexicanos, lo que fue de su propia cosecha, es la sustitución de un culto tenebroso al modo sencillo de adorar a la Divinidad; la teogonía terrible de un politeísmo que infundía miedo, en vez del conocimiento de un Supremo Hacedor, o de la contemplación apacible de los astros; la víctima humana inmolada en el ara de los dioses, con supersticiosas y repugnantes ceremonias, en lugar de las flores que cubrían antes los altares, o a lo más la sangre de animales inocentes. Todo era, pues, anterior a los mexicanos.

Antes de ir en busca de las naciones que les precedieron, echemos una mirada sobre los pueblos de Guatemala relacionados con nuestra historia. Personas de respeto afirman, que los mexicanos conquistaron a Cuauhtemalan: a propósito de esto asienta Clavigero: «Sabemos pues positivamente que los dominios mexicanos no se extendieron hacia Levante más allá de Xoconochco, y que no entraban en ellos ninguna de las provincias comprendidas actualmente en las diócesis de Guatemala, Nicaragua y Honduras. En el libro IV de la Historia he dicho que Tliltototl, célebre general mexicano, en los últimos años del rey Ahuitzotl, llegó con su ejército victorioso hasta Quauhtemalan; y ahora añado que no se sabe quedase entonces sujeto aquel país a la corona de México, antes bien lo contrario se debe inferir de la relación de aquellos sucesos. Torquemada habla de   —87→   la conquista de Nicaragua hecha por los mexicanos; pero lo mismo que en el libro II atribuye a un ejército mexicano en tiempo de Moctezuma II, en el libro III, capítulo lo refiere de una colonia que salió muchos años antes, por orden de los dioses, de las inmediaciones de Xoconochco: así que no podemos fiarnos en su noticia.»150 Juarros151 destina un capítulo para refutar muy de propósito, que los mexicanos sujetaran alguna vez a Guatemala, y nosotros lo creemos también evidente, fiados en las lecturas que hemos hecho, y sobre todo, porque ninguno de los pueblos de aquella comarca se encuentra nombrado en la nómina de los tributos de la colección de Mendoza, publicada en la obra del Lord Kingsborough.

Los mexicanos, pues, no pudieron introducir su habla en Guatemala por medio de la conquista; y sin embargo, si examinamos el catálogo de los pueblos formado por Juarros152, se descubre que está compuesto de nombres de la lengua mexicana, reconocibles distintamente los unos, estropeados los otros, y todos mezclados con los de los muchos idiomas que en el país se encuentran. Buscando la forma que los mismos nombres tienen en el mapa, se halla que corren principalmente a lo largo de la costa del océano Pacífico, desde Xoconochco hasta más allá del lago de Nicaragua; en este mismo lago la isla mayor, compuesta de dos alturas principales, es notable por llevar el nombre de Ometepe, que no es otro que el mexicano Ometepec o dos cerros, y dos islas menores se llaman Zapote y Chichecaste. El departamento de la Verapaz, al que los españoles dijeron Tierra de guerra, tenía el nombre mexicano de Tezulutlan, aunque los pocos nombres que allí se encuentran llevan la marca de la lengua maya. El territorio está habitado por tribus que hablan el yucateco o dialectos suyos. En él se han descubierto, poco tiempo hace, las ruinas de dos grandes ciudades; y si diéramos crédito a los cuentos que a Stephens contaron durante su viaje por Guatemala, desde lo alto de la cordillera se divisan, en los terrenos desconocidos del departamento, las murallas y las torres blancas de una misteriosa ciudad, no domeñada por la raza española, y que tal vez conserva la civilización de las tribus constructoras de Uxmal, del Palenque y de Copan.

Las palabras aztecas se extienden por todo el departamento de Quesaltenango, y en el de Totonicapán se detienen al Norte en el río Lacantun; predominan en Sololá, Sacatepeques, Chiquimula y Guatemala; se leen algunos en Honduras; gran número en el Estado de San Salvador, antes conocido por provincia de Cuscatlán, y vienen a terminar en Nicaragua: conservando en todo las divisiones políticas que ofrece el plano que a la vista tenemos.

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Debe notarse que lo mismo que acontece en México de encontrarse pueblos con nombres mexicanos habitados por gentes que hablan diferentes lenguas, se repite igualmente en las provincias que acabamos de mencionar: y también, como notamos en el párrafo primero, se encuentran allí pueblos hablando el azteca. Cómo llegaron estos hasta aquellas comarcas, no lo sabemos sino de algunos, según vamos a enumerar.

«Hay en Nicaragua cinco lenguas muy diferentes, dice Gomara; coribici, que loan mucho; chorotega, que es la natural y antigua; y así, están en los que la hablan los heredamientos y el cacao, que es la moneda y riqueza de la tierra, los cuales son hombres valerosos, aunque crueles y muy sujetos a sus mujeres; lo que no son los otros. Chondal, es grosero y serrano; orotiña, que dice mama por lo que nosotros; mejicano, que es principal; y aunque están a trescientas y cincuenta leguas, conforman mucho en lengua, traje y religión; e dicen que habiendo grandes tiempos ha una general seca en Anauac, que llaman Nueva España, se salieron infinitos mejicanos de su tierra, y vinieron por aquella mar Austral a poblar a Nicaragua. Sea como fuere, que cierto es que tienen estos que hablan mejicano por letras las figuras que los de Culúa, y libros de papel y pergamino, un palmo ancho y doce largo, y doblados como fuelles, donde señalan por ambas partes de azul, púrpura y otros colores las cosas memorables que acontecen; e allí están pintadas sus leyes y ritos, que semejan mucho a los mejicanos, como lo puede ver quien cotejare lo de aquí con lo de Méjico. Empero no usan ni tienen esto todos los de Nicaragua, ca los chorotegas tan diferentemente sacrifican a sus ídolos, cuanto hablan, y así hacen los otros.»153 Esta opinión la confirma fray Toribio Motolinía, quien asienta154: «y sospecho que fue en aquel tiempo que hubo cuatro años que no llovió en toda la tierra; porque se sabe que en este propio tiempo por el mar del Sur fueron gran número de canoas o barcas, las cuales aportaron y desembarcaron en Nicaragua, que está de México más de trescientas y cincuenta leguas, y dieron guerra a los naturales que allí tenían poblado, y los desbarataron y echaron de su señorío, y ellos se quedaron, y poblaron allí aquellos Nahuales; y aunque no hay más de cien años, poco más o menos, cuando los españoles descubrieron aquella tierra de Nicaragua, que fue en el año de 1523, y fue descubierta por Gil González de Ávila, juzgaron haber en la dicha provincia   —89→   quinientas mil almas.» Sahagún coloca estos cuatro años de sequía bajo el reinado del primer Moctezuma155.

De aquí resulta, no solo establecido el hecho de que había mexicanos en Nicaragua, sino también de que en aquella comarca había tribus de las familias habitadoras de México. El chondal, grosero y serrano, es el mismo chontal de Tabasco, de Oaxaca y de Guerrero; y el orotiña u orotina, parece ser, como en la primera parte dijimos, el idioma chiapaneco.

Llama la atención al señor Buschmann la existencia de cinco pueblos en el obispado de Guatemala con el apelativo de Masagua, y pone la cuestión de si esto significa que allí hubiera la lengua mazahua, propia de los Mazahues de México. Los pueblos son San Pedro y San Antonio, en el partido de San Salvador; Santa Catarina, del curato de Nahuisalco, en el partido de Zonzonate; San Luis, del curato y partido de Escuintla, y San Juan, del curato de Texistepeque, partido de Santa Ana Grande. A nosotros nada se nos ocurre resolver, supuesto que en los dos primeros pueblos y en San Juan se habla el nahuate, y en Santa Catarina y San Luis el mexicano; datos que nada dicen, así aislados, ni en pro ni en contra de una emigración de los mazahuis a Guatemala, aunque nada tendría de repugnante juzgando por analogías.

Consta, pues, que los mexicanos de Nicaragua descienden del imperio de México; la misma procedencia tienen los pipiles de Guatemala. «Autzol, octavo rey de México, no habiendo podido subyugar por armas las poderosas naciones que dominaban este reino, Kichées, Kachiqueles, Mames, Tzendales, Quelenes y Sapotecas; ocurrió al ardid, enviando gran número de indios, bajo la conducta de cuatro capitanes y un general, que introducidos en esta región con el título de mercaderes, se poblaron a lo largo de las costas del mar del Sur: era la mira de este emperador tener gente de su parte establecida en estos países, que le ayudasen a hacer la guerra a los señores que reinaban en ellos; pero la muerte cortó el hilo a su trama, casi al mismo tiempo que la urdía. Estos indios eran de la plebe de los mexicanos, y así hablaban la lengua mexicana corrompida, como la hablan los niños, motivo porque se les llamó Pipiles, que en dicho idioma quiere decir muchachos. Se propagó la nación de los pipiles en este reino inmensamente, y se extendió por las provincias de Zonzonate, San Salvador y San Miguel, como se colige de los muchos pueblos de dichas provincias, que usan la lengua pipil.»156

Ignoramos si a semejanza de estas hubo otras emigraciones en tiempo de los mexicanos; lo que sí consta es, que don Hernando Cortés, para la expedición   —90→   de Hibueras, con Pedro de Alvarado para la conquista de Guatemala, con Godoy para la pacificación de Chiapas, y en otras veces pocas que no recordamos, marcharon para aquellos rumbos diversos trozos de auxiliares mexicanos, que convertidos en colonos después de la conquista del país, influyeron en que su lengua se propagara entre los habitantes, y en la asignación de los lugares.

La persistencia de los nombres de una lengua sobre los objetos físicos, indica que la nación a quien pertenecen no solo estuvo de paso, sino que allí se asentó muy detenidamente, supuesto que las denominaciones impuestas habían echado tan profundas raíces, que no fueron parte a extirparlas los nuevos pueblos que con diverso idioma llegaron a asentarse en las mismas localidades. En la parte Sur de México, la persistencia de los nombres mexicanos es visible en medio de las poblaciones de idiomas extraños; y como sobre estos puntos no tocaron las emigraciones aztecas, ni los colonos invasores cambiaron los nombres, pues ya los vieron en la forma que se encuentran, es preciso admitir que emigraciones más antiguas, anteriores a la invasión de las tribus extranjeras que los españoles hallaron en la tierra, pusieron los nombres a los sitios de aquellas comarcas, que como resultan de la lengua azteca, es también preciso admitir que es el idioma que hablaban.




ArribaAbajo- II -

Los chichimecas. - Tribus que les siguieron. - Los culhuas. - Los nahuatlacas. - Los acolhuas. - Los otomíes. - Otras tribus. - Conjetura, y nada más de conjetura, acerca de las dos estampas jeroglíficas que narran las inmigraciones de los mexicanos. - Observaciones acerca del sentido del dictado de chichimeca.


Los antecesores de los mexicanos, cronológicamente hablando, fueron los chichimecas. Confrontando diversas relaciones, ya aparecen como un pueblo semicivilizado, gobernado por reyes y con cierto género de policía; ya se les encuentra como una tribu completamente bárbara, viviendo por los campos y en las grutas, desnuda, teniendo por alimento la caza y las más repugnantes sabandijas.

Los chichimecos tenían su asiento hacia el NE de nuestra nación, Peregrinaron algún tiempo con rumbo al NO, y vinieron al valle de México a apoderarse de los terrenos abandonados por los toltecas. Su primer rey,   —91→   Xolotl, tomó posesión del país en una figura irregular formada por los cerros de Yocotl o Xocotl (el cerro de Xocotitlan), Chiuhnauhtecatl (Nevado de Toluca), Malinalco, Iztzocan (Matamoros Izúcar), Atlixcahuacan (Atlixco), Temelacayocan, Poyauhtecatl (Pico de Orizava), Xiuhtecuhtitlan, Zacatlan, Tenamitec, Cuauhchinanco, Tototepec, Meztitlan, Cuaxquetzaloyan, Atotonilco, Cahuacan, y otra vez Xocotl157. Es decir, una superficie que encierra una parte de los dos Estados actuales de México y de Puebla, e íntegro el de Tlaxcala; pero que no corresponde a la extensión exagerada que indican los autores. En todo ese espacio habla, restos esparcidos de los toltecas.

En el intervalo de tiempo transcurrido entre la llegada de la tribu a las inmediaciones de los lagos, y la venida de los mexicanos, se presentaron sucesivamente sobre el terreno otras naciones procedentes del Norte, y casi todas de la familia nahuatl. No es fácil asignarles el orden en que hicieron sus emigraciones ni las fechas en que las terminaron, pues nuestra historia se resiente de alguna confusión en los hechos y de sobrado embrollo en los cómputos cronológicos, provenido de que cada autor adopta diversos sistema para confrontar la cuenta de los años que usamos con los del calendario mexicano. Nosotros dejaremos a un lado esas cuestiones, que no son de nuestro intento, y adoptaremos el sistema que nos parece más probable.

Los colhuas o colhuis deben ser mencionados los primeros, porque según el testimonio de Ixtlilxochitl y el de Boturini158, son los descendientes de los toltecas que reunidos y acrecentados con el tiempo, fundaron el reino de Culhuacan, donde reinó una larga serie de monarcas. Hablaban el mexicano.

Vienen en seguida las tribus nombradas nahuatlaques. Ni en el número de ellas, ni en sus nombres, están de acuerdo los escritores. En la pintura jeroglífica publicada por el señor don Fernando Ramírez bajo el número dos, en el Atlas de García Cubas, creemos que se hace referencia a la inmigración de estas naciones, que salidas de su punto de partida juntas con los mexicanos, se separaron de estos, después de Coloacan, sin indicarse para dónde, dejándoles proseguir solos su camino. Si no nos engañamos en semejante apreciación, las tribus indicadas allí, tomadas por el orden en que se les encuentra en la columna vertical, son la matlaltzinca, la tepaneca, la chichimeca, la malinalca, la chollolteca, la xochimilca, la chalca y la huexotzinca, las cuales fueron tomando asiento en diversas partes. Los matlaltzincas en el valle de Tolocan (Toluca, Estado de México) y hasta Michoacan; los tepanecas fundaron una monarquía de su propio nombre, cuya   —92→   capital fue Azcapozalco; los chichimecas, llamados teochichimecos, o más bien como le hemos oído corregir al señor Ramírez, techichimecas, pues lo tenían todo de broncos y de rudos y nada de divinos, formaron la república independiente de Tlaxcallan; los malinalcas fundaron un señorío en Malinalco (Estado de México); los xochimilcas y los chalcas respectivamente en Xochimilco y en Chalco en las orillas de los lagos, y los cholloltecas y huexotzincas en las ciudades independientes de Chollollan y de Huexotzinco en el Estado de Puebla. Todas hablaban el mexicano, a excepción de los matlaltzincas que usaban lengua particular.

Detrás de las tribus nahuatlaques aparecieron los acolhuis o acolhuas, capitaneados por tres jefes: dos de ellos casaron con hijas del emperador chichimeca, y a ejemplo de la familia real, se fueron uniendo poco a poco en casamiento, otras muchas de las dos naciones, hasta formar una sola, que tomando el nombre de la más noble se llamó Acolhua, y el reino Acolhuacan.»159 Hablaban mexicano.

El tercer jefe, llamado Chiconcualhtli, recibió de Xolotl el señorío de Xaltocan. Sospechamos que la tribu establecida en aquel punto no era de la familia mexicana, sino de la otomí; nuestra sospecha descansa no solo en la opinión de Betancourt, sino también en lo que nuestro plano viene a enseñarnos. Los otomíes por su lengua monosilábica, singular en nuestro país, por sus costumbres rudas, por su situación en las montañas, están reputados por todos nuestros historiadores como uno de los pueblos más antiguos. Los toltecas eran de lengua mexicana; la capital de su imperio fue Tollan (Tula) y su señorío se extendía a alguna distancia por todos rumbos; probablemente sobre los pueblos de nombre mexicano que se extienden hasta el pie de las montañas, en donde ya solo se encuentran apelaciones otomites, verdadero asiento primitivo de esta tribu. En la actualidad, ni en Tula ni en mucha distancia a su rededor se encuentra el mexicano, sino que se habla el otomí; lo cual prueba evidentemente que a la destrucción de los toltecas volvieron los otomíes a ocupar los terrenos de que antes habitan sido arrojados. Que debió ser la irrupción poco después de la caída de la dinastía tulana, lo prueba que no consta en la historia que los otomíes conquistaran aquel territorio sobre ningún otro pueblo, y que las familias mexicanas, al llegar al valle, en recuerdo de sus antepasados, hubiera ocupado de preferencia las antiguas ciudades toltecas, si no fuera porque ya tenían nuevos señores.

Dice también el plano, que la invasión se hizo en toda la parte Norte del Estado de México, prolongándose al Este hasta tocar con los totonacos, en donde actualmente se mira un manchón del otomí, junto con el tepehua.   —93→   Todavía en el siglo XVI se hallaba esa misma lengua hasta Tulancingo y en poblaciones más al Sur; si ahora se habla el mexicano allí, y el otomí está partido por una zona de aquel idioma, debe atribuirse, en nuestros días, a la fuerza expansiva que hemos notado en el mexicano; y en lo antiguo, primero a las invasiones de los tezcocanos que extendieron su señorío en aquellas comarcas; luego a las de los mexicanos que añadieron ese territorio a su imperio, y también a la formaron del Estado independiente de Meztitlan con gentes de la filiación mexicana. La data de 1420 asignada por Clavigero, como de la llegada de los otomites al valle de México y principio de su civilización, nos parece que debe entenderse de una irrupción muy posterior de aquella en que vinieron casi a las puertas de la capital a recibir el yugo de los emperadores, y en donde los hemos encontrado en nuestros días. Lo prueba, que en la lista de los curatos del arzobispado estén notados como otomíes y mexicanos, Tacubaya, Tacuba y otras poblaciones muy cercanas a México.

Entre las tribus nahuatlaques nombra Torquemada la cuitlahuaca y la mizquica, que, como demuestra el señor Ramírez, no corresponden en manera alguna a la estampa jeroglífica. Clavigero menciona entre las mismas a los tlahuiques, que tampoco corresponde a la pintura. Nosotros hallamos además los cohuixques y otras menos importantes. Todas ellas son de procedencia mexicana, y sus inmigraciones al país de Anáhuac deben colocarse hacia esta época. Los cuitlahuacas se establecieron a la orilla de los lagos en Cuitlahuac (hoy Tlahua); lo mismo los mizquicas en Mizquic; los tlahuicas formaron un señorío cuya ciudad principal era Cuauhnahuac (Cuernavaca, Estado de México), y los cohuixcas poblaron en el Departamento de Guerrero.

La inmigración de tribus, pues, durante este periodo, con muy pocas excepciones, fue toda de gente mexicana, y vino a terminar con la nación que por excelencia lleva ese nombre. Antes de pasar adelante vamos a aventurar una opinión, que supuestos nuestros pocos conocimientos en antigüedades, no puede pasar de una conjetura, que definitivamente toca aclarar a los más instruidos. Las dos estampas jeroglíficas, publicadas por el señor Ramírez, nos parecen ser una la continuación de la otra. Ambas se refieren a la inmigración de los mexicanos. La segunda es la marcha de la tribu desde su punto de partida hasta Coloacan; la primera el viaje desde esta ciudad hasta rematar en la fundación de México.

Las relaciones de Torquemada, de Clavigero y de otros, acerca de la salida del Norte de los mexicanos, de su peregrinación, de los sucesos acontecidos hasta la guerra de Xochimilco, y su expulsión de Coloacan, concuerdan exactamente, como dice el señor Ramírez, con los pasajes figurados contenidos   —94→   en la segunda estampa. Esta u otra muy semejante sirvió de texto a aquellos autores, y no queda la menor duda acerca de que; esté monumento encierra la historia primitiva del pueblo que en seguida fundó el imperio de México. Comienza narrando la salida, de una isla a la tierra firme, a poco se separan las tribus nahuatlaques, y termina en Coloacan, cuando reinaba allí Coxcox. La de cuenta de los años comienza en el uno tecpatl y acaba en el seis acatl, notándose en ese intervalo cuatro veces el símbolo del Xiuh-molpilli, o sea el ciclo de cincuenta y dos años; es decir, comprende un espacio de 188 años.

Antes hemos dicho, que debido a los profundos conocimientos y a la sagacidad del señor Ramírez en esta materia, la estampa primera sólo da la lectura de la salida de varias tribus de Coloacan (entre las cuales se cuenta la tenochca o mexicana), reinando allí Coxcox, su peregrinación por lugares no muy distantes en el valle, su sujeción en el mismo Coloacan, imperando todavía un inmutable Coxcox, y finalmente la fundación de México en el lago. Durante este viaje cerraron siete veces su ciclo o Xiuhmolpilli, lo cual da un periodo de 364 años; más atendiendo a que la suma de los años que en cada lugar se estacionaron no corresponde exactamente con el ciclo dentro del cual se notan, es de creer que hay que hacer alguna corrección que nosotros no alcanzamos.

Ahora bien, si las dos estampas fueran la una continuación de la otra, era preciso suponer que salidos los mexicanos del Norte vinieron a Coloacan, para separarse de allí y después retomar, cosa que no autorizan las historias. Salvo que nosotros nos engañemos, se nos figura que en realidad aconteció el supuesto, apoyados en la muy respetable autoridad del padre Sahagún. Refiere este escritor la manera con que las tribus se fueron separando, y añade: «Después de esto los mexicanos que quedaban a la postre, les habló su dios diciendo: que tampoco habían de permanecer en aquel valle, sino que habían de ir más adelante para descubrir más tierras, y fuéronse hacia el Poniente, y cada una familia de estas ya dichas antes que se partiesen, hizo sus sacrificios en aquellas siete cuevas160; por lo cuál todas las naciones de esta tierra gloriándose suelen decir, que fueron criados en las dichas cuevas, y que de allá salieron sus antepasados, lo cual es falso, porque no salieron de allí, sino que iban a hacer sus sacrificios cuando estaban en el valle ya dicho. Y así venidos todas a estas partes y tomada la posesión de las tierras, y puestas las mohoneras entre cada familia, los dichos mexicanos prosiguieron su viaje hacia el Poniente, y según lo cuentan los viejos, llegaron a una provincia que se dice Culhuacan   —95→   México, y de allí tornaron a volver; que tanto tiempo duró su peregrinación viniendo de Culhoacan dicen, que su dios les habló diciendo: que volviesen allí donde habían partido, y que les guiaría mostrándoles el camino por donde habían de ir; y así volvieron hacia esta tierra que ahora se dice México, siendo guiados por su dios; y los sitios donde se aposentaron a la vuelta los mexicanos, todos están señalados y nombrados en las pinturas antiguas, que son los anales de los mexicanos; y viniendo de peregrinar por largos, tiempos, fueron los postreros que llegaron aquí a México, y viniendo por su camino en muchas partes no les querían recibir, ni aun los conocían, antes les preguntaban quienes eran y de donde venían, y los echaban de sus pueblos.»161

Otras muchas congruencias, que omitimos señalar, resultan de la lectura de la historia y de la interpretación de las láminas, y todas las cuales hacen verosímil la opinión que hemos aventurado. Caso de que fuera cierta daríamos con el inconveniente, de que sería indispensable rehacer nuestras relaciones antiguas y rectificar en totalidad su cronología; si esto debiera ser, nada sería más justo, y ante la verdad no hay que respetar los dichos de los hombres que se engaitaron, por más que reconozcamos sus relevantes cualidades.

Una observación se nos ofrece aún acerca de lo que se entendía por chichimecas en tiempo del imperio mexicano.

Ixtlilxochitl, en sus relaciones manuscritas, divide en dos linajes las naciones que habitaron la Nueva España, 1.ª chichimeca y 2.ª tulteca: refiere a aquella los chichimecas propiamente dichos venidos con Xolotl, y conservando la ortografía del original, los Aculhuaz, los Aztlanecas, que agora se llaman Mexicanos, Tlaxcaltecas, Tepehuaz, Totonaquez, Mezquaz, Cuextecos, Michhuaques, Otomíes, Mazahuaz, Matlaltzincan y otras muchas; refiere al segundo linaje los Coculhuaz, Cholultecas, Miztecas, Tepanecas, Xochimilcas, Toxpanecas, Xicalancas, Chonchones, Tenimes, Cuauhtemaltecas, Tecolotecas y otros muchos.

De estas dos opiniones, que en parte conforman y en parte se contradicen, inferimos, que el dictado de chichimeca era honorífico entre aquellos pueblos, a diferencia de que mucho después y entre los españoles se tenía en acepción despreciativa. El apellido no se tornaba de la comunidad de origen, supuesto que lo llevaban pueblos totalmente diversos como los otomíes y los michoacaneses, sino que significaba, como en la primera parte dijimos, las relaciones y tratos que estas familias tuvieron en lo antiguo. Esas comunicaciones, por lo mismo, fueron anteriores a su venida al valle   —96→   de México y en lugares colocados a mayores latitudes de las que ocupan en la actualidad. Todas esas familias allá en sus regiones primitivas, se mezclaron en parte, como los chichimecas con los otomíes, los mexicanos y los cuextecas, y en parte permanecieron separadas como los matlaltzincas y los michoacas, y se precipitaron en seguida hacia el Sur, unas veces juntas, otras separadas. Se entienden en este caso por familias no solo las tribus que hablan una lengua idéntica, sino las que hablan lenguas diversas, y en este sentido las familias que se dijeron chichimecas son, la chichimeca propiamente dicha, la tulteca o mexicana, la otomí, la cuexteca, la matlaltzinca, la michoaca. Estas familias, poco más o menos, son contemporáneas; y representan una época en la historia de las inmigraciones de México.




ArribaAbajo- III -

Los toltecas. - Su asiento. - Los quichées en Guatemala. - Razas afines. - Inmigración por la costa del Golfo. - Civilización de los toltecas.


Pasemos ya a los toltecas. Sacamos de nuestras lecturas combinadas, y siguiendo principalmente al padre Sahagún y a Ixtlilxochitl, que esta tribu, de lengua nahóa, vino del Norte. En su peregrinación se desvió del rumbo central que traía para tocar al O en las costas del océano Pacífico, y siguió al S. a lo largo de ellas hasta Guatemala; retrocedió en seguida, visitó algunos puntos de las orillas del Golfo, habitó en Tollantzinco, y vino por último a poner la capital de su monarquía en Tollan (Tula, Estado de México). Tentados estamos a dudar que todo esto se haya cumplido en una sola época y por una misma tribu. Creeríamos de mejor gana, que en periodos más o menos distantes, fracciones de la misma familia se separaron y se internaron en el país por diferentes caminos, que se resumen todos en el itinerario general antes marcado; que esos diversos trozos de gente llenaron por la colonización el espacio que hoy ocupa el idioma mexicano y aun mayor superficie, y que corresponde a una de las principales fracciones lo que la historia cuenta de los toltecas de Tollan y pertenece a otra fracción, también principal, lo que se relata en la historia de Guatemala.

En Tollan reinaron, conforme a la opinión mejor recibida, ocho monarcas en un periodo de 384 años; el primero fue pedido a los chichimecas, lo   —97→   que corrobora las relaciones de ambos pueblos. Se asegura que la monarquía pereció por la guerra y por sus inseparables compañeras el hambre y la peste. Si se atiende al relato del padre Sahagún, hacia esta época debe colocarse el mítico y misterioso personaje de Quetzalcoatl; y la destrucción de los toltecas habrá tenido lugar por una guerra civil entre los soldados y los sacerdotes, en que estos llevaron la peor parte. Lo cierto es, que en uno o en otro caso, los fugitivas tomaron para el Sur y fueron a llevar su raza y su lengua a lugares muy distantes, lo cual establece el hecho de una emigración hasta Guatemala.

Los kichées de Guatemala se dicen descendientes de los toltecas. Juarros162 asegura, en vista de los manuscritos de los naturales que consultó, que el jefe conductor de la tribu tolteca, del antiguo al nuevo continente, se llamaba Tanub, primer rey de la tribu; el segundo Capichoch, el tercero Calel Ahus, el cuarto Ahpop, y el quinto Nimaquiché; quien, por mandato de los dioses, sacó sus gentes de Tula y las condujo a Guatemala. Nimaquiché tenía tres hermanos, y al llegar a aquellas tierras se dividieron el país de la manera siguiente: uno de ellos fundó un señorío con los quelenes y los chiapanecos; otro se tomó el Tezulutan o Verapaz; el tercero fue señor de los mames y pocomanes, y Nimaquiché fue tronco de los kichées, kachiqueles y zutugiles. Muerto Nimaquiché le sucedió su hijo Acxopil, el cual, siendo ya viejo, subdividió la monarquía en tres fracciones, quedándose él al frente de la monarquía kiché de Utatlan, en donde gobernaron sucesivamente Jiutemal, Hunahpu, Balam Kiché, Balam Acan, etc.

La relación anterior no concuerda en su principio con lo que sabe nuestra historia del origen de los toltecas, inclinándonos a creer que es fabuloso que Tanub trajera del antiguo mundo la tribu en cuesción. Como sucede a todos los pueblos de la tierra, los tiempos oscuros de su historia están llenos de leyendas de pura imaginación. Fiándonos nosotros en la genealogía de los reyes de Utatlan, nos parece que esta monarquía debió tener principio hacia la época en que destruida la de Tollan, se pusieron en marcha para el Sur los fugitivos.

«Estamos persuadidos, dice Juarros, que cuando vinieron a esta región los indios toltecas, de quienes descendían los reyes quichées y kachiqueles, que dominaban estas tierras, ya estaban pobladas de diversas reacciones... Y nos fundamos para juzgarlo así, en que si todos los habitantes de este reino trajeran su origen de los citados toltecas, todos hablaran un mismo idioma; luego siendo tantas y tan diversas las lenguas, que usan los naturales de estas tierras, es necesario que desciendan de distintas naciones.»163   —98→   En efecto, Guatemala debía estar ocupada por diversos pueblos más antiguos que los toltecas, y estos pudieron establecerse en el país, ayudados del recuerdo, o más bien de las armas de sus hermanos, que mucho antes habían allí penetrado. Si se examina con atención el catálogo de los reyes de Utatlan, se descubre de luego a luego, que el primero y el segundo, Acxopil y Jiutemal, son nombres mexicanos, es decir, correspondientes a la lengua que hablaban los toltecas; pero que los siguientes como Hunahpu, Balam Kiché, Balam Acan, etc., son ya de una lengua extranjera, presentándose a nuestro parecer el fenómeno en Hunahpu, que es un nombre de transición. Esto nos indica que la monarquía tolteca de Utatlan no permaneció pura en poder de los advenedizos, sino durante dos reyes, y que en seguida se sobrepuso otra raza, ya de las mismas sojuzgadas del país, ya nueva que hacia esa época hizo su irrupción. Siguiendo nuestras inducciones, las palabras extranjeras tienen la forma de la lengua maya, que como debemos recordar, es lengua hermana del chontal, del quiché, del zutugil, del kachiquel, del mam, del pokoman, del pokonchi, del caichi, del coxoh, del ixil, del tzendal, del tzotzil, del chol, del huaxteco y del totonaco, y aun del de las islas de Cuba, Haití, Boriqua y Jamaica.

Todas estas lenguas se encuentran esparcidas desde la costa del Golfo en el Estado de Veracruz hasta Guatemala, no sin estar interrumpidas por el mexicano; lo cual prueba, para nosotros, que la invasión de las lenguas fue de Norte a Sur, y que fue anterior a la mexicana, que rompió después la continuidad del terreno que aquellas ocupaban. Que sean tantas es seguro indicio de que, la tribu que habló la lengua madre o primitiva (que no podemos señalar cuál sea) se dividió y se subdividió en muchas fracciones, que con el tiempo llegaron a usar de idiomas distintos, pero hermanos.

Debe también llamar la atención la afinidad de estas lenguas con las de las islas antes nombradas, porque esto significa la comunidad de origen entre estas razas. El padre Sahagún nos ha conservado el recuerdo de una emigración venida por la costa del golfo, que apareció precisamente en el lugar que ahora ocupan los huaxtecos: «Ha años sin cuenta, dice164, que llegaron los primeros pobladores, a estas partes de la Nueva España que es casi otro mundo, y viniendo con navíos por la mar aportaron al puerto, que está hacia el Norte; y porque allí se desembarcaron se llamó Panutla, cuasi Panoaia165, lugar donde llegaron los que vinieron por la mar, y al presente se dice, aunque corruptamente Pantlan, y desde aquel puerto, comenzaron a caminar por la ribera de la mar, mirando las sierras nevadas,   —99→   y los volcanes, hasta que llegaron a la provincia de Guatemala;» etc. El autor de la Historia de Nuestra Señora de Izamal, asienta la tradición conservada en Yucatán, de un desembarco de gente en aquellas costas. Las islas no han de haber sido la cuna primitiva de los pobladores; por la posición que guardan con el mundo habitado, deben haber sido pobladas por las gentes del continente; pero nada tendría de extraño admitir, que dado ya este primer hecho, las islas hubieran hecho una invasión sobre la tierra firme, lo cual no carecería de ejemplos, supuesto que los caribes no sólo atacaban a sus vecinos los isleños, sino también a los habitadores de la costa. Faltan las pruebas, en verdad, para establecer, si la inmigración que se presentó en Pánuco vino de las islas o del mismo continente, siguiendo los inmigrantes su camino a lo largo de las playas boreales del golfo; más en uno o en otro caso, si los clasificadores de los idiomas no se han engañado, el parentesco de la lengua afirma que esos pueblos traen un origen común, ya sean isleños o continentales, lo cual nos autoriza a asegurar que la invasión tocó en las localidades a que hemos hecho referencia.

Los toltecas están reputados en las colonias indígenas como el pueblo más inteligente y adelantado en la civilización; toltecatl no sólo significa habitante de Tollan, sino también oficial de arte mecánica, maestro. Ellos trajeron la escritura jeroglífica, los conocimientos astronómicos para la división exacta del tiempo, las reglas para el cultivo de la tierra, las artes que servían para formar tejidos primorosos, labrar las piedras preciosas y construir edificios espaciosos que no carecían de elegancia y de grandiosidad. Todo esto debieron enseñarlo a las naciones menos cultas, con las cuales se pusieron en contacto; y de aquí procede, que tanto en México como en Guatemala, muchas de ellas se dijeran descendientes de los toltecas, no obstante que, genealógicamente hablando, no reconocieran los mismos progenitores.



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ArribaAbajo- IV -

Escritura jeroglífica de los pueblos de México. - Hay otra escritura jeroglífica más antigua, y es la que se encuentra en los monumentos del Palenque, de Uxmal y de Copan. - No es exacto que ambas escrituras se parezcan, ni que los conquistadores españoles encontraran en uso entre los indígenas los caracteres jeroglíficos del Palenque.


La escritura jeroglífica a la usanza de los toltecas, de los acolhuas y de los mexicanos en el valle, se encontraba entre todos los pueblos del Sur, ya fueran de la familia maya, ya de la mixteca, y aun entre tribus más broncas e ignorantes; eran los mismos signos, el mismo dibujo convencional, los mismos colores, e idénticos los materiales empleados y la plegadura para conservar los manuscritos. Estos revelaban en todas partes una fuente común de procedencia, marcando una época de escritura uniforme que estaba sin duda muy más perfecta en Tetzcoco y en México, pero que, a pesar de ligeras diferencias, dejaba conocer un mismo grado de adelanto. No encontramos razones en que fundarnos para asegurar, si los toltecas fueron los inventores de esta escritura, o si solo fueron sus introductores en el país, por haberla aprendido de otro pueblo más antiguo; lo que sí podemos asegurar es, que quedan muestras de una escritura diferente muy más antigua, a lo que nos parece; escritura que a juzgar solo por las apariencias, supuesto que no ha sido descifrada, debía acercarse mucho más al tipo verdaderamente jeroglífico.

Hablamos de los caracteres publicados en la obra de Stephens166, copiados de la parte superior de un altar, y de las leyendas que a la espalda llevan los ídolos de Copan. Se componen de cabezas de hombres, de cuadrúpedos y de aves, de miembros humanos y de animales, mezclados con figuras simbólicas, y puntos que semejan las anotaciones numéricas de los mexicanos; compuestos en columnas, que así corresponden en la línea horizontal como en la vertical, cada grupo está dispuesto por separado como si sólo bastara para el objeto propuesto. Entra por mucho en ellos la representación gráfica; mas, según nos parece, no a la manera mexicana, en que predomina la   —101→   representación del hombre y la del mundo físico, con semejanzas en que el arte pretende reproducir la imagen apetecida. En la ejecución, presenta el dibujo líneas correctas, más gusto y más agrado en el conjunto, cual si estuvieran destinados a ser vistos por un pueblo adelantado en las artes. Sin conocer su significado, mal podríamos asegurar si los jeroglíficos del Palenque y de Uxmal son los mismos que los de Copan; por la comparación de forma nos parece que ambas escrituras, si no son idénticas, corresponden al mismo sistema, marcan la misma época de conocimientos, y pertenecen a la clase de los signos representativos.

El señor barón de Humboldt publicó un fragmento del Códice de Dresde167, en la persuasión de que era mexicano; salvo el respeto debido a tan grande hombre, su juicio no es exacto. Esos caracteres no se parecen en nada a los jeroglíficos aztecas; ni aun siquiera tienen el mismo gusto o la misma conformación. El Códice que el señor barón publicó no es mexicano, y esto no es sola nuestra opinión, sino la muy competente del señor Ramírez, con quien lo hemos consultado. Fiado Stephens168 en aquel dicho, compara los caracteres del altar de Copan con un fragmento de lo publicado por Humboldt; y engañándose acerca del origen de lo que compara infiere que los aztecas o mexicanos, al tiempo de la conquista, tenían el mismo lenguaje escrito que los habitantes de Copan y de Palenque.» El argumento flaquea por la base; ni son mexicanos, como ya dijimos, los jeroglíficos del Códice de Dresde; si estos se parecen, no puede afirmarse que sean idénticos a los de Copan y de Palenque; ni la escritura mexicana tiene la más remota semejanza con la una o con la otra de aquellas: de manera que, no es cierto que al tiempo de la conquista, ni antes de ella, los aztecas y los palencanos tuvieran el mismo lenguaje escrito, y mucho menos verdadero resulta, que se pueda afirmar, que esos monumentos pertenecen a los pueblos encontrados por los conquistadores españoles. Lo que es evidente de toda evidencia, que los invasores castellanos hallaron en uso la escritura figurativa de los mexicanos; que los signos palencanos fueron descubiertos el siglo anterior y conocidos en el presente, al ser publicados los trabajos de Dupaix; que Copan salió del olvido después de aquella época, y que ninguno de los escritores, que conozcamos, hace la menor alusión a otro género de lenguaje escrito, si no es al que la civilización tolteca había derramado por todas partes. De aquí se inferirá lo que en buena lógica debe inferirse.



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ArribaAbajo- V -

El calendario en los pueblos de filiación tolteca. - Calendario de Yucatán. - Los días. - Los meses. - Comparaciones. - Calendario chiapaneco. - Las tres diferencias proceden de una misma fuente. - Su antigüedad relativa.


Se atribuye a los toltecas el arreglo del calendario, en la forma que le usaban las naciones de México, previa una corrección practicada por ellos mismos, en su antigua patria Huehuetlapallan. No obstante que todos los pueblos del valle bebieron en una fuente común, presentaban en sus cómputos algunas diferencias, como para dar muestras de que entre ellos era el conocimiento muy antiguo; así, los mexicanos comenzaban a contar su ciclo por el año Tochtli (conejo), los tultecos por Tecpatl (pedernal), los de Teotihuacan por Calli (casa), y los tezcocanos por Acatl (caña)169. Estos pueblos vivían en inmediato contacto, y las diferencias marcadas, provenidas del amor propio de raza, no podían ser grandes sino después de muchos siglos; pero si dos tribus se separan, las discordancias deben presentarse pronto, y serán mayores a proporción que transcurra el lapso del tiempo. Los nombres de los veinte días del mes mexicano eran; 1 cipactli, 2 éhecatl, 3 calli, 4 cuetzpalin, 5 cohuatl, 6 miquistli, 7 mazatl, 8 tochtli, 9 atl, 10 itzcuintli, 11 ozomatli, 12 malinalli, 13 acatl, 14 ocelotl, 15 quauhtli, 16 cozcaquauhtli, 17 tecpatl, 18 quiahuitl, 19 xochitl, 20 ollin. Estos mismos nombres, según los refirieron los indios de Nicaragua a los conquistadores (Oviedo, libro 42, capítulo 3), los encontramos escritos en el orden y de la manera siguiente, correspondiendo el número que les acompaña al de su sinónimo de la lista anterior; 13 agat, 14 oçelot, 15 oate, 16 coscagoate, 20 olin, 17 tapecat, 18 quiauit, 19 sochit, 1 çipat, 2 acat, 3 cali, 4 quespal, 5 coat, 6 misisti, 7 maçat, 8 toste, 9 at, 11 izquindi, 12 ocomate, 13 malinal, y añadieron la palabra acato que no sabemos a qué referirla. Confrontando ambas listas se nota, que casi son las mismas las palabras agat, acat, para significar ehecatl y acatl; que no convienen en el orden sucesivo, y que la escritura está tan estropeada que en algunos casos apenas se reconoce la semejanza. Todo esto puede tener explicación, en que no fue fiel la memoria del   —103→   indio que relató los nombres; en que no supieron los escribientes españoles ortografiar las palabras de una lengua que no entendían; en que los copiantes de las obras de Oviedo sustituyeron o suprimieron algunas letras; mas a pesar de todo esto, siempre quedan las diferencias que el tiempo había ya impreso, a lo menos en el lenguaje de la tribu de Nicaragua, que, como vimos arriba, era oriunda de México, y llevaba algún tiempo de separada de los individuos de su familia.

Los yucatecos contaban el tiempo, así como los toltecas, por meses de veinte días; diez y ocho de aquellos componían el año, y añadían también al fin de él los cinco días complementarios. Mientras los mexicanos contaban las indicciones de su ciclo por los signos iniciales tochtli, acatl, tecpatl, calli, lo hacían los mayas por kan, muluc, hix, y cauac. Los nombres de los días, según los ha publicado el señor don Juan Pío Pérez, son con sus traducciones170:

1 Kan, mecate o hilo de henequen torcido.

2 Chicchau, no se conoce su significación.

3 Quimi o cimi, pretérito del verbo quimil, morirse.

4 Manik, es perdida su verdadera acepción; pero si se divide la expresión man-ik, viento que pasa, quizá se entendería lo que fue.

5 Lamat, se ignora su significación.

6 Muluc, si es raíz del verbal mulucbál, pudiera entenderse por reunión o amontonamiento:

7 Oc, es lo que cabe en el hueco de la mano encogida, formando concha.

8 Chuen, antiguamente se decía para significar tabla, chuenché; también hay un árbol llamado zacchuenché o chuenché blanco.

9 Eb, se dice por la escalera.

10 Been, solo se halla, en el idioma maya el verbo beentah, gastar con economía.

11 Gix o hix, en el uso actual se encuentra el verbo hiixtah, bajar toda la fruta de un árbol, quitar todas las hojas de una rama, y el nombre iixcay, como antiguamente se escribía que indica leviza o lija, cuero de un pez; y la palabra hixcí, áspero.

12 Men, artífice.

13 Quib o cib, cera, vela o copal.

14 Caban, desconocido.

15 Edznab o esnab, desconocido.

16 Cauac, desconocido.

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17 Ajau o ahau, el rey o el periodo de 24 años.

18 Imix, desconocido.

19 Ik, viento, aire.

20 Akbal, desconocido.

El señor Pérez asienta que: «Es necesario advertir que la traducción de estos nombres no es tan fácil como podía considerarse, porque la significación de algunos se ha perdido, ya porque se han anticuado o ya porque las palabras se tomaron de una lengua extraña, o finalmente, porque como no están en uso, y su escritura no está bien arreglada a la pronunciación, tienen varios significados sin poderse atinar el que tenían verdaderamente.»

Si comparamos los nombres mexicanos con los yucatecos encontraremos de luego a luego, que no son, como podía esperarse, la traducción los unos de los otros; sin embargo presentan ciertas reminiscencias que vienen a conformar el origen común de la noción astronómica. Cuatro semejanzas más o menos inmediatas hallamos nosotros; kan, mecate o hilo de henequen torcido, con malinalli, cierta yerba torcida; quimi o cimi, con miquiztli, muerte; gix o hix, en la acepción de cuero de un pez, con cipactli, animal marino; ik, viento, con ehecatl, que significa lo mismo.

En lo tocante a los meses tenemos:

1 Pop, estera o petate.

2 Uo, rana.

3 Zip, solo hay un árbol llamado zipché.

4 Zods o Zoimagen171, murciélago.

5 Zeec, se ignora.

6 Xul, término.

7 Dzeyaxkin o imagengeyaxkin, se ignora.

S Mol, reunir, recoger, y mool significa garra de animal.

9 Dchen o chen, pozo.

10 Yaax, verde o azul, o de yax primero, resultando sol de primavera.

11 Zac, blanco.

12 Queh o Ceh, venado.

13 Mac, tapa, cerrar.

14 Kankin, sol amarillo; quizá porque en este mes por las quemas de los montes rozados para sembrar, el sol o su luz es amarilla por el humo de la atmósfera.

  —105→  

15 Moan, significa el día nublado dispuesto a lloviznar a ratos.

16 Pax, instrumento de música.

17 Kayab, canto.

18 Kamkú, la fuerte explosión como de una cañonazo lejano que se oye, y al principio de las aguas producido quizá por los pantanos que se hienden al secarse, o por la explosión del rayo en turbonadas distantes. También llámanse jum ku, sonido o ruido de Dios.

La lista anterior, con la traducción que la acompaña, pertenece al de pie de la letra al señor Pérez; si la confrontamos con la de los nombres de los meses mexicanos, encontraremos que en nada se parecen entre sí. Queh o ceh, venado, es igual al día séptimo del mes azteca, mazatl, que también significa venado; y kankin pudiera ser reminiscencia de ollin, movimiento del sol: de manera que, las semejanzas verdaderas o supuestas, se han conservado todas en los nombres de los días, y ninguna en la de los meses yucatecos.

Los chiapanecos y los de Xoconochco usaban para las indicciones de su ciclo de las figuras llamadas Vòtan, Lámbat, Béen, Chínax. Los nombres de los días del mes, conforme los encuentro en Boturini y en Clavigero172, son 1 Mox, 2 Igh, 3 Votan, 4 Ghánan, 5 Abagh, 6 Tox, 7 Móxic, 8 Lámbat, 9 Mólo o Múlu, 10 Elab, 11 Batz, 12 Enob, 13 Béen, 14 Hix, 15 Tzíquin, 16 Chábin, 17 Chic, 18 Chínax, 19 Cábogh, 20 Aghual.

Los meses, según los trae don Emeterio Pineda en su «Descripción geográfica del Departamento de Chiapas y Soconusco», son:

  • «1 Tzun
  • 2 Batzul
  • 3 Sisac
  • 4 Muctasac
  • 5 Moc
  • 6 Olalti
  • 7 Ulol
  • 8 Oquinajual
  • 9 Veh
  • 10 Elech
  • 11 Nichqum
  • 12 Sbanvinquil
  • 13 Xchibalvinquil
  • 14 Yoxibalvinquil
  • 15 Xchanibalvinquil
  • 16 Poin
  • 17 Mux
  • 18 Yaxquin
Algunos de estos nombres están en lengua zotzil, y los demás se ignora en qué lengua se hallan. Este calendario es religioso, pues arregla las fiestas ostensibles de los indígenas; y agrícola por indicar los tiempos en que   —106→   deben hacerse las sementeras y las cosechas, en lo que conviene en parte con el de la República francesa.

Moc es el mes en que deben componerse las cercas, y Olalti en el que se han de hacer las siembras, sea cual fuere el estado de la atmósfera, de manera que si se pierde por falta, o por exceso de lluvias, ya no se hace en ningún otro mes, aun cuando el temperamento o los riegos lo permitan.

Veh: en este mes sobrevienen las enfermedades de las plantas, en particular un insecto que como el pulgón las debilita y destruye; y en el de Elch los vientos saludables que deben curarlas. Mas en el caso de no ser favorables, la pérdida es segura en muchas plantas, como en la patata que ya no florece ni da cosecha. Nichquin indica la inflorecencia. Sbavinquil la fecundación; y Xchibalvinquil, Yoxibalvinquil y Xchanibalvinquil, los tres tiempos de la formación del grano, el de perla, el de leche y el 'farináceo'.

Poin: en este mes deben castrarse las colmenas y levantarse las cosechas. Mux indica la proximidad del frío y Yaxquin el tiempo de Pascua.»173



Comparando este calendario con el de Yucatán, se encuentran semejantes, según el señor Pérez, lamat con lámbat; muluc con múlu; been con béen; hix con hix; akbal con aghual: estos puntos de contacto serán todavía mayores cuando tengamos la traducción completa de las palabras chiapanecas. De lo asentado resulta un hecho evidente de toda evidencia; el conocimiento del calendario lo bebieron en la misma fuente; tiene un origen común para los tultecas, mayas y chiapanecos. Es el mismo el número de los días y de los meses; idénticos los días complementarios y los que componen el año; en resumen, todo el sistema.

La forma del calendario, tal cual la tenías los mexicanos, es la más perfecta a que pudo llegar en esta nación, representando la suma de los conocimientos que en la materia se habían legado todas las fracciones de la misma familia, desde que tomaron la noción astronómica hasta la llegada de los españoles. No tenemos datos para señalar la época, el lugar y la forma que tenía cuando la tomaron, y solo podemos inferir que fue en tiempos remotos y de una manera diversa de lo que en seguida llegó a ser. La palabra metztli, así significa el mes como significa la luna, y esto indica que allá remotamente la cuenta del calendario comenzó por la observación de este astro, como ha sucedido en todos los pueblos. El mes mexicano, sin embargo, consta de solo veinte días, periodo que no conforma con el de las revoluciones de la luna, lo cual indica las reformas hechas en los siglos subsecuentes, para alcanzar la cuenta más perfecta, basada en el movimiento aparente del sol. Recuerdo del cómputo lunar son los periodos de trece días, que a guisa   —107→   de semanas se repiten sobre los 360 que forman el total de los meses. Según nos parece, el mes atemoztli no corresponde a la estación en que las aguas se presentan en México; por otra parte, en el valle no se encuentra el mono, que dió motivo al jeroglífico ozomatli de uno de los días; ni mucho menos un pueblo habitante del interior de las tierras, tenía ocasión de hacer figurar entre sus signos el de cipactli, que pertenece a un animal marino; reminiscencias son, pues, estas, que acusan otras regiones y otros objetos, y convencen del antiguo origen y extraño del calendario aprendido por los toltecas. En la forma que actualmente le conocemos, todos los nombres son ya de la lengua mexicana, con significación propia en el idioma, notados con los caracteres propios de la escritura de la nación; y si bien no conocemos las ideas que representaban los nombres de los días, ni las razones que tuvieron para adoptar esas figuras en lugar de otras, las apelaciones de los meses nos enseñan que la intención para admitirlas era puramente religiosa, supuesto que no tienen otra significación que la de las fiestas que en ellos se verificaban: el calendario en último análisis era civil y religioso, había alcanzado la forma final que los hombres le han dado en nuestros tiempos.

El calendario yucateco tenía la misma perfección que el anterior, y eran entre sí tan semejantes, que la voz u, en la lengua maya, significa igualmente mes y luna. Había empero algunas diferencias; además del ciclo de 52 años, llamado katun e igual al mexicano, se encontraba otro ciclo de 312 años, compuesto de trece periodos de 24 años, llamado cada uno ajau katun; los días del mes además de dividirse en periodos de trece en trece, que era una especie de número sagrado, se subdividían en cuatro fracciones de cinco días cada una, y así de cosas menores. Por lo tocante a los nombres, hemos visto que presentan reminiscencias con los mexicanos, pero que no todos ellos pertenecen al idioma maya, pues de algunos se ignora la significación, porque, como dice el señor Pérez, se han anticuado o se tomaron de una lengua extraña. Todo esto prueba lo que ya hemos repetido; los dos calendarios tienen un origen común, y ahora añadiremos, que los demás accidentes notados nos dejan inferir, que una vez tomado el conocimiento por los dos pueblos, se separaron desde muy antiguo para darle cada uno la forma que mejor le plugo, conservando el yucateco a pesar de las trasformaciones que recibió el sello de antigüedad, que en el suyo habían ya hecho desaparecer los mexicanos. Todo esto se corrobora con apuntar una cosa bien sabida; en la época de la conquista México y Yucatán vivían separados, sin comunicaciones de ninguna especie.

El calendario de Chiapas presenta algunas semejanzas con el de Yucatán y ninguna con el mexicano; sus nombres se alejan todavía más de la interpretación, conservando el tipo de la lengua extraña de que fueron tomados;   —108→   la significación de los meses se dirige al enseñamiento del cultivo de la tierra, de manera que conserva la forma rural, que es la primitiva en todos los pueblos. Por eso aparece como el más antiguo, y por eso también podemos creer, que los chiapanecos se separaron de los toltecas en tiempo aun más remoto que los mayas.

Si lo asentado no son visiones de nuestra imaginación, diríamos que el calendario chiapaneco es el más antiguo, el más moderno el mexicano, y un intermedio el yucateco; y que esta clasificación da la antigüedad respectiva de las tres naciones en el país de Anáhuac.




ArribaAbajo- VI -

Arquitectura. - Casas grandes del Gila. - Inducciones. - Casas grandes de Chihuahua. - Reflexiones. - Ruinas de la Quemada.- El Zape. - Tollantzinco. - Tollan. - Las pirámide de Teotihuacan. - Pirámide de Cholula. - La de Papantla. - El castillo de Xochicalco. - Palacios de Mictlan. - Ruinas de Chiapas, Yucatán y Guatemala. - Copan. - Quirigua. - Yucatán. - El Palenque. - Los monumentos indican tres centros, de civilización. - No fueron los toltecas los primeros habitantes de Anáhuac.


No quedan palacios o templos pertenecientes a la nación tolteca; se les atribuyen la pirámide de Cholula y las dos pirámides de San Juan Teotihuacan. Los edificios de Casas grandes y las ruinas de la Quemada, dicen los autores ser obra de los mexicanos durante su peregrinación; pero como este juicio se funda en la lectura de la pintura jeroglífica examinada más arriba, y resulta de la interpretación del señor Ramírez que los emigrantes, al menos por esa constancia, no tocaron en aquellos parajes, la opinión de los escritores carece de fundamento, y nos parece más probable que quienes construyeron esos monumentos fueron los toltecas. Sea esto verdad o no, es evidente que pertenecen a la familia mexicana, pudiéndose tomar por lo mismo como término de comparación de lo que ella sabía ejecutar en este ramo.

Dos grupos de ruinas existen con el nombre de Casas grandes, el primero a orillas del Gila en territorio que fue del Estado de Sonora y hoy corresponde a los Estados Unidos; el segundo en el Estado de Chihuahua. Para dar una idea de aquel, vamos a copiar la descripción del padre jesuita Jacobo Sedelmair, escogida entre otras por ser la de quien casi descubrió   —109→   aquellas regiones; dice: «En treinta y cuatro grados del Polo Norte se junta con el Gila el río de los pimas sobaipuris que viene del Sur, desde la cual junta, empezando aquí a contar las leguas de su corriente hasta las Casas grandes, hay veintidós leguas, pues el número de las leguas de Acoma hasta esta junta en tierras de los enemigos y no andadas, no hay cosa averiguada. La una de las Casas grandes es un edificio grande, el principal cuarto del medio de cuatro altos, y sus conjuntos de los cuatro lados de tres, con las paredes de dos varas de grueso, de fuerte argamasa y barro, y tan lisas por lo interior, que parecen tabla cepillada y tan bruñidas, que relumbra como losa de Puebla, y las esquinas de las ventanas son cuadradas, muy derechas y sin quicios ni atravesados de manera, que los harían con molde o cintria, y lo mismo sus puertas aunque angostas, que en eso se conoce es obra de indios. Es la fábrica de treinta y seis pasos de largo y veinte y uno de ancho, de buena arquitectura a tiro de tiro de arcabuz se ven otras doce casas medio caídas, de paredes gruesas también y todos los techos quemados, menos un cuarto bajo con unas vigas redondas, lisas y no gruesas, que parecen de cedro o sabino, y sobre ellas otates muy parejos, y sobre estos una torta de argamasa y barro duro, techo alto de mucha curiosidad. A sus contornos se manifiestan otras muchas ruinas de terremotos que circundaban dos leguas, y con mucha losa quebrada de platos y ollas de fino barro pintado de varios colores que se asemeja a los jarros de Guadalajara de esta Nueva España, de que se deduce era grande la población o ciudad de gente política y gobierno. Verifícase con una acequia madre que sale del río por el llano (quedando a su centro la población) de diez varas de ancho y como cuatro de hondo, por donde atajaban quizá la mitad del río Gila, así para que sirviese de foso defensivo como para proveer de agua a sus barrios y dar riego a sus sementeras en los contornos. Como doce leguas más abajo hay otros dos edificios con otros menores a su contorno y acequia, y al lado del Norte entre el río Gila y el de la Asunción, descubrí en el último viaje ruinas de otro edificio, como también más arriba de la casa más grande otras, que dicen las fabricaron unas gentes que vinieron de la región del Norte, llamado el principal el Silba, que en el idioma de los pimas es el hombre amargo y cruel, y que por las sangrientas guerras que les daban los apaches y veinte naciones con ellos confederados, muriendo muchos de una y otra parte, se despoblaron y parte de ellos por disgustados se dividieron y volvieron para el Norte, de donde años antes habían salido, y los otros hacia el Oriente y Sur. Había también seis leguas distante del río hacia el Sur, un aljibe de agua hecho a mano más que cuadrado paralelo, grande de sesenta varas de largo y cuarenta de ancho; sus bordos parecían   —110→   paredes o pretil de argamasa o cal y canto, según lo fuerte y duro del material, y por sus cuatro ángulos tiene sus puertas, por donde se conduce y recoge el agua llovediza. Dicen los indios lo hicieron los mismos que fabricaron las Casas Grandes, de cuyas noticias se juzga, y es verosímil son los ascendientes de la nación mexicana, según las fábricas y vestigios, cuales son estos que citan en treinta y cuatro grados los que hay al contorno de los Janos en veinte y nueve grados, que también llaman Casas grandes, y otros muchos que dan noticia se ven hacia los treinta y siete y cuarenta grados del Norte.»174

El río a que el padre Sedelmair se refiere es el conocido actualmente con el nombre de San Pedro, que se incorpora en el Gila por la ribera izquierda: conforme a las capas de la Comisión de límites, las Casas grandes deberán encontrarse a los 33º de latitud N y unos 12 de longitud O de México. De la descripción se saca, que no solo era una, sino tal vez tres poblaciones considerables, cubriendo cada una bastante superficie. Las obras conservadas y que han resistido a la fuerza, corrosiva de los siglos y a la destrucción salvaje de los hombres, deben ser los monumentos prominentes, los destinados al culto de los dioses, a la habitación de los jefes, a las necesidades públicas; las casas de la gente menuda, fabricadas de materiales menos sólidos, desaparecieron presto, dejando pocos vestigios de su existencia. Por otra parte, aun cuando se suponga que las obras allí ejecutadas fueron hechas por la comunidad bajo el mando despótico de un jefe, a semejanza de las pirámides de Egipto, no se puede concebir hayan sido formadas en poco tiempo, ni tampoco que un pueblo que estuviera, de paso hiciera edificios duraderos, ni abriera canales para regadío, ni aljibes para depositar las aguas, ni las demás cosas que revelan una permanencia, meditada. Esto nos inclina a creer, que las Casas grandes no son una mansión pasajera de las tribus mexicanas, sino uno de los diversos asientos que tomaron en sus peregrinaciones; las ruinas de la capital de una monarquía, cuyo poderío y duración no nos son conocidos. No es tan descabellada esta suposición; los toltecas, si no se estacionaron allí, al proseguir su viaje para las tierras del Sur han de haber dejarlo una colonia, compuesta cuando menos de los cansados, de los disgustados, de los inútiles; y estos, abandonados a su suerte, han de haber hecho esfuerzos para proporcionarse una existencia cómoda. Se multiplicaron, y dieron organización a su señorío.

Las Casas grandes de Chihuahua está situadas a los 30º 22' 13'' latitud N y 8º 47' 7'' de longitud O de México. Aunque no nos satisface en todos sus puntos, copiamos la siguiente descripción del «Ensayo estadístico sobre el Estado   —111→   de Chihuahua»175, que dice: «En el pueblo de Casas Grandes, situado a la orilla occidental del río del mismo nombre, entre Janos y Galeana, están las ruinas de grandes edificios que los indígenas designan como la tercera morada de los aztecas, en la suposición de que esta nación al emigrar hasta Tula y el Valle de Tenostitlan hizo tres paradas, la primera cerca del lago de Teguyo (al S de la ciudad fabulosa de Quivira, el Dorado Mexicano), la segunda en el río Gila, y la tercera en las inmediaciones de Janos. Entre estas ruinas se encuentran dos especies de habitaciones muy distintas: la primera consiste en un grupo de piezas construidas de tapia y exactamente orientadas según los cuatro puntos cardinales: las masas de tierra son de un tamaño desigual, pero colocarlas con simetría y descubren mucha habilidad en el arte de construirlos por haber durado un tiempo que excede de trescientos años. Se reconoce que este edificio ha tenido tres altos y una azotea, con escaleras exteriores y probablemente de madera. Este mismo género de construcciones se encuentra todavía en todos los pueblos de los indios independientes del Moquí al NO del Estado. Las más de las piezas son muy estrechas, con las puertas tan pequeñas y angostas, que parecen calabozos. Todavía existe en muchas partes el enjarre de las paredes, cuya finura e igualdad demuestra la inteligencia de los arquitectos. Este edificio está circundado a varias distancias de montones de piedras sin ninguna regularidad, y varían en tamaño de cinco a diez varas cuadradas. Hay también vestigios de un canal que servía sin duda para conducir el agua de un ojo a las inmediaciones de las casas.

A la distancia como de dos leguas al SO está un divisadero o atalaya en un picacho que domina un terreno extenso por todos rumbos, con el objeto quizá de descubrir la aproximación del enemigo. En el declive meridional del mismo picacho hay innumerables líneas de piedras colocadas a propósito, pero a distancias irregulares, en cuyos extremos se ven montones de piedra suelta.

Las ruinas de segunda clase son muy numerosas por las orillas de los ríos de Casas grandes y Janos, en la extensión de más de veinte leguas de largo y diez de ancho. Estas uniformemente a corta distancia tienen la apariencia de collados, y en todas las que se han excavado se han encontrado cántaros, pucheros, ollas, etc., de tierra pintados de blanco, azul y nácar: metales y hachas de piedra, pero ningún instrumento de hierro. Hay otros varios parajes en el Estado en donde se ven vestigios de otras obras, y uno de ellos es un cerro cónico situado a las inmediaciones del cañón de Bachimba, en el camino para tierra fuera. En él se percibe,   —112→   aunque interrumpido ya, un parapeto de piedra que en forma de espiral sube hasta la cúspide del cerro.»

De lo que acaba de leerse se presentan al ánimo de luego a luego las mismas reflexiones asentadas arriba; no parecen ser las obras de un pueblo que estaba de paso; en un tiempo corto no se pudo llenar con los túmulos o tumbas de los principales un espacio tan grande como en la relación se señala; la atalaya no había de estar colocada, para cumplir con su objeto, a gran distancia de la ciudad, y entonces esta debía tener mayores proporciones que la actual México. Por otra parte, las dos Casas grandes parecen pertenecer a la misma mano, presidió en ellas el mismo gusto, el mismo plan, los mismos materiales, de manera que podemos atribuirlos a la misma época y a la misma nación.

Conforme a las observaciones de J. M. Bustamante, la casa de arriba, en la hacienda de la Quemada, Estado de Zacatecas, está situada a los 22º 18' 46'' de latitud y 3º 5' 45'' de longitud O de México. Las ruinas se encuentran una legua al N de la hacienda sobre una altura, y son conocidas con el nombre de los Edificios. Este grupo es el que ha llamado la atención; de él se han hecho varias descripciones por naturales y extranjeros, y se han formado planos minuciosos, de los cuales tenemos dos a la vista176. A lo que comúnmente se cree, no existen en aquellos lugares otros vestigios antiguos; mas esto no es exacto. Contamos en nuestra colección un plano manuscrito levantado en 1833 por C. de Berghes, con el título «Plan de la situación de los Edificios, cimientos y caminos de las poblaciones antiguas en el llano de la hacienda de la Quemada», y en él consta que desde las ruinas principales hasta Villanueva, a uno y a otro lado del río y en una extensión de unas nueve leguas cuadradas, el terreno está cruzado en todas direcciones de caminos más o bien conservados que conducen a diversos grupos de vestigios, que según el autor pertenecen a dos épocas diferentes. Esto no deja ya duda alguna acerca de nuestros anteriores asertos, que no nos cansaremos de repetir; no son semejantes obras hechas por un pueblo que estaba de paso, se arraigó en el suelo, duró allí mucho tiempo, para que pudiera ensancharse, labrara ciudades, las fortificara contra sus enemigos, y abriera vías expeditas de comunicación. Si en la época de estas construcciones o después, parte de la nación se puso en marcha para venir a asentase en el valle de México, parece seguro que no quedaron despobladas las mansiones anteriores, sino que quedó allí establecida una colonia numerosa, colonias que progresaron según los trabajos emprendidos y llevados a cabo, y que perecieron   —113→   después, como lo atestigua la carta etnográfica, por las irrupciones de la familia ópata-tarahumar.

Las ruinas de la Quemada presentan desemejanzas con las de Casas grandes. La arquitectura es más complicada, más pulida. Aquí se encuentran las primeras columnas, sin basas ni capiteles, sirviendo para recibir las techumbres de las salas espaciosas. Por primera vez vemos entre las construcciones la pirámide, que en cierta región sirve de base a los templos, y en otra a los templos y a los palacios, formando uno de los rasgos salientes en la forma arquitectónica de México. De las primeras a estas segundas obras hay, pues, transcurrido un tiempo más o menos largo, marcado por los adelantos que en las artes habían hecho los artífices.

Esa antigua inmigración dejó también sus huellas en el Estado de Durango. Cerca del Zape, «en la cima de una roca nace una fuente, y al derredor hallaron los padres (misioneros Jesuitas) muchos ídolos y fragmentos de columnas al modo de las que usaban los mexicanos. En el valle observaron también algunas ruinas de edificios, que les hicieron creer que habían allí hecho asiento los mexicanos, en aquella famosa jornada desde las regiones septentrionales, que están constantes en sus historias.»177 En otra parte se hace notar que los nombres Ocotlan, Atotonilco y otros son mexicanos, y se añade: «Cavando delante de la iglesia que ahora se fabrica, se hallaban a cada paso ollas bien tapadas, con cenizas y huesos humanos, piedras de varios colores con que se embijan, metales y otras cosas, y lo que les causaba más admiración eran las estatuas y figuras que descubrían de varios animales. A mí me lo causó con ver una que parecía vivamente un religioso con su hábito, cerquillo y corona muy al propio. Y lo que he podido entender de indios muy viejos, es que pasaron por aquí los antiguos mexicanos que salieron del Norte a poblar ese reino de México, y no debieron de ser pocos, pues una media legua está llena de estos como sepulcros, y ruinas de edificios y templos.»178 Por la posición geográfica, la mansión del Zape debe colocarse antes de la Quemada: es lástima que no podamos juzgar de la arquitectura sino en términos muy generales, y por solo los puntos que todas las ruinas tienen de común; nos llaman la atención los restos de columnas, aunque no podemos juzgar de la manera en que estaban empleadas en aquellos edificios.

En el Nayarit existen los restos de una fortaleza. El padre Sahagún asegura que los toltecas dejaron en Tullantzinco (Tulancingo, Estado de México) «muchas antiguallas, y un Cú, que llamaban en mexicano huapalcalli, el cual está hasta ahora, y por ser tajado en piedra y peña ha durado tanto   —114→   tiempo.» El mismo autor asegura que en Tullan (Tala, Estado de México) quedaron también obras de los toltecas, «entre las cuales dejaron una que está allí, y hoy en día se ve, aunque no la acabaron que llaman quetzalli, que son unos pilares de la hechura de culebra, que tiene la cabeza en el suelo por pie, y la cola y los cascabeles de ella tienen arriba. Dejaron también una sierra, o un cerro, que los dichos toltecas comenzaron a hacer; y no la acabaron, y los edificios viejos de sus casas, y el encalado parece hoy día: hállanse también hoy cosas suyas primorosamente hechas, conviene a saber, pedazos de olla, o de barro, vasos, escudillas y ollas: sácanse también de debajo de la tierra joyas y piedras preciosas, como esmeraldas y turquesas finas.»179 Si no nos engañamos, todo ello ha desaparecido.

Los vestigios de poblaciones, de templos, de fortalezas que siguen hacia el Sur, tienen generalmente los caracteres de la arquitectura mexicana, modificados más o menos por el gusto de las diversas tribus que construyeron las obras; predomina la forma piramidal, sirviendo de pedestal a los templos, contándose en los pequeños un solo cuerpo, y en los demás a proporción mayor número. En este espacio, sin embargo, deben notarse algunas excepciones. Las pirámides de Teotihuacan se atribuyen a los toltecas, y aun a los totonacos; nosotros no tenemos razones para admitir o desechar estas opiniones, pero por estar dedicadas al culto del sol y de la luna, nos parecen el trabajo de un pueblo anterior a todos los que trajeron al valle la teogonía azteca; y si bien los toltecas presentan entre sus recuerdos el mismo culto, ya era como en un tiempo de transición para seguir al politeísmo. Los constructores debieron ser anteriores a los toltecas, aunque tal vez de su propia familia. La pirámide de Cholula es obra del mismo género que las anteriores, la época en que fue construida debe ser poco más o menos la misma, y es bien sabido que su fábrica se atribuye, entre otros, a los olmecas.

Pero estas construcciones son de tierra, y si bien revelan cultura y adelanto en las naciones que las levantaron, difieren en cuanto al carácter artístico de otras obras, que si llevan la forma piramidal, por ser formadas de piedras primorosamente labradas y unidas, revelan una época en que las artes habían dado grandes pasos en el camino de la perfección. Tal es la pirámide de Papantla, consagrada, según parece, a perpetuar la división del año, y quién sabe cuál otra cuenta cronológica180.

El castillo de Xochicalco presenta revestimientos de piedra en el cerco sobre que está asentado, a semejanza de la Quemada; la pirámide central   —115→   era de piedras labradas como la de Papantla; las peñas de que están construidos los muros recuerdan las obras ciclópeas; los relieves tallados en las paredes son ya la muestra de un adelanto superior a todo lo notado en los monumentos anteriores. Pero las figuras esculpidas, los signos jeroglíficos que en nuestra ignorancia se nos antoja que se acercan a un género verdadero de escritura, son totalmente diversos de todo lo que los mexicanos ejecutaron en la misma línea. El tocado de los hombres y de las mujeres, su fisonomía, el estar sentados aquellos con las piernas cruzadas a la manera oriental, costumbre que no aparece en las pinturas de la familia tolteca, todo nos inclina a creer que se trata de una nación diversa y más antigua. Es aún más curioso bajo el aspecto artístico el subterráneo cavado debajo del monumento; las salas están abiertas en la roca, revestidos de paredes los lugares flacos, hay tal vez señales de bóvedas, y al formar el vaciado se dejaron del mismo material dos columnas para sostener el techo. El pueblo que ignoraba el uso del hierro y el de la pólvora, debía de estar muy adelantado en la mecánica, para trasportar de lejos y colocar sobre los muros los pedruscos de que se componen, y excavar en la roca viva. No se diga que todo lo suplía la multitud, porque debe reflexionarse que una masa de ciertas dimensiones, no puede ser removida por el número de individuos que se colocarán en sus contornos.

Los palacios de Mictlan se atribuyen a los tzapotecos. Por primera vez el palacio descansa sobre un terrado aunque pequeño; las paredes están revestidas de piedras chicas, ajustadas con primor; los muros presentan ricos y complicados dibujos de los llamados grecas, meandros y laberintos; columnas monolíticas, sin basa ni capitel, pero cónicas a la manera griega, sirven de sostén a los techos. De estas columnas asegura Humboldt, que eran las únicas descubiertas en América; verdad sería esta en el tiempo en que escribió, más no ahora que ya podemos ofrecer muchos ejemplos. Por los adornos, el monumento presenta cierto aire de familia con algunos de los edificios de Yucatán; en el plano está seguido el mismo sistema que en los del Palenque, esto es, la colocación idéntica de los pilares, las piezas con una sola entrada sin comunicación las unas con las otras. Los palacios de Mictlan son a no dudarlo modernos en comparación de aquellas ruinas, y un reflejo de la civilización extinguida que existió al Sur del Estado de Oaxaca.

Tócanos ahora mencionar las construcciones que de Chiapas y Yucatán se extienden a Copan y Quirigua en Guatemala. Para juzgarlas nos hemos valido del texto y dibujos de Stephens181, ayudándonos con otras obras que   —116→   tratan de la misma materia. De la comparación que de ellos hemos hecho con los monumentos del antiguo Anáhuac, resulta, para nosotros, que no tienen entre sí el menor punto de contacto. Templos y palacios están construidos sobre terrados piramidales truncados, ofreciendo varios trozos que se disminuyen progresivamente, hasta presentar en la cara superior el espacio destinado para el edificio. Las obras han sido ejecutadas bajo planos que parecen idénticos, aunque modificados aquí o allá por la necesidad o el gusto de los pueblos a que corresponden. El aspecto general a veces asemeja al estilo griego, a veces al egipcio. Presenta los rudimentos de la columna con capitel, tal vez con basa, así como el arco y las bóvedas, si no en la forma romana más perfecta, sí como en su principio los usaron romanos, griegos y egipcios. El conjunto es grandioso, imponente; profuso en adornos de perfiles correctos, bellos, armoniosos, revelando una civilización muy adelantada, en que las bellas artes eran cultivadas con esmero y aplicadas copiosamente en el ornato de las ciudades. En las pinturas y en los bajorrelieves, ya en piedra, ya en estuco, las figuras de hombres y de mujeres tienen diversa fisonomía que la mexicana, distinto traje, acusan otras costumbres; distínguelos sobre todo el tocado de la cabeza, la cubierta del pecho, remedando a ocasiones una cota, la forma de la sandalia o cactli, el estar sentados con las piernas cruzadas a la manera oriental y no en cuclillas como los aztecas: difiere el ángulo facial, y el conjunto de las facciones. Todo esto no puede achacarse a solo el capricho o a la imaginación de los artistas; los pintores y los escultores copian los objetos que diariamente tienen a la vista, que les son familiares, reproduciendo así las facciones y los trajes de sus contemporáneos. Cuando alguna vez en la pintura y en la escultura se junta con lo real lo mítico, lo simbólico, lo caprichoso, sin mucho esfuerzo puede separarlo la inteligencia y juzgar libremente acerca de los objetos que desea. En las pinturas jeroglíficas, ninguno tomará la cabeza de ehecatl como la de un ser que en realidad existió.

Diversa como es esta civilización de la mexicana, los monumentos que la representan, si bien tienen muchos puntos comunes, difieren en verdad por caracteres que dan motivo a sospechar que, o pertenecieron a pueblos distintos o a épocas diferentes de la misma civilización. La señal distintiva de las ruinas de Copan son las piedras monolíticas esculpidas, a que llaman ídolos, que de común llevan delante otra piedra, esculpida también y en forma de altar. Las figuras son las que se alejan más del tipo mexicano, por el traje y por la manera de sentarse; las estatuas presentan una forma peculiar de poner las manos, las dos hacia arriba sobre el pecho, separadas y con las palmas puestas para afuera. Por lo demás, hay armonía en el conjunto de la obra, riqueza en los adornos, adelanto en el dibujo, y solo se echaría de menos, si   —117→   no tuviéramos la mayor parte como mítico, alguna sobriedad en lo recargado de las labores. Las ruinas de Quirigua pertenecen a este grupo por llevar como distintivo los ídolos, pero debe advertirse que son sin disputa muy más antiguos que los de Copan, revelando en su construcción la infancia del arte, que en esta ciudad llegó a un alto grado de perfección.

En Yucatán, los terrados sobre que asientan los palacios tienen la mayor altura; los frentes de los edificios están cubiertos de labores primorosas y complicadas; se nota en los relieves, que escasean, menos gusto artístico, y aun tal vez dos épocas distintas, la última de las cuales se acerca bastante a la forma mexicana. Predomina como punto saliente el uso de la columna, ya aislada, ya apareadas, con capitel recordando el jónico, con labores iguales en los extremos y en el medio, tomando una forma peculiar. No fue desconocido el arco triunfal: no abundan las inscripciones jeroglíficas.

En el Palenque, es correcto el dibujo, los perfiles en la imitación de la naturaleza son puros y verdaderos; pero la fisonomía, el traje y las formas revelan en las figuras un pueblo diferente de los otros; los frentes de los edificios presentan macizos en lugar de columnas, el conjunto es severo, como si fuera una reminiscencia del arte griego, abundan los bajorrelieves en piedra y en estuco, alguno de los cuales se tendría como copiado de algún templo asiático; las leyendas explican por todas partes el objeto de las obras.

Además de diversa, esta civilización es más antigua que la de la familia tolteca. Esta opinión es de todos los autores que han examinado los monumentos, exceptuando a Stephens, quien pretende probar, que si no son contemporáneos de la conquista, la precedieron en poco tiempo. Aduce para ello citas de Cortés, de Bernal Díaz y de Herrera para encontrar semejanzas entre los edificios que describen y las ruinas antiguas. Se apoya en la pretendida igualdad de la escritura aquella con la mexicana, y le parece concluyente que una figura encontrada en el Palenque tenga la lengua fuera de la boca como la figura del sol en la piedra que en México se conoce por del calendario. Pobres razones son estas, de las cuales unas son falsas de toda falsedad como la escritura, otras son casuales y aisladas como la de la lengua, y las otras gratuitas y poco concluyentes, pues no dicen lo que debieran decir; y son más pobres todavía, atendiendo a que ninguno de los autores contemporáneos de la conquista hace mención alguna de tales construcciones, porque ya en su tiempo eran ruinas casi olvidadas por los indios, como lo confirma la autoridad de Cogolludo por lo que toca a los palacios de Yucatán y de Chiapas.

Nosotros no discutimos, apuntamos compendiosamente, por lo cual inferiremos ya dos cosas:

1.ª La civilización en México, representada por los monumentos, se divide   —118→   en tres zonas bien distintas. La primera, prolongándose no sabemos hasta dónde hacia el Norte, comprende el espacio entre el río Gila y la frontera que fue del imperio mexicano, sin incluir las tierras ocupadas por las familias de la misma lengua: puntos avanzados suyos serán la pirámide de Papantla y Xochicalco, si acaso este monumento no pertenece a época más remota. Es el período medio. La segunda se extiende desde los límites australes de la anterior hasta los Estados de Oaxaca y Veracruz, correspondiendo al periodo moderno y propiamente mexicano. La tercera zona abarca desde Chiapas hasta Guatemala, teniendo rezagados al Norte los palacios de Mictlan y algunas de las pirámides del istmo, supuesto que las demás ruinas son conocidamente tzapotecas o mixtecas se les coloca en el periodo más perfecto y más remoto.

2.ª Los autores opinan con variedad acerca de cuál fue el primer pueblo habitador de México, no faltando alguno de buena nota que asigne este lugar a los toltecas. De los ligeros apuntes que llevamos formados resulta ser falsa semejante opinión, ya porque los recuerdos históricos hacen reminiscencias de otros pueblos, ya porque las ruinas atestiguan una civilización anterior a la tolteca. Solo se le puede tener como la primera, en cuanto a que es el pueblo primero que nos dejó relaciones históricas más o menos perfectas, que por este medio perpetuó su memoria, legándonos su nombre, ya que los pueblos anteriores dejaron perecer el suyo en el olvido. Es esto tan cierto, que nuestra historia antigua únicamente se ocupa en los hechos de las tribus de la familia mexicana, refiriendo los de algunas extrañas muy de paso, de otras apenas mencionándolas cuando los sucesos de los aztecas así lo requieren, y del resto no se mienta ni aun siquiera su nombre.



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