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ArribaAbajo IV. La poesía árabe clásica: el esplendor (Siglo XI)


ArribaAbajo Córdoba

La poesía árabe de tipo clásico había llegado en al-Andalus a las máximas cotas respecto al modelo oriental a finales del siglo X. Su pulso no iba a decaer durante los dos siglos siguientes, tal vez por la ley de los grandes números. La caída del califato omeya y la guerra civil produjeron la descentralización de la cultura, que se extendió a todos los lugares de al-Andalus. Hasta entonces la poesía árabe era una manifestación cortesana: era en Córdoba o a lo más en otras ciudades de la Bética, como Sevilla, donde se encontraban los cenáculos en que un poeta se hacía, en las clases de poesía que se impartían en la mezquita, en los salones, en las tertulias, desde el momento en que la poesía árabe es especialmente erudición. Los sabios, los filólogos, los literatos, los poetas de Córdoba emigraron de la ciudad destruida por los bereberes y llevaron sus conocimientos exquisitos a los más perdidos lugares de la Península donde hallaron refugio. Como consecuencia hubo más poetas y más posibilidades de que entre ellos hubiese buenos poetas. La poesía seguía siendo un fenómeno cortesano, pero ahora había muchas cortes.

Hubo muchos poetas en árabe durante los siglos XI y XII: excelentes, medianos y malos. Y excelentes historiadores, antólogos y críticos. Casi sabemos todo lo que se escribió y además ha sido muy bien estudiado en nuestros días.73 Dada la extensión de estas páginas tendremos   —78→   que silenciar muchos nombres y mencionar sólo aquellos que, desde nuestro punto de vista, representan las cimas más importantes.

La primera generación de poetas de estos siglos de oro es aún cordobesa y su núcleo mas importante está formado por el grupo que denominamos los «nostálgicos» del califato. Es una generación que forma parte de una clase social muy determinada: la aristocracia de la sangre y de la administración, de la espada y del cálamo, para usar una definición que usarían los propios árabes. Son los hijos de los grandes funcionarios del califato omeya, nacidos o criados en las ciudades de Medinazahara o Madīnat az-Zāhira que recibieron una educación esmeradísima, que escribían el árabe más depurado, que esperaban un futuro cómodo en la corte y que de repente, cuando eran muy jóvenes, vieron derrumbarse su mundo. Algunos se inventaron otros mundos, otros sucumbieron con el pasado, pero todos sintieron nostalgia, política y cultural, por el mundo de su infancia: quisieron restaurar el califato omeya, odiaron a la plebe y a los reyes de taifas, se refugiaron en la escritura y sobrevivieron como pudieron. Casi todos escribieron poesía y algunos fueron extraordinarios poetas.

En este grupo, no incluimos a los poetas de la corte de Almanzor aunque siguiesen componiendo como Ibn Darrāŷ al-QaGrafíaGrafíaallī, Grafíaā‘id de Bagdad o Ubāda ibn Mā’ al-Samā‘74, supervivientes del desastre cordobés, peregrinos por las cortes de taifas, poetas hasta su muerte, sino al grupo formado por Ibn Šuhayd (992-1035), Ibn Grafíaazm (994-1063), Ibn Grafíaayyān (987-1067), Ibn Zaydūn (1003-1070), Ibn Burd «el joven» y otras figuras secundarias.

Como poetas destacan Ibn Šuhayd e Ibn Zaydūn, aunque la poesía intelectualizada de Ibn Grafíaazm no deja de ser interesante y requeriría un estudio que posiblemente no se ha hecho porque los otros aspectos de su figura han eclipsado esta faceta.

Ibn Šuhayd es un extraordinario poeta y según sus propias teorías, por talento natural y no por erudición, aunque su poco bagaje erudito no fuese sino una de las puestas en escena del personaje que él mismo se creó, como haría Lord Byron, con el que tiene ciertos paralelismos y no sólo porque adoptase un talante cínico y libertino. Como poeta   —79→   cultiva los géneros modernistas porque son los que reflejan su forma de vivir, con una evidente actividad bisexual y báquica, tal vez exagerada para épater le bourgois. Un ejemplo podría ser uno de sus poemas en los que mezcla, con extraordinaria habilidad, los géneros modernistas:


La lluvia, insomne en el jardín,
cayó mientras las flores dormían;
al despertarse eran como las bellas
que nadan entre las olas;
dueñas a las que no importaba
mostrar brazos y mejillas;
doncellitas que se quejaban ruborosas
y se escondían entre sus cálices;
había rosas que eran como mejillas ruborizadas
por la mirada del atrevido;
amapolas que se quejaban
de su rostro abofeteado;
ramas de árboles que parecían bailar
una danza lujuriosa e incitante;
todos revivían con la lluvia
y reían mientras el cielo estaba taciturno;
todas las flores tenían collares de perlas
fundidas por mano de artífice;
reían unas, llorando lágrimas de rocío,
otras lloraban, sonriendo;
unas hermosas doncellas corrieron hacia ellas
aquella mañana, también sonriendo;
reían fatuamente y se encontraron
sonrisas con sonrisas;
reían cuando brilló un relámpago
y yo vi los dos tipos de relámpago.



Tras la descripción de la tormenta primaveral con las flores mujeres y las mujeres en flor, una rawGrafíaiyya, humanizada exquisitamente, esboza un fragmento erótico cinegético:


Se erguían y se encorvaban las cinturas
de aquellas gacelitas sedientas;
miraban con embeleso y pronto, el jacinto
se quejó de ser ciego a las palomas;
intenté cazarlas con un grupo de jóvenes
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aguerridos en una guerra pacífica
y entre ellos yo parecía Laqit
cuando iba al frente del pueblo de Darim.



Tras esta alusión a las batallas de los árabes pre-islámicos que desmiente su autopretendida falta de erudición, Ibn Šuhayd inicia una escena báquica, pues las víctimas de la cacería resultan ser las jarras de vino:


Las jarras de vino cayeron y fueron degolladas
como si fueran gacelas heridas
que manasen sangre de sus hocicos;
el aura del céfiro sopló en el aire
y las ramas se besaron,
mientras nosotros parecíamos demonios
y las copas las piedras que nos lanzaban.
Nuestra borrachera era tan grande
que nos empeñábamos en hacer lo prohibido;
arrojamos al suelo nuestros bonetes
y arrastramos los cabos de nuestros turbantes;
cantaban las cantoras y les contestaban
los gañidos de las gacelas;
nos levantamos dando palmas
y danzando con las cabezas.



Como si no fuese suficiente la bella descripción de la orgía, hace su aparición un efebo adolescente y afeminado:


Cantó un joven, de los pajes reales,
vástago de los reyes sudarábigos;
se quejaba suavemente del peso de sus zarcillos
y protestaba por la carga de sus amuletos,
no sentía vergüenza de que las jóvenes le besasen
los labios y las mejillas;
ni de que le ofreciesen los frutos de sus pechos,
ni de que le apretasen a sus ceñidores
fingiendo ignorar el deseo despertado
faque conocían perfectamente.
Yo le seguí hasta la puerta de su casa,
porque hay que seguir a la pieza hasta alcanzarla,
le até con mis riendas
—81→
y fue dócil a mi bocado.
Fui a beber a los pozos del deseo
y pasé por encima de la vileza del pecado...75



Ibn Šuhayd sufre una hemiplejia a los cuarenta y dos años que convierte su vida en un infierno. Entonces compone algunos de los versos más intensos de la poesía hispano-árabe, como su famosa despedida a Ibn Grafíaazm de Córdoba:


Cuando veo que la vida me vuelve la espalda
y que la muerte inexorable me alcanza,
sólo aspiro a vivir escondido allí, en el lugar más alto,
donde sopla el viento, en la cumbre de la montaña,
alimentándome, lo que reste de vida, de granos caídos,
solitario, bebiendo agua de las grietas de las peñas.
¡Amigos míos, se prueba el sabor de la muerte una vez,
mas yo la he probado cincuenta veces!
Siento ahora, a punto de partir,
como si no hubiera obtenido de la vida
sino un instante tan fugaz como el resplandor de un relámpago.
¿Qué te voy a decir sobre mí, a ti, Ibn Grafíaazm,
amigo en mis cuitas y desventuras?
¡La paz sea contigo! Yo me voy.
Este saludo te bastará como viático del amigo que se va;
no olvides rezar por mí cuando me hayas perdido
y recordar mis hechos y virtudes.
¡Conmueve, cada vez que me menciones,
cuando me entierren, a los jóvenes nobles!
Quizá mi cuerpo en la tumba escuche algo de ello,
al ser repetido o cantado por el paseante nocturno;
será un alivio para mí que me recuerden después de muerto;
no me lo neguéis como el capricho de un agonizante.
Espero que Dios perdone mis pecados pasados
ya que Él conoce cómo realmente soy.76



Murió en la primavera del año 1035.

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Ibn Zaydūn (1003-1070) tiene unas características semejantes a la de su contemporáneo Ibn Šuhayd, del que sólo le separa una vida más larga, pero igualmente intensa. Es el creador, en al-Andalus, de un tipo de elegía que si tiene precedentes en el nasīb, recreada en el neoclasicismo por al-BuGrafíaturī, por ejemplo, inicia una sobriedad serena en el verso, sin términos conceptistas, con figuras retóricas sencillas, como en una depuración del modernismo. El tema de las elegías son los amores y los lugares perdidos, la juventud que se aleja. Es famosa su elegía a la princesa Wallāda, con la que tuvo unos turbulentos amores, en el marco de las ruinas de Medinazahara, poema extraordinariamente traducido por Emilio García Gómez:


Desde al-Zahara con ansia te recuerdo.
¡Qué claro el horizonte!
¡Qué serena nos ofrece
la tierra su semblante!
La brisa con el alba se desmaya:
parece que, apiadada de mis cuitas
y llena de ternura, languidece.
Los arriates floridos nos sonríen
con el agua de plata, que semeja
desprendido collar de la garganta...77



Pero no es la única de sus elegías, como no fue Wallāda su único amor. Es muy interesante la que a continuación traducimos porque además utiliza un poema estrófico, rompiendo la rima única de la casida, en estrofas de cinco versos, es decir lo que llama la retórica árabe un tajmīs. Escribió el poema en la cárcel, adonde le habían conducido intrigas palaciegas y sus amores con Wallāda. Poco después huiría a Sevilla:



Aspiro, del céfiro, su aura perfumada
que me recuerda, del amor, el deseo;
brilla un instante el fulgor de un relámpago
y brotan, a su conjuro, las lágrimas.
¿Puede, quien amó con locura, no romper en llanto?
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¡Amigos míos! Excusada está mi impaciencia;
si paciente pudiera ser, por mi buen natural sería;
si es desgracia lo que hoy nos depara la suerte,
bebamos hoy y mañana nos preocuparemos.
No es prodigio sino cualidad del alma noble.

Las noches son arqueros que saetean desgracias;
los mensajeros del destino me engañan,
mis días paso con mentidas ilusiones
y llego a la noche, con la lentitud de las estrellas.
El astro más lento es aquel que, de noche, vela.

¡Oh Córdoba la bella! ¿No eres tú mi ansia?
¿No está mi corazón gritando por tu lejanía?
¿Volverán alguna vez tus afamadas noches?
La belleza era tu rostro, el placer, tu oído,
toda la dulzura del mundo, tu morada.

¿No es asombroso que pueda vivir lejos de ti?
Como si pudiera olvidar el aroma de tus calles,
como si no estuviese separado de tus linderos,
como si no fuese mi cuerpo criatura de tu polvo,
como si me rodeasen los muros de mis lares.

Tus días son claros, tus noches serenas,
tu tierra es aurora, tus ramas de vino,
tu suelo ropaje, tu cielo un desnudo,
tu aroma arrayán y sosiego del alma;
tu sombra acogedora colma los deseos.

¿Acaso olvidaste el tiempo de ocio en las Cuestas,
la vida regalada en la RuGrafíaāfa
mis estancias en la Ŷa‘fariyya.
¡Qué lugares para el alma, jardín y agua,
qué lugares para la juvenil locura!

¡Cuántas fiestas y tertulias en el Barranco,
junto a los arriates donde miraban los narcisos;
valle con aura, lugar de deseos y ansias,
aún nublado, se soleaba por el resplandor del vino
que aparecía refulgente en la copa!

Nos reunimos en la Fuente del panal, allí empezamos,
volvimos luego y aún fue mejor;
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allí llevaron a la novia del placer, hurí de esbelto talle,
dulce sonrisa, mejilla de rosa,
de manos alheñadas con el vino.

¡Cuántas veces cruzamos el Puente,
al palacio del Cristiano, entre colinas blancas!
Pasábamos a la playa en la orilla del río,
donde juguetean los vientos y esparcen los perfumes
de las flores que allí crecen entre cañas cimbreantes!

¡Qué hermosos días que se fueron
en el aljibe de la noria o en el palacio de NāGrafíaiGrafía,
mientras el viento soplaba en los arroyos,
rizando la superficie del agua en las acequias,
y el sol hacía brillar su lanza enrojecida!

¡Qué amable Azahara, la de la bella vista,
con su aura suave como suspiro, de diamantina pureza!
Basta un atisbo de su belleza para admirarla,
jardín del Edén, río del Paraíso,
con sólo mirarla la vida se alarga.

Son lugares donde lloro el amor perdido,
más tierno y fresco que la rosa de jardín;
allí nos vestimos el ropaje nuevo y bordado del amor;
fuimos para el placer ejército poderoso,
nuestro aliado era el perdón, nuestro enemigo el vigía;

la temprana primavera los vistió con brocado
allí llegaron vientos suaves y húmedos,
sus hijos nacieron dulces de carácter.
Todavía nosotros, mañana y tarde,
mandamos saludos a aquellos lugares.

¡Oh amigos míos, a dónde hemos llegado!
No hay principio al que el fin no siga.
Miro cómo contentar a la suerte,
pero la fortuna es adversa y la miseria llega,
dicen que acaba, pero el odio sigue.

Me fui porque la libertad era oprimida;
intenté consolarme cuando estaba triste,
pero siguió desesperado mi corazón,
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pues un país donde soy despreciado, es despreciable
y no estoy dispuesto a envilecerme.

Los enemigos no lograrán borrarme con la cárcel,
pues he visto al sol oculto entre las nubes.
No soy sino sable oculto en su vaina,
león en su cueva, sacre en su nido
o almizcle en su saquillo.

Mi vida se hundió, por diversos devaneos,
al ir hacia vuestros nobles pechos,
de plata, perlas y oro;
rivaliza la luna con las estrellas,
sabiendo que ella es más bella y brillante.

Estoy triste, sin alegría: el vino se avinagra;
no puedo tocar las cuerdas aunque suenen dulcemente,
no dejo de suspirar, aunque me censuren,
no encuentro otro consuelo, lejos de vosotros,
que la llegada de vuestras noticias esporádicas.

Recibid mi alabanza por los días que pasaron dulcemente,
cuando me alegré con vosotros en un mundo bello y frívolo,
que está libre de reproches y aburrimiento.
¡Continuad siendo mis protectores,
para que las viñas de los deseos crezcan libremente!78



Las elegías de Ibn Zaydūn crearán escuela y volveremos a ver poemas de este tipo que cantan desde la lejanía al amor y la patria perdida.




ArribaAbajo Sevilla

Tras la caída del califato, Sevilla se convierte en un reino independiente, en una taifa, bajo la soberanía de una aristocrática y rica familia de provincias: los Banū ‘Abbād. Ya el primero de estos príncipes sevillanos, Abū-l-Qāsim MuGrafíaammad ibn ‘Abbād (1023-1043), muestra las características que van a acompañar a todos los soberanos de su   —86→   estirpe: inteligencia, falta de escrúpulos, ambición, valor, orgullo y sensibilidad estética. Con este bagaje consiguieron ampliar los límites de su taifa al Algarve, Huelva, Algeciras, Ronda, Córdoba, parte de Jaén y Murcia. Su extremada sensibilidad estética, refinada por una gran cultura, les hizo rodearse de belleza, ya se encontrara en un rostro femenino, en un objeto precioso, en un palacio o en un poema. Por ello, y esto es lo que nos interesa aquí, Sevilla fue la capital poética del al-Andalus en la época de las taifas hasta tal punto que la caída de los Banū ‘Abbād, destronados por los almorávides, genera un tópico literario: el odio a Sevilla,79 motivado por el recuerdo, irrepetible con la dinastía norteafricana, de que una buena casida no sólo recibía un alto pago crematístico sino que podía salvar la vida, al aplacar la ira de los coléricos y estetas soberanos de Sevilla.

La primera época de la poesía en Sevilla es todavía una continuación de los gustos de los últimos años del califato: los poetas cultivan las nawriyyāt -panegíricos que fueron reunidos en una antología por el literato sevillano Abū-l-Walīd Ismā‘īl-ibn ‘Āmir (1023-1069), que era conocido como habīb (amigo, amado).

La poesía sevillana toma un mayor grado de exquisitez en busca de la más perfecta belleza formal en el reino de ‘Abbād ibn MuGrafíaammad, que lleva el título real de Al-Mu‘taGrafíaid, el más inteligente, cruel y esteta de los reyes sevillanos, poeta ocasional él mismo y amante de la poesía, de forma que intenta conseguir que sus ministros sean poetas o que los poetas sean ministros, logro perfecto que alcanza al tener como ministro a Ibn Zaydūn, huido de Córdoba. Pero seguramente ya es el mejor poeta de su corte su hijo, el príncipe MuGrafíaammad ibn ‘Abbād, que logra aplacar la cólera paterna con una casida, cuando pierde, por desidia, la efímeramente conquistada plaza de Málaga.80

El príncipe, desde muy joven, es poeta, y como dice Emilio García Gómez, «personifica la poesía en tres sentidos: compuso admirables versos; su vida fue pura poesía en acción; protegió a todos los poetas de España, cuando Sicilia y Kairauán fueron, respectivamente, invadidas por los normandos y las tribus beduinas».81 En Silves, donde su   —87→   padre le hizo gobernador a los doce años, conoce a la esclava Rumaykiyya, a la que hará su esposa favorita y a la que dedicará versos bellísimos, porque MuGrafíaammad ibn ‘Abbād, que reinará con el nombre de al-Mu‘tamid, es especialmente un poeta del amor. Recordemos por ejemplo el acróstico en el que cada verso comienza con las letras del nombre que Rumaykiyya tomará como esposa real: I‘timād:


Invisible tu persona a mis ojos, está presente en mi corazón.
Te envío mi adiós, con la fuerza de la pasión, con lágrimas de pena, con insomnio.
Indomable soy, tú me dominas y encuentras la tarea fácil.
Mi deseo es estar contigo siempre. ¡Ojalá pudieras concederme ese deseo!
Asegúrame que el juramento que nos une no se romperá con la lejanía.
Dentro de los pliegues de ese poema, escondí tu dulce nombre, I‘timād.82



También en Silves, el príncipe MuGrafíaammad conoce a Ibn ‘Ammār (1031-1086), nacido en una aldea de esta población lusitana, con el que le unirá una amistad equívoca y apasionada. El rey al-Mu‘taGrafíaid destierra a Ibn ‘Ammār por considerarle una influencia perniciosa para su hijo y este hecho nos permite comprobar la calidad poética de Ibn ‘Ammār, tan excelente poeta como político. Desde Zaragoza se dirige a al-Mu‘taGrafíaid para intentar lograr que le levantase el destierro, con una casida elegíaca, al estilo de Ibn Zaydūn, pero con una solemnidad de treno:


No es sino por mí, por quien zurean tristemente las palomas,
no es sino por mí, por quien lloran las nubes;
no es sino por mí, por quien el trueno ha lanzado su grito vengador
y por quien el relámpago ha hecho vibrar su filo cortante;
no es sino por mí, por quien las brillantes estrellas se han vestido
de duelo, y por quien han marchado en cortejo fúnebre;
no es sino por mí, por quien el huracán ha rasgado sus vestiduras
y gime con los gañidos de las tiernas gacelas;
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¡Acogedme!, si habéis logrado tranquilizar a los que
engolfados en el céfiro, muestran tras él, su cólera;
negros y adustos rostros, a los que no distraen
más que unos labios sonrientes,
me ocultaron de la amenaza de la muerte, muerte sobre postes
en los que imagino que están clavadas cabezas,
y me metieron en las tinieblas, en las que creo que tienen
un aprisco entre las estrellas ocultas;
¡Mal haya de unos caballos que me alejaron de la tierra
de la grandeza y de las obras generosas!



Tras el fúnebre comienzo, el poema se endulza con el nostálgico recuerdo de los días pasados en Silves:


¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre
y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido?
La lluvia cubrió el manto de nuestra juventud
en un país donde los jóvenes rompían los amuletos de la infancia.
Al recordar el tiempo de mi juventud, es como si se encendiese
el fuego del amor en el pecho.
Aquellas noches en que no hacía caso de la sensatez del consejo
y seguía los errores de los alocados;
condené al insomnio a los párpados somnolientos
y recogí el tormento de las tiernas ramas.
¡Cuántas noches pasamos en el Azud, entre los meandros del río,
que se deslizaba con la sinuosidad de una serpiente!
Escogimos el jardín como vecino y nos visitaba con sus regalos
que traían las manos de las suaves brisas;
nos enviaba su aliento y se lo devolvíamos aún más perfumado,
y con más suave brisa;
la brisa, en su ir y venir, parecía una chismosa,
que llevase y trajese maledicencia;
el sol nos daba de beber.
¿Quién ha visto el sol en mitad de la negra noche, sino nosotros?
Pasábamos la noche sin que el delator apareciese,
como si estuviéramos escondidos en el pecho de un hombre discreto.
Aquello era vida y no lo que sufro hoy,
recorriendo las pobladas fronteras que parecen desiertos,
en compañía de gentes cuyo carácter no ha sido educado
por el contacto con el literato, ni con la familiaridad del sabio;
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forajidos que vagan por el desierto y visten pieles de serpiente;
compartimos una mesa, donde las flores son las espadas
y las vainas son sus cálices.83



En realidad su estancia en Zaragoza no tenía tintes tan trágicos, la corte de Ibn Hūd había bellos efebos a los que podía dedicar sus gazales, género en el que alcanzó gran maestría, siempre con carácter homoerótico. A pesar de la belleza de la casida, no produjo el efecto buscado, tal vez por la alusión a la alegre vida que llevaba con el príncipe MuGrafíaammad en Silves y que también éste recordaría años más tarde en un poema dirigido precisamente a Ibn ‘Ammār:


¡Saluda a esos lugares míos en Silves, Abū Bakr,
y pregúntales si su añoranza es como la mía!
¡Saluda al Alcázar de las Barandas
de parte de un joven que siempre lo ansiara!
Morada de leones y de blancas doncellas.
¡Qué espesuras y qué gabinetes!
¡Cuantas noches pasé allí, en su grato refugio,
entre pingües nalgas y estrechas cinturas!
Mujeres blancas y morenas que atravesaban mi alma,
como las albas espadas y las oscuras lanzas.
¡Cuántas noches pasé allí, en el remanso del río,
en amoroso juego con la del brazalete curvo como meandro!
Se quitaba la túnica del tierno talle
y era como un capullo que se encendía en flor;
la noche pasaba escanciándome de su mirada,
o de su copa o de su boca;
tañía las cuerdas de su laúd, y era como si oyese
los tendones de los cuellos al ser cortados.84



La diferencia entre el tono de la poesía de los dos amigos se encuentra seguramente en que Ibn ‘Ammar es un poeta profesional, obligado a hacer poesía, e Ibn ‘Abbād lo hace por puro placer.

La muerte de al-Mu‘taGrafíaid (1069) convierte en rey de Sevilla al príncipe MuGrafíaammad, ya con el nombre de al-Mu‘tamid, el cual hace   —90→   volver inmediatamente a Ibn Ammār a la ciudad y ambos gobiernan, uno como rey, otro como ministro, mientras gozan de los más refinados placeres que les ofrece esta mítica Sevilla oncena y hacen poesía. Pero no son los únicos poetas de la corte, pues además de los sevillanos, llegan a la ciudad poetas no solamente por el mecenazgo real sino por el exquisito ambiente cultural.

En Sevilla aparece con gran fuerza la que podríamos llamar tercera generación poética de las taifas, poetas nacidos en la mitad del siglo en los más diversos lugares de al-Andalus y que representan la culminación poética de «las provincias», la culturización literaria de al-Andalus, fuera de la Bética. Uno de estos poetas es Ibn WaGrafíabūn de Murcia (1039-1090), que representa de nuevo el neoclasicismo más puro. Así lo muestra en la casida en la que describe el palacio de al-Mu‘tamid conocido como Al-Zāhī, conceptista e hiperbólica:


Su techo arroja olas del mar,
que son alcores y colinas;
quien tiene inteligencia se asusta,
pues le parece que el mar es de fluyente aire;
no faltan cometas que no corran,
ni sol que no ilumine, ni media luna;
el bello atrio tiene un techo de luz
cuyas formas parecen sortijas;
su decoración es como un bordado
en el que aparecen figuras imaginarias
y no te parece sino que el aire es un jardín
y que el techo es, de la misma forma, un espejismo;
compruebas que el fuego es una columna
y que su esencia es el agua;
te parece que su solidez fluye
y que su humedad arde;
cada figura está viva y, al mismo tiempo, inerte.
Se distingue belleza y coquetería;
tiene acción, pero no tiene movimiento,
se puede comprender, pero no dice palabra;
un maravilloso elefante vierte agua como una espada
y no se queja jamás de tedio;
es como si estuviese enfadado con los otros animales
y no levantase su testuz ante su vista;
—91→
magnánimo, ha legado al patio los arrayanes
que otrora plantaron los hombres.85



Ibn WaGrafíabūn fue uno de los pocos personajes de la corte que osó lamentar la muerte de Ibn ‘Ammār. Porque la amistad de al-Mu‘tamid e Ibn Ammār había terminado trágicamente. El poeta lusitano, convertido en gobernador de Murcia, se había ensoberbecido y atacado al rey de Valencia, el nieto de Almanzor, ‘Abd al-‘Azīz. Al-Mu‘tamid, desde Sevilla, había escrito una irónica casida contra Ibn ‘Ammār, riéndose de sus orígenes humildes con unos irónicos versos en los que elogiaba a los antepasados de forma solemne:


Los más poderosos señores y soberanos,
los coronados en tiempos antiguos...



Para continuar con una descripción de Grafíaannabūs de Ibn ‘Ammār, donde describe un imaginario palacio:


Grafíaannabūs les llora con lágrimas
que son como las rompientes olas;
y el alto alcázar cuyos balcones brillaban
entre el verdor de los árboles, llora;
no ríe con él el sol, sino que creerías
que vierte agua de oro en sus fachadas;
lloran las cantoras, cuyos laúdes responden
en los patios, al trinar de los pájaros.
¡Oh sol de aquel palacio! ¿Cómo se deshicieron de ti
los golpes del destino?
Aún no tenías naciones, cuando fuertes varones
cruzaban por tus altos muros;
¡Cuántos leones te guardaban
y defendían con lanzas y espadas!
¡Cuántas gentes de hermosa faz, en el combate,
cubrían sus blancos rostros con un ropaje de negra pez!
¡Cuántos valientes se sumergían en un torbellino
buscando enemigos en el ardor del fuego!
—92→
¡Cuando los Banū ‘Ammār crecían en gloria,
abreviaban las vidas de los enemigos!86



Ibn ‘Ammār comprende la ironía de la casida y responde con una cruelísima sátira en que se burla a su vez de los Banū ‘Abbād, de su feudo originario en Yawmīn, lugar cerca de Tocina, en Sevilla, de los amados esposa e hijos de al-Mu‘tamid:


¡Saluda a la tribu que en Occidente ha hecho arrodillar
a los camellos y ha logrado la belleza!
Haz alto en Yawmīn, capital del mundo,
y duerme, ¡tal vez la veas como en un sueño!
Podrás pedir a sus habitantes ceniza,
pero no verás en ella el fuego encendido.
Elegiste, de entre las hijas de los viles
a Rumaykiyya, que no vale un adarme;
trajo al mundo sinvergüenzas de bajo origen
tanto por la vía paterna como la materna;
son cortos de estatura,
pero sus cuernos son largos.



Y acusa a al-Mu‘tamid de sodomía, haciendo, de nuevo, alusión a la época dorada de su juventud en Silves:


¿Recuerdas los días de nuestra juventud
cuando brillabas como luna creciente?
Te abrazaba la cintura tierna,
bebía de la boca agua clara.
Yo me contentaba con lo permitido,
pero tú querías aquello que no lo es.
Expondré aquello que ocultas:
¡Oh gloria de la caballería!
Defendiste las aldeas,
pero violaste a las personas.87



El poema hizo mucho daño a al-Mu‘tamid, que decidió vengarse, aunque Ibn ‘Ammār estaba entonces lejos de su alcance. Pero tras una   —93→   serie de acontecimientos, la pérdida de Murcia por Ibn ‘Ammār, su regreso a Zaragoza, sus nuevas conspiraciones, al-Mu‘tamid logró apoderarse de su persona y encarcelarle en palacio. Estuvo a punto de perdonarle, pero en un ataque de ira, tan característico de su familia, le mató de un hachazo.

Eran tiempos difíciles. Alfonso VI, con quien se dice que Ibn ‘Ammār se jugó la suerte de Sevilla en una partida de ajedrez, había decidido conquistar Toledo, como antigua capital de Hispania, en su intento de crear, tal vez, un Sacro Imperio Hispánico. Y lo consiguió en el año 1085. Entonces al-Mu‘tamid llamó en auxilio de los reinos de taifas a los almorávides, los sub-saharianos, con todo el fundamentalismo islámico que les daba su condición de neófitos de esta religión. Los almorávides frustraron los planes de Alfonso VI, no consiguieron reconquistar Toledo y destronaron a la fuerza a los reyes de taifas.

La conquista almorávide de Sevilla fue durísima, como si se tratase de una ciudad cristiana. Al-Mu‘tamid y su familia fueron hechos prisioneros y llevados al norte de África. Su partida en barco en Sevilla motivó una de las más bellas elegías andalusíes, obra de uno de estos poetas de la tercera generación, Ibn al-Labbāna de Denia, poema extraordinariamente traducido en endecasílabos por Emilio García Gómez:


Jamás olvidaré la amanecida
junto al Guadalquivir, cuando las naves
estaban como muertos en sus fosas.
La gente se apretaba en las riberas
mirando aquellas perlas que flotaban
sobre los blancos lechos de espuma,
descuidadas las vírgenes, los velos
destapaban los rostros, que, cruelmente,
más que los mantos, el dolor rasgaba.
Cuando llegó el momento. ¡Qué tumulto
de adioses! ¡Qué clamor el que a porfía
las doncellas lanzaban y galanes!
Partieron con sollozos los bajeles,
como la caravana perezosa,
que arrea con su canto el camellero.
¡Ay, cuánto llanto se llevaba el agua!
—94→
¡Ay, cuántos corazones se iban rotos
en aquellas galeras insensibles!88



Al-Mu‘tamid en su destierro de Agmāt, junto a Marraquesh, compone sus últimos poemas. No son exactamente elegías: son cantos desesperados del prisionero que lo tuvo todo y tal vez los más sinceros de la poesía hispanoárabe. Él mismo escribe sus propios trenos y epitafio. Así dice en su propio planto:


Extranjero y cautivo en tierra de africanos,
llorarán por él el estrado y el mimbar;
llorarán por él las espadas cortantes y las lanzas,
y derramarán lágrimas abundantes;
llorarán por él el rocío y el aroma, sus palacios,
al-Zāhi y al-Zāhir, que antes le buscaban y ahora le ignoran;
cuando se diga: en Agmāt ha muerto su generosidad
y no se puede esperar que vuelva hasta la Resurrección.
Pasó el tiempo, y con él, aquel reino amable,
llegó el hoy, que es huidizo.
Fue un dictamen del malvado destino, pero
¿ha sido alguna vez justo con los justos?
El tiempo fue injusto con los Banu Mā’l-Samā’,
los hijos de la lluvia del cielo, que fueron humillados.89



Los poetas de la corte de Sevilla se desperdigaron. Para algunos era su segundo destierro, como para Ibn Hamdīs de Siracusa (1055-1132), que había perdido su patria a manos de los normandos y había encontrado una nueva en Sevilla. Se exiliará de nuevo a Bugía, a la corte de los hammadíes, donde describirá una fuente de los leones, tema recurrente en la poesía y el arte hispano-árabe:


Valientes leones habitan la guarida de los jefes
y susurran el agua como rugidos.
Es como si el oro cubriese sus cuerpos
y el cristal se deslizase por sus bocas,
leones cuyo descanso es inquietud,
—95→
como si algo se agitase en su interior.
Ya he mencionado su arrojo: están sentados
sobre sus cuerpos traseros para atacar.
El sol muestra su color como si fuese fuego
y como si sus lenguas diesen lametones de luz.
Es como si hubiesen desenvainado las espadas
de los arroyos que se derriten sin fuego.90



También Ibn al-Labbāna ha de buscar una nueva patria de nuevo, después de haber encontrado refugio tras la pérdida de su patria originaria, Denia, conquistada por los hudíes de Zaragoza, una de las pocas taifas, con Toledo, donde la poesía fue episódica. Pero antes es el único poeta de la corte sevillana que acude a visitar a al-Mu‘tamid en su destierro de Agmāt y le recita poemas escritos aún en su honor. Ibn al-Labbāna, este personaje menudo y orgulloso, había encontrado en al-Mu‘tamid el señor al que servir con sus versos y tras su caída sabe que se encontrará en la situación del buen vasallo si hubiese buen señor. Tras la muerte de al-Mu‘tamid y su paso rápido por Bugía, se refugia en la taifa de Mallorca, que no ha sido aún conquistada por los almorávides. Su señor, el eunuco Mubaššar, tal vez no se asemeja a al Mu‘tamid, pero sí a los soberanos de su infancia deniense, también antiguos esclavos de raza europea. Allí compone los versos de su madurez, poblados de aves enamoradas como siempre y con una secreta vena de poesía tradicional, como el resto de su poesía.

Así, Mallorca tendrá los adornos de las aves:


Es un país al que la paloma ha prestado su collar
y al que el pavo real ha vestido con sus plumas.
Sus ríos son de vino, y los patios de sus casas, las copas.



Y cantará una fiesta de primavera que posiblemente sea una reminiscencia pagana, conservada aún en la Mallorca islámica, de las fiestas femeninas o mayas:


Si aún tuviese el vigor de mis años mozos,
no dejaría pasar la fiesta del Nayrūz, sin beber de amanecida.
—96→
Es un día suave y poético,
cuya blancura se extiende ya por los alcores y los valles;
es un día en el que juegan las muchachas
y se contonean como las ramas bajo el soplo de la brisa;
cuando se sientan, parecen colinas sobre tierra húmeda,
cuando caminan, parecen antílopes en el aprisco;
tienen cuellos esbeltos, y sus vestidos, con ceñidores,
arrastran largas colas;
son, a la vez, cultivadas y silvestres,
sus rostros son, a la vez, serios y alegres;
silenciosas, en su interior, hay una voz
que grita y habla por ellas;
cada una tiene un cumplido galán como servidor,
de rostro vergonzoso y corazón desvergonzado;
no tiene miedo a las heridas del combate,
pero las miradas hieren su rostro;
la espada es fuego, la loriga es agua,
entre los dos extremos, está el acuerdo.



También compone panegíricos, entre los que destaca uno en el que describe a la flota del soberano en la bahía de Mallorca. Naturalmente, las naves se asemejarán a aves:


Vuelan las hijas de la mar; sus plumas son
como las de las hijas del cuervo, pero son halcones.



Y tiene alguna imagen logradísima como:


... agitan los remos hacia ti, como pestañas
de un ojo que parpadea ante el espía indiscreto.91



Ibn al-Labbāna muere en Mallorca alrededor del año 1114, cuando se disponía a partir en busca de un nuevo al-Mu‘tamid.

Pero el rey poeta era insustituible. Los poetas que quedaban en la ciudad decían odiarla en el odio a Sevilla literario. Así, Abū-l-‘Abbās   —97→   AGrafíamad ibn ‘Abd Allāh, apodado «el ciego de Tudela», famoso por sus moaxajas y criado en Sevilla (m. 1126), dice:


Me aburrí de Sevilla y ella se aburrió de mí.
Si ella me habló como yo la hablé,
nos injuriamos mutuamente, por igual.
Mi alma me movió a abandonarla y a vagar errante,
porque el agua es más pura en la nube que en el charco.92






ArribaAbajo Levante

Los fātas o antiguos funcionarios califales, de origen europeo y servil, se hicieron dueños, a la caída del califato, de las provincias de al-Andalus que se extendían a lo largo de la costa este de la Península, el Šarq al-Andalus, o Levante. Estas tierras, de clima suave y próspera agricultura, no habían conocido anteriormente un gran desarrollo urbano, a excepción de Murcia, y la culturización producida por la llegada de las élites cordobesas fue muy sensible. Hubo, con un gran desarrollo urbanístico, un despertar a la cultura árabe, hasta entonces fenómeno lejano de la Bética, tanto más cuanto los más conspicuos intelectuales de la corte siguieron a los grandes fātas en su aventura taifal.

Así, los primeros nombres que suenan en tierras levantinas son los de los poetas cordobeses como Grafíaāid de Bagdad o Ibn Darrāŷ al-QaGrafíaGrafíaalli. Ya vimos cómo una de las más perfectas casidas neoclásicas de este último poeta había sido compuesta, en Valencia, en honor de los dos fātas que compartían el poder en esta ciudad. La presencia cultural cordobesa continúa en Valencia cuando se convierte en rey de la misma ‘Abd al-‘Azīz, nieto de Almanzor.

Algo muy parecido sucede en el vecino reino de Denia, donde su soberano, Muŷāhid, cultísimo militar de origen seguramente sardo, aunque educado en Córdoba, acoge a importantes intelectuales cordobeses. En esta taifa la poesía será fruta madura, ya que Muŷāhid no es proclive a los poetas y prefiere a los filólogos, ulemas y prosistas, porque, filólogo él mismo, cree que los poetas no utilizan las palabras con propiedad. Ante la figura de Ibn Darrāŷ guarda un respetuoso silencio,   —98→   cuando el anciano poeta recita ante él una solemne casida en la que hace referencia a Muyŷāhid como marino, ya que con sus naves conquistó las islas Baleares y Cerdeña, y que comienza así:


Naves que son como esferas celestes y donde sus arqueros
son estrellas, armadas de punta en blanco.
Cruzas con ellas los abismos del mar,
y sus olas se fatigan por el peso abrumador.


Pero cuando los poetas no tenían la categoría de Ibn Darrāŷ, eran objeto de su desprecio. Un día se le presentó Abū ‘Alī Idrīs ibn al Yamānī de Ibiza, isla famosa por sus sabinas, y le recitó, mientras el emir se dedicaba a tirarse de unos pelillos que tenía en la mejilla ante el farragoso estilo del poeta balear, lo siguiente:

Cuántas noches he viajado, preocupado porque conmigo no iba la estrella de la buena suerte; iba acompañado de un grupo de gentes altivas como leones del desierto o serpientes.

Vestían las negras tinieblas, cuando andaban por la noche; se velaban con el resplandor de la mañana, cuando caminaban por el día; caminan al occidente de cada tierra en su oriente, y el oriente de cada tierra es occidente.

El alba está velada y la noche ha tendido su tienda; es como si las deslumbrantes estrellas fuesen un grupo de gente entre los que se levanta la luna como un predicador en el púlpito.

Es como si la luz de la aurora fuese la bandera de un jinete que siguiese un ejército de estrellas. Es como si el rayo del sol fuese el rostro de Muŷāhid cuando ilumina con su resplandor el atardecer.


Cuando terminó el poema, Muŷāhid le arrebató el papel en el que estaba escrito, se lo llevó a la nariz, lo olió y tapándose la nariz con los dedos, dijo: «Tu poema huele a sabina».93

Su sucesor ‘Alī ibn Muŷāhid (1045-1076), aunque no aparece como tal crítico con los poetas, tampoco tiene una corte poética a su alrededor. Los poetas denienses como Ibn al-Labbāna ya citados pertenecen   —99→   a la tercera generación taifal y la conquista de Denia por los hudíes de Zaragoza les lleva a exiliarse de su patria y hacer florecer su poesía en otras tierras. No es solamente el caso de Ibn al-Labbāna: el filósofo, científico, médico, botánico y musicólogo Abū-l-Grafíaalt (1067-1134), nacido en Denia y emigrado a Sevilla, será poeta en las lejanas tierras de Egipto y Túnez.

Parecida situación se da en Murcia, pues ya hemos visto el caso de Ibn WaGrafíabūn, poeta en la corte de Al-Mu‘tamid. Parece que hay que esperar al siglo XII para encontrar muchos excelentes poetas en esta tierra.

La excepción se encuentra más al sur, en tierras levantinas de lo que hoy es Andalucía, en Almería, pues cuando acceden al poder los Banū SumādiGrafía, un familia de origen árabe, tras el dominio de los fātas Jayrān y Zuhayr, en el año 1041, alrededor del rey al-Mu‘taGrafíaim, se produce una pequeña corte poética. Curiosamente la mayor parte de los poetas, exceptuados los príncipes de la familia real, son de origen granadino, huidos del ambiente poco favorable para la literatura árabe que ofrecía la corte de los bereberes ziríes de Granada, donde el único poeta que había podido sobrevivir fue Abū IsGrafíaāq de Elvira, el alfaquí de corazón de esparto.94 Así, son poetas en Almería Ibn Grafíaaddād de Guadix (m. 1087), enamorado de una doncella cristiana,95 o al-Grafíaumaysir de Elvira, uno de los pocos poetas andalusíes especializados en poemas de tipo ascético o zuhdiyyāt, como muestra el siguiente poema:


El mundo es fugitivo y por eso dicen que es un espejismo;
todo lo que se construye acaba en desolación y ruina;
el destino es avaro y siempre hay en él desasosiego;
quita lo que ha dado y lo que da es castigo;
el día del Juicio todos los hombres serán interrogados
y habrán de responder;
El Acirate estará levantado aquel día, en el que nada quedará oculto.
¡Confía en Dios y evita todo lo que significa cálculo!96


  —100→  

Al-Mu‘taGrafíaim, rey de Almería (m. 1091), es, como al-Mu‘tamid, un rey poeta, aunque no tiene la brillantez del sevillano, al que posiblemente envidió un tanto. Tiene algunas imágenes bellas como:


Miro las banderas palpitantes, movidas por las manos del viento;
ellas son nuestras mejores galas, y al verlas tremolar
parecen los corazones del enemigo el día de la batalla.


[Traducción de S. Gibert].97                


Más interés como poetas tienen sus hijos Rafī‘l-Dawla, Abū Ŷa‘far, ‘Izz al-Dawla y Umm al-Kirām, esta última una mujer, de la que se conservan un par de versos, pero tal vez sus poemas no hubiesen sido conocidos si no fuera por su condición de príncipes.

Pero este Šarq al-Andalus o Levante se redime de no ser poéticamente la Sevilla oncena con el mejor poeta modernista de al-Andalus, Ibn JafāŶa de Alcira (1058-1139). La vida de este poeta de la ribera del Júcar no tiene el dramatismo de las de Ibn Zaydūn, al-Mu‘tamid o Ibn ‘Ammār. El acontecimiento más importante de su vida fue su encuentro, yendo de viaje con Ibn WaGrafíabūn de Murcia, entre Almería y Lorca, con un destacamento de caballeros cristianos que les atacaron y mataron al poeta murciano, pero Ibn Jafāŷa logró huir (1091). Rico hacendado, no necesitó ir en busca de mecenas de una corte en otra, ni en época de los reyes de taifas, ni de los almorávides, aunque hizo algunos viajes y escribió algunos panegíricos. Es, pues, su poesía y solamente su poesía lo que le hace atravesar los siglos hasta nosotros.

Se le ha llamado el poeta «jardinero» porque su poesía en este género poético alcanzó la más extraordinaria calidad, pero en realidad su sentimiento de la naturaleza desborda el marco del jardín y las flores, de forma que la poesía que describe, la naturaleza se llamará, en al-Andalus, de estilo jafāŷyi, haciendo referencia a su apellido.

Es difícil analizar el secreto poético de Ibn Jafāŷa, especialmente cuando las muestras de su poesía han de leerse en una traducción que ha perdido la belleza de las figuras de lenguaje utilizado por el poeta como sus delicadísimas aliteraciones. Desde las imágenes del pensamiento,   —101→   desde las comparaciones y todo tipo de metáforas, podemos decir que realiza un encadenamiento sutil, de forma que cada imagen lleva la connotación de otras muchas. Así, cuando nos describe un jardín, vemos una sonrisa, un ejército en marcha, el vino en su copa de cristal y a un caballo alazán, como en la siguiente rawGrafíaiyyat, que acaba con la aparición de un bello joven:


¡Ven a beber con premura, ahora que el céfiro es lánguido
y la sombra se extiende como trémulo pabellón!;
las flores son ojos que lloran al despertarse
y el estanque es una sonrisa que brilla luminosa;
las acacias están embriagadas y se cimbrean ebrias
mientras las palomas zurean en sus ramas;
en el horizonte, nube y relámpago
han dejado enseña y destacamento
y así, todas las ramas de la fronda exhalan aroma
y sofocan con su aliento a collados y torrentes;
el jardín agita graciosamente sus mantos,
como un borracho, al que el céfiro tambalea;
ahíto de agua, el rocío le ha plateado,
y al desaparecer la tarde ha dorado sus mejillas;
desde el velo de las nubes, unos ojos vigilan el jardín,
mientras la tarde languidece;
miran tiernamente a los que rondan, quejosos,
del trato del fuerte hacia el débil;
el sol, con la frente pálida, es suave
y, en el viento, hay un aleteo de brisa refrescante.
El vino es abatido y cae de bruces,
expulsando por su boca un aroma violento;
la copa es un caballo alazán que da vueltas,
con un sudor en el que fluyen las burbujas;
corre con el vino y la copa, una luna
de rostro hermoso y sonrisa mielada;
armado de punta en blanco, en su cintura y en su mirada,
hay también armas y espadas penetrantes.98


Como hemos dicho, Ibn Jafāŷa es algo más que un especialista en rawGrafíaiyyāt. Un ejemplo podría ser el poema cinegético que traducimos   —102→   a continuación y en el que ha logrado reproducir todo el colorismo y dinamismo de una cacería:


Caza con toda clase de aves de rapiña,
de ruidosas alas y rojas garras,
cuyos costados están rodeados de un tejido rayado
y tienen los ojos alcoholados de oro;
se les da suelta, con todas las esperanzas
y vuelven con las garras y el pico teñidos;
también están los corredores, de gran hocico, ojos pequeños,
flexible talle, correas al cuello, y experimentados;
muestran dientes como puntas de lanzas,
mas cuando corren, son las propias lanzas cimbreantes;
siguen a la presa sobre las rocas, mientras la noche
les envuelve con su manto de color de la pez;
unos son negros, con ojos llameantes,
que parecen lanzar carbones encendidos;
otros llevan camisa rojiza en la que, la correa,
parece un cometa errante en una nube de polvo;
corren sobre la línea de un camino borrado,
pero ellos leen la línea de escritura;
su esbeltez ha doblado su espinazo, de tal manera que parecen
lunas menguantes entre el polvo que les oculta.
A veces la presa es un zorro de vientre blanco,
con finas orejas y pelaje gris;
corre con precaución, encogiendo las patas,
se encoge y se dobla como un brazalete;
corre con astucia, dando regates,
y casi está a punto de escapar de las manos del destino,
pero, al darse la vuelta, el temor de la muerte
le impulsa como una pelota que devuelven
las manos del desierto;
otras veces es una ave ligera que pasa
y levanta el vuelo de otras aves;
corta de paso, parece caminar
como una joven que arrastra un manto;
con su pico teñido parece que ha bebido
en una copa de vino.99


  —103→  

La visión antropológica de la naturaleza lleva a Ibn Jafāŷa a personificar una montaña como interlocutor de una serie de pensamientos ascéticos. Así, sin dejar de ser el poeta de la naturaleza, penetra en el género de las zuhdiyyāt de una forma originalísima, tanto como en el tema: la poesía árabe medieval había olvidado las montañas como tema poético:


¡Por mi vida! ¿Era el veloz viento ábrego
quien ponía alas a mis pies o era mi noble cabalgadura?
Apenas había amanecido, como si fuera un astro,
cuando ya me deslizaba hacia el ocaso;
había errado solo por los desiertos,
me había encontrado con el rostro enmascarado de la muerte;
no llevaba otra compañía que la espada afilada,
ni había tenido otra compañía que la giba de mi camello;
no había tenido otro solaz que la fugaz sonrisa
que aparece en los labios del deseo en la faz de la ilusión;
mis palabras, en la noche, se me mostraban falsedades;
arrastraba las tinieblas de negros penachos
para abrazar las esperanzas de blancos pechos,
cuando, al desgarrar el escote raído de la noche,
surgió el brillo de una sonrisa sombría
y vi en el girón del alba, en la claridad tenue
donde una estrella encendía su fulgor,
un monte de alto y orgulloso penacho,
cuya cumbre rivalizaba con la altura del cielo
y detenía a los vientos de todas las direcciones,
mientras oprimía, con sus hombros, a los astros de la noche;
siempre joven a lo largo del tiempo,
a veces aparece con la cabeza cana de nieve;
las nubes que le envuelven parecen turbantes negros
y el resplandor de los relámpagos, penachos rojos;
hincado de pie, en medio de la tierra desierta,
parece pasarse la noche meditando.
Yo le hablaba a gritos y permanecía mudo,
pero aquella noche me contó maravillas:
«¡Cuántas veces he sido refugio de criminales
y asilo de ermitaños y penitentes!
¡Cuántas veces han llegado, al anochecer, viajeros
y han dormido a mi amparo, jinetes y cabalgaduras,
—104→
mientras mis espaldas eran azotadas por los vientos
y mis flancos eran golpeados por el verde mar!
¡Cuántos soles y lunas he visto pasar
y cuántas miradas de las estrellas se han posado en mí.
Todos han sido barridos por la mano de la muerte
o han sido alejados por el viento de la adversidad!
El latido de mis bosques no es sino temblor de un pecho
y el zureo de sus palomas, el planto de las plañideras;
el olvido no ha secado mis lágrimas,
aún lloro el alejamiento de mis amigos.
¿Hasta cuándo seguiré despidiéndome
de un viajero tras otro?
¿Hasta cuándo seguiré vigilando las estrellas
que aparecen y desaparecen continuamente?
¡Ten piedad de mí, Señor! ¿Es la plegaria de un suplicante que
extiende sus manos hacia ti?»
Así me hizo oír en su prédica todas sus experiencias
que había traducido al lenguaje de los que han sido probados;
me consoló, al hacerme llorar,
me alegró, al hacerme sufrir.
Fue el mejor compañero de mis noches de viaje.
Me despedí de él y le dije adiós:
unos están condenados a permanecer, otros a partir.100


La poesía de al-Andalus había alcanzado su cumbre con esta montaña. Ya no volverá a subir a estas alturas. Ibn al-Zaqqāq de Valencia (m. 1134), sobrino y discípulo de Ibn Jafāŷa, tal vez por su prematura muerte sólo reproduce de su tío la belleza formal como en el poema:


Crucé por los arriates de amapolas.
jugando andaba el céfiro, y la lluvia
con su fusta de azogue flagelaba
las florecillas de color de vino.
¿Qué delito fue el suyo? Que robaron
el lindo carmesí de las mejillas.


[Traducción de E. García Gómez].101                




  —105→  

ArribaAbajo Badajoz

Si en las tierras de al-Andalus que recibían primero el sol floreció la poesía, no fue menos en las tierras del occidente donde se ocultaba, pero tal vez, en un paralelismo con el fenómeno astral, esta poesía no va a ser tan luminosa.

Si el Levante fue conocido por Šarq al-Andalus, el occidente lleva también el nombre geográfico correspondiente: Garb al-Andalus, u oeste de al-Andalus, nombre que perdura aún hoy en el sur de Portugal, en el Algarve.

En esta zona sudoccidental, los poetas estuvieron bajo la influencia estelar de Sevilla, pues los pequeños reinos del Algarve fueron incorporados a esta taifa por al-Mu‘taGrafíaid. Así, el mejor de sus poetas en esta época fue Ibn ‘Ammār de Silves. Pero las tierras centrales de lo que es hoy Portugal y la Extremadura española formaron el reino de taifas de Badajoz, que conservó su autonomía hasta la conquista de los almorávides con la dinastía de los Banu AfGrafíaas o aftasíes. Estos soberanos, de lejano origen bereber, se distinguieron de las otras dinastías de este origen étnico más o menos lejano como Granada y Toledo por gustar, cultivar y proteger la literatura.

La corte de Badajoz tuvo también un poeta modernista, Ibn Grafíaāra de Santarén (m. 1123), del que ya mencionamos un poema sobre la berenjena, pero su poesía resulta muy artificiosa frente a la maestría de Ibn Jafāŷa. Por ejemplo, Ibn Grafíaāra describe así un naranjo:


Veo que el naranjo nos muestra sus frutos
que parecen lágrimas de rojo por los tormentos del amor.
Pelotas de cornalina en ramas de topacio,
en las manos del céfiro hay mazos para golpearlas.
Unas veces las besamos y otras las olemos, y así,
tan pronto son mejillas de doncellas como pomos de perfume.


[Traducción de E. García Gómez].102                


La descripción del naranjo y su fruto en Ibn Jafāŷa, utilizando los mismo procedimientos, es decir, metamorfoseando las naranjas en piedras preciosas, resulta superior, sin términos pedantescos:

  —106→  

¡Cómo se pavonea, orgulloso, cuando la lluvia
le regala joyas rojas y ropajes verdes!
La saliva de las nubes se ha derretido como plata
en sus ramas y se ha solidificado en oro puro.103


Unos personajes curiosos, al menos por su apellido romance que significa «vuelvo la cabeza», son los hermanos QabGrafíaurnu, Abū Bakr (m. 1126), Abū-l-Grafíaasan y Abū MuGrafíaammad, los dos últimos muertos en fecha desconocida. Los tres eran poetas de tipo modernista y se nos ha conservado un poema hecho por los tres al alimón.

Los tres hermanos habían estado bebiendo juntos hasta que el sueño les venció. Al amanecer, se despertó primero Abū MuGrafíaammad, que le dijo en verso a su hermano Abū Bakr:


¡Oh hermano mío, ha llegado la aurora a la que la noche
había velado la luz y la belleza de su rostro!
¡Despierta y aprovecha la alegría de la mañana,
pues no sabemos qué traerá la nueva noche!


Despabilado, Abū Bakr recitó al tercer hermano aún durmiente, Abū-l-Grafíaasan:


¡Oh hermano mío! ¡Levanta a ver la languidez del céfiro,
la mañana del jardín y el vino fresco!
No duermas y aprovecha la alegría del día,
pues ya tendrás un largo sueño bajo la tierra.


Despertose Abū-l-Grafíaasan y dijo:


¡Oh hermanos míos! ¡Dejad los reproches
y bebamos el mejor vino de nuestra bodega!:
¡despreocupaos del transcurso de los días:
el día es de vino y la mañana ocasión de beberlo!104


El hedonismo de los Banū QabGrafíaurnu no fue interrumpido por la caída de Badajoz en poder de los almorávides, mientras otro poeta, Ibn   —107→   ‘Abdūn de Évora (m. 1126), entonaba un lúgubre treno por la caída de los reyes de taifas en general y de los aftasíes en particular.

Este género, el treno -rita o martiya en árabe- ya tiene unas características propias en esta época, tanto desde el punto de vista formal con el uso de anáforas que le asemejan a una letanía, como desde el punto de vista temático con el leitmotiv del ubi sunt o dónde fueron los pueblos y grandes hombres que vivieron en el pasado y luego desaparecieron. El treno de Ibn ‘Abbūn ofrece todas estas características, pero la enumeración de personajes de la antigüedad que desaparecieron como lo habían hecho los reyes de taifas le convierte en una especie de enciclopedia erudita en verso. El mejor elogio fúnebre de la época dorada de los reinos de taifas lo realizó otro contemporáneo de Ibn ‘Abdūn y originario de las tierras del occidente de al-Andalus: Ibn Bassām de Santarén, al escribir una antología crítica de la literatura que se había producido en el siglo de oro de al-Andalus: el siglo de las taifas.





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