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ArribaAbajoDel Viaje del Parnaso, capítulo tercero


    Eran los remos de la real galera
de esdrújulos, y dellos compelida
se deslizaba por el mar ligera.
    Hasta el tope la vela iba tendida,
hecha de muy delgados pensamientos,  5
de varios lizos por amor tejida.
    Soplaban dulces y amorosos vientos,
todos en popa, y todos se mostraban
al gran vïaje solamente atentos.
    Las sirenas en torno navegaban,  10
dando empellones al bajel lozano,
con cuya ayuda en vuelo le llevaban.
    Semejaban las aguas del mar cano
colchas encarrujadas, y hacían
azules visos por el verde llano.  15
-fol. 18r-
    Todos los del bajel se entretenían:
unos glosando pies dificultosos,
otros cantaban, otros componían;
    otros, de los tenidos por curiosos,
referían sonetos, muchos hechos  20
a diferentes casos amorosos;
    otros, alfeñicados y deshechos
en puro azúcar, con la voz süave,
de su melifluidad muy satisfechos,
    en tono blando, sosegado y grave,  25
églogas pastorales recitaban,
en quien la gala y la agudeza cabe;
    otros de sus señoras celebraban,
en dulces versos, de la amada boca
los escrementos que por ella echaban.  30
    Tal hubo a quien amor así le toca,
que alabó los riñones de su dama
con gusto grande y no elegancia poca.
    Uno cantó que la amorosa llama
en mitad de las aguas le encendía,  35
y como toro agarrochado brama.
    Desta manera andaba la Poesía
de en uno en otro, haciendo que hablase
éste latín, aquél algarabía.
-fol. 18v-
    En esto, sesga la galera, vase  40
rompiendo el mar con tanta ligereza,
que el viento aun no consie[n]te que la pase;
    y, en esto, descubrióse la grandeza
de la escombrada playa de Valencia,
por arte hermosa y por naturaleza.  45
    Hizo luego de sí grata presencia
el gran don LUIS FERRER, marcado el pecho
de honor y el alma de divina ciencia;
    desembarcóse el dios, y fue derecho
a darle cuatro mil y más abrazos,  50
de su vista y su ayuda satisfecho.
    Volvió la vista, y reiteró los lazos
en don GUILLÉN DE CASTRO, que venía
deseoso de verse en tales brazos.
    CRISTÓBAL DE VIRUÉS se le seguía,  55
con PEDRO DE AGUILAR, junta famosa
de las que Turia en sus riberas cría.
    No le pudo llegar más valerosa
escuadra al gran Mercurio, ni él pudiera
desearla mejor ni más honrosa.  60
    Luego se descubrió por la ribera
un tropel de gallardos valencianos,
que a ver venían la sin par galera;
-fol. 19r-
    todos con instrumentos en las manos
de estilos y librillos de memoria,  65
por bizarría y por ingenio ufanos,
    codiciosos de hallarse en la vitoria,
que ya tenían por segura y cierta,
de las heces del mundo y de la escoria.
    Pero Mercurio les cerró la puerta,  70
digo, no consintió que se embarcasen,
y el porqué no lo dijo, aunque se acierta.
    Y fue, porque temió que no se alzasen,
siendo tantos y tales, con Parnaso,
y nuevo imperio y mando en él fundasen.  75
    En esto, viose con brïoso paso
venir al magno ANDRÉS REY DE ARTIEDA,
no por la edad descaecido o laso;
    hicieron todos espaciosa rueda,
y, cogiéndole en medio, le embarcaron,  80
más rico de valor que de moneda.
    Al momento las áncoras alzaron,
y las velas, ligadas a la entena,
los grumetes apriesa desataron.
    De nuevo por el aire claro suena  85
el son de los clarines, y de nuevo
vuelve a su oficio cada cual sirena.
-fol. 19v-
    Miró el bajel por entre nubes Febo,
y dijo en voz que pudo ser oída:
«Aquí mi gusto y mi esperanza llevo».  90
    De remos y sirenas impelida,
la galera se deja atrás el viento,
con milagrosa y próspera corrida.
    Leíase en los rostros el contento
que llevaban los sabios pasajeros,  95
durable por no ser nada violento.
    Unos por el calor iban en cueros;
otros, por no tener godescas galas,
en traje se vistieron de romeros.
    Hendía en tanto las neptúneas salas  100
la galera, del modo como hiende
la grulla el aire con tendidas alas.
    En fin, llegamos donde el mar se estiende
y ensancha y forma el golfo de Narbona,
que de ningunos vientos se defiende.  105
    Del gran Mercurio la cabal persona,
sobre seis resmas de papel sentada,
iba con cetro y con real corona;
    cuando una nube, al parecer preñada,
parió cuatro poetas en crujía,  110
o los llovió (razón más concertada).
-fol. 20r-
    Fue el uno aquél de quien Apolo fía
su honra: JUAN LUIS DE CASANATE,
poeta insigne de mayor cuantía;
    el mismo Apolo de su ingenio trate,  115
él le alabe, él le premie y recompense,
que el alabarle yo sería dislate.
    Al segundo llovido, el uticense
Catón no le igualó, ni tiene Febo
que tanto por él mire ni en él piense;  120
    del contador GASPAR DE BARRIONUEVO,
mal podrá el corto flaco ingenio mío
loar el suyo así como yo debo.
    Llenó del gran bajel el gran vacío
el gran FRANCISCO DE RIOJA, al punto  125
que saltó de la nube en el navío.
    A CRISTÓBAL DE MESA vi allí junto
a los pies de Mercurio, dando fama
a Apolo, siendo dél propio trasumpto.
    A la gavia un grumete se encarama,  130
y dijo a voces: «La ciudad se muestra
que Génova, del dios Jano, se llama».
    «Déjese la ciudad a la siniestra
mano», dijo Mercurio; «el bajel vaya,
y siga su derrota por la diestra».  135
-fol. 20v-
    Hacer al Tíber vimos blanca raya
dentro del mar, habiendo ya pasado
la ancha, romana y peligrosa playa.
    De lejos viose el aire condensado
del humo que el Estrómbalo vomita,  140
de azufre y llamas y de horror formado.
    Huyen la isla infame, y solicita
el süave poniente así el viaje,
que lo acorta, lo allana y facilita.
    Vímonos en un punto en el paraje  145
do la nutriz de Eneas pïadoso
hizo el forzoso y último pasaje.
    Vimos desde allí a poco el más famoso
monte que encierra en sí nuestro emisfero,
más gallardo a la vista y más hermoso;  150
    las cenizas de Títiro y Sincero
están en él, y puede ser por esto
nombrado entre los montes por primero.
    Luego se descubrió donde echó el resto
de su poder Naturaleza, amiga  155
de formar de otros muchos un compuesto.
    Viose la pesadumbre sin fatiga
de la bella Parténope, sentada
a la orilla del mar, que sus pies liga,
-21r-
    de castillos y torres coronada,  160
por fuerte y por hermosa en igual grado
tenida, conocida y estimada.
    Mandóme el del alígero calzado
que me aprestase y fuese luego a tierra
a dar a los LUPERCIOS un recado,  165
    en que les diese cuenta de la guerra
temida, y que a venir les persuadiese
al duro y fiero asalto, al ¡cierra, cierra!
    «Señor», le respondí, «si acaso hubiese
otro que la embajada les llevase,  170
que más grato a los dos hermanos fuese
    que yo no soy, sé bien que negociase
mejor». Dijo Mercurio: «No te entiendo,
y has de ir antes que el tiempo más se pase».
    «Que no me han de escuchar estoy temiendo»,  175
le repliqué; «y así, el ir yo no importa,
puesto que en todo obedecer pretendo.
    Que no sé quién me dice y quién me exhorta
que tienen para mí, a lo que imagino,
la voluntad, como la vista, corta.  180
    Que si esto así no fuera, este camino
con tan pobre recámara no hiciera,
ni diera en un tan hondo desatino.
-fol. 21v-
    Pues si alguna promesa se cumpliera
de aquellas muchas que al partir me hicieron,  185
lléveme Dios si entrara en tu galera.
    Mucho esperé, si mucho prometieron,
mas podía ser que ocupaciones nuevas
les obligue a olvidar lo que dijeron.
    Muchos, señor, en la galera llevas  190
que te podrán sacar el pie del lodo:
parte, y escusa de hacer más pruebas».
    «Ninguno», dijo, «me hable dese modo,
que si me desembarco y los embisto,
voto a Dios, que me traiga al Conde y todo.  195
    Con estos dos famosos me enemisto,
que, habiendo levantado a la Poesía
al buen punto en que está, como se ha visto,
    quieren con perezosa tiranía
alzarse, como dicen, a su mano  200
con la ciencia que a ser divinos guía.
    ¡Por el solio de Apolo soberano
juro...! Y no digo más». Y, ardiendo en ira,
se echó a las barbas una y otra mano,
    y prosiguió diciendo: «El dotor MIRA,  205
apostaré, si no lo manda el Conde,
que también en sus puntos se retira.
-fol. 22r-
    Señor galán, parezca: ¿a qué se asconde?
Pues a fee, por llevarle, si él no gusta,
que ni le busque, aseche ni le ronde.  210
    ¿Es esta empresa acaso tan injusta
que se esquiven de hallar en ella cuantos
tienen conciencia limitada y justa?
    ¿Carece el cielo de poetas santos,
puesto que brote a cada paso el suelo  215
poetas, que lo son tantos y tantos?
    ¿No se oyen sacros himnos en el cielo?
¿La arpa de David allá no suena,
causando nuevo acidental consuelo?
    ¡Fuera melindres! ¡Ícese la entena,  220
que llegue al tope!» Y luego obedecido
fue de la chusma, sobre buenas buena.
    Poco tiempo pasó, cuando un rüido
se oyó, que los oídos atronaba,
y era de perros áspero ladrido.  225
    Mercurio se turbó, la gente estaba
suspensa al triste son, y en cada pecho
el corazón más válido temblaba.
    En esto descubrióse el corto estrecho
que Scila y que Caribdis espantosas  230
tan temeroso con su furia han hecho.
-fol. 22v-
    «Estas olas que veis presunt[ü]osas
en visitar las nubes de contino,
y aun de tocar el cielo codiciosas,
    venciólas el prudente peregrino  235
amante de Calipso, al tiempo cuando
hizo», dijo Mercurio, «este camino.
    Su prudencia nosotros imitando,
echaremos al mar en qué se ocupen,
en tanto que el bajel pasa volando,  240
    que en tanto que ellas tasquen, roan, chupen
el mísero que al mar ha de entregarse,
seguro estoy que el paso desocupen.
    Miren si puede en la galera hallarse
algún poeta desdichado, acaso,  245
que a las fieras gargantas pueda darse».
    Buscáronle y hallaron a LOFRASO,
poeta militar, sardo, que estaba
desmayado a un rincón, marchito y laso;
    que a sus Diez libros de Fortuna andaba  250
añadiendo otros diez, y el tiempo escoge
que más desocupado se mostraba.
    Gritó la chusma toda: «¡Al mar se arroje;
vaya Lofraso al mar sin resistencia!»
«Por Dios», dijo Mercurio, «que me enoje.  255
-fol. 23r-
    ¿Cómo, y no será cargo de conciencia,
y grande, echar al mar tanta poesía,
puesto que aquí nos hunda su inclemencia?
    Viva Lofraso, en tanto que dé al día
Apolo luz, y en tanto que los hombres  260
tengan discreta, alegre fantasía.
    Tócante a ti, ¡oh Lofraso!, los renombres
y epítetos de agudo y de sincero,
y gusto que mi cómitre te nombres».
    Esto dijo Mercurio al caballero,  265
el cual en la crujía en pie se puso
con un rebenque despiadado y fiero.
    Creo que de sus versos le compuso,
y no sé cómo fue, que, en un momento
(o ya el cielo, o Lofraso lo dispuso),  270
    salimos del estrecho a salvamento,
sin arrojar al mar poeta alguno:
¡tanto del sardo fue el merecimiento!
    Mas luego otro peligro, otro importuno
temor amenazó, si no gritara  275
Mercurio cual jamás gritó ninguno,
    diciendo al timonero: «¡A orza, para,
amáinese de golpe!» Y todo a un punto
se hizo, y el peligro se repara.
-fol. 23v-
    «Estos montes que veis, que están tan junto  280
son los que Acroceraunos son llamados,
de infame nombre, como yo barrunto».
    Asieron de los remos los honrados,
los tiernos, los melifluos, los godescos,
y los de a cantimplora acostumbrados;  285
    los fríos los asieron y los frescos;
asiéronlos también los calurosos,
y los de calzas largas y greguescos;
    del sopraestante daño temerosos,
todos a una la galera empujan  290
con flacos y con brazos poderosos.
    Debajo del bajel se somurmujan
las sirenas, que dél no se apartaron,
y a sí mismas en fuerzas sobrepujan;
    y en un pequeño espacio la llevaron  295
a vista de Corfú, y a mano diestra
la isla inexpugnable se dejaron;
    y, dando la galera a la siniestra,
discurría de Grecia las riberas,
adonde el cielo su hermosura muestra.  300
    Mostrábanse las olas lisonjeras,
impeliendo el bajel süavemente,
como burlando con alegres veras.
-fol. 24r-
    Y luego, al parecer por el Oriente
rayando el rubio sol nuestro horizonte  305
con rayas rojas, hebras de su frente,
    gritó un grumete y dijo: «El monte, el monte;
el monte se descubre donde tiene
su buen rocín el gran Belorofonte».
    Por el monte se arroja, y a pie viene  310
Apolo a recebirnos. «Yo lo creo»,
dijo Lofraso, «y llega a la Hipocrene.
    Yo desde aquí columbro, miro y veo
que se andan solazando entre unas matas
las Musas con dulcísimo recreo:  315
    unas antiguas son, otras novatas,
y todas con ligero paso y tardo
andan las cinco en pie, las cuatro a gatas».
    «Si tú tal ves», dijo Mercurio, «¡oh sardo
poeta!, que me corten las orejas,  320
o me tengan los hombres por bastardo.
    Dime: ¿por qué algún tanto no te alejas
de la ignorancia, pobretón, y adviertes
lo que cantan tus rimas en tus quejas?
    ¿Por qué con tus mentiras nos diviertes  325
de recebir a Apolo cual se debe,
por haber mejorado vuestras suertes?»
-fol. 24v-
    En esto, mucho más que el viento leve,
bajó el lucido Apolo a la marina,
a pie, porque en su carro no se atreve.  330
    Quitó los rayos de la faz divina,
mostróse en calzas y en jubón vistoso,
porque dar gusto a todos determina.
    Seguíale detrás un numeroso
escuadrón de doncellas bailadoras,  335
aunque pequeñas, de ademán brïoso.
    Supe poco después que estas señoras,
sanas las más, las menos malparadas,
las del tiempo y del sol eran las Horas:
    las medio rotas eran las menguadas;  340
las sanas, las felices, y con esto
eran todas en todo apresuradas.
    Apolo luego con alegre gesto
abrazó a los soldados que esperaba
para la alta ocasión que se ha propuesto;  345
    y no de un mismo modo acariciaba
a todos, porque alguna diferencia
hacía con los que él más se alegraba;
    que a los de señoría y excelencia
nuevos abrazos dio, razones dijo,  350
en que guardó decoro y preeminencia.
-fol. 25r-
    Entre ellos abrazó a don JUAN DE ARGUIJO,
que no sé en qué, o cómo, o cuándo hizo
tan áspero viaje y tan prolijo;
    con él a su deseo satisfizo  355
Apolo, y confirmó su pensamiento:
mandó, vedó, quitó, hizo y deshizo.
    Hecho, pues, el sin par recebimiento,
do se halló don LUIS DE BARAHONA,
llevado allí por su merecimiento,  360
    del siempre verde lauro una corona
le ofrece Apolo en su intención, y un vaso
del agua de Castalia y de Helicona;
    y luego vuelve el majestoso paso,
y el escuadrón pensado y de repente  365
le sigue por las faldas del Parnaso.
    Llegóse, en fin, a la Castalia fuente,
y, en viéndola, infinitos se arrojaron,
sedientos, al cristal de su corriente:
    unos no solamente se hartaron,  370
sino que pies y manos y otras cosas
algo más indecentes se lavaron;
    otros, más advertidos, las sabrosas
aguas gustaron poco a poco, dando
espacio al gusto, a pausas melindrosas.  375
-fol. 25v-
    El bríndez y el caraos se puso en bando,
porque los más de bruces, y no a sorbos,
el süave licor fueron gustando;
    de ambas manos hacían vasos corvos
otros, y algunos de la boca al agua  380
temían de hallar cien mil estorbos.
    Poco a poco la fuente se desagua,
y pasa en los estómagos bebientes,
y aún no se apaga de su sed la fragua.
    Mas díjoles Apolo: «Otras dos fuentes  385
aún quedan, Aganipe e Hipocrene,
ambas sabrosas, ambas excelentes;
    cada cual de licor dulce y perene,
todas de calidad aumentativa
del alto ingenio que a gustarlas viene».  390
    Beben, y suben por el monte arriba,
por entre palmas y entre cedros altos
y entre árboles pacíficos de oliva;
    de gusto llenos y de angustia faltos,
siguiendo a Apolo el escuadrón camina,  395
unos a pedicoj, otros a saltos.
    Al pie sentado de una antigua encina,
vi a ALONSO DE LEDESMA, componiendo
una canción angélica y divina;
-fol. 26r-
    conocíle, y a él me fui corriendo  400
con los brazos abiertos como amigo,
pero no se movió con el estruendo.
    «¿No ves», me dijo Apolo, «que consigo
no está Ledesma agora? ¿No ves claro
que está fuera de sí y está conmigo?»  405
    A la sombra de un mirto, al verde amparo,
JERÓNIMO DE CASTRO sesteaba,
varón de ingenio peregrino y raro;
    un motete imagino que cantaba
con voz süave; yo quedé admirado  410
de verle allí, porque en Madrid quedaba.
    Apolo me entendió y dijo: «Un soldado
como éste no era bien que se quedara
entre el ocio y el sueño sepultado.
    Yo le truje, y sé cómo, que a mi rara  415
potencia no la impide otra ninguna,
ni inconviniente alguno la repara».
    En esto, se llegaba la oportuna
hora, a mi parecer, de dar sustento
al estómago pobre, y más si ayuna.  420
    Pero no le pasó por pensamiento
a Delio, que el ejército conduce,
satisfacer al mísero hambriento.
-fol. 26v-
    Primero a un jardín rico nos reduce,
donde el poder de la Naturaleza  425
y el de la industria más campea y luce.
    Tuvieron los Hespérides belleza
menor; no le igualaron los Pensiles
en sitio, en hermosura y en grandeza;
    en su comparación, se muestran viles  430
los de Alcinoo, en cuyas alabanzas
se han ocupado ingenios bien sotiles.
    No sujeto del tiempo a las mudanzas,
que todo el año primavera ofrece
frutos en posesión, no en esperanzas,  435
    Naturaleza y arte allí parece
andar en competencia, y está en duda
cuál vence de las dos, cuál más merece.
    Muéstrase balbuciente y casi muda,
si le alaba, la lengua más experta,  440
de adulación y de mentir desnuda.
    Junto con ser jardín, era una huerta,
un soto, un bosque, un prado, un valle ameno,
que en todos estos títulos concierta,
    de tanta gracia y hermosura lleno,  445
que una parte del cielo parecía
el todo del bellísimo terreno.
-fol. 27r-
    Alto en el sitio alegre Apolo hacía,
y allí mandó que todos se sentasen
a tres horas después de mediodía;  450
    y porque los asientos señalasen
el ingenio y valor de cada uno,
y unos con otros no se embarazasen,
    a despecho y pesar del importuno
ambicioso deseo, les dio asiento  455
en el sitio y lugar más oportuno.
    Llegaban los laureles casi a ciento,
a cuya sombra y troncos se sentaron
algunos de aquel número contento;
    otros los de las palmas ocuparon;  460
de los mirtos y yedras y los robles
también varios poetas albergaron.
    Puesto que humildes, eran de los nobles
los asientos cual tronos levantados,
porque tú, ¡oh Envidia!, aquí tu rabia dobles.  465
    En fin, primero fueron ocupados
los troncos de aquel ancho circüito,
para honrar a poetas dedicados,
    antes que yo en el número infinito
hallase asiento; y así, en pie quedéme,  470
despechado, colérico y marchito.
-fol. 27v-
    Dije entre mí: «¿Es posible que se estreme
en perseguirme la Fortuna airada,
que ofende a muchos y a ninguno teme?»
    Y, volviéndome a Apolo, con turbada  475
lengua le dije lo que oirá el que gusta
saber, pues la tercera es acabada,
la cuarta parte desta empresa justa.



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    Suele la indignación componer versos;
pero si el indignado es algún tonto,
ellos tendrán su todo de perversos.
    De mí yo no sé más sino que prompto
me hallé para decir en tercia rima  5
lo que no dijo el desterrado a Ponto;
    y así le dije a Delio: «No se estima,
señor, del vulgo vano el que te sigue
y al árbol sacro del laurel se arrima;
-fol. 28r-
    la envidia y la ignorancia le persigue,  10
y así, envidiado siempre y perseguido,
el bien que espera por jamás consigue.
    Yo corté con mi ingenio aquel vestido
con que al mundo la hermosa Galatea
salió para librarse del olvido.  15
    Soy por quien La Confusa, nada fea,
pareció en los teatros admirable,
si esto a su fama es justo se le crea.
    Yo, con estilo en parte razonable,
he compuesto comedias que en su tiempo  20
tuvieron de lo grave y de lo afable.
    Yo he dado en Don Quijote pasatiempo
al pecho melancólico y mohíno,
en cualquiera sazón, en todo tiempo.
    Yo he abierto en mis Novelas un camino  25
por do la lengua castellana puede
mostrar con propiedad un desatino.
    Yo soy aquel que en la invención excede
a muchos; y al que falta en esta parte,
es fuerza que su fama falta quede.  30
    Desde mis tiernos años amé el arte
dulce de la agradable poesía,
y en ella procuré siempre agradarte.
-fol. 28v-
    Nunca voló la pluma humilde mía
por la región satírica: bajeza  35
que a infames premios y desgracias guía.
    Yo el soneto compuse que así empieza,
por honra principal de mis escritos:
¡Voto a Dios, que me espanta esta grandeza!
    Yo he compuesto romances infinitos,  40
y el de Los celos es aquel que estimo,
entre otros que los tengo por malditos.
    Por esto me congojo y me lastimo
de verme solo en pie, sin que se aplique
árbol que me conceda algún arrimo.  45
    Yo estoy, cual decir suelen, puesto a pique
para dar a la estampa al gran Pirsiles,
con que mi nombre y obras multiplique.
    Yo, en pensamientos castos y sotiles,
dispuestos en soneto[s] de a docena,  50
he honrado tres sujetos fregoniles.
    También, al par de Filis, mi Silena
resonó por las selvas, que escucharon
más de una y otra alegre cantilena,
    y en dulces varias rimas se llevaron  55
mis esperanzas los ligeros vientos,
que en ellos y en la arena se sembraron.
-fol. 29r-
    Tuve, tengo y tendré los pensamientos,
merced al cielo que a tal bien me inclina,
de toda adulación libres y esentos.  60
    Nunca pongo los pies por do camina
la mentira, la fraude y el engaño,
de la santa virtud total rüina.
    Con mi corta fortuna no me ensaño,
aunque por verme en pie como me veo,  65
y en tal lugar, pondero así mi daño.
    Con poco me contento, aunque deseo
mucho». A cuyas razones enojadas,
con estas blandas respondió Timbreo:
    «Vienen las malas suertes atrasadas,  70
y toman tan de lejos la corriente,
que son temidas, pero no escusadas.
    El bien les viene a algunos de repente,
a otros poco a poco y sin pensallo,
y el mal no guarda estilo diferente.  75
    El bien que está adquerido, conservallo
con maña, diligencia y con cordura,
es no menor virtud que el granjeallo.
    Tú mismo te has forjado tu ventura,
y yo te he visto alguna vez con ella,  80
pero en el imprudente poco dura.
-fol. 29v-
    Mas, si quieres salir de tu querella,
alegre y no confuso, y consolado,
dobla tu capa y siéntate sobre ella;
    que tal vez suele un venturoso estado,  85
cuando le niega sin razón la suerte,
honrar más merecido que alcanzado».
    «Bien parece, señor, que no se advierte»,
le respondí, «que yo no tengo capa».
Él dijo: «Aunque sea así, gusto de verte.  90
    La virtud es un manto con que tapa
y cubre su indecencia la estrecheza,
que esenta y libre de la envidia escapa».
    Incliné al gran consejo la cabeza;
quedéme en pie, que no hay asiento bueno  95
si el favor no le labra o la riqueza.
    Alguno murmuró, viéndome ajeno
del honor que pensó se me debía,
del planeta de luz y virtud lleno.
    En esto pareció que cobró el día  100
un nuevo resplandor, y el aire oyóse
herir de una dulcísima armonía.
    Y, en esto, por un lado descubrióse
del sitio un escuadrón de ninfas bellas,
con que infinito el rubio dios holgóse.  105
-fol. 30r-
    Venía en fin y por remate dellas
una resplandeciendo, como hace
el sol ante la luz de las estrellas;
    la mayor hermosura se deshace
ante ella, y ella sola resplandece  110
sobre todas, y alegra y satisface.
    Bien así semejaba cual se ofrece
entre líquidas perlas y entre rosas
la Aurora que despunta y amanece;
    la rica vestidura, las preciosas  115
joyas que la adornaban, competían
con las que suelen ser maravillosas.
    Las ninfas que al querer suyo asistían,
en el gallardo brío y bello aspecto,
las artes liberales parecían;  120
    todas con amoroso y tierno afecto,
con las ciencias más claras y escondidas,
le guardaban santísimo respecto;
    mostraban que en servirla eran servidas,
y que por su ocasión de todas gentes  125
en más veneración eran tenidas.
    Su influjo y su reflujo las corrientes
del mar y su profundo le mostraban,
y el ser padre de ríos y de fuentes.
-fol. 30v-
    Las yerbas su virtud la presentaban;  130
los árboles, sus frutos y sus flores;
las piedras, el valor que en sí encerraban.
    El santo amor, castísimos amores;
la dulce paz, su quïetud sabrosa;
la guerra amarga, todos sus rigores.  135
    Mostrábasele clara la espaciosa
vía por donde el sol hace contino
su natural carrera y la forzosa.
    La inclinación o fuerza del destino,
y de qué estrellas consta y se compone,  140
y cómo influye este planeta o signo,
    todo lo sabe, todo lo dispone
la santa y hermosísima doncella,
que admiración como alegría pone.
    Preguntéle al parlero si en la bella  145
ninfa alguna deidad se disfrazaba
que fuese justo el adorar en ella;
    porque en el rico adorno que mostraba,
y en el gallardo ser que descubría,
del cielo y no del suelo semejaba.  150
    «Descubres», respondió, «tu bobería;
que ha que la tratas infinitos años,
y no conoces que es la Poesía».
-fol. 31r-
    «Siempre la he visto envuelta en pobres paños»,
le repliqué; «jamás la vi compuesta  155
con adornos tan ricos y tamaños;
    parece que la he visto descompuesta,
vestida de color de primavera
en los días de cutio y los de fiesta».
    «Esta, que es la Poesía verdadera,  160
la grave, la discreta, la elegante»,
dijo Mercurio, «la alta y la sincera,
    siempre con vestidura rozagante
se muestra en cualquier acto que se halla,
cuando a su profesión es importante.  165
    Nunca se inclina o sirve a la canalla
trovadora, maligna y trafalmeja,
que en lo que más ignora menos calla.
    Hay otra falsa, ansiosa, torpe y vieja,
amiga de sonaja y morteruelo,  170
que ni tabanco ni taberna deja;
    no se alza dos ni aun un coto del suelo,
grande amiga de bodas y bautismos,
larga de manos, corta de cerbelo.
    Tómanla por momentos parasismos;  175
no acierta a pronunciar, y si pronuncia,
absurdos hace y forma solecismos.
-fol. 31v-
    Baco, donde ella está, su gusto anuncia,
y ella derrama en coplas el poleo,
con pa y vereda, y el mastranzo y juncia.  180
    Pero aquesta que ves es el aseo,
la [g]ala de los cielos y la tierra,
con quien tienen las Musas su bureo;
    ella abre los secretos y los cierra,
toca y apunta de cualquiera ciencia  185
la superficie y lo mejor que encierra.
    Mira con más ahínco su presencia:
verás cifrada en ella la abundancia
de lo que en bueno tiene la excelencia;
    moran con ella en una misma estancia  190
la divina y moral filosofía,
el estilo más puro y la elegancia;
    puede pintar en la mitad del día
la noche, y en la noche más escura
el alba bella que las perlas cría;  195
    el curso de los ríos apresura,
y le detiene; el pecho a furia incita,
y le reduce luego a más blandura;
    por mitad del rigor se precipita
de las lucientes armas contrapuestas,  200
y da vitorias y vitorias quita.
-fol. 32r-
    Verás cómo le prestan las florestas
sus sombras, y sus cantos los pastores,
el mal sus lutos y el placer sus fiestas,
    perlas el Sur, Sabea sus olores,  205
el oro Tíbar, Hibla su dulzura,
galas Milán y Lusitania amores.
    En fin, ella es la cifra do se apura
lo provechoso, honesto y deleitable,
partes con quien se aumenta la ventura.  210
    Es de ingenio tan vivo y admirable,
que a veces toca en puntos que suspenden,
por tener no sé qué de inescrutable.
    Alábanse los buenos, y se ofenden
los malos con su voz, y destos tales  215
unos la adoran, otros no la entienden.
    Son sus obras heroicas inmortales;
las líricas, süaves de manera
que vuelven en divinas las mortales.
    Si alguna vez se muestra lisonjera,  220
es con tanta elegancia y artificio,
que no castigo sino premio espera.
    Gloria de la virtud, pena del vicio
son sus acciones, dando al mundo en ellas
de su alto ingenio y su bondad indicio».  225
-fol. 32v-
    En esto estaba, cuando por las bellas
ventanas de jazmines y de rosas
(que Amor estaba, a lo que entiendo, en ellas),
    divisé seis personas religiosas,
al parecer de honroso y grave aspecto,  230
de luengas togas, limpias y pomposas.
    Preguntéle a Mercurio: «¿Por qué efecto
aquéllos no parecen y se encubren,
y muestran ser personas de respecto?»
    A lo que él respondió: «No se descubren,  235
por guardar el decoro al alto estado
que tienen, y así el rostro todos cubren».
    «¿Quién son», le repliqué, «si es que te es dado
dicirlo?» Respondióme: «No, por cierto,
porque Apolo lo tiene así mandado».  240
    «¿No son poetas?» «Sí». «Pues yo no acierto
a pensar por qué causa se desprecian
de salir con su ingenio a campo abierto.
    ¿Para qué se embobecen y se anecian,
escondiendo el talento que da el cielo  245
a los que más de ser suyos se precian?
    ¡Aquí del rey! ¿Qué es esto? ¿Qué recelo
o celo les impele a no mostrarse
sin miedo ante la turba vil del suelo?
-fol. 33r-
    ¿Puede ninguna ciencia compararse  250
con esta universal de la Poesía,
que límites no tiene do encerrarse?
    Pues, siendo esto verdad, saber querría,
entre los de la carda, cómo se usa
este miedo, o melindre, o hipocresía.  255
    Hace monseñor versos y rehúsa
que no se sepan, y él los comunica
con muchos, y a la lengua ajena acusa;
    y más que, siendo buenos, multiplica
la fama su valor, y al dueño canta  260
con voz de gloria y de alabanza rica.
    ¿Qué mucho, pues, si no se le levanta
testimonio a un pontífice poeta,
que digan que lo es? Por Dios, que espanta.
    Por vida de Lanfusa la discreta,  265
que si no se me dice quién son estos
togados de bonete y de muceta,
    que con trazas y modos descompuestos
tengo de reducir a behetría
estos tan sosegados y compuestos».  270
    «Por Dios», dijo Mercurio, «y a fee mía,
que no puedo decirlo, y si lo digo,
tengo de dar la culpa a tu porfía».
-fol. 33v-
    «Dilo, señor, que desde aquí me obligo
de no decir que tú me lo dijiste»,  275
le dije, «por la fe de buen amigo».
    Él dijo: «No nos cayan en el chiste,
llégate a mí, dirételo al oído,
pero creo que hay más de los que viste:
    aquél que has visto allí del cuello erguido,  280
lozano, rozagante y de buen talle,
de honestidad y de valor vestido,
    es el doctor FRANCISCO SÁNCHEZ; dalle
puede, cual debe, Apolo la alabanza,
que pueda sobre el cielo levantalle;  285
    y aun a más su famoso ingenio alcanza,
pues en las verdes hojas de sus días
nos da de santos frutos esperanza.
    Aquél que en elevadas fantasías
y en éstasis sabrosos se regala,  290
y tanto imita las acciones mías,
    es el maestro HORTENSIO, que la gala
se lleva de la más rara elocuencia
que en las aulas de Atenas se señala;
    su natural ingenio con la ciencia  295
y ciencias aprendidas le levanta
al grado que le nombra la excelencia.
-fol. 24r [34r]-
    Aquél de amarillez marchita y santa,
que le encubre de lauro aquella rama
y aquella hojosa y acopada planta,  300
    fray JUAN BAPTISTA CAPATAZ se llama:
descalzo y pobre, pero bien vestido
con el adorno que le da la fama.
    Aquél que del rigor fiero de olvido
libra su nombre con eterno gozo,  305
y es de Apolo y las Musas bien querido,
    anciano en el ingenio y nunca mozo,
humanista divino, es, según pienso,
el insigne doctor ANDRÉS DEL POZO.
    Un licenciado de un ingenio inmenso  310
es aquél, y, aunque en traje mercenario,
como a señor le dan las Musas censo;
    RAMÓN se llama, auxilio necesario
con que Delio se esfuerza y ve rendidas
las obstinadas fuerzas del contrario.  315
    El otro, cuyas sienes ves ceñidas
con los brazos de Dafne en triunfo honroso,
sus glorias tiene en Alcalá esculpidas;
    en su ilustre teatro vitorioso
le nombra el cisne, en canto no funesto,  320
siempre el primero, como a más famoso;
-fol. 24v [34v]-
    a los donaires suyos echó el resto
con propriedades al gorrón debidas,
por haberlos compuesto o descompuesto.
    Aquestas seis personas referidas,  325
como están en divinos puestos puestas,
y en sacra religión constitüidas,
    tienen las alabanzas por molestas
que les dan por poetas, y holgarían
llevar la loa sin el nombre a cuestas».  330
    «¿Por qué», le pregunté, «señor, porfían
los tales a escribir y dar noticia
de los versos que paren y que crían?
    También tiene el ingenio su codicia,
y nunca la alabanza se desprecia  335
que al bueno se le debe de justicia.
    Aquél que de poeta no se precia,
¿para qué escribe versos y los dice?
¿Por qué desdeña lo que más aprecia?
    Jamás me contenté ni satisfice  340
de hipócritos melindres: llanamente
quise alabanzas de lo que bien hice».
    «Con todo, quiere Apolo que esta gente
religiosa se tenga aquí secreta»,
dijo el dios que presume de elocuente.  345
-fol. 35r-
    Oyóse, en esto, el son de una corneta,
y un «¡trapa, trapa, aparta, afuera, afuera,
que viene un gallardísimo poeta!»
    Volví la vista y vi por la ladera
del monte un postillón y un caballero  350
correr, como se dice, a la ligera;
    servía el postillón de pregonero,
mucho más que de guía, a cuyas voces
en pie se puso el escuadrón entero.
    Preguntóme Mercurio: «¿No conoces  355
quién es este gallardo, este brïoso?
Imagino que ya le reconoces».
    «Bien sé», le respondí, «que es el famoso
gran don SANCHO DE LEIVA, cuya espada
y pluma harán a Delio venturoso;  360
    venceráse sin duda esta jornada
con tal socorro». Y, en el mismo instante,
cosa que parecía imaginada,
    otro favor no menos importante
para el caso temido se nos muestra,  365
de ingenio y fuerzas y valor bastante:
    una tropa gentil por la siniestra
parte del monte se descubre, ¡oh cielos,
que dais de vuestra providencia muestra!
-fol. 35v-
    Aquel discreto JUAN DE VASCONCELOS  370
venía delante en un caballo bayo,
dando a las musas lusitanas celos.
    Tras él, el capitán PEDRO TAMAYO
venía, y, aunque enfermo de la gota,
fue al enemigo asombro, fue desmayo;  375
    que por él se vio en fuga y puesto en rota,
que en los dudosos trances de la guerra
su ingenio admira y su valor se nota.
    También llegaron a la rica tierra,
puestos debajo de una blanca seña,  380
por la parte derecha de la sierra,
    otros, de quien tomó luego reseña
Apolo; y era dellos el primero
el joven don FERNANDO DE LODEÑA,
    poeta primerizo, insigne empero,  385
en cuyo ingenio Apolo deposita
sus glorias para el tiempo venidero.
    Con majestad real, con inaudita
pompa llegó, y al pie del monte para
quien los bienes del monte solicita:  390
    el licenciado fue JUAN DE VERGARA
el que llegó, con quien la turba ilustre
en sus vecinos miedos se repara,
-fol. 36r-
    de Esculapio y de Apolo gloria y lustre,
si no, dígalo el santo bien partido,  395
y su fama la misma envidia ilustre.
    Con él, fue con aplauso recebido
el docto JUAN ANTONIO DE HERRERA,
que puso en fil el desigual partido.
    ¡Oh, quién con lengua en nada lisonjera,  400
sino con puro afecto en grande exceso,
dos que llegaron alabar pudiera!
    Pero no es de mis hombros este peso:
fueron los que llegaron los famosos,
los dos maestros CALVO y VALDIVIESO.  405
    Luego se descubrió por los undosos
llanos del mar una pequeña barca
impelida de remos presurosos;
    llegó, y al punto della desembarca
el gran don JUAN DE ARGOTE Y DE GAMBOA,  410
en compañía de don DIEGO ABARCA,
    sujetos dignos de incesable loa;
y don DIEGO JIMÉNEZ Y DE ANCISO
dio un salto a tierra desde la alta proa.
    En estos tres la gala y el aviso  415
cifró cuanto de gusto en sí contienen,
como su ingenio y obras dan aviso.
-fol. 36v-
    Con JUAN LÓPEZ DEL VALLE otros dos vienen
juntos allí, y es PAMONÉS el uno,
con quien las Musas ojeriza tienen,  420
    porque pone sus pies por do ninguno
los puso, y con sus nuevas fantasías
mucho más que agradable es importuno.
    De lejas tierras por incultas vías
llegó el bravo irlandés don JUAN BATEO,  425
Jerjes nuevo en memoria en nuestros días.
    Vuelvo la vista, a MANTÜANO veo,
que tiene al gran VELASCO por mecenas,
y ha sido acertadísimo su empleo;
    dejarán estos dos en las ajenas  430
tierras, como en las proprias, dilatados
sus nombres, que tú, Apolo, así lo ordenas.
    Por entre dos fructíferos collados
(¿habrá quien esto crea, aunque lo entienda?)
de palmas y laureles coronados,  435
    el grave aspecto del abad MALUENDA
pareció, dando al monte luz y gloria
y esperanzas de triunfo en la contienda;
    pero, ¿de qué enemigos la vitoria
no alcanzará un ingenio tan florido  440
y una bondad tan digna de memoria?
-fol. 37r-
    Don ANTONIO GENTIL DE VARGAS, pido
espacio para verte, que llegaste
de gala y arte y de valor vestido;
    y, aunque de patria ginovés, mostraste  445
ser en las musas castellanas docto,
tanto, que al escuadrón todo admiraste.
    Desde el indio apartado del remoto
mundo, llegó mi amigo MONTESDOCA,
y el que anudó de Arauco el nudo roto;  450
    dijo Apolo a los dos: «A entrambos toca
defender esta vuestra rica estancia
de la canalla de vergüenza poca,
    la cual, de error armada y de arrogancia,
quiere canonizar y dar renombre  455
inmortal y divino a la ignorancia;
    que tanto puede la afición que un hombre
tiene a sí mismo, que, ignorante siendo,
de buen poeta quiere alcanzar nombre».
    En esto, otro milagro, otro estupendo  460
prodigio se descubre en la marina,
que en pocos versos declarar pretendo.
    Una nave a la tierra tan vecina
llegó, que desde el sitio donde estaba
se ve cuanto hay en ella y determina;  465
-fol. 37v-
    de más de cuatro mil salmas pasaba
(que otros suelen llamarlas toneladas),
ancho de vientre y de estatura brava:
    así como las naves que cargadas
llegan de la oriental India a Lisboa,  470
que son por las mayores estimadas,
    ésta llegó desde la popa a proa
cubierta de poetas, mercancía
de quien hay saca en Calicut y en Goa.
    Tomóle al rojo dios alferecía  475
por ver la muchedumbre impertinente
que en socorro del monte le venía,
    y en silencio rogó devotamente
que el vaso naufragase en un momento
al que gobierna el húmido tridente.  480
    Uno de los del número hambriento
se puso en esto al borde de la nave,
al parecer mohíno y malcontento;
    y, en voz que ni de tierna ni süave
tenía un solo adárame, gritando  485
dijo, tal vez colérico y tal grave,
    lo que impaciente estuve yo escuchando,
porque vi sus razones ser saetas
que iban mi alma y corazón clavando.
-fol. 38r-
    «¡Oh tú», dijo, «traidor, que los poetas  490
canonizaste de la larga lista,
por causas y por vías indirectas!
    ¿Dónde tenías, magancés, la vista
aguda de tu ingenio, que, así ciego,
fuiste tan mentiroso coronista?  495
    Yo te confieso, ¡oh bárbaro!, y no niego
que algunos de los muchos que escogiste
sin que el respeto te forzase o el ruego,
    en el debido punto los pusiste;
pero con los demás, sin duda alguna,  500
pródigo de alabanzas anduviste.
    Has alzado a los cielos la fortuna
de muchos que en el centro del olvido,
sin ver la luz del sol ni de la luna,
    yacían; ni llamado ni escogido  505
fue el gran Pastor de Iberia, el gran BERNARDO
que DE LA VEGA tiene el apellido.
    Fuiste envidioso, descuidado y tardo,
y a las Ninfas de Henares y pastores
como a enemigos les tiraste un dardo;  510
    y tienes tú poetas tan peores
que éstos en tu rebaño, que imagino
que han de sudar si quieren ser mejores;
-fol. 38v-
    que si este agravio no me turba el tino,
siete trovistas desde aquí diviso,  515
a quien suelen llamar de torbellino,
    con quien la gala, discreción y aviso
tienen poco que ver, y tú los pones
dos leguas más allá del Paraíso.
    Estas quimeras, estas invenciones  520
tuyas te han de salir al rostro un día
si más no te mesuras y compones».
    Esta amenaza y gran descortesía
mi blando corazón llenó de miedo
y dio al través con la paciencia mía.  525
    Y, volviéndome a Apolo con denuedo
mayor del que esperaba de mis años,
con voz turbada y con semblante acedo
    le dije: «Con bien claros desengaños
descubro que el servirte me granjea  530
presentes miedos de futuros daños.
    Haz, ¡oh señor!, que en público se lea
la lista que Cilenio llevó a España,
porque mi culpa poca aquí se vea.
    Si tu deidad en escoger se engaña,  535
y yo sólo aprobé lo que él me dijo,
¿por qué este simple contra mí se ensaña?
-fol. 39r-
    Con justa causa y con razón me aflijo
de ver cómo estos bárbaros se inclinan
a tenerme en temor duro y prolijo:  540
    unos, porque los puse me abominan;
otros, porque he dejado de ponellos
de darme pesadumbre determinan.
    Yo no sé cómo me avendré con ellos:
los puestos se lamentan, los no puestos  545
gritan, yo tiemblo déstos y de aquéllos.
    Tú, señor, que eres dios, dales los puestos
que piden sus ingenios; llama y nombra
los que fueren más hábiles y prestos.
    Y porque el turbio miedo que me asombra  550
no me acabe, acabada esta contienda,
cúbreme con tu mano y con tu sombra,
    o ponme una señal por do se entienda
que soy hechura tuya y de tu casa,
y así no habrá ninguno que me ofenda».  555
    «Vuelve la vista y mira lo que pasa»,
fue de Apolo enojado la respuesta,
que ardiendo en ira el corazón se abrasa.
    Volvíla, y vi la más alegre fiesta,
y la más desdichada y compasiva  560
que el mundo vio, ni aun la verá cual ésta.
-fol. 39v-
    Mas no se espere que yo aquí la escriba,
sino en la parte quinta, en quien espero
cantar con voz tan entonada y viva,
que piensen que soy cisne y que me muero.  565