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ArribaAbajo La condición editorial

Un acercamiento a las condiciones culturales y editoriales en el Paraguay en los últimos años del stronismo y los primeros de la transición


Hugo Duarte Manzoni48


Para hablar de la condición editorial del Paraguay en los últimos años de la era del stronismo y los primeros años de la transición hacia la democracia, será necesario evaluar algunas de las características del mercado, y algunos aspectos de su realidad cultural, notablemente diferente del resto de los países hispanohablantes.

Durante más de treinta y cinco años, la dictadura reprimió sistemáticamente toda manifestación que apuntara hacia el estímulo de la consciencia popular, toda búsqueda del desarrollo del pensamiento. Pero habría que analizar si el golpe de febrero de 1989 ofreció alguna opción de cambio para la sociedad paraguaya en lo que se refiere al ámbito cultural.


Editar en un país ágrafo

Hay, evidentemente, un factor de conformación sociológica del país que no ha cambiado ni era esperable que cambiase en el corto tiempo de la transición. Desde el principio, y hasta nuestros días, la historia de nuestro país queda marcada por una característica fundamental: el paraguayo convive con dos lenguas, el guaraní y el castellano. Contra el mito oficial de una nación con dos idiomas, en realidad, sólo un limitado porcentaje de la población es verdaderamente bilingüe.

Aun así, el sector social monolingüe castellano (que no habla en absoluto el guaraní o maneja un limitado número de fórmulas imprescindibles para una comunicación básica con los guaraní-hablantes, que son mayoría) se halla fuertemente inmerso en un universo cultural cuyo imaginario está constituido por el guaraní.

De una manera u otra, la concepción del mundo del paraguayo pasa por su ascendencia guaraní, totalmente arraigada en la cultura toda: no importa cuán lejos o cuán cerca esté el paraguayo del guaraní, este idioma influye íntimamente en su forma de comunicación, y en su modo de ser y de pensar.

El caso de los que hablan guaraní como idioma materno, y que no consiguen expresarse adecuadamente en otra lengua, se da de manera inversa: éstos tienen que contar también con una fórmula que les permita ser interpretados por los hispanohablantes. Como el sistema educativo se realiza en castellano -ignorando que en el interior del país no es éste el idioma materno- aunque no lleguen a hablar el castellano, acumulan una cantidad mínima de palabras que les sirve para «traducir» lo que el asunceno -el paraguaygua o paraguaîgua, en guaraní- les quiere comunicar.

Una anécdota de Enrique Collar, reconocido pintor egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, sirve para comprender el desfase entre la realidad lingüística y el sistema educativo paraguayo. Me comentaba Collar que al visitar su pueblo (Itaugua Guazú, a unos 35 kilómetros de Asunción, de donde había migrado a Buenos Aires), siempre le llamaba la atención que dos «primitas» mellizas de unos dieciséis años no le dirigieran la palabra. Un día, se le ocurrió preguntarles el motivo, a lo que una de ellas contestó: «Ore mboriahu ndo ro ñeei voi la castellano» (en «yopará» -mezcla de guaraní y castellano-: «Nosotros los pobres no hablamos   —24→   castellano»). Sin embargo, las niñas estaban cursando el ciclo básico en castellano, lengua en la que, evidentemente, no podían hablar. Esta situación también nos indica que para el paraguayo, la lengua de los ricos es el castellano.

Además, uno de los problemas fundamentales de nuestra sociedad radica en la incapacidad de la mayoría de sus componentes de hacer confluir la percepción visual (palabra escrita) con la comprensión mental de lo que ésta representa (conceptualización). Si los conceptos en castellano son transmitidos a través de la palabra escrita, en guaraní éstos se trasmiten a través de la imagen, ya que es una lengua oral. Desde luego que hoy ya se le ha adecuado una grafía, pero este hecho no cambia la realidad original: las ideas del guaraní seguirán sin ser escritas, porque los guaraní-hablantes no acceden al conocimiento de la grafía a éste asignada.

Como conjunto social, el Paraguay es en realidad una nación ágrafa, una sociedad desvinculada de la palabra escrita. Incluso en el más alto nivel de enseñanza, la universidad, un buen porcentaje de los egresados se recibe sin haber llegado nunca a leer un libro completo; y sin ser capaces de redactar siquiera una carta personal sin errores mayúsculos.

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Juan Bautista Rivarola Matto (Foto: Archivo de Jorge Rubbiani).




Prohibido pensar

Y aquí salta a la vista otro detalle: el limitado caudal de vocabulario que maneja el paraguayo medio. En declaraciones de prensa de julio de 2002, el representante de UNICEF en el Paraguay refería que existe alrededor de un 60% de población analfabeta total o funcional. Esto hace que, en nuestro país, la gente, al no contar con el significado de suficientes palabras, elabore conclusiones propias de lo que está escuchando, por medio de la asociación (asociación que hace a su libre albedrío, de acuerdo a lo que le parece que está leyendo u oyendo). Se puede generalizar este problema, ya que gran parte de la población del Gran Asunción -los suburbios y las pequeñas ciudades aledañas- está habitado por migrantes que vinieron y siguen viniendo del interior del país, así como repatriados de la Argentina, a causa de la siempre acuciante situación económica de ambos países.

Los sucesivos programas educativos, desde la época del dictador (1954) hasta antes del programa actual, se destacaron principalmente por la falta de voluntad política de inducir al alumnado a progresar intelectualmente. Es más: el objetivo primario del Gobierno era exactamente lo opuesto a esta necesidad. El estudiante llegaba hasta el tercer grado, o a lo sumo hasta el sexto: en julio de 2002, la ministra de Educación y Cultura, doctora Blanca Ovelar de Duarte, afirmó que «hasta épocas no tan lejanas» (se refería al stronismo), solamente treinta y cinco de cada mil alumnos acababan el Ciclo Básico (3.er curso); y que, en la actualidad, ese número había ascendido a setecientos alumnos por cada mil matriculados en el primer grado.

Así, el alumno medio de la época dictatorial podía aprender a sumar, restar, multiplicar... y a leer sólo lo suficiente como para desarrollar un conocimiento relativo del lenguaje, que le permitía, principalmente, recibir los mensajes alienantes de la propaganda stronista. En palabras de Ángel Luis Carmona, docente universitario y reconocido articulista de opinión, «el mayor éxito de Stroessner fue su programa educativo: consiguió analfabetizar perfectamente bien a la mayoría de los paraguayos». Paralelamente, dada la verticalidad del sistema educacional, no se permitía el disenso. En el aula, lo que decía o dictaba el profesor era «Palabra de Dios». Por tanto, se implantaba subterráneamente el mandato «prohibido pensar», lo que necesariamente significaba «prohibido leer», con las lógicas consecuencias para la actividad editorial. Esto puede explicar en parte que una edición promedio en el Paraguay tenga un techo de mil compradores.

Hoy, nuestra realidad sigue siendo la misma: por innumerables razones, parece que el golpe vino a «cambiar una realidad política» para que todo siga igual, al mejor estilo 'gatopardezco'.

En cierto grado, es posible que las características anteriormente citadas se hayan repetido en varios de los países de la Hispanoamérica que estaban bajo regímenes autoritarios semejantes al de Paraguay, ya que el apoyo de los Estados Unidos a los gobiernos dictatoriales de aquella época era oficial, y estaba amparado en la lucha contra el Comunismo Internacional,   —25→   reflejo de los conflictos nacidos como resultado de la Guerra Fría, en pleno auge durante las tres últimas décadas anteriores al gobierno de Jimmy Carter.




De dónde vienen las palabras

Los canales a través de los cuales se nutría y se nutre el paraguayo son, principalmente, la radio y la televisión -con un gran número de programas «enlatados», traducidos tanto en la Argentina como en Colombia, Venezuela y México y, últimamente, en Miami, lo que nos sugiere que es muy fácil que contengan una serie innumerable de modismos de significados harto diferentes en cada país-. También están los medios de prensa escritos, ya sean éstos los diarios generales de ámbito nacional o la prensa amarilla escrita en «yopará», que circula como supuesto diario informativo. Y, para completar, están las revistas de contenido light que recrean exóticas alternativas de la vida y obra de un prefabricado jet set (protagonizado principalmente por los affaires de modelos, políticos y futbolistas) inventado por los mismos medios. Esta situación no se ha revertido tras el final de la dictadura, sino que, debido a la agudización de los problemas económicos y sociales, y por ende culturales, se ha agravado.

El nivel de estos surtidores de ideas a los que accedía y accede el común de la gente era y lo sigue siendo, tan insuficiente como inapropiado para proporcionarle alguna calidad respetable de información y, menos aun, de formación.

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Anticipación y reflexión. Portada.

Un hecho importante de mencionar concierne a la particular situación de la gran colonia de paraguayos asentada en Buenos Aires, la mayoría autoexiliados económicos, cuyo volumen se calcula en un millón de almas (20% de la población estimada del Paraguay), al que hay que sumar los alrededor de tres millones de descendientes, que tienen nacionalidad argentina. Parte de esta particular masa de migrantes viaja al Paraguay muy seguido, y vuelve llevando nuevos migrantes (para trabajar en la construcción, la zapatería y el empleo doméstico), que luego habrán de continuar la costumbre. Esta formidable masa humana trae consigo los modismos porteños, los restos del lunfardo, así como su particular pronunciación del castellano. Es a través de este movimiento que en el Paraguay se usan palabras como «faso», «birra», «Che loco», y una infinidad de términos más que, como se puede presumir, sólo pueden confundir a cualquier guaraní-hablante que haya estudiado castellano en la escuela.

Por otra parte, la globalización trae al paraguayo mundos que para él no existen, pero de los que se le induce a creerse parte. Ello no puede ocurrir, dado que el nuevo conocimiento es nada más que información bien elaborada que solamente da sucesivas pinceladas sobre esas nuevas realidades. Convertir la información en materia prima del conocimiento requiere cierto nivel de capacidad de reelaboración y selección que está fuera de los parámetros de la formación promedio del país; y, por tanto, fuera del alcance de la mayoría de los ciudadanos.

El paraguayo de la época en que la Editorial Arte Nuevo publicaba, leía poco y no siempre alcanzaba a entender con suficiencia lo leído: estos lectores casuales eran los parientes del escritor y un reducido círculo de consumidores culturales. El entorno, así como el sistema educativo, antes que inducir a la lectura, advertía que leer sólo traía complicaciones, que era mejor saber lo justo. Por eso, no llegaba a germinar el interés por la lectura: la idea era que la policía «te miraba mal» si te veía muy letrado; y llevar libros bajo el brazo o tener una biblioteca era semiplena prueba de delito de poder pensar o discernir. Salvo en este último -aunque importante- detalle, las cosas no han cambiado en absoluto. A pesar de que la Policía ya no mira los libros con sospecha (sólo con desprecio), si hemos de creer a la Cámara Paraguaya del Libro, el volumen de edición y la venta de libros ha bajado durante la transición. Ser culto ya no es delito, pero sigue disociado del éxito económico, laboral o social, por lo que las nuevas generaciones no consideran la lectura una buena inversión para el futuro: la «aristocracia» local (políticos, empresarios, futbolistas, modelos, etc.) no sólo no es culta, sino que no aspira serlo.

Aunque, lógicamente, existía y existe gente que no se ajusta a lo antes mencionado, esto transmite la idea de que la cultura no resulta imprescindible para lograr el éxito. También cabe afirmar que el libro nunca ha formado parte de «la canasta familiar», por dos razones: por un lado, como ya lo hemos manifestado, «no hacía falta leer»; y por el   —26→   otro, el precio de los libros generalmente es alto, dado que las tiradas, en su mayoría, son de 300, 500, 750 ó 1000 ejemplares.




Publicaciones

Durante los últimos años del stronismo, se destacó, sin embargo, el auge de las ediciones. Parecía que, a pesar de todo lo dicho, el miedo se iba diluyendo y estaba de moda el tema cultural. De hecho, otras manifestaciones culturales, como el teatro o las exposiciones de plástica, también tuvieron su «cuarto de hora».

Los géneros preferidos eran los libros de historia, las novelas históricas y la poesía. Con éstos, las Editoras «Napa» y «El Lector» agotaron obras que, en muchos casos, habían estado guardadas desde hacía años, esperando salir a la luz.

«Napa» fue un efímero pero meritorio esfuerzo de Juan Bautista Rivarola Matto, novelista y periodista que retornó del exilio en los últimos tiempos de la dictadura. Rivarola Matto, siendo hombre de letras, se inició en la tarea editorial -que, de hecho, es una actividad comercial- en el intento de publicar independientemente su propia obra, y de dar salida a una gran cantidad de material que los escritores locales habían ido produciendo, sin tener la posibilidad de darlo a conocer por sus propios medios. Las ediciones de «Napa» incluían una serie de avisos comerciales o institucionales de varios productos y empresas que se avinieron, en aquel tiempo, a compartir la aventura con este reconocido escritor, quien les cobraba un canon como si fuera un aviso de diario. Lógicamente, estos aportes sólo le ayudaban a solventar parte de las publicaciones, quedando él siempre endeudado con las sucesivas imprentas que iba contratando, hasta que, de a poco, iba pagando sus saldos y recomenzaba con nuevo vigor.

«El libro paraguayo del mes», como rezaba el modesto eslogan de este editor, se inició con De cuando Karai Rey jugó a las escondidas; particularmente interesante por ser una edición bilingüe de la ingeniosa versión de Rivarola Matto de un cuento popular paraguayo. De especial interés entre su producción, por su notable éxito, fueron los tres tomos de las memorias del coronel Arturo Bray, tituladas Armas y Letras. El coronel Bray era un militar de pluma ágil y lengua mordaz en extremo, cuya obra habría sido motivo de cárcel unos años antes, pero la «era Carter» le dio a los paraguayos el placer de poner en duda la historia oficial. Entonces, retratos y anécdotas cáusticas de personalidades intocables habían empezado a salir a luz. Pronto las ediciones de «Napa» dejaron de ser mensuales y, no mucho después, desaparecieron del mercado. La aventura de unos años fue ahogada por la realidad de que no había ni lectores ni compradores suficientes.

Un intento más duradero ha sido el de la editorial «El Lector» que, hasta hoy, continúa en actividad, aunque disminuida y casi limitada a la reedición de obras y autores de interés escolar, integradas en una colección pensada para bibliotecas de colegio. Surgida de una librería que logró un gran crecimiento debido a su estratégica ubicación, y respaldada por un flujo de capital producto de la venta de best sellers internacionales, «El Lector» ha sido la editorial más sistemática del Paraguay, y la que más títulos ha puesto en el mercado. «El Lector» también realizó ediciones locales de la obra de Augusto Roa Bastos.

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Niños indígenas en un poblado nivaclé (Foto: Mar Langa).

En cuanto a mi experiencia personal, ésta también fue, en cierto sentido, una aventura. Como hombre de imprenta tenía la ventaja de contar con mi propia impresión, y todo empezó como un intento de ver convertidos en libros algunos textos que me interesaban, además de mis propios títulos. Entonces como ahora, yo no tenía demasiadas expectativas de que la cultura, en el Paraguay, pudiera ser un buen negocio. Sin embargo, creí que podría autosustentarse; y que, a largo plazo, un movimiento editorial iría creando su propio público, cosa que, evidentemente, no ocurrió.

Entre las obras que publicamos, se encontraban el libro de historia Los británicos en el Paraguay (1984), de Josefina Plá, autora española afincada en el Paraguay, y auténtico referente cultural en este país; la Enciclopedia de Ciencias Naturales y conocimientos paraguayos (1985), del doctor Carlos Gatti, que llevaba veintinueve años esperando editor, a pesar de recoger lo que el famoso médico aprendió en sus andanzas por el interior del país, de invalorable importancia para el estudio de los conocimientos dejados por los guaraníes en lo   —27→   que se refiere a la botánica, la medicina natural, el idioma, la etnografía, la antropología y otras tantas disciplinas adyacentes. En materia literaria, Arte Nuevo editó, por ejemplo, el que su autor, Augusto Roa Bastos, dice que fue su primer cuento: Lucha hasta el alba (1979); las novelas La isla sin mar (1986), de Juan Bautista Rivarola Matto, y Los nudos del silencio (1988), de Renée Ferrer; y el poemario El Gallo de la Alquería (1987), de Oscar Ferreiro, otro de los baluartes de nuestro mundo cultural.

Para entender las dificultades de la labor editorial en Paraguay por aquella época, baste recordar una anécdota: Rubén Bareiro Saguier, profesor en varias universidades de Francia, estaba exiliado en dicho país cuando presentamos en el Teatro San Martín de Buenos Aires, en un encuentro sobre los problemas con los Derechos Humanos en Paraguay y Uruguay, sus relatos de El séptimo pétalo del viento (1984). Como los organismos de represión de Argentina y Paraguay trabajaban juntos, tuvimos que pasar los libros de contrabando.

Arte Nuevo alcanzó a publicar unos cincuenta títulos antes de parar por falta de respuesta, tanto cultural como económica: editar para vender mil ejemplares, en dos o tres años, era una pérdida de tiempo y dinero. En cierta forma, «contra Stroessner», tenía un sentido emprender una aventura editorial, sabiendo de antemano que su futuro económico era más que incierto, dudoso. Editar era, por decirlo así, una determinación política con frecuencia arriesgada. Esa cualidad de formar parte de la «resistencia» se ha perdido en la pseudotransición, que sigue hasta ahora sin aportar nada significativo ni a nuestra sociedad ni a nuestra cultura.

Asunción, agosto de 2002.