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Política y religión

Política

Sin fecha. Sobre la ninguna fe que merece el historiador Dunham cuando habla de los comuneros



     [FERRER DEL RÍO, A. (ed.). Decadencia de España. Historia del Levantamiento de las Comunidades de Castilla. 1520-1521. Madrid :1850].



     Al levantamiento de las comunidades da el doctor Dunham tanta importancia que en su historia de España dedica cuarenta páginas al reinado de Carlos V, y veinte y ocho de ellas ocupa la relación de aquellas alteraciones. En esta parte vale poquísimo su historia, y da muestras de no conocer la causa que las produjo, ni el espíritu que las alimentó en su desarrollo, ni la serie de desgracias por donde llegaron a un término desastroso. Todo depende de las malas fuentes en que ha bebido sus noticias. Ni Ferreras, ni el continuador de Mariana son autoridades. A larga distancia de aquel tiempo estudiaron los hechos en libros de donde puede tomarlos fácilmente el que ahora escribe. Cita el historiador inglés a Sandoval, si bien se advierte que solamente le ha mirado por encima para tomar algunas anécdotas y apuntes de sucesos particulares, pues, declarándole la mejor autoridad, no se embebe en el espíritu que guía la pluma del obispo de Pamplona, ni se para en ninguno de los documentos con que da realce a su historia.

     En una de sus notas dice el doctor Dunham. «El lector hallará los detalles de esta época muy diferentes de los de Robertson, desearíamos manifestar las variaciones y apoyar nuestra opinión con citas; pero esto necesitaría más notas de las que podemos admitir». Desde luego entre dos escritores, de los cuales uno funda su opinión y otro aspira a ser creído bajo su palabra, no puede ser la elección dudosa en ningún caso. Leyendo a Robertson se conoce que ha estudiado detenidamente a Sandoval, y que con bastante exactitud pinta aquella época en los libros I y III de su historia de Carlos V, aunque atribuye a su héroe una clemencia que no tuvo, y una enmienda de lo que había ofendido a los castellanos, en que no pensó nunca. Además Robertson tiene el especial mérito de haber sido vehículo de la rehabilitación de los comuneros en España. Desde que se divulgó su Historia entre los doctos, adquirió cierta popularidad la del obispo de Pamplona. Estos son los dos escritores a quienes mas se ha leído sobre las comunidades de Castilla. En 1821 se hizo la primera traducción de Robertson que conocemos en España, por don Félix Ramón Alvarado y Velaustegui: esta y otras traducciones se han reimpreso varias veces.

     Aún cuando Dunham no tiene tiempo ni espacio para detenerse en notas, cita como autoridades a Alfonso Ellos, a Ochoa de Lasalde, a Zenócaro, a Leti, y a Alonso de Vera. Hagamos una breve reseña de estos escritores en demostración de que para no saber nada exacto sobre las comunidades de Castilla, no puede imaginarse mejor expediente que el de estudiarlos con exclusión de otros historiadores, en cuyas obras se descubre el ningún conocimiento que aquellos tuvieron del asunto de sus relaciones, o la obligación de ser lisonjeros que les indujo a desconocer que, si la historia es un panegírico, no lo es de ninguna persona humilde o augusta, sino de la verdad solamente.

     Alfonso Ulloa, escritor contemporáneo, publicó la Vita dell invittísimo e sacratíssimo imperator Carlo V: conocemos la 3ª edición hecha en 1556 en Venecia. Su relación de las comunidades es diminuta: ensalza a Carlos V a costa de los castellanos: supone que juntos fueron degollados Padilla y su esposa; y que el emperador a su vuelta atendió a ordenar lo necesario al gobierno de España, y a castigar con justicia y clemencia a los que fueron rebeldes en la comunidades, en lo cual acreditó piedad no oída, perdonando a todos, salvo qualque scelerati. Y añade que si se les perdonó la vida, perdieron la reputación, y la ganó de invictísimo don Carlos. En bien o en mal bien pudo Ulloa entrar en más pormenores, pues estuvo en España a poco de aquellas revueltas, según manifiesta en el folio 69 al hablar de haber visto el padrón de infamia de Padilla, cuando vino a Toledo en 1539. Así lo que refiere con algún detenimiento, quizá por haberlo presenciado, es el desacato del alguacil con el duque del Infantado extramuros de la ciudad y al dirigirse el emperador a las justas. Véase el lab. III, folio 156. Allí dice sobre este suceso: «Ma gli altri pincipi e baroni sagnuoli, vedendo questo furono per tagliarlo. Simulo queste cose l´Inperadore percioche non gli parea tempo da far altro e perche vi si ritrovava unito il corpo di tutta la Sapagna.»

     Es completamente ocioso que Dunham cite la Primera parte de la Carolea lnchiridion, que trata de la vida y hechos del invictísimo emperador don Carlos V de este nombre, escrita por el prior perpetuo de San Juan de Letrán Juan de Ochoa de Lasalde, e impresa en Lisboa en 1585. En lo que había de las comunidades es este libro una traducción literal del de Ulloa. No ofrece mas novedad que la extravagancia de encabezar todas las páginas con los años que llevan de pontificado el papa, y el reinado los monarcas de España, de Francia, de Portugal y de Inglaterra. Por señas de que Lasalde traduce a Ulloa, lo cual no necesita más indagaciones que cotejar sus respectivas obras, diremos que donde Ulloa escribe que el emperador perdonó a todos los comuneros, exceptuando únicamente qual que scelerali pone Lasalde algunos acelerados. Véase el fol. 129 de la Carolea.

     Testigo inmediato de las alteraciones de Castilla fue también Guillermo Zenócaro, autor de la obra titulada; De república, vitamoribus, gestís, fama, religione, sanctitate, Imperatoris sacris Augusti Quinti Caroli Maximi Monarchae. Si no es por el prurito de citar autores no se justifica de ningún modo que se nombre a Zenócaro para escribir de las comunidades: en demostración de ello citaremos dos pasajes de su libro: tenemos a la vista la edición de Gante de 1562.

     Para hablar del nacimiento de don Carlos se expresa en el lib. I, pág. 23 de este modo: «Die vigésima quarta Februari (qui solus ma quinta, hoc est post mediam noctem tertia, et cum septies rii horarum, et septemdecim minuta conficiebant) natus est Carolus Gandavi.».

     Para hablar de las comunidades de Castilla, dice en el libro I, pag. 39 lo siguiente: «Bellum Hispaniense primum».

     «Per especiero excitati in Hispania a quibusdam civitatibus tumultus, illustris vir Ioannes a Padilla Toletanus, et Ioanes Bracius Salamanticus seditiosorum se duces constituere. Adversus eos «Caesar duos illustres vinos misit, Inniqum a Velasco ducem Friasiorum, primum cubicularium et conestabilem Castellae, ac Fride-ricum Henriquez ducem Medinae a vivo sicco, maris praefectum «in refino Castellæ et Granatensi. Hi tam prospere cum advesarriis ad villam Alaviam haud procul a Rivo Sicco dimicarunt ut «omnia signa militaria hostium, in Cæsaris castra sint relata: belli duces in carcerem ducti sint; ac Hispania sine multo sanguine tranquillata sit».

     Dejamos al juicio de los lectores si puede haber sacado nada en limpio el doctor Dunham para su historia de un escritor que dedica poco más o menos las mismas líneas a decir que Carlos V nació el 24 de febrero, que a la relación de lo acaecido en la época de las comunidades.

     Si obra en latín deseaba citar Dunham, pudo haber a las manos el excelente Compendio de la Historia de España por el M.° Alfonso Sánchez, publicado en Alcalá de Henares en 1634. Allí sobre las comunidades hubiera hallado en el lib. VII, cap. I, pág. 350 y 351 lo que sigue: «Cum ergo Carolus ad Imperium vocatus ab Hispania solvisset; Regnum civilibus bellis, repetitis Philippi Partis a Belgis expilandæ provinciæ moribus, arsit. Omnia Belgis venalia, ita eos auri, et argenti dulcedo transversus egerat, ut in omnes Regni sive civiles, sive ecclesiasticas dignitates, quasi publicats undinis insanirent. Ea una res Hispanorum animos exulceravit, ut plurimi armis opus esse indicaverint ad facinus uleiscendum. Exteri enim sic omnia Hispaniæ bona surripuerant hac via, ut spoliata provincia ad arma concurrere necessarium putaretur. Commotis populis, seditiosisque hominibus, ex nobilitate Ioannes Padilla Toletanus, Antonius Acunnus Episcopus Zamorensis, Ioanes Bravus, Petrus Maldonatus adhæserunt, et sese duces præbuere. Primo Reginam Ioannam secum habere ut illius authoritate omnia geri diceretur. Regni curatores ad frenandam audaciam seditiosorum, et ad continendos in officio commotos populos, ne malum se se latius diffunderet, exercitum conscribere. Pugnatum biennio fortuna varia, et misera Hispania, conversis armis in viscera, conflictata est, Regno in partes exemplo pernicioso divulso. Tandem ad oppidum Villalarem totis concursum viribus. Victi seditiosi, catpi duces, et lesæ maiestatis convicti, commotæ seditiosis pænas capitibus luerunt. Hæ ad annum 1521».

     A lo menos en este escritor hubiera encontrado con latín mas castizo y elegante mejores noticias, y con claridad y método y concisión desenvueltas; y eso que Sánchez escribe un compendio de la historia de España, y Zenócaro tan solamente la vida de uno de sus reyes.

     Buen fruto hubiera sacado Dunham del Epítome de la vida y hechos del emperador Carlos V por Don Juan Antonio de Vera y Figueroa, ateniéndose más a los hechos que apunta que a las opiniones de que hace alarde, muy acreditadas en su tiempo, si bien ahora no conducen a formar un buen juicio de los sucesos contenidos en las historias. En corroboración de nuestro dicho trasladaremos algunos párrafos de este libro publicado por primera vez en 1627. La edición de Bruselas de 1656 es la que nos sirve de pauta.

     Vera y Figueroa dice en la pág. 26 de su obra que «los capítulos que propusieron los de Toledo en Villalpando eran verdaderamente justos y necesarios, y que advertidos en otra forma, fueran verdaderamente agradecidos del emperador; pero que las circunstancias mudaron totalmente la especie, porque a los reyes han de advertir los vasallos con humildad lo que desearen y tolerar con paciencia lo que resolvieren». Aquí hay de verdad la justicia de los capítulos de Toledo; y la doctrina de que los súbditos supliquen humildemente no es mala. A Dunham le tocaba seguir el hilo de estas reflexiones, aplicarlas al caso de las comunidades, y probar el hecho certísimo de que cuando los toledanos se presentaron al emperador en Villalpando, se le habían manifestado las quejas de los castellanos bajo todas las formas legales y reverentes.

     Hablando de la defensa de Medina del Campo se explica en la pág. 34 de esta suerte. «Y nótese cual es la obstinación de un vulgo resuelto, que como si las casas que veían arder no fueran propias así desestimaron la pérdida, haciendo mayor aprecio de su porfía; constancia que los bastara a dejar famosos, si hubiera sido en servicio del rey». Un lector desapasionado se fija al estudiar este pasaje en el heroísmo de los medinenses, y prescinde de la opinión del que los censura, quien todo lo más que pudo decir para acriminarlos es que desplegaron un valor digno de mejor causa, si le pareció no buena la de la libertad de un reino.

     En las pág. 35 y 36 dice: «que puesto que el origen de todo fue la disolución con que los flamencos privados entraron disfrutando el gobierno, menos deben advertirse los defectos de la gente ordinaria, que sin obligación de mayor sufrimiento se precipita, que la tolerancia y lealtad de los nobles, en quienes hace mayor impresión el golpe de las injurias, y que los de España lo son tanto, que aunque conocieron grande diferencia entre aquella era y la que acababa de pasar de los reyes católicos, no sólo no apadrinaron ni con disimulación la torpeza de los comuneros, empero se les opusieron con todo lo que la codicia y despego de los privados les había dejado, que eran las vidas». Todo este párrafo es de oro para el que lo estudie, porque después de convenir en la enorme diferencia del reinado de Isabel y Fernando y del de Carlos V, y en los desmanes de los flamencos, resta calificar la inexactitud de no haber apadrinado los nobles ni con disimulación las alteraciones, para lo cual es preciso inquirir en qué se empleó la nobleza castellana desde que en mayo se ausentó el rey y empezó la conmoción de las ciudades, hasta que en octubre vinieron los nombramientos de gobernadores al almirante y al condestable; y determinar porqué entonces y no antes tomaron los próceres las armas contra los comuneros; estudio en que Dunham no se digna detenerse.

     Réstanos hablar de otra de las autoridades en que el escritor inglés bebe sus coléricas inspiraciones contra las ciudades castellanas. Además de escribir en época remota de aquellas alteraciones, lo hace a bulto, sin ningún criterio, ni otro propósito que el de poner a Carlos V en las nubes; aludimos a Gregorio Leti que a fines del siglo XVII compuso la Vita fiel invittisimo imperadore Carlo V Austriaco. Para juzgarle nos valemos de la edición de Amsterdam de 1700.

     Supone en el tomo I, lib. 1.° pág. 83, que en la primera entrevista que tuvo don Carlos con su madre la expresó con respeto que su intención era no tener en el gobierno otra cualidad que la de su lugar-teniente; pero que si con esta investidura se contentó la modestia del hijo, no se satisfizo el amor de la madre, por lo que convocó al consejo, y, tomando en su presencia la corona más rica del rey su padre, se la puso en la cabeza, y fue la primera que le dio a reconocer por rey de Castilla. Bueno fuera que citara de donde tomó este hecho.

     En la pág. 88 insulta a España y encomia al emperador atribuyéndole sentimientos que no le conocieron los españoles, pues habla de este modo. Atendía Carlos a establecer su autoridad, que convenía manejar con una nación demasiado orgullosa y vana, por lo cual a estilo de Júpiter tenía en una mano el rayo y en la otra la guirnalda de flores, gobernando con clemencia y justicia.

     Nada insinúa Leti de la rapacidad de los flamencos ni de las peticiones de las cortes. Atribuye la causa de las alteraciones (página 192) a haber sido depuesto Hernando Dávalos del corregimiento de Gibraltar: desconoce hasta tal punto la espontaneidad del levantamiento general de Castilla que asegura que los populares movían en un lugar el fuego: que los señores corrían a extinguirlo y entonces corrían los tumultuados a encenderlo en otro (pág. 108). Muy formal refiere que al tomar los nobles a Tordesillas se escapó el obispo de Zamora descolgándose por el muro y que se le cogió en la fuga, como también que en seguida fue trasladada a Valladolid doña Juana (pág. 193 y 194). Por último afirma que de vuelta Carlos V en España soltó a trescientos populares, que estaban presos, condenó a treinta a galeras, y solo mandó quitar la vida a ocho. Elocuentemente y con toda brevedad pudiéramos haber juzgado a Gregorio Leti diciendo del modo más sencillo que de las comunidades no sabía una palabra.

     Estas son las autoridades con cuyo auxilio traza Dunham tan importante período de la historia de Carlos V; todo el que le leyere y coja después en las manos la obra del obispo de Pamplona, se convencerá de que el historiador inglés le ha leído a saltos, si bien no cabe probar que le estudiara detenidamente. Con razón ha desechado su relación de las comunidades de Castilla el señor Galiano, apoyándose en otros datos para juzgar aquel levantamiento con bastante tino; pero con ciertos resabios de indeciso y meticuloso, que, en nuestra humilde opinión, dañan sobremanera a las demás buenas dotes de escritor que posee y de que se descubren largas muestras en la historia de España, que ha vertido al castellano mejorando el original de una manera muy notable.

     Mr Palquis en su Historia de España y Portugal, impresa en París en 1844, traduce a la letra a Dunham acerca del levantamiento de las comunidades de Castilla en el lab. VI, cap. I, pág. 412 y siguientes, con la única diferencia de llamar a los corchetes, muy gravemente magistrados, y doña Juliana a la madre de Carlos V.





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