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Amberes y el mundo hispano del libro

Jaime Moll


Universidad Complutense de Madrid



No es necesario destacar la importancia que el libro presenta para la difusión de una cultura, es más, la necesidad que ésta tiene del libro para su difusión, tanto en el ámbito donde se produjo como fuera de él. La eclosión de la cultura española en los siglos XVI y XVII lleva aparejada una amplia expansión europea que se ofrece -considerando el aspecto lingüístico- en triple posibilidad: en latín, lengua sabia internacional de la época, en castellano y en versiones de sus obras a las distintas lenguas europeas. Triple aspecto que condiciona su producción editorial1. Las versiones de obras en castellano a otras lenguas nunca se imprimen en España. Los textos en latín, cuando alcanzan una dimensión europea, son apetecidos por los grandes centros editoriales extrapeninsulares. Las obras castellanas son primordialmente editadas en España, sin que falten primeras ediciones y principalmente reediciones hechas en otros países europeos, de manera esporádica o con una continuidad perseverante. Vamos a analizar un caso de continuidad y volumen de edición considerable, el caso de Amberes en el siglo XVI.

Situada Amberes en un punto confluyente de las rutas comerciales, la voluntad de sus hombres supo convertirla en el siglo XVI en un centro internacional de comercio, atrayendo mercaderes de los principales países y substituyendo en la primacía a la ciudad de Brujas. El auge de Amberes se mantuvo continuado hasta el segundo tercio del siglo XVI y pudo irse sobreponiéndose a las distintas alteraciones que se produjeron desde 1566, con la Furia iconoclasta, y que fueron intermitentemente afectándola hasta su rendición, en 1585, a Alejandro Farnesio. Reestablecida la paz, a pesar de la recuperación que se operó desde 1588, Amberes no pudo alcanzar el esplendor de los tiempos pasados y, limitándonos al libro, fue, ya en el siglo XVII, paulatinamente cediendo su primacía a Bruselas2.

Si en el siglo XV los principales centros impresores de Flandes son Lovaina y Deventer, cuando a principios del siglo XVI Amberes fue creciendo para devenir el gran centro comercial del occidente europeo, supo también desarrollar una importante industria del libro, que además de atender las necesidades del país, fomentó la edición de obras para la exportación. Su producción supera en mucho la de las restantes ciudades de los Países Bajos, tanto meridionales como septentrionales. Si su perspectiva exportadora ya podía incluir obras en castellano -pensemos en la producción de otro centro exportador de ediciones, Lyon- la pertenencia de los Países Bajos al conjunto de reinos de Carlos V y Felipe II favoreció la producción de ediciones castellanas en sus imprentas. Creo que se puede afirmar que Amberes es la ciudad fuera de España en la que se editó un mayor número de obras en castellano en el siglo XVI.

Pasemos a analizar algunos aspectos de esta considerable e importante producción. Y es este el momento de rendir homenaje a un bibliógrafo y bibliófilo ilustre, que dedicó su vida a la búsqueda y descripción de la producción castellana de las imprentas de los Países Bajos meridionales, además de reunir una buena colección de estas obras, desgraciadamente dispersada a su muerte. Como de todos es sabido, se trata de Jean Peeters-Fontainas, que con los dos volúmenes de su Bibliographie des impressions espagnoles des Pays-Bas Méridionaux, nos ha facilitado el conocimiento de las obras castellanas salidas de las prensas antuerpenses3. Ante todo, hay que precisar los límites que nos hemos fijado. No consideramos en nuestro análisis las múltiples ediciones de diccionarios plurilingües en los que se incluye el castellano, las cartillas y otras publicaciones escolares, libros de horas ni los textos legales.

Si ordenamos cronológicamente las obras descritas por Peeters-Fontainas, de las que hay datos fiables, o sea ejemplares conocidos4, la primera obra castellana publicada en Amberes es el Libro áureo de Marco Aurelio, de Antonio de Guevara, impreso por Ioannes Grapheus en 1529, en 4º. Nos encontramos con la tercera edición de esta obra que tantas reediciones tuvo -la atención de los bibliófilos va descubriendo la existencia de nuevas ediciones desconocidas- terminada de imprimir el 10 de enero, antes del año de la primera edición. La edición sevillana de Jacobo Cromberger es de 27 de febrero del año anterior, 1528, mientras que la segunda, de Valencia, sin impresor pero que hemos atribuido a Jorge Costilla5, se terminó el 15 de diciembre de 1528, ambas en folio. Ya encontramos una característica de la edición antuerpense: la reducción del formato de la obra que se reedita. En 1534, fecha de la segunda edición de Amberes, que imprimió el propio Grapheus, su formato se reduce a 8º, pasando en 1545, en la que hizo Juan Steelsio, a 12° prolongado.

Trece ediciones del Marco Aurelio hasta 1594, se completan con las de las Epístolas familiares. Década de Césares, Aviso de privados, Libro de los inventores del arte de navegar. Menosprecio de corte y alabanza de aldea, Oratorio de religiosos y Monte Calvario, todas ellas reeditadas por vez primera en Amberes por Martín Nucio, quien, como veremos, obtuvo privilegio imperial.

Martín Nucio, impresor y editor de Amberes de 1540 a 1558, conocido en su país natal de unos pocos bibliógrafos y bibliófilos, pero famoso entre los estudiosos españoles, como dice Peeters-Fontainas en el trabajo que le dedicó6, marca el auge de la edición castellana en esta ciudad. Antes de la continuidad y volumen que dio a la edición española, seguido por otros impresores y libreros editores, sólo hallamos esporádicamente alguna obra. En 1536, imprime Guillermo Vorsterman el Mancebo, como se autodeno-mina, la versión castellana de las Contemplaciones del idiota, obra de Fernando Díaz de Frías, dedicada a doña Mencía de Mendoza, marquesa de Cénete, casada entonces con Enrique de Nassau, conde de Nassau, y residente en Flandes, donde desarrolló, como en otras ciudades donde residió, una gran actividad cultural. De su secretario Martín Lasso de Oropesa es una traducción de la Historia de Lucano, sin imprenta ni año, según algunos bibliógrafos impresa hacia 1540 en Amberes. La tradujo, sin pensar en su publicación, para Pedro de Guevara, para suplir su desconocimiento del latín, que no había estudiado en su niñez. «Y si después mudé de parecer», nos dice Martín Lasso de Oropesa, «fue por que supe que la marquesa mi señora, en tiempo que su señoría tenía tanto descanso y plazer como ahora cuydado y tristeza, avía holgado de leerle y tenido por no mal empleado el trabajo que en él tomé. Porque el parecer de su señoría vale aquí por muchos, no tanto por ser una gran princesa, quanto por la excellencia que su señoría tiene en la lengua castellana en que se lee esta tradución y en la latina de que yo trasladé». De 1537 es la traducción hecha por Diego Ortega de Burgos de los Comentarios para despertamiento del ánimo en Dios y preparación del ánimo para orar, con otros tratados y oraciones escritos en latín por Juan Luis Vives. De 1539 es la primera edición antuerpense de la Celestina, basada en la publicada en Venecia, en 1534, por Estephano da Sabio, de la que adapta su extenso colofón.

En 1542, Juan Steelsio reedita la versión de Jorge de Bustamante de la Historia de Trogo Pompeyo, abreviada por Justino, publicada en 1540 en Alcalá, y en 1543, a la par que Esteban Mierdmanno imprime la versión que hizo Francisco de Enzinas del Nuevo Testamento, dedicada al emperador, y el citado Steelsio reedita los Evangelios y Epístolas que por todo el año se leen en la yglesia, comentados por Ambrosio Montesino, inicia Martín Nucio su labor editorial hispana.

Nacido en 1515 en Meer, en el norte de la provincia de Amberes -en sus primeros libros aparece con el nombre de Maarten Vermeer, Meranus, en latín, de Mera, en francés- se iniciaría en el arte de la imprenta probablemente en Amberes. Como era habitual entre los oficiales impresores, recorrería varias ciudades europeas para ampliar conocimientos y perfeccionarse en su profesión y, por otra parte, en busca de trabajo en las épocas de escasez del mismo. En el preámbulo de un privilegio imperial de 1544, sin duda tomado del texto de su petición, se nos dice que «en los tiempos passados anduvo ciertos años en nuestros reynos de España y en ellos deprendió la lengua española»7. Son muchos los impresores flamencos y de otros países que en el siglo XVI trabajan en las imprentas españolas, algunos de los cuales llegaron a establecer taller propio. Tal es el caso de su coetáneo Juan Mey, nacido en un pueblo del señorío de Termonde8, y trabajando en Valencia, estableció su taller propio, del que salió en 1543 su primer trabajo, la Apologia que escribió Juan Bautista Anyes, en la que usó, por vez primera en Valencia, la letra cursiva9.

Vuelto Martín Nucio a Amberes, imprime en 1540 su primera obra. Su producción inicial es de obras flamencas y francesas, trabajando para distintos editores, entre ellos Juan Steelsio. Hasta 1543, como hemos dicho, no salió de sus prensas el primer libro en castellano, terminado el 22 de enero. Se trata de la traducción de los siete salmos penitenciales, los quince salmos de canticumgrado y las Lamentaciones de Jeremías, que con una breve exposición hizo, por encargo de la reina de Francia Leonor, su capellán Hernando de Jarava, con privilegio al autor por cuatro años. Es un pequeño libro en 8º, de 104 folios.

Cinco libros imprimió Nucio en 1544: dos obras de Antonio de Guevara, las Epístolas familiares y Una década de Césares, las Obras de Boscán y Garcilaso de la Vega, la versión de Juan Boscán del Cortesano de Baltasar Castiglione y la Silva de varia lección de Pedro Mexía. A una primera edición siguen cinco reediciones, cuatro en 8º y una en 12°. En tres de ellas se especifica la posesión de un privilegio imperial para Flandes, al que ya nos hemos referido anteriormente. Concedido el 8 de julio de 1544, se nos presenta como nuevo impresor, casado desde hacía tres años, cargado de hijos, que conocedor de la lengua española «le pluguiese imprimir ciertos libros de la misma lengua española, de que la mayor parte era imprimida en España con privilegio». Ante la inversión que representa la reedición en Flandes, para evitar que otros impresores de dicho territorio también los reediten, solicita el privilegio, que le es concedido por tres años. Las obras para las que el emperador le concede el privilegio son las siguientes: gramática y diccionario de Antonio de Nebrija, cuyo privilegio cederá a Juan Steelsio; las obras de Antonio de Guevara; la Silva de varia lección, de Pedro Mexía; el Espejo de consolación de tristes, de fray Juan de Dueñas, y el Salterio con glosa y sus paráfrasis, de Hernando de Jarava, que ya había publicado en 1543.

En su programa editorial, que abarca una gran diversidad de materias, alterna las primeras ediciones con las reediciones de obras impresas en España. En unos casos son libros de éxito consolidado, de surtido, pero también hace reediciones inmediatas a la aparición de la obra en España, como es el caso de las citadas Obras de Boscán y Garcilaso, la primera parte del Lazarillo, La crónica del Perú de Pedro Cieza de León, La Historia general de las Indias [...] y la conquista de México, de Francisco López de Gomara.

Muchas de las reediciones de obras de surtido se van repitiendo, lo que nos demuestra su aceptación, que se mantiene, en muchas de ellas, en la segunda mitad del siglo, reeditadas por sus sucesores u otros editores antuerpenses. Entre las obras literarias citaremos la Cuestión de amor y La cárcel de amor, ésta de Diego de San Pedro, La Propaladia de Torres Naharro, los Proverbios del marqués de Santillana con las Coplas de Jorge Manrique y las Coplas de Mingo Revulgo, todas las obras de Juan de Mena, y el Cancionero General, que iniciada su andadura en Valencia, 1511, la finaliza en 1573, reeditado por su hijo Felipe (la penúltima edición, de Martín Nucio, es de 1557). Entre los autores de obras religiosas reeditadas encontramos a San Agustín, fray Luis de Granada, Alonso de Madrid, Savonarola, Martín de Azpilcueta, Serafino de Fermo, Constantino de la Fuente, San Francisco de Borja. Entre las versiones castellanas de autores clásicos, anotemos las de Plauto, Salustio y Josefo. Señalemos también las reediciones de la Historia Imperial y cesárea de Pedro Mexía, Las quatrocientas respuestas de Luis de Escobar y algunas obras de Erasmo, incluyendo El enchiridion o manual del caballero cristiano.

Las primeras ediciones salidas del taller de Martín Nucio, como las que editaron otros libreros o impresores, son en la mayor parte obras de autores residentes en Flandes, sin que falten las encargadas por autores que no visitaron estas tierras. Indicaremos sólo algunas de las que editó Martín Nucio, siguiendo un orden cronológico: Filosofía general, de Juan Jarava (1546), la versión realizada por Jerónimo de Urrea, dedicada al príncipe Felipe, del Orlando furioso de Ariosto (1549), la Suma y erudición de gramática en metro castellano, de Francisco Támara (1550), traductor de La invención y principio de todas las cosas de Polidoro Virgilio (1550), El felicissimo viaje d'el muy alto y muy poderoso principe Don Phelippe, hijo d'el Emperador Don Carlos quinto maximo, desde España a sus tierras de la baxa Alemaña: con la descripcion de todos los estados de Brabante y Flandes, de Juan Cristóbal Calvete de Estrella (1552), la Historia etiópica de Heliodoro (1554), la Historia del descubrimiento y conquista de la India por los portugueses de Hernán López de Castañeda (1554), el Libro de caballería celestial del pie de la rosa fragante, de Jerónimo Sempere (1554), la segunda parte del Lazarillo (1555), la Historia del descubrimiento y conquista del Perú, de Agustín Zarate (1555), la Institución de un rey christiano de Felipe de la Torre (1556), las obras de Francisco de Guzmán, Flor de sentencias de sabios glosadas en verso castellano y Triumphos morales (1557), y los Comentarios sobre el catecismo de Bartolomé Carranza de Miranda (1558), recién nombrado arzobispo de Toledo, después de pasar unos años en Inglaterra y Flandes.

Martín Nucio había estado en España y conocía su lengua. Ello no era suficiente para mantener un programa editorial como el que realizó. Necesitaba colaboradores para preparar y revisar los textos a imprimir, correctores avezados en la lengua. En la variopinta colonia española de Amberes encontraría, sin duda, personas con suficiente cultura y formación para ofrecerles este trabajo. Afortunadamente conocemos a uno de ellos, Juan Martín Cordero, que, gracias a su autobiografía, sabemos de sus actividades de estudiante y estudioso en Flandes, antes de volver a su natal Valencia, donde había nacido en 153110.

Formado en la Universidad de Valencia, decidió con otros compañeros proseguir sus estudios en la Universidad de París, y con ellos inició el viaje el 20 de agosto de 1550. Pasado el primer curso universitario, ante los rumores de guerra entre Francia y España decidió con otros estudiantes seguir sus estudios en la Universidad de Lovaina. Detenido al salir de París, pasó mil peripecias hasta que logró evadirse y finalmente llegar a Lovaina, donde continuó sus estudios, además de aprender la lengua flamenca: «no quise estar con españoles por aprender la lengua flamenca y por no olvidar la francesa, y también porque los estudiantes allá siempre hablan en latín, y por no perder este buen exercicio, siendo amigo de entender la lengua de donde estoy».

Habiendo terminado la traducción, iniciada en París, de los Christiados, de Jerónimo Vida, que dedicó a María Tudor, con motivo de su boda con Felipe II, «víneme a Anvers a imprimirlo y me concerté con el librero y habilité en el negocio y arte de imprimir quanto otro ninguno». Martín Nucio fue su impresor en 1554. Antes de trasladarse a Inglaterra para ofrecer su obra a la reina María, hizo «que Christóval Plantino me encuadernase un libro, porque era de París y muy polido encuadernador de libros». Estamos en el año 1554. Vuelto de Londres, pasó de nuevo a Lovaina donde prosiguió sus estudios. «De allí, por falta de dinero, torneme a Anvers y fui rogado por Martín Nucio que a requesta de unos señores mercaderes traduxesse el Duello de Alciato en castellana lengua y lo hize assí, y lo dediqué a don Hernando de Gonzaga, general del Emperador; después, muy rogado, tomé asiento en casa de Martín Nucio, impresor de libros, para corregir sus impresiones, y traduxe las Flores de Séneca, que imprimió mi amigo Christóval Plantino, y fue el primer libro que él imprimió en Anvers, y estando en casa del Nucio, traduxe nuevamente al Josefo De bello judaico y lo dediqué al Rey nuestro Señor. Y otro libro llamado Declamación de la muerte y otras cosas, en que puse la manera de bien escrevir en castellano». Cordero sigue enumerando las traducciones que realizó en esta etapa de su vida, la mayoría impresas por Nucio. La Declamación de la muerte, de Erasmo, es el tercero de un conjunto de tratadillos encabezados por Las quexasy llanto de Pompeyo sobre la destrución de la República Romana, siendo el último La manera de escrevir en castellano o para corregir los errores generales en que todos casi yerran. En su dedicatoria al secretario del rey Gonzalo Pérez dice Cordero: «Quise también embiar a v.m. lo que a la postre va impresso de la ortographía española, por solo estar corrido de ver una nación, que tanto se haze de nombrar en quanto emprende, curarse tan poco de lo que devía ser primero, es a saber, de la manera de bien escrevir la lengua que propriamente llamamos castellana y casi todos saben. Juez hago d'ello a v.m., a cuyo juizio me someto como devo, y hallará que ay d'ello tanta necessidad quanta es possible. Porque a lo menos, los de naciones estrañas no se puedan burlar con razón, como agora hazen, de lengua que tan bien se habla y tan mal se escrive».

Falta quedaría esta rápida exposición de la actividad editora de Martín Nucio si no señaláramos un libro capital que le debe la literatura española: el Cancionero de romances en que están recopilados la mayor parte de los romances castellanos que fasta agora se an compuesto, precioso libro en 12°, que imprimió hacia 1547-1548. El impresor nos dice en el prólogo: «He querido tomar el trabajo de juntar en este cancionero todos los romances que an venido a mi noticia, pareciéndome que qualquier persona para su recreación y passatiempo holgaría de lo tener, porque la diversidad de historias que ay en él dichas en metros y con mucha brevedad será a todos agradable». Expone las dificultades que tuvo en su recopilación, hecha a base de textos ya publicados -pliegos sueltos- y la recogida de versiones orales, materiales que ordenó. Termina: «Querría que todos se contentassen y llevassen en cuenta mi buena voluntad y diligencia. El que assí no lo hiziere aya paciencia y perdóneme, que yo no pude más».

Es imposible, en Amberes, al tratar del libro no hablar de Plantino11, aunque en nuestra exposición nos limitaremos a su relación con el libro en castellano. No es preciso referir la gran obra que desarrolló ni detallar las vicisitudes por las que tuvo que pasar en años tumultuosos para Amberes, sólo un caso expondremos luego. Tampoco trataremos de sus ediciones de obras latinas de autores españoles, importante contribución a su difusión por Europa. Sólo queremos hacer algunas consideraciones sobre las ediciones en castellano que imprimió.

Ya hemos visto la relación de Juan Martín Cordero con su amigo Cristóbal Plantino, cuando sólo era encuadernador y, poco después, en los inicios de su actividad impresora. Al analizar sus primeras producciones, se tiene la impresión de que va a seguir un camino parecido al de Martín Nucio, con predominio de las ediciones castellanas. Pero enseguida cambia el rumbo y su actividad editorial se encamina a la edición de obras en latín y otras lenguas cultas y adquiere un papel destacado en el ámbito europeo de la edición humanista.

Antes nos hemos referido a las Flores de Séneca, que preparó su amigo Juan Martín Cordero. Precedidas de la vida de Lucio Anneo Séneca y del testimonio sobre el mismo de San Jerónimo, Cordero escoge fragmentos de las Epístolas y de otras obras. En el mismo año 1555 editó el Confesionario, de Francisco de Vitoria, pequeña obra de gran difusión en España, y la Instrucción y dotrina de como todo christiano debe oyr missa y assistir a la celebración y santo sacrificio que en ella se haze, de Bartolomé Carranza. Se trata de un sermón que predicó ante «el rey de Inglaterra y príncipe de España» y que posteriormente escribió a petición del duque de Medinaceli, que encargó la edición a Plantino. De 1556 es la Breve summa llamada sossiego y descanso d'el anima, de Francisco de Fuensalida, cuya primera edición es de Alcalá, 1541, y el Discurso breve sobre la cura y preservación de la pestilencia, del doctor Andrés de Laguna. «Tan gran contagio que de día en día por todos estos estados de Brabante y de Flandres se va estendiendo y ganando fuerças, parecióme ser bien no diferir el socorro contra ella, sino sacar a luz en lengua vulgar un compendio preservativo y curativo de la enfermedad pestífera, con que nuestros cortesanos pudiessen fácilmente huyr de caer en su muy cruel tyranía o librarse haviendo caydo en ella». Del mismo año es la Ode au trespuissant et serenissime prince Philippe II, escrita por Plantino. Había compuesto unos versos a Felipe II y conocidos por algún miembro de la corte del príncipe, se le instó a que los completase e imprimiese. En la Biblioteca del monasterio del Escorial se conserva el ejemplar que le dedicó, encuadernado por el propio autor12. También publicó este mismo año Ad Philippum divi Caroli V. Caesaris filium, regem Angliae, Principem Hispaniae & Inferioris Germaniae Regionum Ducem ac Comitem, &c. Carmen gratulatorium, del poeta antuerpense Cornelio Ghislelio. Y de 1557 es la traducción del ya citado Laguna de Quatro elegantísimas y gravíssimas orationes de Cicerón. Nos dice el doctor Andrés Laguna en su dedicatoria al secretario Francisco de Erasso: «si se leyese más a los clásicos no se leerían tantos Esplandianes, tantos Gayferos ni tantos Amadises de Gaula, con tanto estrago del tiempo y con tanta ruyna y destruyción de claros ingenios, que pudiéndose ocupar en lectiones pías y sagradas o en historias verdaderas y llenas de doctrina y singulares exemplos, se consumen en fictiones, mentiras, burlas y vanidades, de las quales a la fin no saca el lector otra cosa sino dolor y arrepentimiento de haver empleado tan mal sus horas». A partir de esta fecha, la edición de obras en castellano es en Plantino algo esporádico. Señalemos las ediciones de obras gráficas, de las que hace versiones independientes de los textos en distintas lenguas, como es el caso de La muy insigne e muy sumptuosa pompa funebre hecha en las honras y essequias del victoriossimo emperador Carlos Quinto maximo, celebradas de la villa de Brusselas a los XXIX de deziembre M.D.LVIII, por el catholico Don Phelipe rey de Espagna su hijo, de 1559, serie de grabados de Joannes y Lucas van Doetecum, según dibujos de Hieronymus Cock, y el Teatro de la tierra universal, de Abraham Ortelio, de 1588. Esta ampliación del mercado de las obras predominantemente gráficas mediante emisiones con la portada y el texto en distintas lenguas, también es usual en otros editores antuerpenses y de otras ciudades.

De 1572 es la edición de las obras castellanas de fray Luis de Granada, hecha por encargo del duque de Alba, cumplimentando el deseo de su mujer, con una tirada de sólo doscientos cincuenta ejemplares, en 8°, de letra de cuerpo grande, para facilitar la lectura a las personas de vista cansada, como probablemente sería el caso de la duquesa de Alba.

Es curioso que en 1588, un año antes de su muerte, volviese Plantino a la edición de obras en castellano, una primera edición y dos reediciones de obras ya editadas en España. Estas son la Historia eclesiástica del scisma del reyno de Inglatera, del jesuita Pedro de Ribadeneyra, y El sitio y toma de Anveres por el serenissimo Alexandro Farnesse, Duque de Parma y Plasencia, poema en octavas de Miguel Giner. La obra que publicó en primera edición es la Plática spiritualpara el soldado christiano, sacada y traducida de las obras del jesuita Antonio Possevino. Se trata de un libro pequeño, en 16°, de cuarenta hojas.

Como vemos, poca es la contribución de Plantino a la edición antuerpense en castellano. Su actividad editorial e impresora seguía otros caminos.

No hemos hablado de un encargo que recibió Plantino de un historiador vasco, Esteban de Garibay y Zamalloa. Autor de un Compendio historial de las chronicas y universal historia de todos los reynos de España, quiso hacerlo imprimir en Amberes, por lo que, obtenida la autorización del rey, se aprestó a iniciar el viaje a Flandes, después de dictar testamento en su natal Mondragón, de donde partió el 25 de marzo de 1570, con dirección a Bilbao para embarcar hacia Nantes. Por tierra se dirigió a París, que visitó y asistió a la procesión del Corpus, siguiendo camino hasta Flandes. Llegó a Bruselas el 3 de junio, y por la tarde, siguiendo la nueva acequia y ribera del río Escalda, llegó en la madrugada del 4 a Amberes, dando «muchas gracias al Señor, de quien proceden todos los bienes, por cuya misericordia yo y el libro original y los recados del Consejo real de España y los demás papeles y cosas que llevaba para la impresión, llegamos con salud y salvamento, siendo cosa notable que con haber llovido algunos dias en el viaje y haber pasado la mar y muchos ríos y arroyos, no se mojaron, ni aun caballo alguno en que fuesen los dichos papeles jamás cayó en agua ni en tierra, que fue gran favor de Dios [...]», como escribió en su autobiografía13. En Amberes contactó con Arias Montano, que estaba trabajando en la Biblia Regia, y obtenidos los privilegios para los estados de Flandes y el ducado de Brabante, se concertó con Plantino para la impresión. Nos da Garibay detalles del proceso seguido: como los componedores flamencos conocían mejor la letra francesa que la de Garibay, hizo que cuatro escribientes copiasen su original en dicha letra «y así por la letra francesa imprimían y por mi original lo corregían dos corretores para esto diputados, los quales hacían la primera y segunda prueba e yo la tercera, para sola la continuación de las materias, por no haber peor corretor que el autor para todo lo demás, y la quarta ellos, y con esta diligencia se imprimía después». Es una prueba del habitual cuidado que ponía Plantino en sus ediciones. Después de varias vicisitudes, se terminó la impresión en el mes de julio de 1571, como consta en el colofón y también escribió Garibay en su autobiografía. «Acabada de esta manera la impresión y habiendo acabado de pagar a Plantino lo que hasta el último maravedí se le restaba deber, quedó en la misma ciudad parte della para su mejor distribución y lo demás, puesto en fardeles, se embarcó para España en diversas naos, lo más para la costa de Vizcaya y lo restante para la de Andaluzía», iniciando el autor su vuelta a España, en un viaje lleno de incidencias, que narra detalladamente en su citada autobiografía.

Si Plantino es el gran exponente europeo de la edición humanística, sin olvidar su producción de libros litúrgicos, y, como hemos visto, abandona enseguida el campo de las ediciones castellanas, que sólo esporádicamente aborda, Martín Nucio representa con su labor editorial la cima de la producción antuerpense en lengua castellana, tanto con sus primeras ediciones como con las reediciones de obras de éxito. Su actividad, seguida en tono progresivamente menor por su viuda y herederos, no es, por supuesto, única en la Amberes del siglo XVI. Coetánea de Martín Nucio hemos de destacar la figura del librero Juan Steelsio, que desarrolla una actividad paralela aunque en menor escala. Ya en 1534 edita su primera reedición del Libro de Marco Aurelio, de Antonio de Guevara, el autor español más reeditado en Flandes y que con sucesivas reediciones mantendrá en su catálogo. Reedita traducciones de clásicos -Homero, Cicerón, Ovidio, Séneca, Catón, Esopo, Apuleyo, Justino- junto con varias reediciones del Diccionario de Antonio de Nebrija. Entre los autores reeditados señalaremos a Ambrosio Montesino, Azpilcueta, fray Luis de Granada, Constantino Ponce de la Fuente, entre los de obras religiosas; Ávila y Zúñiga, Cieza de León, Beccadelli, López de Gomara y Pedro Vallés, entre los historiadores; y dentro del campo literario mencionaremos a Juan de Mena, el marqués de Santillana, Boscán y Montemayor. A su muerte, prosiguen su actividad editorial su viuda y herederos, que publican en 1567 la Diana enamorada de Gaspar Gil Polo y en 1572, la Comedia intitulada dolería d'el sueño d'el mundo, de Pedro Hurtado de la Vera.

Entre las primeras ediciones que publicó Juan Steelsio citaremos las versiones de Cicerón y Jenofonte hechas por Francisco Támara y Juan Ja-rava (1546), la adaptación que este último hizo del Libro de vidas y dichos graciosos, de Erasmo (1549), la traducción de Hernando de Acuña de El cavallero determinado, de Olivier de la Marche (1553), la primera edición de las Obras, de Jorge de Montemayor (1554), y la Historia de hs cosas de Etiopía, de Francisco Álvarez, traducida por Tomás de Padilla (1557).

A la primera edición de las Obras de Montemayor, que Steelsio publicó en un volumen en 12°, impreso por Juan Lacio, siguió en 1558, impresa también por Lacio, aunque sin indicación de editor, una nueva versión en dos volúmenes, en el mismo formato, con los títulos de Segundo cancionero y Segundo cancionero espiritual. Escribe Montemayor en su prólogo al lector: «Un libro mío se imprimió avrá algunos años con muchos yerros, assí de parte mía como de los impressores; y porque la culpa toda se me a atribuydo, a este segundo libro junté las mejores cosas del primero y la enmendé, y lo mismo se haze en el segundo de las de devoción, que aora se imprimió». Parece que Montemayor se encontraba en Flandes.

La actividad de las grandes figuras citadas es seguida por otros impresores y editores, aunque con mucho menor empuje y una considerable reducción de las ediciones en castellano. Los tiempos no son siempre propicios a tal actividad y mientras Amberes decae en esta línea editorial, Bruselas va tomando el relevo. A fines de los años ochenta, inician sus ediciones castellanas Juan Mommaert, «a la enseña de la Impremerie», y Roger Velpio, en «l'Águila dorada, çerca del Palatio», dos casas editoriales que destacarán en el siglo XVII. Juan y Pedro Bellero y Guillermo Simón son los más destacados editores antuerpenses de obras en castellano de fines del siglo XVI.

Hemos visto que Cristóbal Plantino imprimió el Compendio historial de Esteban de Garibay y Zamalloa a costa del autor. Como es de suponer no se trata de un caso único, aunque no siempre figure en el pie de imprenta y, por lo general, se trata de autores que están en Flandes. En 1568, Diego Jiménez de Ayllón publica, a su costa, Los famosos y eroycos hechos del ynvencible y esforçado cavallero, honra y flor de las Españas, el Cid Ruydíaz de Bivar, con los de otros varones ilustres d'ellas no menos dignos de fama y memorable recordación, dirigida la obra, en octava rima, al duque de Alba, y probablemente también los Sonetos a illustres varones deste felicíssimo y cathólico exercito y corte de su excelencia, de 1569. Del año anterior es la edición costeada por su autor, Baltasar de Vargas, de la Breve relación en octava rima de la Jornada que ha hecho el Illmo. y exmo. señor Duque d'Alba desde España hasta los estados de Flandes, impresa por Amato Tavernerio. Se trata de Ameet Tavernier, más famoso por su labor como grabador de punzones que como impresor14. Las matrices de sus distintas letrerías, redondas y cursivas, se difundieron por toda Europa. También llegaron a España, donde se usaron ampliamente, como las de su competidor y también excelente diseñador y grabador, François Guyot. Anteriormente nos hemos referido a Juan Mey, que estableció su imprenta en Valencia. En 1551, sólo cuatro años después de su primer uso en Amberes, utiliza la cursiva de texto de Guyot. El año anterior había estado en su villa natal, y es muy probable que aprovechase su paso por Amberes para conocer las últimas novedades y adquirir un juego de matrices de la nueva letrería, que, por otra parte, obtuvo, indudablemente a través de otros juegos de matrices, una gran difusión en España; se usó hasta el siglo XVIII. El estudio de la difusión de los diseños tipográficos de los Países Bajos en la España de los siglos XVI y principalmente XVII nos mostraría unas fuertes e interesantes relaciones en este ámbito.

La relación de Ameet Tavernier con España no se limita a lo comercial, sino que se extiende al ámbito familiar. Su hijo o sobrino Arthur Tavernier, conocido como Artus Taberniel, fundidor de letras, se estableció en Salamanca a fines de los años ochenta. Casado con Susana Muñoz, en 1589 nació su primera hija. A principios del siglo XVII tuvo su propio taller de imprenta en Salamanca, que a su muerte continuaron su viuda y su hijo Jacinto. En su marca de impresor figura una prensa15.

Una visión global de la producción castellana de Amberes en el siglo XVI nos mostrará el aprovechamiento que hacen sus editores e impresores de una serie de factores positivos, que saben potenciar. Una posición geográfica que favorece la conexión con los más importantes mercados europeos, tanto para la importación como la exportación. Una industria editorial y gráfica en plena expansión, abierta al mercado exterior, con la capacidad de atracción de los capitales necesarios para su desarrollo, ve en la edición castellana una parcela, que, a pesar de no ser muy grande, merece ser cultivada. Los españoles en Flandes forman un importante núcleo y su lengua tiene una difusión creciente, tanto en los Países Bajos como en los territorios vecinos. La Universidad de Lovaina, puestos cortesanos, administrativos y militares atraen a españoles cultos. Algunos pueden aportar originales para ser editados y son, en mayor número, posibles lectores y compradores. La exportación a los centros distribuidores de los países vecinos y a España permiten la comercialidad de las ediciones, que podemos desglosar en tres grandes grupos: obras de surtido, más bien con un sentido conservador; reedición inmediata de algunas novedades peninsulares; primeras ediciones de españoles residentes en Flandes, establecidos por un periodo corto o largo, o de españoles que enviaban sus originales a Amberes.

De las primeras ediciones publicadas en Amberes podemos decir que, en su casi totalidad, hubiesen podido publicarse coetáneamente en España, aunque algunas fuesen posteriormente incluidas en los Índices prohibitorios de la Inquisición española, al igual que lo fueron algunas obras peninsulares reeditadas, como por ejemplo, las obras del doctor Constantino Ponce de la Fuente, todas publicadas anteriormente en Sevilla. En el Índice de la Inquisición española publicado en 1559, se prohíben las versiones bíblicas de Francisco de Enzinas y Hernando Jarava, De la invención y principio de todas las cosas, de Polidoro Virgilio, el Libro de caballería celestial del pie de la rosa fragante, de Jerónimo Sempere (1554), Los christiados, de Marco Jerónimo Vida (1554), las Obras espirituales de Jorge de Montemayor (1558) y los Comentarios sobre el catecismo, de Bartolomé Carranza (1558)16. Las corrientes reformistas más o menos soterradas que circularon en Amberes en el segundo tercio del siglo XVI no tuvieron claro reflejo en la edición castellana. Es de notar que las versiones castellanas de Erasmo que se publicaron eran reediciones de otras peninsulares, excepto la adaptación que Juan Jarava hizo del Libro de vidas y dichos graciosos, agudos y sentenciosos de muchos notables varones griegos y romanos, publicada por Steelsio en 1549.

Los libros castellanos de Amberes presentan, en su mayoría, unas características que los definen y diferencian. Formatos pequeños, 8º, 12°, 12° prolongado, buen papel, portadas simples, sin decoración o con la marca del impresor o editor o bien el escudo nobiliario de la persona a la que se dedica la obra, tipos legibles aunque de cuerpo pequeño. Las dedicaciones van desde el rey a altos cargos administrativos, pasando por la nobleza y los mandos militares.

El español que estaba en Flandes podía encontrar en sus librerías, impresos en Amberes, un conjunto de obras suficiente para satisfacer sus necesidades de lectura, teniendo además en cuenta que llegaban las novedades peninsulares.

Quiero terminar -homenaje al malogrado historiador del libro y buen amigo Frans M.A. Robben, Paco Roben para los amigos españoles- con unos datos tomados de un interesante trabajo suyo17. A partir del 4 de noviembre de 1576 se desarrolló en Amberes la llamada "Furia española". Los tercios españoles salieron de la ciudadela y saquearon la ciudad durante tres días. Incendios, asaltos, muertes, etcétera. Cristóbal Plantino y su casa y talleres pudieron librarse de tal caótica situación, apagando los fuegos que amenazaban la imprenta y pagando repetidas veces rescate a los soldados amotinados. Fue obligado a aposentar a sus expensas a treinta soldados y dieciséis caballos. Calmada la inquietante situación, se reanuda la venta en su librería y los soldados compran libros castellanos, en su mayoría publicados por otros editores. Robben nos da la lista, con la identificación de las ediciones, de los vendidos hasta junio de 1577. Limitémonos a las ventas del primer día, el 14 de noviembre: quince libros de doce obras distintas. Dos ejemplares de la Diana de Montemayor y de la Diana enamorada de Gil Polo, y un solo ejemplar de las Obras de Boscán y Garcilaso, el Cancionero de romances y la versión de la Eneida, entre las obras literarias. Una Silva de varia lección de Pedro Mexía y el Libro de álgebra en arithmética y geometría de Pedro Núñez, completan las obras no religiosas. Estas incluyen la Breve summa llamada sosiego y descanso del ánima, de Francisco de Fuensalida (única obra de las vendidas publicada por Plantino, en 1556), y cuatro libros prohibidos por el índice español de 1559, de los que todavía había existencias, a pesar de haberse editado entre 1556 y 1558: la versión de Hernando Jarava de los Siete salmos penitenciales y otros textos bíblicos, las Obras espirituales de Serafino de Fermo, y los Catecismos de Constantino de la Fuente (dos ejemplares) y de Bartolomé Carranza. Pero es preciso señalar, que si bien las anteriores cuatro obras estaban incluidas, como acabamos de decir, en el índice español de 1559, tres de ellas -las de Serafino de Fermo, Constantino Ponce y Bartolomé Carranza- fueron excluidas

del suplemento de obras castellanas adjunto al Index publicado por Planti-no en 1570, por edicto de Felipe II18. La lista, preparada por Benito Arias Montano, recogió las obras prohibidas que figuraban en el Índice español, pero suprimió veinte obras, entre ellas las tres citadas, y añadió una nueva, la primera parte de la Historia Pontifical de Gonzalo de Illescas.

Los miembros de los tercios españoles en Flandes se comportan como habitualmente hacen los lectores españoles: obras religiosas y obras literarias constituyen la base de sus lecturas. El profesional adquiere, además, los libros de su especialización.

Amberes, gracias a sus editores e impresores, contribuyó de una manera eficaz y decisiva a la difusión europea de la edición en castellano. Una parte de la cultura española del Siglo de Oro fue accesible en su propia lengua a numerosos lectores extranjeros que la comprendían.

Retrato

Retrato del 'Doctor Navarro' Martín de Azpilcueta (Barasaín 1492 - Roma 1586), cuyas obras fueron editadas varias veces en Amberes.
Prentenkabinet Centrale Bibliotheek, KU. Leuven)





 
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