Escena
II
|
|
TOMÁS y
TÍO
LESMES.
|
TÍO
LESMES.- (Mirando a todas partes, con
asombro.) A la paz de Dios.
|
TOMÁS.- ¿Quién es usted y
qué quiere usted?
|
TÍO
LESMES.- ¡Ah! Perdone usted. No había
reparado, porque usted tiene poco que ver...
(Volviendo a mirar el salón.)
¡Todo esto sí que tiene que ver!
|
TOMÁS.-
(Aparte.) Vaya un zángano
desahogado. (Alto.) ¿Que a
quién busca usted?
|
TÍO
LESMES.- Busco a Plácido. Lléveme usted
a donde está.
|
TOMÁS.- No puede ser. Y entienda que no
se llama Plácido.
|
TÍO
LESMES.- (Riendo.)
¡Anda, anda, si lo sabré yo! Plácido se llama
como no lo haya confirmado el señor obispo.
|
TOMÁS.- Se llamaba Plácido cuando
vino a Madrid. Y así le llamaba yo y ya lo estoy
pagando.
|
TÍO
LESMES.- ¿Que lo paga usted?
|
TOMÁS.- Desde hace cuatro años,
desde que se casó con la hija del señor
marqués, con la señorita Josefina, se llama el
señor vizconde.
|
TÍO
LESMES.- ¡Ya..., ya!... Toma con
Plácido...
|
TOMÁS.- ¿Y para qué quiere
usted ver al señor vizconde?
|
TÍO
LESMES.- (Entre simpleza y
vanidad.) Para muchas cosas nuestras.
|
TOMÁS.- ¿De usted y del
señor vizconde?
|
TÍO
LESMES.- Cabalito. Y de don Rufino, a quien le
vendió Plácido...
|
TOMÁS.- ¿Qué le
vendió?
|
TÍO
LESMES.- Un cuadro. Vamos al decir, un retrato.
|
TOMÁS.- ¿Qué retrato?
|
TÍO
LESMES.- E1 de su madre.
|
TOMÁS.- ¿El de la madre de don
Rufino?
|
TÍO
LESMES.- ¡Otra que tal! El de su madre..., su
madre..., la madre de Plácido.
|
TOMÁS.- ¡Ya!...
¡Plácido vendió el retrato de su madre!...
|
TÍO
LESMES.- Plácido me mandó a decir:
«Lesmes, pídele a don Rufino el retrato de mi madre; y
le das lo que te pida, poco o mucho, que siempre será
mucho..., y me lo mandas.» Conque don Rufino me
contestó: «Pues no lo tengo, que se lo vendí,
perdiendo, a uno que vino a pasar el verano a Retamosa, que
entendía de pinturas y que era de Retamosa. Y se fue a
Madrid, y tengo entendido que se lo vendió, ganando, a otro,
que también es de Retamosa del Valle.» Y en este papel
viene todo muy bien explicado... (Sacando un
papel.)
|
TOMÁS.- Bueno; pues démelo usted y
yo se lo entregaré al señor vizconde.
|
TÍO
LESMES.- ¿Qué más da? ¿Yo
para qué lo quiero? En no viendo a Plácido,
¿qué más da?
|
TOMÁS.- Verle no es posible.
|
TÍO
LESMES.- Allá él. (Le da
un papel a TOMÁS.)
Dígale que yo me marcho esta noche. Conque... con Dios.
(Al salir mira a todas partes.)
¡Ah! Dígale que mi chico volvió de servir al
rey, y que se casó con Pacorra, y que se murió la
tía. Y que tengo dos nietos. ¿Plácido tiene
nietos?
|
TOMÁS.- No, señor.
|
TÍO
LESMES.- ¡Qué ha de haber nietos en
Madrid! (Con desprecio.) Vaya..., a
más ver, si Dios quiere... Ya sabe..., el tío
Lesmes..., Retamosa del Valle..., a mandar.
(Ofreciéndose.) ¡Buena
casa..., buena, buena! (Sale, mirando a todas
partes.)
|
TOMÁS.- Adiós, bestia.
¿Conque Plácido vendió el retrato de su
madre?... Bueno es saberlo. Ya está ahí el Judas.
(Toma aspecto respetuoso.)
|
Escena
III
|
|
PLÁCIDO y
TOMÁS.
|
PLÁCIDO.- ¿Quién hablaba en
voz alta? ¿Eras tú? ¿No te he dicho que no me
gusta que se hable a gritos?
|
TOMÁS.- No era yo, señor
vizconde.
|
PLÁCIDO.- ¿Pues quién
era?
|
TOMÁS.- Un amigo del señor
vizconde.
|
PLÁCIDO.- ¡Mentira! ¡Mis
amigos no hablan en forma grosera!
|
TOMÁS.- Pues el tal dijo que era amigo
del señor vizconde y quería verle a todo trance.
|
PLÁCIDO.- ¡Su nombre!
|
TOMÁS.- Uno de Retamosa del Valle: un
patán insolente y grosero.
|
PLÁCIDO.-
(Impaciente.) ¡Su nombre!
|
TOMÁS.- ¡El tío Lesmes!
|
PLÁCIDO.- ¡El tío Lesmes!
¿Ha estado aquí el tío Lesmes?... Pero
¿dónde está, dónde?
|
TOMÁS.- ¡Señor!
|
PLÁCIDO.- ¿Por qué no
entró?
|
TOMÁS.- Yo creí...
|
PLÁCIDO.- Siempre crees y nunca aciertas.
¡Corre, corre a buscarle!...
|
TOMÁS.- Ya no está en la casa.
|
PLÁCIDO.- Pero ¿en dónde
para? ¡Su posada!... ¿Cuál es su posada?
|
TOMÁS.-
(Complaciéndose en molestarle.)
No lo dijo.
|
PLÁCIDO.- ¿Y cuándo
vuelve?
|
TOMÁS.- (Respetuoso, pero
siempre gozando en mortificarle.) Se marcha esta
noche al pueblo.
|
PLÁCIDO.- ¿Lo ves?... ¿Lo
ves, imbécil?
|
TOMÁS.- Nada hay perdido, señor
vizconde.
|
PLÁCIDO.- ¿Nada perdido?
¿Tú qué sabes?
|
TOMÁS.- No se incomode el señor
vizconde. El retrato de la madre del señor vizconde
aparecerá.
|
PLÁCIDO.-
(Dominado.) ¡Ah!... ¿Te
ha dicho...?
|
TOMÁS.- Todo. Sí, señor,
todo. Sin preguntarle yo nada.
|
PLÁCIDO.- Acaba.
|
TOMÁS.- Don Rufino ya no tiene el
retrato: «lo vendió».
|
PLÁCIDO.- Acaba.
|
TOMÁS.- El comprador vino a Madrid...
«y lo vendió».
|
PLÁCIDO.- ¡Ah, qué maldita
casualidad!
|
TOMÁS.- Comprendo el disgusto del
señor vizconde: ¡el retrato de su señora madre,
tan buena..., corriendo de almoneda en almoneda y de baratillo en
baratillo!
|
PLÁCIDO.- ¿Tú quieres que
te tire por el balcón?
|
TOMÁS.- Como el señor guste. Pero
yo encontraré el retrato. No hay cuidado. El domingo
iré al Rastro.
|
PLÁCIDO.- ¡Insolente! ¿Y los
nombres de esas personas que decías?
|
TOMÁS.- En este papel están.
|
PLÁCIDO.- (Cogiendo el
papel.) Venga... y vete.
|
TOMÁS.- ¿A la calle?
|
PLÁCIDO.- No, a la antesala.
|
TOMÁS.-
(Aparte.) Ya lo sabía yo.
(Sale.)
|
Escena
VI
|
|
PLÁCIDO y
CLAUDIO. Viste con
elegancia severa, aire de duelista, pero sin exageración;
mirada altiva; de cuando en cuando, con el brazo derecho amaga una
estocada, pero sin abusar del movimiento y sin marcarlo
mucho.
|
PLÁCIDO.- Gracias a Dios que vienes.
|
CLAUDIO.- Es que yo también tengo mis
asuntos.
|
PLÁCIDO.- Tú no tienes nada que
hacer.
|
CLAUDIO.- ¿Que no? Estos días soy
padrino de dos duelos, y formo parte de un tribunal de honor. Nadie
quiere batirse seriamente sin acudir a mí, porque saben que
yo no admito farsas.
|
PLÁCIDO.- Y dime..., porque en estos
últimos tiempos te he perdido de vista..., ¿te has
batido alguna vez más?
|
CLAUDIO.- En España, no. Me sería
muy doloroso herir o matar a un compatriota. Derramar sangre
española..., ¡nunca! En cambio, todos los años
hago un viaje al extranjero..., y allí, si se presenta
ocasión, doy muestras de lo que es Claudio. Luego «la
fama» trae a Madrid la relación de mis proezas.
|
PLÁCIDO.- Sí, esa costumbre
tuya... ya la conozco. Y este último año,
¿cuántos lances tuviste? Es decir,
¿cuántos lances inventaste?
|
CLAUDIO.- Tres. En Hungría
herí...
|
PLÁCIDO.- A un húngaro.
|
CLAUDIO.- No; creo que lo hice polaco. En
Berlín, a un capitán de ulanos: también lo
herí. Y al regresar, a un italiano.
|
PLÁCIDO.- Bueno; pues llegó el
caso de que mates o hieras, o por lo menos «asustes», a
un individuo molesto.
|
CLAUDIO.- ¿A Basilio?
|
PLÁCIDO.- Así creo que se llama
ese miserable, que me viene amenazando con publicar un folleto...,
¡un libelo! ¿Le viste? ¿Le amenazaste como
tú has aprendido a amenazar, que parece que eres un
tigre?
|
CLAUDIO.- Le vi, pero no le amenacé; con
él no valen amenazas. Es enemigo peligroso: valor
salvaje..., pero «salvaje» auténtico, no como
los que nosotros usábamos; talento, travesura y carencia de
todo sentido moral. Nos lleva ventaja.
|
PLÁCIDO.- (Con
repugnancia.) ¡Por Dios!
|
CLAUDIO.- Con Basilio hay que emplear otro
medio: «el único».
|
PLÁCIDO.- Tú exageras.
|
CLAUDIO.- No exagero, le conozco bien. Él
y yo vivíamos en la misma casa de huéspedes...,
allá, cuando nuestra primera farsa.
|
PLÁCIDO.- ¡Claudio!...
¡Qué palabras empleas!... Aquello fue una broma propia
de jóvenes.
|
CLAUDIO.- Que te hizo hombre.
|
PLÁCIDO.- Y a ti. Pero volvamos a
Basilio. ¿Conoces el folleto?
|
CLAUDIO.- Cuando fui a ver a Basilio de tu parte
y de la mía, porque a mí también me interesa,
me leyó un capítulo.
|
PLÁCIDO.- ¿Y qué?...
Palabras, insultos...
|
CLAUDIO.- No; pruebas. La carta que Javier me
escribió cuando nuestro duelo, rompiendo toda clase de
relaciones conmigo por indigno y farsante; así
decía.
|
PLÁCIDO.- A mí me escribió
otra parecida. (En tono triste.) Esa
carta es muy peligrosa. Porque Javier en materias de honor tiene
autoridad decisiva. ¡Grave!... ¡Muy grave! ¿Me
nombraba en esa carta?
|
CLAUDIO.- ¡Naturalmente!
|
PLÁCIDO.- (Preocupado
hondamente.) ¡Grave, muy grave!
|
CLAUDIO.- Mira tú, Javier ha seguido otro
camino distinto del nuestro.
|
PLÁCIDO.- Inspiraciones de Blanca.
|
CLAUDIO.- Javier ha estudiado..., ha
estudiado..., ¡lo que ha estudiado! ¡Es hoy toda una
reputación! ¡Una fama de talento que ni la tuya!
|
PLÁCIDO.- ¡Y en el foro, qué
palabra y qué rectitud! Es una reputación de
honradez..., que ni (Mirando
alrededor.) , vamos, no veo en todo lo que alcanza la
vista con quien compararlo. (Sonriendo con alguna
tristeza.)
|
CLAUDIO.- Ha tardado más que nosotros,
pero ha llegado.
|
PLÁCIDO.- Y está más
tranquilo. Pero, en fin, ¿le viste?
|
CLAUDIO.- Vi a Blanca y a Javier y les dije que
viniesen a tu casa.
|
PLÁCIDO.- Para prestarme autoridad, para
que todo el mundo viese que no me creen indigno de ser su amigo; en
suma, para quitar fuerza a esa carta traidora si es que llega a
publicarse.
|
CLAUDIO.- Todo eso y mucho más...
|
PLÁCIDO.- ¿Y qué?
|
CLAUDIO.- Javier se negó; pero Blanca se
echó a llorar, y le dijo: por tu «carta»
está Plácido comprometido..., debemos ir.
|
PLÁCIDO.- ¡Pobre Blanca!
|
CLAUDIO.- Y vendrán esta noche.
|
PLÁCIDO.- ¿Y Basilio?
|
CLAUDIO.- Vendrá a verte dentro de poco.
Y créeme..., hay que capitular.
|
PLÁCIDO.- Me repugna, sin conocerle.
|
CLAUDIO.- Ya le conocerás y te
repugnará más todavía.
|
Escena
VIII
|
|
JOSEFINA y
CLAUDIO.
|
JOSEFINA.- No tiene aplomo, no sabe fingir; yo
creí otra cosa. Tenemos que hablar.
|
CLAUDIO.- Todo lo que usted quiera, Josefina.
(Se sientan muy juntos.)
|
JOSEFINA.- En usted tengo completa confianza; es
usted uno de nuestros buenos amigos. Y además tiene usted
aplomo. Y valor no se diga.
|
CLAUDIO.- ¡Valor!... ¡Ah! De eso no
hay que hablar; mejor es no hablar.
|
JOSEFINA.- Pues le voy a pedir a usted un
favor.
|
CLAUDIO.- Usted no pide; manda.
|
JOSEFINA.- ¡Qué gente la de
Madrid!
|
CLAUDIO.- Sí, mucha gente.
|
JOSEFINA.- ¡Qué murmuraciones,
qué calumnias! No puede una ser más amable con los
amigos, porque la amabilidad la convierten en coquetería; y
la coquetería la confunden...,¡Dios me perdone!
|
CLAUDIO.- ¿Tiene que perdonarle a usted
algo?
|
JOSEFINA.- ¡Qué bromista! No, pues
el asunto es serio.
|
CLAUDIO.- Esos son los que a mí
más me gustan. ¡Nada de farsas!
|
JOSEFINA.- Pues por eso acudo a usted.
|
CLAUDIO.- Y si hay peligro, ¡mejor!
|
JOSEFINA.- Cabalmente, por eso pido
protección a don Claudio, porque puede haber peligro.
|
CLAUDIO.- ¿Para quién?
|
JOSEFINA.- Para usted.
|
CLAUDIO.- (Aparte.)
¡Demonio! (Alto.) Pues me da
usted un alegrón. (Riendo.)
|
JOSEFINA.- ¿Conoce usted a don
Víctor Marcial?
|
CLAUDIO.- ¡Don Víctor Marcial!...
¡Don Víctor Marcial!... (Haciendo
memoria.) Me suena, me suena ese nombre... Uno que
está siempre en el extranjero y que es muy
espadachín... (Algo
distraído.) Yo creo que es el que herí
o maté hace dos años en Nápoles.
|
JOSEFINA.-
(Asombrada.) ¿Qué lo
mató usted?... ¡Ojalá!... Pero debe de ser
otro.
|
CLAUDIO.- ¡Ah, sí!...
¡Qué distracción!... El muerto fue otro.
¿Y qué?... Porque todavía no comprendo.
|
JOSEFINA.- Ese también es
espadachín. Y por eso decía yo que iba usted a correr
un peligro.
|
CLAUDIO.- ¡Para mí el peligro no es
nada! ¡Absolutamente nada! ¡El peligro y yo nos
conocemos! «Sobre todo él a mí.»
|
JOSEFINA.- Pues por eso acudo a usted. Ese
hombre es un villano. Me calumnia en mi reputación.
|
CLAUDIO.- ¡Un villano..., un infame..., un
miserable!... (Mirando a todos lados por si le
oyen.)
|
JOSEFINA.- Calma, querido Claudio. Primero se
apuran las vías pacíficas.
|
CLAUDIO.- Aunque usted no lo crea, ésta
es mi especialidad: las vías pacíficas.
|
JOSEFINA.- Después se tomará otro
camino.
|
CLAUDIO.- Otro camino...
(Aparte.) para escapar.
|
JOSEFINA.- ¿Pues creerá usted que
ha tenido la desfachatez de presentarse esta tarde en mi
salón?
|
CLAUDIO.- ¿De modo que le tenemos
cerca?
|
JOSEFINA.- Ahí está...
|
CLAUDIO.- Entonces...
(Levantándose para
marcharse.)
|
JOSEFINA.- ¡Calma, por Dios! No
está bien que provoque usted un escándalo en mi
casa.
|
CLAUDIO.- Pierda usted cuidado; no estoy
dispuesto a provocar un escándalo. ¡Cuando me lo
presenten le trataré cortésmente!...,
¡afectuosamente!..., ¡amistosamente!
|
JOSEFINA.- Hasta que salgan ustedes. Y
entonces...
|
CLAUDIO.- Entonces será otra cosa.
Déjeme usted correr con el asunto.
|
Escena
XI
|
|
PLÁCIDO y
BASILIO. Este es joven,
viste modestamente, es un bohemio, pero no un andrajoso; delgado,
pálido, mirada entre cínica y astuta.
|
PLÁCIDO.-
(Aparte.) ¡Bah! Será
cuestión de cuatro o seis mil reales a lo sumo.
(Alto.) Acérquese usted.
(BASILIO se
acerca lentamente con fingida timidez.) No tenga
usted miedo.
|
BASILIO.- No es miedo, señor vizconde, es
emoción natural. ¡Verme yo ante usted! ¡Ante el
hombre a quien tanto he admirado! ¡Yo nada soy, un pobre
diablo, un náufrago de la vida; pero usted ha sido siempre
para Basilio el ser superior a quien se admira desde lejos!
|
PLÁCIDO.- ¿De modo que usted
siente por mí verdadera simpatía?
|
BASILIO.- ¡Ah, señor vizconde!
|
PLÁCIDO.- ¡Será una
simpatía muy profunda!
|
BASILIO.- ¡Profunda! ¡Inmensa!
|
PLÁCIDO.- (Riendo y
aparte.) Esa clase de simpatías sentí
yo; iguales. (Alto.) Acérquese
más y siéntese.
|
BASILIO.- ¡Sentarme yo, estando delante de
usted!
|
PLÁCIDO.- Siéntese usted y
hablemos como amigos.
|
BASILIO.- Por obedecer a usted.
(Se sienta aparentando timidez.)
¡Pero ser su amigo! ¡Yo no merezco tanto! ¡Yo no
puedo ambicionar honra tan grande!
|
PLÁCIDO.- Pues yo, por lo que
había oído, imaginé que usted no me
quería bien.
|
BASILIO.- ¿Yo señor vizconde, yo?
¿Yo, que le venero?
|
PLÁCIDO.- Gracias, esas cosas me las
sé de memoria. Pero ¿no cree usted que tanto afecto
es empalagoso?
|
BASILIO.- ¡Señor vizconde!...
|
PLÁCIDO.- No me dejo engatusar por
palabras. Quiero obras, amigo Basilio. ¿No se llama usted
Basilio?
|
BASILIO.- Ese es mi nombre.
|
PLÁCIDO.- Pues hablemos claro. ¿No
me amenaza usted con publicar un folleto infamante, apoyado en no
sé qué cartas y documentos?
|
BASILIO.- ¿Yo, señor vizconde?
|
PLÁCIDO.- ¿No ha sido usted el que
ha escrito ese libelo?
|
BASILIO.- (Con
energía.) No, señor.
|
PLÁCIDO.- ¿Pues quién?
|
BASILIO.- (Acercándose y en
tono confidencial y enfático.)
«¡El otro!»
|
PLÁCIDO.- ¿Y quién es
«el otro»?
|
BASILIO.- ¡El otro! Mi amigo..., no. Mi
compañero, ¡qué tristeza! Mi allegadizo. En el
mar, las olas juntan a veces, caprichosas, los restos de un
naufragio. Por ejemplo, la cuna de un niño y el mango de un
hacha de abordaje. Pues en el naufragio de la vida las olas nos han
juntado «al otro» y «a mí»; yo soy
la cuna. ¡Él es el hacha!
|
PLÁCIDO.- (Con
impaciencia.) ¿Cómo se llama?
¿Quién es?
|
BASILIO.- Usted me pregunta... ¡Ah,
perdone vuecencia, no le daba tratamiento! ¡Es que estoy
aturdido!
|
PLÁCIDO.- Déjese de tratamiento y
conteste: ¿cómo se llama el amigo de usted?
|
BASILIO.- ¡Qué importa su nombre!
En su vida aventurera y criminal..., ¡hasta criminal!,
señor vizconde..., ha tenido muchos. Llamémosle
«El otro». ¿Quién es? Un malvado, capaz
de todo. Hace el mal por codicia, por odio o por amor al arte.
Emplea la fuerza o la astucia. Y cuando es preciso, se arrastra
como un reptil y ¡muerde! ¡Labios de víbora que
la adulación endulza! ¡Ah, usted no comprenderá
esto! Usted, un ser noble, puro, que ha luchado y ha vencido, nunca
por medios vergonzosos, sino por energías soberanas de su
voluntad.
|
PLÁCIDO.-
(Colérico.) Basta de elogios.
¡Basta!
|
BASILIO.- ¡También modesto!
|
PLÁCIDO.- Siga usted y acabe, que entre
las muchas virtudes que usted justamente reconoce en mí,
falta una: la paciencia.
|
BASILIO.- Lo que me queda por decir, usted lo
adivinará fácilmente. La verdad es que «el
otro» se encuentra..., que «los dos nos encontramos en
una situación muy difícil. Y digo «los
dos», porque la fatalidad me amarró a «ese
hombre».
|
PLÁCIDO.- Abreviemos. ¿Usted cree
que su compañero está dispuesto a venderme esos
papeluchos y a dejarme en paz?
|
BASILIO.- Estoy seguro.
|
PLÁCIDO.- Pues aceptado el trato. No
porque a mí me importe nada de todo eso que usted cuenta.
Veo que tiene usted talento. Y quiero protegerle a usted. Joven,
salga usted de apuros, que yo simpatizo con la juventud. Tome
usted. (Saca una cartera, de ella un billete de mil
pesetas y se lo da.)
|
BASILIO.- ¡Ah señor vizconde!...
¡Sí, usted me salva!... ¡Usted es mi padre!...
(Quiere abrazarle, pero PLÁCIDO le
rechaza.)
|
PLÁCIDO.- Bueno, gracias.
(Aparte.) Yo también tuve
padres por el estilo. (Alto.) Ahora,
déme usted los papeles de que hablábamos.
|
BASILIO.- Pero si yo no los tengo.
|
PLÁCIDO.- (Cada vez
más impaciente.) ¿Pues
quién?
|
BASILIO.- «El otro».
|
PLÁCIDO.- Pues tráigalos en
seguida. Cuando yo examine los documentos que usted dice, le
daré otras mil pesetas para su compañero. ¡Y a
concluir pronto, que todo esto me repugna! Más bien cedo por
lástima hacia ustedes que por interés propio.
|
BASILIO.- Ya sé que es usted muy
compasivo. Pero mi compañero dirá que esos documentos
valen mucho más. Si se tratase de otra persona de menos
viso, bien pagados estaban. Pero usted..., ¡usted les da un
valor inmenso!
|
PLÁCIDO.-
(Nervioso.) En suma:
¿cuánto quieren ustedes?
|
BASILIO.- ¡Por Dios, yo nada! ¡Usted
me confunde con «el otro»!
|
PLÁCIDO.- (Más
nervioso cada vez.) Pues «el otro»,
¿cuánto pide?
|
BASILIO.- ¿Y si le parece a usted
mucho?
|
PLÁCIDO.- (Fuera de
sí.) ¿Cuánto? ¡Una
cifra!, ¡una cantidad!
|
BASILIO.- ¡Mi compañero es muy
inconsiderado!
|
PLÁCIDO.- ¡Digo que
cuánto!
|
BASILIO.- Calma, señor vizconde, calma.
No nos precipitemos. Antes de fijar la cifra convendrá que
usted conozca alguno de los documentos...
|
PLÁCIDO.- ¡De los papeluchos!
|
BASILIO.- No me atrevo a contradecir al
señor vizconde. De todas las pruebas del folleto, no
citaré más que dos. Primera: una carta de un amigo de
usted, don Javier, una gloria de España; otro de mis
ídolos.
|
PLÁCIDO.- ¡Basta de
ídolos!... ¿Y qué?
|
BASILIO.- Esta carta está dirigida a un
amigo de usted, don Claudio, y rompe con él toda clase de
relaciones por no sé qué desafío.
|
PLÁCIDO.- Todo eso es absurdo. Y dado que
existiese una carta así, sería antigua.
|
BASILIO.- ¡Muy antigua! ¡Pero es
admirable cómo la tinta de imprenta rejuvenece los
escándalos!
|
PLÁCIDO.- (Preocupado,
sombrío, nervioso.) ¿Y qué
más? ¡El «segundo documento»!
|
BASILIO.- ¡No me atrevo!... ¡Es tan
infame, tan repugnante, tan calumnioso!... ¡No me atrevo...,
no me atrevo! Figúrese usted: si yo no me atrevo a decirlo,
lo que sería si se publicase!
|
PLÁCIDO.- ¡Usted se ha
empeñado en salir por el balcón!...
|
BASILIO.- ¿Y quién le
defendería a usted? ¿Quién le
entregaría a usted esos papeluchos?
|
PLÁCIDO.- (Avanzando sobre
él.) ¡Miserable! Acabe usted de contar
la infamia que ha empezado.
|
BASILIO.- ¿Usted me lo manda?
|
PLÁCIDO.- Lo mando.
|
BASILIO.- (Acercándose y en
voz baja.) Antes de casarse la señora
vizcondesa, tenía un criado de toda confianza:
Tomás.
|
PLÁCIDO.- Sí.
|
BASILIO.- Usted no le despidió.
|
PLÁCIDO.- No.
|
BASILIO.- Hizo usted mal. Es una persona
perversa; les paga a ustedes sus bondades como pagan los
villanos... (Acercándose a PLÁCIDO y en voz
baja.) Calumniando a la señorita Josefina.
¡Pero de qué modo!... Y suponiendo en usted una bajeza
de sentimientos, o si se quiere..., una
«magnanimidad»... (PLÁCIDO, fuera de sí, se
arroja sobre BASILIO;
éste se levanta; PLÁCIDO le coge por los brazos
violentamente y quedan los dos en pie, muy juntos: PLÁCIDO, sujetándole los
brazos; BASILIO no se
defiende, sonríe tranquilo.)
|
PLÁCIDO.- ¡Miserable!
|
BASILIO.- ¡Cuántos miserables hay
en este mundo, señor vizconde!
|
PLÁCIDO.- ¡Sí..., «el
uno» y «el otro»..., y muchos más!
|
BASILIO.- No lo sabe usted bien.
|
PLÁCIDO.- Pero ¡yo puedo
aplastarlos a todos!, ¡y a usted con ellos!
|
BASILIO.- Señor vizconde, cualquiera que
entrase de pronto y nos viese tan cerca UNO de OTRO,
pensaría que éramos «tal» para
«cual».
|
PLÁCIDO.- Es cierto. (Le
deja libre.) Hay que concluir:
«Precio».
|
BASILIO.- Treinta mil.
|
PLÁCIDO.- ¿Treinta mil reales?
|
BASILIO.- No es moneda legal.
|
PLÁCIDO.- ¡Treinta mil pesetas!
|
BASILIO.- «E1 otro» vivió
mucho tiempo en América y se acostumbró a contar por
«pesos»
|
PLÁCIDO.- ¡¡Treinta mil
duros!! ¿Están ustedes locos?
|
BASILIO.- (Se acerca a
PLÁCIDO y habla en
voz baja y muy dulce.) Como
«liquidación» de todo el «pasado»
del señor vizconde, no me parece excesiva la cantidad.
¿Quién puede cerrar el paso en adelante al
señor vizconde? ¡Podrá serlo todo; llegar a
todo! Piénselo bien; piénselo bien; el negocio no me
parece malo. Lo que yo temo es que si mi compañero sabe que
el señor vizconde está a punto de subir
más..., sea más exigente. Son consejos de un
amigo..., si el señor vizconde me permite emplear esta
palabra. ¡Oh!, el señor vizconde tiene talento, mucho
talento, y es hombre práctico.
|
PLÁCIDO.- Tendrá usted la
cantidad. Traiga usted inmediatamente esos papeles.
|
BASILIO.- ¿Palabra de honor?
|
PLÁCIDO.- (Con
desprecio.) Palabra de honor,
|
BASILIO.- Entre caballeros, eso basta.
(Sale haciendo saludos
respetuosos.)
|
Escena
XII
|
|
PLÁCIDO;
después, CRIADO;
luego, JOSEFINA.
|
PLÁCIDO.- (Procurando
convencerse.) ¡Ah miserable!...,
¡miserable!... ¡Yo no he sido así!..., ¡no
he sido como tú!... ¡Hay mucha distancia del
ingenio..., de la travesura..., a la infamia!, ¡a la
villanía! ¡Ese hombre va bordeando el presidio!
¡Yo, nunca! (Con repugnancia y
agitándose y paseando como queriendo salir de
sí.) ¡Y yo que he tocado a ese ser
envilecido! Pero ¿adónde va esta sociedad?,
¿adónde vamos todos con esta podredumbre que nos
cerca, que nos asalta; que nos llega a los labios? ¡Asco y
miseria! ¡Sí, romper con el pasado, olvidarlo!...
¡No arrastrarse más! Pero ¡para ello, para
quedar libre..., necesito esa suma..., y en este momento no la
tengo! Yo no tengo nunca oro mío..., ¡mío!
¡No; el asunto no puede quedar para mañana! No hay
otro medio. (Después de pensarlo, toca el
timbre.)
|
CRIADO.- Señor...
|
PLÁCIDO.- Entre usted y diga a la
señora que venga en seguida, ¡pronto!
(Sale el CRIADO por la izquierda.
Enjugándose la frente, febril, mirando el
reloj.) Dos minutos para que venga Josefina. Media
hora para que venga ese tunante..., y todo habrá
concluído..., todo..., y libre..., ¡Libre para
siempre! Por precaución hice que vinieran Blanca y
Javier..., pero ya sería inútil. No...,
inútil, no... Bueno es que vean a Javier en mi casa. Javier
da honra. El pobrecillo no puede dar otra cosa.
(Riendo.) Pero es algo..., es algo.
¡Ah..., ya viene Josefina!
|
JOSEFINA.- (Entra
elegantísima.) ¿Qué
querías? Dilo pronto. Me está esperando el
coronel.
|
PLÁCIDO.- ¡Ah!...
(Conteniéndose.) Pues en dos
palabras. Necesito «dinero» inmediatamente.
|
JOSEFINA.- ¿Y para eso me llamas?
¡También es impertinencia!
|
PLÁCIDO.- Es que lo necesito ahora
mismo.
|
JOSEFINA.- Pídeselo a papá.
|
PLÁCIDO.- Para eso te llamé; para
que se lo pidas tú.
|
JOSEFINA.- ¿Es que tú no te
atreves? (Con burla.) ¡Ay,
qué corto de genio se nos ha vuelto! Antes no eras
así. ¡Ea, déjame, tengo que decir una cosa muy
importante a aquellos señores! (Haciendo un
saludo burlesco.)
|
PLÁCIDO.- ¡Más importante es
lo mío! ¡Lo tuyo siempre será
coquetería!
|
JOSEFINA.- ¡Calla, por Dios!
|
PLÁCIDO.- ¡Josefina, que me va en
ello la honra..., y a ti también!
|
JOSEFINA.-
(Riendo.) Bueno; pues ocúpate
tú de nuestras dos honras. Esa es cuenta tuya. Yo bastante
tengo con mis coqueterías, como tú dices.
¡Adiós.!
|
PLÁCIDO.- (Fuera de
sí y poniéndose delante.)
¡No..., no sales!
|
JOSEFINA.-
(Revolviéndose.)
¡Plácido! ¡Más bajo, que pueden
oírnos! Allá en el pueblo, en el campo..., tomaste la
mala maña de hablar a gritos, y no has perdido la costumbre.
Aquí es otra cosa.
|
PLÁCIDO.-
(Conteniéndose.) Tienes
razón. ¿Tú no tendrás esa cantidad?
|
JOSEFINA.- Yo no sé qué cantidad
es ésa, ni yo tengo nada. Los últimos cupones que
cobré se los llevó la modista francesa. Ya
recordarás que no pude darte ni cinco mil pesetas que
necesitabas, no sé para qué. Siempre sería
algún despilfarro. Conque déjame tranquila y acude a
papá.
|
PLÁCIDO.- Por Dios, Josefina, acude
tú por mí. ¡Te lo ruego! ¡Son momentos
críticos para todos!
|
JOSEFINA.- ¡Yo!..., ¡no en mis
días! Le tengo muy cansado a papá. ¡No...,
no... y no! Y déjame, porque me voy poniendo nerviosa y lo
van a notar aquéllos.
|
PLÁCIDO.- Basta. Vete. Pero al menos dile
a tu padre que venga; que tengo que hablarle de un asunto
importantísimo.
|
JOSEFINA.- ¡Convenido; te lo
enviaré! ¡Buena jaqueca le vas a dar! Adiós...
(Deteniéndose cerca de la
puerta) ¿Sabes lo que te digo,
Plácido? Que nos vas saliendo muy caro a todos.
|
PLÁCIDO.-
(Amenazando.) Josefina!
|
JOSEFINA.- «¡Mío caro, caro
mío!» (Saliendo y
burlándose.)
|
Escena
XIII
|
|
PLÁCIDO;
luego, un CRIADO;
después, el MARQUÉS.
|
PLÁCIDO.- ¡Ni alma!..., ¡ni
corazón!..., ¡ni siquiera hermosura! ¡Este
pasado sí que no lo redimo como el otro con treinta mil
duros!... ¡Una gota, aunque no sea más que una gota de
rocío! (Toca un timbre, y aparece un
CRIADO.)
Cuando vengan don Javier y la señorita Blanca, que pasen por
aquí. Usted mismo les hace entrar.
|
CRIADO.- Sí, señor.
(Sale.)
|
PLÁCIDO.- ¡Cuánto tarda el
marqués! ¡Fuego lento!, ¡esto es fuego lento!...
Al fin...
|
MARQUÉS.- ¿Me llamabas,
Plácido?
|
PLÁCIDO.- Sí, le llamaba a
usted.
|
MARQUÉS.- ¿Para hablarme de la
combinación ministerial? ¿Es cosa hecha?
|
PLÁCIDO.- Creo que sí.
|
MARQUÉS.- ¡Gracias a Dios!
¡Creí que no ibas a llegar nunca! Y es que no tienes
práctica; que te falta tacto.
|
PLÁCIDO.- Por eso consulto siempre con
usted.
|
MARQUÉS.- Pero no sigues mis consejos.
Eres terco..., y a veces «torpe». Cuando se entra en
una familia como la mía, hay que demostrar
«¡cualidades superiores!».
|
PLÁCIDO.-
(Irritado.) No decía usted eso
cuando le salvé la vida.
|
MARQUÉS.- Yo hubiera hecho tanto como
tú; «¡más!». Porque yo no me separo
del terreno sin ver sangre. O «mía» o
«ajena».
|
PLÁCIDO.- ¡No todos podemos ser
héroes como usted! Pero estamos perdiendo el tiempo. Vamos
al asunto. Necesito que me dé usted, en el acto, ahora
mismo, treinta mil duros.
|
MARQUÉS.- (Retrocediendo
espantado.) ¿Qué?... ¿Que
necesitas...? ¿Te has vuelto loco?... ¿Y para
qué quieres ese dinero?... ¡Pero, desdichado, si me
pides un capital!
|
PLÁCIDO.-
(Brutalmente.) Cuando se lo pido a
usted es que lo necesito y que no lo tengo por el momento.
Entiéndalo usted: es un préstamo. Se lo
devolveré dentro de un par de meses.
|
MARQUÉS.- Pero ¿no los tienes?
¿No tienes treinta mil duros? ¿Pues qué haces
de las rentas de mi hija?
|
PLÁCIDO.- Ella las gasta en lujo. Ya lo
sabe usted.
|
MARQUÉS.- ¡Ella necesita sostener
el lustre de mi casa! ¡Poco a poco! ¡Nada de
recriminaciones, señor mío!
|
PLÁCIDO.- En otra ocasión
hablaremos de todo eso... y de «otras cosas» Pero no
puedo perder el tiempo y necesito lo que he dicho.
|
MARQUÉS.- Yo no pienso
dártelo.
|
PLÁCIDO.-
(Amenazador.) ¿No?
|
MARQUÉS.- ¿Amenazas?
|
PLÁCIDO.- ¡Ese es el nombre!
|
MARQUÉS.- ¡A mí! ¿A
tu padre político? ¿Al marqués de Retamosa del
Valle?
|
PLÁCIDO.- ¡A usted! ¡A mi
padre político! ¡Y al marqués! ¡Y
Retamosa! ¡Y al Valle! ¡Y al mismo diablo que nos lleve
a todos! (Furioso.)
|
MARQUÉS.-
(Asustado.) ¡Plácido!
|
PLÁCIDO.- Oiga usted y atienda una vez en
su vida. Estoy en la combinación ministerial, cosa que le
agrada a usted más que a mí. Y a Josefina, más
que a nadie. Pero se está preparando un folleto infame. Si
se publica, me hunden. Y al marqués de Retamosa conmigo. Y a
Josefina con los dos. Por esa cantidad no se publica y me entregan
todas las pruebas y documentos que pueden perjudicarnos. Ahora
resuelva usted.
|
MARQUÉS.- ¡Me aturdes! ¡Me
confundes! ¡A mí me va a dar algo!
|
PLÁCIDO.- Pues antes que le dé a
usted, que a Dios gracias no le dará, déme usted los
treinta mil.
|
MARQUÉS.- ¿Y qué cuenta ese
folleto?
|
PLÁCIDO.- Es largo de contar. Ya lo
sabrá usted luego.
|
MARQUÉS.- Pero de mí,
¿qué pueden decir?
|
PLÁCIDO.- ¿Qué podía
decir aquel artículo que estuvo a punto de costarme la vida?
Pues mucho más dice.
|
MARQUÉS.- ¿Y de Josefina?
|
PLÁCIDO.- (Con ira
reconcentrada.) De Josefina... no hablemos hoy.
Mañana hablaremos.
|
MARQUÉS.- ¿De modo que tú
crees...?
|
PLÁCIDO.- No creo; sé que, si
ahora mismo ¡no me presta usted esa cantidad, mañana
todos nosotros seremos el ludibrio de Madrid.
|
MARQUÉS.- (Vacilando, pero
casi vencido.) Entonces..., ¿qué
remedio?
|
PLÁCIDO.- El que digo, y pronto.
|
MARQUÉS.- Me parece que dijiste que era
un préstamo.
|
PLÁCIDO.- Nada más.
|
MARQUÉS.- Está bien. Allá
voy. (Volviéndose.) Pero caro
nos cuestas, querido Plácido.
|
PLÁCIDO.- (Yendo hacia
él, colérico.)
¡Marqués!...
|
MARQUÉS.- ¿Qué?
|
PLÁCIDO.- Nada, vaya usted. Debía
estar acostumbrado, porque lo mismo me ha dicho Josefina. Vaya
usted, vaya usted.
|
MARQUÉS.-
(Saliendo.) ¡Treinta mil!...
¡Es una cifra aterradora!... ¡Preferiría batirme
otra vez!... ¡Ah!..., no; es verdad; la primera se
«batió» él.
(Vase.)
|
Escena
XVI
|
|
BLANCA y
PLÁCIDO.
|
BLANCA.- ¿Vamos?
|
PLÁCIDO.- ¿Para qué tan
pronto?
|
BLANCA.- ¿Para qué más
tarde?
|
PLÁCIDO.- Para decirte no sé
qué.
|
BLANCA.-
(Nerviosa.) Entonces
|
PLÁCIDO.- Estuve una vez hace tiempo en
tu casa.
|
BLANCA.- Lo sé.
|
PLÁCIDO.- No estabas.
|
BLANCA.- Sí estaba.
|
PLÁCIDO.- Pues no quisiste salir.
|
BLANCA.- Es verdad; ¿para qué?
|
PLÁCIDO.- Es verdad; para nada.
|
BLANCA.- ¿Vamos allá?
|
PLÁCIDO.- Todavía no. El
único instante de felicidad pura que tengo hace seis
años, no me lo regatees.
|
BLANCA.- ¿No eres feliz?
|
PLÁCIDO.- No; te prometí decirte
la verdad. Pues bien: no soy feliz.
|
BLANCA.- Sin embargo, has subido mucho.
|
PLÁCIDO.- He subido y subiré
más. Pero no basta. ¡Mortal hastío!
¡Repugnancia infinita! Eso siento.
|
BLANCA.- ¡Qué pena!
|
PLÁCIDO.- ¡Blanca!
|
BLANCA.- ¿Qué?
|
PLÁCIDO.- Has dicho
«¡qué pena!».
|
BLANCA.- ¡«Qué pena»
que no seas feliz, Plácido!
|
PLÁCIDO.- ¿De modo que no me
desprecias?
|
BLANCA.- Si fueras feliz, te
despreciaría; siendo desdichado, no.
|
PLÁCIDO.- Y tú, ¿eres
feliz?
|
BLANCA.- En lo posible lo soy. Mi hermano se ha
ganado un buen nombre, una posición digna y el respeto de
todos. ¿Qué más puedo pedir?
|
PLÁCIDO.- ¿Pero tú?
|
BLANCA.- No me quejo de mi suerte.
|
PLÁCIDO.- ¡Yo, sí!
|
BLANCA.- Porque eres insaciable.
|
PLÁCIDO.- ¿Cómo ha de
saciarse quien nunca bebió agua pura?
|
BLANCA.- Llévame a saludar a Josefina.
(Suenan dos golpes en la puerta pequeña por
donde salió BASILIO.)
|
PLÁCIDO.- ¿Oyes?
|
BLANCA.- Han llamado.
|
PLÁCIDO.- ¿Adivinas
quién?
|
BLANCA.- (Nerviosa, queriendo
irse.) ¡Cómo he de adivinarlo!
|
PLÁCIDO.- ¡Un miserable! Ha escrito
un folleto que me deshonra.
|
BLANCA.- Me lo ha dicho Javier.
(Sigue caminando.) Vamos, por
favor.
|
PLÁCIDO.-
(Siguiéndola.) Y yo voy a
comprarle el folleto para que no lo publique.
|
BLANCA.- ¡Calla..., calla, por Dios!
|
PLÁCIDO.- Y viene por el precio.
¡Compadéceme, compadéceme!
|
BLANCA.- Quiero irme...
|
PLÁCIDO.- Te
acompañaré.
|
BLANCA.-
(Rechazándole.) ¡No te
necesito! (Sale.)
|
Escena
XVIII
|
|
PLÁCIDO,
BASILIO, BLANCA; después, JOSEFINA, el MARQUÉS y JAVIER.
|
BLANCA.- (Entra de pronto, en el
momento preciso en que PLÁCIDO está a los pies
de BASILIO, y se detiene
de golpe.) ¡Ah! ¡Siempre
arrastrándose! (Con dolor, repugnancia y
desprecio. Al oír la voz de BLANCA se levanta y hay una
pequeña pausa. Después se acerca a ella y habla en
voz baja.)
|
PLÁCIDO.- ¿Por qué
vuelves?
|
BLANCA.- Iba a buscar a Josefina, la vi de lejos
y sin poder contenerme retrocedí.
|
PLÁCIDO.- (Con
ironía triste.) ¿Y diste conmigo? No
ganas en el cambio.
|
BLANCA.- Vienen todos..., echa a ese hombre.
|
PLÁCIDO.-
(Acercándose a BASILIO, en voz baja.)
Salga usted.
|
BASILIO.- ¡Señor vizconde!
|
PLÁCIDO.- Pero que no te encuentre en mi
camino porque te estrangularé pensando que me estrangulo a
mí mismo. Vete, que se me van las manos, no sé si a
tu cuello o al mío. ¡Vete! (Al salir
BASILIO entra JOSEFINA muy aprisa; detrás de
ella, el MARQUÉS
con JAVIER.)
|
JOSEFINA.- (Corriendo hacia
BLANCA y
abrazándola con mucho cariño
aparente.) ¡Blanca!... ¡Querida
Blanca!... ¡Cuánto me alegro de verte!
|
BLANCA.- (Procurando dominar su
repugnancia.) ¡Querida Josefina!...
|
JOSEFINA.- Me dijeron que estabas... y en
seguida vine a buscarte. ¡Cuánto tiempo sin vernos!
¡Qué olvidadiza! ¡Qué ingrata!
|
BLANCA.- Vámonos, Javier. Josefina
tendrá que atender a sus amigos.
|
JOSEFINA.- Se marcharon ya todos.
|
BLANCA.- Razón de más; hay que
respetar la intimidad de la familia. Adiós, señor
marqués. Adiós, Josefina... Adiós,
Plácido. (Todos se van despidiendo y se
dirigen al fondo. PLÁCIDO queda en primer
término en pie y sombrío. BLANCA vuelve a
buscarle.) Aquel retrato de tu madre, que
creías perdido, Javier lo pudo adquirir de uno de
allá. Te lo mandaré.
|
PLÁCIDO.- No..., que se quede en tu
casa... ¡Allí tendrá un altar!...
¡Aquí, entre Josefina y el marqués y yo!...
¡Calla!..., ¡calla!..., ¡qué
profanación!
|
BLANCA.- Como quieras; te lo
guardaré.
|
PLÁCIDO.- ¿Me das la mano?
|
BLANCA.- (Dudando un
momento.) Sí... Adiós...
|
PLÁCIDO.- ¡Adiós!... No
dices, ¡qué pena!
|
BLANCA.- Sí..., ¡qué
pena!..., ¡muy grande!
|