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Algunas notas sobre la "Cruz de Ferro" de Foncebadón (León).

LOPEZ DE LOS MOZOS, José Ramón

Entre las manifestaciones populares más llamativas del mundo de la religiosidad, se encuentra la llamada "Cruz de Ferro" (1).

"Se alza ésta a un kilómetro del pueblo de Foncebadón, en la cumbre del puerto del propio nombre, dando vista a las dos vertientes, la de Maragatería, que aquí termina, y la del Bierzo, que aquí comienza.

Famosísima era -y lo es- la "Cruz de Ferro", donde los peregrinos que iban a Compostela dejaban una piedra -que traían desde el lugar de origen- al dar vista a la Galicia de entonces, sobre el montón inmenso de guijarros que miles y miles sirven de peana a la cruz y nos habla ,de la profusión numérica de la romería.

Está formado este originalísimo monumento por el montón de cantos rodados de que hablamos, y de ellos emergiendo un asta de madera de cinco metros de altura se corona con una pequeña cruz de hierro que los vecinos de Foncebadón habían de mantener siempre en pie -como compensación a algunos privilegios- y que hoy aun sin ellos, sostienen y cuidan con verdadero amor (...)

Este montón de piedras fue en su origen -señala la "Guía de la Diócesis de Astorga" (2) uno de los llamados Montes de Mercurio de naturaleza celta, con los que los caminantes señalaban, mediante montoncitos de piedra, lugares estratégicos de los caminos y que luego se cristianizaron con cruces, "siendo el más famoso este de Foncebadón", incorporado luego a las peregrinaciones jacobeas y crecido desmesuradamente al dejar cada peregrino la piedra que para ello traía en su escarcela" (3).

Hasta aquí unas notas sencillas que sirven para definir y describir la "Cruz de Ferro". Sin embargo, en el texto anterior, podemos darnos cuenta de la existencia de algunos elementos importantes a la hora de pensar en los orígenes más o menos remotos y simbólicos de dicha cruz.

Son los siguientes:

1º. El hecho de que la "Cruz de Ferro" se encuentre enclavada en la cumbre de una montaña. Un puerto.

2º. El que todo peregrino dejase una piedra y, además, el que dicha piedra llegase allí desde su lugar de origen.

3º. Según la "Guía de la Diócesis de Astorga" (A. Quintana Prieto), esta costumbre de ofrecer una piedra tiene unos orígenes religiosos que se remontan -piensa- a la época céltica. Montes de Mercurio.

4º. Que por el motivo precedente se localizaban -señalaban- lugares estratégicos en los caminos (encrucijadas, puentes, etc.) de acusado signo religioso.

5º. Que dichos lugares estratégicos -religiosos- fueron cristianizados posteriormente.

En este breve y sencillo esquema podemos basarnos para explicar los orígenes de la "Cruz de Ferro" de Foncebadón, sin olvidar el hecho de que nos encontramos cara a una manifestación -que ha llegado a la actualidad- a través de su uso constante por generaciones de peregrinos, desde la más remota antigüedad.

6º. A ello hay que unir, además de la situación en lo alto de una cumbre en lugar estratégico, el que dicha "Cruz", aparte de su significación religiosa, entraña otra basada en la división de espacios territoriales. Sirve de separación -frontera, hito, mojón, "muga" en otros lugares del norte de la Península- entre la demarcación de la Maragatería (hasta Astorga) por una parte y la región berciana, por otra.

Sin embargo, parece que todos estos puntos se refieren a la escueta materialidad de la cruz en sí, o de alguna otra forma, a un conjunto de ideas que podemos aplicar al mundo de lo simbólico, de lo inmaterial, del espíritu, etc., cuando en realidad van totalmente unidos, amalgamados en una expresión fundamentalmente mistérica -y por tal motivo, religiosa- cuya realidad es directamente comprensible por el peregrino -el pueblo, cualquiera que sea su condición- y representa, a la vez, la cristianización del hecho a través del signo de la Cruz.

Pero veamos, con algunas ayudas bibliográficas, cuál puede ser, o es, el sentido primitivo, antiguo, de estas manifestaciones religiosas.

Ordenemos para ello, previamente, los aspectos anteriores:

a) La "Cruz de Ferro"tiene una localización estratégica (4º).

b) Posiblemente debida a orígenes religiosos (3º).

c) O como separación y/o ,división de espacios territoriales (6º).

d) En lo alto de un monte (en este caso concreto) (1º).

e) A este aspecto primitivo sigue otro de cristianización (5º).

f) Y los cristianos -los peregrinos que son su representación- dejan una piedra llevada desde su lugar de origen.

Podríamos añadir un apartado más:

g) Sigue realizándose en la actualidad.

Todo esto no es más que la expresión humana de un miedo hacia lo desconocido, hacia los dioses manes -el espíritu de los difuntos- que de forma nada casual pueblan los caminos, especialmente las encrucijadas y las alturas, allí donde puedan reclamar otros espíritus -almas-, según el sentido de las palabras de Macrobio (4) "Las cabezas se salvan con cabezas".

Constantino Cabal (5) nos habla de la siguiente manera, explicando los orígenes de este hecho: "El alma reclamada por los manes era tan alma en el hombre como en el corderillo y en la piedra. El espíritu era uno donde quiera que estuviese, y el mismo en todas las cosas bajo una forma distinta. Si el muerto lo reclamaba, o para remediar su soledad o para calmar su hambre, ¿a qué darle el espíritu de un hombre, si con sacrificar un animal se le daba un espíritu también, de naturaleza idéntica?"

Es decir, encontramos en esta breve explicación, algo importante para nuestro estudio: que según un sistema animista el "alma" de una piedra -en algunos pueblos trae mala suerte dar patadas alas piedras- puede servir de sustituta a cambio de otra humana. Por lo tanto, encontramos -quizá- la solución al porqué los cristianos, peregrinos, depositaban y aún depositan piedras a los pies de la Cruz de Ferro.

Se trata, pues, de un sustitutivo de los primeros sacrificios humanos y, más todavía, del miedo que el propio ser humano tenía hacia ellos, pensando que en alguna ocasión tal vez fuese él la víctima propiciatoria, el ser ofrecido.

Vemos así que la piedra es la ofrenda.

(En realidad, pensamos, se trata de un sistema económico, ya que no es necesario perder hombres en sacrificio a los dioses, cuando se precisan para la guerra, el cultivo de las tierras o el pastoreo, y pueden "sacrificarse espíritus", "almas" de animales y piedras. Y si seguimos más adelante, también según esquemas basados en la economía, veremos que los animales tampoco deben ser sacrificados, máxime en períodos bélicos, cuando se cuenta con la existencia de piedras, que producen los mismos efectos.)

Pero el miedo al "dios", a lo desconocido, a lo que piensa el hombre que es lo divino, siempre ha existido y, por si acaso, ha ofrecido su sacrificio a lo largo de los tiempos, desde la más remota antigüedad pre-romana, hasta los tiempos actuales, atravesando como vemos en el caso de la "Cruz de Ferro" la Edad Media de las peregrinaciones a Compostela.

Cristianismo -a través de la Cruz- y mal llamado "paganismo", se dan la mano en este monumento importantísimo de interpretar, de analizar su función, desde el punto de vista de la Etnografía y como base para posteriores estudios, más profundos, de Antropología Cultural. Un "Monte de Mercurio" sirve de base a una significación actual y cristiana.

Pero fuera disquisiciones, siguiendo a Cabal, diremos que "A Mercurio, en los caminos y a modo de sacrificio, se le amontonaban piedras, que eran refugio de los manes" (6).

Y es que el origen de estos túmulos de piedras está junto a los caminos, cubriendo el cuerpo de los cadáveres: "Pero todos los muertos -seguimos a Cabal-, bajo el túmulo, reclamaban otros muertos, y se les ofrendaban sacrificios, aun en los tiempos históricos. En cada piedra del túmulo había además un espíritu, y añadir a estas piedras otras piedras, era añadir otro espíritu y responder a las ansias de cuantas vigilaban el sendero. Así, cada transeúnte, para evitar que los muertos le arrebatasen el suyo con alguna enfermedad, colocaba en el túmulo una piedra y aumentaba de este modo la muchedumbre de almas que había en él" (7).

Por lo tanto y sacando consecuencias de cuanto se ha manifestado, nos daremos cuenta de que en el túmulo coinciden varios elementos recogidos al comienzo de este texto: "(...) Era el límite de la finca: señalaba el camino al transeúnte; se formaba entre el cielo y el infierno; amontonaba las almas; protegía y engendraba todo lo que era vida en la heredad; (...)" (8).

¿No era, acaso, de esta manera la configuración de la "Cruz de Ferro" de Foncebadón, según se ha visto?

Sí, pero todavía hay que explicar más detenidamente algunos motivos. El que más nos preocupa es el que consiste en que los peregrinos -que tienen una creencia religiosa- depositen un guijarro, llevado de lejanas tierras, a los pies de la cruz.

¿No nos encontraremos en este caso con la representación de un acto consistente en arrojar fuera de sí todo aquello que no es puro, el pecado o el miedo a lo desconocido, divino o religioso? ¿No se trata de sacar lo peor propio o de nuestros allegados a través de un sistema psicológico, de una especie de magia simpatética, y dejarlo a los pies de la cruz?

Se unen en este instante aspectos relativos a lo que no es tangible, al mundo de ultratumba, al que se pretende dar sentido, pero sentido -como se verá- acondicionado ala cristianización.

Para tratar de buscar un paralelismo lo suficientemente explicativo y a la vez compilador del tema de los dioses manes -los espíritus de los muertos-, basaremos nuestra idea en algunas manifiestaciones etnográficas especialmente influenciadas por el mundo celta (Galicia, Asturias, Santander, etc.) con el fin de que nos sirvan como complemento a la explicación que de la llamada "Cruz de Ferro" de Foncebadón (León), se ha dado.

Nos debemos encontrar, por tanto, con la "Santa Compaña", "Güestia" o "Estantigua" (Hueste antigua), como hechos relacionados con las almas de/y en los caminos, encrucijadas, puentes y otros lugares de tránsito, y que forman en conjunto un sistema de equilibrio entre la "superstición" y la "realidad", entendiendo como "superstición" aquello que sobreestá", es decir, aplicado religiosamente, la adoración o creencia hacia lo que no es adoración o creencia general -extraña a la mayoría-, y, teóricamente, según algunos manuales y diccionarios al uso, contrario a la razón (realidad}. Aberglaube o miedo a lo desconocido y misterioso.

Precisamente, refiere el profesor Rof CarbaIlo, citando un Almanaque de Galicia, editado en Lugo en 1866 por Soto Freire y cuyo autor fue Claudio Cuveiro, algunos "cuentos" junto a la lumbre:

"Hay una hora en la noche, la más triste y fatídica; en ella los espíritus, fantasmas y visiones dejan sus ocultas moradas y vienen a este mundo a expiar sus culpas, bañando de terror las mentes de los sencillos labradores. Esta hora está entre nueve y diez. De aquí el adagio gallego que tan bien observan los hijos del país:

Entre las nueve y las diez
deja la noche para quien es.

Y, en efecto, poco después de las nueve, empiezan a distinguirse en lontananza multitud de luces que, pausada y majestuosamente, caminan sin rumbo ni dirección fija.

Apenas estas luces se divisan en la aldea, cuando un pánico terror se apodera de todos los vecinos; ciérranse las ventanas, atráncanse las puertas, cada uno se encomienda al santo de su mayor devoción y entre la consternación y espanto general escúchanse las voces de: ¡a compaña! ¡a compaña!" (9).

"Almas en pena" procedentes de cultos antiguos, luego cristianizados, que van en procesión y que tratan de incorporar a la misma a quienes encuentran a su paso.

Nuevamente observamos otro detalle de interés: la "Santa Compaña", es una muchedumbre de "almas en pena" que caminan procesionalmente bajo las sombras de la noche. Es decir, aprovechan la oscuridad nocturnal para actuar. El hombre que debe salir obligatoriamente por la noche, tiene miedo: primeramente, a la oscuridad y en segundo lugar, a los seres que la pueblan, aunque sean imaginarios. Algo semejante ocurre con la "Cruz de Ferro" de Foncebadón, a la que el caminante ofrece una piedra -un "alma"- más al conjunto de las ya existentes, una muchedumbre de piedras "almas" que en cualquier momento, especialmente por la noche, pueden cobrar vida y tornarse peligrosas, provocando enfermedades, pérdidas económicas, destrucción de cosechas, extravíos, desgracias en general y hasta la misma muerte.

Es, en resumidas cuentas, una liberación del subconsciente ante el hecho de la muerte y, por lo tanto, un retorno al vientre de la Tierra Madre, la Gran Madre, que lo mismo que hace nacer a la Humanidad, la devora al final. Se trata, una vez más, de un antiguo culto ctónico, ,de un posible rito de un culto matriarcal, dominado más tarde por el signo de la cruz, por encima de las piedras del montón, como mediadora entre la tierra (infierno) y el cielo de los cristianos. Una especie de "axis mundi" que sirve de regenerador de la Humanidad.

(1) LUENGO, L. A.: Los Maragatos. Su origen, su estirpe, sus modos. Ed. Nebrija. León, 1980, págs. 130 y ss.

VALIÑA, E.: Caminos a Compostela. Guía. Vigo, 1971, págs. 66-67; "(...) A pocos metros, en una bifurcación, seguimos a la izquierda, sobre el poblado, topando pronto con la legendaria "Cruz de Ferro" que corona esta elevada montaña de Foncebadón, "monte Irago".
La "Cruz de Ferro" subsiste hoy con la misma endeble constructura que antaño. Un palo de unos 5 m., con una Cruz de hierro en la cima y por pedestal un montón de piedras, que, peregrinos y viandantes, iban depositando, costumbre que luego siguieron los gallegos a su paso hacia Castilla, a las siegas. Reminiscencia pagana. Rito que también seguimos los peregrinos de hoy.
La altitud de este paraje es de unos 1.500 m.".

VARIOS: El Camino de Santiago. Confederación Española de Cajas de Ahorros. Barcelona 1971. Pueden verse las dos siguientes fotografías en color: "156. La Cruz de Ferro. Muy cerca de Foncebadón, en lo alto del puerto, se alza la Cruz de Ferro. Las piedras que los peregrinos depositaban a sus pies sirven de base al tronco de un árbol de fuste en cuyo final el hierro le da austera forma." (Pág. 192). "157. Detalle de la Cruz de Ferro. Allí está la Cruz, en medio de las cimas montañosas en el centro de un desierto calmado de tristeza y en donde el tomillo, la salvia y el espliego dan su olor". (Pág. 193).

(2) LUENGO, L. A. : Op. Cit. nota 19 en pág. 133.

(3) LUENGO, L. A.: Op. Cit. nota 20 en pág. 133.

(4) MACROBIO.: Saturn. I, VII.

(5) CABAL, C.: Mitología Ibérica, en Folklore y Costumbres de España. Tomo I. Ed. Alberto Martín, Barcelona, 1934. Págs. 182 y ss.

(6) CABAL, C. : Op. Cit., pág. 184.

(7) CABAl, C.: Op. Cit., pág. 185.

(8) CABAL, C.: Op. Cit., pág. 186.

(9) NOVOA SANTOS, R. y ROF CARBALLO, X.: A Santa Compaña. Ed. Akal. Col. Arealonguiño. Madrid, 1975: Págs. 23 y ss.