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-fol. 61r-



ArribaAbajoDel Viaje del Parnaso, capítulo octavo


    Al caer de la máquina excesiva
del escuadrón poético arrogante
que en su no vista muchedumbre estriba,
    un poeta, mancebo y estudiante,
dijo: «Caí, paciencia; que algún día  5
será la nuestra, mi valor mediante.
    De nuevo afilaré la espada mía,
digo mi pluma, y cortaré de suerte
que dé nueva excelencia a la porfía;
    que ofrece la comedia, si se advierte,  10
largo campo al ingenio, donde pueda
librar su nombre del olvido y muerte.
    Fue desto ejemplo JUAN DE TIMONEDA,
que, con sólo imprimir, se hizo eterno,
las comedias del gran LOPE DE RUEDA.  15
    Cinco vuelcos daré en el propio infierno
por hacer recitar una que tengo
nombrada El gran bastardo de Salerno».
-fol. 61v-
    ¡Guarda, Apolo, que baja (guarte, Rengo)
el golpe de la mano más gallarda  20
que ha visto el tiempo en su discurso luengo!
    En esto, el claro son de una bastarda
alas pone en los pies de la vencida
gente del mundo perezosa y tarda;
    con la esperanza del vencer perdida,  25
no hay quien no atienda con ligero paso,
si no a la honra, a conservar la vida.
    Desde las altas cumbres de Parnaso,
de un salto uno se puso en Guadarrama,
nuevo, no visto y verdadero caso;  30
    y al mismo paso la parlera Fama
cundió del vencimiento la alta nueva,
desde el claro Caístro hasta Jarama.
    Lloró la gran vitoria el turbio Esgueva,
Pisuerga la rió, rióla Tajo,  35
que en vez de arena granos de oro lleva.
    Del cansancio, del polvo y del trabajo
las rubicundas hebras de Timbreo,
del color se pararon de oro bajo;
    pero, viendo cumplido su deseo,  40
al son de la guitarra mercuriesca
hizo de la Gallarda un gran paseo,
-fol. 26r [62r]-
    y de Castalia en la corriente fresca
el rostro se lavó, y quedó luciente
como de acero la segur turquesca.  45
    Pulióse luego, y adornó su frente
de majestad mezclada con dulzura,
indicios claros del placer que siente.
    Las reinas de la humana hermosura
salieron de do estaban retiradas  50
mientras duraba la contienda dura;
    del árbol siempre verde coro[na]das,
y en medio la divina Poesía,
todas de nuevas galas adornadas.
    Melpómene, Tersícore y Talía,  55
Polimnia, Urania, Erato, Euterpe y Clío,
y Calíope, hermosa en demasía,
    muestran ufanas su destreza y brío,
tejiendo una entricada y nueva danza
al dulce son de un instrumento mío.  60
    Mío, no dije bien; mentí a la usanza
de aquel que dice propios los ajenos
versos que son más dignos de alabanza.
    Los anchos prados y los campos llenos
están de las escuadras vencedoras  65
(que siempre van a más y nunca a menos),
-fol. 26v [62v]-
    esperando de ver de sus mejoras
el colmo con los premios merecidos
por el sudor y aprieto de seis horas,
    piensan ser los llamados escogidos,  70
todos a premios de grandeza aspiran,
tiénense en más de lo que son tenidos;
    ni a calidades ni a riquezas miran:
a su ingenio se atiene cada uno,
y si hay cuatro que acierten, mil deliran.  75
    Mas Febo, que no quiere que ninguno
quede quejoso dél, mandó a la Aurora
que vaya y coja in tempore oportuno,
    de las faldas floríferas de Flora
cuatro tabaques de purpúreas rosas  80
y seis de perlas de las que ella llora;
    y de las nueve por estremo hermosas
las coronas pidió, y al darlas ellas
en nada se mostraron perezosas.
    Tres, a mi parecer, de las más bellas  85
a Parténope sé que se enviaron,
y fue Mercurio el que partió con ellas;
    tres sujetos las otras coronaron,
allí en el mesmo monte peregrinos,
con que su patria y nombre eternizaron;  90
-fol. 63r-
    tres cupieron a España, y tres divinos
poetas se adornaron la cabeza,
de tanta gloria justamente dignos.
    La Envidia, monstruo de naturaleza,
maldita y carcomida, ardiendo en saña,  95
a murmurar del sacro don empieza.
    Dijo: «¿Será posible que en España
haya nueve poetas laureados?
Alta es de Apolo, pero simple hazaña».
    Los demás de la turba, defraudados  100
del esperado premio, repetían
los himnos de la Envidia mal cantados;
    todos por laureados se tenían
en su imaginación, antes del trance,
y al cielo quejas de su agravio envían.  105
    Pero ciertos poetas de romance,
del generoso premio hacer esperan,
a despecho de Febo, presto alcance;
    otros, aunque latinos, desesperan
de tocar del laurel sólo una hoja,  110
aunque del caso en la demanda mueran.
    Véngase menos el que más se enoja,
y alguno se tocó sienes y frente,
que de estar coronado se le antoja.
-fol. 63v-
    Pero todo deseo impertinente  115
Apolo resfrió, premiando a cuantos
poetas tuvo el escuadrón valiente;
    de rosas, de jazmines y amarantos
Flora le presentó cinco cestones,
y la Aurora, de perlas, otros tantos;  120
    éstos fueron, lector dulce, los dones
que Delio repartió con larga mano
entre los poetísimos varones,
    quedando alegre cada cual y ufano
con un puño de perlas y una rosa,  125
estimando el premio sobrehumano.
    Y porque fuese más maravillosa
la fiesta y regocijo que se hacía
por la vitoria insigne y prodigiosa,
    la buena, la importante Poesía  130
mandó traer la bestia cuya pata
abrió la fuente de Castalia fría;
    cubierta de finísima escarlata,
un lacayo la trujo en un instante,
tascando un freno de bruñida plata.  135
    Envidiarle pudiera Rocinante
al gran Pegaso de presencia brava,
y aun B[r]illadoro, el del señor de Anglante.
-fol. 64r-
    Con no sé cuántas alas adornaba
manos y pies, indicio manifiesto  140
que en ligereza al viento aventajaba;
    y, por mostrar cuán ágil y cuán presto
era, se alzó del suelo cuatro picas,
con un denuedo y ademán compuesto.
    Tú, que me escuchas, si el oído aplicas  145
al dulce cuento deste gran Vïaje,
cosas nuevas oirás de gusto ricas.
    Era del bel trotón todo el herraje
de durísima plata diamantina,
que no recibe del pisar ultraje;  150
    de la color que llaman columbina
de raso en una funda trae la cola,
que, suelta, con el suelo se avecina;
    del color del carmín o de amapola
eran sus clines, y su cola gruesa,  155
ellas solas al mundo, y ella sola.
    Tal vez anda despacio, y tal apriesa,
vuela tal vez, y tal hace corvetas,
tal quiere relinchar, y luego cesa.
    Nueva felicidad de los poetas:  160
unos sus escrementos recogían
en dos de cuero grandes barjuletas.
-fol. 64v-
    Pregunté para qué lo tal hacían.
Respondióme Cilenio a lo bellaco,
con no sé qué vislumbres de ironía:  165
    «Esto que se recoge es el tabaco,
que a los váguidos sirve de cabeza
de algún poeta de celebro flaco;
    Urania de tal modo lo adereza,
que, puesto a las narices del doliente,  170
cobra salud y vuelve a su entereza».
    Un poco entonces arrugué la frente,
ascos haciendo del remedio estraño,
tan de los ordinarios diferente.
    «Recibes», dijo Apolo, «amigo, engaño»  175
(leyóme el pensamiento). «Este remedio
de los váguidos cura y sana el daño.
    No come este rocín lo que en asedio
duro y penoso comen los soldados,
que están entre la muerte y hambre en medio;  180
    son deste tal los piensos regalados
ámbar y almizcle entre algodones puesto,
y bebe del rocío de los prados;
    tal vez le damos de almidón un cesto,
tal de algarrobas, con que el vientre llena,  185
y no se estriñe ni se va por esto».
-fol. 65r-
    «Sea», le respondí, «muy norabuena;
tieso estoy de celebro por ahora,
vág[u]ido alguno no me causa pena».
    La nuestra, en esto, universal señora,  190
digo la Poesía verdadera,
que con Timbreo y con las Musas mora,
    en vestido subcinto, a la ligera,
el monte discurrió y abrazó a todos,
hermosa sobremodo y placentera.  195
    «¡Oh sangre vencedora de los godos!»,
dijo, «de aquí adelante ser tratada
con más süaves y discretos modos
    espero ser, y siempre [r]espectada
del ignorante vulgo, que no alcanza  200
que, puesto que soy pobre, soy honrada.
    Las riquezas os dejo en esperanza,
pero no en posesión, premio seguro
que al reino aspira de la inmensa holganza.
    Por la belleza deste monte os juro  205
que quisiera al más mínimo entregalle
un privilegio de cien mil de juro.
    Mas no produce minas este valle;
aguas sí, salutíferas y buenas,
y monas que de cisnes tienen talle.  210
-fol. 65v-
    Volved a ver, ¡oh amigos!, las arenas
del aurífero Tajo en paz segura
y en dulces horas de pesar ajenas.
    Que esta inaudita hazaña os asegura
eterno nombre en tanto que dé Febo  215
al mundo aliento y luz serena y pura».
    ¡Oh maravilla nueva, oh caso nuevo,
digno de admiración que cause espanto,
cuya estrañeza me admiró de nuevo!
    Morfeo, el dios del sueño, por encanto  220
allí se apareció, cuya corona
era de ramos de beleño santo.
    Flojísimo de brío y de persona,
de la Pereza torpe acompañado,
que no le deja a vísperas ni a nona;  225
    traía al Silencio a su derecho lado,
el Descuido al siniestro, y el vestido
era de blanda lana fabricado.
    De las aguas que llaman del olvido
traía un gran caldero, y de un hisopo  230
venía como aposta prevenido.
    Asía a los poetas por el hopo,
y, aunque el caso los rostros les volvía
en color encendida de piropo,
-fol. 69r [66r]-
    él nos bañaba con el agua fría,  235
causándonos un sueño de tal suerte,
que dormimos un día y otro día.
    Tal es la fuerza del licor, tan fuerte
es de las aguas la virtud, que pueden
competir con los fueros de la muerte.  240
    Hace el ingenio alguna vez que queden
las verdades sin crédito ninguno,
por ver que a toda contingencia exceden.
    Al despertar del sueño así importuno,
ni vi monte ni monta, dios ni diosa,  245
ni de tanto poeta vide alguno.
    Por cierto, estraña y nunca vista cosa:
despabilé la vista, y parecióme
verme en medio de una ciudad famosa.
    Admiración y grima el caso diome;  250
torné a mirar, porque el temor o engaño
no de mi buen discurso el paso tome.
    Y díjeme a mí mismo: «No me engaño;
esta ciudad es Nápoles la ilustre,
que yo pisé sus rúas más de un año;  255
    de Italia gloria, y aun del mundo lustre,
pues de cuantas ciudades él encierra,
ninguna puede haber que así le ilustre:
-fol. 69v [66v]-
    apacible en la paz, dura en la guerra,
madre de la abundancia y la nobleza,  260
de elíseos campos y agradable sierra.
    Si váguidos no tengo de cabeza,
paréceme que está mudada, en parte,
de sitio, aunque en aumento de belleza.
    ¿Qué teatro es aquél, donde reparte  265
con él cuanto contiene de hermosura
la gala, la grandeza, industria y arte?
    Sin duda, el sueño en mis pálpebras dura,
porque éste es edificio imaginado,
que excede a toda humana compostura».  270
    Llegóse en esto a mí disimulado
un mi amigo, llamado Promontorio,
mancebo en días, pero gran soldado.
    Creció la admiración viendo notorio
y palpable que en Nápoles estaba,  275
espanto a los pasados acesorio.
    Mi amigo tiernamente me abrazaba,
y, con tenerme entre sus brazos, dijo
que del estar yo allí mucho dudaba;
    llamóme padre, y yo llaméle hijo;  280
quedó con esto la verdad en punto,
que aquí puede llamarse punto fijo.
-fol. 67r-
    Díjome Promontorio: «Yo barrunto,
padre, que algún gran caso a vuestras canas
las trae tan lejos, ya semidifunto».  285
    «En mis horas más frescas y tempranas
esta tierra habité, hijo», le dije,
«con fuerzas más brïosas y lozanas.
    Pero la Voluntad, que a todos rige,
digo el querer del cielo, me ha traído  290
a parte que me alegra más que aflige».
    Dijera más, sino que un gran rüido
de pífaros, clarines y tambores
me azoró el alma y alegró el oído;
    volví la vista al son, vi los mayores  295
aparatos de fiesta que vio Roma
en sus felices tiempos y mejores.
    Dijo mi amigo: «Aquél que ves que asoma
por aquella montaña contrahecha,
cuyo brío al de Marte oprime y doma,  300
    es un alto sujeto que deshecha
tiene a la Envidia en rabia, porque pisa
de la virtud la senda más derecha;
    de gravedad y condición tan lisa,
que suspende y alegra a un mesmo instante,  305
y con su aviso al mismo aviso avisa.
-fol. 67v-
    Mas quiero, antes que pases adelante
en ver lo que verás, si estás atento,
darte del caso relación bastante.
    Será Don JUAN DE TASIS de mi cuento  310
principio, por que sea memorable,
y lleguen mis palabras a mi intento.
    Este varón, en liberal notable,
que una mediana villa le hace conde,
siendo rey en sus obras admirable;  315
    éste, que sus haberes nunca esconde,
pues siempre las reparte o las derrama,
ya sepa adónde, o ya no sepa adónde;
    éste, a quien tiene tan en fil la fama
puesta la alteza de su nombre claro,  320
que liberal y pródigo le llama,
    quiso, pródigo aquí y allí no avaro,
primer mantenedor ser de un torneo
que a fiestas sobrehumanas le comparo.
    Responden sus grandezas al deseo  325
que tiene de mostrarse alegre, viendo
de España y Francia el regio himineo;
    y éste que escuchas, duro, alegre estruendo,
es señal que el torneo se comienza,
que admira por lo rico y estupendo.  330
-fol. 68r-
    Arquímedes el grande se averg[ü]enza
de ver que este teatro milagroso
su ingenio apoque y a sus trazas venza.
    Digo, pues, que el mancebo generoso
que allí deciende, de encarnado y plata,  335
sobre todo mortal curso brïoso,
    es el conde de Lemos, que dilata
su fama con sus obras por el mundo,
y que lleguen al cielo en tierra trata;
    y, aunque sale el primero, es el segundo  340
mantenedor, y en buena cortesía
esta ventaja califico y fundo.
    El duque de Nocera, luz y guía
del arte militar, es el tercero
mantenedor deste festivo día.  345
    El cuarto, que pudiera ser primero,
es de Santelmo el fuerte castellano,
que al mesmo Marte en el valor prefiero.
    El quinto es otro Eneas el troyano,
Arrociolo, que gana en ser valiente  350
al que fue verdadero, por la mano».
    El gran concurso y número de gente
estorbó que adelante prosiguiese
la comenzada relación prudente;
-fol. 68v-
    por esto le pedí que me pusiese  355
adonde sin ningún impedimento
el gran progreso de las fiestas viese;
    porque luego me vino al pensamiento
de ponerlas en verso numeroso,
favorecido del febeo aliento.  360
    Hízolo así, y yo vi lo que no oso
pensar, no que decir, que aquí se acorta
la lengua y el ingenio más curioso.
    Que se pase en silencio es lo que importa,
y que la admiración supla esta falta,  365
el mesmo grandïoso caso exhorta,
    puesto que después supe que con alta
magnífica elegancia y milagrosa,
donde ni sobra punto ni le falta,
    el curioso Don Juan de Oquina en prosa  370
la puso y dio a la estampa para gloria
de nuestra edad, por esto venturosa.
    Ni en fabulosa o verdadera historia
se halla que otras fiestas hayan sido
ni puedan ser más dignas de memoria.  375
    Desde allí, y no sé cómo, fui traído
adonde vi al gran duque de Pastrana
mil parabienes dar de bienvenido,
-fol. 69r-
    y que la fama, en la verdad ufana,
contaba que agradó con su presencia  380
y con su cortesía sobrehumana;
    que fue nuevo Alejandro en la excelencia
del dar, que satisfizo a todo cuanto
puede mostrar real magnificencia.
    Colmo de admiración, lleno de espanto,  385
entré en Madrid en traje de romero,
que es granjería el parecer ser santo;
    y desde lejos me quitó el sombrero
el famoso ACEVEDO, y dijo: «A Dio,
voi siate il ben venuto, cavaliero.  390
    So parlar zenoese, & tusco anch'io».
Y respondí: «La vostra signoria
sia la ben trovata, patron mio».
    Topé a LUIS VÉLEZ, lustre y alegría
y discreción del trato cortesano,  395
y abracéle en la calle a mediodía.
    El pecho, el alma, el corazón, la mano
di a PEDRO DE MORALES, y un abrazo,
y alegre recebí a JUSTINIANO.
    Al volver de una esquina sentí un brazo  400
que el cuello me ceñía, miré cúyo,
y más que gusto me causó embarazo,
-fol. 69v-
    por ser uno de aquellos (no rehúyo
decirlo) que al contrario se pasaron,
llevados del cobarde intento suyo;  405
    otros dos al soslayo se llegaron,
y con la risa falsa del conejo
y con muchas zalemas me hablaron.
    Yo, socarrón; yo, poetón ya viejo,
volvíles a lo tierno las saludes,  410
sin mostrar mal talante o sobrecejo.
    No dudes, ¡oh lector caro!, no dudes,
sino que suele el disimulo a veces
servir de aumento a las demás virtudes;
    dínoslo tú, David, que, aunque pareces  415
loco en poder de Aquís, de tu cordura,
fingiendo el loco, la grandeza ofreces.
    Dejélos, esperando coyuntura
y ocasión más secreta para dalles
vejamen de su miedo o su locura.  420
    Si encontraba poetas por las calles,
me ponía a pensar si eran de aquellos
huidos, y pasaba sin hablalles.
    Poníanseme yertos los cabellos
de temor no encontrase algún poeta,  425
de tantos que no pude conocellos,
-fol. 70r-
    que, con puñal buido o con secreta
almarada me hiciese un abujero
que fuese al corazón por vía recta,
    aunque no es éste el premio que yo espero  430
de la fama que a tantos he adquerido
con alma grata y corazón sincero.
    Un cierto mancebito cuellierg[u]ido,
en profesión poeta, y en el traje
a mil leguas por godo conocido,  435
    lleno de presunción y de coraje
me dijo: «Bien sé yo, señor Cervantes,
que puedo ser poeta, aunque soy paje.
    Cargastes de poetas ignorantes,
y dejástesme a mí, que ver deseo  440
del Parnaso las fuentes elegantes.
    Que caducáis sin duda alguna creo.
¿Creo? No digo bien; mejor diría
que toco esta verdad y que la veo».
    Otro, que, al parecer, de argentería,  445
de nácar, de cristal, de perlas y oro
sus infinitos versos componía,
    me dijo, bravo cual corrido toro:
«No sé yo para qué nadie me puso
en lista con tan bárbaro decoro».  450
-fol. 70v-
    «Así el discreto Apolo lo dispuso»,
a los dos respondí, «y en este hecho,
de ignorancia o malicia no me acuso».
    Fuime con esto, y, lleno de despecho,
busqué mi antigua y lóbrega posada,  455
y arrojéme molido sobre el lecho;
que cansa, cuando es larga, una jornada.






ArribaAdjunta al Parnaso

Algunos días estuve reparándome de tan largo viaje, al cabo de los cuales salí a ver y a ser visto, y a recebir parabienes de mis amigos y malas vistas de mis enemigos; que, puesto que pienso que no tengo ninguno, todavía no me aseguro de la común suerte.

Sucedió, pues, que saliendo una mañana del monesterio de Atocha, se llegó a mí   -fol. 71r-   un mancebo, al parecer de veinte y cuatro años, poco más o menos, todo limpio, todo aseado y todo crujiendo gorgaranes; pero con un cuello tan grande y tan almidonado, que creí que para llevarle fueran menester los hombros de otro Adlante. Hijos deste cuello eran dos puños chatos, que, comenzando de las muñecas, subían y trepaban por las canillas del brazo arriba, que parecía que iban a dar asalto a las barbas. No he visto yo yedra tan codiciosa de subir desde el pie de la muralla donde se arrima hasta las almenas, como el ahínco que llevaban estos puños a ir a darse de puñadas con los codos. Finalmente, la exorbitancia del cuello y puños era tal, que en el cuello se escondía y sepultaba el rostro y en los puños los brazos.

Digo, pues, que el tal mancebo se llegó a mí, y con voz grave y reposada me dijo:

-¿Es, por ventura, vuesa merced el señor Miguel de Cervantes Saavedra, el que ha pocos días que vino del Parnaso?

A esta pregunta creo, sin duda, que perdí la color del rostro, porque en un instante imaginé y dije entre mí: «¿Si es éste alguno   -fol. 71v-   de los poetas que puse o dejé de poner en mi Viaje, y viene ahora a darme el pago que él se imagina se me debe?» Pero, sacando fuerzas de flaqueza, le respondí:

-Yo, señor, soy el mesmo que vuesa merced dice; ¿qué es lo que se me manda?

Él, luego en oyendo esto, abrió los brazos y me los echó al cuello, y sin duda me besara en la frente si la grandeza del cuello no lo impidiera, y díjome:

-Vuesa merced, señor Cervantes, me tenga por su servidor y por su amigo, porque ha muchos días que le soy muy aficionado, así por sus obras como por la fama de su apacible condición.

Oyendo lo cual, respiré, y los espritus, que andaban alborotados, se sosegaron; y, abrazándole yo también, con recato de no ahajarle el cuello, le dije:

-Yo no conozco a vuesa merced si no es para servirle; pero por las muestras bien se me trasluce que vuesa merced es muy discreto y muy principal: calidades que obligan a tener en veneración a la persona que las tiene.

Con estas pasamos otras corteses razones, y anduvieron por alto los ofrecimientos,   -fol. 72r-   y, de lance en lance, me dijo:

-Vuesa merced sabrá, señor Cervantes, que yo, por la gracia de Apolo, soy poeta, o lo menos deseo serlo, y mi nombre es Pancracio de Roncesvalles.

MIGUEL.-   Nunca tal creyera, si vuesa merced no me lo hubiera dicho por su mesma boca.

PANCRACIO.-   Pues, ¿por qué no lo creyera vuesa merced?

MIGUEL.-   Porque los poetas por maravilla andan tan atildados como vuesa merced, y es la causa que, como son de ingenio tan altaneros y remontados, antes atienden a las cosas del espíritu que a las del cuerpo.

-Yo, señor -dijo él-, soy mozo, soy rico y soy enamorado; partes que deshacen en mí la flojedad que infunde la poesía. Por la mocedad, tengo brío; con la riqueza, con qué mostrarle; y con el amor, con qué no parecer descuidado.

-Las tres partes del camino -le dije yo- se tiene vuesa merced andadas para llegar a ser buen poeta.

PANCRACIO.-   ¿Cuáles son?

MIGUEL.-   La de la riqueza y la del amor. Porque los partos de los partos de la persona rica y enamorada son asombros de la avaricia y estímulos de la liberalidad, y en el poeta pobre   -fol. 72v-   la mitad de sus divinos partos y pensamientos se los llevan los cuidados de buscar el ordinario sustento. Pero dígame vuesa merced, por su vida: ¿de qué suerte de menestra poética gasta o gusta más?

A lo que respondió:

-No entiendo eso de menestra poética.

MIGUEL.-   Quiero decir que a qué género de poesía es vuesa merced más inclinado: ¿al lírico, al heroico o al cómico?

-A todos estilos me amaño -respondió él-; pero en el que más me ocupo es en el cómico.

MIGUEL.-   Desa manera, habrá vuesa merced compuesto algunas comedias.

PANCRACIO.-   Muchas; pero sola una se ha representado.

MIGUEL.-   ¿Pareció bien?

PANCRACIO.-   Al vulgo, no.

MIGUEL.-   ¿Y a los discretos?

PANCRACIO.-   Tampoco.

MIGUEL.-   ¿La causa?

PANCRACIO.-   La causa fue que la achacaron que era larga en los razonamientos, no muy pura en los versos y desmayada en la invención.

-Tachas son esas -respondí yo- que pudieran hacer parecer mal a las del mesmo Plauto.

-Y más -dijo él-, que no pudieron juzgalla, porque no la dejaron acabar, según la gritaron. Con todo esto, la echó el autor para otro día; pero, porfiar que porfiar, cinco personas vinieron apenas.

  -fol. 73r-  

-Créame vuesa merced -dije yo- que las comedias tienen días, como algunas mujeres hermosas; y que esto de acertarlas bien va tanto en la ventura como en el ingenio: comedia he visto yo apedreada en Madrid que la han laureado en Toledo, y no por esta primer desgracia deje vuesa merced de proseguir en componerlas, que podrá ser que, cuando menos lo piense, acierte con alguna que le dé crédito y dineros.

-De los dineros no hago caso -respondió él-: más preciaría la fama que cuanto hay. Porque es cosa de grandísimo gusto y de no menos importancia ver salir mucha gente de la comedia, todos contentos, y estar el poeta que la compuso a la puerta del teatro recibiendo parabienes de todos.

-Sus descuentos tienen esas alegrías -le dije yo-; que tal vez suele ser la comedia tan pésima, que no hay quien alce los ojos a mirar al poeta, ni aun él para cuatro calles del coliseo, ni aun los alzan los que la recitaron, avergonzados y corridos de haberse engañado y escogídola por buena.

-¿Y vuesa merced, señor Cervantes -dijo él-, ha sido aficionado a la carátula? ¿Ha   -fol. 73v-   compuesto alguna comedia?

-Sí -dije yo-, muchas; y, a no ser mías, me parecieran dignas de alabanza, como lo fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La gran turquesca, La batalla naval, La Jerusalem, La Amaranta o la del mayo, El bosque amoroso, La única y La bizarra Arsinda, y otras muchas de que no me acuerdo. Mas la que yo más estimo y de la que más me precio fue y es de una llamada La confusa, la cual, con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores.

PANCRACIO.-   ¿Y agora tiene vuesa merced algunas?

MIGUEL.-   Seis tengo, con otros seis entremeses.

PANCRACIO.-   Pues, ¿por qué no se representan?

MIGUEL.-   Porque ni los autores me buscan, ni yo los voy a buscar a ellos.

PANCRACIO.-   No deben de saber que vuesa merced las tiene.

MIGUEL.-   Sí saben; pero, como tienen sus poetas paniaguados y les va bien con ellos, no buscan pan de trastrigo. Pero yo pienso darlas a la estampa, para que se vea de espacio lo que pasa apriesa y se disimula, o no se entiende, cuando las representan. Y las comedias tienen sus sazones y tiempos,   -fol. 74r-   como los cantares.

Aquí llegábamos con nuestra plática, cuando Pancracio puso la mano en el seno y sacó dél una carta con su cubierta, y, besándola, me la puso en la mano. Leí el sobrescrito y vi que decía desta manera:

A MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA,
EN LA CALLE DE LAS HUERTAS,
FRONTERO DE LAS CASAS DONDE SOLÍA VIVIR
EL PRÍNCIPE DE MARRUECOS, EN MADRID.
AL PORTE, MEDIO REAL,
DIGO, DIECISIETE MARAVEDÍS.

Escandalizóme el porte, y de la declaración del medio real, digo diecisiete; y, volviéndosela, le dije:

-Estando yo en Valladolid, llevaron una carta a mi casa para mí, con un real de porte; recibióla y pagó el porte una sobrina mía, que nunca ella le pagara; pero diome por disculpa que muchas veces me había oído decir que en tres cosas era bien gastado el dinero: en dar limosna, en pagar al buen médico y en el porte de las cartas, ora sean de amigos o de enemigos; que las de los amigos avisan, y de las de los enemigos se puede tomar algún indicio de sus pensamientos.   -fol. 74v-   Diéronmela, y venía en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, diciendo mal de Don Quijote; y de lo que me pesó fue del real, y propuse desde entonces de no tomar carta con porte. Así que, si vuesa merced le quiere llevar desta, bien se la puede volver; que yo sé que no me puede importar tanto como el medio real que se me pide.

Rióse muy de gana el señor Roncesvalles, y díjome:

-Aunque soy poeta, no soy tan mísero que me aficionen diez y siete maravedís. Advierta vuesa merced, señor Cervantes, que esta carta por lo menos es del mesmo Apolo: él la escribió no ha veinte días en el Parnaso, y me la dio para que a vuesa merced la diese. Vuesa merced la lea, que yo sé que le ha de dar gusto.

-Haré lo que vuesa merced me manda -respondí yo-, pero quiero que, antes de leerla, vuesa merced me la haga de decirme cómo, cuándo y a qué fue al Parnaso.

Y él respondió:

-Cómo fui, fue por mar, y en una fragata que yo y otros diez poetas fletamos en Barcelona; cuándo fui, fue seis días después de la batalla que se dio entre los buenos y los malos poetas; a qué fui, fue a hallarme en ella, por   -fol. 75r-   obligarme a ello la profesión mía.

-A buen seguro -dije yo- que fueron vuesas mercedes bien recebidos del señor Apolo.

PANCRACIO.-   Sí fuimos, aunque le hallamos muy ocupado a él y a las señoras Piérides, arando y sembrando de sal todo aquel término del campo donde se dio la batalla. Preguntéle para qué se hacía aquello, y respondióme que, así como de los dientes de la serpiente de Cadmo habían nacido hombres armados, y de cada cabeza cortada de la Hidra que mató Hércules habían renacido otras siete, y de las gotas de la sangre de la cabeza de Medusa se había llenado de serpientes toda la Libia, de la mesma manera, de la sangre podrida de los malos poetas que en aquel sitio habían sido muertos comenzaban a nacer, del tamaño de ratones, otros poetillas rateros, que llevaban camino de henchir toda la tierra de aquella mala simiente; y que por esto se araba aquel lugar y se sembraba de sal, como si fuera casa de traidores.

En oyendo esto, abrí luego la carta y vi que decía:

  -fol. 75v-  

APOLO DÉLFICO
A MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
SALUD

El señor Pancracio Roncesvalles, llevador desta, dirá a vuesa merced, señor Miguel de Cervantes, en qué me halló ocupado el día que llegó a verme con sus amigos. Y yo digo que estoy muy quejoso de la descortesía que conmigo se usó en partirse vuesa merced deste monte sin despedirse de mí ni de mis hijas, sabiendo cuánto le soy aficionado, y las Musas por el consiguiente; pero si se me da por disculpa que le llevó el deseo de ver a su mecenas el gran conde de Lemos, en las fiestas famosas de Nápoles, yo la acepto y le perdono.

Después que vuesa merced partió deste lugar, me han sucedido muchas desgracias y me he visto en grandes aprietos, especialmente por consumir y acabar los poetas que iban naciendo de la sangre de los   -fol. 76r-   malos que aquí murieron; aunque ya, gracias al cielo y a mi industria, este daño está remediado.

No sé si del ruido de la batalla o del vapor que arrojó de sí la tierra empapada en la sangre de los contrarios, me han dado unos váguidos de cabeza, que verdaderamente me tienen como tonto, y no acierto a escribir cosa que sea de gusto ni de provecho; así, si vuesa merced viere por allá que algunos poetas, aunque sean de los más famosos, escriben y componen impertinencias y cosas de poco fruto, no los culpe ni los tenga en menos, sino que disimule con ellos; que, pues yo, que soy el padre y el inventor de la poesía, deliro y parezco mentecato, no es mucho que lo parezcan ellos.

Envío a vuesa merced unos privilegios, ordenanzas y advertimientos tocantes a los poetas; vuesa merced los haga guardar y cumplir al pie de la letra, que para todo ello doy a vuesa merced mi poder cumplido, cuanto de derecho se requiere.

  -fol. 76v-  

Entre los poetas que aquí vinieron con el señor Pancracio Roncesvalles, se quejaron algunos de que no iban en la lista de los que Mercurio llevó a España, y que así, vuesa merced no los había puesto en su Viaje. Yo les dije que la culpa era mía y no de vuesa merced; pero que el remedio deste daño estaba en que procurasen ellos ser famosos por sus obras, que ellas por sí mismas les darían fama y claro renombre, sin andar mendigando ajenas alabanzas.

De mano en mano, si se ofreciere ocasión de mensajero, iré enviando más privilegios y avisando de lo que en este monte pasare. Vuesa merced haga lo mesmo, avisándome de su salud y de la de todos los amigos.

Al famoso VINCENTE ESPINEL dará vuesa merced mis encomiendas, como a uno de los más antiguos y verdaderos amigos que yo tengo.

Si don FRANCISCO DE QUEVEDO no hubiere partido para venir a Sicilia, donde le esperan, tóquele vuesa merced la mano, y dígale que no deje de llegar a verme, pues estaremos tan cerca; que cuando aquí vino, por la súbita partida, no tuve lugar de hablarle.

  -fol. 77r-  

Si vuesa merced encontrare por allá algún tránsfuga de los veinte que se pasaron al bando contrario, no les diga nada, ni los aflija; que harta mala ventura tienen, pues son como demonios, que se llevan la pena y la confusión con ellos mesmos doquiera que vayan.

Vuesa merced tenga cuenta con su salud, y mire por sí, y guárdese de mí, especialmente en los caniculares; que, aunque le soy amigo, en tales días no va en mi mano, ni miro en obligaciones ni en amistades.

Al señor Pancracio Roncesvalles téngale vuesa merced por amigo, y comuníquelo; y pues es rico, no se le dé nada que sea mal poeta.

Y con esto, nuestro Señor guarde a vuesa merced como puede y yo deseo.

Del Parnaso, a 22 de julio, el día que me calzo las espuelas para subirme sobre la Canícula, 1614.

Servidor de vuesa merced,

Apolo Lúcido.

  -fol. 77v-  

En acabando la carta, vi que en un papel aparte venía escrito:

PRIVILEGIOS, ORDENANZAS Y ADVERTENCIAS
QUE APOLO ENVÍA A LOS POETAS
ESPAÑOLES

Es el primero, que algunos poetas sean conocidos tanto por el desaliño de sus personas como por la fama de sus versos.

Ítem, que si algún poeta dijere que es pobre, sea luego creído por su simple palabra, sin otro juramento o averiguación alguna.

Ordénase que todo poeta sea de blanda y de suave condición, y que no mire en puntos, aunque los traiga sueltos en sus medias.

Ítem, que si algún poeta llegare a casa de algún su amigo o conocido, y estuvieren comiendo, y le convidare, que, aunque él jure que ya ha comido, no se le crea en ninguna manera, sino que le hagan comer por fuerza,   -fol. 78r-   que en tal caso no se le hará muy grande.

Ítem, que el más pobre poeta del mundo, como no sea de los Adanes y Matusalenes, pueda decir que es enamorado, aunque no lo esté, y poner el nombre a su dama como más le viniere a cuento: ora llamándola Amarili, ora Anarda, ora Clori, ora Filis, ora Fílida, o ya Juana Téllez, o como más gustare, sin que desto se le pueda pedir ni pida razón alguna.

Ítem, se ordena que todo poeta, de cualquiera calidad y condición que sea, sea tenido y le tengan por hijodalgo, en razón del generoso ejercicio en que se ocupa, como son tenidos por cristianos viejos los niños que llaman de la piedra.

Ítem, se advierte que ningún poeta sea osado de escribir versos en alabanzas de príncipes y señores, por ser mi intención y advertida voluntad que la lisonja ni la adulación no atraviesen los umbrales de mi casa.

Ítem, que todo poeta cómico que felizmente hubiere sacado a luz tres comedias, pueda   -fol. 78v-   entrar sin pagar en los teatros, si ya no fuere la limosna de la segunda puerta, y aun esta, si pudiere ser, la escuse.

Ítem, se advierte que si algún poeta quisiere dar a la estampa algún libro que él hubiere compuesto, no se dé a entender que por dirigirle a algún monarca el tal libro ha de ser estimado, porque si él no es bueno, no le adobará la dirección, aunque sea hecha al prior de Guadalupe.

Ítem, se advierte que todo poeta no se desprecie de decir que lo es; que si fuere bueno, será digno de alabanza; y si malo, no faltará quien lo alabe; que cuando nace la escoba, etc.

Ítem, que todo buen poeta pueda disponer de mí y de lo que hay en el cielo a su beneplácito; conviene a saber: que los rayos de mi cabellera los pueda trasladar y aplicar a los cabellos de su dama, y hacer dos soles sus ojos, que conmigo serán tres, y así andará el mundo más alumbrado; y de las estrellas, signos y planetas puede servirse de modo que, cuando menos lo piense, la tenga hecha una esfera celeste.

  -fol. 79r-  

Ítem, que todo poeta a quien sus versos le hubieren dado a entender que lo es, se estime y tenga en mucho, ateniéndose a aquel refrán: «Ruin sea el que por ruin se tiene».

Ítem, se ordena que ningún poeta grave haga corrillo en lugares públicos recitando sus versos; que los que son buenos, en las aulas de Atenas se habían de recitar, que no en las plazas.

Ítem, se da por aviso particular que si alguna madre tuviere hijos pequeñuelos traviesos y llorones, los pueda amenazar y espantar con el coco, diciéndoles: «Guardaos, niños, que viene el poeta fulano, que os echará con sus malos versos en la sima de Cabra o en el pozo Airón».

Ítem, que los días de ayuno no se entienda que los ha quebrantado el poeta que aquella mañana se ha comido las uñas al hacer de sus versos.

Ítem, se ordena que todo poeta que diere en ser espadachín, valentón y arrojado, por aquella parte de la valentía se le desagüe y vaya   -fol. 79v-   la fama que podía alcanzar por sus buenos versos.

Ítem, se advierte que no ha de ser tenido por ladrón el poeta que hurtare algún verso ajeno y le encajare entre los suyos, como no sea todo el concepto y toda la copla entera, que en tal caso tan ladrón es como Caco.

Ítem, que todo buen poeta, aunque no haya compuesto poema heroico, ni sacado al teatro del mundo obras grandes, con cualesquiera, aunque sean pocas, pueda alcanzar renombre de divino, como le alcanzaron Garcilaso de la Vega, Francisco de Figueroa, el capitán Francisco de Aldana y Hernando de Herrera.

Ítem, se da aviso que si algún poeta fuere favorecido de algún príncipe, ni le visite a menudo ni le pida nada, sino déjese llevar de la corriente de su ventura; que el que tiene providencia de sustentar las sabandijas de la tierra y los gusarapos del agua, la tendrá de alimentar a un poeta, por sabandija que sea.

  -fol. 80r-  

En suma, estos fueron los privilegios, advertencias y ordenanzas que Apolo me envió y el señor Pancracio de Roncesvalles me trujo, con quien quedé en mucha amistad; y los dos quedamos de concierto de despachar un propio con la respuesta al señor Apolo, con las nuevas desta Corte. Daráse noticia del día, para que todos sus aficionados le escriban.