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Política y religión

Política

Las Memorias de Carlos V

Manuel Fernández Álvarez(1)



Introducción

     He aquí, lector, las Memorias de aquel Emperador que se llamó Carlos V. Es posible que, admirado, corras tras ellas, aunque no es ciertamente cosa insólita que un gran personaje de la Historia escriba sobre su vida. Al punto vienen al recuerdo los Comentarios de Julio César, las Memorias de Luis XIV o las escritas en el destierro por Napoleón. Tras la figura histórica late el hombre, y éste, sea el vencedor de las Galias, el creador de Versalles o el que muere en Santa Elena, se deja ganar por la vanagloria de escribir sobre sí mismo; aunque también por algo más que por mera vanidad: por el imperioso afán de dejar oír su propia voz a todos aquellos que han de conocerle. Quiero decir que sienten la ineludible necesidad de encararse con la posteridad. Se presentan, quieren presentarse espontáneamente ante el Tribunal de la Historia.

     Y esto mismo ocurre con Carlos V, aunque no sea cuestión tan conocida. En efecto, puede que no sean muchos los que sepan que también él escribió sus Memorias, si descontamos -claro está- el grupo de los historiadores profesionales. Y ello porque aunque los contemporáneos lo sospecharan, nada pudieron saber de cierto. El hecho de que hasta bien entrado el siglo XIX no apareciese una traducción portuguesa de las Memorias de Carlos V, relegó el acontecimiento al mundo más reducido de los eruditos en la materia.

     Quizá, tampoco se debieran llamar Memorias, sino Comentarios, como sugiere Brandi; pues en verdad Carlos V sólo trata con alguna extensión los acontecimientos bélicos desarrollados entre los años 1544 y 1547. Es cierto que, conforme a su modo de ser, se remonta a la adolescencia, arrancando desde los años de Flandes, los años en que todavía no era más que Duque de Borgoña y Archiduque de Austria.

     Por esa razón, por nacer sobre todo como un diario de campaña, no se encuentran aquí al punto aquellas intimidades que pediría de buena gana nuestra curiosidad: los detalles por los que pudiéramos entrar en el por qué y el cómo de los principales problemas históricos surgidos a lo largo de su vida, o bien el sabor de su reacción ante los sucesos más íntimos.

     Al menos ésa es la impresión que se saca de una lectura precipitada; pues cuando se lee con más sosiego van apareciendo ante los ojos muchos de los rasgos del Emperador: su sentido de la responsabilidad, su acendrada fe religiosa, su amor a las armas... Al pasar las páginas de las Memorias se oye hablar al depositario del triple legado: el borgoñón, el austríaco, el español. Junto al caballero cruzado se ve surgir al político renacentista; al lado del que siente vivos los ideales de la Baja Edad Media se percibe también al que ama la gloria ante la posteridad.

     Todo esto asoma a las páginas de las Memorias de Carlos V. ¿Será preciso añadir algo más para destacar su importancia?

     Y ahora, he aquí algo de su historia; la menuda historia de aquel relato dictado por el Emperador en el verano de 1550, cuando navegaba por el Rin.

     El hallazgo de las Memorias de Carlos V logrado por el investigador belga Kervyn de Lettenhove, en 1862, vino a coronar, gracias a un afortunado azar, las tan metódicas como infructuosas investigaciones realizadas por su compatriota Gachard. Antes de que Kervyn de Lettenhove hiciera su descubrimiento en la Biblioteca Nacional de París, ya se consideraba como seguro que el Emperador había escrito sus Memorias. Existían abundantes referencias de los propios contemporáneos: de Brantôme, de Ambrosio Morales, de Sandoval, de Ruscelli(2). En la Vita di Carlo Quinto Imperator, de Lodovico Dolce, impresa en Venecia en 1567, se podía leer: «Sapeua benissimo la lingua francesa: e dicesi che egli, a imitatione di Giulio Cesare, compose in questo linguaggio alcuni bellissimi Comentari delle cose da lui fatte; i quali, come odo, hora si traducono in latino, e si daranno fuori: e cio fece per dimostrare al mondo che i moderni historici si sono in molte cose ingannati»(3). En la biografía del padre Ribadeneyra sobre San Francisco de Borja se recogía la entrevista del santo con el César en Yuste, en la que Carlos V confesaba sus escrúpulos por el pecado de vanidad en que podía haber incurrido por haber escrito la historia de sus hechos. Las dudas que podían haber subsistido desaparecieron al conocerse las cartas de Van Male, ayuda de Cámara de Carlos V, al señor de Praet, donde relataba cómo durante la travesía del Rin, del 14 al 18 de junio de 1550, le había dictado Carlos V sus Memorias, que esperaba poder traducir al latín; tales cartas fueron encontradas e impresas por el barón de Reiffenberg en 1843. Estos testimonios llevaron a Gachard a investigar en los Archivos y Bibliotecas de España, donde se encontraba desde ese mismo año de 1843(4); pero sus investigaciones en el Archivo de Simancas y en las Bibliotecas del Escorial y de Madrid fueron, por desgracia, infructuosas, llegando a la conclusión de que Felipe II, con toda probabilidad, había ordenado la destrucción del manuscrito, en lo que le confirmaba el saber que Van Male había tenido que entregar el texto de las Memorias a don Luis de Quijada, a raíz de la muerte del Emperador(5), así como dos cartas encontradas por él en la Colección Granvela de Besançon, cruzadas entre Felipe II y el Cardenal en 1561, a la muerte de Van Male; en ellas el Rey ordenaba a su ministro que hiciese destruir los papeles que sobre el Emperador se encontrasen entre los efectos de su antiguo ayuda de Cámara. Conforme a su manera de ser, Felipe II no aludía para nada a las Memorias de su padre. Se refería simplemente a lo que pudiera haber escrito por su cuenta Van Male: «He entendido -dice- que podría ser que Molineo escriviese alguna istoria de su Md. que aya gloria, y que podría ser que en ella se alargase y pusiese cosas no verdaderas ni dignas de que se escrivieran de quien mereció que se dixese tanto bien; pues él es muerto (Van Male), bien será que, como a otro fin, y sin que se entienda nada desto, hagáis luego buscar sus escrituras, y si entre ellas o de otra manera halláredes ésta, me la embiéis para que se quemen como lo merezerán; y con ésta acabo, porque en leyéndola entendáis en hazer esta diligencia que aquí digo»(6).

     En cambio, Granvela, al responder a Felipe II, da detalles muy concretos sobre las Memorias: «Muerto Molineo, antes que viniessen las cartas de V. M. havía ya tenido yo cuydado de inquirir si havía dexado algunos papeles, y señaladamente por saber si hazía historia, y esta diligencia hize por la mesma razón que V. M. apunta, dubdando que se huviesse puesto a dezir cosa que no conviniesse; mas no se ha hallado papel ninguno desta materia, y he sabido que muchos días antes que muriesse, rasgó y quemó muchos papeles, y que viviendo se havía quexado muchas vezes a algunos amigos suyos, hasta llorar, de que muerto el Emperador (que en sancta gloria sea) le huviese quitado Luis Quixada quasi por fuerça las Memorias que havía hecho con S. M., diziendo que eran sus travajos, mas que en fin tenía en la memoria buen, parte de lo que en ellas havía, y que esperava algún día a escrivir algo por memoria de su amo, lo qual dezía que no havía empeçado, por haber estado por acá siempre achacoso y doliente»(7). Esto concuerda con el inventario de los bienes de Carlos V, hecho a su muerte, donde consta: «Una bolsa de terciopelo negro de papeles, la qual llevó el Sr. Luis Quixada con algunos papeles de importancia sellados, para entregallo todo a S. M. R., lo qual estaba a cargo de Guillermo Malíneo»(8).

     Parece evidente que se trataba de las Memorias del Emperador, llegando a creer Gachard que Felipe II las había mandado quemar, como había hecho con los papeles de Van Male y con otros muchos documentos de importancia(9).

     Pero la suposición de Gachard cayó por su base cuando Kervyn de Lettenhove, realizando otro tipo de investigación, dio en la Biblioteca Nacional de París con una traducción portuguesa de las Memorias de Carlos V, que publicó al punto traducidas al francés, recogiendo en nota abundantes párrafos del texto portugués. Al manuscrito portugués(10) acompañaba una carta en español de Carlos V a Felipe II, escrita apresuradamente en Innsbruck, probablemente en mayo de 1552. Carlos V anunciaba a su hijo el envío de sus Memorias y le declaraba los escrúpulos que había sentido sobre ellas, hasta el punto de haber pensado en destruirlas. En su estudio introductorio señalaba Kervyn de Lettenhove, con acierto, la similitud del tono de esta carta con el empleado en la entrevista del César con San Francisco de Borja, en Yuste, tal como nos lo ha transmitido el padre Ribadeneyra en su biografía de aquel santo impresa en 1592. Para que el lector pueda comparar, recojo el texto del padre Ribadeneyra, que dice así: «No sé cuál de las veces que estuvo el padre Francisco en Yuste con el Emperador le preguntó Su Majestad si le parecía que había algún rastro de vanidad en escribir el hombre sus propias hazañas, porque le hacía saber que él había escrito todas las jornadas que había hecho y las causas y motivos que había tenido para emprenderlas, que no le había movido apetito de gloria ni de vanidad a escribirlas sino de que se supiese la verdad. Porque los historiadores de nuestros tiempos, que él había leído, la oscurecían o por no saberla o por sus aficiones y pasiones particulares»(11). Esto era una prueba a favor de la autenticidad del manuscrito encontrado, en la que más tarde insistirían otros comentaristas, desde el mismo Ranke. Pero Kervyn de Lettenhove, al estudiar las cartas de Van Male al señor de Praet, incurría en un error. Van Male había dado cuenta a don Luis de Praet de las Memorias que le dictaba el Emperador, en la carta ya citada escrita en Augsburgo a 17 de julio de 1550 (al mes, por tanto, de la famosa travesía del Rin con Carlos V), en la que se añadía: «Caesar indulsit mihi libri sui versionem, ut fuerit per Granvellanum et filium recognitus»(12). Kervyn de Lettenhove creyó que Van Male se refería a Granvela y al hijo de Carlos V, es decir, a Felipe II, error en el que cayó después también Ranke y que llevaría al famoso historiador alemán a pensar en una primera redacción de las Memorias en castellano(13). Sin embargo, ya W. Maurenbrecher hacía notar, en su reseña al libro de Kervyn, que no había que traducir por Felipe II, sino por el hijo de Granvela(14).

     Pero la peor falta de la publicación de Kervyn de Lettenhove está en la mala traducción que hizo del manuscrito; escaso conocedor del portugués, cometió tantos errores como para justificar una nueva traducción más fiel, como con razón indica Morel-Fatio(15). Tales errores pasaron íntegros a las inmediatas traducciones que se publicaron en Inglaterra, Alemania y España, en el mismo año de 1862. No olvidemos que toda la Europa culta seguía con el máximo interés lo relativo a la figura del César, interés acrecentado a raíz de las valiosas obras de Mignet, Stirling-Maxwell y Gachard sobre Carlos V en Yuste, aún hoy en plena vigencia, tanto por los datos y referencias que aportan como por el estilo; de este modo se cumplía aquella especie de profecía de Brantôme, cuando al hacerse eco del rumor que corría sobre las Memorias de Carlos V y su inminente publicación, añadía que si llegaba ese momento todo el mundo iría a comprarlo, como el pan en época de hambre(16). La traducción española se debe a Luis de Olona, un hombre dedicado al teatro, especializado en la traducción de vaudevilles franceses, como lo atestiguan los fondos de nuestra Biblioteca Nacional, lo suficiente listo para comprender el éxito editorial que podría suponer la publicación en España de las Memorias de Carlos V; pero sin la menor preparación para hacer una edición crítica, limitándose a una versión literal del texto dado a conocer por Kervyn de Lettenhove. Meritoria obra, sin duda, y no se puede ser excesivamente severos porque repitiese los mil errores del investigador belga, cuando ése era también el caso de la traducción alemana de Warnkönig y de la inglesa de Simpson(17).

     La crítica de Ranke.

     Ahora bien, el hallazgo de Kervyn de Lettenhove produjo no pocos recelos en cuanto a su autenticidad. ¿Se trataría, en verdad, de las Memorias de Carlos V? Pues resultaba ciertamente muy extraño que los años de esfuerzos de investigadores de la talla de Gachard no hubiesen dado resultado alguno y que apareciese ahora una traducción portuguesa hecha en 1620. Tal fue la cuestión que vino a resolver el agudo análisis de Ranke, publicado por primera vez en 1868, en la cuarta edición de su Deutsche Geschichte im Zeitalter der Reformation. Era evidente que Carlos V había escrito sus Memorias; lo que restaba por demostrar era si la traducción portuguesa encontrada por Kervyn correspondía a la auténtica, es decir, a la dictada por Carlos V a que se refería Van Male.

     Ranke apreció la similitud entre la carta española de Carlos V a Felipe II, que acompañaba al manuscrito portugués, y la entrevista entre Carlos V y San Francisco de Borja, como prueba de primer orden, a favor de la autenticidad de la traducción. Pero un detalle le llenaba de confusión. En la carta Carlos V dice a su hijo: «Esta historia es la que yo hize en romance quando venimos por el Rin y la acabé en Augusta...». La expresión en romance no podía significar otra cosa, a juicio de Ranke, que hecha en español; lo cual señalaría que en ese idioma había dictado Carlos V a Van Male. «Y es verosímil que el César se sirviese de este idioma -concluye Ranke-, porque Felipe II conocía poco el francés, y Van Male comunica que el escrito tenía que ser presentado al Príncipe para su examen, antes de que él -Van Male- lo tradujera»(18). Como vemos, Ranke caía en el mismo error que Kervyn, por mala traducción de la carta de Van Male. Pero como al comienzo del manuscrito portugués se dice concretamente: «Traducida de la lengua francesa y del propio original», Ranke llegó a la conclusión de que tras del dictado español siguió una redacción francesa, que fue la que mandó a Felipe II desde Innsbruck en 1552(19). Juzga que la autenticidad es indudable, pero encuentra impropio el titulo de Comentarios, al modo de los de Julio César, ya que se trataba simplemente de un resumen de los viajes y empresas del Emperador desde 1515 hasta 1547, hecho desde un punto de vista muy personal; resumen en el que anota Carlos V con el mayor cuidado las veces que atraviesa el mar, las que entra en un país, las entrevistas que tiene con algún príncipe y cuándo y cuántas veces recae con su enfermedad, resultando en definitiva como una especie de diario de recuerdos personales, en el que los sucesos familiares, las bodas y los nacimientos juegan un importante papel. En cambio carece de interés para sucesos de la mayor importancia, tales como la batalla de Pavía o el saco de Roma. Hace ver Ranke cómo el primer acontecimiento de importancia que se destaca es la conquista de Túnez, pero donde nada se dice de la sublevación de los esclavos; en vez de lo cual, se intercala entre la conquista de La Goleta y la de Túnez la noticia de que la Emperatriz había dado a luz una hija. Mas Ranke advierte que no por ello se debe rebajar el valor de las Memorias, que lo tiene y grande para penetrar en el carácter de Carlos V(20). Así se ve cómo en la Dieta de Ratisbona de 1541, tan destacada en la historia del protestantismo, Carlos V la convocó principalmente movido del afán de hacer valer ante los príncipes alemanes sus buenos derechos sobre Güeldres. En este sentido nos encontramos con el verdadero heredero de Carlos el Temerario, como se ve por el celo que pone en el relato de la guerra contra el duque de Clèves y contra Francisco I (cuarta guerra con Francia). Pero la parte de mayor interés es la que se refiere a la guerra contra la Liga de Schmalkalden. Compara Ranke esta parte con el libro sobre aquella guerra de Luis de Ávila y Zúñiga, el famoso comendador de Alcántara, tan querido del César; y observa cómo en muchas partes coincide hasta en el vocabulario que emplean, así como en la disposición de algunas partes del relato e incluso en los silencios que mantienen sobre cuestiones muy importantes; aunque frecuentemente Ávila es completado por Carlos V, en especial en la narración de las operaciones militares de los años 1546 y 1547. Ranke resalta la animadversión que manifiesta Carlos V contra Paulo III, por no haberle ayudado debidamente en su lucha contra turcos y protestantes, así como por haberle equiparado con Francisco I, que tan evidentes pruebas había dado de su alianza con el enemigo de la Cristiandad. Para el gran historiador alemán no cabía duda de que Carlos V había deseado que sus Memorias se mantuvieran secretas. Ciertamente había tocado materias harto delicadas, como la prisión del landgrave Felipe de Hesse y el asesinato de Pedro Luis Farnesio, el hijo de Paulo III, muerto en 1547. En todo momento el Emperador declara haber procedido conforme a derecho; pero Ranke le acusa de falta de sinceridad, por referir que había sabido la noticia de la muerte de Pedro Luis Farnesio durante una cacería, cuando había tenido parte no sólo en la sublevación de la ciudad de Piacenza contra Farnesio, sino incluso en su atentado(21). Hoy sabemos que esta acusación de Ranke era excesivamente dura, pues Carlos V trató de salvar la vida del hijo del Papa. Pero el juicio general de Ranke sobre las Memorias sigue vigente. Ve la personalidad de Carlos V tanto en lo que dice como en lo que calla; observa su ausencia de confidencias, su orgullo dinástico, su alegría en la guerra, sus afanes por un alto renombre militar. Nota cómo late en el César la sangre caballeresca y cómo respira la Majestad Imperial, a través de un relato ejecutado cuando se halla en el apogeo de su poderío, por lo que se echa de ver todo lo que de símbolo hay en su escrito(22).

     Después de Ranke otros historiadores alemanes estudiaron las Memorias de Carlos V; entre ellos Otto Waltz y Richard Le Mang. Para Otto Waltz Carlos V dicta las Memorias a Van Male en 1550 con un propósito determinado: exponer la política imperial en aquel año en que se hallaban en curso las negociaciones familiares entre las dos ramas de los Habsburgos para resolver la cuestión sucesoria en forma alternada, conforme al difícil plan del César; visión demasiado fragmentaria de los móviles de Carlos V(23). Richard Le Mang analiza sobre todo el relato de la guerra de Schmalkalden, anotando todos los errores del Emperador, achacándolos en gran parte a tergiversaciones conscientes(24); con razón, Morel-Fatio encuentra en Le Mang un vivo sentimiento de hostilidad contra Carlos V y le critica por hacer su estudio sobre el defectuoso texto de Warnkönig, el traductor alemán de la edición de Kervyn de Lettenhove(25).

     Morel-Fatio y la edición crítica francesa de las Memorias.

     Es en 1913 cuando el investigador francés y notable hispanista Alfred Morel-Fatio hace una edición crítica de las Memorias de Carlos V, publicando el manuscrito portugués y haciendo una nueva traducción francesa, en la que se salvaban los muchos errores cometidos en la de Kervyn de Lettenhove. Morel-Fatio coincide casi enteramente con el juicio de Ranke, salvo en su apreciación de que el primer dictado del Emperador fuese en castellano(26). Sin embargo, en el análisis del manuscrito portugués comprueba Morel-Fatio una particularidad: la reduplicación de palabras y giros, cosa que achaca al traductor portugués, por no considerarlo propio del estilo de Carlos V, pero que le deja lleno de confusiones. En efecto, ese estilo más cae dentro del usado por los escritores españoles que por los franceses, lo cual llevaría a pensar, de alguna manera, en un texto español(27). Finalmente, Morel-Fatio considera que el móvil de Carlos V fue mostrar cómo había cumplido con sus deberes de soberano, en especial en la primera parte de su dictado, que llega hasta la campaña de 1544; de ahí el cuidado con que anota sus actividades como tal soberano. En cambio, a partir de la campaña de Francia de 1544, y en el relato de las de 1546 y 1547, su afición a la guerra le desborda y los detalles de las operaciones bélicas le absorben por completo(28). El dictado que comenzó Carlos V durante la travesía del Rin, entre los días 14 y 18 de junio de 1550, lo terminó probablemente entre los meses de agosto a diciembre del mismo año, en Augsburgo, según Morel-Fatio; en último término, el tono afectuoso con que se refiere al duque Mauricio de Sajonia excluye una fecha posterior a 1552(29). Por tanto, el texto, tal como lo conocemos, no fue corregido. Nicolás Perrenot de Granvela moría el 27 de agosto de 1550; y en cuanto a su hijo, para Morel-Fatio todavía no tenía suficiente crédito con Carlos V como para serle confiada tal empresa(30). Es cierto que en la obra de Ribadeneyra sobre San Francisco de Borja se habla de todas las campañas de Carlos V, lo que podía hacer pensar en una continuación de las Memorias, cuyo texto tal como lo conocemos sólo llega hasta 1548; pero para ello habría que asegurarse de que tal expresión corresponde al Emperador, y no a una inadecuada interpretación de Ribadeneyra(31).

     El Juicio de Karl Brandi.

     El último estudio importante sobre las Memorias de Carlos V es el que hace Karl Brandi. Siguiendo en general los pasos de Ranke y Morel-Fatio, en una cuestión difiere Brandi del investigador francés: para Brandi el amontonamiento de sinónimos del manuscrito portugués no es algo ajeno al estilo de Carlos V. Por el contrario, desde la primera lectura de las Instrucciones del Emperador a Felipe II, del año 1543, se observa igual característica, y lo mismo en sus Testamentos. Brandi pudo contar 68 ejemplos de sinónimos en las 10 páginas de las Instrucciones de 1543, lo que suponía la tercera parte de las citadas por Morel-Fatio para todo el texto de las Memorias (32). Asimismo es propio del estilo del César su constante alusión a los viajes y navegaciones, como se ve en el discurso de Bruselas de 1555. Las referencias familiares, en particular a la Emperatriz y a su hermano Fernando, coinciden con las hechas en los Testamentos y en las Instrucciones de 1548.

     Para Brandi el fundamento de las Memorias está en el examen del gran éxito de su vida, logrado en la edad madura: su victoria militar en la guerra contra la Liga de Schmalkalden(33). Si las Instrucciones de 1543 son como la justificación del gran plan de su vida, por el que tiene que abandonar España, las Memorias son como la mirada retrospectiva con la que contempla, satisfecho, el desarrollo de las guerras de Clèves, de Francia (la cuarta) y de Schmalkalden. Las Memorias son como a modo de solemne informe, juzga Brandi, hecho por el César tanto para el propio sosiego como para la propia satisfacción, en el que se van anotando las grandes hazañas en las que Carlos V había creído tomar parte, como diplomático y como general; de donde quizá, arrancaran sus posteriores escrúpulos(34).

     Refuta Brandi la tesis de Otto Waltz, según la cual el propósito de Carlos V fue preparar con las Memorias su plan de sucesión española en el Imperio. Evidentemente, tenía ante sí esa cuestión cuando dicta las Memorias, y era inevitable que tal pensamiento se deslizara en ellas; pero sólo fugazmente, estando muy lejos de ser esa la tendencia predominante. Así pudo Zeigermann, en una tesis inédita, refutar con facilidad a Otto Waltz. En realidad, una obra en la que se detallaban tan por menudo los accesos de gota y los sucesos familiares no podía estar pensada para la publicidad; estamos ante unas Memorias íntimas, que se ven surgir de las manos del César, lentamente, cada vez con más detalle y bajo la impresión de los sucesos de los últimos años. La narración se hace más densamente política cuanto más se acerca a los últimos acontecimientos, en los que se detiene y se sumerge el César, que tiene ante sus ojos vivos los acontecimientos de la guerra contra la Liga de Schmalkalden. Aquí las Memorias se transforman casi en un diario de campaña. Y todo el relato de los sucesos no tiene otra finalidad que el orgulloso recuerdo de los días de la victoria. Y en eso estriba su importancia, en que nos presenta al César al natural en su relato. En este sentido, Brandi recalca lo íntimamente ligadas que están las Memorias a las Instrucciones y Testamentos políticos, con los que se halla en paralelo, no sólo por el estilo, sino también por el contenido(35).

     Conclusiones.

     Estos sucesivos estudios e investigaciones sobre las Memorias de Carlos V, desde los de Gachard hasta los de Brandi, nos permiten llegar a una serie de conclusiones: en primer lugar, que el Emperador empezó a dictar sus Memorias o Comentarios (Brandi aboga de nuevo por este título) a su ayuda de Cámara Van Male durante la travesía del Rin, hecha entre los días 14 y 18 de junio de 1550. Le acompañaban en aquel viaje Felipe II y los dos Granvela, padre e hijo (Nicolás y Antonio). Dejemos a un lado, por el momento, la cuestión del idioma en que las dictó, así como aquella otra tan importante de los móviles que le impulsaron a hacerlo. Añadamos en seguida que Carlos V continuó dictando sus Memorias en Augsburgo, probablemente entre los meses de agosto a diciembre de 1550, y que en todo caso el tono con que habla de Mauricio de Sajonia, tan afectuoso, excluye una fecha posterior al otoño de 1551. Las tuvo consigo hasta las precipitadas jornadas de Innsbruck de 1552, producidas por la amenaza de Mauricio de Sajonia, mandándoselas entonces a su hijo Felipe II a España, pero no en el mes de mayo, sino probablemente a fines de marzo, con don Juan Manrique de Lara. La importancia del mensajero parece excluir que las enviase por otro conducto(36). Archivadas probablemente en Valladolid, allí las recogería para llevárselas nuevamente consigo, al retirarse a Yuste, donde pensaba continuarlas, estando nuevamente a cargo de Van Male su custodia. A la muerte de Carlos V, don Luis de Quijada, que debía tener órdenes muy concretas a este respecto de Felipe II, se las arrebata a Van Male, quien, dolorido y quejoso, piensa rehacerlas a su regreso a Flandes. La muerte sorprende al fiel ayuda de Cámara en enero de 1561, sin que lleve a efecto sus propósitos. En cuanto al original, hay que suponer que don Luis de Quijada lo entregaría al Rey, cuando éste vuelve a España en agosto de 1559. Nada se sabe de su posterior destino, salvo que el Rey no lo destruyó, como creía Gachard. Felipe II se mostró muy respetuoso con todo lo concerniente a su padre. Tampoco mandó destruir las graves y comprometedoras Instrucciones de 1543. Lo último que sabemos de las Memorias es que el original se custodiaba todavía en Madrid en 1620, del que procede la traducción portuguesa encontrada por Kervyn de Lettenhove en la Biblioteca Nacional de París en 1862. No sería extraño que dicho original apareciese cualquier día en Simancas, en Madrid o en El Escorial. La Biblioteca de Palacio, como la del Real Monasterio, junto con el fondo de la Colección Salazar de la Real Academia de la Historia, parecen los sitios más probables, sin descontar los papeles de la princesa Juana y de la emperatriz María, las dos hijas del Emperador que acaban sus días en el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid.

     Las pruebas de lo antedicho son: la carta de Carlos V a Felipe II fechada en Innsbruck en 1552, que acompaña al manuscrito portugués; la de Van Male a don Luis de Praet, de 17 de agosto de 1550, publicada por el barón de Reiffenberg; la entrevista de Carlos V con San Francisco de Borja en Yuste, que recoge el padre Ribadeneyra; el inventario de los bienes de Carlos V en Yuste, que se conserva en el Archivo de Simancas, y las cartas cruzadas entre Felipe II y Granvela en 1561, a raíz de la muerte de Van Male; documentos todos ya citados y comentados.

     En cuanto al idioma en que Carlos V dictó sus Memorias, es cuestión ésta todavía confusa. Ya hemos visto que Ranke pensaba en un primer dictado en español, por creer que el propósito de Carlos V era que lo corrigiese, además de Gravela padre, Felipe II, que era mal conocedor del francés. El error de Ranke arrancaba de la mala traducción que hacía de la carta latina de Van Male a don Luis de Praet, error en que había incurrido también Kervyn de Lettenhove; pues Van Male se refería al entonces obispo de Arrás, Antonio Perrenot. Así lo hicieron ver primero Maurenbrecher y después Morel-Fatio. Sin embargo, esta rectificación no excluye el español como idioma utilizado, pues tanto el César como Van Male y los dos Granvela lo conocían perfectamente(37). Carlos V podía haber optado por cualquiera de los dos, tanto por el de su niñez como por el que prefería en la edad madura. Parece apoyar la tesis del francés el que así se haga constar expresamente en el manuscrito portugués, que comienza: «Historia do invictissimo emperador Carlos Quinto..., traduzida da lingoa francesa e do propio original en Madrid, anno 1620». Esto parece concluyente. Sin embargo, dos razones lo contradicen. La primera es la carta de Carlos V a Felipe II, con que le acompaña el manuscrito de sus Memorias, en 1552 y desde Innsbruck, donde se lee: « Esta historia es la que yo hize en romance, quando venimos por el Rin...». Aunque Morel-Fatio afirme -ya lo hemos recogido- que con la voz romance se puede hacer referencia tanto al francés como al español, por contraposición al latín, la verdad es que en los escritos del César, en sus cartas e Instrucciones, aparecen indistintamente las palabras castellano y romance, para tratar del español, citándose a la lengua vecina solamente por la voz francesa. Escribiendo en castellano parece dudoso que Carlos V emplease el término romance para tratar de la lengua francesa. Romance era sinónimo de castellano. Y así, fray Luis de León escribía: «No sé otro romance del que me enseñaron mis amas, que es el que ordinariamente hablamos»(38). Queda otra prueba a favor del castellano. Ya Morel-Fatio notó el estilo de las Memorias, con frecuentísimas reduplicaciones cosa muy poco propia del francés, pero sí del castellano, achacándolo al traductor, por no creerlo imputable a Carlos V. Mas por el contrario, y conforme a lo demostrado por Brandi, es ésta una de las circunstancias que ligan las Memorias con los escritos más íntimos del César; y así, en las Instrucciones de 1543 pudo Brandi anotar 68 de estas duplicaciones. Lo que se puede asegurar es que una traducción casi literal del manuscrito portugués ofrece un texto muy similar a los otros escritos castellanos del Emperador. El conflicto podría tener una explicación si, según la teoría de Ranke, al primer dictado en castellano hubiera seguido en la época del Emperador una traducción francesa (quizá debida a Van Male) que fuese la existencia en Madrid en 1620, pues lo que no cabe duda es que el manuscrito portugués encontrado por Kervyn corresponde a una versión directa del original de las Memorias.

     En cuanto a la cuestión de por qué Carlos V se decidió a escribir sus Memorias, para mí la respuesta está en el texto del padre Ribadeneyra: «... que no le había movido apetito de gloria ni de vanidad a escribirlas, sino de que se supiese la verdad. Porque los historiadores de nuestros tiempos que él había leído la oscurecían, o por no saberla o por sus aficiones y pasiones particulares...». Y este afán de rectificación no se refiere sólo a la obra de Avila y Zúñiga, sino también a la que componían los historiadores protestantes. Años después, recordando la época de la guerra de la Liga de Schmalkanden, escribiría Granvela a Humberto Foglietta sobre las falsedades de la obra de Sleydanus: «... mi ricordo che fra le scritture del duca Giovanni Federico, quando fu presso, trouassimo la soa patente che li fecero li protestanti et una instruttione con la quale li cometteuano di scriuer la storia come essi voleuano, in fauor loro...». Evidentemente, ese deseo de Carlos V está unido a un sentimiento de vanidad, no menos cierto porque se disculpase de él: pues se hallaba muy orgulloso de sus últimas campañas, y es bien probable que sobre él pesase el recuerdo de Julio César, cuyos Comentarios era uno de los pocos libros que tenía en Yuste. Pero, conforme a algo que le era muy habitual, arranca de muy atrás antes de iniciar el relato de las últimas campañas. Así, sus Memorias están claramente divididas en dos partes: la primera, que es como una recapitulación de sus viajes, de los principales acontecimientos políticos, entremezclados con los familiares, parte que va desde 1517 hasta 1544, y la segunda, que es como un diario de campaña, donde se recogen menudamente los acontecimientos militares de 1544 a 1547. Las últimas páginas, donde vuelven a entremezclarse los acontecimientos políticos y familiares de los años 1547 y 1548, indican que las Memorias quedaron incompletas, seguramente tal como se terminaron entre agosto y diciembre de 1550.

     Se hubiera querido encontrar en ellas referencias a algunos sucesos, tales como el de la muerte de Garcilaso de la Vega en la campaña de Provenza de 1536, o su reacción frente a acontecimientos de la talla de la primera vuelta al mundo, lograda por Elcano. Se hubiera deseado que el Emperador llegara a confidencias sobre sus, sentimientos personales. Nada de esto hay en las Memorias. Estas sólo se refieren a los sucesos en que el Emperador tuvo parte directa, y de orden escuetamente familiar o político. En cuanto a las confidencias, no correspondían a su sentido de la dignidad regia.Orgulloso de su victoria contra la Liga de Schmalkalden, y deseoso de aclarar aspectos tergiversados, a su juicio, por los historiadores contemporáneos, arranca Carlos V su exposición con el comienzo de su actividad política. Es como el justificante con que dará cuenta de la forma en que cumplió sus deberes de soberano. Desde el principio deja constancia de su fidelidad a los compromisos contraídos en política internacional, aunque ello le ocasione la primera guerra con Francia. Como Emperador, conoce su deber frente a la herejía luterana, que no logra desbaratar en la Dieta de Worms, cosa a la que se refiere con su lacónico estilo: no había sido culpa suya, sino de la primera guerra movida por Francisco I, «por cuya causa S. M. fue forzado a acabar la dicha Dieta, más como pudo que como deseaba y determinaba hacer...». El primer objetivo que declara moverle a salir de España en 1529 es «...por el deseo que tenía de poner en orden lo mejor que le fuese posible los yerros antedichos de Alemania, que, como está dicho, Su Majestad había dejado imperfectamente remediados a causa de las guerras que le habían sido movidas...». Alude a las Dietas de Augsburgo (1530) y de Ratisbona (1532), con los esfuerzos para llegar a un acuerdo religioso, y cómo por la amenaza del Turco se vio obligado a suspender, «por la brevedad del tiempo, los negocios de la religión, dejándolos en el estado en que estaban...». Finalmente, esa razón torna a ser una de las causas que le mueven a dejar España en 1543: su intento de volver a Alemania «para tratar del remedio de las cosas de la religión». Esta vez procedería por la vía de la fuerza, pero no sin dejar antes constancia de sus esfuerzos por que el Papa convocase el Concilio(39).

     En esta exposición del César, si el leitmotiv principal lo constituye su actuación frente a la herejía, al lado y casi a la par hay que considerar su defensa de la Cristiandad frente al Turco y el berberisco. Si no hace más, como recuperar Hungría, o si tarda tanto en la solución de aquellos dos problemas básicos que tiene planteados como Emperador, no es tanto por culpa suya como por la oposición que encuentra en Francia y en el mismo Papado; de ahí el tono de queja de quien se ve combatido por quienes más obligación tenían de apoyarle. Cuando es proclamado Emperador su porvenir es, ciertamente, muy incierto: «En este tiempo deja anotado- comenzaron a pulular las herejías de Lutero, en Alemania, y las Comunidades, en España». En ese tiempo, en el que Francisco I altera Italia e inicia contra él la primera de sus guerras. Otros testimonios nos indican que Carlos V tiene, al principio de su reinado, como objetivo más alto el de acometer la cruzada contra el Turco; pero para ello es preciso pacificar primero España e Italia y eliminar las herejías de Alemania, a la vez que defenderse de las acometidas de Francia y de los berberiscos. En las Memorias, escritas en la edad madura, no se encuentra ni un solo atisbo del cruzado juvenil. En realidad es la exposición de cómo ha cumplido la base previa: la solución del conflicto de las Comunidades, recordada en «el perdón general», con lo que une España a sus empresas; la pacificación de Italia y el asentamiento allí de su hegemonía, realizado en 1529: los sucesivos intentos de atraerse a los protestantes, y, finalmente, la solución de aquel nudo gordiano con la espada. Había aguantado las acometidas del francés, soportado mal que bien los ataques de los corsarios berberiscos y sorteado la escurridiza diplomacia de Clemente VII como de Paulo III. Pero con el Turco se conforma con las treguas hechas en 1546, que serán las que en sus Instrucciones de 1548 aconsejará a Felipe II que mantenga. Puede decirse, por tanto, que Carlos V considera en 1550 que ha llegado al culmen de su poderío y que lo que importa es encontrar la fórmula para conservarlo. De ahí que en el recuento de las jornadas contra turcos y berberiscos se limitará a señalar su resultado, pero nada dirá de que las circunstancias le han obligado a demorar tales planes de cruzado; hubo demora en la empresa contra los protestantes, renuncia en aquella otra de la Cruzada.

     Cabría hablar de los errores deslizados en las Memorias de Carlos V. En 1528 no estuvo en Valladolid, ni fue nombrado en 1529 Caracciolo virrey de Nápoles, sino Colonna; ni marchó en 1546 de Landshut sobre Neustadt, sino sobre Ratisbona. Le Mang constató algunos errores en las fechas dadas en el relato de la guerra de Schmalkalden. Por lo demás, los olvidos que se le podrían achacar constituyen, probablemente, silencios deliberados. Así, las vagas referencias a su actuación en Roma en 1536. En ningún momento se refiere a los sucesos de Ultramar, quizá porque escapaban a su inmediata órbita personal.

     En cuanto a la edición de Olona, baste decir que repite y aún aumenta los errores de Kervyn, que señala Morel-Fatio. Así, el traducir veo por vio, en lugar de por vino; neve por niebla, en lugar de por nieve. En ocasiones omite párrafos enteros, tales como el de la muerte del cardenal Cisneros, el de la Conferencia de Haguenau (12 de junio de 1540) o el de la muerte de Pedro Luis Farnesio. Otras veces se echan de ver los escasos conocimientos históricos de Olona: así, cuando don Fadrique Enríquez es presentado como don Federico Enríquez; o bien cuando el castillo de Gante, mandado construir por Carlos V después de las alteraciones de 1539, es traducido por el palacio de Gante(40). Por eso podría decirse que del mismo modo que la mala edición de Kervyn de Lettenhove, en francés, hizo precisa la más depurada en el mismo idioma del gran hispanista Morel-Fatio, de igual forma, digo, la traducción de Olona -justamente olvidada- pedía otra hecha con más cuidado. Eso es lo que intenté como homenaje a la figura del gran Emperador, tras el IV Centenario de su muerte.

     He de añadir que mis investigaciones durante dos años enteros en la Biblioteca de Palacio (papeles de Gravela), Biblioteca Nacional (sección de Manuscritos), Archivo General de Simancas y Real Academia de la Historia (Fondo Salazar), en busca del original de las Memorias del César, fueron infructuosas.

     En cambio, tuve la suerte de encontrar dos cartas de Granvela dirigidas al escritor italiano Humberto Foglietta, que considero íntimamente ligadas a las Memorias de Carlos V, y de las que di cuenta en ponencia presentada en el Congreso que sobre Carlos V celebró el Instituto de Cultura Hispánica. Estas cartas las publiqué en Hispania, en un comentario sobre las Memorias del Emperador(41).

     Parece indudable que Granvela estuvo al tanto de las Memorias de Carlos V. Así lo prueban la ya estudiada carta de Van Male al señor De Praet, de 17 de agosto de 1550, al igual que las cruzadas entre Felipe II y Granvela en 1561, a raíz de la muerte del ayuda de Cámara del Emperador. Es muy posible que para aclarar algunas dudas Carlos V hubiera acudido a su fiel ministro, como persona por cuya mano habían pasado en sus últimos años todos los negocios de Estado. Cuando Granvela sabe con certeza la muerte del César, escribe desde Cercamps al secretario Juan Vázquez de Molina, que estaba en Valladolid, pidiéndole que recogiese todas las cartas que él había escrito de su propia mano a Carlos V, «que no querría que con ellas me procurassen aquí algunos alguna burla»(42). Reitera su petición en abril y agosto de 1559(43); sin duda Juan Vázquez de Molina no se atrevió a hacer nada hasta la llegada de Felipe II, pues el Rey había ordenado que hasta entonces no se tocase ninguno de los efectos del Emperador(44) entre los cuales estaban las Memorias.

     No sabemos si las cartas de Granvela a Carlos V, que éste pedía con tanta instancia, tenían alguna relación con ellas, pero hay bastantes indicios para suponer que por entonces Granvela las tenía muy presentes. En efecto, el 5 de noviembre de 1558, fecha en que ya debía conocer la muerte de Carlos V(45), escribe la primera carta a Humberto Foglietta, en la que le explica los preliminares de la guerra de Alemania. Es en respuesta a la petición que le había formulado el escritor italiano, quien deseaba acometer la empresa de escribir la historia de aquel período. La petición de Foglietta era de 18 de junio. Parece evidente que la verdadera causa de la tardanza de Granvela en contestar a Foglietta radicó en que esperó para ello la respuesta de Yuste, pues dada su fidelidad al Emperador no querría hacerlo sin su conocimiento; tanto más cuanto que sabía que una de las causas que había movido a Carlos V a escribir sus Memorias había sido la de aclarar las principales cuestiones de aquella guerra, alteradas por los relatos de los historiadores. Pero sobre todo, me confirma en esta hipótesis el texto de estas dos cartas que encontré en la Biblioteca de Palacio en las que Granvela expone su punto de vista a Humberto Foglietta, escritas desde Cercamps y Cateau Cambrésis, a 5 de noviembre de 1558 y 8 de marzo de 1559, respectivamente; cartas inéditas, que yo sepa.

     En la primera, el Cardenal se disculpa de su tardanza por enfermedad, le recomienda la obra de don Luis de Ávila, con tal de que la purgase de aquellos fragmentos en que se mostraba excesivamente apasionado, junto con las otras obras que se hubiesen escrito y con lo que pudiese entender verbalmente de los que se habían hallado presentes. Le afirma que la principal causa que tuvo Carlos V para emprender la guerra fue el servicio de Dios y la restauración de la religión Católica en Alemania, una vez que se encontró libre de las constantes guerras contra franceses, turcos y moros. Para conocer el desarrollo de la Reforma le recomienda la obra del doctor Fontaine, impresa en París, y le pone en guardia contra la compuesta por Sleidanus, publicada en 1555 en Strasburgo(46). «Et mi ricordo -escribe Granvela- che fra le scritture del duca Giovanni Federico, quando fu preso, trouassimo la soa patente che li fecero li protestanti et vna instruttione con la quale li cometteuano di scriuer la storia come essi voleuano, in fauor loro, et cosi l'ha fatte...». Alude a los esfuerzos pacíficos de Carlos V por atraer a los disidentes, hasta que en el año 1539 encomendó al obispo de Constanza y al doctor Mathías Heldt, vicecanciller del Imperio, para que visitasen a los Príncipes y ciudades del Imperio, instándoles a volver a la Iglesia Católica, o al menos, a diferir sus agravios hasta lo que determinase el Concilio convocado por Paulo III. Pero el doctor Heldt, por exceso de celo, y no pudiendo consultar con el Emperador, entonces en España, pasó de la vía conciliatoria a la de amenazas, fraguando una liga entre los católicos, que produjo, como natural reacción, la de los protestantes hecha en Schmalkalden(47). Señala Granvela la pugna que existía entre los Príncipes de las diversas facciones que agravaban el conflicto, y cómo los consejeros de las principales ciudades imperiales habían sido sobornados por el landgrave de Hesse, en daño de la autoridad imperial, y poniendo obstáculos al Concilio iniciado en Trento, del que Carlos V esperaba la solución con la atracción de los protestantes. Después del fracaso de la Dieta de Worms de 1545, al ver cerrada la vía de las negociaciones, el César pensó en acudir a la fuerza, aprovechando el respiro dado por Francia; pero por la imposibilidad de ir a la guerra sin el concurso de los alemanes, necesitando incluso del apoyo de una parte de los protestantes, por la potencia que tenía la Liga de Schmalkalden, se atrajo al marqués Juan de Brandemburgo y al duque Mauricio de Sajonia, protestantes, proclamando que hacía la guerra contra los Príncipes rebeldes a la autoridad imperial (el duque Juan Federico de Sajonia y el landgrave de Hesse, con sus partidarios). Movilizó sus fuerzas: de Flandes le envió su hermana María dinero y soldados con el conde de Buren; de Alemania, la caballería llevada por los Príncipes citados, más los enviados por el maestre de la Orden Teutónica y los del marqués Alberto de Brandemburgo; de Italia y de Hungría, la infantería española; de Roma, la gente ofrecida por el Papa. Se inició el proceso de los Príncipes rebeldes, por no acudir a la Dieta de Ratisbona, de 1546. Señala Granvela que el inicio de la guerra partió de éstos, sin esperar a la sentencia de la causa, obligando a Carlos V, retirarse a Landshut (Baviera). Tal era el sumario de los principios de aquella guerra, según las noticias enviadas por Granvela en su primera carta de 5 de noviembre de 1558 a Humberto Foglietta(48).

     En su segunda carta, escrita desde Cateau Cambrésis, a 8 de marzo de 1559, sin duda en un respiro de las arduas negociaciones diplomáticas para la paz con Francia, Granvela hace hincapié especial en las dificultades que ofrecía la guerra contra la Liga de Schmalkalden, con la elocuencia que le era característica, para deducir el mayor elogio de Carlos V: «...tutte queste difficoltà superó'l zelo del seruitio d'Iddio, il stimolo d'honore et di riputatione per mantenimento dell'autorità, et infine, il valeroso et invitto animo di Soa Maestà». Alude después a los tumultos por aquella época estallados en Nápoles, para enfrentarse con una de las cuestiones más debatidas del tiempo: el asesinato de Pier Luigi Farnesio, el hijo de Paulo III, en el cual muchos contemporáneos habían creído comprometido a Carlos V, versión recogida por una parte de los historiadores modernos(49). En este sentido, la aclaración de la conducta del César por Granvela es terminante, y a mi parecer, sincera: «Circa la morte del duca Pier Luigi -dice- dichiaro (?, palabra confusa en el texto) le cause quelli che la fecero o ch'hebbero parte in essa, ch'io sono certo che mai consentì Soa Maestà Caesarea che si toccassi alla persona soa; è ben vero ch'ebbe resentimento contro di lui, per quello che V. S. aponta del conte de Fiesco, et ch'essendo morto el predetto Duca, si rallegrò molto Soa Maestà di vedere che li intenfetori hauessero ricorso da Lei per rimetter quella città nelle soe mani, et che non hauessero pigliato'l partito di Franza...»(50).

      Confrontando con las Memorias de Carlos V, se observa un notable paralelo: la enumeración de las dificultades de la guerra contra la Liga de Schmalkalden, la necesidad de plantearlo bajo el cariz de sometimiento de Príncipes rebeldes, incluso la propia omisión del duque de Alba que cuadra con la escasa valoración que del mismo hace Carlos V. También el César alude a la muerte de Pier Luigi Farnesio, aunque naturalmente sin referirse a las acusaciones que contra él circulaban, como quien se hallaba por encima de tales sospechas(51).

     Esto me hace pensar, en resumen, que las dos cartas de Granvela a Humberto Foglietta fueron escritas con el deseo de que algunos de los principales aspectos de las Memorias de Carlos V fueran divulgados, a través de la historia que de aquellos sucesos prometía escribir el historiador italiano.

     La presente traducción que ofrezco en español de las Memorias del César ha sido hecha directamente sobre el texto portugués tan escrupulosamente editado por Morel-Fatio, y confrontada con la versión francesa del notable hispanista. En tal labor me vi asistido por la valiosa ayuda de la Profesora de Investigación Científica del Instituto Cervantes del C.S.I.C., doctora Concepción Casado Lobato, así como por el catedrático de francés doctor don Jesús Cantera; a quienes quiero manifestar aquí mi vivo agradecimiento.

     He procurado conservar los giros propios del tiempo, tales como aparecen no sólo en los escritores contemporáneos del César -Mexía, Guevara, Valdés, Avila y Zúñiga-, sino también en la misma correspondencia del Emperador. De ahí el que conserve términos como madama, mosiur, etc. Conservo la división de los párrafos, enumerando los mismos tal como lo hace Morel-Fatio, para facilitar así la labor de quienes quieran cotejar los dos textos.

     Añadiré que por tratarse de unas Memorias tan especiales, en que se citan numerosos personajes, he procurado dar unos sucintos datos de cada uno de ellos, en las correspondientes notas a pie de página, aunque algunos sean suficientemente conocidos.Ya sólo me resta decir que este estudio se debe al estímulo constante del que fue director de la Escuela de Historia Moderna y amigo inolvidable, don Cayetano Alcázar, bajo cuya dirección se inició, y a cuyo emocionado recuerdo va dirigido.



De las sucesivas ediciones de las Memorias carolinas, o cómo un texto defectuoso puede desplazar a otro más fidedigno

     Ya hemos comprobado que a mediados del siglo XIX se confirmó la noticia de que Carlos V había escrito sus Memorias, o mejor dicho, que las había dictado a su ayuda de cámara Van Male, lo que había movido a investigadores de la talla del belga Gachard a constantes búsquedas, que resultaron infructuosas; hasta que, de modo casual, y cuando trabajaba sobre otro tema en la Biblioteca Nacional de París, su compatriota Kervyn de Lettenhove tuvo mejor fortuna, hallando una traducción portuguesa del original carolino, compuesta en 1620. Así reapareció en 1862 la primera publicación de las Memorias imperiales, si bien en un texto defectuoso, porque ni Kervyn de Lettenhove ni su colaborador Loumier conocían bien la lengua portuguesa, lo que dio lugar a no pocos errores; así lo pudo comprobar el notable hispanista francés Morel-Fatio, y ya hemos comentado que eso le llevaría a una edición notablemente mejor, en la que publicaba el texto portugués, acompañado de una cuidadosa traducción francesa con abundantes notas sobre los puntos más significativos; esto es, una auténtica edición crítica. Una valiosísima tarea que medio siglo más tarde, y con motivo de contribuir al IV Centenario de la muerte de Carlos V, traté de completar, con una traducción española, procurando a mi vez mejorar la que había dado a luz en aquel año de 1862 en España Luis de Olona. Y en ambos casos, como hemos de ver, la crítica valoró los dos trabajos, considerando que al fin se había hecho un texto en francés -el de Morel-Fatio- y en castellano -el mío- que podían considerarse como definitivos.

     Pero surgió lo inesperado. Y fue que en 1969 un escritor de talla excepcional, Salvador de Madariaga, compuso un breve ensayo sobre Carlos V, que apareció ese año en París. El ensayo de Madariaga era tan lúcido como todo lo de aquel gran pensador, pero muy breve (sobre las 100 páginas). Sin embargo, el editor francés lo lanzó en un grueso volumen de 400 páginas, en una colección de libros de Historia dirigida por Gérard Walter. Y para completar lo hecho por Madariaga, Gérard Walter le añadió una larga Introducción, amén de unas importantes referencias bibliográficas. Y lo que iba a ser más singular: también incorporó el texto de las Memorias del César. Pero, ¿qué texto? Podría pensarse que, olvidando las malas ediciones del siglo XIX, se fijaría en las más recientes y mejores de nuestro siglo, tanto más que el propio Gérard Walter reconocía su valía; tanto es así que en el apartado dedicado a las Fuentes decía textualmente:

     Mémoires:
     Publ. successivement en français par l'erudit belge Kervyn de Lettenhove et l'eminent hispanisant français A. Morel-Fatio (avec un imposant apparat critique). L'edition récente donnée par M. Fernández Álvarez (Instituto de Cultura Hispánica, 1960) doit être considerée comme définitive(52)

     Pues bien, pese a tan expreso reconocimiento, los editores franceses incorporarían la traducción francesa de Kervyn de Lettenhove, incluso con menos cuidado, porque al menos el investigador belga había añadido, en su texto original castellano, la carta inicial de Carlos V en la que decía textualmente:

     «Esta historia es la que yo hize en romance...»

     Por el contrario, en la edición de Madariaga sólo aparece la traducción francesa de ese texto:

«Cette histoire est celle que je composais en français...»(53)

     Y así sobrevendría una fuente de confusiones. Arropado por el enorme -y merecido- prestigio de Madariaga, ese texto, que en definitiva era el de Kervyn de Lettenhove, pero incompleto, sería el que prevalecería, conforme a la conocida ley de Gresham para la moneda (aquello de que una moneda mala puesta en circulación desplaza a la buena). Cuando Martyn Rady publica en Londres en fechas más recientes -exactamente, en 1988- The Emperor Charles V, incluye algunas páginas de las Memorias extraídas de la edición inglesa de Leonard F. Simpson, aparecida en Inglaterra en 1862 y que era la réplica inglesa a la hecha por Kervyn de Lettenhove.

     Y aún falta lo mejor, o lo peor, si se quiere, pues todavía más recientemente, en un artículo publicado en 1994, Marc Quagbebeur tratará de probar hasta qué punto Carlos V se había mostrado toda su vida como un príncipe vinculado a la cultura francesa («un prince francophone»), como lo probaba el hecho de que en sus últimos años había escrito sus Memorias en francés:

     «Aussi est-ce le français -nos dice- que Charles Quint utilise pour la rédaction de ses Mémoires. Les premières phrases du texte son explicites: «Cette histoire est celle que je composais en français...»(54)

     ¡Pero eso no es lo que afirma el César! Lo que Carlos V dice es otra cosa:

     Esta historia es la que yo hize en romance...

     Y romance, en los escritos de Carlos V, como ya hemos probado, quiere decir en castellano, no en francés. Pero una vez más, la deficiente edición de las Memorias realizada por Madariaga, basada en la de Kervyn de Lettenhove, es la que utiliza Marc Quagbebeur.

     Esto es, como en el terreno económico, donde la moneda mala desplaza a la buena, aquí una y otra vez comprobamos que los textos defectuosos desplazan a los más depurados(55).

     ¿Quedaría aquí esta falta de rigor científico? Pues no porque sorprendentemente, hasta en la reciente biografía del historiador austríaco KOHLER, A. Carlos V. Madrid : Marcial Pons, 2000, tan valorada por la crítica, pese a su desconocimiento de las principales Fuentes españolas(56), se afirma que se ha utilizado la edición hecha en 1862 por Warnköning, con esta escueta referencia:

     «Sobre los Comentaires de Carlos V, véase Commentaires de Charles-Quint, LETTENHOVE, K. de (ed). Bruxelles : 1862; traducción al alemán de WARNKÖNIG, L.A. Leipzig : 1862, p. 406».

     ¡Y nada más! Nada sobre la espléndida edición de MOREL-FATIO, y por supuesto, demostrado una vez más no haber manejado mi Corpus carolino, en cuyo IV volumen reeditaba mi traducción española de las Memorias del Emperador que había hecho en 1960. Está claro que para Kohler resutaba más fácil manejar el trabajo de Warnkönig, defectuoso pero a fin de cuentas escrito en alemán; lo que ya es más dudoso es que eso fuera lo más adecuado. Pero así están las cosas.






1.       FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Corpus Documental de Carlos V. Salamanca : 1979, v. IV, pp. 459-567.

2.       Estudiados por GACHARD, Retraite et mort de Charles-Quint au monastère de Yuste. Lettres inédites. Bruselas : 1854-55, v. II, pp. CXLVI y ss.

3.       RIBADENEYRA, P.P. de. Vida del P. Francisco de Borja. En Historias de la Contrarreforma. Madrid : B.A.C., 1945, p. 739.

4.       REIFFENBERG, Barón de. Lettres sur la vie intérieure de l'Empereur Carles- Quint. Bruselas : 1843 v. 4, XLV +120 pp.

5.       GACHARD. Op. cit., v. II, p. CXLVII.

6.       Felipe II a Granvela, Toledo, 17 de febrero de 1561. En Papiers d'Etat du Cardinal de Granvelle. WEISS, Ch. (ed.) París : 1346, v. VI, p. 273.Obsérvese que Felipe II temía a lo que Van Male escribiese de memoria, y es lo que quiere se destruya; no el manuscrito original, que sabía que don Luis de Quijada había arrebatado al ayuda de cámara del Emperador.

7.       Gravella a Felipe II, Bruselas, 7 de marzo de 1561. Ibidem, v. VI, p. 291.

8.       Gachard, Op. cit., II, CL.

9.       Ib., v. II, CLII. Gachard publicó el resultado de aquellas investigaciones. En Bull. De Lettres Acad. Roy de Belgique, S.l. : 1845, v. XII, pp. 29-38 y v. XXI, p. 6.Con el título «Note sur les Commentaires.». En la misma revista, véase el trabajo de ARENDT «Recherches sur les Commentaires.» En Bull. De Lettres Acad. Roy de Belgique, 8. Bruselas : Separata, 1859, 45 pp.

10.       Ib., II, CLII. Gachard publicó el resultado de aquellas investigaciones, en Bull. de Lettres Acad. Roy. de Belgique, 1845, XII, págs. 29-38, XXI, pág. 6, con el título «Note sur les Commentaires.». En la misma revista, véase el trabajo de Arendt «Recherches sur les Commentaires.» (publicado en separata, Bruselas, 1859, 47 págs., 8.º).

11.       RIBADENEYRA, P, Op. cit., p. 739. Cf con la carta de Carlos V a Felipe II, inserta al comienzo de sus Memorias, escrita desde Innsbruck, probablemente a finales de marzo o principios de abril de 1152. En cuanto al texto de parte de Ribadeneyra, es recogido casi íntegramente por Sandoval, quien añade sólo, sacado quizá de otros testimonios o producto de su propia cosecha, la respuesta del Santo: «Respondióle (San Francisco): Que la verdad, como de tercero, la podía dezir qualquier hombre de sí propio». RIBADENEYRA, P. Historia de Carlos V. Madrid : 1675, p. 478; recuérdese que mientras la primera edición de Sandoval parece ser la de 1604-1606, la de Ribadeneyra es de 1592.

12.       Ed. cit. Reiffenberg, p. 12.

13.       LETTENHOVE, K. de. Op. cit., pp. XIV y ss. Cf. RANKE, Bermekung über die autobographischen Aufzeichnungen Kaisers Karls V. En Deutsche Geschichte im Zeitalter der Reformation. JOACHIMSEN, P (ed.). Munich : 1926, v. VI, p. 79.

14.       «Wen hier van Male schreibt' ubi fuerit per Granvellanumm et filium recognitus, so ist sehr unwahrscheinlich mit Kervyn (Einleit., s. XVIII) unter dem Sohne den Infanten Philipp zu verstehen, indem eine Revision durch ihn, der damals 23 Jahre alt und die Staatges chäfte novh gar nicht eingeführt war, nicht denkbar erscheint, vielmehr sprincht van Male hier wohl von den beiden Granvella's» Historische Zeitschrift. S.l. : 1863, v. IX, p. 209.

15.       MOREL-FATIO. Historiographie de Charles-Quint: Première partie suivie des Mémories de Charles-Quint. París : 1913, pp. 179 y 180.Según Sánchez Alonso, el traductor de la edición de Kevyn de Lettenhove es de J. F. Loumier, atribuyendo el manuscrito portugués a don Manuel de Moura, hijo del famoso don Cristóbal de Moura . En Fuentes para la Historia española e hispanoamericana. Madrid : 1952, v. II, núm. 4.806.

16.       A Brantôme le costaba trabajo creerlo: «car tout le monde y fust accouru pour en achepter, comme du pain au marché en temps de faime, et certes la cupidité d'avoir un tel livre si beau et si rare y eust bien mis autre cherté qu'on ne l'a veue, et chazcun eust voulu avoir le sien" Cit. por MOREL-FATIO, Historiogrphie..., op. cit., p. 158.

17.       Leipzig y Londres, 1862. Sobre la traducción alemana, Morel-Fatio critica a los peores historiadores alemanes que se basaron en el texto dado por Warnkönig para estudiar la guerra de la Liga de Schmalkalden. MOREL-FATIO, op. cit., p. 173. La traducción de Olona es también de 1862 publicado en Madrid, v. 4º, XLVI +150 pp. Más tarde, en 1905, publicó SERRANO y SANZ un breve juicio sebre las Memorias, de escaso valor. En Autobiografías y Memorias. Madrid : Nueva Biblioteca de Autores Españoles, v. II, pp. VII y VIII.

18.       «Das Wort «en romance» kann nun nach damaligen und heutigem Geebrauch nichts anderes bedeuten als: in spanischer Sprace. Und an sich ist es nicht unwahrscheinlich, dass sich der Kaisser dieses Idioms bediente, da Philipp II. der franzüsischen Sprache wenig mächtig war, und van Male doch meldet, dasss dem Prinzen die Schrift zur Durchsicht habe vorgelet werden sollen, ehe er sie übersetzen dürfe». RANKE. Bermerkung über die autobiographischen Aufzeichnungen Kaisers Karls V. Op. cit., p. 79.

19.       «Man wird, wenngleich immer mit Vorbehalt weiterer Ermittlungen, annehmen dürfen, dass auf die spanische Niederschrift des Kaisers erst eine französische Redaktion folgte -die es eben war, welche der Kaiser seinem Sohne überschickte, denn sonst würde ihm nicht beigekommen sein, das Wort «en romance» hinzuzufügen.» (Ib., VI.).

20.       «Es könnte hiernach fast scheinen, als habe die Publikation für die Historie überhaupt keinen Wert: man könnte fragen, ob sie nicht ohne Schaden hätte unterbleiben können? -Antwort: keineswegs! die kleine Schrift ist uns sehr willkommen!» (Ib., VI, 80).

21.       «Ohne Zweifel liegt darin der Grund, weshalb der Kaiser sein Buch geheim zu halten wünschte, und auch später die Veröffentlichung desselben unterblieb. Darin gedenkt der Kaiser noch zuletzt des Attentates gegen Pier Luigi Farnese, aber freilich auf seine Weise. Aus dem später bekannt gewordenen Briefwechsel hat sich ausser allem Zweifel gestellt, dass er selbst und sein Stellvertreter in Mailand, Gonzaga, Anteil an dem Aufstand und eine vorläufige Kunde von dem Attentate hatten; dem Buche zufolge aber scheint es, als ob ihm die Nachricht höchst unerwartet gekommen wäre, als er eben zu ciner Erholung auf die Jagd ging» (Ibidem, VI, 84).

22.       «In allem, was der kaiserliche Autor sagt und verschweigt, erkennt man sein Selbst; man nimmt seinem dynastischen Ehrgeiz wahr, seine Freude am Krieg, seine Eifersucht auf einem hohen militärischen Ruf. Noch schlägt in ihm eine ritterliche Ader; doch fühlt er sich zugleich als kaiserliche Majestiät, wie er sich in dem Buch bezeichnet. Er hat es in dem Moment verfasst, in welchem seine Macht ihren Höhepunkt erreicht hatte; es ist ein Denkmal davon» (Ib., VI, 85).

23.       WALTZ O. Die Denkwürdigkeiten Kaiser Karl's V. Bonn : 1901.

24.       LE MANG R. Die Darstelluug des Schmalkaldischen Krieges in den Denkwürdigkeiten Kaiser Karl's V. Jena : 1890; cf. MORELl-FATIO, Historiagraphie...., op. cit., pág. 173.

25.       «Les remarques de M. Le Mang, qui trahissent d'ailleurs un parti pris d'hostilité un peu trop marqué à l'endroit de Charles...» (Op. cit., pág. 173).

26.       MOREL-FATIO, Historiographie..., op. cit., pág. 168

27.       Ib., págs. 178-179

28.       Ib., 169-171.

29.       Ib., 163. Si Carlos V tuvo intenciones de seguir sus Memorias en Yuste, y si llevó algo a efecto, ningún rastro nos ha quedado o, al menos, nada ha sido encontrado todavía a este respecto.

30.       Ib., pág. 172.

31.       Ib., pág. 165.

32.       BRANDI, K. «Die politischen Testamente Karls V» (en Berichte und Studien zur Geschichte Karls V. En la revista Nachrichten von der Geselschaft der Wissenschajten zu Göttingen. Góttingen : 1930, pág. 288).

33.       «Wenn in den geheimen Instruktionen von 1543 von dem grossen Lebensplan des Kaisers die Rede war, zu dessen Duchführung er schweren Herzens Spanien verlassen musste, der vollen Verantwortung durchaus bewusst, so blickten die Memoiren auf die grossartige Durchführung des clevischen, französischen und den Protestantenkrieges mit Genugtuung zurück» (Ib., pág. 290).

34.       Ibidem.

35.       Ib., págs. 299 y sigs. Karl Brandi repite estos conceptos en las páginas que dedica a las Memorias del Emperador, en el segundo volumen de su biografía Kaiser Karl V: Werden und Schicksal einer Persönlichkeit und eines Weltreiches, Quellen und Erörterungen. Munich : 1941, v. II, págs. 51-53.

36.       Don Juan Manrique de Lara, Clavero de Calatrava y Capitán General de Artillería, era uno de los principales soldados españoles que tenía por entonces Carlos V a su lado. En una relación de cargos y dignidades, con sus salarios, sita en el Archivo de Simancas, correspondiente a 1552, está entre los cuatro primeros. «Hásele dado -reza el documento- la Clavería (de Calatrava), que vale casi quatro mill y quinientos ducados, y el officio de Ensayador de Seuilla, que se cree que rentará un año con otro, mill y quinientos ducados, y el officio de Capitán General de la Artillería» (Arch. Simancas, Estado Castilla, leg. 89, fol. 204). Las Instrucciones de Carlos V a don Juan Manrique de Lara sobre la situación creada por la rebelión de Mauricio de Sajonia están fechadas a 28 de marzo de 1552 (Arch. Simancas, Estado Alemania, 1. 647, fols. 72 y sigs., Or.). Esas Instrucciones las complementó Carlos V con nuevo despacho, fechado a 9 de abril siguiente (Arch. Simancas, Estado Alemania, 1. 647, fol. 48, copia descifrada). En la respuesta de Felipe II se lee: «Como V. Md. haurá visto, por la carta que scriuí de mi mano, llegó don Juan Manrrique y vi las cartas de 24 de marzo y 9 de abril, que con él me mandó scriuir, y la instructión que se le dio y todos los papeles que truxo...» (Arch. Simancas, Est. Castilla, 1. 89, fol. 52, Or.). No he podido encontrar esa carta autógrafa de Felipe II a que se refiere este documento que acabo de citar; pero todo me hace creer que la confió sólo a su mano por tratar en ella de las Memorias, a lo que pienso alude cuando dice: «...y todos los papeles que truxo...».

37.       Sobre el conocimiento del castellano por Van Male existen varias pruebas, como por ejemplo una carta iniciada por Carlos V en español, dirigida a fray Juan de Ortega, y continuada por Van Male (GACHARD. Retraite et mort de Charles-Quint..., op. cit., Intr., pág. 42, número 3). En otra ocasión, Van Male escribe en castellano en nombre del doctor Mathys, «por no atreverse él a tanto en lengua castellana» (Ib., II, 261). En cuanto al dominio que lograron en el castellano el Emperador y los dos Granvela, es de sobra conocido para que sea preciso insistir en ello.

38.       La frase citada por Sáinz Rodríguez, «Los místicos españoles en el siglo XVI» (publicada en Reivindicación histórica del siglo XVI, curso de conferencias, Madrid, 1928, pág. 81). En el inventario de los bienes del Emperador, custodiados en Simancas, en la relación de los libros se determina si están escritos en latín, en romance o en francés. Así, se puede leer en dicho Inventario: «Vnas oras de Nuestra Señora, escritas en pergamino, en latín .... Otro libro que se yntitula Flor de Birtudes, en romance .... Otro libro de pliego, en francés, que se yntitula Hordinariedes Christianis...» (Arch. Simancas, Casa Real de Castilla, 1. 31, s.f., or.). En fin, en las Instrucciones de 1543, Carlos V le dice a Felipe II: «...no ay cosa más necesarya ny general que la lengua latyna. Por lo cual, yo os ruego mucho que trauajéys de tomarla de suerte que después de corrido, no os atreuáis a hablarla; ni serya malo tanbién saber algo de la francesa, mas no querría que, por tomar la vna, las dexássedes entranbas» (Instrucción íntima de 4 de mayo de 1543, en Laiglesia, Estudios históricos, Madrid, 1918, I, pág. 75). Parece evidente que Carlos V, si quería referirse a la lengua francesa, hablando en castellano, no podía emplear la voz romance, porque no sería entendido; lo que quiere decir, a la vez, que cuando escribe la carta, en español, se refiere y solamente se puede referir al castellano, cuando indica que compuso sus Memorias en romance.

39.       Véanse los párrafos 18, 23, 40, y en especial el 56.

40.       Los errores de Kervyn de Lettenhove (traspasados a la traducción de Olona), señalados por MOREL-FATIO, op. cit., págs. 180 y 337 y sigs.

41.       Hipania, LXXIII. S.l : S.a., págs. 714 y sigs.

42.       La noticia le llegó a Granvela a principios de noviembre, en la abadía de Cercamps, donde se hallaba negociando, como representante de Felipe II, la paz con Francia; en carta al marqués de Pescara fechada en Cercamps a 7 de noviembre de 1558, se refiere ya a «...la mala nuoua che si é hauuta della morte del buon Imperatore, nostro vecchio patrone, che sia in gloria...» (Bibl. de Palacio, Ms. de Granvela, 2.304, s.f., min.) Sin embargo, antes de hacer gestiones para recuperar sus cartas, espera la confirmación, cosa que obligaba lo incierto que era la información en la época; el 3 de diciembre, desde Arrás, escribe a Rogerio de Tassis: «Lo de la muerte del Emperador ha salido verdad, y cierto yo lo he sentido más que sabría dezir...» (Bibl. Pal., Ms., 2.304, s. f. ). Y al día siguiente, desde Douay, a Juan Vázquez de Molina, en estos términos: «Yo he scripto desde aquí muchas cartas de mi propia mano al dicho señor Emperador y a la Serenísima Reyna (María) y embiado algunas copias. Suplico a vuestra merced me la haga tan señalada de compelir los ministros que han estado cabe las personas de ambos, de parte del Rey, nuestro señor, para que ponga en manos de V. m. todas aquellas scripturas mías, que no querría que con ellas me procurassen aquí algunos alguna burla. V. m., si será seruido, las podrá ver y conoscerá por ellas el zelo que siempre he tenido y tengo en el seruicio de mis amos, y me hará muy gran merced de que después puedan boluer a mis manos...» (Ib., 2.304, sin folio, min.).

43.       Bibl. Pal., Ms. Granvela, tomos 2.306 y 2.320, s.f. Sin duda, Vázquez de Molina ponía como dificultad el consentimiento de Felipe II, pues en la de 3 de abril de 1559 le contesta Granvela: «Yo beso cient mil vezes las manos a V. m., por la que ha hecho en mandar saber dónde quedan los papeles del Emperador y de la Reyna, que están en el cielo. En boluiendo a Bruselas, plaziendo Dios, hablaré a S. M. para que mande a Luis Quixada y al obispo de Palencia que entreguen a V. m. todos los que son míos, y entonces le tornaré a suplicar que me la haga también en mandarlos cobrar a sus manos y guardármelos hasta que se ofrezca alguna buena comodidad con que podérmelos embiar». Y en la de 2 de agosto le escribe desde Gante que en cuanto a las cartas que mandó a Carlos V y a la reina María, que «creo son todas en francés», las recogiese sin que nadie las viese, salvo él y el rey, Felipe II, a quien a tiempo de su partida para España le había hablado de ellas.

44.       Felipe II a J. Vázquez de Molina, 8 dic. 1558: «De lo que quedó de Su Mag., que está en gloria, no dexeis vender nada ni dysponer dello, así de lo que ternía consigo como de lo que estaua en Simancas y por otras partes, hasta que auisado yo de lo que es y visto lo que dello me embiaréis, yo responda de lo que quiero en todo». (Arch. G. Sim., Casa Real, 1, 32, cop.). Los testamentarios le mandaron a Martín de Gaztelu, el fiel Secretario que había permanecido en Yuste con Carlos V, con inventario de lo habido en la recámara de Carlos V (A. G. S., Casa Real, 1, 32, f. 38, cop.; cf. R. Ac. H.ª Salazar, F-19, fols. 171-75, cop. cf. Supra, doc. DCCCXXV de este mismo tomo del Corpus.).

45.       Dos días antes, como hemos visto, escribe al marqués de Pescara sobre la marcha de Felipe II a Bruselas, «per la mala nuoua che si é hauuta della morte del buon Imperatore, nostro vecchio patrone, che sia in gloria...» (Biblioteca de Palacio, Ms. Granvela, 2.304, s. f., min.).

46.       SLEIDANUS, J. De statu religionis et reipublicae Carolo V. Caesare. Argentoratum. Estrasburgo : 1555.

47.       Evidentemente, Granvela se refiere aquí a un recrudecimiento de la hostilidad de la Liga de Schmalkalden, que databa de 1530.

48.       Bibl. Pal., Ms. Granvela, 2.304, s.f., min.

49.       En las páginas que dedica a esta cuestión A. F. Pollard, en una historia de la difusión e importancia alcanzada por la publicada por la Universidad de Cambridge, puede leerse: «... el asesinato del hijo de Paulo, Pedro Luis de Farnesio, perpetrado el día 10 de septiembre de 1547, con la connivencia, según muchos, de Ferante de Gonzaga, Gobernador de Milán; de Granvela y hasta del mismo Carlos» (trad. esp. de Ibarra, editor, 1940, II, pág. 321). Maurenbrecher, en cambio, emite un juicio bien distinto: «Des Herzogs Leben sollte man schonen, aber die Privatrache jener verschworenen Adeligen war stärker als die Rücksicht auf das Verbot des Kaisers». (POLLARD, A.F. Karl V. und die deutschen Protestanten 1545-1555. Düsseldorf : 1865, pág. 160). Opinión que hace suya Pastor, (PASTOR. Historia de los Papas. Barcelona : G. Gili, 1911, vol. XII, págs. 297-301), donde puede conocerse el profundo descontento de los súbditos de Pier Luigi Farnese, por su tiránico gobierno.

50.       Bibl. Palacio, Ms. Granvela, 2.306, s.f., min.

51.       V. el párrafo 92 de las Memorias.

52.       MADARIAGA, S. de. Charles-Quint, París : Albin Michel, 1969 (Sources: Écrits personnels de Charles-Quint). Existe trad. española, Barcelona : Grijalbo, 1980, pero que omite parte de los añadidos de la ed. francesa, y concretamente esa referencia a las Fuentes carolinas.

53.       Así se reconoce en una breve introducción al texto carolino en el que el editor -posiblemente Gérard Walter- da cuenta del descubrimiento de Kervyn de Lettenhove y de su publicación de 1862, añadiendo: «C'est sa traduction que le lecteur trouvera ici.»

54.       QUAGBEBEUR, M. «Autoportrait d'un prince francophone». En la Revista Correspondance, nº especial. Cáceres : 1994, p. 51. Quagbebeur deja constancia, desde el primer momento, que su análisis de las Memorias de Carlos V se basa en la publicación inserta en la obra de Salvador de Madariaga, dando la impresión de que desconoce tanto lo hecho en 1913 por Morel-Fatio como lo intentado por mí en 1960, que después reedité en el vol. IV de mi Corpus documental de Carlos V. Salamanca : Universidad, 1979, pp. 459-567; quizás por ello comienza su ensayo afirmando que es un texto («fort peu penché» (est. cit., p. 45).

55.       Recordemos, por último, que la más reciente versión de las Memorias de Carlos V se debe a CADENAS Y VICENT V. Las supuestas «Memorias» del Emperador Carlos V. Madrid : 1988, donde -como ya se apunta en el mismo título de la obra- duda de su autenticidad, con argumentos a mi juicio poco convincentes. En todo caso, la obra tiene el mérito indudable de incorporar, fotocopiado, el manuscrito portugués de 1620.

56.       Por ejemplo, ignora por completo los cientos de cartas familiares del Emperador publicadas por mí en el Corpus documental de Carlos V. Salamanca : 1973-1981, 5 v., limitándose a citar el título de la obra en la bibliografía.


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