Escena I
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DON ZOILO,
RUDECINDA y
DOÑA DOLORES.
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(Aparece en escena
DON ZOILO encerando un lazo y silbando despacito. Al
concluir, lo cuelga del alero. Luego de un pequeño momento, hace mutis
por el foro, a tiempo que salen del rancho
RUDECINDA y
DOÑA DOLORES.)
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RUDECINDA.-
¡Ahí se va solo! ¡Andá a hablarle! Le
decís las cosas claramente y con firmeza. Verás cómo dice
que sí; está muy quebrao ya... ¡Peor sería que nos
fuésemos, dejándolo solo en el estao en que se halla!
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DOÑA DOLORES.-
Es que no me animo; me da no sé qué. ¿Por
qué no le hablás vos?
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RUDECINDA.-
Bien sabés que conmigo, ni palabra.
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DOÑA DOLORES.-
¿Y Prudencia?
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RUDECINDA.-
¡Peor todavía! Animate, mujer. Después de
todo no te va a castigar. Y como mujer dél que sos, tenés derecho
a darle un consejo sobre cosas que son pal bien de todos.
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DOÑA DOLORES.-
No. De veras. No puedo. Siento vergüenza, miedo, qué
sé yo.
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RUDECINDA.-
¡Jesús!... ¿Te dentra el arrepentimiento y
la vergüenza después que todo está hecho? Además, no
se trata de un delito.
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DOÑA DOLORES.-
No me convencés... Prefiero que nos vayamos callaas no
más... Como pensamos irnos la otra vez.
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RUDECINDA.-
Se ofenderá más y no quedrá saber
después de nada...
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DOÑA DOLORES.-
¿Y don Juan Luis no le iba a escribir?...
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RUDECINDA.-
Le escribió, pero el viejo rompió la carta sin
leerla. Resolvete, pues.
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DOÑA DOLORES.-
No... no... y no.
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RUDECINDA.-
¡Bueno! Se hará como vos decís. Pero
después no me echés la culpa si el viejo se empaca.
¡Mirá! Ahí llega Martiniana con el breque. Si te hubieses
decidido, ya estaríamos prontas. ¡Pase, pase, comadre!
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Escena II
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RUDECINDA,
DOÑA DOLORES y
MARTINIANA.
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MARTINIANA.-
(Saliendo.) ¡Buen
día les dé Dios!
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RUDECINDA.-
¿Qué es ese lujo, comadre? ¡En coche!
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MARTINIANA.-
Ya me ve. ¡Qué corte! Pasaba el breque vacío
cerca de casa, domando esa yunta, y le pedí al pión que me
trujiese.
(Bajo.) Allá lo vide al
viejo a pie, por entre los yuyos. ¿Le hablaron?
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RUDECINDA.-
¡Qué! ¡Esa pavota no se anima! Nos vamos
calladas.
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MARTINIANA.-
Como ustedes quieran. Pero yo, en el caso de ustedes, le hubiese
dicho claro las cosas. El viejo, que ya está bastante desconfiao, puede
creer que se trata de cosas malas. Cuando íbamos a juir la otra vez, era
distinto. Entonces vivía entuavía la finadita Robustiana, Dios la
perdone, y era más fácil de convencer.
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RUDECINDA.-
Ya lo estás oyendo, Dolores.
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DOÑA DOLORES.-
Tendrán ustedes razón... Pero yo no me atrevo a
decirle nada...
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RUDECINDA.-
Entonces nos quedamos... a seguir viviendo una vida arrastrada,
como los sapos, en la humedad de este rancho, ¡sin tener qué comer
casi, ni qué ponernos, ni relaciones, ni nada!
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DOÑA DOLORES.-
No sé por qué... pero me parece que me anuncia el
corazón que eso sería lo mejor. Al fin y al cabo no lo pasamos
tan mal... Y tenga los defectos que tenga, mi marido no es un mal hombre.
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RUDECINDA.-
Pero bien sabés que es un maniático. Por
necesidad, sería la primera en acetar la miseria... Pero lo hace de
gusto, de caprichoso... Don Juan Luis le ofrece trabajo; nos deja seguir
viviendo en la estancia como si fuera nuestra. ¿Por qué no
quiere? Si no le gustaba que Juan Luis tuviese amores con Prudencia y que
Butiérrez me visitase, y que nos divirtiésemos de cuando en
cuando... con decirlo, santas pascuas...
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MARTINIANA.-
Claro está... Yo, comadre...
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RUDECINDA.-
Todo fue por hacerle gusto a ese ladiao de Aniceto, que andaba
celoso de Prudencia, y por los chismes de la gurisa... Por eso no más.
Ahora que se acabó el asunto, no veo por qué ha de seguir
porfiando.
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DOÑA DOLORES.-
Bien; no hablemos más, ¡por favor!... ¡Hagan
de mí lo que quieran! Pero no me animo, no me animo a hablarle.
(Se va.)
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Escena III
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RUDECINDA y
MARTINIANA.
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MARTINIANA.-
Últimamente, ni le hablen... Yo decía por decir...
Mire, comadre... Vámonos no más. La cosa sería hacerlo
retirar hoy de las casas. Vamos a pensar. Si me hubieran avisao temprano, yo le
hablo a Butiérrez pa que lo cite como la vez pasada. ¡Estuvo
güeno aquello! ¡Lástima que la enfermedá de la gurisa
no nos dejó juir! ¡Qué cosa! Si no fuese que se
murió la pobrecita, pensaría que lo hizo de gusto. Dios me
perdone.
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RUDECINDA.-
Bueno; ¿y cómo haríamos, comadre?
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MARTINIANA.-
No se aflija. Ta tratando con una mujer de recursos...
¡Peresé! ¡Peresé!... ¡Vea, ya sé!...
Pucha, si lo que invento yo, ni al diablo se le ocurre. Vaya no más
tranquila, comadre, a arreglar sus cositas...
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RUDECINDA.-
¿Contamos con usted, entonces?
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MARTINIANA.-
¡Phss! Ni qué hablar.
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(RUDECINDA mutis.)
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Escena IV
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MARTINIANA y
PRUDENCIA.
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MARTINIANA.-
Güeno. Pitaremos, como dijo un gringo...
(Lía un cigarrillo y lo
enciende.)
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PRUDENCIA.-
(Saliendo.) ¿Qué
tal, Martiniana?
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MARTINIANA.-
Aquí andamos, hija... Ya te habrás despedido de
toda esta miseria. Mire que se precisa ancheta pa tenerlas tanto tiempo
soterradas en semejante madriguera. Fijate, che... ¡La mansión con
que te pensaba osequiar ese abombao de Aniceto!... ¿Pensaría que
una muchacha decente y educada y acostumbrada a la comodidad, iba a ser feliz
entre esos cuatro terrones? ¡Qué abombao! Mejor han hecho su casa
aquellos horneritos, en el mojinete... ¡Qué embromar!
¡Che... che!... ¡La cama de la finadita!...¿Sabés que
me dan ganas de pedirla pa mi Nicasia? La mesma que lo hago... Dicen que ese
mal se pega... pero con echarle agua hirviendo y dejarla al sol... Ta en muy
güen uso y es de las juertes. ¡Ya te armaste, Martiniana!...
¡Pobre gurisa!... ¡Quién iba a creer! Y ya hace...
¿cuánto, che? ¡Como veinte días! ¡Dios la
tenga en güen sitio a la infeliz! ¡Cómo pasa el tiempo! Che,
¿y era cierto que se casaba pronto con Aniceto?
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PRUDENCIA.-
Ya lo creo. Aniceto no la quería; ¡qué iba a
querer! ¡Pero por adular a tata!...
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MARTINIANA.-
Enfermedad bruta, ¿eh? ¿Qué duró?
Ocho días o nueve y se fue en sangre por la boca.
(Suspirando.) ¡Ay,
pobrecita! ¿Y el viejo sigue callao no más?
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PRUDENCIA.-
Ni una palabra. Desde que Robustiana se puso mal, hasta ahora no
le hemos oído decir esta boca es mía... Conversa con Aniceto, y
eso lejos de la casa... y después se pasa el día dando vueltas y
silbando despacito.
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MARTINIANA.-
Ha quedao maniático con el golpe. La quería con
locura.
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Escena V
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MARTINIANA,
PRUDENCIA,
ANICETO y
DON ZOILO.
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(ANICETO cruza la escena con
algunas herramientas en la mano y va a depositarlas bajo el alero.)
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DON ZOILO.-
(Que entra un instante después,
silbando en la forma indicada, a
ANICETO.) ¿Acabó?
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ANICETO.-
Sí, señor...
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DON ZOILO.-
¿Quedó juerte la cruz?
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ANICETO.-
Sí, señor... Y alrededor de la verja le
planté unas enredaderitas. Va a quedar muy lindo.
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DON ZOILO.-
Gracias, hijo.
(Recomenzando el motivo, tantea el lazo
que dejó antes y regresa hacia el barril de agua bebiendo algunos
sorbos.)
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MARTINIANA.-
Güen día, don Zoilo... Yo venía en el breque
a pedirle que las dejara a Dolores y a las muchachas ir a pasar la tarde a
casa.
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DON ZOILO.-
¿Qué?
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MARTINIANA.-
Ir a casa. Las pobres están tan tristes y solas, que me
dio pena...
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DON ZOILO.-
¿Cómo no?
(Para sí.) Es mucho mejor.
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(Mutis.)
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MARTINIANA.-
Muchas gracias, don Zoilo. Ya sabía...
(Volviéndose.) Che, Pruda,
corré y avisales que está arreglao; que vengan no más
cuando quieran.
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(PRUDENCIA vase.)
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Escena VII
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ANICETO y
RUDECINDA.
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ANICETO.-
(Volviéndose.) ¡Son
lo último de lo pior! ¡Ovejas locas!
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RUDECINDA.-
(Saliendo.) ¿Y mi
comadre?
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ANICETO.-
Se jue.
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RUDECINDA.-
¿Cómo? ¡No puede ser!
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ANICETO.-
Yo la espanté.
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RUDECINDA.-
(Queriendo llamarla.) Marti...
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ANICETO.-
(Violento, a la vez.)
¡Cállese! ¡Llame a doña Dolores!
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RUDECINDA.-
(Sorprendida.) ¿Pero
qué hay?
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ANICETO.-
Llamelá y sabrá.
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(RUDECINDA, asomándose a la
puerta del rancho, hace señas.)
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Escena VIII
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ANICETO,
RUDECINDA y
DOÑA DOLORES.
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DOÑA DOLORES.-
(Apareciendo.) ¿Qué
pasa?
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RUDECINDA.-
No sé... Aniceto...
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DOÑA DOLORES.-
¿Qué querés, hijo?
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ANICETO.-
Digan... ¿No tienen alma ustedes? ¿Qué
herejía andan por hacer?
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DOÑA DOLORES.-
(Confundida.) ¿Nosotras?
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ANICETO.-
Las mismas... ¿No les da ni un poco de lástima ese
pobre hombre viejo? ¿Quieren acabar de matarlo?
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RUDECINDA.-
Che... ¿con qué derecho te metés en
nuestras cosas? ¿Te dejó enseñada la lección
Robustiana?
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ANICETO.-
Con el derecho que tiene todo hombre bueno de evitar una mala
acción... Ustedes se quieren dir pa la estancia vieja... escaparse y
abandonarlo cuando más carece de consuelos y de cuidados el infeliz.
¡Qué les precisa darle ese disgusto que lo mataría! Vea,
doña Dolores. Usted es una mujer de respeto y no del todo mala. Por
favor. Impóngase de una vez... Mande en su casa, resignesé a todo
y trate de que padrino Zoilo vuelva a encontrar en la familia el amor y el
respeto que le han quitao...
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DOÑA DOLORES.-
Yo... yo... yo no sé nada, hijo.
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RUDECINDA.-
Dolores hará lo que mejor le cuadre, ¿has
oído? Y no precisa consejos de entrometidos.
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ANICETO.-
Callesé. ¡Usted es la pior! La que les tiene
regüeltos los sesos a esas dos desgraciadas. Ya tiene edá bastante
pa aprender un poco e juicio...
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RUDECINDA.-
¡Jesús María! ¡Y después
quedrán que una no se queje! ¡Si hasta este mulato guacho se
permite manosiarla! ¿Qué te has creído, trompeta?
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ANICETO.-
Haga el favor. ¡No grite! ¡Podría
oír!
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RUDECINDA.-
Bueno. ¡Que oiga! Si lo tiene que saber después,
que lo sepa ahora... Sí, señor... Nos vamos pa la estancia, a lo
nuestro... Queremos vivir con la comodidad que Zoilo nos quitó por un
puro capricho... ¡A eso!... Y si a él no le gusta, que se muerda.
¡No vamos a estar aquí tres mujeres
(DON ZOILO aparece por
detrás del rancho.)
dispuestas a sacrificarnos toda la vida por
el antojo de un viejo maniático!
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ANICETO.-
(A
DOÑA DOLORES.) ¿Usté
qué dice, señora?
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DOÑA DOLORES.-
¡Ay! ¡No sé! ¡Estoy tan afligida!
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ANICETO.-
Bueno. Si usté no dice nada, yo... yo no voy a permitir
que cometan esa picardía.
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RUDECINDA.-
¿Vas a orejearle... como es tu costumbre? ¡Si no
les tenemos miedo... a ninguno de los dos! Andá, contale, decile
que...
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ANICETO.-
¡Ah! Conque ni esa vergüenza les queda...
¡Arrastradas!... Conque se empeñan en matarlo de pena. Pues
güeno, lo mataremos entre todos; pero les via sobar el lomo de una paliza
primero, y todavía será poco. ¡Desorejadas! ¡Pa lo
que merecen! ¡Desvergonzadas! ¿Qué se han pensao?...
¿Se creen que soy ciego?... ¿Se creen que no sé que la
mataron a disgustos a la pobre chiquilina? ¿Se pensaron que no sé
que entre la vieja Martiniana y usté
(A
RUDECINDA.) que es otra... bandida, como
ella, han hecho que a esa infeliz de Prudencia la perdiera don Juan Luis.
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RUDECINDA.-
¡Miente!
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DOÑA DOLORES.-
Virgen de los Desamparados, ¿qué estoy oyendo?
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ANICETO.-
La verdá. Usté es una pobre diablo y no ha visto
nada. Por eso el empeño de irse. Pa hacer las cosas más a
gusto... ¡Ésta con su Butiérrez y la otra con su
estanciero!... y como si juese todavía poca infamia, pa tener un hombre
honrao y güeno de pantalla de tanta inmundicia.
(Pausa.
DOÑA DOLORES llora.)
Y ahora, si
quieren ustedes, pueden dirse, pueden dirse... pueden dirse... pero se van a
tener que dir pasando bajo el mango de este rebenque.
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RUDECINDA.-
(Reaccionando
enérgica.) ¡Eh! ¿Quién sos vos?
¡Guacho!
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ANICETO.-
¿Yo?...
(Levanta el talero.)
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Escena X
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DOÑA DOLORES,
RUDECINDA y
DON ZOILO.
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(DON ZOILO se aproxima silbando al
barril, bebe unos sorbos de agua, que paladea con fruición nerviosa, y
se vuelve silbando.)
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RUDECINDA.-
¿Has visto a ese atrevido insolente? ¡Pura
mentira!
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DON ZOILO.-
(Se sienta.) Sí, eso.
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RUDECINDA.-
(Recobrando confianza.) Debe estar
aburrido de tenernos ya.
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DOÑA DOLORES.-
¡Zoilo! Zoilo! ¡Perdoname!
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DON ZOILO.-
(Como dejando caer lentamente las
palabras.) ¿Yo? Ustedes son las que deben perdonarme. La culpa es
mía. No he sabido tratarlas como se merecían. Con vos fui malo
siempre... No te quise. No pude portarme bien en tantos años de vida
juntos. No te enseñé tampoco a ser güena, honrada y
hacendosa. ¡Y güena madre, sobre todo!
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DOÑA DOLORES.-
¡Zoilo! ¡Por favor!
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DON ZOILO.-
Con vos también, hermana, me porté mal. Nunca te
di un güen consejo, empeñao en hacerte desgraciada. Después
te derroché tu parte de la herencia, como un perdulario cualquiera.
(Pausa.) Mis pobres hijas
también fueron víctimas de mis malos ejemplos. Siempre me opuse a
la felicidad de Prudencia. Y en cuanto
(Con voz apagada por la emoción),
y en cuanto a la otra... a la otra... a aquel angelito del cielo, la
maté yo, la maté yo a disgustos.
(Oculta la cabeza en la falda del poncho
con un hondo sollozo.
RUDECINDA se deja caer en un banco, abrumada.
Pausa prolongada.
DON ZOILO, rehaciéndose, de pie.)
Güeno, vayan aprontando no más las cosas pa dirse. Va a
llegar el breque.
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DOÑA DOLORES.-
(Echándose al
cuello.) ¡No... no, Zoilo! ¡No nos vamos!
¡Perdón! ¡Perdón! ¡Ahora lo comprendo! Hemos
sido unas perversas... unas malas mujeres... Pero perdonanos...
|
DON ZOILO.-
(Apartándola con
firmeza.) ¡ Salga!... ¡Dejemé!...Vaya a hacer lo que
le he dicho...
|
DOÑA DOLORES.-
¡Por María Santísima! Te lo pido de
rodillas... ¡Perdón... perdoncito!... Te prometemos cambiar pa
siempre.
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DON ZOILO.-
¡No!... ¡No!... ¡Levántese!
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DOÑA DOLORES.-
Te juro que via ser una buena esposa... Una buena madre. Una
santa. Que volveremos a la buena vida de antes, que todo el tiempo va a ser
poco pa quererte y pa cuidarte. ¡Decí que nos perdonas,
decí que sí!
(Abrazada a sus piernas.)
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DON ZOILO.-
Salí. ¡Dejame!
(La aparta con violencia.
DOÑA DOLORES queda de rodillas, llorando,
sobre los brazos que apoya en el suelo.)
Y usté, hermana. Vamos,
arriba... ¡Arriba, pues!
(RUDECINDA hace un gesto
negativo.)
¡Oh!... ¿Aura no les gusta? Vamos a ver...
(Se dirige a la puerta del rancho y al
llegar se encuentra con
PRUDENCIA.) ¡Hija!
¡Usté faltaba! Venga... ¡Abrace a su padre!
¡Así!
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Escena XIV
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DOÑA DOLORES,
PRUDENCIA,
RUDECINDA,
MARTINIANA y luego
ANICETO.
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MARTINIANA.-
(Saliendo.) ¡Bien
decía yo que no eran más que cosas de ese ladiao de Aniceto!
¿Qué? ¿Y esto qué es? ¡Una por un lao... otra
por otro... el tendal!... ¡Hum! Me paece que ño rebenque ha dao
junción... ¡Eh! ¡Hablen, mujeres! ¿Jue muy juerte la
tunda? ¡No hagan caso! Los chirlos suelen hacer bien pa la sangre... Y
después, ¡qué dimontes! ¡No se puede dir a pescar sin
tener un contratiempo! ¡Quién hubiera creído que ese viejo
sotreta le iba a dar a la vejez por castigar mujeres!... Pero digan algo,
cristianas. ¿Se han tragao la lengua?
|
RUDECINDA.-
(Levantándose.)
Callesé, comadre.
|
|
(Sale
ANICETO, y durante toda la escena se mantiene a
distancia cruzado de brazos.)
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MARTINIANA.-
¡Vaya, gracias a Dios que golvió una en sí!
A mí me jue a llamar Aniceto... ¿Qué hay? ¿Nos
vamos o nos quedamos?
|
RUDECINDA.-
Sí. Nos vamos... ¡Echadas! ¡Ese guacho de
Aniceto la echó a perder! ¡Dolores! ¡Eh! ¡Dolores!
¡Ya basta, mujer!... Tenemos que pensar en irnos... Ya oíste lo
que dijo Zoilo.
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DOÑA DOLORES.-
No. Yo me quedo. Vayan ustedes no más.
|
RUDECINDA.-
¡Qué has de quedar! ¿Sos sorda entonces?
Vos, Prudencia... ¿estás vestida? Bueno andando.
(A
DOÑA DOLORES.) ¡Vamos,
levantate, que las cosas no están pa desmayos! ¡Vaya cargando esos
bultos, comadre!
|
MARTINIANA.-
Al fin hacen las cosas como Dios manda...
(Recoge los atados.)
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RUDECINDA.-
¡Movete, pues, Dolores!
|
DOÑA DOLORES.-
¡No? Quiero verlo, hablar con él primero; esto no
puede ser.
|
RUDECINDA.-
Como pa historias está el otro.
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MARTINIANA.-
Obedezca, doña... con la conciencia a estas horas no se
hace nada. Dicen, aunque sea mala comparación, que cuando una vieja se
arrepiente, tata Dios se pone triste. Aura que me acuerdo. ¿No me
querría dar o vender esta cama de la finadita? Le vendría bien a
Nicasia, que tiene que dormir en un catre de guasquillas. Si cabiera en el
pescante, la mesma que la cargaba. ¡Linda! Es de las que duran...
|
RUDECINDA.-
¡Sí, mujer! Mañana mismo la mandamos buscar.
Verás cómo se le pasa. ¡Qué va a'ser sin
nosotras!
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MARTINIANA.-
(A
PRUDENCIA.) Comedite, pues, y ayudame a
cargar el equipaje. Es mucho peso pa una mujer vieja. Andá con eso no
más. En marcha, como dijo el finao Artigas...
(Antes de hacer mutis.)
¡Hasta verte, rancho pobre!
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(ANICETO las sigue un trecho y se
detiene pensativo observándolas.)
|
Escena XV
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ANICETO y
DON ZOILO.
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|
(DON ZOILO aparece por
detrás del rancho, observa la escena y avanza despacio hasta arrimarse a
ANICETO.)
|
DON ZOILO.-
¡Hijo!
|
ANICETO.-
(Sorprendido.) ¡Eh!
|
DON ZOILO.-
Vaya, acompáñelas un poco... y después
repunte las ovejitas pa carniar... ¿eh? ¡Vaya!
|
ANICETO.-
(Observándolo
fijamente.) ¿Pa carniar?... Bueno... Este... ¿Me empriesta
el cuchillo? El mío he perdido...
|
DON ZOILO.-
¿Y cómo? ¿No lo tenés
ahí?
|
ANICETO.-
Es que... vea... le diré la verdad. Tengo miedo de que
haga una locura...
|
DON ZOILO.-
¡Y de ahí!... Si la hiciera... ¿no
tendría razón acaso?... ¿Quién me lo iba a
impedir?
|
ANICETO.-
¡Todos! ¡Yo!... ¿Cree acaso que esa
chamuchina de gente merece que un hombre güeno se mate por ella?
|
DON ZOILO.-
Yo no me mato por ellos, me mato por mí mesmo.
|
ANICETO.-
¡No, padrino! ¡Calmesé! ¿Qué
consigue con desesperarse?
|
DON ZOILO.-
(Alzándose.) Eso es lo
mesmo que decirle a un deudo en el velorio: «No llore, amigo; la cosa no
tiene remedio.» ¡No hay que llorar, canejo!... ¡Si quiere
tanto a ese hijo, o ese pariente! Todos somos güenos pa consolar y pa dar
consejos. Ninguno pa hacer lo que Dios manda. Y no hablo por vos, hijo. Agarran
a un hombre sano, güeno, honrao, trabajador, servicial, lo despojan de
todo lo que tiene, de sus bienes amontonaos a juerza de sudor, del
cariño de su familia, que es su mejor consuelo, de su honra...
¡canejo!... que es su reliquia; lo agarran, le retiran la
consideración, le pierden el respeto, lo manosean, lo pisotean, lo
soban, le quitan hasta el apellido... y cuando ese desgraciao, cuando ese viejo
Zoilo, cansao, deshecho, inútil pa todo, sin una esperanza, loco de
vergüenza y de sufrimientos resuelve acabar de una vez con tanta
inmundicia de vida, todos corren a atajarlo. « ¡No se mate, que la
vida es güena!» ¿Güena pa qué?
|
ANICETO.-
Yo, padrino...
|
DON ZOILO.-
No lo digo por vos, hijo... Y bien, ya está... No me
maté... ¡Toy vivo! Y aura, ¿qué me dan? ¿Me
degüelven lo perdido? ¿Mi fortuna, mis hijos, mi honra, mi
tranquilidad?
(Exclamación.) ¡Ah,
no! ¡Demasiado hemos hecho con no dejarte morir! ¡Aura arreglate
como podás, viejo Zoilo!...
|
ANICETO.-
¡Así es no más!
|
DON ZOILO.-
(Palmeándole
afectuoso.) Entonces, hijo... vaya a repuntar la majadita... como le
había encargao. ¡Vaya!... ¡Déjeme tranquilo! No lo
hago. Camine a repuntar la majadita.
|
ANICETO.-
Así me gusta. ¡Viva... viva!
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DON ZOILO.-
¡Amalaya fuese tan fácil vivir como morir!... Por
lo demás, ¡algún día tiene que ser!
|
ANICETO.-
¡Oh!... ¡Qué injusticia!
|
DON ZOILO.-
¿Injusticia? ¡Si lo sabrá el viejo Zoilo!
¡Vaya! No va a pasar nada... le prometo... Tome el cuchillo... vaya a
repuntar la majadita...
|
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(ANICETO mutis.)
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