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Dulce María Loynaz

A Juan Ramón Jiménez, 1937

No sé qué nombre darle y no le doy ninguno: ¿qué es un nombre? Y es preciso que le escriba ya que se hace Ud. tan inaccesible como yo.

Recibí esta tarde la visita de su esposa, la más suave, la más comprensiva de las esposas; le pregunté que cuántos poemas nuestros había Ud. seleccionado y me dijo que todos.

Me siento ligeramente asustada, ya Ud. comprenderá... Yo había mandado tantos versos para que Ud. seleccionara, para facilitarle una selección. ¿Cómo no los vio Ud. así?

Ya casi no me atrevo a sugerir nada sobre los versos míos que según se ve, valen algunas páginas de buena Antología pero no una breve, leve lírica lectura de un solo poema suyo... -¡qué digo!- ni siquiera de una breve, leve hora única en su compañía...

Debo estar muy agradecida a Ud. de todos modos, y lo estoy... No tiene Ud. la culpa de que yo en esto -como en todo- haya hecho malos cálculos.

Y se me olvidaba ya... En uno de mis poemas, "Conjuro", creo que está escrito "hacha herrada" y no es así sino "hacha afilada". Nada más. Su recado lo traspasaré a Enrique lo más pronto posible. Me despido de Ud. deseándole lo que Ud. más desee; estoy muy contenta de saber que el clima de mi país ha sido bueno para Ud.

Dulce María

P.D. El vaso en que Ud. bebió la naranjada, no se lo he dado a beber a nadie más. Tiene un letrero que dice: El día 22 de diciembre de 1936 bebió aquí Juan Ramón Jiménez.

Otro de Flor, el de los pareados alejandrinos, me parece que también ha ido con el final equivocado; cuando la vea le pediré que me diga cómo es, para hacerlo saber a Ud.

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