Mi cuarto tiene presa el alma de los
días pasados, entres los mudos libros
se agolpan los recuerdos, versos,
cuadros, flores, acaso una rama
reseca de jara, con su temblor,
rompen el olvido que me oculta.
Mas de súbito en mis labios
se hiela un deseo y yo a todos pregunto... y nadie,
nadie sabe decirme el porqué
de mi vida.
Por la ventana abierta el invierno
tiñe las cosas de un color íntimo y nuevo,
la bouganvilia balancea en sus
hojas una sombra sin perfume,
y en el solar de enfrente los
perros corren aullando al otoño
y los pájaros de La Torre se
dispersan en bandadas desacordes.
Y el porqué de mi vida es el
filo de un cuchillo que desgarra mis venas
y pone en mis manos un gesto de
desesperación.
En el jardín bostezan los
naranjos melancólicos y en sus troncos de cal
los rosales envuelven la
impaciencia roja de sus tiernas corolas.
Y se transfunde la tarde al
reflejarse en la pupila muerta del pozo o en el agua de la
acequia,
y yo, que me siento apagado,
sólo sombra, alzo mi rostro a las cosas y les pregunto... y
nadie,
nadie sabe decirme el porqué
de mi vida.
Y por el cielo pasan flotando las
nubes y los montes son una línea oscura en la
lejanía
y el arroyo ensordece la
cañada y bajo la tierra la hierba se encharca de
aromas.
Y es al corazón oscuro del
pueblo, que desde el hondo valle se me clava en los ojos,
a quien pregunto el porqué
de mi vida, y no me contesta.
Y no me contesta porque mi vida
acaso no es sino humo
que sin forma se esparce en el
tiempo, allí donde todas las cosas
hicieron su huella, su herida
profunda y dolorosa.
Égloga de un tiempo perdido
(1949-1950)
Por esta tierra pasó: queda
su nombre
Por esta tierra pasó: queda
su nombre todavía
sonando entre las cosas, la ceniza
de sus años
dando sombra a un manantial de
amor, su gracia
lo mismo que un errante conjuro por
la casa.
Vivió un mundo humilde. Sus
manos, un aliento
para quien sabe con tristeza que la
libertad
ha sido malherida; su boca, una
segura patria
para aquel que la muerte ya tiene
señalado.
Cruzaba entre los seres de pan
negro y castigo
sembrando su ternura como una madre
justa, iba
de cuerpo en cuerpo liberando el
dolor, uniendo
el hilo de la paz que un odio
había malcortado.
Así fue su existencia: una
entrega, un sacrificio.
Ahora, desde su cielo, entre los
siglos, su voz
a diario nos visita y a diario el
mundo se puebla
de la justicia que fue su fiel amor
por la vida.
La tierra tiene a veces sabor
La tierra tiene a veces sabor a
negra harina,
a humo de otro tiempo, en donde hay
sumergidos
seres como harapos, amantes
solitarios, dioses
que extienden por el mundo su
malsana tarea.
Los muertos andan siempre sobre
campos regados
con lágrimas de aceite y
ceniza morada, viven
sus fríos laberintos de
lluvia y fina escarcha
sentados sobre un mar que nace del
olvido.
Así dejan los días su
pan de niebla y fuego
sobre los cuerpos rotos de los
viejos amantes,
mientras en sus cinturas se
alimenta una garra
que todo lo transforma en sudor
para la muerte.
Clamor de todo espacio (1950)
Los olvidados días
Henos aquí, oh tierra
coronada de errantes lluvias y martirios,
rozando las pálidas
guirnaldas de un tiempo alimentado por el llanto,
como una sorda leyenda flotante en
las aguas de un olvido,
humeante brisa arrastrada por la
honda marea del invierno.
Henos aquí. Mas
¿quién oye en sus sienes lo que tu ronco farol
pregona?
Todos dicen: «Los muertos ya
murieron y el polvo los deshizo». Se olvidan.
¿Qué importa el
exangüe nocturno, la rosa podrida en las frías
ciudades?
¿A qué remover la
huella que deja el tronco volcado por el musgo?
Estamos aquí. Vivimos. La
última barca llevará la historia de nuestros
días:
«Se amaron. Ni la niebla ni
el odio borraron la música que ardía en sus
gargantas».
Y entonces, ¿a dónde
retornar? ¿Por qué goteante rama hallar tu boca hecha
hiedra?
No, no puede el corazón
deshacer la trenza de un recuerdo y decir sólo una
palabra:
«Sucedió».
Noche final y principio (1951)
Olvido soy: antigua
fábula gastada
Olvido soy: antigua fábula
gastada en el rumor de los días,
goce y llanto confundidos en el
celeste mudo que nos crucifica,
leve muerte, espacio, amor, vida:
ciega raíz de un tiempo
herido por sombras que sostienen la
memoria de otras sombras.
Olvido soy: no ardiente noche sin
origen ni reino sin orillas,
agua que fluye diseminada entre la
carcoma de un amargo amor,
hoja que se adormece en los
residuos de un tiempo carbonizado,
sílaba que crea una garganta
acostumbrada al cuchillo de la soledad.
Olvido soy: obsceno silencio entre
lágrimas, mármoles y espejos,
escoria derramada sobre los
escombros de un día triunfante,
ángel o demonio insaciable
de la única pasión que nos vence,
fiel delirio de una boca a cuya
sombra el deseo hubiera florecido.
Tenebrae (1951)
XII
Te hicieras de nuevo realidad,
cuerpo presente, y tus alas caerían
sobre la noche del mundo, sima sin
fin, ladera abierta a la
indecisa confesión de la
muerte.
Conociera yo
entonces la verdad que esconde en tu carne su
misterio, viviera sobre el haz de
esa negación que inclina su
sonido hacia el tiempo, isla
arrasada de maldad, tumba que así se
oculta al sufrimiento.
Pero la muerte
es verdad, es eterna, hila su tela sobre los rostros,
habla y renuncia a todas las
tentaciones, guarda el secreto
goce de ser siempre una larva que
se rodea de memoria.
Y aquí la
esperaremos –de nuevo realidad, cuerpo presente-, mientras
exhibe su
victoria de harapos y, con las
lágrimas
de los amantes que un día te
conocieron, llora en su propio infierno.
XVIII
Frente al mar de
septiembre cegaba el mediodía. Tú eras un cuerpo
de alquitrán acariciado por
las olas. Alguien hablaba de no sé qué
país
perdido. El mundo se hizo de pronto
llanto en nuestra boca.
Sobre la broza
de la playa las aves marinas decapitaban el recuerdo.
Por el aire ardiente una viva voz
oscura su soledad derramaba. Las algas
dejaban en nuestra piel su muerta
escoria. El día se apagó.
¿Qué queda de esa
hora? Golpea el mar la tierra. El cielo esconde su ebria
luz. Sólo la huella de
nuestros pasos se ha borrado, no la mano dócil que
nos aleja, como dos sombras heridas
en medio de la eternidad.
Exilio (1952-1953; 1955)
Cementerio marino
Hasta aquí el tiempo con sus
lluvias.
Y el salmo de la piedra batido por
el mar.
La rama desgajada y la colina
abierta tristemente al mundo de los
astros.
Un corazón de hierba comido
por el polvo
tal un barrio de muertos que la
luna custodia.
¡Oh viajero! He aquí
la historia de unos días
lamidos cara a cara por un
pueblo
de impúdicos mendigos y
mujeres
que han hecho de su sexo una
mortaja.
Aquí el mármol que
custodia los muslos
del duro adolescente caído
en el asfalto,
la fiel garganta del guerrero
y su puñal de odio talado
por el viento,
la rubia trenza y su perfume
gritando desolado por la
costa,
los tristes senos de una
niña
podridos sin el tacto suave del
amante.
¡Cementerio marino, desolado
recinto!
Una espiga de sombra quiero llevar
cantando,
repasando la arena que guarda tu
codicia.
Alzar el vago reino que
perdura
entre las grises llamaradas del
deseo
y el hastío. Modular tu
torso de cañizo,
la bóveda de hormigas y
yerbajos
y el árbol tatuado por la
lluvia
que en tu muro se acuesta.
No me pidas que aleje tu
miseria,
el golpear solemne de las
nubes,
el llanto de tus cruces
derrumbadas
bajo el ardiente óxido del
día.
No quiero tu pasión
desordenada,
la costumbre viciosa o el
castigo
de fluir callando como un
río
por todos los rincones de la
muerte.
Yo busco el rito de tu
infancia,
la entrega que perdura tras el
tiempo,
la despierta mansión que
arrebata
suave la sangre de tus hijos,
el silbido del mar en la
ladera
que baña irremediable tus
escombros.
Dame labios de sal, agua entre
ramas,
que mi corazón beba tu
dicha
junto a la lapa roída y el
ciempiés.
Y en apacible noche, a tu
sombra,
cederá su jugo mi
pasión más turbia,
exilio de una amarga entrega
hace meses comida por tu
tierra.
Pon tu palabra en mi boca,
oh demonio de mi mundo,
y hazla una desierta playa
que cruja con mi mismo
escalofrío.
No, no digas adiós a tus
violentos hijos.
Aquí me condeno. Ya lo
sabes.
Pues donde los muertos juegan
en desolada espera con los
muertos
ningún dios pondrá
allí la sombra
gangrenada de su pecho, su
río.
Y así el que llegue
caminará ya herido
suplicando al sol su caldeado
fruto,
su gloria, y esa libertad como un
deseo
rodando por la lengua
victoriosa.
Dios de un día (1954)
Hay un reino sostenido por el
llanto
Hojas, polvo y lluvia acaso son
aquí las palabras:
dura tierra que bebe su copa de
sangre más amarga.
Suenan los huesos. Cae la noche.
Rotos llantos
se alargan entre los troncos que
saben su materia,
su savia pregonada por cien manos
dichosas,
como una anunciación, un
gozoso alarido que clavara
la cruel sombra del día y su
destino.
Duele saber que el hombre es solo
niebla, un río
que pasa preguntando a su oscura
conciencia
por cosas irremediables, por
fugaces sonidos.
Que en su cuerpo letal habita ya un
imperio
de mordidos gusanos y lluvias
tristes. Que la muerte
es su larga residencia, su
escombro, y su memoria
la tragedia de un dios que canta
mientras juzga.
Pero es el día la cabeza
extinguida de un relámpago
que alumbró con sus dientes
tanta vida desierta,
el origen tristísimo de un
mundo que enloquece
pegado a sus consignas, ardiendo
entre maderos,
levantando sus máscaras
podridas en el alcohol
de las viejas costumbres, soberbias
religiones, leyes
de un huracán que
sólo puede calmarse incendiándolo de azufre.
Hay un reino perdido entre los
muertos. Lo sabemos.
Pero abrimos despacio sus tiernos
dormitorios,
apartamos llorando la sal de sus
cristales, bebemos
su luna arruinada y sus insectos, y
caemos
entre dos luces que saben nuestra
fuerza
abrazando una noche, un fuego
inevitable que defiende
nuestra piedra, nuestro luto
solitario para siempre.
Puedo llenar de nombres
Puedo llenar de nombres tu adorable
penumbra,
romper la circular tristeza de tus
muros
entre ramas, papeles, menudas cosas
como polvo:
la ceniza de una hoguera familiar
que recoge
el adiós de tanto muerto
esparcido en los años.
Puedo decir: Dios, casa, sombra,
mediodía. Gritar
en tu pared deshecha por tanta
horrible lluvia.
Puedo herir tu corazón, la
huella de tu escombro,
tu gris cabeza carcomida por el
trémulo aviso
de unos hijos que adoran tu
esqueleto sencillo.
Pero ¿qué ciego
homenaje romperá entonces esa lava
que ha ido por el suelo tanto
tiempo llamándote?
¿Quién
descubrirá tus maderas deshechas al final del verano
por el fuego, los insectos
suicidas, la desesperación
de unos seres heridos un día
y otro por tu olvido?
Sur doliente, tierra viva: puedo mi
cadáver pasar
por tus aguas. Beber tu cielo
derramado en sollozos.
Escuchar el correr de tus lluvias
mordidas por la luna.
Puedo apoyar mi espalda sobre tu
muerte, y llorar,
llorar mi tristeza como un hombre,
dios diario, fugitivo.
Tiempo en el Sur (1955)
Una fecha junto al mar
Confundidos en la arena, como
durmientes
que el sol castiga con sus breves
cuchillos,
así mirábamos el mar,
las velas, el claustro
de mariscos que alargaban sus sones
en nuestro cuerpo.
Un aliento terrestre
ennegrecía la tarde.
El viento del levante golpeaba sus
cuerdas
sobre los duros lechos que un pie
despedazaba
lleno de desesperación,
sobre unas cabezas
que el Estío nutría
con sus venas azules.
La vida nos llamaba.
Recuérdalo. Una mano rozaba
nuestra piel goteante de sal y de
ternura,
y allá lejos, bajo las dunas
moradas,
alguien, como un dios de horribles
alas,
sacudía su corazón de
lánguidos cuchillos.
Vivíamos los dos. El tiempo
era en tu cintura
una luna muy baja de hermosa
resonancia.
¿Qué decía tu
sombra, el cielo que tocabas,
tu piel acariciada por
pájaros de arena y metales?
Oigo aún el ruido de las
olas, los fúnebres pasos
que dejaban su escoria en nuestro
cuerpo. Piénsalo:
Vivimos todavía. Nadie ha
vuelto su rostro
para decir: «En ti
sólo recuerdo el perdido verano».
Lilia Culpa (1962)
I
Antes de ser crucificada en el
espacio,
su rostro hundido en el dolor,
abierta
la mirada sobre el alisio del
mal,
ebria su boca -pues las aves
nocturnas
se habían confiado a su
oscuridad-,
y aun reconocida en su vano
testamento,
así fue, pasión de
tanto día, virgen
consagrada al olvido, única
imagen
que los espejos nunca
devolverán.
VI
En un parque otoñal he visto
pasar la sombra
de una gacela herida, huir los
pájaros
mientras el poniente arrojaba los
cirios
del sol, lejos de la
mansión. Luego, no pude
verte más. Tu cabello era la
noche, emergía
de un abismo lunar, rostro ausente,
nada.
Eurídice en mi infierno,
todo el fuego
se volvió hacia mí. Y
oculto quedé en la ola
de tu voz: un cuchillo que
consistió ver
lo que hasta ahora sólo
había sido delirio.
VII
Quiere vivir de nuevo un
día, la hora
que pudo ser testigo del amor que
no fue
-el tiempo que hizo de su carne un
río
de dicha o
desesperación-.
Pero la sombra
toca el alma cuando llega la
noche
y el llanto quema los ojos y la
ceniza
se adormece en la boca.
Y así, celeste
ausencia, persigue ahora la
imagen
de otro cuerpo, se entrega a la
ventura
de un encuentro que sólo la
muerte,
en otro paraíso, puede
establecer.
Invención de la muerte (1960-1961; 1964)
El
humo de los años
Quiero, con amor reconocido, tocar
la piedra hasta el delirio,
hacer de este pueblo que
antaño iluminaste un nuevo reino,
desterrar las lágrimas que
coronan tu pasada leyenda
entre libros, flores, hilos,
pequeñas cosas como muerte:
el polvo de una edad que olvida en
la marea su entrega,
tanto amor como la vida
prolongándose en nuestro cuerpo hizo.
Aquí quiero escribir: noche,
tierra mía, madre, patria sola.
Llorar en tu ventana de sal dulce y
lluvia mortuoria, abrir
el fuego de mi piel salpicada de
lutos a tu sueño, tocar
la gloria de tu escombro coronando
el invierno, la resina
de un martirio que ha ido dejando
sus sílabas ardientes
sobre mi corazón traspasado
de marina pesadumbre.
Pero ¿quién
podría devolver a esta ribera el humo de los
años
que en torno a tu estatura se
congregaron para amarte?
¿Quién abriría
tus ventanales mojados de luz triste y sombra,
cuando el invierno llora entre
hogueras y pájaros ciegos
la total destrucción de un
patrimonio que fecundó con sangre
la delgada, oscura, multiplicada
anatomía de tu sexo combatiente.
Diosa de adorable cintura, germinal
tierra: quiero mi muerte
plantar en tu ladera, navegar por
tu arteria de amor sostenido,
crear mi territorio de nostalgia y
llanto planetario a solas,
renacer a otro mundo en tu noche de
eterno manantial fundido:
quiero tener mis manos mojadas en
la tristeza de tu cuerpo
y cantar en ese suelo de vida
paralela con tu boca bajo la mía.
Esto es el sur, la patria, el
exilio
Poco de mi amor has conocido en ese
puerto de castigo
que el Sur convoca feliz bajo la
lluvia de noviembre,
cuando la tierra es como un cuerpo
de pasión y delirio
entregado al cielo tenebroso de los
labios.
Mucho tiempo hace ya que
allí nos conocimos,
como un agua que sube desde un
manantial oculto en una tumba
oigo derramarse su rostro de
pálidas mejillas hacia la noche,
allí donde el mar era
cómplice de nuestro oscuro sufrimiento.
Apenas un sonido me queda de tu
vida, un llanto grave
malgastado entre el polvo
doméstico de los muebles, las cosas
que tus manos tocaron mientras la
muerte iba creando
los cimientos de esa
habitación que ocupas en el Tiempo.
Oh, levanta la cabeza y ponla como
un perdón en el misterio
de este techo sin paz que en tu
corazón lee la historia
de estos huéspedes solos,
estos viajes vacíos, este pan
que en ti recuerda la inocente
procesión de los años.
No digas que un río de
sombra corre bajo tus ojos, ahora
que esta piedra pone un nombre
sobre el rocío diurno
y edifica para siempre el universo
de hilos y dedales
que, como rey terrible, se condensa
en tu memoria.
Ven, y sígueme, y olvida: la
última lágrima ha caído,
en medio de este amor amortajado de
fiebre e insomnio:
la lámpara se apaga, esto es
el Sur, la patria, el exilio
que restablece el sueño que
te negó la adolescencia.
Oficio de los días (1965)
Bajo el tiempo y la ceniza
Con humildad, con ternura hicimos
nuestro mundo,
padre revelador, pasión de
cada día,
tú, desde la oscura
habitación que el tiempo
había despintado, como una
gota creciendo
en nuestro corazón al alba y
en silencio,
yo, apenas una sombra que se
derrama a los pies
de tu gigante, hermosa
arquitectura.
Pero te siento hoy como una
lámpara que arde
e ilumina el recuerdo de tan
gloriosos años,
y así, entre altos parajes,
bajo el tiempo y la ceniza,
mi memoria insiste en tocar tu
corazón, la desventura
que crece en el humo de las horas y
me rodea
con las alas inútiles de su
eternidad vencida.
Génesis (1967; 1975)
Hila la araña en el espejo
Hila la
araña en el espejo. Mártires del polvo, los ojos
abren
su ciego caminar. El paso del
invierno, que es morir.
En
procesión de rayos, los cirios, viático del alba, se
estremecen
al sol. Ningún cuerpo junto
al ciprés vigila. Nada arde en el suplicio
del reposo, en la eternidad.
Antes de que el
día sea día, la araña se detiene: veo la
presa.
Avanzo entre los hilos de un
mágico universo.
Sin nombre todavía, símbolo solo
Sin nombre
todavía, símbolo sólo, arena endurecida por el
cosmos, el día esparce su
misterio, el polvo de su sombra,
más allá del ocaso.
Nada es la
patria. Surcos, pequeños cementerios minerales, las aguas
llevan el horario
fatal.
Ninguna mano
perdura, ningún ojo contempla el dolor, tiempo
consumido.
Sólo el
cuerpo trabaja lo que su carne llama justo maleficio.
Sucede que oyes una voz donde nadie
Sucede que oyes
una voz donde nadie habita, que ves una sombra donde nada
existe,
que tocas un rostro que no
fue.
Compruébalo: sólo tocas el muro que
sostiene tu soledad, ves la imagen oscura que
posesiona de tu vida,
oyes el eco de tu
propio desaliento.
Separo penumbra, atravieso la muerte
Separo penumbra,
atravieso la muerte, doy mi palabra a un imperio de urgentes
confesiones.
En vano quiero
saber el lugar, la hora que arrastra hacia su fin el mito
revelado.
Nacerás el
día último, símbolo de otra edad:
conocerás la gloria de ser sólo ausencia
en una tierra desconocida.
Conducido a otro lugar, donde no
llega
Conducido a otro
lugar, donde no llega la luz y el cuerpo en su llama interior
se
desenvuelve, inventas el
país.
Vastísima
es la noche. Una gota continua dice la hora. La ceniza dicta su
verdad.
De ahí no
saldrás. Piénsalo. El único triunfo
será habitar un lúcido cadáver,
efímero
ejemplo de tu majestad.
Fiel infiel (1968; 1977)
Ángel del exilio
Perdido entre las húmedas
cavidades
del tiempo raíz oscura,
tocando va los abisales
círculos
de un sueño.
Se entrega al duro oficio del
existir,
conoce la envoltura estelar
del sufrimiento, el plomo y la
sequía
de su ciega mansión.
Un reino visceral le rodea,
vive el último descenso
de su edad. Dice: «No tengo
patria aquí. Puedo
hacer de la noche mi
infierno.»
Redondel de sal,
dolmen caído, inclina su
soledad
en la tierra, descifra los signos
de un osario
secreto, el calor de una boca
que a su boca se niega.
Polen de niebla es,
culpa en la frontera del mal,
llama
que inventa una nueva armadura
para la desdicha.
En vano se despide del
día.
Oye: « Ángel del
exilio, despierta.»
La fábula
no tiene fin. En el río de
la muerte,
el olvido se deshiela.
Carpe
Diem (1969; 1972)
«West end
blues» en la noche
Concertado el trueno
y el relámpago,
¿cuál de estos rojos
cometas,
lágrimas del litoral,
sabría rehacer
la imagen de tu destierro?
¿Con qué
materia
oída al fin la luna
reveladora
de tu gracia, humo inmortal,
te sustentaría?
Y si tal fulgor consistiera
semejante traslación,
aligerada
de súplicas la
dársena que envuelve el alma,
¿acertaría a colocar
tu vano corazón
en su sitio?
Hoy vuelves a mi casa: el
piano,
los saxos y las trompetas
huelen
el gas de las lámparas, el
hollín de los años
escribe su verdad, oigo
tu cabeza apuntalada por los
signos, el seno
abierto en medio de las
fábulas
que conciertan las edades.
A punto de morir,
la noche en su oscuro hotel
se descalza, el mar es una
libélula ciega
que quema los colores de sus
alas,
conjuro el muelle, caz de tiza
el adarve.
Pero tú, Orfeo intemporal,
tejes
las sedas para otro disfraz
más duradero, larva de un
misterio mayor,
voz inhabitable.
Concédeme antes tu
aliento,
dioscuro alucinante, haz
de esta hora una visitación
que me deslumbre,
ceda el invierno su luto
imaginario, toque yo tu antigua
dicha, cima
o nada.
Si no vale un viejo blues esta
noche,
lejos del paraíso y sus
lúcidas vírgenes,
grata me fuera la muerte.
Código (1970)
Si
tuvo patria, esta fue: un redondel
Si tuvo patria,
ésta fue un redondel de olvido, una lengua encarcelada por
la costumbre, un largo viaje por una habitación poblada de
disfraces, un lecho donde la paciencia descarga sus golpes, cuando
las lámparas se suicidan en el amanecer de las cornisas y
los cabellos dejan discurrir al azar su ruinas o los espejos dejan
caer sus frustraciones con un desvarío intermitente.
En ese frío
andén, ahora, cuando la esfinge que fue se despuebla como
una ciudad al sol del verano, y una llama lunar se bendice con el
detritus de muchas cabezas acumuladas, si alguna vez tuvo patria,
sea esta fosforescencia de desierto imprevisto, esta
rotación de piedras malvestidas por las lágrimas, un
péndulo de sales y poleas que entreabre la puerta de un
abismo,
allí donde
el simulacro del deseo emerge de unas manos hechas tinta, donde el
polvo o la ceniza abiertamente en los muros se conjugan, y
entregadas a la resignación, unas damas de terciopelo
transparente preparan la cena para un cuerpo extranjero que regresa
al hogar cuerpo extranjero que regresa al hogar cubierto de
tentaciones y cicatrices.
Fábula (1972-1973)
Cerca del estigio, en un campo
Cerca del Estigio,
en un campo de algodón y adormidera, hace algunos siglos,
padecí un ciclón que se llamaba Louis: aún se
oye su catarata hirviente extenderse por los meridianos en un
desbordante mar.
Si tendéis
las manos hacia los pasajes que no están en los mapas, en
seguida tocaréis la piel de los muertos que danzan en los
nichos, veréis las sombras de las cruces que ordenan su
historia de horcas y condenas.
Pero si
miráis al infinito que destila un arco iris de papel,
oiréis una boca que ríe rodeada de pañuelos,
mientras las nocturnas iguanas se arrodillan a su paso y la luz no
se oscurece jamás y una voz ciega se abre en abanico de
colores.
Sólo para
que un sollozo se duerma en el metal de una trompeta y el tiempo
engendre su lecho de diamante en un blues que tampoco se atreve a
envejecer.
Desde otra edad (1974)
Ahora que solo eres una sombra
Ahora que sólo eres una
sombra,
acoge a esta familia de larvas que
de tu destierro se culpa, entrégale la llave del hogar
que de siempre fue tu cobijo,
dispersa tu ceniza ante la piedra
que oyó la gesta del día y no te dejes caer en la
tentación
de ser un vano habitante de la
nada.
Ahí, donde se ofició
el rito,
mientras cedes a una turba ungida
con el aceite
del sacrificio, ¿qué
piel te habita ya, si tu ofrenda es el aliento de un reptil
herido
por la costumbre, un legado
sombrío,
y una cabeza de luto con indolencia
siembra su magisterio por tu dominio?
De insomnio y polvo se
conforma
tu osamenta en ese promontorio del
olvido, allí donde un sol de ocaso te abrasa
como un ácido
enloquecido,
donde eres, tal un sagrario abierto
a la pesadumbre, un vaso de oscuridad, una bujía de
humo,
un ojo apagado en otro mundo.
¿Qué clima escribe la
orfandad
de ese cuerpo que fue
esplendor
en la tierra? ¿De vuelta a
qué poniente vives, si con tanta ceguera
das origen a una nueva estirpe
y en ella sacrificas lo que fue
grata anunciación del dios que fuiste un vago
día?
Niegues o no la eternidad,
sólo el rostro que no
alcanzó su gloria dirá a qué cegador
infierno
tu amor ha prevalecido.
Escrito en el Sur (1977-1978; 1979)
He
amanecido alguna vez entre las voces
He amanecido alguna vez
entre las voces de una antigua
patria, he ido
a lo largo de un arrabal
de nubes implacables y tiernos
caimanes,
bordeando laderas silbantes,
saltando archipiélagos
mojados de caliente luna,
cayendo en pozos de noche
gastada por el insomnio, he
vivido
como una ameba complaciente que
simula la paz
de una familia.
He bebido el tiempo en unos
labios
gastados por el ácido del
hastío,
mendigo de lascivia y vino
en un ámbito de hogueras y
corrientes, he puesto
la semilla del terror en un
alba
llena de canciones y
sábanas
perezosas, turbión cegador
de antiguas idolatrías,
matarife paciente de hermosos
plenilunios, cruel compilador de un
pánico
que la muerte diviniza.
He hallado el país
inhabitado,
el clima impreciso donde, entre la
palma
y la intemperancia, la lujuria
sonríe
con lúcida grandeza, he
pisado la costa inestimable
donde la máscara del amor y
su resina maléfica
humilla la paz de los cuerpos
con su inocencia.
He sido dios de un día
inacabable,
guerrero abierto a la ruina y la
expiación,
macabro heredero de un
patrimonio
donde la dicha es apenas más
vieja que la vida,
momia sin edad en una tierra
ingrata,
semilla que deja pasar su
sombra
entre monstruos y pájaros,
oráculo de una costumbre
que niega su potestad
al escalofrío.
He muerto en el sonido de un
aguacero
tropical, una noche de mulatas
y confesiones, al beber la sal de
un sexo cuyo umbral
sólo se entreabre a la
ceniza.
Templo de la mortalidad (1979-1980)
¿Nace del alba este rostro?
¿Nace del alba
este rostro,
o es un hueco de sombra en un cielo
desnudo,
un astro que en su
mutación
a nadie da acceso?
¿Conoce este mar el
duelo
que envuelve una piel
desierta,
o es un aro de ceniza que en otra
patria
cede su gratitud
al sueño?
¿Donde la tierra detiene su
vuelo,
comparece siempre la liturgia
de la soledad, o se hace oscura
nostalgia
un delirio que cede su poder
a una mayor desgracia?
¿Ciega el fuego del
verano
el último día, o los
ojos
adquieren la humildad de las cosas
fugaces
en un cuerpo de luto
y pesadumbre?
¿Escribe la memoria su
herencia
ante las piedras de un
túmulo vacío,
o es la ceremonia de una edad
justo donde los límites de
una vieja pasión
imponen su desaliento?
¿Se edifica algún
paraíso,
en algún lugar, para el
alma,
o es el alma un antiguo delirio que
entre polvo
y herrumbre, cuando muere el
tiempo,
comparece ante su culpa?
Desde hoy, cuando nada
tiene eternidad, antes de que los
siglos
concentren su poder en torno a los
despojos
de este mercado de muerte,
vuelve a tu provincia
de enfermedad o tentación,
al hoyo
donde inmortal has sido.
Gesta (1982-1983; 1988)
Cubierta la jornada, ¿qué
haréis de tanto cuerpo...?
Cubierta la jornada,
¿qué haréis de
tanto cuerpo roto, tantas manos
clamando hacia el tiempo?
¿Qué haréis de
tantos ojos que miran y no miran
caídos en la tierra?
¿Quién
cuidará ese rostro
sembrado de agujeros, esa
lengua
que hablaba de una patria?
¿Quién velará esa boca
que un día pregonara su
amor
por este mundo?
¿Dónde
pondréis el hondo lecho
para sus negros sueños?
¿Por qué cielo
desierto caminará su sombra?
¿Desde qué profanado
paraíso
se alzará complaciente su
osamenta?
Vuelta la noche
a su hogar, paralizado el
tiempo,
mientras los himnos bíblicos
se oyen
entre las llamas de las velas
y el incienso,
¿hacia qué iglesia o
cloaca
se dirigirá el cortejo de
larvas
para acusaros, indolentes
verdugos,
de vuestro sacrilegio?
Cuántas veces has visto morir la
noche
Cuantas veces has visto morir la
noche
desde ese balcón de tristeza
marítima, tu vida
abierta al delirio venial
de las barcas, reina de una
constelación
paralela al curso
de los astros.
Ajena a los recursos del
hastío,
envuelta en pergaminos
y paños de luto,
¿podría imaginar la vejez
que dentro de tal casa,
cerradas las puertas y ciegos sus
habitantes,
sucedería tan nocivo
desconcierto?
Disipado
apenas el sobresalto, leído
el edicto
y conocido el reo, antes de la
culpa
y la pesadumbre, en el
fúnebre altar,
¿estaba dispuesto el veneno
o el conjuro
para un castigo tan duradero?
Hora es ya
de que aparezcas con tus
hábitos
carnales, seas, más que
afrenta, infortunio
de un litoral desierto o una
tumba
de profundos sueños,
cuando el alma, olvidada
en su tránsito, ante el
milagro
de la mañana, deja de ser
una sombra disuelta
entre retratos antiguos
y muertos venerables.
Oh, aparta la oscuridad,
ábrete a la alabanza del
día,
pues donde tu cuerpo, virgen del
mal, convoca
tu nacimiento, con tu misma
identidad,
otro cuerpo se extermina.
Claustro del día (1984;
1995)
Habita el tiempo de tu juventud
Habita el tiempo
de tu juventud,
y puesto que un día el
azar
te hará un hogar
desierto,
en tanto tu rostro sea tal una
larga rama
de verdor,
niégate al sacrilegio que
codicia
tu heredad, clausura
la voz que adelanta su
perjurio
hasta tu boca, conjura el amor
en los claros augurios que a los
siglos
sobreviven.
Largamente, a oscuras, el
olvido
conoce la indolencia del
sueño,
crea la suma de un mal, con letras
cardinales
se da a un breve memorial
de acusación
y sobresalto.
Pero hoy, en este vago
espacio,
tal un mañana que se
eterniza,
mira cómo la ancianidad se
oscurece
en sus hábitos, cómo
se hace de malversación
en todo lo que no fue y huye
con el humo de la tierra.
Nunca una pasión
se ordena entre muertos
recuerdos
pues nunca se destierra de un
cuerpo un amor
si otro amor hizo del mismo
cuerpo
su oscura fortaleza.
Corpora Terrae (1987-1988; 1998)
Junto con el amor fue la ceniza
Junto
con el amor fue la ceniza, fue el túmulo sagrado y la llave,
la oculta mansión, el rostro temporal, el humo de una
alianza entre la maldad y el olvido.
Ahora, mientras se oye el concierto de estas máscaras y sus
estandartes, lúgubres muertos, ¿qué magisterio
ceden a su estéril rito, cuando el día se abre en la
eterna piedra y la paz es sólo una vieja posesión,
vano capítulo?
Nadie vuelva a esta landa que acoge la penumbra, pues apagada la
hoguera de tal sacrificio, el cuerpo, reunido en el pasado, un
canto de polvo, un castigo de telas y maderas salvadas de los
años,
¿de qué puede ya ser imagen, si esta aleve paz,
huella de pobreza, es el largo relato de un país que
malgobierna su exilio?
¿Quién olvida la mañana...?
¿Quién olvida la mañana de este
aniversario?
El mar oculta su
voz en el acantilado, la niebla se hace difunta luz sobre el
arenal, donde el día, sediento, completa sus muertas
aves.
Volviera, hidra de
llanto, y la tierra sería un paraíso desierto, la paz
de un rostro que vive su eternidad de piedra.
Mas al otro lado
del tiempo, ¿sabe nadie si hay una rosa de piedra en su
lugar o si una boca convoca a otra boca en ese vegetal reino?
¿Cómo conocer si el polvo, santiguado por el triunfo,
en su altar complacido, relata una fábula que corona la
pleamar?
En tal encuentro,
¿Quién dejará en su piel la sal de tan injusta
cólera? ¿Quién sobrevivirá en la
frontera del mal? ¿Quién se hará día en
tan oscura heredad?
El cuerpo se
sucede entre la ceniza de las estaciones. El tiempo pasa. Quedan
ruinas.
Acorde (1989-1991)
3
La verdad, vedla,
ahí, parece poblada de gloriosos seres, y, cautiva de la
lluvia, la hora se llena de un antiguo amor, un cálido
adiós a su indolente gracia restituido.
9
Quieras hoy, a
orillas de tan oscura piedra, que la noche en ti se reconcilie.
Porque mientras atraviesas este vía crucis, colmadas las
miradas de una alegría humilde, sus huéspedes vagan
contigo, una hilera de sueños en vano contraluz con el
tiempo.
23
Ahí quiere
estar, héroe de paso, su ceniza junto a tu ceniza.
Oír que la noche se sumerge en su callada maldad. Ver
cómo la sombra de su rostro, a través de otra paz,
puebla tu silencio.
60
Hijo del
día, ¿qué vale la gracia de esa oscura
lealtad, ese adviento que deja su bienvenida por las puertas, ese
hilo de luz que se disuelve al fin como un adiós en el
ocaso?
Heredad de la sombra (1997-2001)
VII
La
puerta se abre a la pleamar.
Donde germina, tierra de
nadie, el paraíso que
otra sombra habitó.
La piedra señala el
lugar.
La hora de un sueño que
cede la herrumbre de
otro sueño.
Oscura ladera del olvido.
VIII
Nada
de lo que ha sido volverá.
Así, fiebre del tiempo,
signo de un largo sacrificio.
Mas, callada la plegaria en la
piel,
Mientras la ruina cuenta su
fábula, el día ¿qué gloria
evocará?