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Política y religión

Política

1520. Sobre la rapacidad de los flamencos y su mal porte. Epístolas de Pedro Mártir de Anglería, traducidas por el padre La Canal



     [FERRER DEL RÍO. A.(ed.): Decadencia de España : Primera parte : Historia del Levantamiento de las Comunidades de Castilla. 1520-1521. Madrid : 1850].



     Epístola 662. A los marqueses de los Vélez y Mondejar. «Dicen los sabios que la envidia, la ambición y la avaricia son pestíferas y perniciosas al género humano, porque dividen los ánimos turbados de los hombres. Ellos confieso son vicios que separan de lo bueno, de lo justo y de lo recto; pero yo soy de parecer que es mas perniciosa la adulación que se ostenta en los palacios de los reyes. Aquellas perjudican a los posesores y a los buenos, ésta habita en los aposentos reales. Si se da oídos a los contagiosos aduladores pervierten el ingenio más excelente. Me preguntareis que a qué viene esto ¿A qué? A que decís que soy un acre en censurar las cosas que ahora pasan. Creéis que se ha de ceder al tiempo, el cual pide que se sigan las circunstancias o se calle ¿Qué queréis de mi? ¿Que maneje el asqueroso cieno de la adulación? Naturalmente la detesto. Ningún hombre de bien debe adular. Decid que la verdad acarrea enemigos; por mí más que acarree la muerte. Castilla me colmó de honores y me ama mucho: casi todos sus grandes han sido discípulos míos; debo pagar a Castilla lo mucho que ha hecho por mí; no me queda otra cosa sino el que conozca cuánto siento su pena. Lloro al mismo tiempo y compadezco la suerte del afortunado rey Carlos, a quien veo que precipitan sus enemigos internos. Se me dice que está tan empeñado que no puede levantar cabeza. Si es así del modo que Persavano, ayo del gran príncipe de los turcos Selimsaco, elevó a las estrellas a este pobre y desterrado, del contrario vuestro Capro (Chevres), ayo de nuestro rey, le tiene agobiado con su voracidad, cuando está destinado al imperio del mundo. ¿Qué otra cosa puede hacerse más que llorar mordiéndose de rabia los labios, y empezar a pensar mal de vosotros que no preferís la muerte a sufrir lo que estáis viendo por más limpias que tengáis las manos? No basta esto; ni creáis que yo mude de estilo, mientras por allá no mudéis de costumbres». -Valladolid 17 de febrero de 1520.



     Epístola 663. «Al gran canciller Mercurino Gatinara. Recibí las de V. S. Decís que os agrada que esté en Valladolid, y me aconsejáis que espere; aquí espero ciertamente, y más diciéndome que vendréis luego. Pero ¿qué diablos es esto que por donde quiera que voy no oigo sino maldiciones? ¿Para qué nacisteis? Se dice que por consejo del Capro y de los españoles que están con el rey, que son espadas de dos filos de su patria, se piden dos cosas a Castilla; la primera que se junten las cortes en Santiago, poniendo vosotros la ley de que los diputados de las ciudades y villas de voto en cortes no lleven otros poderes que los de obedecer a lo que mande el rey. Susurran que con esto se quita la libertad, murmuran que esto se acostumbra mandar a esclavos comprados. Yo veo dispuestos muchos a la negativa. La segunda cosa es que se conceda el donativo, que los españoles llaman servicio, aún cuando no está exigido el anterior. Las dos cosas serán para mal de los españoles. Se creen harto hostigados hasta aquí; si se añade espuela a las espuelas temo las coces. No os fiéis de que haya cedido Burgos, ciudad principal. Se dice que el maestro Mota, su conciudadano, obispo de Badajoz, que es sagaz e intrigante, ha corrompido y sobornado particularmente a algunos de los regidores para lisonjear al César y al Capro a quien teme, y subir más en la rueda de la fortuna. El vulgo pues, llama a este oficio con el César fuerza, no concesión, seducción, no voluntad del pueblo. Temo que muchos se retracten de lo hecho. Vos lo veréis. «Valladolid 1.° de marzo de 1520».



     Epístola 703. A Marliano, obispo de Tuy, sobre las escusas que éste hallaba a la conducta del rey durante su permanencia en España. «Ninguno acusa al César, ni niega los grandes gastos que se han originado de la formación de tantas armadas, viajes, etc. Nada de esto ha producido los tumultos. Señalan por causa lo que decir en vuestra carta que ni el rey, ni los suyos, han mandado en España con soberbia. Convienen en que el rey no se ha portado así; los suyos dicen que no es verdad, y que no solamente los han tratado soberbia, sino soberbísimamente. ¿Qué cosa más soberbia que el tolerar que los españoles fuesen tratados con el mayor rigor por faltas levísimas cometidas contra los flamencos, y que ningún miembro de la justicia se atreviese a echar mano a un flamenco, aunque cometiera un delito atroz contra un español? ¿Cuántas ignominias no he visto yo? ¿Qué burlas hechas a españoles muy nobles por los mas viles mozos de cuadra y pillos de cocina? ¿Qué cosa más fea que haber permitido aquellos voraces, mientras se tragaban al miserable joven, que cuando uno de justicia quería llevar a la cárcel desde el atrio de palacio a un asesino, que se llevasen a este miembro de justicia violenta e ignominiosamente por el que llaman preboste de palacio, aterrando así a los que podían castigar los excesos? Añaden a esto que por sus malas enseñanzas tiene el César en poco estos reinos, y aún más, que le han inspirado odio a los españoles para engañarle mejor. Estas arterías, Marliano mío, éstas han sembrado las espinas entre los sembrados imperiales. Vuestro Capro y los cerberos, que penden de él, dejaron estas semillas en el ánimo de un rey feliz; nacido para mandar el mundo. Hasta el cielo se levantan voces diciendo, que el Capro trajo al rey acá para poder destruir esta viña después de vendimiarla. No se les ocultaba que habían de ocurrir estos sucesos cuando el Capro se tomó para sí el arzobispado de Toledo contra las leyes del reino, apenas entró en él, para odio de todo el reino contra el rey, de lo cual tú le escusas. Ninguno le acusa. ¿Qué podría hacer un joven sin barba puesto al pupilaje de tales tutores y maestros? Lo que ha sucedido con las demás vacantes lo sabes, y no ignoras que apenas se ha hecho mención de algún español, y con cuanto descaro se ha quitado el pan de la boca de los españoles para llenar a los flamencos y franceses perdidos, que dañaban al mismo rey. ¿Quién ha venido del helado cierzo y del horrendo frío a esta tierra templada que no haya llevado más onzas de oro que maravedís contó en su vida? Tú sabes cuál ha quedado la real hacienda por su causa. Omito otras capaces de hacer perder la paciencia al mismo Job. Hemos dicho bastante sobre las causas de estos alborotos; pidamos a Dios que los remedie tanto más que en lo humano no hay remedio.» Valladolid 29 de noviembre de 1520.



     Para llamar la atención de los lectores suele el que escribe subrayar las palabras que mejor expresan sus ideas en el texto sobre que las funda. De seguir nosotros ahora este sistema las hubiéramos subrayado todas. Nótese bien que el que tan indignado escribía de los desmanes de la dominación flamenca no había nacido en España, aunque residía en ella de muy antiguo, y que los sentimientos que inspira respecto de un país la naturalización, jamás pueden equipararse con los que infunde la naturaleza. El abate milanés Pedro Mártir de Anglería, testigo ocular de las revueltas de las comunidades, nos sirve de mucho para nuestra historia.





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