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ArribaAbajo Literatura

219- Carlos Guido y Spano. Ráfagas. Colaboración en la prensa. Política, literatura. Buenos Aires. Igón hermanos, editores. Librería del Colegio, calle Bolívar núm. 60. 1879. 2 volúmenes en 8º mayor, LXXXII-437 y 411 ps.

Las Ráfagas del señor Guido no han despertado, a nuestro juicio, el interés que merecen la obra y el autor. Hoy que nuestra juventud se agolpa en las librerías para comprar a Nana o cualquier otro monstruoso engendro de una literatura corrompida y letal, era de esperarse que sus bellos artículos encontraran admiradores entusiastas y sinceros, al par que críticos juiciosos y eruditos.

Todos conocemos ya como poeta al que hoy ha deslumbrado a tantos como prosador.

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Se le ha echado en cara su amor a la forma. Se le ha pintado frío como una estatua de mármol, correcto, pero falto de inspiración; y sin embargo, muchos de sus versos se guardan con encanto en la memoria, porque son trazados por una mano avezada a las luchas de la versificación en que se domina el ritmo y se engalana la idea, y han brotado suaves como el agua del manantial y cristalinos como la superficie del lago.

El primero y más brillante de nuestros críticos, maestro y juez distinguidísimo en materias literarias, ha significado, en pocas palabras, el carácter poético del señor Guido. «Su musa, dice el Dr. Goyena, no se deleita en placeres groseros, ni se abisma en dolores profundos; no ríe, ni se desespera. Una lágrima pura y brillante se desliza a veces por su mejilla, apenas colorida, pero se convierte luego en sonrisa; y sus labios perfumados modulan siempre una plácida, encantadora armonía. El Sr. Guido es clásico por la corrección de la forma y por la simpatía que profesa a la belleza plástica; pero su inspiración vuela, en algunas poesías, a mayor altura que la inspiración pagana; y el sentimiento que se alberga en sus estrofas, es más noble y más tierno que el sentimiento expresado en los versos de los poetas antiguos».

Hemos dicho en otro tiempo, y contestando precisamente a algunas apreciaciones aventuradas sobre su estilo, que hay tanta poesía   —201→   en el arroyo como en el torrente, tanta en la aurora como en el crepúsculo, tanta en el valle como en la montaña. El lirismo exaltado de Hugo no es la única manifestación poética posible de la inspiración moderna. ¡Ella puede ser sencilla sin degenerar, por eso, en la vulgaridad, ella puede ser correcta sin que por eso se la encuentre fría! Y el mismo Hugo así lo reconoce cuando dice, en una estrofa de Las Contemplaciones:



   Et, devant l'art infini
Dont jamais la loi ne change,
La miette de Cellini
Vaut le bloc de Michel-Ange!


Los dos tomos de las Ráfagas, presentan un verdadero mosaico de temas y estilos diferentes. Cartas, traducciones, artículos políticos, disertaciones literarias, artículos humorísticos, estudios históricos y hasta composiciones en verso se alternan en sus páginas. Y a este respecto se me ocurre una reflexión: ¿Cómo el señor Guido, cuyo buen gusto es encomiado con justicia, ha dado a luz en su libro trabajos insignificantes, puramente de circunstancias, al lado de otros bellísimos e interesantes? Hubiéramos deseado una elección menos favorable y más imparcial. Pero esto es Una simple opinión y no sabemos hasta qué punto estamos autorizados para sostenerla.

Las páginas políticas e históricas del libro del señor Guido, tienen sin duda alguna la   —202→   importancia que le prestan las materias sobre que versan; pero nos parece inútil hablar de ellas, porque en su mayor parte son inspiradas por circunstancias especiales y lejanas.

La personalidad del señor Guido se destaca en su prosa tanto como en sus versos. Es siempre el mismo: culto, mesurado, correcto, chistoso sin chocarrería, y sencillo sin vulgaridad, amante de la belleza y del arte. Sobre todas sus cualidades se cierne un espíritu sano que conserva todavía la frescura de las primeras expansiones de la vida y el colorido de los primeros sueños de la juventud.

El señor Guido no pertenece a ese género de escritores, que por fortuna desaparece cada día con mayor rapidez, y en los cuales la exageración ocupa el lugar del sentimiento, los gritos destemplados el del lirismo elocuente, y los ridículos estallidos de un dolor postizo, el de la verdadera amargura del que ha encontrado difícil el camino de la vida.

Su musa no se presenta desgreñada y llorosa, no se mesa los cabellos ni bebe vinagre para ponerse pálida.

Es una muchacha aficionada a los moños, pero buena en el fondo y de exterior elegante. Tiene actitudes que parecen el resplandor de la luz sobre un espejo; es amable y confiada, romántica y cariñosa. Quizás no inspira pasiones volcánicas ni turbaciones profundas; pero se goza con su contacto, y las flores que   —203→   lleva prendidas en su cabello tienen el perfume dulce de la virtud y el candor. Guido mismo lo confiesa y debe tener orgullo en confesarlo, cuando refiriéndose a algunos críticos que han atacado su estilo y el género de su inspiración, les contesta en estas líneas admirables, que merecen trascribirse por la verdad que encierran bajo su aparente ligereza

«Y luego, decían, mi susodicho numen gozaba de una salud chocante, en medio de tantas almas doloridas, que ora de un revuelo se plantifican en lo más azul del empíreo buscando aire respirable, ora se arrojan llorando a mares en los abismos del desencanto y de la duda. ¿Habrá nada más grande, pensaban, -fija la mente en los modelos de su escuela resonante con los acordes extraños de la danza Macabra, mansión suntuosa de alaridos y llantos-, que esos pelícanos de la literatura, destrozándose las entrañas para alimentar con ellas a los pálidos mortales, sus hijos adoptivos, sus hermanos de leche?

¿Puede un poeta que se respete a sí mismo, que tenga el más leve barrunto de su misión en la tierra, dejar de vivir desesperado?

¿Y cómo consideraría un vate de los de a folio los tormentos de nuestra vil especie, sin mesarse las greñas, sin lanzar, rasgueando las bordonas de su arpa funeraria, un par de reniegos por minuto, capaces de hacer estornudar a Lucifer?

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En esa disposición de ánimo; las imprecaciones se juntan con los ayes, y los ayes con las blasfemias muy disculpables en el delirium tremens, de la inspiración, y solloza el verso y se retuerce la estrofa, produciendo precipitaciones de cadencias tartáreas, mientras el estro se levanta fulgurante a las nubes creando a destajo en su ascensión ficciones, imágenes, tipos sorprendentes, enormes, llenos de esas bellas contorsiones y escorzos de las figuras del Juicio Final de Miguel Ángel, tan admiradas en los cuadros divinamente espantosos trazados por la mano convulsiva del genio. Eso es poesía, lo demás no pasa de dibujos simétricos calcados de lo antiguo sobre papel chinesco».


Guido tiene razón, y no es esta la primera vez que hemos sostenido la verdad de sus palabras. Débese preferir la simiente que crea, al ariete que destruye; la fe que restaura, a la duda que envenena; la poesía que implora, a la blasfemia que maldice; el altar donde se ruega, a la picota donde se desnuda el alma para escarnecerla.

Cuando se han recorrido los dos tomos de las Ráfagas, no puede eximirse el espíritu de un sentimiento de admiración por el talento del señor Guido.

Allí se nos presenta con sus múltiples facetas que reflejan la luz y deslumbran, heridas por los rayos del sol.

Allí se le ve pasar de lo serio a lo humorístico,   —205→   de lo gracioso a lo triste, de la historia a la fantasía, con fácil amenidad y agradable contraste.

La misma pluma que defiende y enaltece la memoria de un padre virtuoso y patriota, se pone la máscara de Fray Supino para luchar en la arena política, traduce a Alfredo de Musset, dedica sus flores más lozanas a Rossini y a Lamartine, pinta los celajes melancólicos de los días del otoño y despide a sus ilusiones, describiendo aquellas pálidas viajeras que desaparecen en las tinieblas «como si las hubiese tragado la profundidad de aquel mar que algunos llaman el olvido».

En todas partes se siente la inspiración que brota franca y armoniosa; pero, a nuestro juicio, en lo que su autor es inimitable, es en las páginas de crítica social o de costumbres, en que despliega todas sus cualidades de buen gusto y aticismo, todas las sinuosidades de su escritura sagaz y espiritual.

El estilo de Guido es puramente francés. Se desliza ligeramente sin asperidades ni obstáculos, como esos manantiales que, desviándose de su curso pedregoso, corren sobre las yerbas de una pradera risueña. Sus perfiles son delicados y sus chistes naturales. Por eso, para nosotros, lo más notable que hay en los dos tomos de las Ráfagas, es la carta que les sirve de introducción.

Léase la descripción que nos hace de su vida, en la infancia, y dígase, si es posible escribir   —206→   algo más bello con mayor naturalidad:

«Pasose la niñez entre caricias. Ráfagas frescas me llegan todavía de aquella edad feliz, cuyos celajes vívidos vanse poco a poco apagando entre las sombras de la noche que se aproxima silenciosa. En la escuela aprendí a deletrear, aventajando en esto a Homero, pues el ciego de Smirna no conocía ni la jota. Fui el primer rabonero; sabía donde se encontraban en los cercos los mejores huevos de gallo, los camambuses más dulces, los tallos más tiernos; era la pesadilla de un viejo vizcaíno llamado en casa ño Morao, torvo cancerbero de la quinta de la familia, quien, a pesar de su vigilancia tenaz, no consiguió nunca presentar al amo de la casa ni una breva, ni un durazno maduros. Nadie me ganaba a la rayuela, a la pelota, a los cocos; pero en lo que más adelante fue en el juego de la taba, bajo la dirección del sargento Rojas, atezado tagarote riojano, un ordenanza de mi padre, con quien tenía yo hecha íntima aparcería. También tocole a él ser mi maestro de equitación. Tenía un caballo moro que a cada instante ensillaba. Rojas no daba un paso a pie. Si le enviaban a la botica de enfrente, le plantificaba encima a su rocín el recado, empleando una hora en el acomodo de la complicada montura, en que figuraban multitud de jergas y cueritos. De contado, el primero a ahorcajarse en el paciente bruto, al cual le habíamos puesto el escribano, por ciertos trabados   —207→   manoteos cuando tomaba el trote, era yo...»


No podemos eximirnos de citar, del mismo modo, otra página no menos bella, en que refiere sus visitas a un sabio distinguido:

«Noticiado dice, de que el presidente de la sociedad, cuyo dictamen esperaba; era un eminente químico que pasara su vida entre alambiques y retortas, compré sus obras, de que estaban repletas las librerías, pues no obstante su alta reputación nadie las compraba, y me las leí trasnochándome: sacrificios oscuros rara vez apreciados. Con este lastre me presenté a visitar al afortunado autor. Antes de ocuparse de mi charqui me habló de sus libros. ¿Cuál no fue su sorpresa al ver que yo se los citaba de memoria? Aquel hombre eminente, ingenuo cual son por lo común los de su clase, no me ocultó su vanidad satisfecha. Regalome una sonrisa de máscara estirando la toca, de oreja a oreja. Del primer golpe estaba ganado a mis banderas. Pero hay triunfos que se pagan muy caros: no contaba yo con la huéspeda. Bien hecho. ¡Quién me metió a lisonjero! Encantado el ilustre químico de haber encontrado un apreciador tan entusiasta de sus eruditas elucubraciones, me invitó con instancia a visitarle todas las noches para oírle la lectura de sus obras inéditas. Me sacrifiqué heroicamente. Temblé cuando el sabio implacable desplegó en batalla sus mamotretos a mi vista. Alea jacta est: se caló los espejuelos, y con voz gangosa me   —208→   sopló durante eternas horas el cúmulo inmenso de sus observaciones. Aquel hombre todo lo había escarbado, todo lo había sometido a su espíritu escudriñador, analizando, hasta el puchero. Su consorte, cumplidísima dama, que solía asistir a las lecturas, víctima inocente de ese pozo de ciencia, tenía siquiera el privilegio de dormirse; yo, cuitado, sólo en los largos párrafos podía cabecear a hurtadillas, porque de vez en cuando el sabio me miraba por sobre los anteojos, temeroso de que se le escapase la presa».


Cuando la publicación de las Hojas al viento, echamos de menos en sus páginas la valiente composición Patagonia del señor Guido, como las dos epístolas a que dio lugar. No sabemos a qué responde la supresión de aquellas poesías en el susodicho libro; pero hemos tenido una verdadera satisfacción al encontrarlas en las Ráfagas. Quizás estas poesías son las que más simpatías han despertado en el corazón del pueblo argentino, el mismo que, según el señor Guido,


En su cuna mecida por los vientos
Supo ahogar las serpientes, como Alcides.


No es éste uno de los menores atractivos del libro que nos ocupa, pues, como hemos dicho, aquellas estrofas fueron reproducidas por toda la prensa argentina con entusiastas felicitaciones al inspirado vate chileno y a su patriótico adversario.

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Es una tarea interesante al par que necesaria lectura de una obra del género de las Ráfagas.

Ella nos muestra a un hombre que no ha buscado una popularidad efímera en el culto de las preocupaciones populares, que ha permanecido ajeno a las luchas amargas en que se reciben ataques desleales y golpes inmerecidos, que no ha separado la belleza de la sencillez y no ha buscado una originalidad ficticia en la extravagancia y el absurdo. Don Carlos Guido y Spano es un ejemplo que puede presentarse a la consideración de nuestra juventud, deslumbrada frecuentemente por el oropel de las literaturas de efectos teatrales y atraída por el vértigo de un arte enfermizo y caduco que lanza de un golpe a la arena a M. Zola, verdadera calamidad literaria de nuestro tiempo. Hoy más que nunca se necesita dirigir los espíritus a la verdad, en literatura como en moral, haciéndoles comprender que el arte es algo más que un cuadro descabellado de situaciones inverosímiles o una orgía en que se desgarran todos los velos del pudor, que el poeta no es un hierofanta, ni la inspiración un rapto de locura; que para escribir bien no se necesita un trípode ni haber llegado a los últimos paroxismos de una imaginación desenfrenada que se evapora en el vacío o se relaja en el abuso de las pasiones.

Tengamos en hora buena por la poesía   —210→   aquel cariño de un pintor moderno, tan apasionado de Rafael, que una vez que lo oía celebrar, exclamó maquinalmente: -¡Ah si lo hubieseis conocido!- pero no olvidemos nunca que el hombre debe apoyarse sobre la virtud, el bien y el ideal, para encontrar en ellos la perfección a que aspira, como Anteo se apoyaba en la tierra para recobrar las fuerzas que perdía en la lucha.

¡Y entre tanto, quede ahí esa lira melodiosa, -para emplear las bellas palabras con que terminaba U. Santiago Estrada la introducción de las Hojas al viento-, suspendida del laurel inmarcesible, exhalando los aromas de las resinas orientales, modulando los arpegios de las cuerdas alemanas, ya herida por el plectro griego, ya pulsada por el hálito de las almas soñadoras!...

M. García Merou.

220- Críticas y bocetos históricos por M. A. Pelliza. Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, de C. Casavalle, Perú 116. 1879. En 8º, 350 páginas.

El señor Pelliza no es un crítico ni un literato; es un hombre de letras.

Creo que no existe semejante distinción en nuestra lengua, pero es necesario introducirla   —211→   ante la avalancha de escritores que se apropian pomposamente títulos que no les corresponden.

Hombre de letras, expresión de origen romano, servía para designar a las personas dedicadas al estudio de ciertos ramos de conocimientos literarios: los retóricos griegos, que tanta influencia tuvieron en la decadencia del imperio, eran hombres de letras, como lo son hoy los que se entregan a investigaciones críticas e históricas, los que profundizan la gramática, la elocuencia, la poesía. Cicerón dice: «las letras forman la juventud y los encantos de la edad madura. Merced a ellas, los días prósperos son más brillantes, los días de la adversidad tienen sus consuelos; y en nuestra propia casa, en casa de otros, en los viajes, en la soledad, en todo paraje y en todo lugar, ellas forman la dulzura de nuestra existencia».

Literato es algo aún más elevado: implica la cualidad de escritor con todas sus grandes condiciones; no basta haberse dedicado a las bellas letras y a trabajos eruditos, si no se ha conseguido formar un estilo, si no se tiene ese buen gusto innato, por decirlo así, que no se adquiere con el mero conocimiento de las reglas estéticas.

En nuestro país se hace palpable la distinción: hay muchos hombres de letras, hay pocos literatos; y, aunque se deba más a aquéllos que a éstos, bueno es no confundirlos.

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El señor Pelliza es un hombre de letras incansable, que ha dado a luz ocho o diez volúmenes y anuncia cuatro en prensa y en preparación; pero sus obras puramente históricas, llenas de méritos especiales, estarán siempre arriba de sus obras puramente literarias, desprovistas de las galas de un estilo adecuado y abundantes en defectos de todo género.

Críticas y bocetos históricos se titula su último libro y comprende una serie de estudios biográficos, tradiciones y recuerdos de nuestras glorias, conversaciones literarias y cartas que son, en su mayor parte, juicios críticos sobre diversas obras publicadas en el país.

No podría afirmarse que el autor reúna las dotes necesarias de un historiador; pero tiene ciertamente aptitudes para llegar a serlo: imparcialidad y constancia, sobre todo, indispensables en un país donde los viejos azuzan a los jóvenes, a fin de que conserven y ahonden los rencores de sus abuelos, y donde todos se cansan a la mitad de la jornada. Profundiza las cuestiones, narra y expone con claridad y sencillez. Estas buenas condiciones, aprovechadas para el estudio biográfico de algunos de nuestros hombres notables, resaltan en las páginas del volumen publicado, donde aparecen los nombres de Moreno, Quiroga, López y Planes, Pueyrredón, San Martín, Dorrego, Acasuso y Lafinur: mezcla bien heterogénea, si se quiere, pero que tiene su explicación por corresponder dichos nombres   —213→   a otros tantos artículos de diario escritos en diversas épocas.

Las conversaciones literarias y las cartas son de mérito muy inferior, sobresaliendo únicamente entre ellas las que abrazan cuestiones históricas, como la que lleva el título de bandera argentina, por ejemplo, y otras de la misma índole. Parece que el autor cree a pie juntillas a La Bruyère, y ha tomado a lo serio que «la crítica no es una Ciencia sino un oficio, y se requiere más salud que inteligencia para criticar, más trabajo que sagacidad». Así se comprende su labor de detalle, su discusión a lo Hermosilla y hasta sus párrafos de noticiero de mal gusto, como el final de un artículo sobre Luz del día:

«El señor Casavalle, que tiene su librería en la calle Perú número 115, es el editor de esta última y elegante producción del doctor Alberdi».


Compárese este reclame chocante con la graciosa chuscada de Wilde, al intercalar en uno de sus trabajos la dirección de su estudio, y se verá que la crítica puede llegar a convertirse en oficio de un escritor, pero que no basta gozar de salud y ser laborioso para lanzarse en la senda tal vez más escabrosa de la literatura contemporánea.

221- Fígaro Colección selecta de artículos   —214→   de D. Mariano José de Larra. Sevilla, Eduardo Perié, editor, 1874. En 8º, 320 ps.

Publicado en 1879 por la imprenta del Courrier de la Plata en número de 500 ejs.

Casi todos los trabajos críticos del infortunado Larra están comprendidos en dos colecciones: El pobrecito hablador y Fígaro; siendo esta última la que posee los frutos más sazonados de tan noble ingenio, perdido para duelo del habla española a los veintiocho años de edad. Las inimitables escenas del Castellano Viejo y la gracia derramada a manos llenas en Nadie pase sin hablar al portero, son rayos de luna proyectando suave luz sobre ese cuadro profundamente sombrío que representa a Fígaro en el cementerio el día de difuntos de 1836: la página más íntima, más subjetiva, más tristemente melancólica del espíritu humano, cuando quiere disfrazar sus dolores con la sal ática de Larra o con el escepticismo sarcástico de Heine, bajo cuyas sonrisas habita siempre la desesperación o el abatimiento.

El poeta español cae rendido después de huir aterrado de la casa de los muertos. «Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¡Quién ha muerto en él! ¡Espantoso   —215→   letrero! ¡Aquí yace la esperanza! ¡Silencio! ¡¡¡Silencio!!!» El poeta alemán ha visitado también el cementerio cuando volvía de casa de su novia, lleno su corazón «de aquellas extrañas fantasías y de aquel temor con que la media noche sobrecoge y aterra». Las tumbas lo miran graves y silenciosas; pero él de todo se burla, e interroga a los espíritus que acaban por reír estrepitosamente.

Buenos Aires ha pagado su tributo de admiración a las elevadas dotes del autor de Don Enrique el doliente, agotando casi íntegramente varias ediciones de sus artículos de Fígaro. No es aventurado afirmar que el tomo de la Biblioteca de Andalucía donde aparecieron los trabajos selectos de Larra, se vendió en sus dos terceras partes entre nosotros; y la presente edición de 500 ejemplares, que por capricho del que la costea u olvido de los impresores, conserva en su carátula la data de aquella Biblioteca -Sevilla 1874- entiendo que es la tercera que sale de las prensas del país.

222- De Valparaíso a la Oroya (Recuerdos del Perú) por S. Estrada. Buenos Aires. Imprenta de Biedma, calle de Belgrano 133-135. 1579. En 8º, menor, 234 ps.

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«Viajar es para algunos ver a vuelo de pájaro montañas, desiertos, selvas o ciudades; y viajar es para otros observar y leer en el gran libro de la naturaleza, todo lo que sirve de elemento a las ciencias y a las artes». De estas palabras se sirve el Sr. Santiago Estrada en sus recuerdos De Valparaíso a la Oroya, con el objeto de prevenir que tratará en ellos de «ligar el pasado del Perú al presente y el presente al porvenir», pues pertenece a la segunda categoría de viajeros.

El Sr. Santiago Estrada es indudablemente observador; estudia y analiza; tiende una mirada retrospectiva sobre cada objeto que se le presenta, e investiga sus condiciones de vida futura, tratando de penetrar el porvenir con los datos preciosos que la vida presente le ofrece. Así se explica la casi heterogénea variedad de materias que abarca su nuevo libro: costumbres actuales y pasadas, apreciaciones sociales, recuerdos históricos, todo lo que coadyuva a dar una idea cabal del país que visita, con sus antecedentes y tendencias.

Las impresiones personales son la base de esta serie de capítulos, a cual más interesante, que se inician con el comienzo de un viaje por el Pacífico, partiendo de Valparaíso en abril de 1873, para visitar la Serena, Caldera, Arica, Tacna, Mollendo y Arequipa. Santa Rosa de Lima y la tumba de Francisco Pizarro -capítulos V y VI- forman el tema de dos bellos trabajos de investigación tradicional,   —217→   en que la apreciación subjetiva se limita a la ordenación de datos con buen acierto y criterio poco dudoso en el cúmulo de los que se ha procurado el viajero a fuerza de constante y afanosa paciencia. La antigua agricultura de los peruanos -capítulo X- parece un fragmento de Prescott o Desjardins; y en general, la obra entera, aunque un tanto falta de cohesión en sus partes, se halla en condiciones especiales para atraer sobre sí la atención de los curiosos y patentiza, la sensatez de juicio y la fecunda laboriosidad de su autor.

Hay un apéndice que complementa las observaciones del texto; contiene una lista de libros de consulta sobre el Perú, otra de los Incas, gobernadores de la época colonial, arzobispos de Lima, etc., y finalmente, una breve explicación de las palabras de lengua quechua usadas en el libro, y nombres científicos de algunos vegetales peruanos. Todo ello ha debido costar al Sr. Estrada largas horas de trabajo asiduo que la frivolidad de los lectores deja siempre sin justa recompensa.

223- La Biblioteca popular de Buenos Aires dirigida por Miguel Navarro Viola. Del tomo XII al XVI; por la Imprenta del Mercurio, calle Alsina (Potosí) número 270. 1879. Del tomo XVI en adelante: La Biblioteca popular   —218→   de Buenos Aires. Librería editora de Enrique Navarro Viola. 1879. (Por la misma imprenta. Tiraje ordinario de dos mil ejemplares.) Formato en 8º.

Mensualmente llama a mi puerta un huésped que espero con ansiedad y cariño: es un pequeño volumen de 250 a 260 páginas en 8º menor, de compacta y nutrida composición. ¡Lo he leído siempre sin cansancio, con interés creciente, y esa lectura me ha proporcionado plácidas distracciones y no pocas enseñanzas! Altamente moral en sus tendencias, profundamente cuidadoso en los medios, es la lectura que con más confianza puede ponerse en la mano de los jóvenes, de los niños, de los adultos, de los hombres, de toda inteligencia culta: es un huésped que debería ser alojado en todo hogar donde la virtud tenga su culto, y en el cual se pida a la humanidad lo que es posible que la humanidad procure, la resignación para los que sufren, estímulos generosos y ejemplos seductores de abnegación, de laboriosidad, de voluntad para salvar los inevitables escollos de la lucha por la existencia.

El libro es un amigo, un consejero y un guía, y si en vez de ideas sanas, morales, equitativas y honestas, deslumbra por un realismo corruptor, ¡ay! es el más peligroso seductor que se albergue en el hogar doméstico, ora sea por la indiferencia de los padres, por su inexperiencia   —219→   o su egoísmo. La lectura ocasiona y estimula la meditación, y si ese estímulo es perverso, fácil, muy fácil es extraviar, imaginaciones inocentes, deslumbrarlas con perspectivas halagüeñas, y desdeñar la virtud que es sacrificio, por el vicio insolente que a veces alcanza las alturas, llevando en sí mismo, es cierto, el germen que lo convertirá en lodo.

¿Por qué la higiene pública interviene para que los alimentos sean sanos, para evitar las falsificaciones alimenticias que alteran el físico y producen enfermedades? Porque es difícil que esa vigilancia sea ejercida por cada padre de familia, que descansa confiado en el poder tutelar del municipio.

¿Y será menos peligroso que el alimento intelectual, que el libro impuro entre sin examen en el hogar tranquilo y honesto, para que produzca por el realismo de los vicios soeces y por la fascinación colorida de la forma, enfermedades morales tanto más peligrosas cuanto es más difícil curarlas?

¡Dejad en las manos de vuestros hijos las fascinadoras producciones de Zola; las no menos peligrosas del actual Dumas, cómo el Affaire Clemenceau, y tantas otras de la actual enfermiza literatura francesa, y habréis dejado que un veneno lento se infiltre en la sangre de vuestras hijas inocentes!

La razón individual debe ser fuerte y superior a esas tentaciones, la libertad que hace a cada uno responsable de sus actos, es la única   —220→   valla posible a la libertad de escribir: sea. Pero si estas ideas se aplicasen en la venta de los artículos de primera necesidad, con la misma razón se dejaría vender libremente la fruta verde, la carne de animales enfermos, los artículos alimenticios falsificados, esperando que cada uno pague por sí mismo del daño que producen para impedir que se propague en sus familias, y sin embargo la higiene pública se ha constituido en guardián de la salud del pueblo, e impide la venta de esas especies malsanas. No hay, no puede haber la libertad de corromper las costumbres, ni la de atentar a la salud del pueblo.

Bien, pues; cuando hay una empresa literaria cuyo alto criterio consiste precisamente en la elección cuidadosa de sus publicaciones; cuando su propósito; su credo y su bandera as mejorar ilustrando, entonces abrid la puerta al libro que así llama a vuestro hogar: es un amigo en cuya intimidad ganaréis. Tal es mi opinión sobre la Biblioteca Popular de Buenos Aires. Es la más honorable de las especulaciones, la que expende alimento intelectual más sano y más barato: es la obra más fecunda y trascendente de un espíritu reflexivo y serio, que hace el bien sin obtener las ventajas de la popularidad de la plaza pública.

En la República Argentina con loable entusiasmo se formaron Bibliotecas Populares, se creyó fácil reunir colecciones de libros al   —221→   alcance de los vecinos del lugar donde aquella se situase, y, ¿cómo se compusieron esas colecciones? Aquí estaba el escollo y el peligro: libros en nuestro idioma no son ni los más abundantes ni los más baratos, y se ocurrió entonces a adquirirlos en lenguas extranjeras, que estaban por esta causa limitados a una circulación restringida. Esa lectura popular no podía tampoco ser exclusivamente científica, y por eso en una de las naciones más libres y mejor gobernadas que conozco, en Bélgica, la autoridad se preocupa de hacer ediciones de libros cuidadosamente elegidos, traduciéndolos, cuando era preciso para formar con ellos la lectura popular de las campañas, bajo el título de Bibliothèque Rurale. Había en ello un propósito civilizador y moral.

Aquí, es el Dr. Navarro Viola, mi antiguo compañero de tareas, quien, apercibido de la necesidad, viene a remediarla, y funda la Biblioteca Popular de Buenos Aires, empresa ajena a las protecciones oficiales y que solo busca y cuenta con la protección del pueblo.

No sería posible dar una noticia bibliográfica del contenido de los 24 tomos publicados, porque excedería el programa de este libro, limitado a las impresiones del año 1879.

Durante este año se han publicado los tomos XIII inclusive hasta el XXIV inclusive, y contienen trabajos inéditos de escritores nacionales, traducciones del alemán, del inglés, del francés y del italiano, y reimpresiones de   —222→   obras selectas de escritores españoles y americanos. Todos estos trabajos están precedidos de breves apuntes biográficos sobre los autores y de noticias bibliográficas sobre sus obras, de manera que así puede apreciarse muy sucintamente la fecundidad de cada escritor, y conocerse el medio en que ha vivido y escrito.

Entre las traducciones notables por la habilidad de su ejecución, lo correcto y castizo de la frase, pueden citarse las de la señorita S. N. V., que ha dado prueba de buen gusto literario en la acertada elección de las obras que ha traducido.

Por esta publicación se han hecho populares fos nombres de Barrili, Amicis, escritores italianos: Poe, Lorm, Schucking, ingleses y alemanes; y no cito los autores franceses, españoles y americanos por no hacer muy extensa la nomenclatura.

La Biblioteca Popular de Buenos Aires es una publicación utilísima, amena, instructiva y profundamente moral; por su índole es exclusivamente literaria, la ciencia no puede tener cabida en sus páginas sino para popularizarla; como lo hace Verne, y es precisamente por esto, que es y debe ser esencialmente una publicación popular, al alcance de todos por la modicidad del precio, que la constituye una de las más baratas que se han hecho en el país.

No he pretendido hacer el juicio crítico de   —223→   esta publicación, ni señalar sus defectos: gusto más de indicar su mérito y los títulos que la hacen digna de la protección del pueblo. Los que se complacen en buscar los defectos de las obras ajenas, se dan el más triste y menguado de placeres; por el contrario nada es más grato que reconocer el mérito y hacer justicia a la laboriosidad y competencia de los demás. Esta vez es un acto de estricta justicia, tanto más halagüeño para mí, cuanto que se trata de un antiguo amigo.

El Dr. D. Miguel Navarro Viola ha emprendido una tarea útil y patriótica; es de desear que su labor obtenga la protección que merece.

Pobre idea se tendría de una sociedad en la cual una publicación de esta importancia, tuviese una edición escasa y apenas cubriese los gastos: en cualquier país verdaderamente culto, en el que la lectura sea una necesidad, la edición de la Biblioteca subiría a algunos miles de ejemplares, y procurando por una ganancia honesta los medios de mejorarla, serviría de estímulo a los escritores nacionales cuyas obras por excepción cubren los crecidos gastos de impresión, y muy rara vez compensan la labor del escritor. Aquí se cree que el autor debe dar el libro a sus amigos, y sus amigos no piensan que ese libro representa tiempo, y el tiempo es el pan de los que no son ricos.

Vicente G. Quesada

  —224→  

224- Tomo XIII. (Primero del segundo año) 252 ps.

Apuntes sobre E. Scribe, por M. N. V. Judit o el Palco de la Ópera, novela por E. Scribe. Toledo, por V. G. Quesada. El pie de Momia, novela por T. Gautier, traducida por C. Olivera. Apuntes sobre L. V. Varela, por M. N: V. Caridad y Trabajo por L. V. Varela. La Herencia del comunero, novela de L. Archinti, traducida por E. L. Negri. ¿Quién es el autor del discurso contra el espiritismo? por M. N. V. Discurso contra el espiritismo, por J. B. C. Debans, traducido por M. N. V.; primera parte. Biografía de los autores muertos de hambre, por C. Colnet, traducido por M. N. V. El fin de año. Mañana, cuento de P. de Kock. La naturaleza; poesías de J. Arnaldo Márquez. Sobre el padre Esquiú, apuntes de un diario, por N. Avellaneda. El Miserere, leyenda de G. A. Bécquer. Sobre propiedad literaria, por S. Estrada.

225- Tomo XIV. (Segundo del segundo año). 266 ps.

Apuntes biográficos de Julio Sandeau, por S. N. V. Mlle. de Kerouare, novela de Julio   —225→   Sandeau, traducida por S. N. V. Recuerdos de España. El Escorial, por Vicente G. Quesada. El constructor de ataúdes, cuento ruso del conde Alejandro Pouckine. Discurso contra el espiritismo: Análisis de los libros le Allan-Kardec y refutación de sus doctrinas. Segunda parte, por J. B. Camilo Debans, traducción de M. N. V. Un vals íntimo, novela de José Selgas. Sobre el centenario de San Martín, por N. Avellaneda. Dos composiciones, por N. A. Apuntes biográficos sobre J. Castro y Orozco, por E. de Ochoa. Fray Luis de León o el siglo y el claustro, drama de José Castro y Orozco. Carmen Lozano de López, poesía por A. Navarro Viola.

226- Tomo XV. (Tercero del segundo año). 258 ps.

Apuntes bibliográficos sobre A. J. Barrili, por M. N. V. El capitán Dodero, novela de A. J. Barrili, traducción de E. L. Negri. Recuerdos de España: Sevilla, por V. G. Quesada. Una historia sin desenlace, novela de Solhoub, traducción Enr. Navarro Viola. Discurso contra el espiritismo, por J. B. C. Debans, III y IV parte, traducción M. N. V. Apéndice. El espiritismo ante la religión católica. ¡Pobres espiritistas! por F. Sardá y   —226→   Salvany; Extracto de Pastorales contra el espiritismo, del actual arzobispo de París, Mons. Guibert y de los obispos de Autun, Mons. Marguerye, de Marsella, Mons. Mazenod, de Mans, Mons. Pie. Sobre el primer arzobispo de Buenos Aires, por Nicolás Avellaneda. El árbol estéril, por Nicolás Avellaneda. La resurrección, por Domingo Barrili, traducción E. L. Negri. La Basílica de San Pedro; misa de Pascua, por Pedro Antonio Alarcón.

227- Tomo XVI, (Cuarto del segundo año 260 ps.

Amor alemán, con una introducción por Max Müller, traducción de D. V. de M. Santa Cecilia, novela de A. J. Barrili, traducción de E. L. Negri. Mr. Valdemar, por Edgar Poe, traducción de C. Olivera. Edgar Poe, su vida y sus obras, por Carlos Baudelaire, traducción de C. Olivera. Apuntes biográficos de F. Laurent, por M. Navarro Viola. I Conferencia sobre el ahorro, por F. Laurent. II Dictamen del Jurado belga que premió esta memoria. III La caja de ahorros de la escuela de Gante: traducción corregida por M. N. V. La primavera de la vida, por O. Leguizamón. Flor de un día, a la memoria   —227→   de la señorita María Luisa Fernández, poesía de Agustina Andrade.

228- Tomo XVII. (Quinto del segundo año) 258 y VIII ps.

Apuntes sobre esta edición de El médico de San Luis, por M. N. V. Eduarda Mansilla de García, estudio por Rafael Pombo. El médico de San Luis, novela americana por Eduarda M. de García. El Haz de leña, drama de Gaspar Núñez de Arce. Sobre las ideas de Víctor Hugo, fragmento de A. H. Simonin. El amor a los libros, por Edmundo de Amicis, traducción de E. L. Negri. La visión de Mirra, por José Addison, traducción de C. Aldao. Juana de Arco, leyenda de Alejandro Dumas. Apéndice: Opiniones de C. Cantú, Béranger, Enrique Martín, C. Laboulaye, Víctor Hugo, Luis Blanc, Lamartine, Monseñor Dupanloup, sobre «La Doncella de Orleans» de Voltaire.

229- Tomo XVIII, (Sexto del segundo año). 264 y XII ps.

Un paquete de cartas, por Gustavo Droz,   —228→   traducción de M. N. V. Los crímenes de la calle Morgue, por Edgar Poe, traducción de C. Olivera. Los dos Napoleones, por Carlos Coello. París, por Edmundo de Amicis, traducción de E. L. Negri. Las mujeres del Evangelio, cantos religiosos por Larmig, con prólogo de Gaspar Núñez de Arce. La inconsolable, precedida de un prefacio por Alejandro Dumas (hijo), traducida del francés por M. N. V. y S. N. V.

230- Tomo XIX. (Séptimo del segundo año) 260 y VIII ps.

Apuntes biográficos de Levin Schucking, por A. Korn. La hermana, novela de Levin Schucking, traducida del alemán por Alejandro Korn. El misterio de María Roget, relación de una causa célebre por Edgar Poe, traducida del inglés por Carlos Olivera. Los animales meteorologistas (ciencia y poesía) por Arístides Rojas. La clavelina azul, novela de Gustavo Haller, traducida del francés por S. N. V. El suicidio (estudios sociales) por F. Annibaldi, traducido del italiano por Ernesto L. Negri. El Saboyanito, poema de Guiraud, traducido en verso por Martín García Merou. A Santa Rosa de Lima, poesía de Pedro S. Alcácer. Apuntes biográficos de Bonalde, por M. N. V. Estrofas, poesías selectas de   —229→   Pérez Bonalde: Perdónalos. Trono y Tumba. Flores y Nubes. Magdalena. Seamos buenos. Nubes. La primera piedra. El hijo de la Pena.

231- Tomo XX. (Octavo del segundo año) 258 y VIII ps.

Tu che a Dio spiegasti l'ali, novela de Luis Archinti, traducida del italiano, por E. L. Negri. La carta robada, por Edgar Poe, traducida del inglés por Carlos Olivera. Un crimen científico, por José Fernández Bremón. Autobiografía del Coronel José Tomás Guido. Recuerdos de la juventud de Napoleón; traducción del Coronel José Tomás Guido. El hombre de la levita de alpaca por Ramón de Navarrete. Mérope, tragedia de Alfieri, traducida en verso por Juan Eugenio Artzenbusch. El Conde Sollohoub, biografía Marmier, traducción de E. Navarro Viola. Una aventura en ferrocarril, por el Conde Sollohoub, traducción de E. Navarro Viola. Recuerdos de Londres, por Edmundo de Amicis, traducidos del italiano por E. L. Negri. El entierro de un niño. Rectificación del capítulo VII de «La inconsolable», por Bernardino Legarraga.

  —230→  

232- Tomo XXI, (Noveno del segundo año) 254 y VI ps.

D. José Selgas, semblanza literaria por A. Palacio Valdés. Deuda del corazón, novela de José Selgas (I Un duelo a muerte. II Dos años después). La pobreza de los poetas por G. Lorm, traducido del alemán por A. Korn. José M. Vergara y Vergara, por J. M. Samper. La tumba de Chateaubriand, por J. M. Vergara y Vergara. Van Dick en el palacio Brignole, por Mery, traducción de S. N. V. Refutación de las ideas filosófico-religiosas que contiene el «Viaje a la Patagonia Austral» de D. Francisco P. Moreno, por el Dr. D. Jerónimo Cortés Funes. Huáscar, poesía por M. García Merou. Miguel Grau, poesía inédita por M. García Merou. La Nevada, por A. Puschkine, traducción corregida para La Biblioteca.

233- Tomo XXII, (Décimo del segundo año) 256 y VI ps.

La Madrina, novela de Jorge Vautier, traducida del francés. Desalientos, por Edmundo de Amicis, traducidos del italiano por E. L. Negri. Introducción a Ganich: El pueblo Boliviano y el pueblo Vasco, por Avelino   —231→   Aramayo. Ganich o ecos del Paso de Roldán, recuerdos del pueblo Vasco, extractados por Avelino Aramayo. Daniel Collinet, novela del Conde de Legurat, traducida del francés por Gabriel Cantilo. Biografía de Monseñor Peyramale, cura de Lourdes, traducida del francés por Bernardino Legarraga

234- Tomo XXIII. (Undécimo del segundo año). 260 y VI ps.

El doctor D. Pablo Montegazza, biografía por E. L. Negri. Un día en Madera, novela de Pablo Montegazza, traducción inédita por E. L. Negri. La recepción de M. Henri Martín en la Academia francesa, por Ernesto Quesada (inédito). La casa vieja, comedia de Andrés Theuriet, traducción inédita de C. Olivera. El desconocido por Chut! traducción inédita de S. N. V. A propósito de un par de botas por Chut! traducción inédita de S. N. V. Un sabio, por J. M. de Pereda. Tierra tragona, por Carlos Coello. El doctor D. Jerónimo Cortés Funes, por Ángel Ferrey y Cortés, biografía inédita. Discurso sobre el duelo, por Jerónimo Cortés Funes. Romances de ciego: cantares de Joaquín Asensio de Alcántara.

  —232→  

235- Tomo XXIV. (Duodécimo del segundo año). 260 y VIII ps.

Escritos de José Tomas Guido. Carta al Dr. M. Navarro Viola. Páginas literarias. Rasgos biográficos y elogios. Sobre una tumba, novela de Luis Capránico, traducción inédita del italiano por E. L. Negri. El joven del paletot blanco por Ramón de Navarrete. Siete historias en una por José Fernández Bremón. El brazo de Viriato por Cesáreo Fernández Duro. Aventuras de una cesta de duraznos por Filiberto Audebrand, traducción inédita del francés por S. N. V. Nuevos romances de ciego: cantares de Joaquín Asensio de Alcántara.

Tirajes especiales en el mismo formato. Tomado de la Biblioteca Popular de Buenos Aires. Librería editora de Enrique Navarro Viola, Moreno núm. 100.

236- Sobre el centenario de San Martín, por N. Avellaneda, apuntes de un diario. 12 ps.

237- Recuerdos de España por Vicente G. Quesada, precedidos de apuntes biográficos sobre el autor por M. N. V. 127 ps.

Estos apuntes de viaje están divididos en los siguientes capítulos:

I y II: De la Coruña a Madrid. III: Toledo. IV: El Escorial. V: Sevilla. Sin el estilo de Gautier, sin la gracia de De Amicis, sin la   —233→   filosofía De Latour, el señor Quesada da, sin embargo, cabal idea de los puntos que visita, deteniéndose en las descripciones y en los detalles casi desapercibidos.

238- Discurso contra el espiritismo. Análisis de los libros de Allan Kardec y refutación de sus doctrinas por un médium incrédulo. Traducido para la Biblioteca Popular de Buenos Aires y precedido de una introducción bibliográfica por M. N. V. Precio de esta obra, 12 ps. m/c. y fuera de Buenos Aires, 5 reales fuertes. 211 y IV ps. 1000 ejemplares.

239- A la memoria de la señorita María Luisa Fernández. 18 ps.

240- La visión de Mirza, leyenda de José Addison, traducida del inglés por C. Aldao, 6 ps.

241- Ganich o El Paso de Roldán, recuerdos del pueblo Vasco por el ciudadano Boliviano Avelino Aramayo. 40 ps.

242- Daniel Collinet, novela del conde Legurat, traducida del francés por Gabriel Cantilo, 40 ps.

243- Desalientos, por Edmundo de Amicis, traducidos para la Biblioteca Popular de Buenos Aires, por Ernesto L. Negri. 16 ps.

244- Biografía de Monseñor Peyramale, cura de Lourdes, traducida para la Biblioteca Popular de Buenos Aires por Bernardino Legarraga. 34 ps.

245- Santa Rosa de Lima por Pedro S. Alcácer, composición recitada por el autor en el   —234→   acto público de la Academia Literaria del Plata, de la que es miembro, el 30 de agosto de 1879. 8 ps.

246- El Saboyanito, poema de Guiraud, traducido en verso por Martín García Merou. 6 ps.

247- La hermana, novela de C. B. Schucking, traducida del alemán para la Biblioteca Popular de Buenos Aires y precedida de apuntes biográficos sobre el autor por Alejandro Korn. 48 ps.

248- La clavelina Azul, novela de Gustavo Haller, traducida del francés para la Biblioteca Popular de Buenos Aires, por S. N. V. 91 ps.

249- El entierro de un niño. Rectificación del capítulo VII de «La inconsolable», escrita para la Biblioteca Popular de Buenos Aires por Bernardino Legarraga. 16 ps.

250- Refutación de las ideas filosófico-religiosas que contiene el «Viaje a la Patagonia Austral» de don Francisco P. Moreno, por el Dr. don Gerónirno Cortés Funes. Discurso pronunciado el 18 de septiembre de 1879 en el Senado Argentino al discutirse el proyecto de suscrición oficial a la obra. 22 ps.

251- Conferencia sobre el ahorro por F. Laurent profesor de la Universidad de Gante. Obra premiada en Bélgica. Dictamen del jurado encargado de adjudicar el premio y extracto de la «Caja de ahorros en la escuela de Gante», memoria publicada por el mismo Laurent. Traducción corregida para la Biblioteca Popular de Buenos Aires, y precedida de   —235→   apuntes sobre el autor, por M. N. V. Precio de esta, obra 52 ps m/c. y fuera de Buenos Aires dos reales fuertes. 52 ps.

252- Las mujeres del Evangelio, cantos religiosos por Larmig con prólogo de don Gaspar Núñez de Arce. 74 ps.

253- La inconsolable, precedida de un prefacio por Alejandro Dumas hijo, traducida para la Biblioteca Popular de Buenos Aires por M. N. V. y S. N. V. 82 ps.

C'est un livre appelé a produire sensation; c'est une precieuse primeur.


Le Figaro, mai 18 de 1879.                


254- Amor alemán. Recuerdos de un extranjero. Precedido de un prefacio por Max Müller. Traducido por D. V. de M. 58 ps. Edición de 6 ejemplares.

255- El médico de San Luis, novela americana de Eduarda M. de García. Precedida de apuntes por M. N. V. y de un estudio sobre la autora por Rafael Pombo. 128 ps. Edición de 6 ejemplares.

Es la segunda edición que se hace de esta sencilla novela, que su autora escribió y publicó a los 19 años de edad: reflejo del «Vicario de Wakefield», con vivo colorido americano. Ha sido traducida a varios idiomas, y Ventura de la Vega dijo de ella que era una joya de nuestra literatura.

256- Un día en Madera, página de la Higiene del Amor, por Pablo Mantegazza, traducida   —236→   para la Biblioteca Popular de Buenos Aires y precedida de apuntes biográficos sobre el autor por Ernesto L. Negri. 125 ps.

257- La Madrina por Jorge Vautier. Edición de la Biblioteca Popular de Buenos Aires, 105 ps.

258- El Dr. D. Jerónimo Cortés Funes, apuntes biográficos escritos para la Biblioteca Popular de Buenos Aires, a solicitud de su director, por Ángel Ferreyra y Cortés. 12 ps.

259- Discurso sobre el duelo, pronunciado en el Senado Nacional por el Dr. D. Jerónimo Cortés Funes. 16 ps.

260- Colección de las interesantes cartas del Sr. D. Nicolás A. Calvo, publicadas en «El Siglo». Buenos Aires. Imprenta de El Siglo, Alsina 101. En 8º 266 ps.

Las XXIX cartas que abraza esta colección, dirigidas desde Inglaterra por D. Nicolás Calvo al diario que las edita, no son de un interés pasajero; como pudiera deducirse erróneamente de los sumarios que las encabezan, y en los cuales figuran con preferencia apreciaciones políticas y sucesos del momento.

La pluma ligera y elegante del viejo polemista, pasa coquetamente por sobre los acontecimientos que han marcado en ambos hemisferios la marcha de nueve meses entre   —237→   1878 y -1879 en sus relaciones trascendentes con la América y muy en especial con su patria. Saca de ellos la filosofía de aplicación, y, estudiando a la vez los proyectos de nuestros gobiernos, los debates de las Cámaras, la situación política y financiera del país, aconseja a los hombres de alta posición, con esa claridad de juicio que lo distingue.

Siguiendo el desarrollo de los sucesos, se encuentra en primer lugar con la cuestión chilena -Véase el número 7 de este tomo- se detiene en seguida en la cuestión fronteras: esa cuestión que el general Mitre aseguraba que no se resolvería en trescientos años, y que ha quedado terminada casi en meses, dando al país la quieta y pacífica posesión de 20,000 leguas, habitadas antes por todas las tribus salvajes que asolaban las poblaciones y saqueaban las estancias. La venta de esas tierras en lotes, el adelanto de la campaña con su nueva extensión y la completa seguridad de que ahora goza, son puntos de grave consideración y estudio para el escritor, que abarca la infinidad de problemas económicos y políticos que se presentan, y ofrece soluciones más o menos adecuadas y realizables, pero que prueban siempre la atención con que va siguiendo desde Inglaterra el progreso de la República Argentina.

En una palabra, las cartas de don Nicolás Calvo forman un libro útil al par que interesante, lleno de datos poco conocidos, y que   —238→   contiene, como lo aseguran sin exageración los editores, «el estudio meditado de importantes y numerosas cuestiones que no sólo se rozan con intereses nacionales argentinos, sino también con los de esta parte de América».

261- María, novela americana, original, de Jorge Isaacs. Con una introducción por José Manuel Estrada. 21 edición con el retrato del autor y sus poesías, seguidas de varios juicios críticos. Buenos Aires, Igón hermanos, editores. Librería del Colegio, calle Bolívar núm. 60. 1879. Un volumen en 8º mayor, de 327 y IV ps.

El volumen de las poesías, que ha sido encuadernado junto con la novela; es de 142 páginas. Su impresión data de 1877. Por eso no me detengo en él.

«El que ha escrito María ha muerto para la esperanza», decía Miguel Cané precisamente cuando acababa de tener en sus manos esos malhadados versos de Isaacs, que sólo han servido para desacreditar al autor y hacer perder, a los que conocían el romance de su vida, la simpatía que producen las grandes abnegaciones y los grandes sufrimientos; porque si el poeta y el amante son allí uno mismo, como se ha afirmado, el espíritu anhelante   —239→   de seguirlo a través de la odisea de su dolor, se retrae herido al contemplarlo feliz junto a su nueva esposa, cantando los goces pálidos de la naturaleza y sirviéndose del nombre de la infortunada María para acortar las horas interminables del hastío.

Este descubrimiento, sin embargo, no disminuirá el mérito de la obra sino para los que la lean en la estación del idilio febril, pues ellos la considerarán, más que una simple narración, la historia de una existencia, cuyas últimas peripecias querrían apreciar, a fin de profundizar todo el afán de un alma errante capaz de caer en los hondos torbellinos de las pasiones, pero a la cual no era ya dado detenerse sobre las verdes campiñas, sin volcar antes en el fango del olvido la urna de los recuerdos que le fue confiada.

María es una novela sentimental, del género a que pertenecen Graciela, Atala, Pablo y Virginia y tantas otras.

José Manuel Estrada asevera que nada perdería si se la parangonase con Pablo y Virginia, y termina su juicio exagerado poniéndola muy arriba de ésta. Más sensato se muestra Vergara y Vergara en su bellísimo artículo publicado en La Patria de Bogotá. Prueba que es imposible el cotejo de María con la narración de Saint-Pierre, tan natural e inverosímil, y piensa fundadamente que aquélla tiene más puntos de contacto con la historia holandesa de Mme. d'Arbouville, preciosa   —240→   narración poco conocida hasta ahora entre nosotros.

De todos modos, y dejando de mano críticas que estarían aquí fuera de lugar, María es una joya de la literatura hispanoamericana, «el único libro escrito en América, que haya hecho llorar del Cauca al Plata»; y, aunque es verdad que contiene profusión de detalles caseros, de escenas inútiles que alargan demasiado la acción, compensando escasamente este inconveniente con la belleza y frescura de algunos cuadros; aunque aparecen aquí y allá personajes harto secundarios; y aunque el estilo decae notablemente en varios capítulos; es también cierto que algunos de sus pasajes oprimen el corazón hasta que las lágrimas que desbordan vienen a calmar la ansiedad irremediable del alma.

Es el gran mérito de este libro: tal vez el único mérito de una docena de novelas semejantes.

«La narración de Isaacs -dice el mismo Estrada-, es humana, circunstancial, gráfica. El héroe cuenta, su amor y su amargura. Ninguna fibra del alma deja de vibrar en su dolorosa historia, ningún incidente externo olvida, y todo es eficaz, porque todo es sincero: se siente en ella una vitalidad palpitante y predispone al lector, por no sé qué modificación simpática de la sensibilidad, a reproducir, como una lámina bruñida y sonora, las iluminaciones y los acentos de la pasión narrada.   —241→   Hiere todas las fuentes de nuestros propios amores, y nos reimpregna en su caudal, estremeciendo todas las cuerdas de la emoción».


Miguel Navarro Viola aplicó a la Graciela el elogio que hace Lamartine del idilio de Saint-Pierre; José Manuel Estrada lo aplicó a la María; y nadie dudará que ambos hablaron con acierto, porque las lágrimas en que están empapados esos dos libros son realmente contagiosas para los ojos de diez y seis años.

262- Buenos Aires en el año 2080. Historia verosímil por A. Sioen. Buenos Aires. Igón hermanos editores. Librería del Colegio, calle Bolívar núm. 60. 1879. En 8º, 112 ps.

«En este librito, dice el autor, se hace a la manea de Julio Verne, de Méry y del autor anónimo de la batalla de Dorking, un bosquejó del porvenir que espera a vuestra República». etc., etc.


Ya conocíamos un libro de Souvestre con casi idéntico título, aunque más general -El mundo en el año 3000- y de las mismas tendencias que el del Sr. Sioen; pero la verdad es que este ha conservado, hasta donde es posible, originalidad en ese género; lo que no tiene, sin embargo, nada de extraño tratándose   —242→   de un país cuyas condiciones son tan especiales, como es el nuestro.

El señor Sioen toma por héroe a un joven que es llamado a Buenos Aires por el Ministro de Obras Públicas. En el viaje traba relación con una niña que le agrada y a las pocas horas de conocerla se une a ella con los lazos indisolubles del matrimonio. Llega a la ciudad con su consorte, y juntos la pasean en compañía de personas de su relación.

Como se ve, el argumento no puede ser más sencillo. No hay nada interesante en él, nada que recuerde una intriga novelesca, ningún tipo valiente, ningún carácter de mérito; una platitude completa, para emplear la palabra gráfica del idioma del Sr. Sioen.

¿Dónde está la gracia francesa, la ligereza de estilo que nos deleita en sus compatriotas? Nos hemos preguntado con sentimiento al dejar sobre la mesa el libro leído.

Hasta en las descripciones se echan de menos esas cualidades. El Sr. Sioen no ha querido hacer trabajar su imaginación, no ha ideado adelantos curiosos ni inventos verdaderamente espirituales. Parece imposible que en 112 páginas no nos haya dicho nada que despierte interés, nada que pase de una vulgaridad.

El estilo del Sr. Sioen no se hace notar ni por sus cualidades, ni por sus defectos; su frase es en general correcta; algunas veces elocuente. Creemos que hubiera podido escribir   —243→   algo más bello con mayor detención y más labor; pero, puesto que no se ha dignado darnos una obra que merezca el aplauso público, permitirá nuestras duras observaciones.

En una palabra, el libro del Sr. Sioen es un mal ensayo; y entre nosotros duran mucho los primeros fracasos. Desearíamos, por eso, verlo emprender con más paciencia alguna nueva obra de imaginación que hiciese olvidar el Buenos Aires en el año 2080.

263- Horacio Kalibang o los autómatas por Eduardo L. Holemberg. Precio: 5 pesos. Buenos Aires. Imprenta de El Álbum del Hogar, Calle Paraná, núm. 504. 1879. En 8º, 16 ps.

Interesante fantasía científica dedicada al doctor Ramos Mejía.

264- El derrumbamiento por Emilio Gaboriau. El secreto de una iniquidad. Séptima edición. Traducida del francés expresamente para «La Pampa», por Manuel Mendonça. Buenos Aires. Imprenta de la Pampa. Victoria 97 y 99. 1879. 3 vols. en 16º, 332 ps. cada uno.

  —244→  

Esta palpitante novela de Gaboriau fue publicada en el folletín de La Pampa, y sólo se ha hecho tiraje especial de 350 ejemplares. Es una de las más conocidas, porque es verdaderamente característica del autor que ha cultivado con tanto éxito un género nuevo y fecundo.

265- Un capitán de ladrones en Buenos Aires. Escrita para la «Patria Argentina» por Eduardo Gutiérrez. Buenos Aires. Administración de la «Patria Argentina», Belgrano núm. 137. 1879. En 8º, 52 ps. con 6 grabados en madera.

Narración de las hazañas del famoso Antonio Larrea, criminal que murió loco en la Penitenciaria, bajo el número 291. Termina con un estudio frenológico del protagonista.

266- La Patria. Conferencia dada en el Colegio de profesores, en los salones de la Escuela Normal de la provincia de Buenos Aires. La educación. Discurso pronunciado en la distribución de premios de las escuelas comunes del distrito del Socorro en la ciudad de Buenos Aires por Ulises R. Lucero. Buenos Aires, imprenta y litografía del Courrier de la Plata, San Martín 202. 1879. En 8º, 30 ps.

  —245→  

267- Elogio fúnebre del contraalmirante Miguel Grau. Pronunciado en Buenos Aires el 26 de octubre de 1879, por A. del Valle. Buenos Aires. Imprenta de El Nacional, Bolívar 65 y 61. 1879. En 8º, 24 ps.

268- Selections from Shakespeare's great tragedy. Macbeth arranged for production, by the english amateurs at the opera house on wednesday, april 23, 1879, 315th anniversary of the great author, carefully revised and corrected. This libretto comprises all the alterations and omissions which have been made in the original work. Buenos Aires. 1879. En 8º, 34 ps.

269- Multatuli, Trozos de las otras del gran pensador holandés Douwes Deckker (Multatuli). Traducidos al castellano por Nahuys. Buenos Aires. Imprenta de El Álbum del Hogar. 1879. En 16º, 116 ps.

Multatuli (mucho he sufrido) es el seudónimo de Douwes Deckker, nacido en Amsterdam en 1810, primer magistrado en 1845 de Lebak, posesión holandesa en la isla de Java dedicó su vida entera a obtener la reforma de las leyes entonces vigentes sobre la colonización   —246→   en la India, soportando en su empresa todo género de humillaciones y fatigas.

Su primer publicación fue Max Havelaar, novela política; posteriormente dio a luz sus Ideas, que forman siete volúmenes.

«Douwes Deckker -dice un crítico-, es una voz que vibra constantemente en favor de los derechos de la humanidad, siempre violados por la codicia insaciable de los tiranos. Sensible como pocos a los clamores del dolor ajeno, supo prescindir de los halagos del poder y de las comodidades materiales de la vida, para alzar su voz de apóstol en favor de millones de colonos oprimidos por la avaricia de gobiernos sin pudor».


La presente traducción, no siempre correcta ni cuidada, abarca seis historietas y siete parábolas, entresacadas con bastante acierto de las obras del literato y reformador holandés. Una historia peruana es indisputablemente la mejor de las narraciones contenidas en el volumen.

270- La plegaria de un ángel, leyenda religiosa argentina dedicada a S. E. R. el Sr. Arzobispo de Buenos Aires, Dr. D. Federico Aneiros por J. Fernández Espadero. Ilustrado con lujosas láminas litografiadas a dos tintas, dibujadas por Ventura Linch (hijo), miembro de varias sociedades artísticas nacionales y extranjeras. Buenos Aires. Imprenta   —247→   de Pablo E. Coni, especial para obras. 60, calle Alsina, 60. 1879. En 4º menor, 87 ps.

271- Corona fúnebre. Homenaje de la República Argentina a Miguel Grau. Páginas sueltas arregladas por Héctor F. Varela. Buenos Aires. Imprenta de El Porteño, Belgrano 79. En 8º, XXII y 153 ps.

Contiene los artículos de la prensa del Río de la Plata, con motivo de la muerte de Grau, los discursos pronunciados ante el Ministro del Perú el día de los funerales del héroe, el elogio fúnebre de A. del Valle, otros artículos de Cané, Mitre y Vedia y José Hernández, y poesías de Carlos Guido Spano, Silverio Rosende Romero, Martín Coronado, S. J. Villafañe, E. Pérez, Martín García Merou, Benigno C. Díaz, Enrique E. Rivarola y Calisto Uyuela.

272- Carlos Guido y Spano. Hojas al viento. Libro lírico, nueva edición aumentada. Buenos Aires. Igón hermanos, editores. Librería del Colegio, Bolívar núm. 80. 1879. En 4º, 338 y XVI ps. Con un retrato del autor.

Buenos Aires debería ruborizarse un poco   —248→   del título visiblemente exagerado de Atenas sudamericana, con que la designan algunos escritores benévolos pero irreflexivos. Es un centro comercial y político más bien que una ciudad artística y literaria. Los porteños tenemos, no hay duda, algo de los atenienses, porque somos impresionables y volubles; pero nos falta la cultura, el refinamiento del espíritu, que hacía de aquellos el pueblo más apto para concebir, para sentir, para expresar la belleza en sus diversas formas. El estanciero, el comerciante, el abogado, el diarista, el hombre de Estado son los tipos en que nuestra sociabilidad se encarna y se manifiesta. No es extraño que suceda así. Los pueblos, de la misma manera que los individuos, tratan sobre todo de vivir, de vivir seguros y libres; y como la industria, el comercio, la política son los medios de obtener la riqueza, la seguridad, la libertad prestan aquellos al ejercicio de estos medios, una atención preferente, y, al principio, exclusiva. Sólo después de llenadas las primeras necesidades, hay lugar a condiciones favorables para las producciones del espíritu, destinadas a satisfacer las tendencias artísticas y literarias, naturales también, pero menos urgentes.

Entre tanto, justo es que, no hallándonos todavía en aptitud de iniciar un movimiento fecundo en las letras o en las artes, rehusemos modestamente el calificativo hiperbólico con que nos favorece una benevolencia tachable de   —249→   ligereza. En realidad, no le merecemos; y hechos recientes lo comprueban de un modo que, pensándolo bien, mortificaría nuestra vanidad. Ha corrido ya un mes desde que se anunció la aparición de las poesías del Sr. Guido, poesías; cuya elegancia y cuya suavidad revelan en su autor honrosas afinidades con esos amables poetas de quienes dice la leyenda haber tenido, en la infancia, labios tan dulces que las abejas los preferían a las flores para beber en ellos una pura y deliciosa miel. El libro lírico no ha pasado, sin embargo, de mano en mano. Han vuelto sus páginas complacidos unos cuantos lectores dispuestos siempre a experimentar las emociones del arte; pero la inmensa mayoría apenas ha dejado caer una mirada indiferente o desdeñosa sobre esas hojas brillantes y perfumadas.

Se dirá, tal vez, declinando de toda pretensión al aticismo, que la indiferencia pública respecto de los versos del Sr. Guido, se explica por el carácter exótico de sus inspiraciones, bebidas comúnmente en tiempos y en países muy lejanos, de los nuestros. En efecto, es griega, es antigua, aunque fresca y juvenil la musa predilecta del Sr. Guido; pero, a más de que la explicación anterior confirmaría nuestras apreciaciones sobre el calificativo de atenienses que liberalmente se nos regala, debe considerarse que no encuentran mejor preparado el público, en su favor, los poetas que se han inspirado, como Echeverría y Gutiérrez,   —250→   en los espectáculos de nuestra naturaleza, y en las peculiaridades de nuestra vida social.

El Sr. Guido reside, pero no vive en Buenos Aires. Sus versos reflejan el cielo, los paisajes, las mujeres de la Grecia. Myrta, Corina, la blanca Arsinoe no han nacido, por cierto, a orillas del Plata; y los versos que siguen, al par de muchos otros, muestran el esmero cariñoso del Sr. Guido en reproducir el tipo favorito de la poesía griega



    Fresca es el onda azul y cristalina
en que baña su cuerpo de alabastro
la rubia Myrta, al resplandor del astro
que pálido las sombras ilumina.

    La juventud divina
ennoblece sus mágicos hechizos,
mezclando en un conjunto soberano
la grana tiria y el marfil indiano.

    Al desflecar gentil sus blondos rizos
por el agua escarchados, semejaba
del río una alba y elegante ondina,
que de las grutas de coral se alzaba
jugando en sus cristales movedizos.


Esta es, nos parece, la Venus inmortalizada por la lira y el cincel de los poetas y escultores griegos; el ideal de la belleza femenina tal como la concebía el arte pagano: fresca, juvenil, lujosa de formas y atractivos.

Un gran poeta moderno, el majestuoso Goethe, evocó en su inmenso poema, aquella Helena de contornos puros e irresistible seducción,   —251→   cantada por Homero al par de los héroes y los dioses de su raza. Nada superior a ella encontró el autor del Fausto en la vasta galería de la historia, como no encontró un tipo varonil más hermoso que el de Júpiter, cuya estatua, colocada en su jardín, recreaba diariamente su mirada.

¿Quién negará que son bellos los tipos modelados por el cincel de Praxíteles y de Fidias? Pero la estética del paganismo era deficiente. Los críticos mismos que se atreven a negar la divinidad del cristianismo, como Ernesto Renán, declaran que la estética pagana estaba lejos de comprender todos los aspectos de la belleza. Júpiter representa la majestad revelada por un organismo fuerte y armonioso. Venus es la perfección ideal de la mujer opulenta de formas y de encantos. Pero los antiguos no sospechaban que podía ser bello hasta la sublimidad, el tipo humano en las formas que revistió Jesús en los días de su predicación; ignoraban que la palidez y la demacración del ayuno y del martirio, podían expresar admirablemente una belleza inmortal; y no concebían que fuera digna del pincel y de la lira, la virgen enfermiza, cuya dulce y triste mirada penetra el alma de los fieles en las catedrales italianas. El arte cristiano ha ofrecido al mundo los tipos de una nueva y sublime belleza. No predomina en ellos el elemento plástico, favorito de los paganos; sino el íntimo y moral, velado por formas a través   —252→   de las cuales irradia un puro y divino resplandor.

El Sr. Guido tiene simpatía especial por la belleza plástica; y gran parte de sus versos podrían citarse como ejemplo de la flexibilidad y riqueza de la palabra que da a la poesía; a más de los encantos de la música, los encantos de la pintura y de la estatuaria. Muchas composiciones del Sr. Guido son verdaderos cuadros: el lector no concibe por ellas el paisaje: lo percibe, lo ve. Otras, y no pocas, muestran las figuras con líneas y relieve tan marcados, que la página desaparece y nos hallamos en presencia de la estatua, dorada a veces por un rayo de luz como esas esculturas de Fidias que el sol parecía animar en la bellísima Atenas.

En otras ocasiones no es ya una estatua lo que el poeta nos presenta; es una suave y delicada criatura, próxima a desaparecer en el aire con la nube ligera que flota en el azul del cielo:



    ¿Conocéis a la bella y tierna Amira?
¡Qué belleza, qué flor, qué luz, qué fuego!
Su andar se ajusta al ritmo de la lira;
hay en su voz la suavidad de un ruego.

    El flamenco nadando en la laguna
entre el verde juncal, no es mas gallardo;
espira un suave resplandor de luna,
tiene la fresca palidez del nardo.

   Hace soñar; la mente se colora
de su candor al virginal destello;
—253→
se sueña con las rosas, con la aurora,
con las hebras de luz de su cabello.

    Parece que un espíritu celeste
siguiéndola invisible la perfuma,
y que su blanca y ondulante veste
por el aire agitada, hiciera espuma.

    ¡Ayer la vi pasar en lontananza
e imaginó mi alma entristecida;
era el ángel de la última esperanza
que buscaba el sepulcro de la vida!


Hay en los versos del Sr. Guido sobre el amor -el viejo tema siempre nuevo- la voluptuosidad de los griegos, el placer refinado más bien que los arranques impetuosos de la pasión desbordante. El Sr. Guido no bebe a largos sorbos el vino generoso, entre el bullicio de la orgía: lo bebe en copa cincelada entre suaves armonías, delicada y sobriamente. No pertenece a la familia de poetas cuyo tipo es Musset, de quien se dijo haber tomado la vida como un racimo y haberla exprimido violentamente, quedando sediento siempre y con las manos manchadas. Algunos versos del Sr. Guido, pocos, muy pocos, expresan el fenómeno fisiológico en que «la sangre hierve, la mirada lanza relámpagos» y un placentero vértigo nos conmueve; pero la sensualidad se halla templada en ellos por la gracia; y el aticismo salva al poeta de caer en la grosería. Por lo que toca al sentimiento, a la pasión qué se compone, como ha dicho Víctor Hugo, de los estremecimientos de la carne y los sueños   —254→   del alma; el Sr. Guido no ha cantado especialmente el amor delirante, el anhelo, el afán que nos absorbe, nos martiriza, nos encanta; incendio que abrasa el cuerpo y el alma; la poderosa, irresistible seducción de la mirada, del suspiro, de la lágrima que sólo una mujer posee; el tibio aliento que perfuma la vida, los tiernos y brillantes ojos que nos muestran un cielo desconocido, y el beso que lo transporta al corazón. No ha cantado, a lo menos con frecuencia, el ardiente y sublime delirio que la tierra en un edén transforma, sino el sentimiento en formas vaporosas, y, por lo regular, suavizado todavía en las visiones de amables recuerdos. Este es el tono, el matiz favorito del Sr. Guido; y ninguno de nuestros poetas le aventaja cuando hace vibrar suavemente esa cuerda de su lira armoniosa. Ha expresado el amor que vive de recuerdos y se cubre con los velos de la melancolía, o el amor tranquilo ya, después de satisfecho; y lo ha cantado con una delicadeza, con una suavidad y una dulzura, que sólo pueden sentir las almas escogidas:



    ¡Oh querida!, ¡jamás mi labio pudo
   decirte cuánto te amo! en mi pasión
te he contemplado palpitante y mudo,
de mi noche sin fin cándido sol.

    Místico velo mi cariño ha sido
con que oculté celoso tu beldad;
en mi alma tu amor así ha crecido
como exquisita flor en un fanal.
—255→

   Nunca se oyó en mis himnos profanado
tu dulce nombre; altivo desdeñé
comprar, en tus encantos inspirado,
para mi frente pálida un laurel.

    La gloria está en tu amor; sordo a la fama
quiero oscuro a tu lado ser feliz;
de mi afecto veraz la interna llama,
sólo arde, sólo alumbra para ti.

    ¿Qué da a los hombres la ventura ajena?,
¿irá a cantar en el festín mi voz,
que es una copa de perfumes llena
en que impregnada estás, tu corazón?

   Ignore el mundo tu belleza, ignore
cuanto hay en ti de suave, de real;
que su contacto impuro no desflore
de tu sien la guirnalda de azahar.

    Eterna vive en la memoria Elvira
de los siglos, y Laura y Beätriz,
dulces astros de amor en que se inspira
la mente audaz, el estro juvenil.

    ¡Yo quiero para ti sombra y sigilo,
y arrojando en los mirtos el laúd,
vivir, morir amándote, y tranquilo
a aguardarte a la región de luz!


La musa del Sr. Guido se mantiene, con doble actitud, en una región serena desde la cual se descubren hermosas perspectivas, y donde la pasión, perdiendo su intemperancia, llega a transformarse en dulce y apacible sentimiento. La musa del Sr. Guido no se deleita en placeres groseros, ni se abisma en olores profundos, no ríe, ni se desespera.   —256→   Una lágrima, pura y brillante se desliza a veces por su mejilla apenas colorida, pero se convierte luego en sonrisa, y sus labios, perfumados modulan siempre una plácida, encantador armonía.

El Sr. Guido es clásico por la corrección de la forma y por la simpatía que profesa a la belleza plástica, pero su inspiración vuela, en algunas poesías, a mayor altura que la inspiración pagana; y el sentimiento que se eleva en sus estrofas es más noble y más tierno que el sentimiento expresado en los versos de los poetas antiguos.

El ideal de los antiguos era la realidad, la naturaleza elevada a la perfección; el ideal del cristianismo no cabe en el mundo; y cuando el artista, después de concebirlo vuelve la mirada a la naturaleza, no la ve ya como el tipo supremo de la belleza, contempla ese tipo más allá de los mares y de los astros, y solo encuentra en el universo pálidos reflejos de su lumbre inmortal. De la contemplación de ese ideal superior ha nacido el bello sentimiento de la melancolía, especie de tristeza cuya sombra cruza el rayo divino de la esperanza, a la cual ha consagrado el Sr. Guido los siguientes versos donde se revela en formas clásicas, una inspiración verdaderamente cristiana:



    ¡La esperanza! Sublime, íntimo anhelo,
aspiración ideal, indefinida,
que eleva al hombre de la tierra al cielo
en alas de la férvida ilusión;
—257→
llama vivaz que lenta nos consume
al par que alumbra el campo de la vida,
y que en vapor disuelve y en perfume
la savia del ardiente corazón.

   Espíritu gentil, en la mirada
de la púdica virgen resplandece,
en la frente del héroe laureada,
del labrador en el humilde hogar;
la estrella enciende del proscrito errante
que de la patria lejos desfallece,
y al náufrago en su barca zozobrante
sostiene y guía en el rugiente mar.

    ¡Flor inmortal!, ¡regada con el llanto,
de que es el alma inagotable mina,
secreto numen, misterioso encanto,
lámpara asida a la sagrada cruz!,
¿qué corazón tu influjo no ha sentido?,
¿tu claridad qué sombras no ilumina,
si hasta en la densa noche del olvido
dulce penetra tu bendita luz?

    Soñando el porvenir que les predices,
te acarician los pálidos mortales,
y en su cárcel sintiéndose infelices,
de tu huella anhelante van en pos.
«¡Mas allá!», les repites, ¡el vacío
les cerca, y con tus velos virginales
benigna ocultas su sepulcro frío,
y alzas de allí su espíritu hasta Dios!

   ¡Cuando todo perezca, cuando el mundo
desquiciado retiemble en el espacio,
y se hunda del caos en lo profundo,
tú aún vivirás ungida por la fe,
—258→
como una joven reina destronada
contemplando en ruinas su palacio,
o te alzarás al cielo inmaculada,
cual la blanca paloma de Noé!




Los sentimientos del hogar han inspirado al Sr. Guido sentidos y bellos versos, en los cuales se percibe, como en los ya transcritos, la influencia cristiana y se vislumbra el mundo imperecedero donde los nobles afectos que nos ligan con los seres amados, se prolongan y derraman, semejantes a hermosos ríos, en el inmenso mar del infinito. Esos tiernos sentimientos de la familia que el poeta alberga noblemente en su corazón, dan a su poesía un nuevo color y un nuevo tono que no se hallan en la poesía antigua; y los versos consagrados a su padre, patri carissimo, a la digna y cariñosa madre que fue para él una providencia, a sus hijos y a su fiel compañera, están impregnados de ternura y tienen la belleza autora que imprime la idea del deber a las manifestaciones del pensamiento y del corazón. Pueden citarse para comprobar esta apreciación, y entre muchas otras, las siguientes estrofas:



    Bella es la vida que a la sombra pasa
del heredado hogar; el hombre fuerte
contra el áspero embate de la suerte
puede allí abroquelarse en su virtud;
si es duro el tiempo y la fortuna escasa,
si el aéreo castillo viene abajo,
—259→
queda la noble lucha del trabajo,
la esperanza, el amor, la juventud.

    ¡Hijos, venid en derredor, acuda
vuestra madre también!, ¡fiel compañera!
y levantad a Dios con fe sincera
vuestra ferviente, cándida oración;
¡Él es quien nos reúne y nos escuda,
quien puso en vuestros labios la sonrisa,
da su aroma a la flor, vuelo a la brisa,
luz a los astros, paz al corazón!

    Después de la fatiga y del naufragio,
ansío rodearme de cariños;
la serena inocencia de los niños
de la herida mortal calma el dolor.
¡Es para el porvenir dulce presagio
que al hombre con el mundo reconcilia,
el ver crecer en torno la familia
bajo las santas leyes del amor!

    El vano orgullo; la ambición insana,
aspiren a las pompas de la tierra,
su nombre ilustre en la sangrienta guerra
lleno de encono el bárbaro adalid;
nuestra misión es, hijos, más cristiana:
¡amar la caridad, amar la ciencia;
puras las manos, pura la conciencia,
dar el licor a quien nos dio la vid!


El Sr. Guido ha dedicado a la memoria de un amigo querido, una tierna y bellísima elegía, escrita en idioma portugués, y que en nuestro concepto pertenece al número de las más notables composiciones del libro lírico, por la espontaneidad del sentimiento, por la   —260→   majestuosa elevación de las ideas y la apropiada entonación del verso que parece gemir y suspirar en todas las estrofas. ¿Qué poeta elegíaco desdeñaría estos acentos?


   Tua modestia e fé, a resignada
confianza nas promesas do futuro,
a atmosphera serena con que luzião
teus pensamentos plácidos e bellos,
acalmavão con majica influencia
os ímpetus que então me arremeçavão
a lançar meu batel em gala ornado
de alegres bandeirolas, de grinaldas
no pelago fervente dos prazeres.
¿Quantas veces a destra me estendeste
in io cego a arrojar-me ao precipicio?
¿Quantas o tau acento insinuante
veio acordar minha razão nublada
na embriaguez das paixoes tumultuosas?
Tu morreste, porem, ¿e eu vivo ainda?
¡Nunca mais te verei!, ¡feliz, quem sabe!
¡De adormeceres na estação benigna
E em plena folhagem, de sumirte
No oceano do infinito, como um astro
A desmaiar no resplandor da aurora!


La invasión lanzada contra Méjico por Napoleón III y la desastrosa guerra que ha terminado en Francia con los horrores de la Comuna, inspiraron al Sr. Guido versos donde resuena, a veces, la nota marcial que sólo brota de las cuerdas de bronce añadidas a la lira por los poetas para maldecir a los tiranos; pero no son los versos guerreros los   —261→   que muestran la vena más abundante de inspiración en el cantor de Amira.

Tampoco revelan las estrofas que llevan por título Adelante (palabra de orden del pueblo norteamericano) la índole de su poesía, contemplativa en vez de militante, lo cual no impide, sin embargo, que algunas de esas estrofas hagan recordar el salmo varonil y majestuoso de Longfellow. A este respecto nos hallamos de acuerdo con el poeta, quien se ha juzgado a sí mismo en los siguientes versos, que son los últimos que transcribimos y cuya belleza excede a todo elogio:



   La selva dijo a un ave:
¿Cuando levantas
tu voz en la espesura,
lloras o cantas?
      Contestó aquella:
       -¡Se confunden mis himnos
      con mis querellas!

   A una harpa eoliana
preguntó el viento:
¿Por qué, di, cuando paso
das un lamento?
      Y habló así el harpa:
      -¡En mis cuerdas suspiran
      de amor las hadas!

   Al río dijo un sauce:
-Triste murmuras
y entre flores deslizas
tus aguas puras.
      Sollozó el río:
—262→
      -¡Ay! sauce tú no sabes:
      ¡corro al abismo!

   Dijo el campo a la lluvia:
¿De dónde mana
la fuente de tu llanto
que me engalana?
      -Brota en tu seno,
      Contestole, ¡me nutre
      tu dulce aliento!

   Como el ave y el harpa
y el claro río,
sentidos son los ecos
del canto mío:
       ¡Como la lluvia
      con que riega las flores
      la nube oscura!

Una tendencia natural ha llevado al Sr. Guido a traducir algunos fragmentos de poetas griegos y dos hermosos cantos de Lamartine, tributando así el homenaje de una simpatía respetuosa a sus maestros, o, mejor dicho, a sus parientes en la familia de los inspirados. El Sr. Guido es, en realidad, un poeta ecléctico, si se nos permite el prosaísmo de la expresión: ha tomado a veces la naturaleza por el ideal, como los griegos, y en otras ocasiones sólo ha visto en ella un símbolo de aquel. Se ha deleitado cantando la luz de los astros, el perfume de las flores, la belleza de Venus al surgir sobre la ola azul y trasparente; y contemplando luego el infinito, sintiendo la vaga melancolía que ha inspirado   —263→   a Lamartine sus más bellas estrofas, ha volado en alas de la esperanza a la región sublime, exhalando nuevas y más puras armonías.

Pedro Goyena

273- Poesías de Juan Cruz Varela y las tragedias Dido y Argia del mismo, autor. Buenos Aires. Imprenta de La Tribuna, Victoria núm. 37. 1879. En 8º, 486 ps.

El doctor D. Juan María Gutiérrez dedicó un libro entero al estudio de la persona y obras del literato argentino don Juan de la Cruz Varela, cuyas poesías, reunidas por el autor y prontas para darse a la prensa desde 1831, acaban por fin de ver la luz pública en elegante, aunque no muy correcta edición. Pero una obra, y mucho más una obra de crítica, es un hombre, lo mismo para Zolla que para el más puro espiritualista; y «a través de ella se descubre un temperamento, un acento particular y único». A través del libro de Gutiérrez se ve al partidista exaltado, al amigo complaciente, que engaña sus convicciones literarias y su buen sentido estético, con la amargura que provoca el recuerdo de la expatriación y con los gratos solaces de una amistad casi tradicional, interrumpida sólo por la muerte. Sin embargo, los versos de Varela llegan a tiempo de ser imparcialmente juzgados   —264→   por los que no han recibido herencia de afectos o prevenciones.

Los últimos estertores del clasicismo español, repercutiendo en los claustros sombríos de la universidad de Córdoba, debían producir una poesía muy pálida, muy incolora, si es dado llamar poesía a la vacuidad de ideas suplida por manoseadas formas retóricas, a la frialdad de sentimientos mal encubierta con los nombres de mujer que han figurado en las églogas de todos los tiempos. Tales son los caracteres de la Poesía erótica de Juan Cruz Varela, desde el primero hasta el último de sus versos a Laura y a Delia; desde los fragmentos de La Elvira hasta la Corona de Mayo, crónica rimada en que se da cuenta del desempeño de Doña Carmen Madero, Doña Micaela Darragueira, Esnaola y otros aficionados en la función de música y canto con que una sociedad filarmónica celebró el aniversario de nuestra emancipación. El doctor Gutiérrez dice -p. 239-40- que «no se puede leer sin interés y sin emoción, en los días actuales; tan lejanos de aquéllos», esta «página en relieve de la crónica bonaerense». Parece que los tiempos modificasen las nociones y los sentimientos...

La Elvira contiene una estrofa que no merece, ciertamente, el suplicio de vivir perdida entre las demás:


   Tiemble la hermosa, cuando, sola, al lado
de su querido el corazón le lata;
—265→
que contra el ruego de un amante amado
es imposible que el rubor combata.
El primer beso a la modestia hurtado,
el primer nudo del pudor desata,
y, arrancada a la flor la primer hoja,
el hálito del aire la deshoja.


La inspiración satírica de Varela respira atmósferas españolas; no es precursora de los yambos ni de los castigos; pero tampoco carece de mérito, especialmente en los epigramas. La presente colección ofrece pocos, dignos, sin embargo, del autor de aquella famosa quintilla popularmente repetida:


Entró una nariz primero,
luego una ala de sombrero,
después dos cejas pasaron,
y de tantos como entraron,
don Diego Olmos fue el postrero.


«Con estos cinco rasgos», dice Gutiérrez y esta vez con fundamento, «habría trazado Goya el mejor de sus caprichos».

Los cantos patrióticos y de carácter elevado forman la base de la reputación literaria de don Juan Cruz Varela; y séame permitido pasar por alto las canciones: ¡las he leído todas!

Quintana es el gran modelo; pero los imitadores de la época están muy abajo de Cienfuegos. Varela tiene también una oda sobre la invención y libertad de la imprenta y otra a la paz; ambas con reminiscencias bastante   —266→   visibles del ilustre cantor español. Este dice en su oda a la paz, por ejemplo:


«... la espada ociosa
entre el polvo y orín se consumía;»


y Varela:


«... la era
en que ociosa la espada
del moho y del orín se consumiera»


La profecía de la grandeza de Buenos Aires corre pareja con la Corona de Mayo, citada más arriba. Con decir que el título primitivo de la profecía era -A Buenos Aires con motivo de los trabajos hidráulicos ordenados por el Gobierno-, nada hay que agregar, salvo una sonrisa de inteligencia a los comentarios afanosos del doctor Gutiérrez, encantado de que Varela ayudase la obra regeneradora del ministerio de Rivadavia, escribiendo una oda a cada nuevo decreto administrativo. Sin embargo, estoy seguro que el Dr. Gutiérrez encontró razón a Milsand que ha observado que el romanticismo es también la libertad.

En cambio de las malas o vulgares producciones que acabo de recorrer a todo vuelo, y como para borrar la dura impresión que deben dejar en el ánimo prevenido por las alabanzas prodigadas sin medida a nuestros clásicos, ni más ni menos que si hubiera sido dado alcanzar entre nosotros la evolución completa de una escuela para obtener sus frutos sazonados, pasan a la vista algunos pocos cantos de forma sonora y acabada, de intención filosófica,   —267→   de sentimiento patriótico. La superstición refleja la agitación de la época, las ideas del siglo XVIII, que fueron la leche que amamantó a los hombres de nuestra epopeya, en lucha franca con la reacción católica aferrada a las rancias preocupaciones. La epístola a Patrón en la muerte de un hermano tiene fragmentos magistrales.

El Canto a Lima, libertada por el ejército de San Martín, cuando:


       ... el ruido
del último eslabón de la cadena
      en trozos dividido
      amedrenta y aterra
a todos los tiranos de la tierra


es solemne, bien sostenido, conceptuoso y digno, en fin, del capitán americano, a extremo de hacer perdonable la vanidad con que el poeta habla de sus propias estrofas:


De todo triunfa el tiempo; sin las musas
un héroe al fin no es héroe; que perdido
debe quedar su nombre en las confusas
      tinieblas del olvido,
      si el sonoroso verso
no recuerda su gloria al universo.


Es sensible que los editores no hayan incluido en el libro los tercetos al 25 de Mayo de 1838 en Buenos Aires, que empiezan con el verso conocido:

Ya raya la aurora del día de Mayo,

porque, en medio de sus muchos defectos, tienen un colorido inimitable, como si los   —268→   bañase el primer rayo del fúlgido sol. Estos tercetos se encuentran en la América poética, editada en Chile, y en varias otras colecciones que corren hoy de mano en mano.

Descuella entre las piezas líricas de Varela de mayores bríos y de más largo aliento, de entusiasmo más grandioso e imágenes más valientes, el canto a Ituzaingó. La voz de las pasiones nobles y la voz de la indignación -la patria que vence, y el Brasil, esto es, la perpetua imagen de la tiranía en América-, suenan confusamente en los versos más llenos, en las estrofas más rotundas que ha elaborado el clasicismo argentino. El canto lírico a Ituzaingó rivaliza con el canto a Junin. Si Varela no hubiese dejado subsistir otra cosa, su nombre fraternizaría con el de Olmedo; pero... Boileau preguntó a Chapelle qué pensaba de su estilo; y Chapelle le contesto: eres un buey que abre bien el surco: -¡inmenso elogio!-, porque el buey que está constantemente uncido y obligado a arrastrar el arado sin descanso, rara vez abre bien un surco, es decir, con igualdad, con profundidad, en la tierra potencialmente fecunda, pero todavía dura de las literaturas vírgenes. «El tiempo, dice Fontenelle, no forma sino los sabios; el genio crea los filósofos y los poetas».

279- Adolfo Mitre. Fragmento del poema   —269→   «Albertus» de T. Gautier, con una introducción de Miguel Cané. Buenos Aires. Imprenta de la Nación, calle San Martín núm. 208. 1879. En 16º, VIII y 10 ps.

Esta exquisita traducción del más bello pasaje del Albertus, comprende las estrofas XLIX y siguientes hasta la LVII inclusive, y va precedida de unos delicados párrafos de Miguel Cané, que realzan el mérito del joven poeta argentino, digno intérprete del maestro francés.

280- Carlo Francesco Scotti. Il canto all'arte di Carlo Encina. (Estratto della «Patria» núm. 127). Buenos Aires. Tip., litografía y libr. La Patria. Cuyo 79. 1879. En 16º, 41 ps.

281- Adolfo Mitre. To die, to sleep. Poesía lírica. 1879. Tip. Litografía «La Patria». Cuyo 79. Buenos Aires. En 16º, de 16 ps.

Sólo se han tirado diez ejemplares de esta bella poesía dedicada a Miguel Cané.

282- Ensayos poéticos por Calisto Oyuela   —270→   hijo. Buenos Aires. Imprenta de M. Biedma calle Belgrano 135. 1879. En 4º menor, 28 ps.

283- Martiniano P. Leguizamón. La bandera de los Andes (fantasía). Buenos Aires. Imprenta de La Tribuna, calle Victoria núm. 37. 1878. Folleto en 32º, 14 ps.

Hay error en la fecha de la carátula, pues la impresión es del año 1879.

284- La vuelta de Martín Fierro por José Hernández. Primera edición, adornada con diez láminas. Se vende en todas las librerías de Buenos Aires. Depósito central: Librería del Plata, calle Tacuarí 17. 1879. En 4º, 60 ps.

La vuelta de Martín Fierro es el segundo trabajo de D. José Hernández en el género de literatura popular que canta las desgracias y aventuras del paisano argentino, y al que parece haber dedicado por completo las dotes de observación que indudablemente posee, y el estudio que tiene hecho de las necesidades de nuestras campañas.

Su primer trabajo lleva el título de Martín Fierro. La vuelta es hasta cierto punto inferior en el desenvolvimiento de los sucesos, demorados   —271→   por extensos párrafos de enseñanza moral con pronunciado carácter didáctico. Parece que el autor se hubiese preocupado de borrar la mala impresión que su primer libro deja en todo lector sensato, por la falta de una tendencia y fin moral en esa epopeya de crímenes puestos cuidadosamente en relieve como hechos heroicos. Esa circunstancia rompe el equilibrio y las proporciones de la narración, que encierra, sin embargo, muchos trozos de verdadera intención poética.

Tomo al azar unas estrofas llenas de animación que revelan el carácter altivo y triste del gaucho:



    «Lo que pinta este pincel
ni el tiempo lo ha de borrar,
ninguno se ha de animar
a corregirme la plana:
no pinta quien tiene gana,
sino quien sabe pintar.

    Es el destino del pobre
un continuo zafarrancho,
y pasa como el carancho
porque el mal nunca se sacia,
si el viento de la desgracia
vuela las pajas del rancho».


Las dos siguientes nos dan una idea de los indios que asolaban las poblaciones rurales de esta provincia:

  —272→  


   «Odia de muerte al cristiano,
hace guerra sin cuartel:
para matar es sin hiel;
es fiero de condición:
no gólpia la compasión
en el pecho del infiel.

    Tiene la vista del águila,
del león la temeridad
en el desierto no habrá
animal que el no lo entienda,
ni fiera de que no aprienda
un instinto de crueldad».


El Martín Fierro y la Vuelta han adquirido una popularidad que nunca consiguieron las mejores producciones de Ascasubi y Del Campo. Hernández está muy abajo de ellos en cuanto a la forma, especialmente en las exigencias de la versificación: la medida misma del verso es muchas veces defectuosa, y las rimas son casi siempre falsas. Del Campo maneja la pluma del literato; pule con cuidado y retoca. Su Fausto tiene formas más perfectas que sus poesías serias. Pero se ha limitado a envolver en el poncho del gaucho sus impresiones personales sin preocuparse de observar al hombre que describe, ni estudiar con detención su índole y sus ideas. El paisano recibió el Fausto con locura, engañado por los términos y expresiones bien enlazadas de su lenguaje especial y por el colorido campestre de las décimas y cuartillas   —273→   en que está compuesto. Después de leerlo y releerlo, y repetirlo, y recitarlo, se convenció que no entendía jota, como que no conocía el poema de Goethe ni había oído nunca la música de Gounod; y hoy recuerda únicamente algunas estrofas plásticas que han quedado grabadas en su memoria.

Ascasubi escribió antes y con suerte parecida. Conocía bien las costumbres del paisano; su verso, más vulgar que el de Del Campo, no lo era tanto como el de Hernández; no carecía de dotes e inclinación para convertirse en el gran payador de esos hombres infortunados, que conservan, después de muchas generaciones, la indolencia y arrogancia que caracteriza indeleblemente su origen andaluz. Creyó poder convertir sus cantos en arma de combate; e ignorante probablemente de nuestra historia, predicó el unitarismo en las campañas donde la idea federal ha sido el credo que se pronunciaba en el martirio y el programa de lucha franca durante largos años. Las tradiciones no se borran de un día para otro, y menos cuando vienen empapadas en sangre. Ascasubi fracasó.

José Hernández tiene campo abierto.

285- Flor de un día, drama original en un prólogo y tres actos de don Francisco Camprodón. Buenos Aires. Librería Baccani, calle Artes 88. 1879. En 8º, 63 ps.

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286- Espinas de una flor. Segunda parte de flor de un día. Drama en verso en tres actos y un prólogo, original de don Francisco Camprodón. En 8º, 64 ps.

Son tan populares estos dramas entre la clase compadrita de la ciudad, como los versos de Martín Fierro en la campaña. La gente de color los tiene de exclusivo repertorio para sus representaciones de aficionados; y no es difícil, andando por las parroquias de los arrabales, al caer la tarde, oír declamar con lengua todavía trabada la estrofa que empieza:

¡Si oyes contar de un náufrago la historia ya que en la tierra hasta el amor se olvida!

o el enfático diálogo:

¿Tiene vuestra espada punta...?

Esta profana vulgarización de dos dramas que no carecen de belleza en medio de sus muchos defectos, los ha acabado de alejar de la parte culta de la sociedad, incrustándolos en la vida bulliciosa de la gente de clase, como se titula por antonomasia.

287- El rey de Lahore. Ópera en cinco actos por Luis Gallet. Música de Julio Massenet. Versión al castellano. Precio 5 pesos. Ópera representada por primera vez en París el 27 de abril de 1877 y en la Scala de Milán   —275→   en 1879. En el teatro Colón de Buenos Aires el 26 de julio de 1879, por la Empresa A. Ferrari. Buenos Aires. Establecimiento Musical de F. P. Rodríguez y . 138, calle de la Florida 138. 1879. En 9º, 48 ps.

288- Lía. Tradición escrita por Luis J. Albert. Buenos Aires. 1879. Tipografía Borghese, Cuyo 130. En 8º, 47 ps.