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Alocución del Profesor Dr. Antonio Tovar

Antonio Tovar


Presidente del patronato



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  • Sr. Presidente de la Fundación Juan March,
  • Sehr verehrter Herr Toepfer,
  • Herr Vizepräsident der Eberhard-Karls-Universität Tübingen,
  • Sr. Embajador,
  • Sr. Alcalde de Villena,

Una vez más me corresponde el honor de participar en la ceremonia de entrega del Premio Montaigne, que todos los años la Fundación F.V.S. de Hamburgo, a través de un curatorio o patronato domiciliado en la Universidad de Tübingen, concede a una personalidad de los países europeos de lenguas y culturas latinas.

Los medios de comunicación han difundido ya cómo esta Fundación F.V. S., generosamente dirigida y patrocinada por el Sr. Dr. h. c. Alfred Toepfer, comerciante orgullosamente arraigado en la gran ciudad hanseática de Hamburgo, concede premios diversos, destinados lo mismo a la creación artística que a la labor política europea ejemplar, así como a los méritos alcanzados en las más variadas actividades de creación literaria o científica, o en el cuidado de monumentos históricos en distintos países.

El Premio Montaigne, que se concede sin interrupción desde 1968, y que ha ido rotando de Francia a Italia, de la Bélgica walona a la Suiza románica, de España a Portugal, recae para 1982 por tercera vez en un español. Fue distinguido primero el gran poeta catalán Salvador Espriu, luego lo fue el médico, historiador y filósofo Pedro Laín Entralgo, y hoy lo es José María Soler García.

No debo adelantarme a mi colega Gratiniano Nieto, que como arqueólogo que es, hará el elogio de Soler en el aspecto más fundamental y afortunado de su personalidad. Quiero brevemente recordar los tiempos ya lejanos en que José María Soler, con su abierta e infinita curiosidad, con su biblioteca y su piano, con su simpatía y humanidad, fue para mí casi un maestro -y digo casi para señalar que me lleva pocos años, y que su magisterio fue ejercido cediendo en su superioridad y aceptando el nivel de quien se iba trabajosamente iniciando en los estudios.

Dejadme que recuerde su ciudad natal, Villena, tal como la vi una soleada mañana de fin de verano, hace muchos años, una vida entera, cuando llegué allí. Al pie de su montaña, la Sierra de la Villa, de moderada altura, en cuya falda se alza el gran castillo almohade, y en lo alto el más viejo y pequeño de Salvatierra, cuyos restos cerámicos árabes y su significación ha explicado como nadie José María Soler, se alza la ciudad, tan vital como llena de recuerdos históricos.

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Allí iban a transcurrir los años finales de mi infancia y los primeros de mi juventud. Un pueblo provinciano que parecía como muchos otros, pero que fue estimulante para mí. No por las instituciones de enseñanza, inexistentes o casi, como era corriente en la España de entonces, sino por algunas bibliotecas que me es grato recordar (la del Casino villenense, las de las dos parroquias, que habían heredado los libros de un canónigo humanista, la de nuestro premiado).

Porque en José María Soler el Premio Montaigne distingue una espontánea pero inextinguible vocación de cultura. Aislado en su ciudad natal, sin un ambiente que le estimulara o moviera directamente, él comienza la exploración de cuevas, refugios, barrancos, y luego la excavación sistemática y desinteresada: no para hacer una colección, sino para investigar el pasado. Y a la vez buscaba en los archivos, y luego continúa sus investigaciones en los grandes depósitos nacionales: el Archivo Histórico Nacional o Simancas.

Realmente es que por Villena pasaron, y fueron señores de ella, o aspiraron al señorío de aquella comarca rica y de gran valor estratégico, grandes personajes de nuestra historia, como el Infante don Juan Manuel o el legendario Marqués, el brujo don Enrique de Villena. De ellos os puede hablar José María Soler como si los hubiera conocido. La ciudad fronteriza, clave de Castilla y de Aragón, tuvo en la baja Edad Media una importancia capital, como la había tenido en la Edad de Bronce, y como la tuvo también bajo el dominio musulmán. Y Soler ha buscado en las cerámicas y en los restos metálicos, a veces tan fastuosamente ricos como el Tesoro, y en las ruinas de los castillos moros, y en los archivos y también en las detalladas relaciones de pueblos que mandó hacer Felipe II.

Y así ha levantado un monumento a su ciudad natal, y al hacerlo ha reconstruido momentos muy importantes de la Historia de España, y de su Prehistoria. Y lo ha hecho con un espíritu que quizá se refleja mejor que todo en las voces que él también ha estudiado y resucitado de un músico que nació en Villena allá por los mediados del siglo XVI.

Demos las gracias a la Fundación Juan March, que no sólo nos acoge aquí en su sede, sino que ha organizado el concierto que vamos a oír con la música, antes olvidada y ahora resucitada por Soler, de Ambrosio Cotes. Y damos las gracias a las autoridades de Villena, que han querido incorporarse en Madrid a la celebración de esta distinción de resonancia europea para José María Soler.





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