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ArribaAbajoHistoria y Biografía

98- Lecciones de historia argentina por L. V. López. Buenos Aires. Carlos Casavalle, editor. Imprenta y librería de Mayo, de C. Casavalle, Perú 115. 1879. En 4º menor, por entregas. Han salido ya 408 ps.

Las lecciones del Dr. López sirven de texto de enseñanza para los alumnos de la Universidad de Buenos Aires, cuya cátedra de historia argentina regentea desde hace un par de años.

Es una detenida exposición, que no olvida la filosofía de los hechos ni el estudio de las instituciones, y busca, por el contrario, las razones generatrices de los acontecimientos evolutivos en su origen primordial y embrionario.

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La obra llega sólo hasta el gobierno interino de Vértiz, 1770; y es de desear su pronta terminación, a fin de dotar al país de un buen tratado de su propia vida, tan mistificada por el abuso de trabajos de segunda mano, que se ofrecen al público falseando el criterio histórico.

Estas lecciones empezaron a repartirse en 1878. Terminada su publicación, el Anuario se hará un honor en dedicarle su preferente atención, ya que la forma en que aparecen y acaso la época en que comenzaron, han hecho que permanezcan desapercibidas para la mayor parte de las personas estudiosas.

Mucho más completa que la historia del señor Domínguez, más equilibrada en sus proporciones y libre de los errores de que aquella adolece, la del doctor López es un verdadero modelo en su género, y digna, por cierto, de mejor acogida.

99- Compendio de Historia Argentina al alcance de los niños. Desde el descubrimiento hasta la adopción de la constitución nacional cuyo espíritu se explica en este compendio histórico, por el Dr. D. Juan María Gutiérrez. Quinta edición, corregida. Buenos Aires. Imprenta y Librería de Mayo, de C. Casavalle, editor. Perú 115. 1879. En 8º menor, 191 ps.

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La conocida obrita del Dr. Gutiérrez, de cuya última edición damos cuenta, no necesita encomios para figurar dignamente como el más útil de los compendios que se han escrito en nuestro país. En los años trascurridos desde su primera publicación, ha sido adoptada sucesivamente como texto de enseñanza en las principales escuelas, y hoy es la historia más generalizada en todas las de la República. Ningún libro elemental ha obtenido un éxito mayor que el libro del Dr. Gutiérrez: y tanto esta circunstancia, como el distinguido talento del autor, merecen un recuerdo especial, a pesar de no tratarse sino de una de sus más modestas producciones.

Muchas personas ignoran la ciencia que se requiere para exponer con concisión y claridad, al alcance de los niños, los hechos de la historia sin mutilarlos ni entregarse a divagaciones inoportunas; no comprenden cuán difícil es concretar un juicio sobre ellos en pocas palabras, cuando la crítica los discute aún y las pasiones que pusieron en juego no se hallan del todo adormecidas. En esta tarea tan meritoria como ingrata, las más sólidas inteligencias están expuestas por momentos a alterar el cuadro que de antemano se habían trazado. Pero el Dr. Gutiérrez, por sus inclinaciones, por la extensión y la índole de sus estudios, se encontraba más preparado que nadie para   —61→   una empresa en que muy pocos han logrado salir de una mediocridad pasable. Iniciador entre nosotros de la verdadera crítica histórica, profundamente versado en la literatura española, experimentado en la práctica de la enseñanza y atento a todos los progresos del siglo, reunía a las cualidades del pensador moderno, el arte del estilo en su más alto grado, y esa sobriedad de la expresión, atributo de la sencillez, e inseparable del buen gusto. Todos saben que en él la vejez era «la tarde de un bello día», y que su espíritu festivo revelaba el reposo del hombre educado en la escuela de la adversidad y fortalecido desde temprano contra los dolores de la vida. Amaba a la juventud como a la esperanza: veía en ella el porvenir de la patria, y quería ponerse en contacto con él antes de entregarse a ese sueño del que jamás se despierta. Tomaba el mundo por sus lados bellos, e incitaba con la palabras, el ejemplo a la actividad que mantiene el vigor del pensamiento, y a la energía que da fuerza y salud a las sociedades. Consagrado a la educación durante los últimos años de su vida supo robar a sus tareas literarias el tiempo necesario para redactar el Compendio de Historia y otras obras elementales, cuya necesidad se hacía cada vez más apremiante.

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100 - Compendio de la Historia Argentina, desde el descubrimiento del nuevo mundo hasta nuestros días, con notas eruditas, críticas y de interés para los preceptores y alumnos, por D. Benigno J. Martínez. Aprobada por el Departamento de educación de la provincia de Entre Ríos para el uso de sus escuelas. Buenos Aires. Imprenta, librería y litografía La Patria. Cuyo 79. 1879. En 8º, 140 ps.

Esta obra, adoptada como texto de enseñanza en las escuelas de Entre Ríos por el Departamento de Educación de esa provincia, representa en una forma metódica el cuadro de los principales acontecimientos ocurridos en el Río de la Plata desde su descubrimiento hasta nuestros días. Su autor ha querido dar a este pequeño libro doble utilidad, acompañando la exposición sumaria de los hechos, con notas críticas y eruditas que facilitan su apreciación exacta, e indican las fuentes a que puede acudirse para juzgarlos y discutirlos con mayor detención. Convencido de que la enseñanza de la historia no debe reducirse a una serie de nombres y de fechas que hablen a la memoria dejando fríos la inteligencia y el corazón, ha puesto especial empeño en estudiar el desarrollo de la sociedad argentina, en medio de los obstáculos que la embarazan desde   —63→   su primeras edades y de los disturbios que hasta hoy mismo la agitan.

La infancia, la juventud, y lo que impropiamente podría llamarse la madurez de nuestro pueblo, han sido retratados por él con escrupulosidad. Esta calidad, unida a la sencillez y claridad del estilo, a la distribución de las materias, a la forma del cuestionario que se encuentra al fin del libro, le da superioridad indiscutible sobre la mayor parte de los que existen con el mismo objeto, y lo hace sumamente útil, no sólo para el uso de las escuelas sino aún para servir de guía o programa en estudios más profundos. Un compendio no es un sumario, sino una síntesis; y el Sr. Martínez lo ha comprendido así, evitando con todo cuidado los defectos inseparables, por lo general, de esta clase de producciones. Es necesario preparar desde la niñez al ciudadano, para los deberes y las cargas que le esperan apenas penetra en el campo agitado de la vida pública; y nada más necesario para ello que la inteligencia de la historia nacional. Por eso son dignos de todo encomio, trabajos como éste, que tienen un fin noble, y han sido ejecutados con talento e ilustración. Si el compendio del Sr. Martínez no realiza por completo el ideal de las obras de su género, se acerca bastante a él para que podamos considerar justas las alabanzas y distinciones que le ha valido.

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101- Elementos de historia española en América y Nacional en el Río de la Plata, por Antonio J. Baasch. Buenos Aires. Imprenta, librería y litografía La Patria, Cuyo 79. 1879. En 16º, 64 ps.

Excesivamente compendiada, esta historia es muy inferior a las de Gutiérrez y Martínez: propia sólo de una enseñanza completamente elemental, se presta, sin embargo, a ser ampliada en las lecciones orales del profesor; y entonces puede servir bien como base de estudio para encaminar al alumno.

102 -Estudios históricos. Juan Díaz de Solís y el descubrimiento del Río de la Plata por C. L. Fregeiro, Miembro de la Academia y de la Sociedad Científica Argentina. Buenos Aires. 5137. Imprenta del Porvenir, Defensa 139. 1879. En 8º, 80 ps.

Es un estudio completo, en cuanto cabe, de la vida de Juan Díaz de Solís, siguiendo los pasos de este descubridor desde sus primeros años, cubiertos por el misterio, pues ni asegurarse puede con verdadera certeza si nació en España o Portugal, hasta su muerte,   —65→   cuando entraron, según dice el itinerario que copia Herrera, «en un agua que por ser tan espaciosa y no salada, llamaron Mar Dulce, que pareció después ser el río que hoy llaman de la Plata, y entonces dijeron de Solís».

Este libro, sesudamente escrito, llena las condiciones de un buen estudio histórico, por la claridad de su exposición y el criterio sereno y elevado que preside la apreciación de los documentos que se citan; y tiene a la vez los caracteres de biografía de uno de los personajes que más dificultades debe ofrecer para tratársele aisladamente, tanto por la oscuridad que envuelve mucha parte de su existencia, como por ser un tipo de segundo orden en los anales de los descubrimientos. El mérito literario de esta obra consiste, pues, en haber tan íntimamente ligado la biografía a la historia, que forma un solo todo con los rasgos de ambas, venciendo los obstáculos que para conseguirlo se oponen al escritor.

Creo que nada será de mayor interés ni más elocuente que el sumario de los capítulos, el cual indica los puntos principales que abarca este trabajo.

I

Carencia de datos sobre su juventud y estudios. Solís en España. Se le cree natural de Lebrija, en Andalucía. Dudas al respecto. Era casado y tenía dos hermanos   —66→   pilotos. Sus primeras navegaciones; hipótesis del historiador brasileño Varanhagen. La vida de Solís empieza a ser conocida recién después del cuarto viaje de Colon (1502 - 1504).

II

Solís y los aventureros de todas condiciones que se lanzaban al nuevo mundo. Colon vuelve de su cuarto viaje (1504), y el rey don Fernando encomienda a Solís y a Vicente Yáñez Pinzón una expedición, para continuar los reconocimientos del primero. Viaje de 1506; dudas con respecto a la verdadera fecha de él. Solís y Pinzón exploran las costas de Honduras, reconocen el golfo de Hibueras y la costa de Yucatán hasta el cabo Catoche.

III

El rey don Fernando llama a la Corte a Solís, Pinzón, La Cosa y Vespucci (1507). Conferencia en Burgos y resultado de ella: Solís es nombrado piloto real. Reconocimientos practicados en las costas orientales de la América del Sur. Viaje de 1508. Solís y Pinzón vuelven a España; proceso del primero. ¿Cuál fue el extremo límite de esta exploración? Opiniones de Mitre y Barros Arana. ¿Se descubrió o no entonces el Río de la Plata? Error del cronista Herrera.

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IV

Solís procesado y preso. Sale de Castilla y entra al servicio de Portugal. Vuelve fugitivo a España. Muerte de Vespucci (1512) y nombramiento de piloto mayor del reino recaído en Solís. Para nombrarle se prescinde le las formas legales: mérito científico de Solís. Solís cree que el Maluco cae dentro de los límites de las posesiones de Castilla. El rey Fernando ordena una expedición para averiguar el hecho y la encomienda a Solís. El Gobierno portugués interpone una reclamación y el embajador del mismo en España trata le sobornar a Solís. Viaje de 1512; ¿se realizó o no?: estado de la cuestión histórica. A fines de 1515 los pilotos españoles no tenían conocimiento exacto de las costas al sur de los 8 grados de latitud austral.

V

Descubrimiento de la Mar del Sur: importancia de este suceso. Solís contrata con el rey Fernando un viaje a espaldas de Castilla del Oro: ideas de Solís al respecto. Viaje de 1515. Solís descubre el Río de la Plata: su muerte. Reclamaciones del gobierno portugués.

103- Diego García primer descubridor del Río   —68→   de la Plata por Manuel Ricardo Trelles. Buenos Aires. 5310. Imprenta del Porvenir, calle Defensa 139. 1879. En 8º, 84 ps.

Este importante trabajo de crítica histórica fue empezado, según declaración del autor, en 1871, con motivo de un artículo del doctor don Andrés Lamas, a quien va dedicado, y fue en seguida suspendido hasta la época de su actual publicación.

Es un estudio serio y laborioso sobre lo que el señor Trelles llama con razón «la primer página de nuestra historia», la data del descubrimiento de nuestro río, con el análisis de los documentos auténticos y las aserciones de los historiadores que a ella se refieren. Hace resaltar con gran acopio de citas «los errores y contradicciones que han cometido los cronistas, y que han repetido, con variantes más o menos sustanciales en los detalles, todos los escritores que los han tomado por guía en el particular», errores que consisten, según el señor Trelles, en asegurar que el Río de la Plata fue ya visitado por Solís en 1508, no obstante la declaración que hace el Rey en 24 de noviembre de 1514, la opinión de varios pilotos al servicio de Castilla, emitida en 13 de noviembre de 1515. Deduce de la carta del capitán general Diego García, fechada en 1527, que la expedición de este jefe   —69→   en 1512 nada tiene de común con el supuesto viaje de Solís en el mismo año, pues éste vino tres años más tarde sin conocimiento del viaje anterior de García, a quien debe considerarse como el verdadero descubridor del Río de la Plata.

Tales son las conclusiones audaces y no del todo comprobadas a que llega el señor Trelles; tanto más audaces después de la publicación del artículo del señor Lamas que no deja duda alguna por resolver en lo referente a los dos viajes de Solís. No es cierto, por otra parte, como lo ha asegurado con bastante ligereza un periodista, que este trabajo «abra nuevo rumbo a cuestiones históricas que estaban completamente abandonadas». Pero de todos modos, es de incuestionable mérito y ha sido bien acogido.

La exposición abarca 28 páginas; el resto del volumen comprende íntegros los siguientes documentos:

  1. Memoria de la navegación que hice este viaje en la parte del mar océano dende que salí de la ciudad de la Coruña, que allí me fue entregada la armada, por los oficiales de Su Majestad, que fue en el año de 1526, y firma: Diego García, Capitán General.
  2. Carta de Luis Ramírez. Del Río de la Plata, a 10 de julio de 1528.

104- Revista de la biblioteca pública de Buenos   —70→   Aires, fundada bajo la protección del gobierno de la provincia por Manuel Ricardo Trelles. Tomo I. Buenos Aires. Imprenta y librería de Mayo, de C. Casavalle, Perú 115. 1879. En 4º menor, 515 ps.

El señor Trelles vuelve infatigable a la labor cotidiana de sus exploraciones en las selvas vírgenes de nuestros archivos. Los cuatro gruesos volúmenes de la Revista del archivo general de Buenos Aires, conocidos hoy de cuantos se dedican a investigaciones históricas, van a tener su complemento con la presente Revista de la biblioteca pública, fundada bajo los auspicios del gobierno, ya que no bajo su protección, aunque para encarecer el acto así lo diga el señor Trelles al frente de la obra, pues entra en las condiciones del permiso otorgado que el sueldo del director de la biblioteca cubra el déficit que resulte de la publicación.

El señor Trelles ha dedicado su vida a este género de trabajos; de modo que su solo nombre es la mejor garantía del buen éxito de la empresa. Tiene el ojo acostumbrado a las perspectivas de los ininteligibles autógrafos, para conocer y apreciar su importancia, por la plena posesión en que se halla de nuestras primordiales cuestiones de límites y de tantos puntos y detalles oscuros de la vieja historia   —71→   argentina que un documento felizmente encontrado basta muchas veces para bañar con la claridad de la certera.

Este primer volumen no contiene únicamente documentos hasta ahora inéditos, sino también serios estudios del autor, entre los cuales sobresalen los que llevan por título:

Diego García primer descubridor del Río de la Plata, tierras de Entre Ríos, límites de Santa Fe y límites argentino-chilenos. Del primero de ellos se ocupa el Anuario en el número 103 por haberse impreso separadamente. En cuanto a los demás, poco puede agregarse a las apreciaciones generales emitidas acerca de la competencia y laboriosidad del Sr. Trelles que no avanza un juicio sin presentar al lado la prueba de su razón. En la cuestión de límites con Chile el señor Trelles, como todos los que la han estudiado a fondo, combatió enérgicamente la ignominia del pacto Fierro-Sarratea, después de haber publicado algunos documentos de gran valor.

105- Ensayo sobre la historia de la Constitución Argentina por Adolfo Saldías. Buenos Aires. Imprenta y librería de Mayo, de C. Casavalle, Perú 115. 1879. En 8º, 358 ps.

El libro del señor Saldías sería utilísimo   —72→   para la juventud, si no hubiese sido escrito por el señor Saldías.

Y esto que digo no es una frase, ni mucho menos un juicio aventurado. Es imposible que un historiador, lo mismo que un crítico, pues en buena lógica debieran casi confundirse sus funciones, haga abstracción de su persona y escriba objetivamente, cuando más necesidad hay del sujeto que juzgue, que exponga razonada y concienzudamente, con criterio sano, las doctrinas en que sintetiza los hechos, los hechos que se deducen del análisis de las doctrinas, según los casos y los métodos. Por eso cualquier escritor puede entregarse a trabajos de imaginación; pero no puede cualquiera, por bien preparado que se halle, entregarse a trabajos de crítica y de historia: su indispensable y primer requisito consiste en poseer las condiciones de espíritu que deben producir la imparcialidad en el juicio, la serenidad en la observación, la apreciación desapasionada.

Muy aventurada es la aseveración de los que dicen haber dejado fuera del recinto del congreso, lejos de la mesa del polemista, los zapatos cubiertos por el polvo de las agitaciones políticas y de los odios indurados, como dejaban los antiguos sacerdotes en el atrio de los templos las sandalias cubiertas por el polvo del camino; y no pasa de una galantería halagadora suponer en el crítico ese ideal de independencia. Confesemos nuestra falta de   —73→   dominio sobre nuestra propia naturaleza; y si un rencor, una prevención, un prejuicio se alza y parapeta en las celdas de nuestra inteligencia, huyamos de tornar la pluma del literato ni el buril del historiador, so pena de hacer mucho mal pudiendo haber llegado a hacer mucho bien.

Adolfo Saldías tiene un alma ardiente, en ebullición; un alma capaz de la abnegación, del entusiasmo ideal; pero incapaz de sublimarse a la imparcialidad severa del historiador.

Su libro es un trabajo serio, detenido, profundo. Hay mérito real en muchas de sus páginas de análisis histórico, hay rectitud filosófica en muchas de sus conclusiones, hay sobre todo, acopio notable de datos, detalles interesantes y poco conocidos, rasgos que revelan la preparación y el estudio del autor. Sus fuentes son, por lo regular, seguras y dignas de fe; ha puesto a contribución las publicaciones periódicas de las diversas épocas que recorre, desde la revolución hasta la instalación del congreso federal argentino de 1862; ha dado, en fin, a su trabajo un interés que pocos otros del mismo género consiguen alcanzar.

«...Obra de generalización, -dice el eminente publicista Sarmiento-, de filiación de ideas, principiando por el primer germen arrojado por la revolución de 1810, y que sigue en su desarrollo reanudando el hilo que parece romperse   —74→   a veces, llenando vacíos que reclama la lógica, y apartando escollos o desviaciones que traen los hechos o la acción individual, razonándolos y explicándolos, como si obedeciesen a una teoría antagonista, hasta llegar a nuestros tiempos y darnos la razón de nuestras instituciones y la ley histórica que las rige».



El estudio de Rosas, que un escritor meticuloso ha calificado de apología, tomándolo de pretexto para poner en duda el liberalismo del autor; el estudio de Rosas, desde su aparición en la vida pública hasta su caída, la dirección de la sociedad argentina durante ese largo período, es la parte mejor sostenida, mejor desenvuelta y más científica de toda la obra: «el gobierno fuerte de Rosas no tuvo su origen en tal o cual acontecimiento aislado, y producido por los errores de tal o cual hombre: fue una evolución lenta, natural y progresivamente trabajada sobre bases inconmovibles. Rosas fue el representante genuino de una época que no se había sucedido todavía, pero que necesariamente debía marcarse alguna vez en nuestra sociedad, dada la composición de ésta. En una palabra, Rosas fue la encarnación viva y palpitante de los sentimientos, de las ideas, de las aspiraciones de nuestras campañas, que, con él a la cabeza, se impusieron por primera vez a la provincia».

En medio de todo, y aún para el que leyese   —75→   completamente a ciegas el Ensayo sobre la historia de la Constitución Argentina, el estilo que en ella campea, lleno de reticencias, agresivo, poco menos que insultante, con párrafos que parecen tomados de La lanterne, sería suficiente motivo para dudar de la veracidad de la exposición, porque lo es suficiente también para hacer creer en la parcialidad del escritor.

El libro contiene errores, falsas deducciones y necesariamente contradicciones que no han podido quedar bien disfrazadas. El resumen por ejemplo, del capítulo IX que trascribí ex professo, y que es la síntesis del estudio sobre Rosas, cae deshecho ante un párrafo, en que, por hacer culpable la alianza de Dorrego con Rosas, se presenta a aquél en ese acto como causa próxima o remota de una tiranía, de la que se acaba, sin embargo, de afirmar que no era producto de los errores de tal o cual hombre.

Si me fuera dado detenerme en observaciones semejantes, podría decir mucho sin salir de Dorrego, cuya supuesta enemistad con San Martín ha desmentido el señor Pelliza, como ha desmentido también que pasase a Artigas las bases para el Congreso federal de Paisandú. Dorrego es en toda la obra el tipo dibujado con líneas más incorrectas, con contornos más indecisos: ora ambicioso, ora desinteresado; tan pronto un talento excepcional, como un charlatán de plaza pública. Diríase   —76→   que el autor ha titubeado al esbozar esa hermosa cabeza, una de las dos cabezas más simpáticas de nuestra revolución, que aparecen como inteligencias gemelas en los destinos de la patria: Moreno y Dorrego.

Un libro, no obstante defectos capitales, puede ser apreciado bajo diversos aspectos, porque, lo mismo para las obras históricas que para las de imaginación, es ridículo aspirar a lo que Goethe pretendía de las últimas: no escribirlas, si no han de salir perfectas. Saldías ha hecho un libro importante y de mérito; pero ha elegido mal la materia, pues no tiene condiciones de historiador. De ahí las imperfecciones de su trabajo.

106- Historia de los gobernadores de las provincias argentinas. 1810 a 1879. Precedida de la cronología de los adelantados, gobernadores y virreyes del Río de la Plata. 1535 a 1810. Por Antonio Zinny. Tomo I. Provincias litorales. Buenos Aires. Imprenta y Librería de Mayo, de C. Casavalle, editor, Perú 115. 1879. En 8º, CIII y 620 ps.

El señor Zinny es conocido entre nosotros por varias obras de grande utilidad y títulos no menos originales que ha dado sucesivamente   —77→   a luz y que prueban su incansable laboriosidad y el deseo que lo anima de hacer fácil a las últimas generaciones el sendero enmarañado de nuestros tiempos viejos.

En las épocas normales de la vida de los pueblos, la juventud es siempre ligera; vive a prisa, pero descansadamente, muellemente, con el sibaritismo de la inteligencia, sin preocuparse de los contornos que se pierden en la vaguedad de los recuerdos, y apoderándose sólo de los rasgos culminantes, de las pinceladas maestras que llaman a la contemplación. No sería ciertamente un joven el que consumiese años enteros de su existencia, inclinado sobre legajos de empolvados impresos, para producir la Efemeridografía Argirometropolitana, ni se hubiera tampoco un joven encerrado en los archivos, hundídose en el torbellino de los registros oficiales, y sondeado la memoria todavía fresca de los ancianos, para entregar a los espíritus negligentes ese resumen de erudición histórica, cuya primera parte se ha publicado en los últimos meses del año 1879.

El señor Zinny lleva, pues, a cabo una empresa meritoria; y el mismo tributo de agradecimiento que le rendimos, nos autoriza a ser tanto más severos con ella cuanto que creemos poder hablar sin prevenciones y hasta con parcialidad de aprecio por el autor.

La Historia de los gobernadores no pasa de una crónica. Este ha sido también el   —78→   rasgo característico de las producciones anteriores del señor Zinny; pero este libro posee en mayor grado que los otros el sabor de las antiguas crónicas, con sus detalladas narraciones, con sus referencias a los acontecimientos ya comentados, con sus repeticiones frecuentes, con la monotonía y falta de movilidad de su estilo.

Volved las hojas, y hallareis la generación de los hechos, el ovo gemino de cada suceso con prodigalidad abrumadora de datos, capaces de satisfacer la más ávida curiosidad. No es únicamente un libro de consulta, sino también un libro de estudio, y aún lo sería de amena literatura, si su forma poco artística no causase repulsión a los lectores frívolos.

Tanto la época turbulenta del año 20, como la larga cadena de acontecimientos que engendró y mantuvo los horrores de la tiranía, están diestramente desenvueltos, con todos sus detalles, con todas sus peripecias; bien narrados, mejor unidos. No es dado afirmar lo mismo de los hechos más recientes, por ejemplo, la revolución del 74 y otros semejantes, pues el corazón del partidista se sobrepone frecuentemente en ellos a la voluntad del historiador, de una manera exagerada y chocante. Algunas anécdotas y rasgos poco conocidos de varios de nuestros hombres públicos sirven para completar el esbozo de su respectivo carácter, que la forma exclusivamente   —79→   narrativa de la obra no permite profundizar. Recuerdo uno de Lavalle, que no puede pintar mejor el escaso temple de su alma y las vacilaciones de que era presa: Corre el año triste de 1810; Lavalle toma la ciudad de Santa Fe, defendida por el general Garzón, quien no tiene inconveniente en rendirse cuando Rodríguez del Fresco asegura al coronel Acuña que en prueba de amistad para con el general, le concede, a él y a sus oficiales, salir con los honores de la guerra. Los jefes vencedores piden a Lavalle el fusilamiento de los jefes prisioneros, y él les da esta contestación del tamaño de su inteligencia: «¿Por qué no los han muerto vds. cuando los tomaron? ¡¡Aún tengo sobre mi corazón la muerte de Dorrego!!» Una nueva comisión, presidida por el coronel Vega, insiste cerca de Lavalle en que los jefes prisioneros sean pasados por las armas, y él accede, como siempre a hacer el sacrificio de las vidas de los vencidos en holocausto de la libertad. Pero, por suerte, vuelve todavía sobre sus pasos, aterrado por las consecuencias; y el general Garzón, el gobernador Méndez y los demás jefes y oficiales rendidos en Santa Fe, deben su vida a lo que Dorrego debió su muerte.

El autor se ahorraría muchas páginas, si evitase la repetición fatigosa de hechos en la transición de un gobernador a otro; lo cual daría también a la exposición la soltura y hasta   —80→   cierto punto la elegancia de que carece. Pero tomémosle tal como se nos presenta, pues ha querido hacer una verdadera relación, en la que resaltan todas sus buenas y malas condiciones de escritor, y no una obra de historia ni un trabajo de reconstrucción, superior probablemente a sus fuerzas, aunque no lo sea a los muchos conocimientos que ha sabido atesorar. No deja de ser un gran mérito presentar al público obras de carácter definido, escapando así a la crítica que hacía Larra de los autores que «no sabiendo deslindar la crónica de la historia, la historia de la novela, llenaron muchos tomos sin llegar a hacer un solo libro».

107- Diccionario biográfico nacional que contiene: la vida de todas los hombres de estado, escritores, poetas, militares etc. (fallecidos) que han figurado en el país desde el descubrimiento hasta nuestros días por Carlos Molina Arrotea y Servando García (abogados). Tomo I, entrega III, letra C. Tomo I, entrega IV, letra D. Buenos Aires. Imprenta de M. Biedma, calle Belgrano número 133 y 135. En 4º, 80 ps. cada entrega.

«Cada vez que he tenido que consultar el   —81→   Diccionario de contemporáneos», dice Adriano Marx hablando de Vapereau, «me he preguntado cómo ha conseguido su autor recoger tan diversos documentos sobre tan numerosas personas». Y si esto asombraba al crítico en un país donde se pagan las letras hasta permitir que el mismo Vapereau organice una verdadera oficina de investigación y mantenga agentes en las principales naciones del mundo, para averiguar la fecha exacta del nacimiento de fulano y zutano, ¿qué diremos de los que entre nosotros echan sobre sus hombros la ardua tarea de desenterrar las circunstancias de la vida de hombres fallecidos, respecto de los cuales muchas veces no se encuentran otros datos que los chismes de comadres o los recuerdos de viejos agriados todavía con la política de su tiempo?

Puede pasar que no tengamos historia, porque las pasiones no se calman de la noche a la mañana, y los rencores se hacen tradicionales por varias generaciones cuando el espíritu débil recibe la educación de los recuerdos sofísticos. En el año 1880 viven los hijos de las figuras, luminosas o sombrías, del año 1820 para adelante, y el historiador más independiente prefiere ceñirse a la crónica, antes que herir susceptibilidades de familia, deduciendo, en forma de lógicas consecuencias, la alta filosofía de los hechos que expone. Pero no es perdonable que carezcamos   —82→   de biografía, de esa rama personal o variedad de la historia, de esa abstracción de individualidades que, en vez de limitar el campo del escritor, le permite recorrer inmensos períodos históricos apoyándose en la narración sensata de las acciones individuales, porque, según afirma Nodier, en la existencia de un hombre puede encerrarse la historia de los progresos del pueblo en medio del cual ha vivido. Todos conocen los bellos cuadros del Dr. D. Juan María Gutiérrez, modelos en este género, y de otros que lo han seguido. Nada digo de la Historia de Belgrano, pues ella no es tanto la vida del noble militar, como el estudio de la época entera de nuestras grandes glorias.

Hacía falta algo más propio para la generalidad, manuable y al alcance de todas las inteligencias y de todos los bolsillos. Creo que de las naciones adelantadas de Europa sólo España no tiene un diccionario biográfico de sus contemporáneos; pero nosotros no lo teníamos ni de nuestras generaciones pasadas, y estábamos sometidos a las especulaciones de Cortés, cuyo Diccionario biográfico americano, no contento con tergiversar los hechos, ahorrarse las noticias más indispensables, que no se ha preocupado en lo más mínimo de inquirir, aumentar hasta en diez años la edad de personas aún vivas, y otras iniquidades del mismo jaez, cambia el sexo de Trinidad Guevara, la distinguida actriz   —83→   que nuestros abuelos han aplaudido, convirtiéndola, cosa que ni el omnipotente Parlamento inglés se atrevería a intentar, en «un célebre actor de nuestro teatro».

A eso ha estado reducido el público, y a eso estaría reducido, si tres jóvenes abogados, animados del aliento de reparación que caracteriza nuestra actividad intelectual, no hubiesen emprendido en 1877 la confección de un Diccionario biográfico nacional, la obra de mayor utilidad general que han podido idear, que aparece por entregas y ha llegado ya a la letra D. En el año 1879 se han publicado las entregas tercera y cuarta: C y D. El doctor Apolinario C. Casabal se separó de la dirección después de la segunda entrega, quedando solos los doctores Carlos Molina Arrotea y Servando García.

Este diccionario contiene únicamente los nombres de las personas que han fallecido.

No sé si esto es una garantía para los escritores; pero lo es indudablemente para los contemporáneos, que encuentran siempre, como dice Alfonso Karr, demasiado breve su artículo y demasiado extenso el de los demás. Las socias de la comedia francesa solicitaron de Vapereau que eliminase de su libro la edad de todos los artistas del teatro Moliere. Y no se tome esta exigencia como un paso propio del sexo femenino, pues se asegura también que muchos hombres asedian a los tipógrafos encargados de componer   —84→   ese diccionario, con el objeto de obtener a precio de oro que modifiquen los pasajes relativos a sus personas. Vanitas!

El retardo con que han aparecido las íntimas entregas acusa un serio estudio de parte de los autores del Diccionario biográfico nacional, y en ellas se encuentran indudablemente las más detenidas y meditadas biografías de cuantas han publicado hasta ahora. La obra es lenta y de labor constante; pero el país les deberá la primera de su género, base para las posteriores, que llegarán a tiempo de compulsar los datos no siempre seguros y las apreciaciones ligeras y sobre todo vacilantes que figuran en algunas de estas páginas; bueno es observarlo, para que no se tomen los elogios por lisonjas, porque «quien todo lo alaba no pasa de un adulador, y únicamente alaba bien el que alaba con restricciones». ha dicho Voltaire.

108- Bosquejo histórico acerca del ciudadano Carlos Tejedor y la conjuración de 1839 (por un republicano). Con seis retratos grabados. Buenos Aires. Imprenta de Juan A. Alsina, editor, Méjico 635. 1479. En 8º menor con gran margen, 238 ps.

Voltaire quería que el historiador fuese filósofo.   —85→   Antes que él, los antiguos retóricos le exigían, como indispensable condición, la más completa imparcialidad en sus exposiciones; y Nicole ha podido aseverar que todo historiador es mentiroso, pero mentiroso de buena fe. Thiers reasume y condensa la cuestión en la introducción al tomo XII de su Historia del Consulado y el Imperio: «¿No hay una cualidad esencial que debe distinguir al historiador, y que constituye su verdadera superioridad? En mi opinión, esa cualidad es la inteligencia».

Y bien: un libro parcial en que tal vez no se miente, pero se tuerzan los hechos: un libro de crónica, sin espíritu filosófico ni histórico, no obstante la idea preconcebida con que ha sido escrito; un libro que pone de manifiesto la falta de capacidad de su autor es todo lo que se quiera menos un libro de historia.

El autor del Bosquejo histórico ha dedicado su vida a revolver los archivos en busca de documentos interesantes: los «referentes a la conjuración de 1839», contenidos en el «Anexo» del libro de que me ocupo, son verdaderamente curiosos. Pero no sabe valorar los documentos que llegan a sus manos; no sabe graduar su importancia relativa o absoluta; no sabe desprender tampoco las consecuencias lógicas, porque los documentos son para él premisas y consecuencia; y si ellos no existiesen; diría lo mismo que ha dicho, y que se había propuesto decir aún antes de   —86→   conocer los documentos que publica. En una palabra: está muy lejos de llenar las condiciones que Voltaire y los retóricos han exigido del historiador: ni es profundo, ni merecen fe sus asertos. ¡Cuánto mayor servicio prestaría al país limitándose a ofrecer sin comentarios los materiales históricos con que ha sabido enriquecerse!

La parcialidad del autor resalta en este libro más que en otro alguno. Tejedor es una figura secundaria en la conjuración de 1839. Maza es el alma, es todo. Tejedor se muda un pantalón a tiempo; nada más lo distingue de los otros conjurados: ni superioridad de valor, ni superioridad de inteligencia. Sin embargo, el libro lleva el título poco castizo de «Bosquejo histórico acerca del ciudadano Carlos Tejedor», y todas sus páginas tienden a colocar los incidentes sin trascendencia de la vida de un hombre sobre los hechos primordiales de la vida de un pueblo.

El ciudadano Carlos Tejedor ocupa la primera magistratura de la Provincia; y su biografía escrita por un republicano se presentó a guisa de argumento en favor de su candidatura a la primera magistratura de la Nación. ¡Cuánta razón tiene Nicole y cuán acertado anduvo en no hacer otro remiendo a su frase, para afirmar que no hay historiador mentiroso de fe dudosa!...

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109- Efemérides americanas recopiladas por Pedro Rivas. Rosario. Imprenta de El Comercio, Libertad 205. 1879. En 16 mayor, XI y 761 ps.

Las Efemérides, cuyo tipos clásicos son Los Fastos de Ovidio en la antigüedad, y el poema de Lemierre en la edad moderna, tienen un grave inconveniente para servir de forma histórica: la falta de método y las constantes soluciones de continuidad que deben necesariamente ofrecer al lector, impidiendo todo género de apreciaciones y apareciendo -tal es su carácter- como crónicas truncadas al día. No obstante, se ha usado de ella, muchas veces, y con especialidad entre nosotros. Sirven para mantener vivo el patriotismo con el recuerdo de las glorias pasadas y de los hombres que supieron adquirirlas, dan hora por hora cuento de los acontecimientos lejanos y obligan al espíritu a meditar sobre ellos, precisamente al cumplirse su aniversario. Alguna ventaja grande debían tener cuando la Iglesia, tan cuidadosa de emplear los medios más eficaces para la realización de sus propósitos, se ha servido de las efemérides en lo que ella titula martirologio, cuyo resumen publican los almanaques.

«Todo acontecimiento importante en los anales de una nación, dice Aubert de Vitry,   —88→   ha podido entrar por su fecha en las efemérides; y los hombres eminentes por sus virtudes, su genio o sus talentos, los hombres cuyas obras o acciones han honrado a su país y a la humanidad. han tenido derecho de figurar en esos registros cotidianos, en la fecha de su muerte o de su nacimiento».



Entre nosotros, todos los trabajos de este género se han limitado a la América o a lo que con ella se relaciona y aun muchos únicamente a la República Argentina. Varias publicaciones periódicas han formado efemérides americanas. La antigua Revista de Buenos Aires, dirigida por los doctores Vicente G. Quesada y Miguel Navarro Viola, las contiene abundantemente en muchos de sus tomos; y algunos diarios acostumbran darlas inmediatamente después del santo del día o almanaque con que encabezan su primer columna.

La recopilación del señor Rivas es hecha con bastante acierto, aparentemente completa, y, lo que es más difícil que nada, imparcial en la exposición, aunque llega hasta los últimos años y habla de los recientes acontecimientos del país. Hago notar esta buena condición, por ser casualmente, la que menos se encuentra por lo regular. Así el señor Zinny, que ha escrito casi todos sus libros en forma de efemérides, ha publicado este mismo año el primer tomo de Los gobernadores de Provincia, nº. 106, mostrando en él una acerba parcialidad respecto de los hechos próximos y   —89→   para los cuales está vivo todavía el sentimiento de partido. El señor Pedro Rivas ha salvado el más serio de los escollos con que puede tropezar un investigador, y su obra es recomendable bajo este concepto. Su recopilación metódica contiene cerca de 4000 artículos de hechos notables que se han producido en las diversas naciones del nuevo mundo, y termina con un índice alfabético bastante minucioso, que la hace muy manuable. Es un libro escrito con claridad y sencillez: en el lenguaje de la historia.