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ArribaAbajoDel Viaje del Parnaso, capítulo quinto


    Oyó el señor del húmido tridente
las plegarias de Apolo, y escuchólas
con alma tierna y corazón clemente;
    hizo de ojo y dio del pie a las olas,
y, sin que lo entendiesen los poetas,  5
en un punto hasta el cielo levantólas;
    y él, por ocultas vías y secretas,
se agazapó debajo del navío,
y usó con él de sus traidoras tretas.
    Hirió con el tridente en lo vacío  10
del buco, y el estómago le llena
de un copioso corriente amargo río.
-fol. 40r-
    Advertido el peligro, al aire suena
una confusa voz, la cual resulta
de otras mil que el temor forma y la pena;  15
    poco a poco el bajel pobre se oculta
en las entrañas del cerúleo y cano
vientre, que tantas ánimas sepulta.
    Suben los llantos por el aire vano
de aquellos miserables, que suspiran  20
por ver su irreparable fin cercano;
    trepan y suben por las jarcias, miran
cuál del navío es el lugar más alto,
y en él muchos se apiñan y retiran.
    La confusión, el miedo, el sobresalto  25
les turba los sentidos, que imaginan
que desta a la otra vida es grande el salto;
    con ningún medio ni remedio atinan;
pero, creyendo dilatar su muerte,
algún tanto a nadar se determinan;  30
    saltan muchos al mar de aquella suerte,
que al charco de la orilla saltan ranas
cuando el miedo o el rüido las advierte.
    Hienden las olas, del romperse canas,
menudean las piernas y los brazos,  35
aunque enfermos están y ellas no sanas;
-fol. 40v-
    y, en medio de tan grandes embarazos,
la vista ponen en la amada orilla,
deseosos de darla mil abrazos.
    Y sé yo bien que la fatal cuadrilla,  40
antes que allí, holgara de hallarse
en el Compás famoso de Sevilla;
    que no tienen por gusto el ahogarse
(discreta gente al parecer en esto),
pero valióles poco el esforzarse;  45
    que el padre de las aguas echó el resto
de su rigor, mostrándose en su carro
con rostro airado y ademán funesto.
    Cuatro delfines, cada cual bizarro,
con cuerdas hechas de tejidas ovas  50
le tiraban con furia y con desgarro.
    Las ninfas en sus húmidas alcobas
sienten tu rabia, ¡oh vengativo nume!,
y de sus rostros la color les robas.
    El nadante poeta que presume  55
llegar a la ribera defendida,
sus ayes pierde y su tesón consume;
    que su corta carrera es impedida
de las agudas puntas del tridente,
entonces fiero y áspero homicida.  60
-fol. 41r-
    ¿Quién ha visto muchacho diligente
que en goloso a sí mesmo sobrepuja
(que no hay comparación más conveniente),
    picar en el sombrero la granuja,
que el hallazgo le puso allí, o la sisa,  65
con punta alfileresca, o ya de aguja?
    Pues no con menor gana o menor prisa,
poetas ensartaba el nume airado
con gusto infame y con dudosa risa.
    En carro de cristal venía sentado,  70
la barba luenga y llena de marisco,
con dos gruesas lampreas coronado;
    hacían de sus barbas firme aprisco
la almeja, el morsillón, pulpo y cangrejo,
cual le suelen hacer en peña o risco.  75
    Era de aspecto venerable y viejo;
de verde, azul y plata era el vestido,
robusto al parecer y de buen rejo,
    aunque, como enojado, denegrido
se mostraba en el rostro, que la saña  80
así turba el color como el sentido.
    Airado, contra aquéllos más se ensaña
que nadan más, y sáleles al paso,
juzgando a gloria tan cobarde hazaña.
-fol. 41v-
    En esto (¡oh nuevo y milagroso caso,  85
digno de que se cuente poco a poco
y con los versos de Torcato Taso!
    Hasta aquí no he invocado, ahora invoco
vuestro favor, ¡oh Musas!, necesario
para los altos puntos en que toco;  90
    descerrajad vuestro más rico almario,
y el aliento me dad que el caso pide,
no humilde, no ratero ni ordinario),
    las nubes hiende, el aire pisa y mide
la hermosa Venus Acidalia, y baja  95
del cielo, que ninguno se lo impide.
    Traía vestida de pardilla raja
una gran saya entera, hecha al uso,
que le dice muy bien, cuadra y encaja;
    luto que por su Adonis se le puso  100
luego que el gran colmillo del berraco
a atravesar sus ingles se dispuso.
    A fe que si el mocito fuera maco,
que él guardara la cara al colmilludo,
que dio a su vida y su belleza saco.  105
    ¡Oh valiente garzón, más que sesudo!,
¿cómo, estando avisado, tu mal tomas,
entrando en trance tan horrendo y crudo?
-fol. 42r-
    En esto, las mansísimas palomas
que el carro de la diosa conducían  110
por el llano del mar y por las lomas,
    por unas y otras partes discurrían,
hasta que con Neptuno se encontraron,
que era lo que buscaban y querían.
    Los dioses, que se ven, se respetaron,  115
y, haciendo sus zalemas a lo moro,
de verse juntos en estremo holgaron.
    Guardáronse real grave decoro,
y procuró Ciprinia en aquel punto
mostrar de su belleza el gran tesoro:  120
    ensanchó el verdugado, y diole el punto
con ciertos puntapiés, que fueron coces
para el dios, que las vio y quedó difunto.
    Un poeta, llamado don Quincoces,
andaba semivivo en las saladas  125
ondas, dando gemidos y no voces;
    con todo, dijo en mal articuladas
palabras: «¡Oh señora, la de Pafo,
y de las otras dos islas nombradas,
    muévate a compasión el verme gafo  130
de pies y manos, y que ya me ahogo
en otras linfas que las del garrafo.
-fol. 42v-
    Aquí será mi pira, aquí mi rogo,
aquí será Quincoces sepultado,
que tuvo en su crianza pedagogo!»  135
    Esto dijo el mezquino; esto escuchado
fue de la diosa con ternura tanta,
que volvió a componer el verdugado;
    y luego en pie y piadosa se levanta,
y, poniendo los ojos en el viejo,  140
desembudó la voz de la garganta,
    y, con cierto desdén y sobrecejo,
entre enojada y grave y dulce, dijo
lo que al húmido dios tuvo perplejo;
    y, aunque no fue su razonar prolijo,  145
todavía le trujo a la memoria
hermano de quién era y de quién hijo;
    representóle cuán pequeña gloria
era llevar de aquellos miserables
el triunfo infausto y la crüel vitoria.  150
    Él dijo: «Si los hados inmudables
no hubieran dado la fatal sentencia
destos en su ignorancia siempre estables,
    una brizna no más de tu presencia
que viera yo, bellísima señora,  155
fuera de mi rigor la resistencia.
-fol. 43r-
    Mas ya no puede ser, que ya la hora
llegó donde mi blanda y mansa mano
ha de mostrar que es dura y vencedora;
    que éstos, de proceder siempre inhumano,  160
en sus versos han dicho cien mil veces:
«azotando las aguas del mar cano...»
    «Ni azotado ni viejo me pareces»,
replicó Venus. Y él le dijo a ella:
«Puesto que me enamoras, no enterneces;  165
    que de tal modo la fatal estrella
influye destos tristes, que no puedo
dar felice despacho a tu querella;
    del querer de los hados sólo un dedo
no me puede apartar, ya tú lo sabes:  170
ellos han de acabar, y ha de ser cedo».
    «Primero acabarás que los acabes»,
le respondió madama, la que tiene
de tantas voluntades puerta y llaves;
    «que, aunque el hado feroz su muerte ordene,  175
el modo no ha de ser a tu contento,
que muchas muertes el morir contiene».
    Turbóse en esto el líquido elemento,
de nuevo renovóse la tormenta,
sopló más vivo y más apriesa el viento;  180
-fol. 43v-
    la hambrienta mesnada, y no sedienta,
se rinde al huracán recién venido
y, por más no penar, muere contenta.
    ¡Oh raro caso y por jamás oído
ni visto! ¡Oh nuevas y admirables trazas  185
de la gran reina obedecida en Nido!:
    en un instante, el mar de calabazas
se vio cuajado, algunas tan potentes,
que pasaban de dos y aun de tres brazas;
    también hinchados odres y valientes,  190
sin deshacer del mar la blanca espuma,
nadaban de mil talles diferentes.
    Esta trasmutación fue hecha, en suma,
por Venus, de los lánguidos poetas,
porque Neptuno hundirlos no presuma;  195
    el cual le pidió a Febo sus saetas,
cuya arma, arrojadiza desde aparte,
a Venus defraudara de sus tretas.
    Negóselas Apolo; y veis dó parte
enojado el vejón, con su tridente  200
pensándolos pasar de parte a parte.
    Mas éste se resbala, aquél no siente
la herida, y dando esguince se desliza,
y él queda de la cólera impaciente.
-fol. 44r-
    En esto Bóreas su furor atiza,  205
y lleva antecogida la manada,
que con la de los Cerdas simboliza.
    Pidióselo la diosa, aficionada
a que vivan poetas zarabandos
de aquellos de la seta almidonada;  210
    de aquellos blancos, tiernos, dulces, blandos,
de los que por momentos se dividen
en varias setas y en contrarios bandos;
    los contrapuestos vientos se comiden
a complacer la bella rogadora,  215
y con un solo aliento la mar miden,
    llevando a la pïara gruñidora
en calabazas y odres convertida,
a los reinos contrarios del Aurora.
    Desta dulce semilla referida,  220
España, verdad cierta, tanto abunda,
que es por ella estimada y conocida;
    que, aunque en armas y en letras es fecunda
más que cuantas provincias tiene el suelo,
su gusto en parte en tal semilla funda.  225
    Después desta mudanza que hizo el cielo,
o Venus, o quien fuese, que no importa
guardar puntualidad como yo suelo,
-fol. 44v-
    no veo calabaza, o luenga o corta,
que no imagine que es algún poeta  230
que allí se estrecha, encubre, encoge, acorta.
    Pues ¿qué cuando veo un cuero? ¡Oh mal discreta
y vana fantasía, así engañada,
que a tanta liviandad estás sujeta!:
    pienso que el piezgo de la boca atada  235
es la faz del poeta, transformado
en aquella figura mal hinchada;
    y cuando encuentro algún poeta honrado
(digo poeta firme y valedero,
hombre vestido bien y bien calzado),  240
    luego se me figura ver un cuero,
o alguna calabaza, y desta suerte
entre contrarios pensamientos muero.
    Y no sé si lo yerre o si lo acierte
en que a las calabazas y a los cueros  245
y a los poetas trate de una suerte.
    Cernícalos que son lagartijeros,
no esperen de gozar las preeminencias
que gozan gavilanes no pecheros.
    Puestas en paz, pues, ya las diferencias  250
de Delio, y los poetas transformados
en tan vanas y huecas apariencias,
-fol. 45r-
    los mares y los vientos sosegados,
sumergióse Neptuno malcontento
en sus palacios de cristal labrados.  255
    Las mansísimas aves por el viento
volaron, y a la bella Ciprïana
pusieron en su reino a salvamento.
    Y, en señal que del triunfo quedó ufana
(lo que hasta allí nadie acabó con ella),  260
del luto se quitó la saboyana,
    quedando en cuezo, tan briosa y bella,
que se supo después que Marte anduvo
todo aquel día y otros dos tras ella.
    Todo el cual tiempo, el escuadrón estuvo  265
mirando atento la fatal rüina
que la canalla transformada tuvo;
    y, viendo despejada la marina,
Apolo, del socorro mal venido,
de dar fin al gran caso determina.  270
    Pero en aquel instante un gran rüido
se oyó, con que la turba se alboroza
y pone vista alerta y presto oído;
    y era quien le formaba una carroza
rica, sobre la cual venía sentado  275
el grave don LORENZO DE MENDOZA,
-fol. 45v-
    de su felice ingenio acompañado,
de su mucho valor y cortesía,
joyas inestimables, adornado.
    PEDRO JUAN DE REJAULE le seguía  280
en otro coche, insigne valenciano
y grande defensor de la poesía.
    Sentado viene a su derecha mano
JUAN DE SOLÍS, mancebo generoso,
de raro ingenio, en verdes años cano.  285
    Y JUAN DE CARVAJAL, doctor famoso,
les hace tercio, y no por ser pesado
dejan de hacer su curso presuroso,
    porque al divino ingenio, al levantado
valor de aquestos tres que el coche encierra,  290
no hay impedirle monte ni collado.
    Pasan volando la empinada sierra,
las nubes tocan, llegan casi al cielo,
y alegres pisan la famosa tierra.
    Con este mismo honroso y grave celo,  295
BARTOLOMÉ DE MOLA y GABRIEL LASO
llegaron a tocar del monte el suelo.
    Honra las altas cimas de Parnaso
don DIEGO, que DE SILVA tiene el nombre,
y por ellas alegre tiende el paso.  300
-fol. 46r-
    A cuyo ingenio y sin igual renombre
toda ciencia se inclina y le obedece,
y le levanta a ser más que de hombre.
    Dilátanse las sombras y descrece
el día, y de la noche el negro manto  305
guarnecido de estrellas aparece;
    y el escuadrón, que había esperado tanto
en pie, se rinde al sueño perezoso
de hambre y sed, y de mortal quebranto.
    Apolo, entonces poco luminoso,  310
dando hasta los antípodas un brinco,
siguió su occidental curso forzoso;
    pero primero licenció a los cinco
poetas titulados, a su ruego,
que lo pidieron con estraño ahínco,  315
    por parecerles risa, burla y juego
empresas semejantes; y así, Apolo
condecendió con sus deseos luego;
    que es el galán de Dafne único y solo
en usar cortesía sobre cuantos  320
descubre el nuestro y el contrario polo.
    Del lóbrego lugar de los espantos
sacó su hisopo el lánguido Morfeo,
con que ha rendido y embocado a tantos;
-fol. 46v-
    y del licor que dicen que es leteo,  325
que mana de la fuente del olvido,
los párpados bañó a todos arreo.
    El más hambriento se quedó dormido;
dos cosas repugnantes, hambre y sueño,
privilegio a poetas concedido.  330
    Yo quedé, en fin, dormido como un leño,
llena la fantasía de mil cosas,
que de contallas mi palabra empeño,
por más que sean en sí dificultosas.



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    De una de tres causas los ensueños
se causan, o los sueños, que este nombre
les dan los que del bien hablar son dueños;
    primera, de las cosas de que el hombre
trata más de ordinario; la segunda  5
quiere la medicina que se nombre
    del humor que en nosotros más abunda;
toca en revelaciones la tercera,
que en nu[e]stro bien más que las dos redunda.
-fol. 47r-
    Dormí, y soñé, y el sueño la primera  10
causa le dio principio suficiente
a mezclar el ahíto y la dentera.
    Sueña el enfermo, a quien la fiebre ardiente
abrasa las entrañas, que en la boca
tiene de las que ha visto alguna fuente,  15
    y el labio al fugitivo cristal toca,
y el dormido consuelo imaginado
crece el deseo, y no la sed apoca.
    Pelea el valentísimo soldado
dormido casi al modo que despierto  20
se mostró en el combate fiero armado.
    Acude el tierno amante a su concierto,
y en la imaginación, dormido, llega,
sin padecer borrasca, a dulce puerto.
    El corazón el avariento entrega  25
en la mitad del sueño a su tesoro,
que el alma en todo tiempo no le niega.
    Yo, que siempre guardé el común decoro
en las cosas dormidas y despiertas,
pues no soy troglodita ni soy moro,  30
    de par en par del alma abrí las puertas,
y dejé entrar al sueño por los ojos
con premisas de gloria y gusto ciertas.
-fol. 47v-
    Gocé durmiendo cuatro mil despojos
(que los conté sin que faltase alguno)  35
de gustos que acudieron a manojos;
    el tiempo, la ocasión, el oportuno
lugar correspondían al efecto,
juntos y por sí solo cada uno.
    Dos horas dormí y más a lo discreto,  40
sin que imaginaciones ni vapores
el celebro tuviesen inquïeto;
    la suelta fantasía entre mil flores
me puso de un pradillo, que exhalaba
de Pancaya y Sabea los olores;  45
    el agradable sitio se llevaba
tras sí la vista, que, durmiendo, viva
mucho más que despierta se mostraba.
    Palpable vi..., mas no sé si lo escriba,
que a las cosas que tienen de imposibles  50
siempre mi pluma se ha mostrado esquiva;
    las que tienen vislumbre de posibles,
de dulces, de süaves y de ciertas,
esplican mis borrones apacibles.
    Nunca a disparidad abre las puertas  55
mi corto ingenio, y hállalas contino
de par en par la consonancia abiertas.
-fol. 48r-
    ¿Cómo pueda agradar un desatino,
si no es que de propósito se hace,
mostrándole el donaire su camino?  60
    Que entonces la mentira satisface
cuando verdad parece y está escrita
con gracia, que al discreto y simple aplace.
    Digo, volviendo al cuento, que infinita
gente vi discurrir por aquel llano,  65
con algazara placentera y grita;
    con hábito decente y cortesano
algunos, a quien dio la hipocresía
vestido pobre, pero limpio y sano;
    otros, de la color que tiene el día  70
cuando la luz primera se aparece
entre las trenzas de la Aurora fría.
    La varïada primavera ofrece
de sus varias colores la abundancia,
con que a la vista el gusto alegre crece;  75
    la prodigalidad, la exorbitancia
campean juntas por el verde prado
con galas que descubren su ignorancia.
    En un trono, del suelo levantado,
do el arte a la materia se adelanta,  80
puesto que de oro y de marfil labrado,
-fol. 48v-
    una doncella vi, desde la planta
del pie hasta la cabeza así adornada,
que el verla admira y el oírla encanta.
    Estaba en él con majestad sentada,  85
giganta al parecer en la estatura,
pero, aunque grande, bien proporcionada;
    parecía mayor su hermosura
mirada desde lejos, y no tanto
si de cerca se ve su compostura.  90
    Lleno de admiración, colmo de espanto,
puse en ella los ojos, y vi en ella
lo que en mis versos desmayados canto.
    Yo no sabré afirmar si era doncella,
aunque he dicho que sí, que en estos casos  95
la vista más aguda se atropella:
    son, por la mayor parte, siempre escasos
de razón los juïcios maliciosos
en juzgar rotos los enteros vasos.
    Altaneros sus ojos y amorosos  100
se mostraban con cierta mansedumbre,
que los hacía en todo estremo hermosos;
    ora fuese artificio, ora costumbre,
los rayos de su luz tal vez crecían,
y tal vez daban encogida lumbre.  105
-fol. 49r-
    Dos ninfas a sus lados asistían,
de tan gentil donaire y apariencia,
que, miradas, las almas suspendían;
    de la del alto trono en la presencia
desplegaban sus labios en razones  110
ricas en suavidad, pobres en ciencia;
    levantaban al cielo sus blasones,
que estaban, por ser pocos o ningunos,
escritos del olvido en los borrones;
    al dulce murmurar, al oportuno  115
razonar de las dos, la del asiento
que en belleza jamás le igualó alguno,
    luego se puso en pie, y en un momento,
me pareció que dio con la cabeza
más allá de las nubes, y no miento;  120
    y no perdió por esto su belleza;
antes, mientras más grande, se mostraba
igual su perfección a su grandeza;
    los brazos de tal modo dilataba,
que de do nace a donde muere el día  125
los opuestos estremos alcanzaba;
    la enfermedad llamada hidropesía
así le hincha el vientre, que parece
que todo el mar caber en él podía;
-fol. 49v-
    al modo destas partes, así crece  130
toda su compostura; y no por esto,
cual dije, su hermosura desfallece.
    Yo, atónito, esperaba ver el resto
de tan grande prodigio, y diera un dedo
por saber la verdad segura y presto.  135
    Uno, y no sabré quién, bien claro y quedo
al oído me habló, y me dijo: «Espera,
que yo decirte lo que quieres puedo.
    Ésta que vees, que crece de manera
que apenas tiene ya lugar do quepa,  140
y aspira en la grandeza a ser primera;
    ésta que por las nubes sube y trepa
hasta llegar al cerco de la luna
(puesto que el modo de subir no sepa),
    es la que, confiada en su fortuna,  145
piensa tener de la inconstante rueda
el eje quedo y sin mudanza alguna.
    Ésta que no halla mal que le suceda,
ni le teme, atrevida y arrogante,
pródiga siempre, venturosa y leda,  150
    es la que con disignio extravagante
dio en crecer poco a poco hasta ponerse,
cual ves, en estatura de gigante.
-fol. 50r-
    No deja de crecer por no atreverse
a emprender las hazañas más notables,  155
adonde puedan sus estremos verse.
    ¿No has oído decir los memorables
arcos, anfiteatros, templos, baños,
termas, pórticos, muros admirables,
    que, a pesar y despecho de los años,  160
aún duran sus reliquias y entereza,
haciendo al tiempo y a la muerte engaños?»
    «Yo», respondí por mí, «ninguna pieza
de esas que has dicho, dejo de tenella
clavada y remachada en la cabeza:  165
    tengo el sepulcro de la viuda bella
y el Coloso de Rodas allí junto,
y la lanterna que sirvió de estrella.
    Pero vengamos de quién es al punto
ésta, que lo deseo». «Haráse luego»,  170
me respondió la voz en bajo punto.
    Y prosiguió diciendo: «A no estar ciego,
hubieras visto ya quién es la dama;
pero, en fin, tienes el ingenio lego.
    Ésta que hasta los cielos se encarama,  175
preñada, sin saber cómo, del viento,
es hija del Deseo y de la Fama.
-fol. 50v-
    Ésta fue la ocasión y el instrumento,
el todo y parte de que el mundo viese
no siete maravillas, sino ciento.  180
    (Corto número es ciento; aunque dijese
cien mil y más millones, no imagines
que en la cuenta del número excediese).
    Ésta condujo a memorables fines
edificios que asientan en la tierra  185
y tocan de las nubes los confines.
    Ésta tal vez ha levantado guerra
donde la paz süave reposaba,
que en límites estrechos no se encierra.
    Cuando Mucio en las llamas abrasaba  190
el atrevido fuerte brazo y fiero,
ésta el incendio horrible resfriaba;
    ésta arrojó al romano caballero
en el abismo de la ardiente cueva,
de limpio armado y de luciente acero;  195
    ésta tal vez con maravilla nueva,
de su ambiciosa condición llevada,
mil imposibles atrevida prueba.
    Desde la ardiente Libia hasta la helada
Citia, lleva la fama su memoria,  200
en grandïosas obras dilatada.
-fol. 51r-
    En fin, ella es la altiva Vanagloria,
que en aquellas hazañas se entremete
que llevan de los siglos la vitoria.
    Ella misma a sí misma se promete  205
triunfos y gustos, sin tener asida
a la calva Ocasión por el copete.
    Su natural sustento, su bebida,
es aire, y así crece en un instante
tanto, que no hay medida a su medida.  210
    Aquellas dos del plácido semblante
que tiene a sus dos lados, son aquellas
que sirven a su máquina de Atlante.
    Su delicada voz, sus luces bellas,
su humildad aparente, y las lozanas  215
razones, que el amor se cifra en ellas,
    las hacen más divinas que no humanas,
y son (con paz escucha y con paciencia)
la Adulación y la Mentira, hermanas.
    Éstas están contino en su presencia,  220
palabras ministrándola al oído
que tienen de prudentes apariencia.
    Y ella, cual ciega del mejor sentido,
no ve que entre las flores de aquel gusto
el áspid ponzoñoso está escondido.  225
-fol. 51v-
    Y así, arrojada con deseo injusto,
en cristalino vaso prueba y bebe
el veneno mortal, sin ningún susto.
    Quien más presume de advertido, pr[u]ebe
a dejarse adular, verá cuán presto  230
pasa su gloria como el viento leve».
    Esto escuché, y en escuchando aquesto,
dio un estampido tal la Gloria vana,
que dio a mi sueño fin dulce y molesto.
    Y en esto descubrióse la mañana,  235
vertiendo perlas y esparciendo flores,
lozana en vista y en virtud lozana:
    los dulces pequeñuelos ruiseñores,
con cantos no aprendidos, le decían,
enamorados della, mil amores;  240
    los silgueros el canto repetían,
y las diestras calandrias entonaban
la música que todos componían.
    Unos del escuadrón priesa se daban
porque no los hallase el dios del día  245
en los forzosos actos en que estaban.
    Y luego se asomó su señoría,
con una cara de tudesco roja,
por los balcones de la Aurora fría,
-fol. 52r-
    en parte gorda, en parte flaca y floja,  250
como quien teme el esperado trance
donde verse vencido se le antoja.
    En propio toledano y buen romance
les dio los buenos días cortésmente,
y luego se aprestó al forzoso lance;  255
    y encima de un peñasco puesto enfrente
del escuadrón, con voz sonora y grave
esta oración les hizo de repente:
    «¡Oh espíritus felices, donde cabe
la gala del decir, la sutileza  260
de la ciencia más docta que se sabe;
    donde en su propia natural belleza
asiste la hermosa Poesía
entera de los pies a la cabeza!
    No consintáis, por vida vuestra y mía  265
(mirad con qué llaneza Apolo os habla),
que triunfe esta canalla que porfía.
    Esta canalla, digo, que se endiabla,
que, por darles calor su muchedumbre,
ya su ruina, o ya la nuestra entabla.  270
    Vosotros, de mis ojos gloria y lumbre,
faroles do mi luz de asiento mora,
ya por naturaleza o por costumbre,
-fol. 52v-
    ¿habéis de consentir que esta embaidora,
hipócrita gentalla se me atreva,  275
de tantas necedades inventora?
    Haced famosa y memorable prueba
de vuestro gran valor en este hecho,
que a su castigo y vuestra gloria os lleva.
    De justa indignación armad el pecho,  280
acometed intrépidos la turba,
ociosa, vagamunda y sin provecho.
    No se os dé nada, no se os dé una burba
(moneda berberisca, vil y baja)
de aquesta gente que la paz nos turba.  285
    El son de más de una templada caja,
y el del pífaro triste, y la trompeta,
que la cólera sube y flema abaja,
    así os incite con virtud secreta,
que despierte los ánimos dormidos  290
en la fación que tanto nos aprieta.
    Ya retumba, ya llega a mis oídos
del escuadrón contrario el rumor grande,
formado de confusos alaridos;
    ya es menester, sin que os lo ruegue o mande,  295
que cada cual, como guerrero experto,
sin que por su capricho se desmande,
-fol. 53r-
    la orden guarde y militar concierto,
y acuda a su deber como valiente
hasta quedar o vencedor o muerto.  300
    En esto, por la parte de poniente
pareció el escuadrón casi infinito
de la bárbara, ciega y pobre gente.
    Alzan los nuestros al momento un grito
alegre, y no medroso; y gritan: «¡Arma!»  305
«¡Arma!» resuena todo aquel distrito;
y, aunque mueran, correr quieren al arma.



ArribaAbajoDel Viaje del Parnaso, capítulo sétimo


    Tú, belígera musa, tú, que tienes
la voz de bronce y de metal la lengua,
cuando a cantar del fiero Marte vienes;
    tú, por quien se aniquila siempre y mengua
el gran género humano; tú, que puedes  5
sacar mi pluma de ignorancia y mengua;
-fol. 53v-
    tú, mano rota y larga de mercedes,
digo en hacellas, una aquí te pido,
que no hará que menos rica quedes.
    La soberbia y maldad, el atrevido  10
intento de una gente malmirada,
ya se descubre con mortal ruïdo.
    Dame una voz al caso acomodada,
una sutil y bien cortada pluma,
no de afición ni de pasión llevada,  15
    para que pueda referir en suma,
con purísimo y nuevo sentimiento,
con verdad clara y entereza suma,
    el contrapuesto y desigual intento
de uno y otro escuadrón, que, ardiendo en ira,  20
sus banderas descoge al vago viento.
    El del bando católico, que mira
al falso y grande al pie del monte puesto,
que de subir al alta cumbre aspira;
    con paso largo y ademán compuesto,  25
todo el monte coronan, y se ponen
a la furia, que en loca ha echado el resto;
    las ventajas tantean, y disponen
los ánimos valientes al asalto,
en quien su gloria y su venganza ponen;  30
-fol. 54r-
    de rabia lleno y de paciencia falto,
Apolo su bellísimo estandarte
mandó al momento levantar en alto;
    arbolóle un marqués, que el proprio Marte
su brïosa presencia representa  35
naturalmente, sin industria y arte;
    poeta celebérrimo y de cuenta,
por quien y en quien Apolo soberano
su gloria y gusto y su valor aumenta.
    Era la insinia un cisne hermoso y cano,  40
tan al vivo pintado, que dijeras
la voz despide alegre al aire vano;
    siguen al estandarte sus banderas,
de gallardos alféreces llevadas,
honrosas por no estar todas enteras.  45
    Las cajas a lo bélico templadas
al mílite más tardo vuelven presto,
de voces de metal acompañadas.
    JERÓNIMO DE MORA llegó en esto,
pintor excelentísimo y poeta:  50
Apeles y Virgilio en un supuesto;
-fol. 54v-
    y con la autoridad de una jineta
(que de ser capitán le daba nombre)
al caso acude y a la turba aprieta.
    Y, porque más se turbe y más se asombre,  55
el enemigo desigual y fiero,
llegó el gran BIEDMA, de inmortal renombre;
    y con él GASPAR DE ÁVILA, primero
secuaz de Apolo, a cuyo verso y pluma
ICIAR puede envidiar, temer Sincero.  60
    Llegó JUAN DE MESTANZA, cifra y suma
de tanta erudición, donaire y gala,
que no hay muerte ni edad que la consuma.
    Apolo le arrancó de Guatimala,
y le trujo en su ayuda para ofensa  65
de la canalla en todo estremo mala.
    Hacer milagros en el trance piensa
CEPEDA, y acompáñale MEJÍA,
poetas dignos de alabanza inmensa.
    Clarísimo esplendor de Andalucía  70
y de la Mancha, el sin igual GALINDO
llegó con majestad y bizarría.
    De la alta cumbre del famoso Pindo
bajaron tres bizarros lusitanos,
a quien mis alabanzas todas rindo,  75
-fol. 55r-
    con prestos pies y con valientes manos,
con FERNANDO CORREA DE LA CERDA,
pisó RODRÍGUEZ LOBO monte y llanos;
    y porque Febo su razón no pierda,
el grande don ANTONIO DE ATAÍDE  80
llegó con furia alborotada y cuerda.
    Las fuerzas del contrario ajusta y mide
con las suyas Apolo, y determina
dar la batalla, y la batalla pide.
    El ronco son de más de una bocina,  85
instrumento de caza y de la guerra,
de Febo a los oídos se avecina;
    tiembla debajo de los pies la tierra
de infinitos poetas oprimida,
que dan asalto a la sagrada sierra.  90
    El fiero general de la atrevida
gente, que trae un cuervo en su estandarte,
es ARBOLÁNCHEZ, muso por la vida.
    Puestos estaban en la baja parte
y en la cima del monte, frente a frente,  95
los campos, de quien tiembla el mismo Marte,
    cuando una al parecer discreta gente
del católico bando al enemigo
se pasó, como en número de veinte.
-fol. 55v-
    Yo con los ojos su carrera sigo,  100
y, viendo el paradero de su intento,
con voz turbada al sacro Apolo digo:
    «¿Qué prodigio es aquéste? ¿Qué portento?
O, por mejor decir: ¿qué mal agüero,
que así me corta el brío y el aliento?  105
    Aquel tránsfuga que partió primero,
no sólo por poeta le tenía,
pero también por bravo churrullero;
    aquel ligero que tras él corría,
en mil corrillos en Madrid le he visto  110
tiernamente hablar en la poesía;
    aquel tercero que partió tan listo,
por satírico, necio y por pesado
sé que de todos fue siempre malquisto.
    No puedo imaginar cómo ha llevado  115
Mercurio estos poetas en su lista».
«Yo fui», respondió Apolo, «el engañado;
    que de su ingenio la primera vista
indicios descubrió que serían buenos
para facilitar esta conquista».  120
    «Señor», repliqué yo, «creí que ajenos
eran de las deidades los engaños;
digo, engañarse en poco más ni menos;
-fol. 56r-
    la prudencia, que nace de los años
y tiene por maestra la esperiencia,  125
es la deidad que advierte destos daños».
    Apolo respondió: «Por mi conciencia,
que no te entiendo», algo turbado y triste
por ver de aquellos veinte la insolencia.
    Tú, sardo militar, Lofraso, fuiste  130
uno de aquellos bárbaros corrientes
que del contrario el número creciste.
    Mas no por esta mengua los valientes
del escuadrón católico temieron,
poetas madrigados y excelentes;  135
    antes, tanto coraje concibieron
contra los fugitivos corredores,
que riza en ellos y matanza hicieron.
    ¡Oh falsos y malditos trovadores,
que pasáis plaza de poetas sabios,  140
siendo la hez de los que son peores:
    entre la lengua, paladar y labios
anda contino vuestra poesía,
haciendo a la virtud cien mil agravios!
    Poetas de atrevida hipocresía,  145
esperad, que de vuestro acabamiento
ya se ha llegado el temeroso día.
-fol. 56v-
    De las confusas voces el concento
confuso por el aire resonaba,
de espesas nubes condensando el viento.  150
    Por la falda del monte gateaba
una tropa poética, aspirando
a la cumbre, que bien guardada estaba;
    hacían hincapié de cuando en cuando,
y con hondas de estallo y con ballestas  155
iban libros enteros disparando;
    no del plomo encendido las funestas
balas pudieran ser dañosas tanto,
ni al disparar pudieran ser más prestas.
    Un libro mucho más duro que un canto  160
a JUSEPE DE VARGAS dio en las sienes,
causándole terror, grima y espanto.
    Gritó, y dijo a un soneto: «Tú, que vienes
de satírica pluma disparado,
¿por qué el infame curso no detienes?»  165
    Y, cual perro con piedras irritado,
que deja al que las tira y va tras ellas,
cual si fueran la causa del pecado,
    entre los dedos de sus manos bellas
hizo pedazos al soneto altivo,  170
que amenazaba al sol y a las estrellas.
-fol. 57r-
    Y díjole Cilenio: «¡Oh rayo vivo
donde la justa indignación se muestra
en un grado y valor superlativo,
    la espada toma en la temida diestra,  175
y arrójate valiente y temerario
por esta parte, que el peligro adiestra!»
    En esto, del tamaño de un breviario
volando un libro por el aire vino,
de prosa y verso, que arrojó el contrario;  180
    de verso y prosa el puro desatino
nos dio a entender que de ARBOLANCHES eran
las Habidas, pesadas de contino.
    Unas Rimas llegaron que pudieran
desbaratar el escuadrón cristiano  185
si acaso vez segunda se imprimieran.
    Diole a Mercurio en la derecha mano
una sátira antigua licenciosa,
de estilo agudo, pero no muy sano.
    De una intricada y mal compuesta prosa,  190
de un asumpto sin jugo y sin donaire,
cuatro novelas disparó PEDROSA.
    Silbando recio y desgarrando el aire,
otro libro llegó de Rimas solas,
hechas al parecer como al desgaire.  195
-fol. 57v-
    Violas Apolo, y dijo, cuando violas:
«Dios perdone a su autor, y a mí me guarde
de algunas Rimas sueltas españolas».
    Llegó el Pastor de Iberia, aunque algo tarde,
y derribó catorce de los nuestros  200
haciendo de su ingenio y fuerza alarde;
    pero dos valerosos, dos maestros,
dos lumbreras de Apolo, dos soldados,
únicos en hablar y en obrar diestros,
    del monte puestos en opuestos lados,  205
tanto apretaron a la turbamulta,
que volvieron atrás los encumbrados.
    Es GREGORIO DE ANGULO el que sepulta
la canalla, y con él PEDRO DE SOTO,
de prodigioso ingenio y vena culta.  210
    Doctor aquél, estotro único y docto
licenciado, de Apolo ambos secuaces,
con raras obras y ánimo devoto.
    Las dos contrarias indignadas haces
ya miden las espadas, ya se cierran,  215
duras en su tesón y pertinaces;
    con los dientes se muerden, y se aferran
con las garras, las fieras imitando,
que toda pïedad de sí destierran.
-fol. 58r-
    Haldeando venía y trasudando  220
el autor de La Pícara Justina,
capellán lego del contrario bando;
    y cual si fuera de una culebrina,
disparó de sus manos su librazo,
que fue de nuestro campo la rüina.  225
    Al buen TOMÁS GRACIÁN mancó de un brazo,
a MEDINILLA derribó una muela
y le llevó de un muslo un gran pedazo.
    Una despierta nuestra centinela
gritó: «¡Todos abajen la cabeza,  230
que dispara el contrario otra novela!»
    Dos pelearon una larga pieza,
y el uno al otro con instancia loca,
de un envión, con arte y con destreza,
    seis seguidillas le encajó en la boca,  235
con que le hizo vomitar el alma,
que salió libre de su estrecha roca.
    De la furia el ardor, del sol la calma
tenía en duda de una y otra parte
la vencedora y pretendida palma.  240
    Del cuervo, en esto, el lóbrego estandarte
cede al del cisne, porque vino al suelo,
pasado el corazón de parte a parte;
-fol. 58v-
    su alférez, que era un andaluz mozuelo,
trovador repentista, que subía  245
con la soberbia más allá del cielo;
    helósele la sangre que tenía;
murióse, cuando vio que muerto estaba,
la turba, pertinaz en su porfía.
    Puesto que ausente el gran LUPERCIO estaba,  250
con un solo soneto suyo hizo
lo que de su grandeza se esperaba:
    descuadernó, desencajó, deshizo
del opuesto escuadrón catorce hileras,
dos crïollos mató, hirió un mestizo.  255
    De sus sabrosas burlas y sus veras
el magno cordobés un cartapacio
disparó, y aterró cuatro banderas.
    Daba ya indicios de cansado y lacio
el brío de la bárbara canalla,  260
peleando más flojo y más despacio;
    mas renovóse la fatal batalla,
mezclándose los unos con los otros;
ni vale arnés, ni presta dura malla.
    Cinco melifluos sobre cinco potros  265
llegaron, y embistieron por un lado,
y lleváronse cinco de nosotros;
-fol. 59r-
    cada cual como moro atavïado,
con más letras y cifras que una carta
de príncipe enemigo y recatado.  270
    De romances moriscos una sarta,
cual si fuera de balas enramadas,
llega con furia y con malicia harta;
    y, a no estar dos escuadras avisadas
de las nuestras, del recio tiro y presto  275
era fuerza quedar desbaratadas.
    Quiso Apolo, indignado, echar el resto
de su poder y de su fuerza sola,
y dar al enemigo fin molesto,
    y una sacra canción, donde acrisola  280
su ingenio, gala, estilo y bizarría
BARTOLOMÉ LEONARDO DE ARGENSOLA,
    cual si fuera un petarte, Apolo envía
adonde está el tesón más apretado,
más dura y más furiosa la porfía.  285
    Cuando me paro a contemplar mi estado,
comienza la canción que Apolo pone
en el lugar más noble y levantado.
    Todo lo mira, todo lo dispone
con ojos de Argos; manda, quita y veda,  290
y del contrario a todo ardid se opone.
-fol. 59v-
    Tan mezclados están, que no hay quien pueda
discernir cuál es malo o cuál es bueno,
cuál es garcilasista o timoneda.
    Pero un mancebo, de ignorancia ajeno,  295
grande escudriñador de toda historia,
rayo en la pluma y en la voz un trueno,
    llegó, tan rica el alma de memoria,
de sana voluntad y entendimiento,
que fue de Febo y de las Musas gloria;  300
    con éste aceleróse el vencimiento,
porque supo decir: «Éste merece
gloria, pero aquél no, sino tormento».
    Y, como ya con distinción parece
el justo y el injusto combatiente,  305
el gusto al peso de la pena crece.
    Tú, PEDRO MANTÜANO el excelente,
fuiste quien distinguió de la confusa
máquina el que es cobarde del valiente.
    JULIÁN DE ALMENDÁREZ no rehúsa,  310
puesto que llegó tarde, en dar socorro
al rubio Delio con su ilustre musa.
    Por las rucias que peino, que me corro
de ver que las comedias endiabladas
por divinas se pongan en el corro;  315
-fol. 60r-
    y, a pesar de las limpias y atildadas
del cómico mejor de nuestra Hesperia,
quieren ser conocidas y pagadas.
    Mas no ganaron mucho en esta feria,
porque es discreto el vulgo de la Corte,  320
aunque le toca la común miseria.
    De llano no le deis, dadle de corte,
estancias polifemas, al poeta
que no os tuviere por su guía y norte.
    Inimitables sois, y a la discreta  325
gala que descubrís en lo escondido,
toda elegancia puede estar sujeta.
    Con estas municiones el partido
nuestro se mejoró de tal manera,
que el contrario se tuvo por vencido.  330
    Cayó su presunción soberbia y fiera,
derrúmbanse del monte abajo cuantos
presumieron subir por la ladera.
    La voz prolija de sus roncos cantos
el mal suceso con rigor la vuelve  335
en interrotos y funestos llantos.
    Tal hubo, que cayendo se resuelve
de asirse de una zarza o cabrahígo,
y en llanto, a lo de Ovidio, se disuelve.
-fol. 60v-
    Cuatro se arracimaron a un quejigo  340
como enjambre de abejas desmandada,
y le estimaron por el lauro amigo.
    Otra cuadrilla, virgen por la espada,
y adúltera de lengua, dio la cura
a sus pies, de su vida almidonada.  345
    BARTOLOMÉ llamado DE SEGURA
el toque casi fue del vencimiento:
tal es su ingenio y tal es su cordura.
    Resonó en esto por el vago viento
la voz de la vitoria, repetida  350
del número escogido en claro acento.
    La miserable, la fatal caída,
de las Musas del limpio TAGARETE
fue largos siglos con dolor plañida;
    a la parte del llanto, ¡ay me!, se mete  355
Zapardïel, famoso por su pesca,
sin que un pequeño instante se quïete.
    La voz de la vitoria se refresca;
«¡vitoria!» suena aquí y allí, vitoria
adquirida por nuestra soldadesca,  360
que canta alegre la alcanzada gloria.