Els Joglars están montando la película
¡Buen viaje, Excelencia! con producción de Andrés
Vicente Gómez para Lolafilms S.A. La película, con
dirección y guión de Albert Boadella, será
interpretada en sus papeles principales por los actores de Els
Joglars.
Han pasado 27 años de la muerte de Franco, y casi los mismos, desde la agonía y extinción
de un régimen, cuya última etapa, sólo se sostenía alrededor de su presencia, en el sentido más
literal del término.
La distancia que nos separa hoy de dicha extinción, facilita a la generación que sufrimos de
lleno la falta de libertades públicas, una mirada menos vehemente sobre aquel oscuro pasado.
Pero no debemos olvidar que esta misma generación también fuimos la que nos revelamos
incapaces de plantear una actitud lo suficientemente enérgica y eficaz como para precipitar el
final del totalitarismo.
El dictador se tomó todo su tiempo para extinguirse, y posiblemente este complejo haya
gravitado sobre nuestra generación de manera persistente. La forma de paliar tal frustración se
materializa a menudo con una curiosa dualidad; por un lado, una cierta desmesura en la
descripción del grado de perversidad del dictador y su régimen, y del otro, la creación de una
leyenda según la cual fue nuestra generación quien decidió el final del franquismo.
La película se centra esencialmente sobre estos conceptos, aunque tratados con la ironía y el
humor que nos induce la lejanía de los hechos. Para ello presentamos un retrato de Franco
centrado en los dos últimos años de su vida. Un episodio en el que nos encontramos ante un
poder ejercido por un enfermo y senil dictador, cuyo entorno más próximo, no tiene más objetivo
que mantenerlo en vida a toda costa a fin de asegurarse su propia supervivencia. Han pasado los
tiempos de la cruz y la espada y ahora sólo se trata de sobrevivir, aprovechando, como en la
leyenda, un Cid que cabalga medio muerto, pero que sigue atemorizando a sus adversarios debido
a la feroz mitología del pasado.
Los gestos autoritarios son ya un puro automatismo que los adversarios se esfuerzan en
presentar como testimonio de una sofisticada perversidad, para no tener que reconocer una
indiscutible realidad; la de un poder decrépito y un régimen descompuesto que sólo se mantiene
bajo el síndrome de Estocolmo de todo un pueblo.
El interior de El Pardo con sus sórdidos personajes sirve para crear situaciones delirantes
como consecuencia de un entorno temeroso y servil. En este sentido la película cabalga entre la
auténtica realidad, apoyada por una mayoría de hechos comprobados, y determinadas situaciones
que bien pudieran haber acontecido en semejantes circunstancias.
En definitiva, se trata de una historia que huye de cualquier impulso revanchista o del simple
divertimiento. La película pretende aportar una reflexión, no sólo específicamente sobre la
sombra de un caudillo degradado, sino también sobre la miseria mental y la ridiculez que entraña
la decadencia del poder absoluto. En este caso, el humor no es obstáculo para la reflexión, sino
todo lo contrario; contribuye a facilitar una visión distanciada y quizá didáctica de la historia.
Albert Boadella.
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