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Novela de las dos Donzellas

Miguel de Cervantes Saavedra





  -fol. 189v-  

Cinco leguas de la ciudad de Seuilla, esta vn lugar que se llama Castilblanco1, y, en vno de muchos mesones que tiene, a la hora que anochezia, entró vn caminante sobre vn hermoso quartago estrangero; no traia criado alguno, y, sin esperar que le tuuiessen el estriuo, se arrojó de la silla con gran ligereza. Acudio luego el huesped -que era hombre diligente y de recado-,   -fol. 190r-   mas no fue tan presto que no estuuiesse ya el caminante sentado en vn poyo que en el portal auia, desabrochandose muy apriessa los botones del pecho, y luego dexó caer los braços a vna y a otra parte, dando manifiesto indicio de desmayarse.

La huespeda, que era caritatiua, se llegó a el, y, roziandole con agua el rostro, le hizo boluer en su acuerdo; y el, dando muestras que le auia pesado de que assi le huuiessen visto, se boluio a abrochar, pidiendo que le diessen luego vn aposento donde se recogiesse, y que, si fuesse possible, fuesse solo.

Dixole la huespeda que no auia mas de vno en toda la casa, y que tenia dos camas, y que   —6→   era forçoso, si algun huesped acudiesse, acomodarle en la vna.

A lo qual respondio el caminante que el pagaria los dos lechos, viniesse o no huesped alguno; y, sacando vn escudo de oro, se le dio a la huespeda, con condicion que a nadie diesse el lecho vazio.

No se descontentó la huespeda de la paga, antes se ofrecio de hazer lo que le pedia, aunque el mismo Dean de Seuilla llegasse aquella noche a su casa. Preguntole si queria cenar, y respondio que no, mas que solo queria que se tuuiesse gran cuydado con su quartago. Pidio la llaue del aposento, y lleuando consigo vnas bolsas grandes de cuero, se entró en el y cerro tras si la puerta con llaue y aun -a lo que despues parecio- arrimó a ella dos sillas.

Apenas se huuo encerrado, quando se juntaron a consejo el huesped y la huespeda, y el moço que daua la cebada, y otros dos vezinos, que acaso alli se hallaron, y todos trataron de la grande hermosura y gallarda disposicion del nueuo huesped, concluyendo que jamas tal belleza auian visto. Tantearonle la edad, y se resoluieron que tendria de diez y seys a diez y siete años. Fueron y vinieron, y dieron y tomaron -como suele dezirse- sobre que podia auer sido la causa del desmayo que le dio, pero como no la alcançaron, quedaronse con la   -fol. 190v-   admiracion de su gentileza.

Fueronse los vezinos a sus casas, y el huesped a pensar el quartago, y la huespeda a   —7→   aderezar2 algo de cenar, por si otros huespedes viniessen; y no tardó mucho, quando entró otro de poca mas edad que el primero y no de menos gallardia3, y4 apenas le huuo visto la huespeda, quando dixo: «¡Valame Dios!, y, ¿que es esto? ¿Vienen, por ventura, esta noche a posar angeles a mi casa?»

«¿Por que dize esso la señora huespeda?», dixo el cauallero.

«No lo digo por nada, señor», respondio la mesonera, «solo digo que vuessa merced no se apee, porque no tengo cama que darle, que dos que tenia las ha tomado vn cauallero que esta en aquel aposento y me las ha pagado entrambas, aunque no auia menester mas de la vna sola, porque nadie le entre en el apossento, y es que deue de gustar de la soledad; y en Dios y en mi anima que no se yo por que, que no tiene el cara ni disposicion para esconderse, sino para que todo el mundo le vea y le bendiga.»

«¿Tan lindo es, señora huespeda?», replicó el cauallero.

«¡Y como si es lindo!», dixo ella, «¡y aun mas que relindo!»

«Ten aqui, moço», dixo a esta sazon el cauallero, «que, aunque duerma en el suelo, tengo de ver hombre tan alabado»; y, dando el estriuo5 a vn moço de mulas, que con el venia,   —8→   se apeó y hizo que le diessen luego de cenar, y assi fue hecho, y, estando cenando, entró vn alguazil del pueblo -como de ordinario en los lugares pequeños se vsa- y sentose a conuersacion con el cauallero, en tanto que cenaua, y no dexó, entre razon y razon, de echar abaxo tres cubiletes de vino y de roer vna pechuga y vna cadera de perdiz que le dio el cauallero, y todo se lo pagó el alguazil con preguntarle nueuas de la Corte y de las guerras de Flandes y baxada del Turco, no oluidandose de los sucessos del Trasiluano6, que nuestro Señor guarde.

El cauallero cenaua y callaua, porque no venia de parte que le pudiesse satisfazer a sus preguntas. Ya en   -fol. 191r-   esto, auia acabado el mesonero de dar recado al quartago, y sentose a hazer tercio en la conuersacion y a prouar de su mismo uino no menos tragos que el alguazil, y, a cada trago que embasaua, boluia y derribaua la cabeça sobre el ombro yzquierdo, y alabaua el vino, que le ponia en las nubes, aunque no se atreuia a dexarle mucho en ellas, por que no se aguasse.

De lance en lance, boluieron a las alabanças del huesped encerrado, y contaron de su desmayo y encerramiento, y de que no auia querido cenar cosa alguna. Ponderaron el aparato de las bolsas, y la bondad del quartago y del vestido vistoso que de camino traia7. Todo lo qual requeria no venir sin moço que le siruiesse.   —9→   Todas estas exageraciones pusieron nueuo desseo de verle, y rogo al mesonero hiziesse de modo como el entrasse a dormir en la otra cama, y le daria vn escudo de oro. Y puesto que la codicia del dinero acabó con la voluntad del mesonero de darsela, halló ser impossible, a causa que estaua cerrado por de dentro, y no se atreuia a despertar al que dentro dormia, y que tambien tenia pagados los dos lechos.

Todo lo qual facilitó el alguazil, diziendo: «Lo que se podra hazer, es: que yo llamaré a la puerta, diziendo que soy la justicia, que por mandado del señor alcalde traygo a aposentar a este cauallero a este meson, y que, no auiendo otra cama, se le manda dar aquella; a lo qual ha de replicar el huesped que se le haze agrauio, porque ya esta alquilada y no es razon quitarla al que la tiene. Con esto quedará el mesonero desculpado8, y vuessa merced consiguira su intento.»

A todos les parecio bien la traza9 del alguazil, y por ella le dio el desseoso quatro reales. Pusose luego por obra; y, en resolucion, mostrando gran sentimiento, el primer huesped abrio a la justicia, y el segundo, pidiendole perdon del agrauio que, al parecer, se le auia hecho, se fue acostar en el lecho desocupado; pero   -fol. 191v-   ni el otro le respondio palabra, ni menos se dexó ver el rostro, porque, apenas huuo   —10→   abierto, quando se fue a su cama, y, buelta la cara a la pared, por no responder, hizo que dormia. El otro se acosto, esperando cumplir por la mañana su desseo, quando se leuantassen10.

Eran las noches de las pereçosas y largas de diziembre, y el frio y el cansancio del camino forçaua a procurar passarlas con reposo; pero como no le tenia el huesped primero, a poco lo mas de la media noche començo a suspirar tan amargamente, que con cada suspiro parecia despedirsele el alma, y fue de tal manera que, aunque el segundo dormia, huuo de despertar al lastimero11 son del que se quexaua. Y admirado de los sollozos12 con que acompañaua los suspiros, atentamente se puso a escuchar lo que, al parecer, entre si murmuraua.

Estaua la sala escura y las camas bien desuiadas, pero no por esto dexó de oyr, entre otras razones, estas, que con voz debilitada y flaca el lastimado huesped primero dezia: «¡Ay sin ventura! ¿A donde me lleua la fuerça incontrastable de mis hados? ¿Que camino es el mio, o que salida espero tener del intricado laberinto donde me hallo? ¡Ay pocos y mal experimentados años, incapazes de toda buena consideracion y consejo! ¿Que fin ha de tener esta no sabida peregrinacion mia? ¡Ay honra menospreciada! ¡Ay amor mal agradezido!13 ¡Ay   —11→   respectos14 de honrados padres y parientes atropellados! Y15 ¡ay de mi vna y mil vezes, que tan a rienda suelta me dexé lleuar de mis desseos! ¡O palabras fingidas, que tan de veras me obligastes a que con obras os respondiesse! ¿Pero de quien me quexo, cuytada? ¿Yo no soy la que quise engañarme? ¿No soy yo la que tomó el cuchillo con sus mismas manos, con que corté y eché por tierra mi credito, con el que de mi valor tenian mis ancianos padres? ¡O fementido Marco Antonio! ¿Como es possible que en las dulces palabras que me dezias viniesse   -fol. 192r-   mezclada la hiel de tus descortesias y desdenes? ¿Adonde estas, ingrato? ¿Adonde te fuyste, desconocido? Respondeme, que te hablo; esperame, que te sigo; sustentame, que descaezco; pagame, que me deues; socorreme, pues por tantas vias te tengo obligado.»

Calló en diziendo esto, dando muestra en los ayes y suspiros que no dexauan los ojos de derramar tiernas lagrimas. Todo lo qual, con sossegado silencio, estuuo escuchando el segundo huesped, coligiendo, por las razones que auia oydo, que sin duda alguna era muger la que se quexaua, cosa que le auiuó mas el desseo de conozella16, y estuuo muchas vezes determinado de yrse a la cama de la que creia ser muger; y huuieralo hecho, si en aquella sazon no le sintiera leuantar; y, abriendo la puerta   —12→   de la sala, dio vozes al huesped de casa17 que le ensillasse el quartago, porque queria partirse.

A lo qual, al cabo de vn buen rato que el mesonero se dexó llamar, le respondio que se sossegasse, porque aun no era passada la media noche, y que la escuridad era tanta, que seria temeridad ponerse en camino.

Quietose con esto, y boluiendo a cerrar la puerta, se arrojó en la cama de golpe, dando vn rezio suspiro.

Pareciole al que escuchaua, que sería bien hablarle y ofrecerle para su remedio lo que de su parte podia, por obligarle18 con esto a que se descubriesse, y su lastimera historia le contasse, y assi le dixo:

«Por cierto, señor gentilhombre, que si los suspiros que aueys dado, y las palabras que aueys dicho, no me huuieran mouido a condolerme del mal de que os quexays, entendiera que carecia de natural sentimiento, o que mi alma era de piedra y mi pecho de bronce duro; y si esta compassion que os tengo, y el presupuesto que en mi ha nacido de poner mi vida por vuestro remedio -si es que vuestro mal le tiene-, merece alguna cortesia en recompensa, ruegoos que la vseys conmigo, declarandome, sin encubrirme cosa,   -fol. 192v-   la causa de vuestro dolor.»

«Si el no me huuiera sacado de sentido», respondio   —13→   el que se quexaua, «bien deuiera yo de acordarme que no estaua solo en este aposento, y assi huuiera puesto mas freno a mi lengua, y mas tregua a mis suspiros; pero en pago de auerme faltado la memoria, en parte donde tanto me importaua tenerla, quiero hazer lo que me pedis, porque, renouando la amarga historia de mis desgracias, podria ser que el nueuo sentimiento me acabasse. Mas si quereys que haga lo que me pedis, aueysme de prometer, por la fe que me aueys mostrado en el ofrecimiento que me aueys hecho, y por quien vos soys -que, a lo que en vuestras palabras mostrays, prometeys mucho-, que por cosas que de mi oyays en lo que os dixere, no os aueys de mouer de vuestro lecho, ni venir al mio, ni preguntarme mas de aquello que yo quisiere deziros, porque si al contrario desto hizieredes, en el punto que os sienta mouer, con vna espada que a la cabecera tengo, me passaré el pecho.»

Essotro -que mil impossibles prometiera, por saber lo que tanto desseaua- le respondio que no saldria vn punto de lo que le auia pedido, afirmandoselo con mil juramentos.

«Con esse seguro pues», dixo el primero, «yo hare lo que hasta aora no he hecho, que es dar cuenta de mi vida a nadie, y assi, escuchad:

»Aueys de saber, señor, que yo que en esta posada entré -como sin duda os auran dicho- en trage de varon, soy vna desdichada donzella, a lo menos vna que lo fue no ha ocho   —14→   dias, y lo dexó de ser por inaduertida y loca, y por creerse de palabras compuestas y afeytadas de fementidos hombres. Mi nombre es Teodosia, mi patria vn principal lugar desta Andaluzia, cuyo nombre callo porque no os importa a vos tanto el saberlo, como a mi el encubrirlo, mis padres son nobles, y mas que medianamente ricos, los quales tuuieron vn hijo y vna hija:   -fol. 193r-   el para descanso y honra suya, y ella para todo lo contrario; a el embiaron a estudiar a Salamanca; a mi me tenian en su casa, a donde me criauan con el recogimiento y recato que su virtud y nobleza pedian, y yo, sin pesadumbre alguna, siempre les fuy obediente, ajustando mi voluntad a la suya, sin discrepar vn solo punto, hasta que mi suerte menguada, o mi mucha demasia, me ofrecio a los ojos vn hijo de vn vezino nuestro, mas rico que mis padres, y tan noble como ellos.

»La primera vez que le miré, no senti otra cosa que fuesse mas de vna complacencia de auerle visto, y no fue mucho, porque su gala, gentileza, rostro y costumbres eran de los alabados y estimados del pueblo, con su rara discrecion y cortesia. Pero, ¿de que me sirue alabar a mi enemigo, ni yr alargando con razones el sucesso tan desgraciado mio o, por mejor dezir, el principio de mi locura? Digo, en fin, que el me vio vna y muchas vezes desde vna ventana, que frontero de otra mia estaua; desde alli -a lo que me parecio- me embio el alma por los ojos, y los mios, con otra manera   —15→   de contento que el primero, gustaron de miralle19, y aun me forçaron a que creyesse que eran puras verdades quanto en sus ademanes y en su rostro leia. Fue la vista la intercessora y medianera de la habla, la habla de declarar su desseo, su desseo de encender el mio, y de dar fe al suyo.

»Llegose a todo esto las promessas, los juramentos, las lagrimas, los suspiros, y todo aquello que a mi parecer puede hazer vn firme amador, para dar a entender20 la entereza de su voluntad y la firmeza de su pecho, y en mi, desdichada, que jamas en semejantes ocasiones y tranzes21 me auia visto, cada palabra era vn tiro de artilleria, que derribaua parte de la fortaleza de mi honra; cada lagrima era vn fuego en que se abrasaua mi honestidad; cada suspiro vn furioso viento que el incendio aumentaua,   -fol. 193v-   de tal suerte, que acabó de consumir la virtud que hasta entonces aun no auia sido tocada; y, finalmente, con la promessa de ser mi esposo, a pesar de sus padres, que para otra le guardauan, di con todo mi recogimiento en tierra, y, sin saber como, me entregué en su poder a hurto de mis padres, sin tener otro testigo de mi desatino que vn page de Marco Antonio -que este es el nombre del inquietador de mi sossiego-, y apenas huuo tomado de mi la possession que quiso,   —16→   quando de alli a dos dias desaparecio del pueblo, sin que sus padres, ni otra persona alguna, supiessen dezir ni imaginar donde auia ydo.

»Qual yo quedé, digalo quien tuuiere poder para dezirlo, que yo no se, ni supe mas de sentillo. Castigué mis cabellos, como si ellos tuuieran la culpa de mi yerro; martirizé mi rostro, por parecerme que el auia dado toda la ocasion a mi desuentura; maldixe mi suerte; acuse mi presta determinacion; derramé muchas e infinitas lagrimas; vime casi ahogada entre ellas y entre los suspiros que de mi lastimado pecho salian. Quexeme en silencio al cielo; discurri con la imaginacion, por ver si descubria algun camino o senda a mi remedio; y la que hallé, fue vestirme en habito de hombre, y ausentarme de la casa de mis padres, y yrme a buscar a este segundo engañador Eneas, a este cruel y fementido Vireno22, a este defraudador de mis buenos pensamientos y legitimas y bien fundadas esperanças; y assi, sin ahondar mucho en mis discursos, ofreciendome la ocasion vn vestido de camino de mi hermano, y vn quartago de mi padre, que yo ensillé, vna noche escurissima me sali de casa, con intencion de yr a Salamanca, donde, segun despues se dixo, creian que Marco Antonio podia auer venido, porque tambien es estudiante y camarada del hermano mio que os he dicho. No dexé assimismo   -fol. 194r-   de sacar cantidad de dineros en oro, para todo aquello que en mi impensado viage pueda sucederme. Y lo que mas me   —17→   fatiga, es que mis padres me han de seguir y hallar por las señas del vestido y del quartago que traygo; y quando esto no tema, temo a mi hermano, que esta en Salamanca, del qual, si soy conocida, ya se puede entender el peligro en que esta puesta mi vida, porque aunque el escuche mis disculpas, el menor punto de su honor passa a quantas yo pudiere23 darle.

»Con todo esto, mi principal determinación es, aunque pierda la vida, buscar al desalmado de mi esposo, que no puede negar el serlo sin que le desmientan las prendas que dexó en mi poder, que son, vna sortija de diamantes con vnas cifras que dizen: “Es Marco Antonio esposo de Teodosia.” Si le hallo, sabre del que halló en mi, que tan presto le mouio a dexarme y, en resolucion, hare que me cumpla la palabra y fe prometida, o le quitaré la vida, mostrandome tan presta a la vengança, como fuy facil al dexar agrauiarme, porque la nobleza de la sangre que mis padres me han dado, va despertando en mi brios que me prometen, o ya remedio, o ya vengança de mi agrauio. Esta es, señor cauallero, la verdadera y desdichada historia que desseauades saber, la qual sera bastante disculpa de los suspiros y palabras que os despertaron. Lo que os ruego y suplico es que, ya que no podays24 darme remedio, a lo menos me deys consejo con que pueda huyr los peligros que me contrastan, y templar el   —18→   temor que tengo de ser hallada, y facilitar los modos que he de vsar para conseguir lo que tanto desseo y he menester.»

Vn gran espacio de tiempo estuuo sin responder palabra el que auia estado escuchando la historia de la enamorada Teodosia, y tanto, que ella penso que estaua dormido, y que ninguna cosa le auia oydo; y, para certificarse de lo que sospechaua, le dixo: «¿Dormis,   -fol. 194v-   señor? y no seria malo que durmiessedes, porque el apassionado que cuenta sus desdichas a quien no las siente, bien es que causen en quien las escucha mas sueño que lastima.»

«No duermo», respondio el cauallero, «antes estoy tan despierto, y siento tanto vuestra desuentura, que no se si diga que en el mismo grado me aprieta y duele que a vos misma, y por esta causa el consejo que me pedis, no solo ha de parar en aconsejaros, sino en ayudaros con todo aquello que mis fuerças alcançaren, que puesto que en el modo que aueys tenido en contarme vuestro sucesso, se ha mostrado el25 raro entendimiento de que soys dotada26 - 27, y que conforme a esto os deuio de engañar mas vuestra voluntad rendida, que las persuasiones de Marco Antonio, todavia quiero tomar por disculpa de vuestro yerro vuestros pocos años, en los quales no cabe tener experiencia28 de los muchos engaños de los hombres. Sossegad, señora, y dormid -si podeys   —19→   lo poco que deue de quedar de la noche, que, en viniendo el dia, nos aconsejaremos los dos, y veremos que salida se podra dar a vuestro remedio.»

Agradecioselo Teodosia lo mejor que supo, y procuró reposar vn rato, por dar lugar a que el cauallero durmiesse, el qual no fue possible sossegar vn punto, antes començo a bolcarse por la cama y a suspirar de manera, que le fue forçoso a Teodosia preguntarle que era lo que sentia; que si era alguna passion, a quien ella pudiesse remediar, lo haria con la voluntad misma que el29 a ella se le auia ofrecido.

A esto respondio el cauallero: «Puesto que soys vos, señora, la que causa el desasossiego que en mi aueys sentido, no soys vos la que podays30 remedialle, que, a serlo, no tuuiera yo pena alguna.»

No pudo entender Teodosia adonde se encaminauan aquellas confusas razones; pero todavia sospechó que alguna passion amorosa le fatigaua, y aun penso ser ella la causa, y era   -fol. 195r-   de sospechar y de pensar, pues la comodidad del aposento, la soledad y la escuridad, y el saber que era muger, no fuera mucho auer despertado en el algun mal pensamiento, y, temerosa desto, se vistio con grande priesa31 y con mucho silencio, y se ciñó su espada y daga, y de aquella manera, sentada sobre la cama, estuuo   —20→   esperando el dia, que de alli a poco espacio dio señal de su venida con la luz que entraua por los muchos lugares y entradas que tienen los aposentos de los mesones y ventas. Y lo mismo que Teodosia auia hecho el cauallero, y apenas vio estrellado el aposento con la luz del dia, quando se leuantó de la cama, diziendo:

«Leuantaos, señora Teodosia, que yo quiero lo acompañaros en esta jornada, y no dexaros de mi lado, hasta que como legitimo esposo tengays en el vuestro a Marco Antonio, o que el, o yo, perdamos las vidas, y aqui vereys la obligacion y voluntad en que me ha puesto vuestra desgracia».

Y diziendo esto, abrio las ventanas y puertas del aposento.

Estaua Teodosia desseando ver la claridad, para ver con la luz que talle y parecer tenia aquel con quien auia estado hablando toda la noche; mas quando le miró y le conocio, quisiera que jamas huuiera amanecido, sino que alli, en perpetua noche, se le huuieran cerrado los ojos, porque apenas huuo el cauallero buelto los ojos a mirarla -que tambien desseaua verla- quando ella conocio que era su hermano, de quien tanto se temia, a cuya vista casi perdio la de sus ojos, y quedó suspensa y muda, y sin color en el rostro. Pero sacando del temor esfuerço, y del peligro discrecion, echando mano a la daga, la tomó por la punta y se fue a hincar de rodillas delante de su   —21→   hermano, diziendo, con voz turbada y temerosa:

«Toma32, señor y querido hermano mio, y haz con este hierro el castigo del que he cometido, satisfaziendo tu enojo, que, para tan grande culpa como la mia, no es bien que ninguna misericordia me valga; yo confiesso mi pecado, y no quiero que me sirua de disculpa mi arrepentimiento;   -fol. 195v-   solo te suplico que la pena sea de suerte que se estienda a quitarme la vida, y no la honra, que puesto que yo la he puesto en manifiesto peligro, ausentandome de casa de mis padres, todavia quedará en opinion, si el castigo que me dieres fuere secreto.»

Mirauala su hermano, y aunque la soltura de su atreuimiento le incitaua a la vengança, las palabras tan tiernas y tan eficazes con que manifestaua su culpa, le ablandaron de tal suerte las entrañas, que, con rostro agradable, y semblante pazifico33, la leuantó del suelo, y la consolo lo mejor que pudo y supo, diziendole, entre otras razones, que por no hallar castigo ygual a su locura, le suspendia por entonces; y assi por esto, como por parecerle que aun no auia cerrado la fortuna de todo en todo las puertas a su remedio, queria antes procurarsele por todas las vias possibles, que no tomar vengança del agrauio que de su mucha liuiandad en el redundaua.

Con estas razones boluio Teodosia a cobrar   —22→   los perdidos espiritus; tornó la color a su rostro, y reuiuieron sus casi muertas esperanças.

No quiso mas don Rafael -que assi se llamaua su hermano- tratarle de su sucesso; solo le dixo que mudasse el nombre de Teodosia en Teodoro, y que diessen luego la buelta a Salamanca los dos juntos a buscar a Marco Antonio, puesto que el imaginaua que no estaua en ella, porque, siendo su camarada, le huuiera hablado, aunque podia ser que el agrauio que le auia hecho le enmudeciesse y le quitasse la gana de verle.

Remitiose el nueuo Teodoro a lo que su hermano quiso. Entró en esto el huesped, al qual ordenaron que les diesse algo de34 almorçar, porque querian partirse luego.

Entre tanto que el moço de mulas ensillaua, y el almuerço venia, entró en el meson vn hidalgo, que venia de camino, que de don Rafael fue conocido luego. Conociale tambien Teodoro, y no ossó35 salir del aposento, por no ser visto. Abraçaronse los dos, y preguntó   -fol. 196r-   don Rafael al recien venido, que nueuas auia en su lugar.

A lo qual respondio que el venia del Puerto de Santa Maria, adonde dexaua quatro galeras de partida para Napoles, y que en ellas auia visto embarcado a Marco Antonio Adorno, el hijo de don Leonardo Adorno, con las quales nueuas se holgo don Rafael, pareciendole que   —23→   pues tan sin pensar auia sabido nueuas de lo que tanto le importaua, era señal que tendria buen fin su sucesso. Rogole a su amigo que trocasse con el quartago de su padre, que el muy bien conocia, la mula que el traia, no diziendole que venia, sino que yua a Salamanca, y que no queria lleuar tan buen quartago en tan largo camino.

El otro, que era comedido y amigo suyo, se contentó del trueco, y se encargó de dar el quartago a su padre. Almorçaron36 juntos, y Teodoro solo, y llegado el punto de partirse, el amigo tomó el camino de Cazalla37, donde tenia vna rica heredad. No partio don Rafael con el, que por hurtarle el cuerpo le dixo que le conuenia boluer aquel dia a Seuilla; y assi como le vio ydo, estando en orden las caualgaduras, hecha la cuenta, y pagado al huesped, diziendo «A Dios», se salieron de la posada, dexando admirados a quantos en ella quedauan de su hermosura y gentil disposicion, que no tenia para hombre menor gracia, brio y compostura38 don Rafael, que su hermana belleza y donayre. Luego, en saliendo, conto don Rafael a su hermana las nueuas que de Marco Antonio le auian dado, y que le parecia que, con la diligencia possible, caminassen la buelta de Barcelona, donde de ordinario suelen parar algun dia las galeras que passan a Italia, o vienen   —24→   a España, y que si no huuiessen llegado, podian esperarlas, y alli sin duda hallarian a Marco Antonio.

Su hermana le dixo que hiziesse todo aquello que mejor le pareciesse, porque ella no tenia mas voluntad que la suya.

Dixo don Rafael al moço   -fol. 196v-   de mulas que consigo lleuaua, que tuuiesse paciencia, porque le conuenia passar a Barcelona, assegurandole la paga a todo su contento, del tiempo que con el anduuiesse.

El moço, que era de los alegres del oficio, y que conocia que don Rafael era liberal, respondio que hasta el cabo del mundo le acompañaria y seruiria.

Preguntó don Rafael a su hermana que dineros lleuaua. Respondio que no los tenia contados, y que no sabia mas de que en el escritorio de su padre auia metido la mano siete o ocho vezes, y sacadola39 llena de escudos de oro, y segun aquello, imaginó don Rafael que podia lleuar hasta quinientos escudos, que con otros dozientos que el tenia y vna cadena de oro que lleuaua, le parecio no yr muy desacomodado; y mas persuadiendose que auia de hallar en Barcelona a Marco Antonio.

Con esto se dieron priessa a caminar, sin perder jornada, y, sin acaescerles desman o impedimento40 alguno, llegaron a dos leguas de vn lugar, que esta nueue de Barcelona, que   —25→   se llama Ygualada. Auian sabido en el camino, como vn cauallero que passaua por embaxador a Roma, estaua en Barcelona esperando las galeras, que aun no auian llegado, nueua que les dio mucho contento. Con este gusto caminaron hasta entrar en vn bosquezillo, que en el camino estaua, del qual vieron salir vn hombre corriendo, y mirando atras como espantado.

Pusosele don Rafael delante, diziendole: «¿Por que huys, buen hombre? o ¿que cosa os ha acontezido41, que con muestras de tanto miedo os haze parecer tan ligero?»

«¿No quereys que corra apriessa, y con miedo», respondio el hombre, «si por milagro me he escapado de vna compañia de vandoleros que queda en esse bosque?»

«Malo», dixo el moço de mulas, «malo ¡viue Dios! ¿Vandoleritos42 a estas horas? ¡Para mi santiguada, que ellos nos pongan como nueuos!»

«No os congojeys43, hermano», replicó el del bosque, «que ya los vandoleros   -fol. 197r-   se han ydo, y han dexado atados a los arboles deste bosque mas de treynta passageros, dexandolos en camisa; a solo vn hombre dexaron libre, para que desatasse a los demas, despues que ellos huuiessen traspuesto vna montañuela que le44 dieron por señal.»

«Si esso es», dixo Caluete -que assi se llamaua   —26→   el moço de mulas-, «seguros podemos passar, a causa que al lugar donde los vandoleros hazen el salto, no bueluen por algunos dias, y puedo assegurar esto, como aquel que ha dado dos vezes en sus manos, y sabe de molde su vsança y costumbres.»

«Assi es», dixo el hombre, lo qual, oydo por don Rafael, determinó passar adelante, y no anduuieron mucho, quando dieron en los atados, que passauan de quarenta, que los estaua desatando el que dexaron suelto.

Era estraño espectaculo el verlos, vnos desnudos del todo, otros vestidos con los vestidos astrosos de los vandoleros; vnos llorando de verse robados, otros riendo de ver los estraños45 trages de los otros; este contaua por menudo lo que le lleuauan; aquel dezia que le pesaua mas de vna caxa de Agnus, que de Roma traia46, que de otras infinitas cosas que lleuauan. En fin, todo quanto alli passaua eran llantos y gemidos de los miserables despojados. Todo lo qual mirauan, no sin mucho dolor, los dos hermanos, dando gracias al cielo, que de tan grande y tan cercano peligro los auia librado. Pero lo que mas compassion les puso, especialmente a Teodoro, fue ver al tronco de vna enzina atado vn muchacho de edad al parecer de diez y seys años, con sola la camisa y vnos calçones de lienço; pero tan hermoso de rostro, que forçaua y mouia a todos que le mirassen.

Apeose Teodoro a desatarle, y el le agradeció   —27→   con muy corteses razones el beneficio; y por hazersele mayor, pidio a Caluete, el moço de mulas, le prestasse su capa, hasta que en el primer lugar comprassen otra para aquel gentil mancebo.   -fol. 197v-   Diola Caluete, y Teodoro cubrio con ella al moço, preguntandole de donde era, de donde venia, y a donde caminaua.

A todo esto estaua presente don Rafael, y el moço respondió que era del Andaluzia, y de vn lugar, que en nombrandole, vieron que no distaua del suyo sino dos leguas. Dixo que venia de Seuilla, y que su designio era passar a Italia a prouar ventura en el exercicio de las armas, como otros muchos españoles acostumbrauan; pero que la suerte suya auia salido azar47, con el mal encuentro de los vandoleros, que le lleuauan vna buena cantidad de dineros, y tales vestidos, que no se compraran tan buenos con trezientos48 escudos; pero que con todo esso pensaua proseguir su camino, porque no venia de casta que se le auia de elar al primer mal sucesso el calor de su feruoroso desseo.

Las buenas razones del moço, junto con auer oydo que era tan cerca de su lugar, y mas con la carta de recomendacion que en su hermosura traia, pusieron voluntad en los dos hermanos de fauorecerle en quanto pudiessen. Y repartiendo entre los que mas necessidad, a su parecer49, tenian, algunos dineros, especialmente   —28→   entre frayles y clerigos, que auia mas de ocho, hizieron, que subiesse el mancebo en la mula de Caluete, y sin detenerse mas, en poco espacio se pusieron en Ygualada, donde supieron que las galeras el dia antes auian llegado a Barcelona, y que de alli a dos dias se partirian, si antes no les forçaua la poca seguridad de la playa. Estas nueuas hizieron que la mañana siguiente madrugassen antes que el sol, puesto que aquella noche no la durmieron toda, sino con mas sobresalto de los dos hermanos que ellos se pensaron, causado de que, estando a la mesa, y con ellos el mancebo que auian desatado, Teodoro puso ahincadamente los ojos en su rostro, y, mirandole algo curiosamente, le parecio que tenia las orejas horadadas; y en esto, y en vn   -fol. 198r-   mirar vergonçoso que tenia, sospechó que deuia de ser muger, y desseaua acabar de cenar, para certificarse a solas de su sospecha; y entre la cena le preguntó don Rafael, que cuyo hijo era, porque el conocia toda la gente principal de su lugar, si era aquel que auia dicho. A lo qual respondio el mancebo, que era hijo de don Enrique de Cardenas, cauallero bien conocido.

A esto dixo don Rafael que el conocia bien a don Enrique de Cardenas, pero que sabia y tenia por cierto, que no tenia hijo alguno, mas que si lo auia dicho por no descubrir sus padres, que no importaua, y que nunca mas se lo preguntaria.

«Verdad es», replicó el moço, «que don Enrique   —29→   no tiene hijos, pero tienelos vn hermano suyo, que se llama don Sancho.»

«Esse tampoco», respondio don Rafael, «tiene hijos, sino vna hija sola, y aun dizen que es de las mas hermosas donzellas que ay en la Andaluzia; y esto no lo se mas de por fama, que, aunque muchas vezes he estado en su lugar, jamas la he visto.»

«Todo lo que, señor, dezis, es verdad», respondio el mancebo, «que don Sancho no tiene lo mas de vna hija, pero no tan hermosa como su fama dize; y si yo dixe que era hijo de don Enrique, fue porque me tuuiessedes, señores, en50 - 51 algo, pues no lo soy, sino de vn mayordomo de don Sancho, que ha muchos años que le sirue, y yo naci en su casa, y por cierto enojo que di a mi padre, auiendole tomado buena cantidad de dineros, quise venirme a Italia, como os he dicho, y seguir el camino de la guerra, por quien vienen, segun he visto, a hazerse illustres52 aun los de escuro linage.»

Todas estas razones, y el modo con que las dezia, notaua atentamente Teodoro, y siempre se yua confirmando en su sospecha.

Acabose la cena, alçaron los manteles, y en tanto que don Rafael se desnudaua, auiendole dicho lo que del mancebo sospechaua, con su parecer y licencia se apartó con el mancebo a vn valcon de   -fol. 198v-   vna ancha ventana, que a la calle   —30→   salia, y en el puestos los dos de pechos, Teodoro assi començo a hablar con el moço:

«Quisiera, señor Francisco» -que assi auia dicho el que se llamaua-, «aueros hecho tantas buenas obras, que os obligaran a no negarme qualquiera cosa que pudiera, o quisiera pediros; pero el poco tiempo que ha que os conozco, no ha dado lugar a ello; podria ser, que en el que esta por venir, conociessedes lo que merece mi desseo; y si al que aora tengo no gustaredes de satisfazer, no por esso dexaré de ser vuestro seruidor, como lo soy tambien (que)53 antes que os le descubra. Sepays, que aunque tengo tan pocos años como los vuestros, tengo mas experiencia54 de las cosas del mundo que ellos prometen, pues con ella he venido a sospechar que vos no soys varon, como vuestro trage lo muestra, sino muger, y tambien nacida, como vuestra hermosura publica; y quiza55 tan desdichada como lo da a entender la mudança del trage, pues jamas tales mudanças son por bien de quien las haze. Si es verdad lo que sospecho, dezidmelo, que os juro, por la fe de cauallero que professo, de ayudaros y seruiros en todo aquello que pudiere. De que no seays muger, no me lo podeys negar, pues por las ventanas de vuestras orejas se vee esta verdad bien clara; y aueys andado56 descuydada en no cerrar y dissimular essos agujeros con alguna   —31→   cera encarnada, que pudiera ser que otro tan curioso como yo, y no tan honrado, sacara a luz lo que vos tan mal aueys sabido encubrir. Digo, que no dudeys de dezirme quien soys, con presupuesto que os ofrezco mi ayuda; yo57 os asseguro el secreto que quisieredes que tenga.»

Con grande atencion estaua el mancebo escuchando lo que Teodoro le dezia; y viendo que ya callaua, antes que le respondiesse palabra, le tomó las manos, y llegandoselas a la boca, se las besó por fuerça, y aun se las bañó con gran cantidad de lagrimas, que de   -fol. 199r-   sus hermosos ojos derramaua, cuyo estraño sentimiento le causó en Teodoro de manera, que no pudo dexar de acompañarle en ellas -propia y natural condicion de mugeres principales, enternecerse de los sentimientos y trabajos agenos-, pero despues que con dificultad retiró sus manos de la boca del mancebo, estuuo atenta a ver lo que le respondia; el qual, dando vn profundo gemido, acompañado de muchos suspiros, dixo:

«No quiero, ni puedo negaros, señor, que vuestra sospecha no aya sido verdadera; muger soy, y la mas desdichada que echaron al mundo las mugeres; y pues las obras que me aueys hecho y los ofrecimientos que me hazeys, me obligan a obedezeros58 en quanto me mandaredes, escuchad, que59 yo os dire   —32→   quien soy, si ya no os cansa oyr agenas desuenturas.»

«En ellas viua yo siempre», replicó Teodoro, «si no llegue el gusto de saberlas, a la pena que me daran60 el ser vuestras, que ya las voy sintiendo como propias mias.»

Y tornandole a abraçar y a hazer nueuos y verdaderos ofrecimientos, el mancebo, algo mas sossegado, començo a dezir estas razones:

«En lo que toca a mi patria, la verdad he dicho; en lo que toca a mis padres, no la dixe, porque don Enrique no lo es, sino mi tio y su hermano don Sancho, mi padre, que yo soy la hija desuenturada que vuestro hermano dize que don Sancho tiene, tan celebrada de hermosa, cuyo engaño y desengaño se echa de ver en la ninguna hermosura que tengo. Mi nombre es Leocadia; la ocasion de la mudança de mi trage oyreys aora: dos leguas de mi lugar, esta otro de los mas ricos y nobles de la Andaluzia, en el qual viue vn principal cauallero, que trae su origen de los nobles y antiguos Adornos de Genoua. Este tiene vn hijo, que, si no es que la fama se adelanta en sus alabanças, como en las mias, es de los gentiles hombres que dessearse pueden. Este, pues, assi por la vezindad   -fol. 199v-   de los lugares, como por ser aficionado al exercicio de la caça, como mi padre, algunas vezes venia a mi casa, y en ella se estaua cinco o seys dias, que todos, y aun parte de las noches, el y mi padre las   —33→   passauan en el campo. Desta ocasion tomó la fortuna, o el amor, o mi poca aduertencia, la que fue bastante para derribarme de la alteza de mis buenos pensamientos a la baxeza del estado en que me veo. Pues auiendo mirado, mas de aquello que fuera licito a vna recatada donzella, la gentileza y discrecion de Marco Antonio, y considerado la calidad de su linage y la mucha cantidad de los61 bienes que llaman de fortuna62 que su padre tenia, me parecio que si le alcançaua por esposo, era toda la felicidad que podia caber en mi desseo. Con este pensamiento, le comence a mirar con mas cuydado, y deuio de ser, sin duda, con mas descuydo, pues el vino a caer en que yo le miraua, y no quiso, ni le fue menester al traydor, otra entrada para entrarse en el secreto de mi pecho y robarme las mejores prendas de mi alma.

»Mas no se para que me pongo a contaros, señor, punto por punto, las menudencias de mis amores, pues hazen tan poco al caso, sino deziros de vna vez lo que el63 con muchas de solicitud grangeó conmigo, que fue que, auiendome dado su fe y palabra, debaxo de grandes y, a mi parecer, firmes y christianos64 juramentos, de ser mi esposo, me ofreci a que hiziesse de mi todo lo que quisiesse; pero aun no bien satisfecha de sus juramentos y palabras, porque no se las lleuasse el viento, hize que   —34→   las escriuiesse en vna cedula, que el me dio firmada de su nombre, con tantas circunstancias y fuerças escrita, que me satisfizo. Recebida la cedula, di traza65 como vna noche viniesse de su lugar al mio y entrasse por las paredes de vn jardin a mi aposento, donde, sin sobresalto alguno, podia coger el fruto que para el solo estaua destinado. Llegose, en fin, la noche   -fol. 200r-   por mi tan desseada...»

Hasta este punto auia estado callando Teodoro, teniendo pendiente el alma de las palabras de Leocadia, que con cada vna dellas le traspassaua el alma, especialmente quando oyo el nombre de Marco Antonio y vio la peregrina hermosura de Leocadia y consideró la grandeza de su valor con la de su rara discrecion, que bien lo mostraua en el modo de contar su historia.

Mas quando llegó a dezir: «Llegó la noche por mi tan desseada», estuuo por perder la paciencia, y, sin poder hazer otra cosa, le salteó la razon, diziendo:

«¿Y bien?, assi como llegó essa felicissima noche, ¿que hizo? ¿Entró, por dicha? ¿Gozastesle? ¿Confirmó de nueuo la cedula? ¿Quedó contento en auer alcançado de vos lo que dezis que era suyo? ¿Supolo vuestro padre? O, ¿en que pararon tan honestos y sabios principios?»

«Pararon», dixo Leocadia, «en ponerme de la manera que veys, porque no le gozé, ni me gozó, ni vino al concierto señalado.»

  —35→  

Respiró con estas razones Teodosia, y detuuo los espiritus, que poco a poco la yuan dexando, estimulados y apretados de la rabiosa pestilencia de los zelos, que, a mas andar, se le yuan entrando por los huessos y medulas, para tomar entera possession de su paciencia, mas no la dexó tan libre, que no boluiesse a escuchar con sobresalto lo que Leocadia prosiguio, diziendo:

«No solamente no vino, pero de alli a ocho dias supe, por nueua cierta, que se auia ausentado de su pueblo y lleuado de casa de sus padres a vna donzella de su lugar, hija de vn principal cauallero, llamada Teodosia, donzella de estremada hermosura y de rara discrecion; y, por ser de tan nobles padres, se supo en mi pueblo el robo, y luego llegó a mis oydos, y con el la fria y temida66 lança de los zelos, que me passó el coraçon y me abrasó el alma en fuego, tal, que en el se hizo ceniça67 mi honra y se consumio mi credito, se secó mi paciencia y se acabó mi cordura. ¡Ay   -fol. 200v-   de mí!, desdichada, que luego se me figuró en la imaginación Teodosia mas hermosa que el sol y mas discreta que la discrecion misma, y, sobre todo, mas venturosa que yo, sin ventura; lei luego las razones de la cedula, vilas firmes y valederas, y que no podian faltar en la fe que publicauan; y aunque a ellas, como a cosa sagrada, se acogiera mi esperança, en cayendo   —36→   en la cuenta de la sospechosa compañia que Marco Antonio lleuaua consigo, daua con todas ellas en el suelo. Maltraté mi rostro, arranqué mis cabellos, maldixe mi suerte, y lo que mas sentia era no poder hazer estos sacrificios a todas horas, por la forçosa presencia de mi padre.

»En fin, por acabar de quexarme sin impedimento, o por acabar la vida, que es lo mas lo cierto, determiné dexar la casa de mi padre. Y como, para poner por obra vn mal pensamiento, parece que la ocasion facilita y allana todos los inconuenientes, sin temer alguno hurté a vn page de mi padre sus vestidos68 a mi padre mucha cantidad de dineros, y vna noche, cubierta con su negra capa, sali de casa y a pie caminé algunas leguas, y llegué a vn lugar que se llama Osuna, y, acomodandome en vn carro, de alli a dos dias entré en Seuilla, que fue auer entrado en la seguridad possible para no ser hallada, aunque me buscassen. Alli compré otros vestidos y vna mula, y con vnos caualleros, que venian a Barcelona con priessa, por no perder la comodidad de vnas galeras que passauan a Italia, caminé hasta ayer, que me sucedio lo que ya aureys sabido de los vandoleros, que me quitaron quanto traia y, entre otras cosas, la joya que sustentaua mi salud y aliuiaua la carga de mis trabajos, que fue la cedula de Marco Antonio, que pensaua con ella passar a Italia y, hallando a   —37→   Marco Antonio, presentarsela por testigo de su poca fe, y a mi por abono de mi mucha firmeza, y hazer de suerte que me cumpliesse la promessa. Pero, juntamente   -fol. 201r-   con esto, he considerado que con facilidad negará las palabras que en vn papel estan escritas, el que niega las obligaciones que deuian estar grauadas en el alma, que, claro esta, que, si el tiene en su compañia a la sin par Teodosia, no ha de querer mirar a la desdichada Leocadia, aunque con todo esto pienso morir, o ponerme en la presencia de los dos, para que mi vista les turbe su sossiego. No piense aquella enemiga de mi descanso gozar tan a poca costa lo que es mio; yo la buscaré, yo la hallaré, y yo la69 quitaré la vida, si puedo.»

«Pues, ¿que culpa tiene Teodosia», dixo Teodoro, «si ella quiza tambien fue engañada de Marco Antonio, como vos, señora Leocadia, lo aueys sido?»

«¿Puede ser esso assi», dixo Leocadia, «si se la lleuó consigo? y, estando juntos los que bien se quieren, ¿que engaño puede auer? Ninguno, por cierto; ellos estan contentos, pues estan juntos, ora esten, como suele dezirse, en los remotos y abrasados desiertos de Libia, o en los solos y apartados de la elada Scitia. Ella le goza, sin duda, sea donde fuere, y ella sola ha de pagar lo que he sentido hasta que le halle.»

«Podia ser que os engañassedes», replicó Teodosia, «que yo conozco muy bien a essa   —38→   enemiga vuestra que dezis, y se de su condicion y recogimiento que nunca ella se auenturaria a dexar la casa de sus padres, ni acudir a la voluntad de Marco Antonio; y quando lo huuiesse hecho, no conociendoos70, ni sabiendo cosa alguna de lo que con el teniades, no os agrauió en nada, y donde no ay agrauio, no viene bien la vengança.»

«Del recogimiento», dixo Leocadia, «no ay que tratarme, que tan recogida y tan honesta era yo, como quantas donzellas hallarse pudieran, y con todo esso hize lo que aueys oydo71. De que el la lleuasse, no ay duda; y de que ella no me aya agrauiado, mirandolo sin passion, yo lo confiesso; mas el dolor que siento de los zelos, me la representa en la memoria, bien   -fol. 201v-   assi como espada que atrauesada72 tengo por mitad de las entrañas, y no es mucho que como a instrumento que tanto me lastima, le procure arrancar dellas y hazerle73 pedaços. Quanto mas, que prudencia es apartar de nosotros las cosas que nos dañan, y es natural cosa aborrecer las que nos hazen mal y aquellas que nos estoruan el bien.»

«Sea como vos dezis, señora Leocadia», respondio Teodosia, «que assi como veo que la passion que sentis no os dexa hazer mas acertados discursos, veo que no estays en tiempo de admitir consejos saludables. De mi os se   —39→   dezir lo que ya os he dicho, que os he de ayudar y fauorecer en todo aquello que fuere justo y yo pudiere; y lo mismo os prometo de mi hermano, que su natural condicion y nobleza no le dexarán74 hazer otra cosa. Nuestro camino es a Italia; si gustaredes venir con nosotros, ya poco mas a menos sabeys el trato de nuestra compañia; lo que os ruego es me deys licencia que diga a mi hermano lo que se de vuestra hazienda, para que os trate con el comedimiento y respecto75 que se os deue, y para que se obligue a mirar por vos, como es razon. Iunto con esto, me parece no ser bien que mudeys de trage; y si en este pueblo ay comodidad de vestiros, por la mañana os compraré los vestidos mejores que huuiere y que mas os conuengan, y en lo demas de vuestras pretensiones, dexad el cuydado al tiempo, que es gran maestro de dar y hallar remedio a los casos mas desesperados.»

Agradecio Leocadia a Teodosia, que ella pensaua ser Teodoro, sus muchos ofrecimientos, y diole licencia de dezir a su hermano todo lo que quisiesse, suplicandole que no la desamparasse, pues veia76 a quantos peligros estaua puesta, si por muger fuesse conocida. Con esto se despidieron y se fueron a acostar, Teodosia al aposento de su hermano, y Leocadia a otro que junto del estaua. No se auia aun dormido   —40→   don Rafael, esperando a su hermana, por saber lo que le auia passado con el que pensaua ser muger, y, en entrando, antes que   -fol. 202r-   se acostasse, se lo preguntó; la qual, punto por punto, le conto todo quanto Leocadia le auia dicho, cuya hija era, sus amores, la cedula de Marco Antonio, y la intencion que lleuaua.

Admirose don Rafael, y dixo a su hermana: «Si ella es la que dize, seos dezir, hermana, que es de las mas principales de su lugar y vna de las mas nobles señoras de toda la Andaluzia. Su padre es bien conocido del nuestro, y la fama que ella tenia de hermosa corresponde muy bien a lo que aora vemos en su rostro. Y lo que desto me parece es que deuemos77 andar con recato, de manera que ella no hable primero con Marco Antonio que nosotros, que me da algun cuydado la cedula que dize que le hizo, puesto que la aya perdido; pero sossegaos y acostaos, hermana, que para todo se buscará remedio.»

Hizo Teodosia lo que su hermano la78 mandaua en quanto al acostarse, mas en lo de sossegarse no fue en su mano, que ya tenia tomada possession de su alma la rabiosa enfermedad de los zelos. ¡O quanto mas de lo que ella era se le representaua en la imaginacion la hermosura de Leocadia y la deslealtad de Marco Antonio! ¡O quantas vezes leia79, o   —41→   fingia leer, la cedula que la80 auia dado! ¡Que de palabras y razones la81 añadia, que la hazian cierta y de mucho efecto!82 ¡Quantas vezes no creyo que se le auia perdido! ¡Y quantas imaginó que sin ella Marco Antonio no dexara de cumplir su promessa, sin acordarse de lo que a ella estaua obligado! Passosele en esto la mayor parte de la noche, sin dormir sueño. Y no la passó con mas descanso don Rafael, su hermano, porque assi como oyo dezir quien era Leocadia, assi se le abrasó el coraçon en sus amores, como si de mucho83 - 84 antes para el mismo efeto la huuiera comunicado; que esta fuerça tiene la hermosura, que, en vn punto, en vn momento, lleua tras si el desseo de   -fol. 202v-   quien la mira [y]85 la conoce: y quando descubre o promete alguna via de alcançarse y gozarse, enciende con poderosa vehemencia el alma de quien la contempla, bien assi del modo y facilidad con que se enciende la seca y dispuesta poluora con qualquiera centella que la toca.

No la imaginaua atada al arbol, ni vestida en el roto trage de varon, sino en el suyo de muger, y en casa de sus padres ricos y de tan principal y rico linage como ellos eran. No detenia, ni queria detener el pensamiento en la causa que la auia traydo a que la conociesse;   —42→   desseaua que el dia llegasse, para proseguir su jornada y buscar a Marco Antonio, no tanto para hazerle su cuñado, como para estoruar que no fuesse marido de Leocadia, y ya le tenian el amor y el zelo de manera, que tomara por buen partido ver a su hermana sin el remedio que le procuraua, y a Marco Antonio sin vida, a trueco de no verse sin esperança de alcançar a Leocadia, la qual esperança ya le yua prometiendo felize86 sucesso en su desseo, o ya por el camino de la fuerça, o por el de los regalos y buenas obras, pues para todo le daua lugar el tiempo y la ocasion. Con esto, que el a si mismo se prometia, se sossegó algun tanto, y de alli a poco se dexó venir el dia, y ellos dexaron las camas, y llamando don Rafael al huesped, le preguntó si auia comodidad en aquel pueblo para vestir a vn page a quien los vandoleros auian desnudado.

El huesped dixo que el tenia vn vestido razonable que vender; truxole, y vinole bien a Leocadia; pagole don Rafael, y ella se le vistio y se87 ciñó vna espada y vna daga con tanto donayre y brio, que en aquel mismo trage suspendio los sentidos de don Rafael y dobló los zelos en Teodosia.

Ensilló Caluete, y a las ocho del dia partieron para Barcelona, sin querer subir   -fol. 203r-   por entonces al famoso monasterio de Monserrat,   —43→   dexandolo para quando Dios fuese88 seruido de boluerlos con mas sossiego a su patria.

No se89 - 90 podra contar buenamente los pensamientos que los dos hermanos lleuauan, ni con quan diferentes animos los dos yuan mirando a Leocadia, desseandola Teodosia la muerte, y don Rafael la vida, entrambos zelosos y apassionados; Teodosia buscando tachas que ponerla, por no desmayar en su esperança; don Rafael hallandole perfecciones91, que de punto en punto le obligauan a mas amarla. Con todo esto, no se descuydaron de darse priesa92, de modo que llegaron a Barcelona poco antes que el sol se pusiesse. Admiroles el hermoso sitio de la ciudad, y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunuezinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los estrangeros, escuela de la caualleria, exemplo de lealtad, y satisfacion de todo aquello que de vna grande, famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir vn discreto y curioso desseo.

En entrando en ella, oyeron grandissimo ruydo, y vieron correr gran tropel de gente con grande alboroto, y preguntando la causa de aquel ruydo y mouimiento, les respondieron que la gente de las galeras, que estauan en la playa, se auia rebuelto y trabado con la de   —44→   la ciudad. Oyendo lo qual don Rafael, quiso yr a ver lo que passaua, aunque Caluete le dixo que no lo hiziesse, por no ser cordura yrse a meter en vn manifiesto peligro, que el sabia bien quan mal librauan los que en tales pendencias se metian, que eran ordinarias en aquella ciudad, quando a ella llegauan galeras. No fue bastante el buen consejo de Caluete para estoruar a don Rafael la yda, y assi le siguieron todos, y, en llegando a la marina, vieron muchas espadas fuera de las vaynas, y mucha gente acuchillandose sin piedad alguna. Con todo esto, sin apearse, llegaron   -fol. 203v-   tan cerca, que distintamente veian93 los rostros de los que peleauan, porque aun no era puesto el sol. Era infinita la gente que de la ciudad acudia, y mucha la que de las galeras se94 desembarcaua, puesto que el que las traia95 a cargo, que era vn cauallero valenciano, llamado don Pedro Vique96, desde la popa de la galera capitana amenazaua a los que se auian embarcado en los esquifes, para yr a socorrer a los suyos. Mas viendo que no aprouechauan sus vozes, ni sus amenazas, hizo boluer las proas de las galeras a la ciudad y disparar vna pieça sin vala, señal de que, si no se apartassen, otra no yria sin ella.

En esto estaua don Rafael atentamente mirando la cruel y bien trabada riña, y vio y   —45→   notó que de parte de los que mas se señalauan de las galeras, lo hazia gallardamente vn mancebo de hasta veynte y dos o pocos mas años, vestido de verde, con vn sombrero de la misma color, adornado con vn rico trenzillo97, al parecer de diamantes; la destreza con que el moço se combatia, y la vizarria98 del vestido, hazia que boluiessen a mirarle todos quantos la pendencia mirauan: y de tal manera le miraron los ojos de Teodosia y de Leocadia, que ambas a vn mismo punto y tiempo dixeron:

«¡Valame Dios, o yo no tengo ojos, o aquel de lo verde es Marco Antonio!»

Y en diziendo esto, con gran ligereza saltaron de las mulas, y poniendo mano a sus dagas y espadas, sin temor alguno se entraron por mitad de la turba, y se pusieron la vna a vn lado, y la otra al otro de Marco Antonio -que el era el mancebo de lo verde, que se ha dicho-.

«No temays»99, dixo assi como llegó Leocadia, «señor Marco Antonio, que a vuestro lado teneys quien os hara escudo con su propia vida, por defender la vuestra.»

«¿Quien lo duda», replicó Teodosia, «estando yo aquí?»

Don Rafael, que vio y oyo lo que passaua, las siguio assimismo, y se puso de su parte.

Marco Antonio, ocupado en ofender y defenderse,   —46→   no   -fol. 204r-   aduirtio en las razones que las dos le dixeron, antes, cebado en la pelea, hazia cosas, al parecer, increybles.

Pero como la gente de la ciudad por momentos crecia, fueles forçoso a los de las galeras retirarse, hasta meterse en el agua. Retirauase Marco Antonio de mala gana, y a su mismo compas se yuan retirando a sus lados las dos valientes y nueuas Bradamante y Marfisa, o Hipolita y Pantasilea100. En esto vino vn cauallero catalan de la famosa familia de los Cardonas, sobre vn poderoso cauallo, y poniendose en medio de las dos partes, hazia retirar los de la ciudad, los quales le tuuieron respecto101 en conociendole. Pero algunos, desde lexos, tirauan piedras a los que ya se yuan acogiendo al agua: y quiso la mala suerte que vna acertasse en la sien a Marco Antonio, con tanta furia, que dio con el en el agua, que ya le daua a la rodilla; y apenas Leocadia le vio caydo, quando se abraçó con el, y le sostuuo en sus braços, y lo mismo hizo Teodosia.

Estaua don Rafael vn poco desuiado, defendiendose de las infinitas piedras que sobre el llouian; y queriendo acudir al remedio de su alma y al de su hermana y cuñado, el cauallero catalan se le puso delante, diziendole: «Sossegaos, señor, por lo que deueys a buen soldado, y hazedme merced de poneros a mi lado, que yo os libraré de la insolencia y demasia deste desmandado vulgo.»

  —47→  

«¡A señor», respondio don Rafael, «dexadme passar, que veo en gran peligro puestas las cosas que en esta vida mas quiero!»

Dexole passar el cauallero, mas no llegó tan a tiempo que ya no huuiessen recogido en el esquife de la galera capitana a Marco Antonio y a Leocadia, que jamas le dexó de los braços; y queriendose embarcar con ellos Teodosia, o ya fuesse por estar cansada, o por la pena de auer visto herido a Marco Antonio, o por ver que se yua con el su mayor enemiga, no tuuo fuerças para subir en el   -fol. 204v-   esquife, y, sin duda cayera desmayada en el agua, si su hermano no llegara a tiempo de socorrerla, el qual no sintio menor pena de ver que con Marco Antonio se yua Leocadia, que su hermana auia sentido -que ya tambien el auia conocido a Marco Antonio-.

El cauallero catalan, aficionado de la gentil presencia de don Rafael y de su hermana -que por hombre tenia- los llamó desde la orilla y les rogo que con el se viniessen; y ellos, forçados de la necessidad, y temerosos de que la gente, que aun no estaua pazifica102, les hiziesse algun agrauio, huuieron de aceptar la oferta que se les hazia. El cauallero se apeó, y tomandolos a su lado, con la espada desnuda passó por medio de la turba alborotada, rogandoles que se retirassen, y assi lo hizieron.

Miró don Rafael a todas partes, por ver si veria a Caluete con las mulas, y no le vio, a causa   —48→   que el, assi como ellos se apearon, las antecogio y se fue a vn meson, donde solia posar otras vezes.

Llegó el cauallero a su casa, que era vna de las principales de la ciudad, y preguntando a don Rafael en qual galera venia, le respondio que en ninguna, pues auia llegado a la ciudad al mismo punto que se començaua la pendencia, y que por auer conocido en ella al cauallero que lleuaron herido de la pedrada en el esquife, se auia puesto en aquel peligro, y que le suplicasse103 diesse orden como sacassen a tierra al herido, que en ello le importaua el contento y la vida.

«Esso hare yo de buena gana», dixo el cauallero, «y se104 que me le dara seguramente el general, que es principal cauallero, y pariente mio.»

Y sin detenerse mas, boluio a la galera, y halló que estauan curando a Marco Antonio, y105 la herida que tenia era peligrosa, por ser en la sien yzquierda106, y dezir el cirujano ser de peligro; alcançó con el general se le diesse para curarle en tierra, y puesto con gran tiento en el esquife, le sacaron, sin quererle dexar Leocadia, que se embarcó con el como en seguimiento   -fol. 205r-   del norte de su esperança.

En llegando a tierra, hizo el cauallero traer de su casa vna silla de manos, donde le lleuassen.   —49→   En tanto que esto passaua, auia embiado don Rafael a buscar a Caluete, que en el meson estaua con cuydado de saber lo que la suerte auia hecho de sus amos; y quando supo que estauan buenos, se alegró en estremo, y vino a donde don Rafael estaua.

En esto llegaron el señor de la casa, Marco Antonio y Leocadia, y a todos aloxó en ella con mucho amor y magnificiencia. Ordenó luego como se llamasse vn cirujano famoso de la ciudad, para que de nueuo curasse a Marco Antonio; vino, pero no quiso curarle hasta otro dia, diziendo que siempre los cirujanos de los exercitos y armadas eran muy experimentados, por los muchos heridos que a cada paso107 tenian entre las manos, y assi no conuenia curarle hasta otro dia. Lo que ordenó, fue le pusiessen en vn aposento abrigado, donde le dexassen sossegar. Llegó en aquel instante el cirujano de las galeras, y dio cuenta al de la ciudad de la herida, y de como la auia curado, y de peligro que de la vida, a su parecer, tenia el herido, con lo qual se acabó de enterar el de la ciudad que estaua bien curado, y ansimismo108, segun la relacion que se le auia hecho, exageró el peligro de Marco Antonio.

Oyeron esto Leocadia y Teodosia, con aquel sentimiento que si oyeran la sentencia de su muerte, mas por no dar muestras de su dolor, le reprimieron y callaron, y Leocadia determinó   —50→   de hazer lo que le pareció conuenir para satisfacion de su honra: y fue que, assi como se fueron los cirujanos, se entró en el aposento de Marco Antonio, y delante del señor de la casa, de don Rafael, Teodosia, y de otras personas, se llegó a la cabezera del herido, y, assiendole109 de la mano, le dixo estas razones:

«No estays en tiempo, señor Marco Antonio Adorno, en que se puedan ni deuan gastar con vos muchas palabras, y assi solo querria que me oyessedes algunas, que conuienen, si no para la salud   -fol. 205v-   de vuestro cuerpo, conuendran para la de vuestra alma, y para deziroslas es menester que me deys licencia110 y me aduirtays si estays con sujeto de escucharme, que no seria razon, que auiendo yo procurado desde el punto que os conoci no salir de vuestro gusto, en este instante, que le tengo por el postrero, seros causa de pesadumbre.»

A estas razones, abrio Marco Antonio los ojos, y los puso atentamente en el rostro de Leocadia, y auiendola casi conocido, mas por el organo de la voz que por la vista, con voz debilitada y doliente, le dixo:

«Dezid, señor, lo que quisieredes, que no estoy tan al cabo que no pueda escucharos, ni essa voz me es tan desagradable, que me cause fastidio el oyrla.»

Atentissima estaua a todo este coloquio Teodosia, y cada palabra que Leocadia dezia,   —51→   era vna aguda saeta que le atrauesaua111 el coraçon, y aun el alma de don Rafael, que assimismo la escuchaua.

Y prosiguiendo Leocadia, dixo:

«Si el golpe de la cabeça -o, por mejor dezir, el que a mi me han dado en el alma- no os ha lleuado, señor Marco Antonio, de la memoria, la imagen de aquella que poco tiempo ha que vos deziades ser vuestra gloria y vuestro cielo, bien os deueys acordar quien fue Leocadia, y qual fue la palabra que le distes, firmada en vna cedula de vuestra mano y letra, ni se os aura oluidado el valor de sus padres, la entereza de su recato y honestidad, y la obligacion en que le estays, por auer acudido a vuestro gusto en112 todo lo que quisistes. Si esto no se os ha oluidado, aunque me veays en este trage tan diferente, conocereys con facilidad que yo soy Leocadia, que, temerosa que nueuos acidentes113 y nueuas ocasiones no me quitassen lo que tan justamente es mio, assi como supe que de vuestro lugar os auiades partido, atropellando por infinitos inconuenientes, determiné seguiros en este habito, con intencion de buscaros por todas las partes de la tierra, hasta hallaros; de lo qual   -fol. 206r-   no os deueys marauillar, si es que alguna vez aueys sentido hasta donde llegan las fuerças de vn amor verdadero y la rabia de vna muger engañada. Algunos trabajos he   —52→   passado en esta mi demanda, todos los quales los juzgo y tengo por descanso con el descuento que han traydo de veros, que puesto que esteys de la manera que estays, si fuere Dios seruido de lleuaros desta a mejor vida, con hazer lo que deueys a quien soys antes de la partida, me juzgaré por mas que dichosa, prometiendoos, como os prometo, de darme tal vida despues de vuestra muerte, que bien poco lo tiempo se passe sin que os siga en esta vltima y forçosa jornada; y assi os ruego, primeramente por Dios -a quien mis desseos y intentos van encaminados-, luego por vos, que deueys mucho a ser quien soys, vltimamente por mi, a quien deueys mas que a otra persona del mundo, que aqui luego me recibays por vuestra legitima esposa, no permitiendo haga la justicia114 lo que con tantas veras y obligaciones la razon os persuade.»

No dixo mas Leocadia, y, todos los que en la sala estauan, guardaron vn marauilloso silencio, en tanto que estuuo hablando, y con el mismo silencio esperauan la respuesta de Marco Antonio, que fue esta:

«No puedo negar, señora, el conoceros, que vuestra voz y vuestro rostro no consentiran que lo niegue. Tampoco puedo negar lo mucho que os deuo, ni el gran valor de vuestros padres, junto con vuestra incomparable honestidad y recogimiento; ni os tengo, ni os tendre en menos por lo que aueys hecho, en venirme a buscar en trage tan diferente del vuestro;   —53→   antes por esto os estimo y estimaré en el mayor grado que ser pueda. Pero, pues mi corta suerte me ha traydo a termino, como vos dezis, que creo que sera el postrero de mi vida, y son los semejantes trances los apurados de las verdades, quiero deziros vna verdad, que, si no os fuere   -fol. 206v-   aora de gusto, podria ser que despues os fuesse de prouecho.

»Confiesso, hermosa Leocadia, que os quise bien y me quisistes, y juntamente con esto, confiesso que la cedula que os hize, fue mas por cumplir con vuestro desseo que con el mio, porque antes que la firmasse con muchos dias tenia entregada mi voluntad y mi alma a otra donzella de mi mismo lugar, que vos bien conoceys, llamada Teodosia, hija de tan nobles padres como los vuestros; y si a vos os di cedula firmada de mi mano, a ella le di la mano firmada y acreditada con tales obras y testigos, que quedé impossibilitado de dar mi libertad a otra persona en el mundo. Los amores que con vos tuue, fueron de passatiempo, sin que dellos alcançasse otra cosa sino las flores que vos sabeys, las quales no os ofendieron, ni pueden ofender en cosa alguna. Lo que con Teodosia me passó, fue alcançar el fruto que ella pudo darme, y yo quise que me diesse, con fe y seguro de ser su esposo, como lo soy. Y si a ella y a vos os dexé en vn mismo tiempo, a vos suspensa y engañada, y a ella temerosa, y a su parecer sin honra, hizelo con poco discurso, y con juyzio de moço, como lo soy, creyendo   —54→   que todas aquellas cosas eran de poca importancia, y que las podia hazer sin escrupulo alguno; con otros pensamientos que entonces me vinieron y solicitaron lo que queria hazer, que fue venirme a Italia, y emplear en ella algunos de los años de mi juuentud, y despues boluer a ver lo que Dios auia hecho de vos y de mi verdadera esposa. Mas doliendose de mi el cielo, sin duda creo que ha permitido ponerme de la manera que me veys, para que, confessando estas verdades, nacidas de mis muchas culpas, pague en esta vida lo que deuo, y vos quedeys desengañada y libre para hazer lo que mejor os pareciere. Y si en algun tiempo Teodosia supiere mi muerte, sabra de vos, y de los que estan presentes, como en la   -fol. 207r-   muerte le cumpli la palabra que le di en la vida. Y si en el poco tiempo que de ella me queda, señora Leocadia, os puedo seruir en algo, dezidmelo, que como no sea recebiros por esposa, pues no puedo, ninguna otra cosa dexaré de hazer, que a mi sea possible, por daros gusto.»

En tanto que Marco Antonio dezia estas razones, tenia la cabeça sobre el codo, y, en acabandolas, dexó caer el braço, dando muestras que se desmayaua.

Acudio luego don Rafael, y, abraçandole estrechamente, le dixo:

«Bolued en vos, señor mio, y abraçad a vuestro amigo y a vuestro hermano, pues vos quereys que lo sea; conoced a don Rafael, vuestro camarada, que sera el verdadero testigo de   —55→   vuestra voluntad, y de la merced que a su hermana quereys hazer, con admitirla por vuestra.»

Boluio en si Marco Antonio, y al momento conocio a don Rafael, y, abraçandole estrechamente, y besandole en el rostro, le dixo:

«Aora digo, hermano y señor mio, que la suma alegria que he recebido en veros, no puede traer menos descuento que vn pesar grandissimo, pues se dize que tras el gusto se sigue la tristeza; pero yo dare por bien empleada qualquiera que me viniere, a trueco de auer gustado del contento de veros.»

«Pues yo os le quiero hazer mas cumplido», replicó don Rafael, «con presentaros esta joya, que es vuestra amada esposa», y buscando a Teodosia, la halló llorando detras de toda la gente, suspensa y atonita entre el pesar y la alegria, por lo que veia y por lo que auia oydo dezir.

Assiola115 su hermano de la mano, y ella, sin hazer resistencia, se dexó lleuar donde el quiso, que fue ante Marco Antonio, que la conoció y se abraçó con ella, llorando los dos tiernas y amorosas lagrimas. Admirados quedaron quantos en la sala estauan, viendo tan estraño acontecimiento; mirauanse vnos a otros, sin hablar palabra, esperando en que auian de parar aquellas cosas. Mas la desengañada y sin ventura   -fol. 207v-   Leocadia, que vio por sus ojos lo que Marco Antonio hazia, y vio al que pensaua ser hermano de don Rafael en braços del que tenia   —56→   por su esposo, viendo junto con esto burlados sus desseos y perdidas sus esperanças, se hurtó de los ojos de todos, que atentos estauan mirando lo que el enfermo hazia con el page que abraçado tenia, y se salio de la sala o aposento, y en vn instante se puso en la calle, con intencion de yrse desesperada por el mundo, o adonde gentes no la viessen.

Mas apenas auia llegado a la calle, quando don Rafael la echó menos, y, como si le faltara el alma, preguntó por ella, y nadie le supo dar razon donde se auia ydo; y assi, sin esperar mas, desesperado salio a buscarla, y acudio adonde le dixeron que possaua116 Caluete, por si auia ydo alla a procurar alguna caualgadura en que yrse; y no hallandola alli, andaua como loco por las calles buscandola, y de vnas partes a otras, y pensando si por ventura se auia buelto a las galeras, llegó a la marina, y vn poco antes que llegasse, oyo que a grandes vozes llamauan desde tierra el esquife de la capitana, y conocio que quien las daua era la hermosa Leocadia, la qual, rezelosa de algun desman, sintiendo pasos117 a sus espaldas, empuñó la espada, y esperó apercebida que llegasse don Rafael, a quien ella luego conocio, y le pesó de que la huuiesse hallado, y mas en parte tan sola, que ya ella auia entendido, por mas de vna muestra que don Rafael le auia dado, que no la queria mal, sino tambien, que tomara   —57→   por buen partido que Marco Antonio la quisiera otro tanto.

¿Con que razones podre yo dezir aora las que don Rafael dixo a Leocadia declarandole su alma, que fueron tantas, y tales, que no me atreuo a escriuirlas?; mas pues es forçoso dezir algunas, las que, entre otras, le dixo, fueron estas:

«Si con la ventura que me falta, me faltasse aora ¡o hermosa Leocadia! el atreuimiento de descubriros los secretos de mi alma, quedaria   -fol. 204r [208r]-   enterrada, en los senos del perpetuo oluido, la mas enamorada y honesta voluntad que ha nacido, ni puede nacer en vn enamorado pecho. Pero por no hazer este agrauio a mi justo desseo, vengame lo que viniere, quiero, señora, que aduirtays, si es que os da lugar vuestro arrebatado pensamiento, que en ninguna cosa se me auentaja Marco Antonio, si no es en el bien de ser de vos querido. Mi linage es tan bueno como el suyo, y en los bienes que llaman de fortuna no me haze mucha ventaja; en los de naturaleza [no]118 - 119 conuiene que me alabe, y mas si a los ojos vuestros no son de estima. Todo esto digo, apassionada señora, porque tomeys el remedio y el medio que la suerte os ofrece en el estremo de vuestra desgracia. Ya veys que Marco Antonio no puede ser vuestro, porque el cielo le hizo de mi hermana, y el mismo cielo, que oy os ha quitado a Marco Antonio, os quiere hazer recompensa conmigo, que   —58→   no desseo otro bien en esta vida que entregarme por esposo vuestro. Mirad que el buen sucesso esta llamando a las puertas del malo, que hasta aora aueys tenido; y no penseys que el atreuimiento que aueys mostrado en buscar a Marco Antonio, ha de ser parte para que no os estime y tenga en lo que merecierades, si nunca le huuierades tenido, que en la hora que quiero y determino ygualarme con vos, eligiendoos por perpetua señora mia, en aquella misma se me ha de oluidar, y ya se me ha oluidado, todo quanto en esto he sabido y visto; que bien se que las fuerças que a mi me han forçado a que tan de rondon y a rienda suelta me disponga a adoraros y a entregarme por vuestro, essas mismas os han traydo a vos al estado en que estays, y assi no aura necessidad de buscar disculpa, donde no ha auido yerro alguno.»

Callando estuuo Leocadia a todo quanto don Rafael le dixo, sino que, de quando en quando, daua vnos profundos suspiros, salidos   -fol. 204v [208v]-   de lo intimo de sus entrañas.

Tuuo atreuimiento don Rafael de tomarle vna mano, y ella no tuuo esfuerço para estoruarselo, y assi, besandosela muchas vezes, le dezia:

«Acabad, señora de mi alma, de serlo del todo a vista destos estrellados cielos que nos cubren, y deste sossegado mar que nos escucha, y destas bañadas arenas que nos sustentan. Dadme ya el si, que sin duda conuiene tanto   —59→   a vuestra honra, como a mi contento. Bueluoos a dezir que soy cauallero, como vos sabeys, y rico, y que os quiero bien -que es lo que mas aueys de estimar-, y que, en cambio de hallaros sola, y en trage que desdize mucho del de vuestra honra, lexos de la casa de vuestros padres y parientes, sin persona que os acuda a lo que menester huuieredes, y sin esperança de alcançar lo que buscauades, podeys boluer a vuestra patria en vuestro propio, honrado y verdadero trage, acompañada de tan buen esposo como el que vos supistes escogeros, rica, contenta, estimada y seruida, y aun loada de todos aquellos a cuya noticia llegaren los sucessos de vuestra historia. Si esto es assi, como lo es, no se en que estays dudando. Acabad -que otra vez os lo digo- de leuantarme del suelo de mi miseria al cielo del mereceros, que en ello hareys por vos misma, y cumplireys con las leyes de la cortesia y del buen conocimiento, mostrandoos en vn mismo punto agradecida y discreta.»

«Ea, pues», dixo a esta sazon la dudosa Leocadia, «pues assi lo ha ordenado el cielo, y no es en mi mano, ni en la de viuiente alguno, oponerse a lo que el determinado tiene, hagase lo que el quiere y vos quereys, señor mio; y sabe el mismo cielo con la verguença que vengo a condecender con vuestra voluntad, no porque no entienda lo mucho que en obedeceros gano, sino porque temo que, en cumpliendo vuestro gusto, me aueys de mirar con otros   —60→   ojos de los que quiza120 hasta agora121, mirandome, os han engañado.   -fol. 209r-   Mas sea como fuere, que en fin el nombre de ser muger legitima de don Rafael de Villauicencio no se podia perder; y con este titulo solo viuire122 contenta. Y si las costumbres que en mi vieredes, despues de ser vuestra, fueren parte para que me estimeys en algo, dare al cielo las gracias de auerme traydo por tan estraños rodeos y por tantos males a los bienes de ser vuestra. Dadme, señor don Rafael123, la mano de ser mio, y veys aqui os la doy de ser vuestra, y siruan de testigos los que vos dezis: el cielo, la mar, las arenas, y este silencio, solo interrumpido124 de mis suspiros y de vuestros ruegos.»

Diziendo esto, se dexó abraçar, y le dio la mano, y don Rafael le dio la suya, celebrando el noturno y nueuo desposorio solas las lagrimas que el contento, a pesar de la passada tristeza, sacaua de sus ojos. Luego se boluieron a casa del cauallero, que estaua con grandissima pena de su falta, y lo mismo tenian Marco Antonio y Teodosia, los quales ya por mano de clerigo estauan desposados; que a persuasion de Teodosia, temerosa que algun contrario acidente no le turbasse el bien que auia hallado, el cauallero embió luego por quien los desposasse, de modo que, quando don Rafael   —61→   y Leocadia entraron, y don Rafael conto lo que con Leocadia le auia sucedido, assi les aumentó el gozo, como si ellos fueran sus cercanos parientes, que es condicion natural y propia de la nobleza catalana saber ser amigos y fauorecer a los estrangeros que dellos tienen necessidad alguna.

El sacerdote, que presente estaua, ordenó que Leocadia mudasse el habito, y se vistiesse en el suyo; y el cauallero acudio a ello con presteza, vistiendo a las dos de dos125 ricos vestidos de su muger, que era vna principal señora, del linage de los Granolleques126, famoso y antiguo en aquel reyno. Auisó al cirujano -quien por caridad se dolia del herido- como hablaua mucho y no le dexauan solo, el qual vino y ordenó lo que primero, que fue que le dexassen en silencio. Pero Dios, que assi lo tenia ordenado, tomando   -fol. 209v-   por medio e instrumento de sus obras -quando a nuestros ojos quiere hazer alguna marauilla- lo que la misma naturaleza no alcança, ordenó que el alegria y poco silencio que Marco Antonio auia guardado, fuesse parte para mejorarle, de manera, que otro dia, quando le curaron, le hallaron fuera de peligro; y de alli a catorze se leuantó tan sano, que sin127 - 128 temor alguno se pudo poner en camino. Es de saber que, en el tiempo que Marco Antonio estuuo en el lecho, hizo voto, si Dios le sanasse, de yr en romeria a pie a Santiago   —62→   de Galizia, en cuya promessa le acompañaron don Rafael, Leocadia y Teodosia, y aun Caluete, el moço de mulas -obra pocas vezes vsada de los de oficios semejantes-. Pero la bondad y llaneza que auia conocido en don Rafael, le obligó a no dexarle, hasta que boluiesse a su tierra; y viendo que auian de yr a pie, como peregrinos, embio las mulas a Salamanca, con la que era de don Rafael, que no faltó con quien embiarlas.

Llegose, pues, el dia de la partida, y, acomodados de sus esclauinas, y de todo lo necessario, se despidieron del liberal cauallero, que tanto les auia fauorecido y agasajado, cuyo nombre era don Sancho de Cardona, illustrissimo129 por sa[n]gre, y famoso por su persona; ofrecieronsele todos de guardar perpetuamente ellos y sus decendientes130, a quien se lo dexarian mandado, la memoria de las mercedes tan singulares del recebidas, para agradezelles131 siquiera, ya que no pudiessen seruirlas.

Don Sancho los abraçó a todos, diziendoles que de su natural condicion nacia hazer aquellas obras, o otras que fuessen buenas, a todos los que conocia o imaginaua ser hidalgos castellanos. Reyteraronse dos vezes los abraços, y con alegria, mezclada con algun sentimiento triste, se despidieron, y caminando con la comodidad que permitia la delicadeza de las dos   —63→   nueuas peregrinas, en tres dias llegaron a Monserrat, y estando alli otros tantos, haziendo lo que a buenos y catholicos christianos132 deuian, con el mismo espacio boluieron a su camino; y sin sucederles   -fol. 210r-   reues ni desman alguno, llegaron a Santiago. Y despues de cumplir su voto con la mayor deuocion que pudieron, no quisieron dexar el habito de peregrinos hasta entrar en sus casas, a las quales llegaron poco a poco, descansados y contentos; mas antes que llegassen, estando a vista del lugar de Leocadia -que, como se ha dicho, era vna legua del de Teodosia- desde encima de vn recuesto los descubrieron a entrambos, sin poder encubrir las lagrimas que el contento de verlos133 les truxo a los ojos, a lo menos a las dos desposadas, que con su vista renouaron la memoria de los passados sucessos.

Descubriase desde la parte donde estauan vn ancho valle, que los dos pueblos diuidia, en el qual vieron a la sombra de vn oliuo vn dispuesto cauallero, sobre vn poderoso cauallo, con vna blanquissima adarga en el braço yzquierdo, y vna gruesa y larga lança terciada en el derecho; y, mirandole con atencion, vieron que assimismo por entre vnos oliuares venian otros dos caualleros con las mismas armas, y con el mismo donayre y apostura134, y de alli a poco, vieron que se juntaron todos tres, y, auiendo   —64→   estado vn pequeño espacio juntos, se apartaron, y vno de los que a lo vltimo auian135 venido, se apartó con el que estaua primero debaxo del oliuo, los quales, poniendo las espuelas a los cauallos, arremetieron el vno al otro con muestras de ser mortales enemigos, començando a tirarse brauos y diestros botes de lança, ya hurtando los golpes, ya recogiendolos en las adargas con tanta destreza, que dauan bien a entender ser maestros en aquel exercicio.

El tercero los estaua mirando, sin mouerse de vn lugar; mas no pudiendo don Rafael sufrir estar tan lexos, mirando aquella tan reñida y singular batalla, a todo correr baxó del recuesto, siguiendole su hermana y su esposa, y en poco espacio se puso junto a los dos combatientes, a tiempo que ya los dos caualleros andauan algo heridos; y auiendosele caydo al vno el sombrero, y con el vn casco de azero, al boluer   -fol. 210v-   el rostro, conocio don Rafael ser su padre, y Marco Antonio conocio que el otro era el suyo. Leocadia, que con atencion auia mirado al que no se combatia, conocio que era el padre que la auia engendrado, de cuya vista todos quatro suspensos, atonitos, y fuera de si quedaron; pero dando el sobresalto lugar al discurso de la razon, los dos cuñados, sin detenerse, se pusieron en medio de los que peleauan, diziendo a vozes: «No mas, caualleros, no mas, que los que esto os piden y suplican136 son   —65→   vuestros propios hijos; yo soy Marco Antonio, padre y señor mio», dezia Marco Antonio137: «yo soy138 aquel por quien, a lo que imagino, estan vuestras canas venerables puestas en este riguroso tranze139; templad la furia, y arrojad la lança, o boluedla contra otro enemigo, que el que teneys delante ya de oy mas ha de ser vuestro hermano.»

Casi estas mismas razones dezia don Rafael a su padre, a las quales se detuuieron los caualleros, y atentamente se pusieron a mirar a los que se las dezian, y boluiendo la cabeça, vieron que don Enrique, el padre de Leocadia140, se auia apeado, y estaua abraçado con el que pensauan ser peregrino: y era que Leocadia se auia llegado a el, y dandosele a conocer le rogo que pusiesse en paz a los que se combatian, contandole en breues razones como don Rafael era su esposo, y Marco Antonio lo era de Teodosia.

Oyendo esto su padre, se apeó, y la tenia abraçada, como se ha dicho; pero, dexandola, acudio a ponerlos en paz, aunque no fue menester, pues ya los dos auian conocido a sus hijos, y estauan en el suelo, teniendolos abraçados, llorando todos lagrimas de amor y de contento nacidas. Iuntaronse todos, y boluieron a mirar a sus hijos, y no sabian que dezirse. Atentauanles los cuerpos, por ver si eran   —66→   fantasticos, que su improuisa llegada esta y otras sospechas engendraua; pero, desengañados algun tanto, boluieron a las lagrimas y a los abraços.

Y en esto assomó por el mismo valle gran cantidad de gente armada, de a pie y de a cauallo, los quales venian a defender al cauallero de su lugar. Pero como llegaron, y los vieron abraçados   -fol. 211r-   de aquellos peregrinos, y preñados los ojos de lagrimas, se apearon y admiraron, estando suspensos, hasta tanto que don Enrique les dixo breuemente lo que Leocadia, su hija, le auia contado.

Todos fueron a abraçar a los peregrinos con muestras de contento, tales, que no se pueden encarecer. Don Rafael de nueuo conto a todos, con la breuedad141 que el tiempo requeria, todo el sucesso de sus amores, y de como venia casado con Leocadia, y su hermana Teodosia con Marco Antonio, nueuas que de nueuo causaron nueua alegria. Luego, de los mismos cauallos de la gente que llegó al socorro, tomaron los que huuieron menester para los cinco peregrinos, y acordaron de yrse al lugar de Marco Antonio, ofreciendoles su padre de hazer alli las bodas de todos; y con este parecer se partieron, y algunos de los que se auian hallado presentes, se adelantaron a pedir albricias a los parientes y amigos de los desposados. En el camino supieron don Rafael y Marco Antonio la causa de aquella pendencia, que fue, que el padre de Teodosia y el de Leocadia auian desafiado   —67→   al padre de Marco Antonio, en razon de que el auia sido sabidor de los engaños de su hijo, y auiendo venido los dos, y hallandole solo, no quisieron combatirse con alguna ventaja, sino vno a vno, como caualleros, cuya pendencia parara en la muerte de vno, o en la de entrambos, si ellos no huuieran llegado.

Dieron gracias a Dios los quatro peregrinos del sucesso felize142, y otro dia, despues que llegaron, con real y esplendida magnificencia y sumptuoso gasto, hizo celebrar el padre de Marco Antonio las bodas de su hijo y Teodosia, y las de don Rafael y de Leocadia, los quales luengos y felizes143 años viuieron en compañia de sus esposas, dexando de si illustre144 generacion y decendencia, que hasta oy dura en estos dos lugares, que son de los mejores de la Andaluzia; y si no se nombran, es por guardar el decoro a las dos donzellas, a quien quiza145 las lenguas maldizientes, o neciamente   -fol. 211v-   escrupulosas, les [haran]146 - 147 cargo de la ligereza de sus desseos y del subito mudar de trages, a los quales ruego que no se arrojen a vituperar semejantes libertades, hasta que miren en si si alguna vez han sido tocados destas que llaman flechas de Cupido, que en efeto es vna fuerça, si assi se puede llamar, incontrastable, que haze el apetito a la razon.

  —68→  

Caluete, el moço de mulas, se quedó con la que de don Rafael auia embiado a Salamanca, y con otras muchas dadiuas que los dos desposados le dieron; y los poetas de aquel tiempo tuuieron ocasion donde emplear sus plumas, exagerando la hermosura y los sucessos de las dos tan atreuidas, quanto honestas donzellas, sugeto principal deste estraño sucesso.





 
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