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Abajo

Antología poética

Manuel Álvarez Ortega






ArribaAbajoLa huella de las cosas (1948)




ArribaAbajoLa huella de las cosas


AbajoMi cuarto tiene presa el alma de los días pasados, entres los mudos libros
se agolpan los recuerdos, versos, cuadros, flores, acaso una rama
reseca de jara, con su temblor, rompen el olvido que me oculta.
Mas de súbito en mis labios se hiela un deseo y yo a todos pregunto... y nadie,
nadie sabe decirme el porqué de mi vida.

Por la ventana abierta el invierno tiñe las cosas de un color íntimo y nuevo,
la bouganvilia balancea en sus hojas una sombra sin perfume,
y en el solar de enfrente los perros corren aullando al otoño
y los pájaros de La Torre se dispersan en bandadas desacordes.
Y el porqué de mi vida es el filo de un cuchillo que desgarra mis venas
y pone en mis manos un gesto de desesperación.

En el jardín bostezan los naranjos melancólicos y en sus troncos de cal
los rosales envuelven la impaciencia roja de sus tiernas corolas.
Y se transfunde la tarde al reflejarse en la pupila muerta del pozo o en el agua de la acequia,
y yo, que me siento apagado, sólo sombra, alzo mi rostro a las cosas y les pregunto... y nadie,
nadie sabe decirme el porqué de mi vida.

Y por el cielo pasan flotando las nubes y los montes son una línea oscura en la lejanía
y el arroyo ensordece la cañada y bajo la tierra la hierba se encharca de aromas.
Y es al corazón oscuro del pueblo, que desde el hondo valle se me clava en los ojos,
a quien pregunto el porqué de mi vida, y no me contesta.

Y no me contesta porque mi vida acaso no es sino humo
que sin forma se esparce en el tiempo, allí donde todas las cosas
hicieron su huella, su herida profunda y dolorosa.




ArribaAbajoÉgloga de un tiempo perdido (1949-1950)




ArribaAbajoPor esta tierra pasó: queda su nombre


ArribaAbajoPor esta tierra pasó: queda su nombre todavía
sonando entre las cosas, la ceniza de sus años
dando sombra a un manantial de amor, su gracia
lo mismo que un errante conjuro por la casa.

Vivió un mundo humilde. Sus manos, un aliento
para quien sabe con tristeza que la libertad
ha sido malherida; su boca, una segura patria
para aquel que la muerte ya tiene señalado.

Cruzaba entre los seres de pan negro y castigo
sembrando su ternura como una madre justa, iba
de cuerpo en cuerpo liberando el dolor, uniendo
el hilo de la paz que un odio había malcortado.

Así fue su existencia: una entrega, un sacrificio.
Ahora, desde su cielo, entre los siglos, su voz
a diario nos visita y a diario el mundo se puebla
de la justicia que fue su fiel amor por la vida.




ArribaAbajoLa tierra tiene a veces sabor


ArribaAbajo La tierra tiene a veces sabor a negra harina,
a humo de otro tiempo, en donde hay sumergidos
seres como harapos, amantes solitarios, dioses
que extienden por el mundo su malsana tarea.

Los muertos andan siempre sobre campos regados
con lágrimas de aceite y ceniza morada, viven
sus fríos laberintos de lluvia y fina escarcha
sentados sobre un mar que nace del olvido.

Así dejan los días su pan de niebla y fuego
sobre los cuerpos rotos de los viejos amantes,
mientras en sus cinturas se alimenta una garra
que todo lo transforma en sudor para la muerte.




ArribaAbajoClamor de todo espacio (1950)




ArribaAbajoLos olvidados días


ArribaAbajo Henos aquí, oh tierra coronada de errantes lluvias y martirios,
rozando las pálidas guirnaldas de un tiempo alimentado por el llanto,
como una sorda leyenda flotante en las aguas de un olvido,
humeante brisa arrastrada por la honda marea del invierno.

Henos aquí. Mas ¿quién oye en sus sienes lo que tu ronco farol pregona?
Todos dicen: «Los muertos ya murieron y el polvo los deshizo». Se olvidan.
¿Qué importa el exangüe nocturno, la rosa podrida en las frías ciudades?
¿A qué remover la huella que deja el tronco volcado por el musgo?

Estamos aquí. Vivimos. La última barca llevará la historia de nuestros días:
«Se amaron. Ni la niebla ni el odio borraron la música que ardía en sus gargantas».
Y entonces, ¿a dónde retornar? ¿Por qué goteante rama hallar tu boca hecha hiedra?
No, no puede el corazón deshacer la trenza de un recuerdo y decir sólo una palabra:
«Sucedió».




ArribaAbajoNoche final y principio (1951)




ArribaAbajoOlvido soy: antigua fábula gastada


ArribaAbajo Olvido soy: antigua fábula gastada en el rumor de los días,
goce y llanto confundidos en el celeste mudo que nos crucifica,
leve muerte, espacio, amor, vida: ciega raíz de un tiempo
herido por sombras que sostienen la memoria de otras sombras.

Olvido soy: no ardiente noche sin origen ni reino sin orillas,
agua que fluye diseminada entre la carcoma de un amargo amor,
hoja que se adormece en los residuos de un tiempo carbonizado,
sílaba que crea una garganta acostumbrada al cuchillo de la soledad.

Olvido soy: obsceno silencio entre lágrimas, mármoles y espejos,
escoria derramada sobre los escombros de un día triunfante,
ángel o demonio insaciable de la única pasión que nos vence,
fiel delirio de una boca a cuya sombra el deseo hubiera florecido.




ArribaAbajoTenebrae (1951)




ArribaAbajoXII


ArribaAbajo Te hicieras de nuevo realidad, cuerpo presente, y tus alas caerían
sobre la noche del mundo, sima sin fin, ladera abierta a la
indecisa confesión de la muerte.

   Conociera yo entonces la verdad que esconde en tu carne su
misterio, viviera sobre el haz de esa negación que inclina su
sonido hacia el tiempo, isla arrasada de maldad, tumba que así se
oculta al sufrimiento.

    Pero la muerte es verdad, es eterna, hila su tela sobre los rostros,
habla y renuncia a todas las tentaciones, guarda el secreto
goce de ser siempre una larva que se rodea de memoria.

    Y aquí la esperaremos –de nuevo realidad, cuerpo presente-, mientras exhibe su
victoria de harapos y, con las lágrimas
de los amantes que un día te conocieron, llora en su propio infierno.




ArribaAbajo XVIII


ArribaAbajo   Frente al mar de septiembre cegaba el mediodía. Tú eras un cuerpo
de alquitrán acariciado por las olas. Alguien hablaba de no sé qué país
perdido. El mundo se hizo de pronto llanto en nuestra boca.

    Sobre la broza de la playa las aves marinas decapitaban el recuerdo.
Por el aire ardiente una viva voz oscura su soledad derramaba. Las algas
dejaban en nuestra piel su muerta escoria. El día se apagó.

¿Qué queda de esa hora? Golpea el mar la tierra. El cielo esconde su ebria
luz. Sólo la huella de nuestros pasos se ha borrado, no la mano dócil que
nos aleja, como dos sombras heridas en medio de la eternidad.




ArribaAbajoExilio (1952-1953; 1955)




ArribaAbajoCementerio marino


ArribaAbajoHasta aquí el tiempo con sus lluvias.
Y el salmo de la piedra batido por el mar.
La rama desgajada y la colina
abierta tristemente al mundo de los astros.
Un corazón de hierba comido por el polvo
tal un barrio de muertos que la luna custodia.

¡Oh viajero! He aquí la historia de unos días
lamidos cara a cara por un pueblo
de impúdicos mendigos y mujeres
que han hecho de su sexo una mortaja.
Aquí el mármol que custodia los muslos
del duro adolescente caído en el asfalto,
la fiel garganta del guerrero
y su puñal de odio talado por el viento,
la rubia trenza y su perfume
gritando desolado por la costa,
los tristes senos de una niña
podridos sin el tacto suave del amante.

¡Cementerio marino, desolado recinto!
Una espiga de sombra quiero llevar cantando,
repasando la arena que guarda tu codicia.
Alzar el vago reino que perdura
entre las grises llamaradas del deseo
y el hastío. Modular tu torso de cañizo,
la bóveda de hormigas y yerbajos
y el árbol tatuado por la lluvia
que en tu muro se acuesta.

No me pidas que aleje tu miseria,
el golpear solemne de las nubes,
el llanto de tus cruces derrumbadas
bajo el ardiente óxido del día.
No quiero tu pasión desordenada,
la costumbre viciosa o el castigo
de fluir callando como un río
por todos los rincones de la muerte.
Yo busco el rito de tu infancia,
la entrega que perdura tras el tiempo,
la despierta mansión que arrebata
suave la sangre de tus hijos,
el silbido del mar en la ladera
que baña irremediable tus escombros.

Dame labios de sal, agua entre ramas,
que mi corazón beba tu dicha
junto a la lapa roída y el ciempiés.
Y en apacible noche, a tu sombra,
cederá su jugo mi pasión más turbia,
exilio de una amarga entrega
hace meses comida por tu tierra.
Pon tu palabra en mi boca,
oh demonio de mi mundo,
y hazla una desierta playa
que cruja con mi mismo escalofrío.

No, no digas adiós a tus violentos hijos.
Aquí me condeno. Ya lo sabes.
Pues donde los muertos juegan
en desolada espera con los muertos
ningún dios pondrá allí la sombra
gangrenada de su pecho, su río.
Y así el que llegue caminará ya herido
suplicando al sol su caldeado fruto,
su gloria, y esa libertad como un deseo
rodando por la lengua victoriosa.




ArribaAbajoDios de un día (1954)




ArribaAbajoHay un reino sostenido por el llanto


ArribaAbajoHojas, polvo y lluvia acaso son aquí las palabras:
dura tierra que bebe su copa de sangre más amarga.
Suenan los huesos. Cae la noche. Rotos llantos
se alargan entre los troncos que saben su materia,
su savia pregonada por cien manos dichosas,
como una anunciación, un gozoso alarido que clavara
la cruel sombra del día y su destino.

Duele saber que el hombre es solo niebla, un río
que pasa preguntando a su oscura conciencia
por cosas irremediables, por fugaces sonidos.
Que en su cuerpo letal habita ya un imperio
de mordidos gusanos y lluvias tristes. Que la muerte
es su larga residencia, su escombro, y su memoria
la tragedia de un dios que canta mientras juzga.

Pero es el día la cabeza extinguida de un relámpago
que alumbró con sus dientes tanta vida desierta,
el origen tristísimo de un mundo que enloquece
pegado a sus consignas, ardiendo entre maderos,
levantando sus máscaras podridas en el alcohol
de las viejas costumbres, soberbias religiones, leyes
de un huracán que sólo puede calmarse incendiándolo de azufre.

Hay un reino perdido entre los muertos. Lo sabemos.
Pero abrimos despacio sus tiernos dormitorios,
apartamos llorando la sal de sus cristales, bebemos
su luna arruinada y sus insectos, y caemos
entre dos luces que saben nuestra fuerza
abrazando una noche, un fuego inevitable que defiende
nuestra piedra, nuestro luto solitario para siempre.




ArribaAbajo Puedo llenar de nombres


ArribaAbajo Puedo llenar de nombres tu adorable penumbra,
romper la circular tristeza de tus muros
entre ramas, papeles, menudas cosas como polvo:
la ceniza de una hoguera familiar que recoge
el adiós de tanto muerto esparcido en los años.

Puedo decir: Dios, casa, sombra, mediodía. Gritar
en tu pared deshecha por tanta horrible lluvia.
Puedo herir tu corazón, la huella de tu escombro,
tu gris cabeza carcomida por el trémulo aviso
de unos hijos que adoran tu esqueleto sencillo.

Pero ¿qué ciego homenaje romperá entonces esa lava
que ha ido por el suelo tanto tiempo llamándote?
¿Quién descubrirá tus maderas deshechas al final del verano
por el fuego, los insectos suicidas, la desesperación
de unos seres heridos un día y otro por tu olvido?

Sur doliente, tierra viva: puedo mi cadáver pasar
por tus aguas. Beber tu cielo derramado en sollozos.
Escuchar el correr de tus lluvias mordidas por la luna.
Puedo apoyar mi espalda sobre tu muerte, y llorar,
llorar mi tristeza como un hombre, dios diario, fugitivo.




ArribaAbajoTiempo en el Sur (1955)




ArribaAbajoUna fecha junto al mar


ArribaAbajo Confundidos en la arena, como durmientes
que el sol castiga con sus breves cuchillos,
así mirábamos el mar, las velas, el claustro
de mariscos que alargaban sus sones en nuestro cuerpo.

Un aliento terrestre ennegrecía la tarde.
El viento del levante golpeaba sus cuerdas
sobre los duros lechos que un pie despedazaba
lleno de desesperación, sobre unas cabezas
que el Estío nutría con sus venas azules.

La vida nos llamaba. Recuérdalo. Una mano rozaba
nuestra piel goteante de sal y de ternura,
y allá lejos, bajo las dunas moradas,
alguien, como un dios de horribles alas,
sacudía su corazón de lánguidos cuchillos.

Vivíamos los dos. El tiempo era en tu cintura
una luna muy baja de hermosa resonancia.
¿Qué decía tu sombra, el cielo que tocabas,
tu piel acariciada por pájaros de arena y metales?

Oigo aún el ruido de las olas, los fúnebres pasos
que dejaban su escoria en nuestro cuerpo. Piénsalo:
Vivimos todavía. Nadie ha vuelto su rostro
para decir: «En ti sólo recuerdo el perdido verano».




ArribaAbajoLilia Culpa (1962)




ArribaAbajo I


ArribaAbajo Antes de ser crucificada en el espacio,
su rostro hundido en el dolor, abierta
la mirada sobre el alisio del mal,
ebria su boca -pues las aves nocturnas
se habían confiado a su oscuridad-,
y aun reconocida en su vano testamento,
así fue, pasión de tanto día, virgen
consagrada al olvido, única imagen
que los espejos nunca devolverán.




ArribaAbajo VI


ArribaAbajo En un parque otoñal he visto pasar la sombra
de una gacela herida, huir los pájaros
mientras el poniente arrojaba los cirios
del sol, lejos de la mansión. Luego, no pude
verte más. Tu cabello era la noche, emergía
de un abismo lunar, rostro ausente, nada.
Eurídice en mi infierno, todo el fuego
se volvió hacia mí. Y oculto quedé en la ola
de tu voz: un cuchillo que consistió ver
lo que hasta ahora sólo había sido delirio.




ArribaAbajo VII


ArribaAbajo Quiere vivir de nuevo un día, la hora
que pudo ser testigo del amor que no fue
-el tiempo que hizo de su carne un río
de dicha o desesperación-.
Pero la sombra
toca el alma cuando llega la noche
y el llanto quema los ojos y la ceniza
se adormece en la boca.
Y así, celeste
ausencia, persigue ahora la imagen
de otro cuerpo, se entrega a la ventura
de un encuentro que sólo la muerte,
en otro paraíso, puede establecer.




ArribaAbajo Invención de la muerte (1960-1961; 1964)




ArribaAbajoEl humo de los años


ArribaAbajo Quiero, con amor reconocido, tocar la piedra hasta el delirio,
hacer de este pueblo que antaño iluminaste un nuevo reino,
desterrar las lágrimas que coronan tu pasada leyenda
entre libros, flores, hilos, pequeñas cosas como muerte:
el polvo de una edad que olvida en la marea su entrega,
tanto amor como la vida prolongándose en nuestro cuerpo hizo.

Aquí quiero escribir: noche, tierra mía, madre, patria sola.
Llorar en tu ventana de sal dulce y lluvia mortuoria, abrir
el fuego de mi piel salpicada de lutos a tu sueño, tocar
la gloria de tu escombro coronando el invierno, la resina
de un martirio que ha ido dejando sus sílabas ardientes
sobre mi corazón traspasado de marina pesadumbre.

Pero ¿quién podría devolver a esta ribera el humo de los años
que en torno a tu estatura se congregaron para amarte?
¿Quién abriría tus ventanales mojados de luz triste y sombra,
cuando el invierno llora entre hogueras y pájaros ciegos
la total destrucción de un patrimonio que fecundó con sangre
la delgada, oscura, multiplicada anatomía de tu sexo combatiente.

Diosa de adorable cintura, germinal tierra: quiero mi muerte
plantar en tu ladera, navegar por tu arteria de amor sostenido,
crear mi territorio de nostalgia y llanto planetario a solas,
renacer a otro mundo en tu noche de eterno manantial fundido:
quiero tener mis manos mojadas en la tristeza de tu cuerpo
y cantar en ese suelo de vida paralela con tu boca bajo la mía.




ArribaAbajoEsto es el sur, la patria, el exilio


ArribaAbajo Poco de mi amor has conocido en ese puerto de castigo
que el Sur convoca feliz bajo la lluvia de noviembre,
cuando la tierra es como un cuerpo de pasión y delirio
entregado al cielo tenebroso de los labios.

Mucho tiempo hace ya que allí nos conocimos,
como un agua que sube desde un manantial oculto en una tumba
oigo derramarse su rostro de pálidas mejillas hacia la noche,
allí donde el mar era cómplice de nuestro oscuro sufrimiento.

Apenas un sonido me queda de tu vida, un llanto grave
malgastado entre el polvo doméstico de los muebles, las cosas
que tus manos tocaron mientras la muerte iba creando
los cimientos de esa habitación que ocupas en el Tiempo.

Oh, levanta la cabeza y ponla como un perdón en el misterio
de este techo sin paz que en tu corazón lee la historia
de estos huéspedes solos, estos viajes vacíos, este pan
que en ti recuerda la inocente procesión de los años.

No digas que un río de sombra corre bajo tus ojos, ahora
que esta piedra pone un nombre sobre el rocío diurno
y edifica para siempre el universo de hilos y dedales
que, como rey terrible, se condensa en tu memoria.

Ven, y sígueme, y olvida: la última lágrima ha caído,
en medio de este amor amortajado de fiebre e insomnio:
la lámpara se apaga, esto es el Sur, la patria, el exilio
que restablece el sueño que te negó la adolescencia.




ArribaAbajoOficio de los días (1965)




ArribaAbajoBajo el tiempo y la ceniza


ArribaAbajo Con humildad, con ternura hicimos nuestro mundo,
padre revelador, pasión de cada día,
tú, desde la oscura habitación que el tiempo
había despintado, como una gota creciendo
en nuestro corazón al alba y en silencio,
yo, apenas una sombra que se derrama a los pies
de tu gigante, hermosa arquitectura.
Pero te siento hoy como una lámpara que arde
e ilumina el recuerdo de tan gloriosos años,
y así, entre altos parajes, bajo el tiempo y la ceniza,
mi memoria insiste en tocar tu corazón, la desventura
que crece en el humo de las horas y me rodea
con las alas inútiles de su eternidad vencida.




ArribaAbajoGénesis (1967; 1975)




ArribaAbajoHila la araña en el espejo


ArribaAbajo   Hila la araña en el espejo. Mártires del polvo, los ojos abren
su ciego caminar. El paso del invierno, que es morir.

   En procesión de rayos, los cirios, viático del alba, se estremecen
al sol. Ningún cuerpo junto al ciprés vigila. Nada arde en el suplicio
del reposo, en la eternidad.

   Antes de que el día sea día, la araña se detiene: veo la presa.
Avanzo entre los hilos de un mágico universo.




ArribaAbajo Sin nombre todavía, símbolo solo


ArribaAbajo    Sin nombre todavía, símbolo sólo, arena endurecida por el cosmos, el día esparce su
misterio, el polvo de su sombra, más allá del ocaso.

   Nada es la patria. Surcos, pequeños cementerios minerales, las aguas llevan el horario
fatal.

   Ninguna mano perdura, ningún ojo contempla el dolor, tiempo consumido.

    Sólo el cuerpo trabaja lo que su carne llama justo maleficio.




ArribaAbajoSucede que oyes una voz donde nadie


ArribaAbajo    Sucede que oyes una voz donde nadie habita, que ves una sombra donde nada existe,
que tocas un rostro que no fue.

   Compruébalo: sólo tocas el muro que sostiene tu soledad, ves la imagen oscura que
posesiona de tu vida,

   oyes el eco de tu propio desaliento.




ArribaAbajo Separo penumbra, atravieso la muerte


ArribaAbajo    Separo penumbra, atravieso la muerte, doy mi palabra a un imperio de urgentes
confesiones.

   En vano quiero saber el lugar, la hora que arrastra hacia su fin el mito revelado.

   Nacerás el día último, símbolo de otra edad: conocerás la gloria de ser sólo ausencia
en una tierra desconocida.




ArribaAbajoConducido a otro lugar, donde no llega


ArribaAbajo    Conducido a otro lugar, donde no llega la luz y el cuerpo en su llama interior se
desenvuelve, inventas el país.

   Vastísima es la noche. Una gota continua dice la hora. La ceniza dicta su verdad.

    De ahí no saldrás. Piénsalo. El único triunfo será habitar un lúcido cadáver, efímero
ejemplo de tu majestad.




ArribaAbajoFiel infiel (1968; 1977)




ArribaAbajoÁngel del exilio


ArribaAbajo Perdido entre las húmedas cavidades
del tiempo raíz oscura,
tocando va los abisales círculos
de un sueño.

Se entrega al duro oficio del existir,
conoce la envoltura estelar
del sufrimiento, el plomo y la sequía
de su ciega mansión.

Un reino visceral le rodea,
vive el último descenso
de su edad. Dice: «No tengo patria aquí. Puedo
hacer de la noche mi infierno.»

Redondel de sal,
dolmen caído, inclina su soledad
en la tierra, descifra los signos de un osario
secreto, el calor de una boca
que a su boca se niega.

Polen de niebla es,
culpa en la frontera del mal, llama
que inventa una nueva armadura
para la desdicha.

En vano se despide del día.
Oye: « Ángel del exilio, despierta.»

La fábula
no tiene fin. En el río de la muerte,
el olvido se deshiela.




ArribaAbajoCarpe Diem (1969; 1972)




ArribaAbajo«West end blues» en la noche


ArribaAbajoConcertado el trueno
y el relámpago,

¿cuál de estos rojos cometas,
lágrimas del litoral, sabría rehacer
la imagen de tu destierro?

¿Con qué materia
oída al fin la luna reveladora
de tu gracia, humo inmortal,
te sustentaría?

Y si tal fulgor consistiera
semejante traslación, aligerada
de súplicas la dársena que envuelve el alma,
¿acertaría a colocar tu vano corazón
en su sitio?

Hoy vuelves a mi casa: el piano,
los saxos y las trompetas huelen
el gas de las lámparas, el hollín de los años
escribe su verdad, oigo
tu cabeza apuntalada por los signos, el seno
abierto en medio de las fábulas
que conciertan las edades.

A punto de morir,
la noche en su oscuro hotel
se descalza, el mar es una libélula ciega
que quema los colores de sus alas,
conjuro el muelle, caz de tiza
el adarve.

Pero tú, Orfeo intemporal, tejes
las sedas para otro disfraz
más duradero, larva de un misterio mayor,
voz inhabitable.

Concédeme antes tu aliento,
dioscuro alucinante, haz
de esta hora una visitación que me deslumbre,
ceda el invierno su luto
imaginario, toque yo tu antigua dicha, cima
o nada.

Si no vale un viejo blues esta noche,
lejos del paraíso y sus lúcidas vírgenes,
grata me fuera la muerte.




ArribaAbajoCódigo (1970)


ArribaAbajoSi tuvo patria, esta fue: un redondel

Si tuvo patria, ésta fue un redondel de olvido, una lengua encarcelada por la costumbre, un largo viaje por una habitación poblada de disfraces, un lecho donde la paciencia descarga sus golpes, cuando las lámparas se suicidan en el amanecer de las cornisas y los cabellos dejan discurrir al azar su ruinas o los espejos dejan caer sus frustraciones con un desvarío intermitente.

En ese frío andén, ahora, cuando la esfinge que fue se despuebla como una ciudad al sol del verano, y una llama lunar se bendice con el detritus de muchas cabezas acumuladas, si alguna vez tuvo patria, sea esta fosforescencia de desierto imprevisto, esta rotación de piedras malvestidas por las lágrimas, un péndulo de sales y poleas que entreabre la puerta de un abismo,

allí donde el simulacro del deseo emerge de unas manos hechas tinta, donde el polvo o la ceniza abiertamente en los muros se conjugan, y entregadas a la resignación, unas damas de terciopelo transparente preparan la cena para un cuerpo extranjero que regresa al hogar cuerpo extranjero que regresa al hogar cubierto de tentaciones y cicatrices.






ArribaAbajoFábula (1972-1973)


ArribaAbajoCerca del estigio, en un campo

Cerca del Estigio, en un campo de algodón y adormidera, hace algunos siglos, padecí un ciclón que se llamaba Louis: aún se oye su catarata hirviente extenderse por los meridianos en un desbordante mar.

Si tendéis las manos hacia los pasajes que no están en los mapas, en seguida tocaréis la piel de los muertos que danzan en los nichos, veréis las sombras de las cruces que ordenan su historia de horcas y condenas.

Pero si miráis al infinito que destila un arco iris de papel, oiréis una boca que ríe rodeada de pañuelos, mientras las nocturnas iguanas se arrodillan a su paso y la luz no se oscurece jamás y una voz ciega se abre en abanico de colores.

Sólo para que un sollozo se duerma en el metal de una trompeta y el tiempo engendre su lecho de diamante en un blues que tampoco se atreve a envejecer.






ArribaAbajoDesde otra edad (1974)




ArribaAbajoAhora que solo eres una sombra


ArribaAbajoAhora que sólo eres una sombra,
acoge a esta familia de larvas que de tu destierro se culpa, entrégale la llave del hogar
que de siempre fue tu cobijo,
dispersa tu ceniza ante la piedra que oyó la gesta del día y no te dejes caer en la tentación
de ser un vano habitante de la nada.

Ahí, donde se ofició el rito,
mientras cedes a una turba ungida con el aceite
del sacrificio, ¿qué piel te habita ya, si tu ofrenda es el aliento de un reptil herido
por la costumbre, un legado sombrío,
y una cabeza de luto con indolencia siembra su magisterio por tu dominio?

De insomnio y polvo se conforma
tu osamenta en ese promontorio del olvido, allí donde un sol de ocaso te abrasa
como un ácido enloquecido,
donde eres, tal un sagrario abierto a la pesadumbre, un vaso de oscuridad, una bujía de
humo,
un ojo apagado en otro mundo.

¿Qué clima escribe la orfandad
de ese cuerpo que fue esplendor
en la tierra? ¿De vuelta a qué poniente vives, si con tanta ceguera
das origen a una nueva estirpe
y en ella sacrificas lo que fue grata anunciación del dios que fuiste un vago día?

Niegues o no la eternidad,
sólo el rostro que no alcanzó su gloria dirá a qué cegador infierno
tu amor ha prevalecido.




ArribaAbajoEscrito en el Sur (1977-1978; 1979)




ArribaAbajoHe amanecido alguna vez entre las voces


ArribaAbajoHe amanecido alguna vez
entre las voces de una antigua patria, he ido
a lo largo de un arrabal
de nubes implacables y tiernos caimanes,
bordeando laderas silbantes,
saltando archipiélagos mojados de caliente luna,
cayendo en pozos de noche
gastada por el insomnio, he vivido
como una ameba complaciente que simula la paz
de una familia.

He bebido el tiempo en unos labios
gastados por el ácido del hastío,
mendigo de lascivia y vino
en un ámbito de hogueras y corrientes, he puesto
la semilla del terror en un alba
llena de canciones y sábanas
perezosas, turbión cegador de antiguas idolatrías,
matarife paciente de hermosos
plenilunios, cruel compilador de un pánico
que la muerte diviniza.

He hallado el país inhabitado,
el clima impreciso donde, entre la palma
y la intemperancia, la lujuria sonríe
con lúcida grandeza, he pisado la costa inestimable
donde la máscara del amor y su resina maléfica
humilla la paz de los cuerpos
con su inocencia.

He sido dios de un día inacabable,
guerrero abierto a la ruina y la expiación,
macabro heredero de un patrimonio
donde la dicha es apenas más vieja que la vida,
momia sin edad en una tierra ingrata,
semilla que deja pasar su sombra
entre monstruos y pájaros, oráculo de una costumbre
que niega su potestad
al escalofrío.

He muerto en el sonido de un aguacero
tropical, una noche de mulatas
y confesiones, al beber la sal de un sexo cuyo umbral
sólo se entreabre a la ceniza.




ArribaAbajoTemplo de la mortalidad (1979-1980)




ArribaAbajo¿Nace del alba este rostro?


ArribaAbajo¿Nace del alba
este rostro,
o es un hueco de sombra en un cielo desnudo,
un astro que en su mutación
a nadie da acceso?

¿Conoce este mar el duelo
que envuelve una piel desierta,
o es un aro de ceniza que en otra patria
cede su gratitud
al sueño?

¿Donde la tierra detiene su vuelo,
comparece siempre la liturgia
de la soledad, o se hace oscura nostalgia
un delirio que cede su poder
a una mayor desgracia?

¿Ciega el fuego del verano
el último día, o los ojos
adquieren la humildad de las cosas fugaces
en un cuerpo de luto
y pesadumbre?

¿Escribe la memoria su herencia
ante las piedras de un túmulo vacío,
o es la ceremonia de una edad
justo donde los límites de una vieja pasión
imponen su desaliento?

¿Se edifica algún paraíso,
en algún lugar, para el alma,
o es el alma un antiguo delirio que entre polvo
y herrumbre, cuando muere el tiempo,
comparece ante su culpa?

Desde hoy, cuando nada
tiene eternidad, antes de que los siglos
concentren su poder en torno a los despojos
de este mercado de muerte,

vuelve a tu provincia
de enfermedad o tentación, al hoyo
donde inmortal has sido.




ArribaAbajoGesta (1982-1983; 1988)




ArribaAbajoCubierta la jornada, ¿qué haréis de tanto cuerpo...?


ArribaAbajoCubierta la jornada,
¿qué haréis de tanto cuerpo roto, tantas manos
clamando hacia el tiempo?
¿Qué haréis de tantos ojos que miran y no miran
caídos en la tierra?

¿Quién cuidará ese rostro
sembrado de agujeros, esa lengua
que hablaba de una patria? ¿Quién velará esa boca
que un día pregonara su amor
por este mundo?

¿Dónde pondréis el hondo lecho
para sus negros sueños?
¿Por qué cielo desierto caminará su sombra?
¿Desde qué profanado paraíso
se alzará complaciente su osamenta?

Vuelta la noche
a su hogar, paralizado el tiempo,
mientras los himnos bíblicos se oyen
entre las llamas de las velas
y el incienso,

¿hacia qué iglesia o cloaca
se dirigirá el cortejo de larvas
para acusaros, indolentes verdugos,
de vuestro sacrilegio?




ArribaAbajoCuántas veces has visto morir la noche


ArribaAbajo Cuantas veces has visto morir la noche
desde ese balcón de tristeza marítima, tu vida
abierta al delirio venial
de las barcas, reina de una constelación
paralela al curso
de los astros.

Ajena a los recursos del hastío,
envuelta en pergaminos
y paños de luto, ¿podría imaginar la vejez
que dentro de tal casa,
cerradas las puertas y ciegos sus habitantes,
sucedería tan nocivo desconcierto?

Disipado
apenas el sobresalto, leído el edicto
y conocido el reo, antes de la culpa
y la pesadumbre, en el fúnebre altar,
¿estaba dispuesto el veneno o el conjuro
para un castigo tan duradero?

Hora es ya
de que aparezcas con tus hábitos
carnales, seas, más que afrenta, infortunio
de un litoral desierto o una tumba
de profundos sueños,

cuando el alma, olvidada
en su tránsito, ante el milagro
de la mañana, deja de ser una sombra disuelta
entre retratos antiguos
y muertos venerables.

Oh, aparta la oscuridad,
ábrete a la alabanza del día,
pues donde tu cuerpo, virgen del mal, convoca
tu nacimiento, con tu misma identidad,
otro cuerpo se extermina.




ArribaAbajoClaustro del día (1984; 1995)




ArribaAbajoHabita el tiempo de tu juventud


ArribaAbajo Habita el tiempo
de tu juventud,

y puesto que un día el azar
te hará un hogar desierto,
en tanto tu rostro sea tal una larga rama
de verdor,

niégate al sacrilegio que codicia
tu heredad, clausura
la voz que adelanta su perjurio
hasta tu boca, conjura el amor
en los claros augurios que a los siglos
sobreviven.

Largamente, a oscuras, el olvido
conoce la indolencia del sueño,
crea la suma de un mal, con letras cardinales
se da a un breve memorial
de acusación
y sobresalto.

Pero hoy, en este vago espacio,
tal un mañana que se eterniza,
mira cómo la ancianidad se oscurece
en sus hábitos, cómo se hace de malversación
en todo lo que no fue y huye
con el humo de la tierra.

Nunca una pasión
se ordena entre muertos recuerdos
pues nunca se destierra de un cuerpo un amor
si otro amor hizo del mismo cuerpo
su oscura fortaleza.




ArribaAbajoCorpora Terrae (1987-1988; 1998)


ArribaAbajoJunto con el amor fue la ceniza

Junto con el amor fue la ceniza, fue el túmulo sagrado y la llave, la oculta mansión, el rostro temporal, el humo de una alianza entre la maldad y el olvido.

Ahora, mientras se oye el concierto de estas máscaras y sus estandartes, lúgubres muertos, ¿qué magisterio ceden a su estéril rito, cuando el día se abre en la eterna piedra y la paz es sólo una vieja posesión, vano capítulo?

Nadie vuelva a esta landa que acoge la penumbra, pues apagada la hoguera de tal sacrificio, el cuerpo, reunido en el pasado, un canto de polvo, un castigo de telas y maderas salvadas de los años,

¿de qué puede ya ser imagen, si esta aleve paz, huella de pobreza, es el largo relato de un país que malgobierna su exilio?




ArribaAbajo ¿Quién olvida la mañana...?

¿Quién olvida la mañana de este aniversario?

El mar oculta su voz en el acantilado, la niebla se hace difunta luz sobre el arenal, donde el día, sediento, completa sus muertas aves.

Volviera, hidra de llanto, y la tierra sería un paraíso desierto, la paz de un rostro que vive su eternidad de piedra.

Mas al otro lado del tiempo, ¿sabe nadie si hay una rosa de piedra en su lugar o si una boca convoca a otra boca en ese vegetal reino?

¿Cómo conocer si el polvo, santiguado por el triunfo, en su altar complacido, relata una fábula que corona la pleamar?

En tal encuentro, ¿Quién dejará en su piel la sal de tan injusta cólera? ¿Quién sobrevivirá en la frontera del mal? ¿Quién se hará día en tan oscura heredad?

El cuerpo se sucede entre la ceniza de las estaciones. El tiempo pasa. Quedan ruinas.






ArribaAbajoAcorde (1989-1991)


ArribaAbajo3

La verdad, vedla, ahí, parece poblada de gloriosos seres, y, cautiva de la lluvia, la hora se llena de un antiguo amor, un cálido adiós a su indolente gracia restituido.




ArribaAbajo9

Quieras hoy, a orillas de tan oscura piedra, que la noche en ti se reconcilie. Porque mientras atraviesas este vía crucis, colmadas las miradas de una alegría humilde, sus huéspedes vagan contigo, una hilera de sueños en vano contraluz con el tiempo.




ArribaAbajo23

Ahí quiere estar, héroe de paso, su ceniza junto a tu ceniza. Oír que la noche se sumerge en su callada maldad. Ver cómo la sombra de su rostro, a través de otra paz, puebla tu silencio.




ArribaAbajo60

Hijo del día, ¿qué vale la gracia de esa oscura lealtad, ese adviento que deja su bienvenida por las puertas, ese hilo de luz que se disuelve al fin como un adiós en el ocaso?






ArribaAbajoHeredad de la sombra (1997-2001)




ArribaAbajoVII


ArribaAbajo      La puerta se abre a la pleamar.
       Donde germina, tierra de nadie, el paraíso que
otra sombra habitó.
       La piedra señala el lugar.
       La hora de un sueño que cede la herrumbre de
otro sueño.
      Oscura ladera del olvido.




ArribaVIII


Arriba       Nada de lo que ha sido volverá.
      Así, fiebre del tiempo, signo de un largo sacrificio.
       Mas, callada la plegaria en la piel,
       Mientras la ruina cuenta su fábula, el día ¿qué gloria evocará?
      Desierta aurora del exilio.





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