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ArribaAbajoEmilio Prados: antología final, recopilación de su obra poética en el manuscrito inédito de la Selección 1959

Francisco Chica. Málaga



Poesía y conciencia de destierro

Cuando Emilio Prados sale de España en enero de 1939 dejaba tras sí una larga historia de silencios e incomprensiones que habían afectado seriamente a su imagen de escritor. El éxito circunstancial de su poesía de guerra no puede hacernos olvidar el prematuro aislamiento que sufre su obra en el seno de la generación literaria a la que pertenece. Por su peculiar manera de entender la escritura poética y por su propio carácter personal (en el que se evidencia un fuerte conflicto de incomunicación marcado siempre por el problema amoroso), Prados se nos presenta de hecho como una figura que adquiere la condición de exiliado mucho antes de que tenga que enfrentarse con el destierro físico558. Digámoslo claramente: Prados plantea pronto en su obra cuestiones humanas y de pensamiento que exceden la preceptiva oficial, esencialmente formalista, recomendada por Gerardo Diego en el Prólogo a su Antología del año 32. En ese sentido no es casual que se niegue a formar parte de la misma (sabemos que figura allí contra su voluntad), o a colaborar en actos públicos que fijan una idea de grupo -y de escritura por tanto- con la que no se siente conforme. Un desacuerdo que si el poeta prefiere en parte guardar en silencio, aflora claramente en las declaraciones de sus últimos años. En carta a Sanchis-Banús (1 3-X-1 958) habla del aislamiento que sentía con los de su generación: «Realmente no me entendía con ellos. En el sentido afectivo sí, pero tampoco siempre, ni con todos, ésa es la verdad»559. Las consecuencias de la reserva que manifiesta   —296→   son realmente trágicas para su poesía. Aunque Prados es uno de los autores con mayor producción literaria en esos años, la mayor parte de ella permanece inédita.

Tal como queda en el momento de abandonar el país, su obra apenas es una sombra de la importante labor creadora que había desarrollado a lo largo de dos décadas. De los casi veinticinco libros escritos entre 1918 y 1938, sólo llegan a publicarse seis, y éstos no siempre de forma completa. Recluido en Málaga a partir de 1926, su apartamiento voluntario lo coloca al margen del mundo literario en los años decisivos en que determinados miembros de su generación consagran la línea de escritura que pronto logrará imponerse como poética central del 27. Pero su aislamiento es sólo aparente, y constituye más una forma de rebeldía frente al grupo que un espontáneo mutismo. Sobre todo si tenemos en cuenta que es el periodo en que alterna la labor editora en Litoral con su interés por el surrealismo y con la escritura de obras en las que funde, de manera muy personal, elementos del pensamiento griego, con otros provenientes del romanticismo y de las vanguardias europeas. Inéditos y desconocidos en su momento por el público, libros como El misterio del agua, Cuerpo perseguido o Andando, andando por el mundo (escritos entre 1926 y 1935) merecen figurar entre lo más innovador de la poesía española del momento.

Atento al desarrollo de la actualidad española y europea, pero alejado de las celebraciones literarias de su generación (el homenaje a Góngora entre ellas), su figura queda pronto relegada al apartado de poetas menores, tal como fue establecido por la propia crítica del 27, y convertido después en etiqueta mecánica e inamovible. Instalado en México, conquistada su propia soledad y lejos por tanto de imposiciones externas, Prados hará de la idea de exilio, entendido como manifestación de lo radicalmente humano, el punto culminante que otorga sentido a toda su poesía. Su extensa y personalísima obra final ahonda en el compromiso ético que había venido mostrando, para dar lugar a una mística que eleva la imagen del hombre a la más absoluta trascendencia.

En cualquier caso, lo que nos interesa resaltar aquí es que el escritor fue consciente de la mutilación que había sufrido su poesía, advirtiendo ya en España la necesidad de ofrecer al lector una imagen coherente de la misma. El primer intento de reorganizar su obra es el que lleva a cabo en 1938, año en que prepara el manuscrito de Poesía, una selección antológica de todo lo escrito hasta esa fecha. El libro,   —297→   que iba a ser presentado en la Exposición Internacional de Nueva York, nunca vería la luz. Manuel Altolaguirre, encargado de su edición en la imprenta del Monasterio de Montserrat en Barcelona, explica así las circunstancias que impidieron su salida: «su libro grande, con toda su labor poética, un libro de 1.000 páginas, estaba ya compuesto (...), pero cuando debía imprimirse, me tuve que marchar, no me dejaron tiempo»560. El lamentable extravío de este importante manuscrito nos impide conocer el criterio con que el poeta reordena su obra, en un momento decisivo en que su pensamiento establece una seria reflexión crítica sobre los resultados de la guerra, y en que evoluciona claramente hacia el profundo espiritualismo que servirá de base a su obra del exilio. Recordemos que es precisamente en la Barcelona de 1938 cuando Prados, en el círculo de Hora de España, tiene oportunidad de escuchar a Machado («¡aprendí tanto de él!», dirá años después) y, sobre todo, de acercarse íntimamente al mundo de María Zambrano, al que le unen tantas afinidades de pensamiento.

Ya en México, el escritor trata de ofrecer una visión conjunta de su obra en varias ocasiones. La primera de ellas en Memoria del olvido (Séneca, 1940), un libro circunstancial que si recoge muy parcialmente la obra española, tiene el interés de dar a conocer el texto íntegro de Cuerpo perseguido, sin duda una de las obras centrales de su generación. Mucho más completa y cuidada es la selección que lleva a cabo en la Antología (1923-1953), publicada por Losada en 1954561 y núcleo inicial de lo que será la Selección 1959. En el volumen se advierte ya de forma muy palpable una toma de postura con respecto a la imagen pública que quiere ofrecer del conjunto de su obra, reflejo de su evolución personal y del cambio de rumbo que ha ido tomando su escritura. Frente a la eliminación de casi toda su poesía de guerra (y también, no lo olvidemos, de gran parte de la escrita bajo la influencia directa del surrealismo), resulta sintomática la importancia que otorga al periodo que va de 1923 a 1928, y sobre todo a la obra realizada en México hasta ese momento. Prácticamente, encontramos aquí ya el mismo criterio que seis años después aplicará en su último y definitivo intento de fijar el texto final de su obra.

Entretanto citemos también la breve selección (unos 20 poemas) que hace en   —298→   1958 para la antología que preparaba Camilo José Cela en esas fechas, y que iba a aparecer en Papeles de Son Armadans con el título de La generación del 27. Nueva Antología a distancia. Aunque el libro no llega a publicarse, conocemos los pormenores de lo que hubiera sido la participación de Prados (que incluía los poemas, acompañados de nota biográfica y bibliográfica, declaración estética y foto del autor) gracias a las Cartas entre Emilio Prados y Camilo José Cela, editadas recientemente por Antonio Carreira (El Extramundi y los Papeles de Iria Flavia, V, primavera de 1996).




Hacia la Obra Total: La Selección de 1959

En los últimos años de su vida, Prados decide poner en orden su labor e inicia la recopilación de lo que él llama Libro Completo u Obra Total. Sin duda le sirvieron de estímulo los trabajos que sobre su poesía realizaban entonces Blanco Aguinaga y Sanchis-Banús, pero igualmente el interés que mostraban por la misma su estrecho círculo de amigos mexicanos y españoles (Jomí Garcia Ascot, Ramón Xirau, María Zambrano, C. J. Cela, Fernández Canivell, José Luis Cano, entre otros)562

. Sigue también el ejemplo de Altolaguirre, que en 1958 comienza a preparar el texto de sus Poesías completas, y de Cernuda, que ese mismo año publica en México la tercera edición, corregida y aumentada, de La realidad y el deseo. Trabaja, pues, con ahínco en la elaboración del manuscrito que titula Selección 1959, pero la urgente necesidad de proseguir la labor creadora, espoleada por una conciencia febril en los últimos años y por la enfermedad que va minando su salud, hace que su intento sufra continuas interrupciones. Aunque el poeta da por terminada su labor a finales de 1959 (hace en esa fecha tres copias del manuscrito, que envía a su hermano Miguel, a Sanchis-Banús, regalando la tercera a Francisco Sala, su hijo adoptivo563), lo cierto es que va a seguir introduciendo modificaciones y nuevos textos hasta poco antes de morir.

Revisando en 1991 los papeles que Prados dejó en México, pudimos localizar varios documentos relacionados con la Selección. Fundamentalmente, dos manuscritos con materiales de la misma: por un lado la copia que regaló a Francisco Sala (que llamaremos manuscrito nº l), y por otro, un segundo volumen en el que continúa la labor iniciada en aquella (manuscrito nº 2).

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Procedemos a la descripción de estos documentos, para hacer a continuación una valoración del contenido de los mismos.




A. Manuscrito nº 1

Descripción: 212 folios de papel blanco numerados por el autor a mano (del 1 al 210). El tamaño del manuscrito es de 30x22 centímetros. A modo de encuadernación los folios están insertos a presión dentro de unas pastas duras plastificadas en negro. En portada lleva una etiqueta blanca con greca azul, de las usadas en libros de cuentas. En ella puede leerse lo siguiente con letra manuscrita del autor: «Tiempo-Vuelta-El misterio del agua-Memoria de poesía-Cuerpo perseguido». Las guardas son de papel crema, y las páginas de cortesía de cartulina de ese mismo color. En contraportada, escrito a mano, figura el siguiente título: Selección 1959 de la Poesía de Emilio Prados. México 19 de octubre 1959. En la página 2 repite: Obra Poética. E. Prados. México 1959. Sigue una advertencia: «Las notas que van en este manuscrito son para aclaración y no para publicación». En la página 4 figura la siguiente nota introductoria: «Esta selección de mis poesías hecha en México en el año 1959, es la que deseo que represente la totalidad de mi obra. Así es que la exclusión en ella de algunos libros o de partes de algunos otros, no es involuntaria y ruego que sea respetada». Firma del autor.

Aparece después un índice General de la Obra, para dar paso al texto de la Selección. Abarca los cinco libros citados, sus índices respectivos e instrucciones en cada uno de ellos para la edición. Las anotaciones aclaratorias están escritas a máquina. Los títulos y los textos de los poemas figuran en tipografía de máquina, y en otras ocasiones reproducen los textos impresos (recortados y pegados sobre la página) de libros ya editados. En la biblioteca del escritor pudimos ver bastantes de sus libros con páginas recortadas a este fin. La numeración de los distintos apartados y poemas está hecha a mano por el autor, al igual que alguna pequeña corrección en los mismos (pp. 9, 26, 30, 52, 53, 80, 83, 96, 100, 114, 138, 143, 144, 145). En la página 145 las correcciones están hechas a pluma, pero se entreven otras a lápiz, que no parecen definitivas.




B. Manuscrito nº 2

Descripción: Se trata en realidad de una remodelación del libro Mínima muerte, hecha sobre un ejemplar de la edición publicada en la colección Tezontle (FCE). Al nombre del libro se le añade ahora el subtítulo «(Trinidad de la rosa). Poema (1939-1940)». En primera página se lee: «Ejemplar destinado a la Selección 1959 de mis poesías. E. Prados», y en la siguiente: «La primera edición de este libro se componía de dos partes. La primera de ellas fue incorporada más tarde al poema «Jardín cerrado» quedando ahora este libro (en unidad de poema) limitado a las páginas   —300→   que siguen». Prescinde pues de las primeras doce páginas del libro, que están cortadas. En varias ocasiones aparecen poemas recortados y pegados en la página. La versión original sufre así un importante cambio que afecta a la primera y última parte de la obra, tal como queda de manifiesto en el índice final. Las anotaciones están escritas a mano, y la paginación de imprenta está tachada.




C. Otros materiales

A estos dos manuscritos hay que añadir el hallazgo en su biblioteca de otros libros del autor (Circuncisión del sueño, Río natural y La sombra abierta), en cuya portada figura la anotación «Para la Selección 1959». Sobre ellos pensaba trabajar con vistas a la misma, pero no están anotados, de manera que no podemos deducir nada al respecto. Sólo en la primera página de La sombra abierta se nos hace saber que se debe mantener tal como ha sido editado, o sea, recogiendo los materiales de Penumbras II y Penumbras III.




Valoración y conclusiones

Según se deduce de estos documentos, el poeta trabajó denodadamente en un proyecto que dejaba al morir prácticamente acabado (veremos por qué), y al que otorga suma importancia. Las palabras que dirige a Sanchis-Banús no dejan lugar a dudas: «La Selección hecha por mí, en este año 1959, y que permanece inédita, es el único libro completo que yo estimo y reconozco» (c. 51). A pesar del valor objetivo de esta antología, el hecho de que quedara sin publicar, y el olvido casi generalizado en que cayó su obra mexicana, ha hecho que la crítica no haya prestado al libro la atención que merece564. El rigor con que lo elabora y el cuidado que puso en él, demuestran que lo consideraba un instrumento imprescindible para el enjuiciamiento futuro de su poesía. Estamos ante un Prados de madurez que remodela su obra y ata los cabos de su intuición poética, instalado en un territorio de intereses intelectuales muy amplios en el que poesía y filosofía avanzan de la mano. Por otra parte, sus minuciosas instrucciones para la imprenta (que por su extensión quedan fuera de este trabajo), nos muestran a un poeta que vuelca aquí todo su conocimiento acumulado de editor, y que quiere ofrecer no sólo una imagen cohesionada de su labor creadora, sino también un libro emblemático que aspira a ser signo, ético y estético, del gran Poema único que es toda su obra565. Viendo sus ediciones   —301→   de Litoral o Séneca, podemos imaginar cómo hubiera sido la materialización final del proyecto.

Tal como aparece en el Índice General, la Selección abarca 17 libros, en los que se consigna la fecha de composición, agrupados de la siguiente manera:




(Escritos en España):

I. 1. Tiempo (1923-1925). 2. Vuelta (1925-1926). 3. El misterio del agua (1926-1927). 4. Memoria de poesía (1926-1927). 5. Cuerpo perseguido (1927-1928).

II. 1. La voz cautiva (1933-1934). 2. Andando, andando por el mundo (1934-1935). 3. Llanto en la sangre (193 6-1938).




(Escritos en México)

III. 1. Penumbras (1939-1941). 2. Mínima muerte (1939-1940). 3. Jardín cerrado (1941-1945).

IV. 1. Río natural (1950-1953). 2. Circuncisión del sueño (1955-1956). 3. Sonoro enigma (1956-1957). 4. La sombra abierta (la primera parte de este libro fue escrita en 1947-1950, y la segunda en 1954-1955).

V. 1. La piedra escrita (1958-1960). 2. Signos del ser (1960- 1961).

De todos ellos sólo se nos ofrece, en los manuscritos que nosotros presentamos, la selección completa de 7 libros (I, III. 2, y IV. 4), lo que no quiere decir que Prados se parara aquí. Se trata sólo de una documentación parcial, a la que hay que añadir la gran cantidad de datos que sobre la Selección da el escritor en las carpetas de papeles inéditos que dejó al morir y en la correspondencia que mantiene con Sanchis-Banús, En efecto, tal como hizo ver Blanco Aguinaga, entre los Papeles del poeta quedaban bastantes documentos que permiten seguir el largo proceso de elaboración que sufrió el libro566.

De excepcional importancia son también las referencias que aparecen en las cartas a Sanchis-Banús, que ya conocemos en su integridad. Escritas en los años en que trabaja sobre el manuscrito, responde en ellas a preguntas precisas del crítico y de ahí su relevancia. ¿Cómo concebía Prados, a raíz de lo que dice en esa correspondencia, sus Obras Completas?

Opta claramente por un libro de carácter antológico. Una selección rigurosa «de toda mi obra, editada e inédita», carta 54), que recogiera lo único que me interesa publicar» (carta 26). Salvaba así las irregularidades que había sufrido su poesía en el curso de su publicación, a la vez que ofrecía una lectura coherente de la misma de acuerdo con sus criterios últimos. Lo que se trata de resaltar es la intención unitaria   —302→   y totalizadora que preside su obra. Prados toma las riendas de la misma e insiste ahora en un aspecto que si había estado presente en toda ella, se manifiesta sobre todo en su última etapa: la visión trascendente y mística de la materia y de la experiencia humana. Éste es el eje que da sentido a toda su producción, en correspondencia con el nuevo espíritu que anima su trabajo final (lo que él llama mi nuevo nacimiento, carta 14). Parcelas importantes de su poesía (erotismo perturbador, referencias políticas, gnosticismo, enfrentamiento dual entre espíritu y materia, etcétera) quedan supeditadas ahora a la unidad central de significado («vivir para ver», carta 29) que asigna al conjunto de su producción. Todo han sido (como percibe acertadamente Sanchis-Banús a propósito de Tiempo -carta 3- y como evidencia la Selección), esbozos parciales para ese «gran lienzo» espiritual que es el conjunto de su obra. La expresión apunta de paso a una clave fundamental de la poesía de Prados: su vocación pictórica y, en general, la íntima relación que escritura y pintura tienen en él567. Lejos de una antología al uso, la idea de Libro de libros, tal como aparece expresada en La piedra escrita (el poema que escribe en 1958), se imponía finalmente sobre cualquier otra definición.

El estricto criterio selectivo que el escritor aplica a su obra, y la noticia de que está rompiendo materiales anteriores, alarman a Sanchis-Banús, quien se ve obligado a advertirle que su poesía es patrimonio de todos. Según dice el poeta, su recuento trata de ofrecer valores que, «limpios ya», sean «gérmenes de lo verdadero». Es el texto bíblico el que aparece como fondo de «la verdad» que quiere entregar. «Si lo que escribo -continúa- debe pertenecer a los demás (...), no es cosa de darles lo que no apetezco para mí, a mis hermanos» (cartas 36-37-38)568.

La criba que lleva a cabo en la Selección 1959, recae principalmente sobre los bloques I, II y III del Índice General (de este último sólo excluye poemas de los dos primeros libros, Penumbras y Mínima muerte). Afecta, pues, al periodo que va de 1923 a 1940, o sea al periodo español. Los libros que sufren más modificaciones en cuanto a la exclusión/inclusión de un buen número de poemas y al orden de colocación   —303→   (también con respecto a la Antología de Losada) son Tiempo (que engloba ahora textos del original y de País), Vuelta, El misterio del agua (que da a conocer completo) y Memoria de poesía. Por lo que respecta a Cuerpo perseguido, se edita tal como aparece en la Antología de Losada569.

Más dudas ofrece la etapa que cubre la década de 1930. El libro La voz cautiva queda representado sólo con seis poemas (carta 55). Dos de ellos debían ser los que incluye en la Antología de Losada, pero ignoramos cuáles serían los demás. Igual sucede con Andando, andando por el mundo, del que selecciona doce poemas, cuatro de ellos presentes en esa Antología. En cuanto a su poesía de guerra la incertidumbre es mayor. Bajo el título de Llanto en la sangre engloba una selección procedente de ese libro, de Cancionero menor para combatientes y del manuscrito inédito de Destino fiel, aunque nos deja sin saber el número de poemas y cuáles serían570. A partir de aquí el asunto se aclara mucho más. Los veinticinco textos de Penumbras son los mismos que se recogen en las Poesías Completas del autor y Mínima muerte se ajusta a la versión que llegó a nuestras manos y que hemos descrito anteriormente (Manuscrito 2). El resto de los libros se incluyen en su totalidad y tal como han sido publicados (carta 54), lo que habría que hacer extensible también al titulo póstumo Cita sin límites.

Tal como queda expuesto, y salvando las conjeturas que el propio Prados mantuvo hasta el final en torno al periodo en que su poesía se comprometió más con las circunstancias externas, estamos en condiciones de reconstruir la Selección 1959. Un recorrido completo por toda su obra, a la que el escritor restituía ahora el sentido profundo que en todo momento quiso tener: el de una ética hecha responsabilidad para con el prójimo. Es necesario que se cumpla la voluntad del poeta y que este libro, en el que se desprende de toda imagen que no vaya en esa dirección, vea la luz en la forma en que él quiso. Pero eso no debe suponer ningún obstáculo al derecho que asiste al lector de conocer una producción que desborda con mucho   —304→   los límites de esta antología. Si algo caracteriza a la poesía de Prados es el carácter abierto y arriesgado de su búsqueda, su permanente antagonismo, el continuo afán de trascenderse y transmutarse en los múltiples y contradictorios aspectos humanos que presenta.

Así lo entendieron Blanco Aguinaga y Carreira al abordar la paciente labor que suponía recoger, tras la muerte del autor, el enorme material acumulado en las Poesías Completas (1975). Un trabajo, justo es reconocerlo, que salvaba al grueso de su obra literaria del peligro de pérdida y dispersión571. Concebidas desde planteamientos distintos, Poesías completas y Selección venían a confluir en un diálogo complementario (perspectivas del crítico y del poeta) que enriquece su obra y que muestra las distintas, y con frecuencia opuestas, caras de su escritura. Quedan todavía bastantes materiales del poeta por descubrir y estudiar, pero no cabe duda de que, en el conjunto de su obra, la Selección 1959 constituye un punto de referencia central e imprescindible.





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ArribaAbajoPoesía y dolor del exilio

Jorge Domingo. Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana


España: año 1936. Resulta suficiente la conjugación del país y de la fecha para indicar un hecho atroz: el inicio de la guerra civil, de una lucha fratricida, con participación foránea, que hubo de prolongarse tres años y dejar una estela imborrable de muerte y destrucción. Aún hoy las heridas no han cicatrizado por completo, las mutuas acusaciones continúan y del pasado nos llega el estruendo de las batallas. Junto a él también nos llegan voces que el tiempo ha preservado como un testimonio indeleble. Vale la pena volver a escucharlas y recordar un exilio que dejó valiosos frutos entre nosotros.

Tras los primeros combates se inició un éxodo que fue cobrando fuerza en todo el territorio español. Bajo la condición de refugiados o de asilados, muchos huían de la contienda en busca de resguardo seguro y muy pronto comenzaron a llegar a Cuba estos emigrantes forzados. Desde el punto de vista estrictamente demográfico, ese acontecimiento no era más que la continuación de un flujo humano procedente de España que se había iniciado décadas atrás y un incremento de la considerable colonia hispana asentada en la isla. Sin embargo, a diferencia de los anteriores, cada uno de estos recién llegados era testigo de la tragedia que enlutaba a todo un pueblo. El ímpetu y la voluntariedad de los que venían a «hacer la América», en ellos se trocaban en angustia, preocupación constante e incertidumbre. El cuerpo se hallaba en Cuba, pero el pensamiento estaba fijo en España. Allá era donde se libraban las batallas que decidirían sus destinos.

El tiempo transcurrió, concluyó la guerra y los vencedores dictaron leyes implacables. Otros inmigrantes españoles desembarcaron en nuestros puertos. Traían los puños cerrados, el sabor de la derrota y la impotencia en el pecho. Aquí, soñando con el retorno, vieron desfilar los días y echaron raíces. En un proceso paulatino se fueron integrando al pueblo cubano y algunos quedaron para siempre en nuestro suelo.

De todo ese conjunto de exiliados españoles, en el que no faltaron intelectuales de muy elevada significación, nos interesa destacar a varios poetas que se hicieron   —306→   eco del lamento de los vencidos y publicaron en tierra cubana poemas con dicha impronta. Sus voces encontraron espacio entre nosotros para expresarse y no estuvieron ausentes fibras de sensibilidad para solidarizarse con tamaña tragedia. Como resultado de tal actitud ocurrió entonces una asimilación de estas obras a la literatura cubana. Quizás con dicha apropiación quedó demostrado nuestro más decisivo reconocimiento.

Queremos encabezar la relación con el poeta malagueño Manuel Altolaguirre. Por su respaldo a la causa republicana, se vio obligado a marcharse de España ante el avance definitivo de las tropas franquistas. En 1939 llega a La Habana y establece una pequeña imprenta llamada La Verónica, donde ha de imprimir, además de valiosos textos de autores cubanos, su libro de poemas Nube temporal. Dividido en dos partes, este pequeño cuaderno agrupa en sus inicios las composiciones motivadas por la guerra española. En un tono mesurado, con la serena expresión de quien demuestra haber apurado hasta las heces una experiencia terrible, Altolaguirre nos ofrece un rápida mirada a la destrucción material y espiritual causada por la contienda. Su verso, de angustia concentrada, da fe de una realidad implacable que se hace más llamativa aún por medio de la reiteración de vocablos cargados de pesar, opuestos a otros de más nobles significados. El grito de dolor subyace bajo el discurso y se diluye el testimonio personal en la visión de conjunto. Dentro de esta línea conceptual sobresale su poema «Campo arrasado por la guerra»:


¿Dónde están los recuerdos si has quedado
como un desierto olvido, tú que eras
vergel o bosque, campo de batalla?
Si hay ojos que te vieron, que guardaron
la imagen de tu muerte y tu ruina,
derramen su memoria en tus arenas:
sangre, metal y fuego confundidos.
Escenario de muerte condenado
a no gozar futuras primaveras
al menos reproduce la agonía
de tanta juventud sacrificada.
Infantes y jinetes corredores
como nubes de sangre mal heridas,
entre el cielo y la tierra se dividen
para que brille el sol de la victoria.
Y ya no están. La luz que defendieron
apenas si ilumina los rescoldos
de un temporal, eterno, destruido.
Muerte, olvido de muerte, sin un árbol,
desierta la llanura, claro el cielo,
el sol sin hijos luce como el llanto
y el pecho de la tierra no respira.
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Memoria: labra en aire las figuras
de los enardecidos combatientes
y las antiguas frondas sean rivales
de este recuerdo en tan desierto olvido572.



Paisaje desolado por la muerte éste que nos ofrece Altolaguirre, y no podía ser otra su visión. Los hechos, al imponer una interpretación luctuosa de la realidad, hacen que el tono elegíaco prevalezca. Así lo comprendió también el poeta y narrador asturiano Luis Amado Blanco, quien, a pesar de haber logrado abandonar España pocos meses después de iniciarse el conflicto militar, pudo ver el desbordamiento de los instintos criminales. El asesinato de García Lorca lo conmovió hasta el punto de dedicarle por entero un canto de homenaje cargado de admiración: Poema desesperado (A la muerte de Federico García Lorca) (1937). Como si quisiera rescatar del abismo una figura inigualable, su verso se expande y su dolor se libera. El lamento recorre de un extremo a otro esta composición, que incorpora como puntos referenciales distintos recursos lorquianos. Pero su elegía no se detiene ante la presencia de este poeta mayor, sino que transciende hasta abarcar la tragedia de todo el país. Como demostración puede ofrecerse este fragmento:


¡Ay España, la patria de los cielos de piedra!
¡Ay España, la patria de raíces de cobre!
España, tierra dura, tendida de picachos,
de nieves en lo hondo y de carbón en el cielo.
España, toro bravo de embestida directa,
cuernos de inquisición, capa de Cristo,
espadas de agua y banderillas de cera virgen,
en el ruedo mojado por el llanto
del último árabe que se volvió al Estrecho.
¡España! España.
       ¡Quién te viera! ¡Quién te viera,
       mi flor, como yo te vi!
       ¡Ay, que para verte tengo
       que pensar en lo que fui!573



En ese «¡ay!», en ese grito desgarrado de dolor, va también la exclamación de todo un pueblo en agonía, es decir, para recordar a Unamuno, en lucha desesperada y constante. Su lamentación no hace más que repetir, años después, el verso patriótico de otro poeta desterrado, nuestro José María Heredia: «las palmas, ¡ay!, las palmas deliciosas». La flor ha sido barrida por el huracán de la guerra y el toro embiste sin piedad.

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Pocos años más tarde, en 1942, el fallecimiento de su madre en Asturias inspira a Luis Amado Blanco a escribir otra elegía que tituló Claustro y dividió en cuatro partes. Si bien en esta oportunidad se imponen el amor filial, el recuerdo de los seres queridos que dejó al partir de su tierra y las evocaciones que intentan reconstruir un mundo ya distante, hay espacio para expresar el sufrimiento del exilio y la quiebra interior de un hombre que se sabe integrante de un destino común. También en el poema está presente el concepto de que la guerra ha llegado no sólo para destruir e implantar la muerte, sino además para deponer un orden familiar que se consideró inmutable:



Todo debiera estar allí: la mano, el hijo,
fresco rocío de la noche pura,
la caricia amansada de milagros,
el corazón de miel sobre la mesa.

Todo debiera estar, Hasta yo mismo
erguido, fuerte, sin temblor, pensando,
hasta dormir el sueño de mi vida,
hasta dormir, dormido en la esperanza.

El buen amigo aquel de pan y leche,
silabario de sumas y de amores,
la puerta que entornamos
para que entrara, cauto, aquel lucero.

La pradería, el gallo, el precipicio,
el perro melancólico y profundo,
la canción enredada de cortejos,
el libro, por la espera desvelado.

Todo debiera estar y no está nada...
¡Seguid, no preguntéis! Vuestra alegría
debe ignorar la dicha de lo amargo,
el volver hacia atrás cuentas y glorias
¡madre mía, tu rezo por mis venas!

Y después de la enumeración de recuerdos y la referencia a la caricia materna que irremediablemente ha perdido, el poeta declara su decisión de no regresar sobre sus pasos, pues le será imposible ya recuperar un universo destruido:



¡No volveré! Seré desde este instante,
fruto de esta pasión ya sin reflejos,
agarrado al crucero de mí mismo,
agitando el acero de mis posos.

Nadie parió el pecado. Fue la furia;
aquella brisa que se alzó del miedo;
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el sol, vendido en el mercado lóbrego,
de los avaros por la encrucijada.

¡No volveré! Dejad que en tanto piense
y escarbe en el aroma, levantando
este dolor de ser orilla quieta
hacia el mar, un segundo inolvidable.
       ¡No volveré!
       Aroma que lleva el aire,
       Madre,
       ¡aroma que ya se fue!
       ¡No volveré!574

Este verso enfático se identifica con la posterior interrogante y respuesta que ofrece en el poema titulado «Peregrino», perteneciente al libro Desolación de la quimera, otro poeta español del exilio, Luis Cernuda:



¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
Sino seguir libre adelante575.

Son dos modos diferentes de expresar la posición de un sector del exilio que reconoce la imposibilidad del retorno, pues los puentes para volver atrás fueron dinamitados. Muy distinta es, sin embargo, la actitud del poeta y dramaturgo gallego Ángel Lázaro. Sus esperanzas están depositadas en el regreso y en la superación de esa obra de violencia y terror. Ha conocido el estruendo de los combates y ahora percibe el amargo pan del desterrado, pero mantiene en alto su fe en el futuro. Al poco tiempo de arribar a La Habana publica Cancionero español (1937) con el fin de manifestar su admiración hacia la causa republicana. Con posterioridad, en 1941, da a conocer el libro de versos Sangre de España. Elegía de un pueblo, donde el sufrimiento por el fracaso no se transforma en desaliento definitivo. Prueba de ello es su poema «Yo bien sé»:


Yo bien sé que ahora soy igual que un muerto,
miradme bien: un muerto.
Un muerto, sí, pero muy dentro fluye
una música que sólo yo percibo,
—310→
y un día se alzará... Serán mis ojos
otra vez los de ayer cuando el paisaje
-su luz pura- los llene nuevamente.
Oh, música dormida,
patria dormida, corazón de luto,
qué día aquel el que levante el vilo
la losa que te cubre... Mientras tanto,
dejad al muerto, respetad al muerto,
su silencio, su ausencia... Todos somos,
españoles hermanos,
muertos que esperan esa luz de un día,
escuchando en sí mismos el mañana576.

El poeta tiene total conciencia de su situación y se sabe un hombre a la deriva, una rama desgajada del tronco nutricio o, para decirlo con sus palabras, alguien «igual que un muerto»; pero aún posee en su interior las fuerzas necesarias para anhelar un mañana que lo redima. Ante la desolación que le ofrece el pasado, busca fortaleza en sí mismo, donde se halla la reserva espiritual que habrá de salvarlo. Esa tenaz esperanza se refleja con mayor intensidad todavía en el poema «Terremotos de pueblos», cuya simple estructura no logra disminuir el patetismo que encierra su mensaje:



Terremotos de pueblos,
sangre dispersa por la dinamita,
aullidos de barbarie...
Yo volveré a buscar la margarita.

Renunciad. No hay mañana.
Por siempre vuestra vida está proscrita.
Lo que fue ya no existe.
Yo volveré a buscar la margarita.

El pastor habrá muerto;
sobre el alcor ya no estará la ermita.
Ruina y escombro, luto, soledades...
Yo volveré a buscar la margarita.

Lo sé: regueros de odios,
charcas negras, osarios... Mas, la cita
está en mi corazón a vida o muerte:
¡Yo volveré a buscar la margarita!577

La voluntad inalterable del sujeto lírico, por encima de todos los obstáculos, queda expresada en forma de reiteración. Mas no hay lugar para el autoengaño:   —311→   aunque se persevera en la búsqueda de una flor transcurrida, reina el convencimiento de que «lo que fue ya no existe».

A diferencia de Ángel Lázaro, la poetisa madrileña Concha Méndez deposita menos seguridad en el futuro. Llegada a Cuba con su esposo, Manuel Altolaguirre, publica en el mismo año de 1939 el libro de poemas titulado Lluvias enlazadas. Sus versos manifiestan una sobria emoción y un cúmulo de sensaciones atenuadas. Más que latente deseo de vivir, su poesía demuestra laxitud, abandono, desgana. La experiencia sufrida y el saberse miembro de una legión errante de vencidos bien pueden justificar esa actitud, que viene a ser una de las más comunes formas de expresar la derrota. No es necesario hacer alardes de dolor y de lamentación:


Silencio.
De piedra siento el silencio
sobre mi cuerpo y mi alma.
No sé qué hacer bajo el peso
de esta losa.
Tendida estoy a la noche
-árbol de sombra sin ramas-.
Parece el tiempo dormido.
Parece que no soy yo
quien está a solas conmigo.
Tan segura voy que voy
perdida en todos los rumbos.
Ni brújula ni timón:
perdida por lo absoluto.
Y perdida llegaré
a los confines del mundo.

Pero Concha Méndez no se abandona en brazos del derrotismo y al menos reserva un destello de esperanza para los versos finales:


La noche negra no es negra
cuando se lleva una luz
más fuerte que las tinieblas578.

Mayor es el grado de escepticismo que asume el zaragozano José Luis Galbe en su poema «Canción del vencido», escrito en 1940, al llegar a nuestro suelo, y publicado años después en el libro El del espejo. No se depositan ilusiones en el regreso, nada se espera de la realidad y del presente, nada se ambiciona. La soledad es completa y el desarraigo palpable. El vacío del exiliado encuentra aquí su expresión más concentrada:

  —312→  

¿Qué temes?
No temo nada,
ni la vida negra, ni la muerte blanca.

¿Qué quieres?
No quiero nada,
quisiera un silencio color de malva.

¿Qué piensas?
No pienso en nada...
En una calleja por donde pasaba...

¿Qué esperas?
No espero nada...
Que se abra una puerta... que llegue una carta...

¡Piensa! ¡Quiere! ¡Espera!
Todas las mañanas,
con sol o con lluvia, los pájaros cantan579.

Las interrogantes no encuentran una respuesta esperanzadora. Nada tiene sentido. El golpe recibido, junto con la derrota, ha cerrado todas las puertas y el hastío se impone. Mientras, como en el verso memorable de Juan Ramón Jiménez, los pájaros continúan cantando para señalar la indiferencia del mundo ante el dolor del vencido y el inalterable transcurso del tiempo.

Más moderado es el sufrimiento que vierte el valenciano Bernardo Clariana en su valioso libro Ardiente desnacer todo un resumen lírico de sus experiencias en España como joven soldado de la República y, a continuación, en el destierro. El intenso sentir se concentra en versos de cuidadosa elaboración donde resuena el eco nerudiano de Residencia en la tierra. Sin embargo, la voz no es prestada y menos aún el universo en ruinas que nos revela. Las evocaciones del hogar coinciden en sus páginas con el paisaje de los campos de batalla, el amor de los adolescentes y la huella de hechos violentos que no podrán ser nunca olvidados. En ese concierto sobresale un verso de fuerza conmovedora -«Sólo queda el amor como una patria»- y el poema «Cercada soledad», al que pertenecen estos fragmentos:



Lamentable es el hombre sometido a destierro
si no es igual la rosa que ven los mismos ojos
ni la voz se entrecorta ante entrañables nombres.
Únicas son las lágrimas que anegan sus pupilas.

Solitario conduce el pastor sus rebaños
y las puertas se cierran a las nocturnas sombras.
Así pasea el hombre su soledad terrestre
—313→
Conduciendo sus penas por los llanos del pecho.

Palmas cual tierra muestra, ojos como lagunas
señales son purísimas de su común estirpe;
no niega sus raíces ni el aire compartido
que como espacio ramas posible su voz hace.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
No pueden las banderas sustituir la luz,
las estrellas no logran mirar como unos ojos
ni el grito de las gentes valer por ese nombre
que los seres profieren en medio del delirio.

Hay manos sepultadas cual raíces de cuerpos,
pupilas en lo oscuro llorando inmensamente,
tempranísimo luto por el odio ordenado
que vence una bandera que despliega la sangre.

Decisiva es la lucha que exige nuestro nombre
y golpea las sienes con sombríos mandatos;
enclavado está en ella nuestro gran infortunio
turbando hasta la sangre de su soledad clara.

A pesar de sus muchos motivos, la desesperanza no resulta concluyente para el poeta y conserva un anhelo último de reconstrucción:


Mas volverá la voz a la canción tranquila
y el humano concurso a estimular los campos;
de nuevo las guirnaldas colgarán viejos troncos
y trabará el amor sus disputas más tiernas580.



De igual modo que Bernardo Clariana, el poeta y ensayista alicantino Juan Chabás también ha de cantarle a la soledad, a esa compañera inseparable de todo desterrado. En su libro póstumo Árbol de ti nacido vio la luz el poema «Canto a mi soledad», donde la evocación del pequeño mundo familiar se mezcla con un estado de serena asimilación del drama acontecido. El concepto de patria ha dejado de poseer para el autor un asidero terrenal, una frontera, un paisaje, y se ha convertido en una ensoñación difusa que tiene como punto de partida la conciencia de la usurpación sufrida:



Canto a mi soledad, a este silencio
que me envuelve. Y a este arenal de leguas
que ya no tiene cielo, mar, ni prados,
playa, nube y frontera.
—314→

El mundo es una exacta
geografía concreta
y siento el sitio que sobre él ocupa
mi anhelo de aire y tierra.

Yo sé que día a día me acompañan
con una misma sangre en su bandera
millones y millones de hombres y mujeres
que cruzan el planeta
horadando caminos de futuro
y de paz por la tierra.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pero no es ésta, no es ésta
la compañía que me falta.
Canto mi soledad estrecha,
desesperada frente, mano sola,
palabra sin su luz, que nace muerta,
amante en cartulina, patria en mapa
y casa sin la llave de la puerta.

Canto a mi soledad y a este silencio
en donde sólo suena
la desolada sombra arrodillada
de mi pena.

Mi pequeño país abandonado
al borde de la arena
nace del mar, temblor de luz y espuma,
y por la primavera
florecido de almendros, o al estío
ebrio de zumos moscateles, sueña
navegar como un ala
o hacer del monte esquife y vela
hasta alcanzar la orilla
de donde cazadora desde Grecia
llegó Diana para darle nombre.

Hoy no puedo siquiera
evocar la delicia, el dulce tacto
de un membrillo dorado de mi huerta
ni el sosiego y la sombra
del pino o de la higuera.

Mi casa ya no es mía
con su abrigada paz, su llar paterna;
está en ajenas manos
robada planta y planta y piedra y piedra581.

  —315→  

Y en estos versos finales Chabás coincide con otro poeta «del éxodo y del llanto», León Felipe, quien no dejó de señalar en sus composiciones el robo de que había sido objeto como exiliado por parte del represivo régimen franquista.

Seríamos injustos y parcializados si dejáramos establecidos en estas página que las voces de los poetas españoles asilados estuvieron siempre atadas a la queja y al gemido. También en algunas ocasiones, sin dejar a un lado el dolor del vencido, se alzaron para reclamar de forma viril la necesidad de luchar contra la dictadura. Como ejemplos pueden citarse varios sonetos que integran el cuaderno titulado Gibraltares, perteneciente al extremeño José Álvarez-Santullano. Concebido, de modo general, como una denuncia por la presencia del Reino Unido en un pedazo del territorio español, supera estos límites estrechos para condenar la satrapía de Franco e insuflarle ánimos a los que contra ella luchaban. En no poca medida esto era el reflejo de la impotencia y el desencanto de muchos asilados, quienes veían pasar el tiempo sin que ocurrieran en España los tan ansiados cambios liberadores:




XXII


Todos los Gibraltares carceleros
ha de quebrar el pueblo maniatado;
ese suelo español hoy subastado
redimirán patriotas verdaderos.

De nuevo intelectuales con obreros
revivirán el pacto concertado,
y otro mejor abril, ya señalado,
les ha de reclamar por personeros.

La verdad unitaria deseada,
sobre miseria, sobre duelo y cieno,
está para salvarte preparada.

Álzate, pobre España, tesonera,
que en el umbral está, quieto, sereno,
el libérrimo día que te espera582.

Aguardando ese día luminoso se deslizó la vida de muchos desterrados. Su anhelo quedó flotando como una raída bandera al viento y tan sólo unos pocos conocieron la dicha de retornar a la España liberada del franquismo.

Con el soneto de Álvarez-Santullano cerramos esta breve mirada a la poesía de los españoles exiliados en Cuba. No estuvo su discurso determinado por rencores ni por instintos de venganza, aunque pudiera decirse que se contaba con muy buenos motivos para ello. Por el contrario, se propuso dejar atrás los odios desatados   —316→   durante la contienda e ir en busca de una patria para todos. En aras de la consecución de ese alto objetivo, no se desplazó hacia un plano de consignas partidistas o de tendencias políticas coyunturales, a pesar de las distintas militancias de los autores. Su mensaje intentó ser genérico y abarcador, como un abrazo de bienvenida.

Dentro del concierto de la literatura cubana de la época, la comunicación brindada por esta poesía no constituyó un elemento extraño y sensible a ser marginado, ni perteneciente a la problemática de una comunidad extranjera asentada en la isla. De forma opuesta, se aceptó como una manifestación indispensable y no faltaron autores cubanos que se inspiraran en la tragedia del pueblo español. Este camino ya había sido iniciado por Nicolás Guillén en una fecha tan temprana como 1937, cuando publicó el poema España. Poema en cuatro angustias y una esperanza.

Sin embargo, sí resulta significativo el aporte que en el plano de la expresión poética ofrecieron estos españoles del exilio, aunque este asunto no ha sido abordado con profundidad por los estudiosos de las letras cubanas y transciende los objetivos del presente trabajo. Al menos, consideramos ineludible dejar aquí establecido que, junto al magisterio ejercido durante su estancia en La Habana por Juan Ramón Jiménez, debe ocupar un lugar el reconocimiento a los rumbos expresivos que señalaron algunos autores incluidos en estas páginas.

En cierta ocasión dijo la pensadora malagueña María Zambrano: «Toda poesía, si es verdadera, nos trae la voz de un hombre»583. Sin dejar de ser verdadera, esta poesía personal de los exiliados españoles en Cuba, nos trajo las voces desgarradas de muchos hombres. Fue todo un himno coral que trascendió los límites de la isla para contribuir a que los vencidos de la guerra de España tuvieran derecho a la palabra. También por eso perdura.



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