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ArribaAbajoEl epílogo a la primera edición de La batalla de los Arapiles

Alan E. Smith


Las declaraciones de Benito Pérez Galdós sobre su obra y sobre la novela en general, son pocas, por lo que podría ser de interés la re-edición de un texto suyo muy poco conocido, que apareció bajo el título de «Hasta luego» al final de la primera edición de La batalla de los Arapiles, y que no ha sido publicado subsecuentemente.177 Si al principio de este texto Galdós se describe a sí mismo como novelista impetuoso y descuidado, pronto se desmiente a través de consideraciones de orden técnico que nos revelan una temprana conciencia artística, en un momento de transición.

Galdós se critica a sí mismo sin disimulos, atribuyéndose una «lamentable y abrasadora impaciencia», que, según él, le ha «impulsado a escribir [...] estos Episodios Nacionales [se refiere, recordemos, a la primera serie] con bastante precipitación». Por cierto, los manuscritos de la primera serie ostentan mucho menos tachaduras y adiciones que los de la segunda. También, el hecho de no haber tenido Galdós idea cabal, al escribir Trafalgar, de lo que serían las diez novelas en conjunto, podría justificar esta auto-censura.178 Al contrario, la segunda serie aparece aquí claramente prefigurada, ya que se enumeran las diez novelas al final del epílogo.

A continuación, Galdós pondera otra falta, según él, de la primera serie: la utilización de la primera persona. Esto, se lamenta, le ha dificultado la tarea, pues se vio obligado a ubicar al narrador-protagonista en sitios muy diversos, de los cuales, en algunos casos, se debería haber ausentado el héroe, en favor de la verosimilitud y la verdad histórica. Galdós recordará estas observaciones en el epílogo a la edición ilustrada (1885) de ambas series:

En la primera serie adopté la forma autobiográfica, que tiene por sí mucho atractivo y favorece la unidad; pero impone cierta rigidez de procedimiento y pone mil trabas a las narraciones largas.179



Este epílogo, por tanto, que ahora publicamos, es un hito que explícitamente marca el final de una manera de trabajo que no ha satisfecho al escritor, y señala el comienzo de otro proceder artístico, más exigente. Seguidamente, transcribimos el texto de Galdós:

HASTA LUEGO

En dos años cabales que han transcurrido desde la publicación de Trafalgar, he dado fin a la empresa impremeditadamente acometida, pero realizada al fin no sin tropezar con mil dificultades y obstáculos, muchos de los cuales no me ha sido posible vencer. Animáronme durante la penosa carrera, a cuyo fin toco ahora cansado y casi sin aliento, la bondad inagotable del público por una parte, y por otra lo nuevo y hermoso del asunto elegido, el cual si   —106→   en libros de historia se ofrece fácilmente al conocimiento de todos, en la literatura de entretenimiento apenas había sido cultivado hasta ahora. Esto es una ventaja; pero he hallado a mi paso, quizás a causa del asunto mismo, contrariedades inmensas, cuales son la falta de datos que para componer esta clase de obras se necesitan y la carencia de documentos privados, memorias o historias individuales y anecdóticas, sin cuyos preciosos materiales, el trabajo inductivo del novelista de este género es fatigoso y casi siempre estéril. No dudo que exista algo, mucho tal vez; pero estos tesoros como los filones de rico mineral ocultos en los hondos senos de la tierra, de nada valen a quien no puede llegar hasta ellos. Sin embargo, tengo la seguridad de que si hubiese sepultado mi vida en los archivos, si hubiera ido a buscar lo que el egoísmo de los eruditos y la ilustrada avaricia de las academias esconde de mil modos, habría salido Dios sabe cuando con todo el saber necesario a la perfecta composición histórica de estos libros; pero entonces no los habría escrito. Digan los demás cuál de estas dos cosas sería mejor, pues por mi parte no lo sé.

A esto debe añadirse, en desagravio mío, que las exigencias del público, las condiciones especialísimas de la producción literaria en España, y aún más que nada cierta lamentable y abrasadora impaciencia mía, que no puedo de modo alguno refrenar, me han impulsado a escribir las cinco mil y quinientas páginas de estos Episodios Nacionales, con bastante precipitación. No sé si tendré alguna vez parte de lo mucho que en todos órdenes me falta hoy; pero la madurez, el reposo, la cumplida fermentación de mis propias hechuras literarias, son cosas que, o mucho me engaño, o no existirán jamás.

Ya que hablo de mis culpas, no ocultaré la principal en estos diez libros, fruto de dos años de incesante trabajo, y es que con mi habitual imprevisión adopté la forma autobiográfica [falta una coma] la cual, si bien no carece de encanto, tiene grandísimos inconvenientes para una narración larga, y no puede de modo alguno sostenerse en el género novelesco-histórico, donde la acción y trama se construyen con multitud de sucesos que no debe alterar la fantasía, y con personajes de existencia real. Unanse a esto las escenas y tipos que el novelista tiene que sacar de sus propios talleres; establézcase la necesidad de que los acontecimientos históricos ocurridos en los palacios, en los campos de batalla, en las asambleas, en los clubs, en mil sitios diversos y de no libre elección para el autor, han de pasar ante los ojos de un solo personaje, narrador obligado e indispensable de tan diversos hechos en período de tiempo larguísimo y en diferentes ocasiones y lugares, y se comprenderá que la forma autobiográfica es un obstáculo constante a la libertad del novelista y a la puntualidad del historiador. Conociendo por experiencia las grandes trabas de esta forma, semejantes sin duda a las que pone en la literatura dramática la unidad inalterable y fundamental del espectador y de la escena, la evitaré en lo sucesivo.

Quizás tenga ella la culpa de que no lograra yo siempre una perfecta combinación entre la historia y la novela. Dada la estructura auto-biográfica, es indispensable que el narrador sea constantemente protagonista y figura principal en todo lo que narra. ¿Podía esto suceder así en lo que acaba de leerse? Los acontecimientos históricos tienen sus figuras propias, y no es posible dar a un desconocido intruso papeles que no le corresponden. En la narración libre, la tarea es mucho más fácil, porque el campo es inmenso, y las figuras   —107→   verídicas, así como las ideales, pueden desarrollarse convenientemente sin perjudicarse unas a otras.

Si hago estas ligeras indicaciones, no es por atenuar mis culpas literarias, las cuales son tantas y tan grandes, que yo mismo, con ser padre de todas ellas, las conozco y las veo, libre en esto de la común flaqueza que hace a muchos tener por donaires las fealdades de sus hijos queridos. A pesar de todo, la bondad del público, en quien seguramente no ha faltado alguien que hallara entretenimiento en los diez libros publicados, me impulsa a una nueva aventura, de la cual espero, mediante Dios, salir más airoso que en esta primera, a que doy cima con La batalla de los Arapiles. Escribiré, pues, una segunda serie, para aprovechar la riquísima materia que en la historia y en las costumbres ofrece el interesante período contenido entre las dos grandes guerras españolas del presente siglo. La historia anecdótica de la generación que ha precedido a la nuestra, podrá parecer a algunos una frivolidad; pero no lo es ciertamente. Sé que otro cualquiera la escribiría mejor que yo; pero como nadie lo hace, he aquí que me apresuro a hacerlo.

Renunciando a la narración primo-personal como forma sistemática, publicaré otros diez volúmenes, enlazados entre sí, pero sin violencia; unidos también a la primera serie, cuyo pensamiento desarrollarán en la parte histórica y en la imaginaria, pretendiendo ofrecer un cuadro lo más completo posible de la transformación de la sociedad española en el presente siglo, de sus pasiones buenas y malas, de su especial sentir y pensar en la vida pública y en la privada. Casi todos los hombres y mujeres que habéis dejado con vida al concluir la primera serie aparecerán en la segunda,180 y según mis noticias ya se están vistiendo para salir. Necesito refrenar su impaciencia y mandarles que no chillen en mi oído, ni me mareen con sus visajes, ni me vuelvan loco con su constante suplicar para que de nuevo les abra la puerta y les eche en su antiguo ser y estado a la escena del mundo. Sordo todavía a sus ruegos, y deseoso de que salgan con todos los atavíos y toda la decencia y pulcritud y fino comedimiento que mis amables favorecedores exigen, les cojo, les limpio el polvo de dos años, les remiendo o renuevo sus ya viejas casacas y guardapiés, les aliño las pálidas caras, les doy nueva y más fuerte mano de pintura, les compongo los alambres rotos, los resortes enmohecidos, las piezas gastadas, y dando general barrido al viejo tabladillo, y frotes y abluciones a todos los trebejos, lienzos y cachivaches, ofrezco al público la Segunda serie de los Episodios Nacionales, que constará de los tomos siguientes:

  • I. El equipaje del Rey José.
  • II. Memorias de un cortesano de 1815.
  • III. La segunda casaca.181
  • IV. El Grande Oriente.
  • V. 7 de julio [sic].
  • VI. Los cien mil hijos de San Luis.
  • VII. El Terror [sic] de 1824.
  • VIII. Un voluntario realista.
  • IX. Los apostólicos.
  • X. Un faccioso más y algunos frailes menos.

Benito Pérez Galdós, 1875



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