Antología poética
Rosario Panez
Y esa noche
repentinamente enemiga
sobre nuestros cuerpos atrapados
de espaldas a nosotros.
Y es que probablemente cuando la pierna es brazo
y la espalda tal vez espalda o pelo
solo queda mirar, buscar
a como dé lugar
el hilo caído
y luego lentamente hilvanar
el pelo, el ojo, el brazo
en su lugar correspondiente y esperar
esperar hasta que la habitación recobre sus ángulos
las paredes sean nuevamente cuatro
y tú descanses a mi lado como siempre.
Pero si bien recuerdo
nada de eso pasó
solo la noche
engullendo nuestro sueño
arrancando de raíz nuestra habitual manera de mirarnos
hasta perder contacto con tres minutos antes de las once
y correr a esa hora exactamente
hacia adelante o hacia atrás (no lo sé)
porque a decir verdad
yo creí que estabas lejos
y no alcanzo a comprender
si este encuentro a muchos años de nosotros
es el paso del ave hacia el verano
o tal vez un ir caminando de memoria
hasta encontrarte hablando de estos años
de estos años azotando nuestros rostros
destrozando los pocos vestidos que trajimos
y tú sabes lo que fuimos
lo que juntos recogimos de la vida
que estuvo alguna vez zambullida en las mejillas
y en tus manos y en las mías
aún se encuentran los guijarros
pues no es tan simple como cogerlos
y tirarlos fuera del camino
y luego gritar a toda voz lo felices que somos
no hay engaño ni en tu mirada ni en la mía
y quizás eso sea lo que sustenta nuestros pasos
o esa manera tan tuya
de coger el corazón por el cogote
y arrancarle de la piel toda palabra vana
y es entonces cuando hay que abrocharnos
la piel que aún nos queda
y caminar sobre este martes
y no otro.
Anoche llegaste a mis sueños
como llegan los viajeros
con la maleta llena
de cansancio
de recuerdos
de ropa trajinada
en el pasado
cuando éramos dos jóvenes de veinte años
de mirada abierta y caminar alado
sobre las páginas de los libros, de la vida
repleta de pájaros, de música
que escuchábamos en la cazuela
del Teatro Municipal.
II
Anoche decía llegaste a mi sueño
cómo llega el recuerdo
de aquellos días eternos
y te quedaste revolviendo los papeles
recobrando una a una las notas
que nunca escribimos
las canciones que jamás cantamos
porque el viento deshacía nuestros pasos
y eso nunca importó.
Avanzábamos como dioses
mirando el mundo
como se mira una manzana
cubierta de sol
mientras los anhelos, los afanes
crecían como hierba
que se recoge al paso.
Estábamos seguros de encontrar
a la vuelta de la esquina
la felicidad
y pensábamos que era sólo
asunto de arrancarla
y colocarla en la solapa, sin detenernos
porque aún había mucho que caminar
por las soleadas avenidas
sin saber exactamente dónde estaba el norte
ni cuál era el paso exacto a otro momento.
En ese universo creado
tú estabas a mi lado
recogiendo las cerezas
persiguiendo los ríos
que conducían a la infancia
sin otro pasaporte
que nuestra confianza de que el futuro
tan sólo era una amable
prolongación de la Plaza Francia.
y no era así
He encontrado
un nuevo lugar para mis papeles
mis huesos
mis reflexiones
donde no llega el viento
ni el polvo del camino
donde el sol
es tan sólo un recuerdo
tostado por el tiempo.
No hay registro
ni dirección
no hay puertas
ni rendijas
tampoco hay aristas
ni perfiles
que revelen su estructura
es un lugar redondo
donde descansan mis afanes
mis sueños
todo lo que llevo encerrado
en la palma de la mano.
Nadie lo conoce
es un lugar creado
día a día
con pedazos de tiempo
de recuerdos
de música
recogida de los árboles
donde encuentro
mi nombre
mi perfil callado
el exacto tono
de mi canto.
He de permanecer
en este lugar
donde un día de octubre
por un tiempo
me dejaste
en medio de los árboles
en medio de los pájaros
para recoger los frutos
para construir mi casa
donde guarecerme
para más tarde
cavar un hueco
donde descansarán
mis huesos
Habla el mono
en nuestro saludo cotidiano
atisba sin pudor
desde su ángulo estratégico
buscando el momento exacto
de dejar -de una vez por todas-
su pelambre
ponerse el saco
mirarse fijamente en el espejo
y repetir su nuevo nombre
una y otra vez.
Nos habita el mono
con su cola escondida
con sus dedos largos
rascándose la espalda
con su invernal ropaje
que no hay quien se lo quite
con sus noventainueve por ciento
de genes compartidos
con ese modo de defender su territorio
con su intento de empinarse
sobre sí mismo
con su torpe manera de caminar
por la vida
tratando de encontrar
su nuevo paso.
No sé cómo hacer para vivirlo que no estáde la noche a la mañanaen un estado estético.Flaubert
No encuentro
otro modo de vivir
de acercarme, de estirar la mano,
de poner el ojo en el tomate
en el color azul
en la inclinación de la cabeza
de los días al pie del mar.
No encuentro otro modo
de rodear con mis brazos
la verdad, sin argumentos ni citas al pie
que sustenten su presencia.
Está en medio de la vida
paseándose por la casa
en el rincón ajeno
en la cuadra callada
entre los olvidos
entre lo que ya no se quiere
donde menos se piensa
en medio del silencio
en mi corazón doblado
en mi lejanía
en medio del mar
en la doble identidad del peñasco
sobre la mesa servida
en la cara redonda de la luna
en cada una de las cosas
que necesita de mi ojo
que necesita mi ojo
que yo necesito para pode vivir.
Soy una araña
de seis patas
y sonrisa de Gioconda
que camina por la vida
por los techos
y rincones de su casa
soy una araña
que produzco seda
que tapizo mi refugio
que gusto de la soledad
de las horas quietas
de mundos imaginados
mientras tejo mis telas.
II
Soy una araña casera
de ojos grandes
habitados por mares y universos
de cuerpo redondo
donde guardo muchas vidas
historias y leyendas
mis seis patas diligentes
recorren las paredes
recorren otros mundos
tejen fino encaje
en las esquinas
de las tardes amables
por amor a mis crías
porque amo la vida
y otros universos
me han salido alas
con ellas empujo el viento
empujo lo que no me gusta
entonces
soy mariposa de seis patas
vuelo por el campo abierto
como una promesa
avanzo entre los frutos
con el cabello recogido
con mi falda floreada
vuelo
por calles y mercados.
Si hubiéramos nacido pájaros
todo habría sido mejor
tú y yo volando
sobre las pampas de Azpitia
o mordisqueando yerbas
en los bosques de Viena
o corriendo
con patitas amarillas
sobre alguna orilla del verano
sin otro oficio
que seguir la vida
transitar por el tiempo
atravesar
sus cuatro estaciones
cuando el ánimo lo mandara
hacer unos cuantos garabatos
con nuestros trinos
llegado el momento
construir nuestro nido
en lo alto de un olivo
para mirar desde allí
con ojos de semilla
nuestro territorio
nuestros próximos vuelos
la vida entera.
Si hubiéramos nacido pájaros
todo hubiera sido mejor
tú y yo
sobre la yerba mojada
sin memoria
ni argumentos
mi cabeza de pajarita
suave y redondita
como un melocotón
por siglos
confundida entre las frutas
por años
cautivada por tus trinos
nada sabría de historia
nada sabría de Marx ni de Freud
y no me habría dado cuenta
de tus defectos de macho.
«Y no hay remedio»
dice Huamán Poma de Ayala
con voz quedita
mientras camina por mis huesos
dejando su tristeza
su poquito de esperanza
su desaliento
su necesidad de aferrarse
a la patita de conejo
a la fuerza de la palabra
al rey
allende los mares
sentado en su trono
tan lejos de todo
al que debo informar
sobre estos hechos
acaecidos en la Ciudad de los Reyes:
heme aquí señor
con mi colita de confianza
con mis ojos redondos como platos
con mis enormes orejas de elefante
con mi corazón pálido
temblando entre mis manos
para mostrarte mi sentir
para decirte todo
lo que he vivido, Señor
puedo escribir
el verso más triste
puedo dibujar en el aire
los perfiles más atroces
puedo hablarte con el amarillo
cuando la lengua me falle
he de contarte lo que he visto
sin callar nada
seré tu voz
seré tu memoria
para saber lo que esconde
el hombre
busca en tu ojo
la carta que te envío
para reconocerme
como hija del hombre
guarda entre tus manos, Señor,
mi poquito de confianza,
guárdame, Señor,
entre tus manos
dejo esta carta
de ser posible, Señor
pon remedio.
Por la gracia de Dios
-hoy por hoy-
vivo en estos campos
donde salgo muy temprano a caminar
y no es raro
que me encuentre entre los árboles con una pintura
que se parece a los trazos de Cezanne
que se parece tanto a la vida
que sin acordarme del Impresionismo
ni de los mercados
entro con mi bolsa de mimbre
a recoger peros y duraznos
y es todo lo que quiero
porque poco se puede decir
sobre ésta u otra escuela de arte
sobre las pinturas de las cuevas de Altamira
cuando la belleza y el color son la vida misma
solamente sonreír
ponerme mi falda morada
y dibujar flores sobre paredes y ventanas
porque necesito la belleza
pinto de amarillo las madrugadas
las noches de naranja
de azul los árboles que he sembrado
en la mesa de mi casa
para que den sombra a mi vida
para que cubran mis días de hojas y frutos
porque quiero tener un pedacito de verano
en la mirada una pradera
porque soy naturaleza como un árbol o un río
estoy buscando mi propio modo de vivir
mi propio modo de decir
en este mundo natural y antiguo
donde acaso fui color o fruta.
Y he decidido vivir
en este universo
donde los versos crecen entre la grama
y las pinturas son otra forma de vida
que nada tiene que ver
con el transcurrir en el tiempo
porque nacieron
y se quedaron para siempre en su momento
como yo puedo quedarme en este día
o en alguna tarde de 1800
en la casita de los bosques de Viena
en el momento en que Schubert
captura los movimientos de «La Trucha»
nadando entre las aguas
buscando las hojas de tilo
y es difícil decir algo
cuando el mundo gira alrededor de un violín
porque no se trata de palabras, de imágenes
o del lamento del sol
lo que sucede es que el canto del violín viene del mar
del bosque, de la vida misma
y no es posible dejar de sentir su llamado
pero cuando el mundo gira
siguiendo su costumbre de planeta
y pasan los días, los años
no hay ganas de ver ni de escuchar
lo que ha quedado al otro lado
porque ha girado tanto
que todo es ajeno, distante
como el gastado recuerdo de una historia
que nunca existió
y entonces
solo queda el mundo de los violines
de bosques, de versos
de todo lo que traigo guardado en la mirada
mientras camino por la vida
puedo pintar ángeles volando
sobre los tejados y jardines
porque tengo derecho a crear con mis manos
-llenas de pintura y de candor-
algo bello e inocente
y vivir allí
en la esquina azul del cuadro
acurrucada en un verso
o en el lamento de un violín.
Yo
como casa que soy
estoy habitada por los que amo
por los que viven en mí
aunque hayan nacido en otro tiempo
en otro lugar
porque dentro de mí existe un universo
que gira alrededor de la vida
sin tomar en cuenta el tiempo
entonces
hay momentos que se quedaron
que viven por su propia decisión
que nunca han de ser hoy o mañana
como viven
palabras, sentimientos, retazos de mi vida
o mi propia historia
como si fuera un gran fresco
sobre mis paredes y techos
pasan ángeles volando
que llevan entre sus manos verdades
frescas y dulces como frutas
porque no es posible negar
que esta vida mía
es tan increíble y cierta
como cualquier forma de vida
y en esta casa
que soy
te he encontrado Alberto Caeiro
con tu mirada nítida de girasol
con tu eterna novedad del mundo
y sin nunca verte, sin nunca hablarte,
he amado tu alma
que conoce el viento y el sol
que sigue y mira la paz de la naturaleza a solas
y en este pedazo de naturaleza
que soy
entre árboles y versos
entre momentos y silencio
te he encontrado joven pastor
eres delgado como la yerba que cubre la tierra
cuando callada camino sobre estos campos
pensando en los tiempos
rogando que todo quede como está
porque tengo miedo
porque todo cambia, todo pasa
y debo decirlo
-de una vez por todas-
necesito tal como están
los caminos de tierra
el viento y el sol
los amaneceres naranja, un poco de cielo
porque soy campo, soy fruto, soy pájaro
soy hembra humana que habla con los colores
en medio del silencio
te encuentro Alberto Caeiro
calmo y contento como un arroyo
cuando recorres esas laderas desconocidas
estoy a tu lado
tomándote de un verso
fresco y verde como una rama
entro en tu vida
en tu alma
no existe el tiempo
no recuerdo si he vivido en 1800
o en otro tiempo cualquiera
no pienso en el tiempo que siempre separa
no recuerdo tampoco
si he vivido en Lisboa
con sus casas de varios colores
en la campiña de Azpitia
o en algún otro lugar
en este momento solo siento
tu tristeza natural y justa
ese modo tuyo de estar en el mundo
por ejemplo como un árbol antiguo
porque soy un ser natural
acá
en mi alma
no existe el tiempo
no existe
la muerte
tal vez solo sea
una ausencia de tiempo.
He de encontrar palabras que sean trinos
gotas de lluvia o ángeles volando
que no nombren las cosas, que no digan nada
que sean la vida misma o mi corazón palpitando
porque al final de cuentas
cuando algo es
es tanto... que no hay nada que decir
y cuando se siente, se siente tanto
que de nada sirven las palabras
porque las palabras son sonidos
que nunca han sentido
ni han de sentir
dejo pues
las palabras a un lado
y me acerco a la orilla
de lo que existe solo para mí,
van conmigo
desnudos y mudos mis sentimientos
como inocentes dioses,
la cabeza en alto, la mirada clara
el cuerpo limpio como un poema.
Sin nada que decir.
En estos tiempos oscuros
donde poco puedo ver,
poco decir,
solo sé
que acá o donde yo esté
mi alma va conmigo
y en alguna tarde -cuando todo calle-
me acercaré a ella, entraré en sus ojos
donde, tal vez,
he dormido tiempos que no recuerdo
pero ahora que estoy despierta,
que camino sobre esta parte de mi vida
que había olvidado,
que siento tan lejana, tan ajena
como un sueño que al despertar
no se puede recordar
ahora que camino -decía-
por estos días callados
me he de acercar a sus ojos
como a ventanas entreabiertas
para mirar mi vida
como miran los ojos del alma
porque quiero saber todo sobre mí:
mi historia, mis olvidos, lo que no digo a nadie,
lo que guardo en mi corazón
y, de ser posible
llegar hasta mis ancestros de pájaro,
de piedra, de mar,
porque allí
ha de estar mi nombre, mi verdad y mi canto.
Y si logro conocer mi vida, mi alma
/aunque sea un poco/
si encuentro lo que busco
si al final me encuentro
y otra vez, soy la misma de ayer,
la de la mirada confiada, la del vestido azul,
la que esperaba los días, la vida,
como se espera al amigo
que ha de llegar con su mirada tierna,
con su palabra limpia,
no me ha de importar el camino duro, el cansancio,
ni el desierto.
En ese entonces
la ciudad era el parque
donde jugaban los niños
los paseos por el Olivar
las tardes de playa
y yo
volando
por las calles de San Isidro
por los mercados
con mi falda amarilla
con mi canasta de fruta
con mis afanes
con mis ganas de vivir
yo brisa
yo vida
sin alarde
sumergida en mi sonrisa
llevando en el pecho
mi universo
redondo y pequeño como un camafeo
viviendo como se vive
cuando es tu única vida
todo lo que en ese momento es y será
por siempre tu vida
y nada más que tu vida
porque nada más importaba
nada más necesitaba
ese era mi universo
y era Lima, mi ciudad
y allí mi casa
pedacito de Lima
y en el patio
la pileta.
Por tu gracia, Señor
estoy en esta tierra
donde crece la yerba, las hortalizas y la fruta
donde el hombre habita con tan poca gracia
y tan poco mérito
que estoy tentada de decirte, Señor
frente a todos los aquí reunidos
que no creo que hayamos sido hechos
a tu imagen y semejanza
y de tanto ver, de tanto escuchar
también he de decir
en presencia de las hortalizas
que quisiera abandonar de una vez por todas
la horda humana
meterme en un ciruelo
acomodarme entre las arvejas
cerrar las vainas
cerrar los ojos
descansar un tiempo.
Mi baño es blanco como una ostra
allí se encuentra Vincent Van Gogh
con su barba roja
con su mirada desolada
con sus ojos apretados de ratón inquieto
listos a saltar sobre las noches moradas
de sol salvaje
lo encontré al pie de un domingo
hosco y silencioso como una madrugada de invierno
con ausencia de azul
en su frente
los tormentos del cielo
los maizales gritando al viento
la Catedral de Abbey
su homónimo muerto
lo tomé del brazo
lo llevé a mi casa
no a la sala donde se habla despacio
donde no suena el corazón ni vuelan los pájaros
no a la brevedad del hall
donde todo pasa sin dejar recuerdo
sin mucho que decir
sin preguntarle por su hermano Theo
ni hablarle de mi hermano
lo llevé a mi baño blanco
donde se aloja mi vieja sombrerera
que gusta del tiempo calmo
del color violeta
que huele a flor
que a veces vuela
llevando en sus brazos de madera
mis toallas tiernas y peludas como conejos
lo llevé a mi baño blanco
donde nadie llega
donde me quito el sombrero
donde me miro en el espejo
tal como soy
donde me encuentro con mi cuerpo honesto
con mi cabello despeinado
donde me reconozco
flor y conejo.
Mis cosas no tienen edad
ni sombra, ni lugar de nacimiento
están llenas de alma
que es una manera de vivir
una forma de eternidad
pero ellas no están interesadas en temas metafísicos
son seres sencillos de vida amable y discreta
que aman y guardan la belleza en su propio cuerpo
en lo hondo de su corazón
guardan algo de vida, de alma humana
el alma de mis cosas se parece a la mía
sienten como mi alma siente
y algo dicen
con la nostalgia de sus gestos y posturas
que provienen de otros tiempos, de otras vidas
algo que nunca acaba, que es belleza y es memoria
que alguna vez fue por siempre
a veces creo que sus varias vidas
se sostienen en su memoria
pero no puedo estar segura
solamente puedo decir
que me gusta
su modo de estar en el mundo
su dulce y triste belleza
su cuerpo memorioso
su aroma de nostalgia
y su gran corazón.
Allí, donde estás
no hay posada, pueblo, casa
donde hayas nacido
no hay historia, no hay días que pasan
ni momentos que terminan
tampoco nada empieza.
Todo está.
Y para nosotros que nos esforzamos por tener un sitio.
un rincón propio, un lugar donde descansar,
una cama donde dormir,
que caminamos apurados para llegar a casa
para olvidarnos del anonimato, de la multitud que
nos traga
de la dictadura de los muchos,
que no nos deja ser,
nos es difícil de imaginar que tu lugar de residencia
no sea ubicable
que estés en todas partes
que no tengas un lugar solo tuyo
donde descansar de la inmensidad del infinito,
de la eternidad.
Puedo decirlo, presentirlo (no entenderlo)
que habitas un tiempo sin orillas
en un lejano silencio
donde no hay lugar para acomodar la tristeza,
la decepción que día a día te causamos.
Y Tú, solitario
has ido poblando tu tiempo -tu único tiempo-
con tu potente pensamiento generador
Tú solo -en tu tiempo eterno-
creando las innumerables existencias
que habitan el universo.
Tú, solo, maestro del arte
-en tu tiempo eterno-
dibujando formas, pintando paisajes, madrugadas
mares, cielos, frutos
esculpiendo peñascos, piedras,
convirtiendo los árboles en esculturas vivas
distribuidas en los campos, en los bosques,
como salas de arte, museos,
dotado de música al viento, al agua, a los pájaros
llenando de belleza, de color, de poesía el mundo,
creando en la Tierra
la escuela de todas las artes humanas.
Alguna vez
Dios vio en mí al solitario
que callado espera
que salga el ruido de la casa
para estirar sus huesos
caminar detrás de sí mismo
recorrer sus territorios
buscar sus olvidos
hasta encontrarlos
hasta que tomen su color de tiempo
hasta que suenen como una canción
y entonces
mirarlos de frente a los ojos
escucharlos como si fuera la primera vez
y bajo un olivo
ponerse a pensar.
Ese solitario
que cada vez que puede
busca esas mañanas solas
que calladas orean
sus amplias faldas al tiempo
y cuando las encuentra
saluda a su alma
se olvida del atrás, del adelante
de todo
lo que por añadidura soy
y casi
tocando las orillas
de alguna eternidad
pienso, Señor
en lo solo que estás.
Señor,
Yo bien sé cuán diferentes somos
Tú, el enorme, el eterno, el habitante de los tiempos
yo, la pequeñita de vida breve, de paso por este
planeta, apenas un poco de vida aferrada al alma
sabiendo que no es mía.
Pero, siendo así -como somos-
creo saber que la amistad que nos elige
es larga y duradera como un destino,
también suave y sostenedora como una caricia
después de una pena.
Y es que debes saberlo.
Yo habito en la arboleda humana, cubierta de niebla
y de silencio, donde por más que nos buscamos
no hacemos nuestro el amable campo donde florecen
las dalias, las miradas claras, los acuerdos,
enredados -como estamos- entre la maleza, las ramas
secas y la confusión,
y te digo -en verdad- por más que he buscado
el cálido predio de la amistad, no lo he encontrado
se va, se pierde entre los bosques.
No tengo un amigo,
entonces,
conocerte fue recuperar un sueño antiguo
la leyenda que existe, el confiable,
el que está conmigo
alto, sereno, como un árbol
que da sombra a mi cansancio, a mis flaquezas,
a mis penas, a mis quereres,
y así eres tú, Señor, mi amigo.
Y esta tarde de confesión y verdad
quiero decirte
que los viejos olivos que tanto amo,
mis amigos los manzanos, la primavera que llevo
conmigo olvidando los vientos, ese sol que no lo era,
y hasta mis propios atardeceres que son tan naturales,
son la mitad de mi sentido.
Y aunque todo es hermoso y afable
y por tu gracia
la belleza habita mis días, eso no es todo, está mi alma
esa frágil y silenciosa compañera,
ese leve soplo que va conmigo o, tal vez,
la columna más fuerte que sostiene mi existencia
y es que si bien ella habita en mí,
camina entre mis versos, duerme en el azul
de mis pinturas cuando llega la noche
gusta escuchar el «Concierto para violín
y orquesta N.º 3» de Mozart, a mi lado,
no tengo la menor duda que es habitante de tu reino,
pariente cercano de los ángeles,
y aunque no sé por qué está en esta tierra,
habitando mi cuerpo, quiero estar cerca de ella,
seguirla, hasta encontrar la otra mitad de mi sentido,
porque Tú bien lo sabes
mi existencia en la tierra es breve y transitoria
y si bien no tengo miedo de la muerte
no quiero quedarme entre los muertos, tampoco
ser lamento lejano de tu reino.
Yo quiero, Señor,
una simple y necesaria muerte
que guarde relación con el acontecer natural
algo así, como cuando acaba la mañana, cuando
acaban los versos de un poema o el libro que escribo,
quiero decir, que sea casi como un logro, un descanso,
una pausa para empezar algo nuevo,
y ese algo nuevo sería
que con tu ayuda, Señor,
mi alma vuelva a tus territorios, que mi alma y yo
un buen día alcancemos ese ámbito soñado
donde tu sonrisa es eterna.
En aquellos tiempos
caminaba yo
entre versos, árboles y pinturas
recogiendo momentos, recuerdos,
todo lo hermoso de la vida,
lejana del mundo,
de mi especie,
de su agitado modo de vivir,
de su apuro, de su ruido,
sintiendo mi parentesco con la lluvia,
con los aires,
andaba yo por los campos
llenando mis días de bosques,
de violines,
simplemente porque soy así,
no de otro modo,
cuando -sin más-
ingresaste de pie a mi mundo
vestido de viento
esgrimiendo en una mano la espada
y en la otra, un ramo de estrellas
-todo palabra-
te presentaste en otro tiempo
exhibiendo tu amor por la poesía
por el «Concierto para violín» de Tchaikovsky
por los libros y el recto vivir,
y te quedaste -lleno de ti-
cubierto de canto y de misterio.
Ando yo por el mundo -sin saber por qué-
buscando, intentando descubrir
lo que está en lo hondo de todo lo que es,
y es que detrás de la jarra
del árbol, del cuadro, de la silla,
de todas las existencias
que nos miran quietas, bien dispuestas
desde su sitio,
hay algo más, algo que se esconde,
que está como un enigma
que me atañe.
Y siendo -como soy- amanecer,
cuando llega la hora azul a mi ventana,
me quedo en silencio,
tratando de escuchar lo que calla el universo
cuando mira -con pena y ternura-,
mi pequeña pequeñez
que nada sabe,
y luego
cuando cierro la ventana,
regreso a mi cuarto
me miro al espejo,
y me encuentro con mi enigma callado
no puedo dejar de pensar
en lo que cada uno de nosotros
lleva en el alma, sin saberlo,
entonces,
cuando, sin buscarlo, nos encontramos
no fue querer saber, tu nombre,
atravesando puertas, respondiendo
a las llamadas de otros tiempos,
o conocer los caminos, los silencios,
que alguna vez recorriste,
ni detenerme en los tiempos
que ya no son,
porque tu nombre podría haber sido otro,
y otros tus caminos, tus costumbres,
y hasta tus escritos,
que poco conocí,
y seguirías siendo tú,
como los vientos,
que no tienen nombre,
que olvidan sus costumbres, sus caminos,
que no saben de registros ni de notas,
que van por el mundo
sin cáscara, sin nada que cargar,
desnudos de todo,
solo como son.
¿Y cómo son?
¿Qué es conocer?
¿Dónde encontrar al otro?
Soy un ser natural,
llevo dentro de mí los tiempos,
la memoria de la vida,
el canto de mi especie.
Mi origen es antiguo,
tal vez, desciendo de alguna laguna,
de un viejo árbol,
de algún canto olvidado o de la vida.
Lo que sé,
es que soy habitante del universo,
que mis raíces están en la tierra,
en mi historia, en mis ancestros vegetales,
en ese poco que tengo de piedra,
de mineral.
Y mi alma
siendo -como es- un soplo
es oriunda de los árboles,
no le basta la tierra,
necesita los espacios altos,
abiertos, libres del universo,
y como mi alma habita mi cuerpo
he decidido vivir en las alturas,
pasar mis días en sus campos,
en sus claros, en sus caminos abiertos,
en su horizonte tachonado de azul,
sin penas ni llanto.
Y acá estoy
caminando entre arboledas de nubes
escuchando la voz de los vientos,
la voz de la vida,
recibiendo la fragancia de los bosques, que llega
como llegan volando los amantes de Chagall,
sus violines, su ternura de ayer, su memoria azul,
su historia que se ha quedado para siempre
navegando en un tiempo que ya no es
llenando de magia, de ilusión, de amor,
esta tierra de pájaros, de amaneceres,
de añoranza,
donde todo es posible,
donde el tiempo no existe,
donde habita
todo lo que no encuentra lugar en la Tierra,
donde a veces llegan ángeles volando
sobre jardines blancos,
llevando entre sus manos un laúd
y se cruzan con otros seres alados,
vientos que regresan
que, tal vez, son estaciones,
puertos, donde esperan las querencias,
las colinas, los prados de otros tiempos, su lejanía.
Y yo
siendo -como soy- amiga del aire,
de la libertad, de la magia, del milagro,
he aprendido a volar
y en las mañanas salgo tras alguna madrugada,
algún verso que se escapa, alguna melodía,
o el color naranja que tanto amo.
Pero también,
camino despacio, paseo por estos lares,
me reclino sobre la mañana,
miro a un lado, al otro,
buscando de donde viene el tiempo,
de donde el canto,
y, allá, lejos del mundo tan envuelto
en su pequeñez,
en su redonda confusión,
los hombres fatigados, a mí misma,
tan sola, tan sin saber, tan sin poder comprender,
al final de cuentas, tan confundida,
tan caminando sin encontrar,
entonces,
emprendo vuelo, regreso a las alturas
a su siempre amanecer, a su soledad,
a sus campos sin penas ni lamento,
donde habita el silencio,
donde se sienten
los pasos cansados de Dios.
El mundo no es la suma de las cosas
y estas existen en cuanto existe alguien
para el cual tengan sentido.
Martin Heidegger
Y siendo -como soy-
habitante de estos reinos
de misterio, de contradicción
e inocencia -que es el mundo-
que me mira desconcertado,
que no tiene nombre ni sabe hablar,
donde habito sin certeza,
donde camino atada al tiempo,
sin mucho saber, sin mucho entender.
Y en esta pradera muda y redonda
que es el mundo,
habitan las cosas solas en su enigma
-como estoy yo-
y coexistimos en él,
sin saber por qué,
compartimos sin quererlo
el mismo tiempo, el mismo destino,
como viajeros en tierra ajena,
pero, considerando
que pude haber sido una rama,
un cerezo, una gaviota o una canción,
miro a las cosas en lo hondo de su estar,
en su orfandad, en toda su humanidad,
las miro despacio
como quien se mira en un espejo,
como quien mira a su hermano
y se encuentra en él,
las guardo dentro de mí,
entre mis afectos,
entre mis interrogantes
y como escucho el rumor del silencio,
el apresurado caminar de los vientos,
el lamento del tiempo, la soledad del mundo,
como parte de la vida -que soy-
me acerco a las cosas
hasta el borde de su ser,
hasta tocarlas con la mirada,
con el corazón, buscando saber
la razón de su existencia,
de su quehacer,
de su estar en el mundo,
de su estar a mi lado.
Mi sillón azul, mi escritorio,
mis pinturas, mis cubiertos, mi cama,
mi vieja sombrerera y tantos otros
habitantes de mi casa,
no son solo seres queridos
que acompañan mi vida,
son los que me permiten
ser yo misma cuando creo,
cuando pinto mis telas,
cuando escribo mis poemas,
cuando como una ciruela,
y hasta cuando duermo,
están siempre a mi lado
dándome -como me dan-
la honda ternura de su cercanía,
su ayuda, su apoyo, su propio ser,
hacen que yo sea, la que soy,
que el tiempo, sea mi tiempo,
que mi casa, sea mi casa,
sea mi nido, donde me acurruco
como paloma -que soy-
donde guardo lo que recojo
en mis vuelos por los aires
por los árboles, por los campos
donde descanso, sonrío, canto, sueño,
donde me encuentro conmigo misma,
con todo lo que amo,
donde están mis queridas cosas,
donde yo habito.
En aquellos tiempos,
la alacena de pino quemado
con sus cerrojos de fierro forjado
vivía dueña y señora de la cocina,
querendona y nostálgica
guardaba en su corazón de madera
el pan de la mañana, el tarro de miel,
nuestros mejores momentos,
nuestros sencillos festejos,
los días que se fueron,
el mantel verde a cuadros
sobre la mesa redonda los tazones de leche,
los platos servidos, los cubiertos,
y nosotros juntos, contentos.
Y ahora,
que el tiempo ha pasado,
que busco sobre las sillas de soguilla,
alrededor de la mesa redonda,
nuestro hablar, nuestras risas,
nuestro buen amor,
y ya no estamos.
me pregunto, te pregunto.
tú, que guardabas
en tu corazón de madera
nuestros momentos,
¿acaso, nos guardaste?
Debo haber nacido
como nacen las madrugadas
en el momento azul
en que los pájaros cantan el olvido de la noche
y como madrugada yo era un despertar,
una mirada extendida en el firmamento,
una mirada escrutadora en un mundo
callado, misterioso.
Dicen que fui una niña
de ojos negros, grandes como aceitunas
que no sabía llorar.
No sabía llorar, no sabía nada,
no sabía dónde estaba
ni lo que de mi se esperaba
y mis ojos sin lágrimas
eran dos faros encendidos, alarmados,
en busca de una señal que me orientara,
que me permitiera entender un poco
dónde me encontraba.
Llegué a la Tierra
como llega la mañana, las penas, el cansancio,
como llega todo lo que tiene que llegar
sin razón ni explicación.
Llegué en la madrugada de un siete de octubre
aunque pude llegar cualquier otro día,
nada sabía yo de meses ni de días,
de ruegos, ni de esperas,
era tan solo un ser pequeñito
balbuceante que dormía, tenía hambre
y a veces gorjeaba como un pájaro.
De la tímida y callada lluvia de Lima
que cae amable sobre el patio de mi casa
sobre las hojas de los árboles, sobre los crotos,
las enredaderas de mi jardín,
que dulce, suave y discreta -desde siempre-
cae sobre nosotros como una caricia
lavándonos de miedos, preocupaciones,
de todo lo que, sin buscarlo ni razón,
se acumula en el alma.
Y digo que desciendo de la lluvia
porque en las noches frescas de verano
la he escuchado tararear canciones
que acompañaban mis juegos de niña,
mis caminatas por los cuentos infantiles
de la mano de Pina
o las visitas al bosque de Arequipa
habitado de árboles, de lagunas, de magia
de príncipes y hadas
y porque en todos los lugares
donde transcurrió mi infancia
la lluvia ha dejado el tintineo amable
de su paso, su saludo en lenguaje de agua
y porque veo su fina y delgada figura
lavando granadas y pacayes,
limpiando troncos y ramas
para que no nos ensuciemos
cuando nos trepábamos por los árboles
para recoger nísperos o guayabas
y con su cuerpo de agua
-amorosa guardiana de nuestra infancia-
limpiaba las piedras del río
donde nos sentábamos a descansar
después de las caminatas por los campos
de Chaclacayo.
Y acá en Lima,
-de donde es oriunda-
ella, fiel a su temperamento,
que no conoce de desbordes, ni de furias
y debido a su costumbre de dama
pasa sus días acariciando jardines y flores
con su cuerpo, con sus manos de agua
porque ella simplemente es así,
siempre fue así.
Y esta tarde de recuerdos y verdades
debo decir que al verla siempre
tan dulce, tan suave,
aprendí a expresar mis emociones con cautela,
a evitar apuros, confusiones, violencia,
en fin, a mirar al hombre y al mundo
con ojos de lluvia.
Despedida
Es parte de la vida: la muerte, las despedidas.
Y de pronto
fuiste madrugada navegando sobre el mar,
viento canturreando sobre las olas,
mañana en el amanecer, lejos de noviembre
para siempre,
y es que ya no contaba el tiempo
tampoco el retorno, la espera,
y dejaste tu cuerpo vacío al pie de la ventana
como se deja el abrigo cuando llega el verano
y te fuiste con el viento.
Y fue entonces
tu vida un puñado de recuerdos
que entraban en el mar, que desaparecían
y tú de pronto en el olvido mirabas
de otro modo la vida
de otro modo entendías el mundo
donde yo me quedaba atada a la tierra
a las dudas, al misterio,
a mi pequeña vida.
Y libre de toda atadura
tus ojos se llenaron de árboles
de caminos que se abrían
de mañanas azules
y dejaste atrás la duda humana
las preguntas, los pensamientos
todo lo que fatigaba tu andar
por estas tierras
y volaste sin peso
sin pena, callada, contenta
como hoja de otoño
como pájaro volando
hacia el verano.