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Aproximaciones a un Más Allá cercano: el Uruguay en Bioy Casares1

Lisa Block de Behar





y por esa apertura pasaba el único camino que llegaba al pueblo; pero no iba más allá, porque no había más allá: aquí se terminaba el mundo.


Amos Oz2                


En agosto de 1991, entre otras celebraciones organizadas en coordinación con la embajada de España en Uruguay, el presidente de la Academia Nacional de Letras, Arturo Sergio Visca, le daba la bienvenida a Adolfo Bioy Casares, distinguido el 23 de abril del mismo año con el Premio Miguel de Cervantes. Agradeció, en esta ocasión, el privilegio de contar con su presencia que extendía, hasta estas tierras orientales, el reconocimiento con que había sido distinguido en Alcalá de Henares, tanto por los actos protocolares como por los trabajos académicos que, dedicados a su obra, se llevarían a cabo en Montevideo. A partir de su ponderado encomio, presentado como «Adolfo Bioy Casares en Uruguay», y previendo que las trasposiciones literarias y otros razonamientos cruzados no le serían ajenos a quien se le rendía justo homenaje, parecía necesario que hiciera referencia a la presencia del «Uruguay en Bioy Casares».

Demasiado previsible, esta inversión de nombres propios en un título atendía la verdad de las circunstancias y un planteo literario que las superaba. Por otra parte, la certeza de que un nuevo título derive de un título anterior, como suele ocurrir con gran parte de los títulos, apuesta, además y en este caso, a la sorpresa de lo conocido. Ya se sabe que es parte de la retórica de los títulos adoptar otros títulos, adaptarlos, invertirlos, rescribirlos por esa disposición a conservar y alterar el conocimiento compartido, llamando la atención desde el principio hacia algo que está precediendo y algo que está sucediendo, una felicidad que ocurre varias veces y al mismo tiempo.

Más interesante que una referencia geográfica o patriótica que no cabe -no solo por las dimensiones del país- parece necesario reconocer el aire casi publicitario de una consigna reversible que los retóricos denominan «quiasmo» y definen como la «ordenación cruzada de dos secuencias paralelas donde la segunda invierte a la primera». Pero la reiteración del expediente retórico no llega a atenuar la rareza del término; habría que apuntar, además, que no solo pertenece a léxicos de índole discursiva y literaria sino que «quiasmo» se aplica en medicina tanto para designar un fenómeno de entrecruzamiento ocular de las fibras ópticas como, también en genética, para aludir a la forma de equis de las estructuras cromosomáticas que se definen durante la primera división celular. Son heterogéneos y numerosos los entrecruzamientos en quiasmo y pertenecen a campos de diversas disciplinas e iguales saberes.

En resumen, de eso se trata: de títulos, de frases hechas literales y alteradas, de entrecruzamientos verbales y vitales que articulan entidades de diversa especie; palabras cruzadas que se combinan en un juego diferente, entre médicos siniestros y los extraños experimentos de los que se valen para intentar cruzar individuos de diferentes especies biológicas o para arriesgar travesías náuticas, o conformándose con cruzar ríos en barcos o sin barcos, igual cruzarlos.

Son recurrentes en los escritos de Bioy Casares las menciones al Uruguay, a sus departamentos o provincias y ciudades. Por otra parte, desde que asiduos encuentros personales se prestan para disfrutar de los diálogos con Bioy, de sus comentarios, es claro que tampoco escatima esas menciones fuera de la ficción literaria. Pero, a pesar de las excesivas expresiones de afecto que prodiga a Montevideo, a Salto, al Uruguay, a sus costas y cuchillas, tan afectuosas que solo la sinceridad de la cortesía de Bioy las hace verosímiles, sospecho que -en cuanto a literatura se refiere- su generosidad no se origina en esa admiración por un país, sus paisajes, una historia compartida y mitos comunes. Vagamente semejante al que inspira el consabido «Ver Nápoles y después morir», no habría inconveniente en incurrir por esta vez en la trivialidad del estereotipo, que bien podría asociarse al menos famoso «Devenir immortel, ...et puis mourir»3.

Con un Premio Cervantes a la vista, la anticipación de la inmortalidad puesta a término se atenúa, la gracia de la paradoja, no. Ficción literaria mediante, no es difícil conciliar los extremos de esa contradicción, o de otras. Por varias razones. La primera -y si fuera suficientemente convincente, bastaría con una- consistiría en que para algunos narradores y personajes de Bioy, este país, no es solo el Uruguay o, desde Buenos Aires y con alguna nostalgia, «la Banda Oriental», sino que es «la otra Banda». En esta Ciudad Vieja, en Montevideo, es aquí y ahora; desde Buenos Aires, desde la otra orilla o desde la obra de Bioy, es «más allá», pero un «más allá» próximo, casi accesible, el «Más Allá» al alcance de quienes se propongan alcanzarlo.

En «Planes para una fuga al Carmelo»4 (1986), Bioy no nombra el departamento de Colonia ni una sola vez, en cambio, para designarlo dice varias veces «la otra Banda». Leo algunos ejemplos:

¿Alguien duda de que a cierta edad recibirá la visita del médico? ¿No es esa una manera de matar? Por razones terapéuticas, desde luego. Una manera de matar a toda la población.



-A toda, no. Están los que se escapan a la otra Banda.



En ese mismo cuento, donde se habla de profesores muy queridos, de universidades que, prolongando sus atribuciones y cometidos, se han convertido en oficinas de expendios de patentes o de afiliación partidaria, se sospecha que alguien en «la otra Banda descubre la manera de frenar la vejez». Más aún, y como si las proezas científicas ocurrieran siempre en otras partes, poco después los uruguayos descubrieron el modo de suprimir la muerte.

-Lo que nuestro patriotismo recibió como una patada.



Más adelante, en el mismo cuento, la inexorabilidad orgánica se impone sobre las oposiciones geográficas, admitiendo a medias cierta cansada resignación ante las pruebas de una fatalidad inevitable, mitigando los resabios de una aún no superada rivalidad:

-Pero ni los propios uruguayos lograron detener el envejecimiento.

-Menos mal...



Cuando ya está por cruzar el río, en otro pasaje, la esperanza más bien lánguida o el suspenso programado se mantienen en términos similares:

-Alrededor de los dos países del Río de la Plata, se formaron dos bloques aparentemente irreconciliables, que hoy se reparten el mundo. Los enemigos nos llaman jóvenes fascistas y, para nosotros, ellos son moribundos que no acaban de morir. En el Uruguay la porción de viejos aumenta.



-¿Qué arreglaron?

-El cruce al Carmelo.

-¿En el Uruguay? -preguntó Hernández para ganar tiempo.

-Evidentemente, contestó Lohner.



-Un lanchero nos espera en el Tigre, para llevarnos a la otra Banda.



En otro cuento del mismo Historias desaforadas5, «Máscaras venecianas», el narrador de Bioy vuelve a radicar en estas tierras algunas de las constantes temáticas de su imaginación: las obstinadas manipulaciones científicas consumadas por médicos extraños que traman experimentos discutibles a veces, siempre abusivos. Árbitros en las competencias que oponen la vida y la muerte, sus tenaces galenos, partidarios de los más osados desarrollos de las ciencias biológicas, profesan un convencido fervor por los ensayos que hacen posible la multiplicación de seres o, procediendo por métodos similares pero inversos, los hacen desaparecer:

El motivo de la carta era pedirle que asistiera a las próximas Jornadas de Biología en Montevideo.



Siempre consideró que esos congresos y jornadas internacionales eran inútiles. No conozco persona más reacia a la figuración.



Una semana en el Uruguay, con vos. ¡Qué divertido! -Hizo una pausa y agregó:



-Sobre todo si no hubiera Jornadas. [...] (Creí notar un velado reproche por no haberla acompañado a Montevideo, le recordé el diagnóstico.) [...] en otras ciudades suele haber dobles de las personas que conocemos.



Llegaron de París noticias de que Daniela se había volcado íntegramente en sus trabajos y experimentos biológicos.



Cuando en avanzados laboratorios las reproducciones genéticas empezaban a dar señales de vida, aunque aún no figuraban entre las más llamativas noticias de actualidad, Bioy prodigaba dobles de probeta, réplicas idénticas o mejores que el original, que podrían haber emergido de alguna hipótesis astral soñada por Louis-Auguste Blanqui, un sueño de eternidad el suyo -el de ambos- que las prodigiosas realizaciones tecnológicas del presente confirman y consolidan. Sosias de alguno de los innúmeros sosias de Bioy, su facultativo personaje, como otros médicos sobre cuyas artes las corrientes expresionistas alertaron (adelantándose en el cine a los horrores de la guerra o de entreguerras), se afana trabajando con «hijos carbónicos, clones o dobles» y, fanatizado por las ventajas de su invención, «por nada [la] cambiaría con la original. Es idéntica pero a su lado vivo en paz»:

-¿Se considera aprendiz de brujo?

-Como cualquier investigador que realmente contribuye al progreso de la ciencia.



En otros cuentos, diferentes alternativas narrativas moderan, por referencias históricas conocidas, las aspiraciones a esta especie de eternidad de bolsillo para acceder a la cual basta algún cruce de fronteras, como si la inmortalidad fuera una simple cuestión de aduanas. Se dirimen con tono irónico las transacciones más apremiantes pero, contemporáneas o consecutivas a persecuciones políticas o policiales, semejantes a las adversidades vividas hace más o menos años, el tema de pasajes y de trámites recupera cierta familiaridad sombría, bastante más que ominosa.

Son cuentos fantásticos pero, como tantos otros, normalizados por interpretaciones que recurren a datos que registra la crónica o crea la leyenda. Por distintas razones, a pesar de no abandonar los experimentos genéticos, los audaces inventos contra el envejecimiento o la multiplicación de dobles siempre jóvenes, sus personajes huyen al Uruguay. Menos intrépidos que otros disidentes, pretenden dar con una guarida a corta distancia, en amparos poco riesgosos, procurando rescates casi caseros aunque en habitual controversia con las jurisdicciones territoriales y referencias geográficas más precisas:

-Lo que no entiendo es cómo aquí, por este simple túnel, Punta del Este y el Tigre quedan tan cerca.



En la misma página repite varias veces: «la otra Banda». Por ejemplo:

-¿Inventos, como la persona que el señor tiene en la otra Banda? [...] -El viaje a la otra Banda, para ver a una mujer, es cuento viejo. [...] -Te olvidás que el gobierno ha prohibido los viajes al Uruguay. Quizá podríamos ir al Tigre y hablar con un lanchero, de esos que pasan a emigrados, o con un contrabandista6.



En otro cuento de El héroe de las mujeres, «El jardín de los sueños», tiene lugar un diálogo que reitera la misma aspiración de huir, de encontrar un refugio que asegure, al menos, una misma cercanía:

-¿Y si me asilo en la embajada? ¿O en la uruguaya que está más cerca?7



En «Paradigma» de Historias de amor después de aludir a unos escalones de piedra, aclara que han servido para otros propósitos:

¡Cuántos amigos los bajaron, parece ayer, para encontrar una lancha y huir al Uruguay [...] convino (con Angélica y Ricardo) que los cruzaría al Uruguay en la noche del primero de octubre. [...] el patrón de la Liebre informó a Ricardo que no podía cruzarlos a la otra Banda.



Los ejemplos son profusos y, constantes, dan cuenta de la preocupación por la edad, el cruce, el Uruguay, río y país, de personajes que protagonizan un curioso destino que reniega del «It is time to be old»8, como decía Emerson, y optan por otro terminus: cruzar al Uruguay en cuanto advierten las primeras acechanzas de la vejez9.

Si bien tantas ilustraciones parecen suficientes, el catálogo es bastante menos que exhaustivo; son muchas más las situaciones narrativas en las que estos episodios se repiten. Sin embargo, todavía habría que citar una narración más, «La trama celeste»10 (1948), donde el autor reúne algunos de esos tópicos o tropismos de su imaginación, comprometiendo tránsitos de fronteras, identidades sospechosas, dobles misteriosos, intrigas que cuestionan las certezas del mapa, el rigor de las circunstancias históricas o biográficas, las precisiones bibliográficas, etc., sin dejar de lado, las utópicas crónicas de reiterada inmortalidad.

La maravilla abunda en este cuento. Su abundancia parece actualizar la vaguedad de mitos que los estudiosos podrían definir como derivados de «la matière celtique», aventuras y leyendas de guerreros que todavía nos encantan relatando el viaje de un héroe a un país brumoso, de espejismos de donde emergen hadas de variada luz y magia, de amores que se filtran en ciclos de reyes y fantasmas, alternados con la búsqueda de prendas místicas y la ansiedad de una redención ancestral.

Los peligros y planes de fuga «del Capitán Ireneo Morris, detenido en un Hospital Militar», «la fuga de Morris al Uruguay» es el tema de las aventuras y del cuento que cuenta, con antecedentes narrativos de suspenso tan prestigiosos como el de Plan de evasión, otra de las perfectas novelas de Bioy.

A pesar de la gravedad de las sospechas militares, de las acusaciones de evasión o de traición que se ciernen sobre Morris, luego del accidente que sufrió en un avión de prueba, internado en un hospital, detenido por el ejército argentino bajo sospecha de traición (argentino contra argentinos) o de espionaje (uruguayo contra argentinos), Morris primero insiste en reivindicar su identidad argentina:

-Soy probador de aeroplanos.

-¿Con base en Montevideo? -preguntó sarcásticamente uno de los oficiales.



-Creen que ha venido de algún país hermano. Morris le juró como argentino que era argentino, que no era espía.



Pero sus acusadores no reconocen ni su identidad, ni su nombre, ni su ocupación, ni su vinculación con el ejército, ni sus salidas de humor. Entre riesgos de fusilamiento y de expatriación, tan inminente es la amenaza que le acecha que Morris condesciende a hacerse pasar por uruguayo:

Para ver qué sucedía, le dijo al oficial: -Confieso que soy uruguayo.

Explicó: -Me consolaba pensando que para mí un uruguayo no es un extranjero.



Remitiendo a gestas similares -de fugas intrépidas y de refugios espirituales- que ocurrieron o no en el pasado y que aún lo narran, las alusiones históricas que se formulan en el cuento contribuyen a acreditar narrativamente, por automatismos referenciales, esos raptos de verosimilitud que se verifican en un contexto fantástico, un género que, para sorprender cuenta con la rara inadvertencia de lo cotidiano. Una forma que, disminuyendo la dimensión sobrenatural de este «Más Allá», la avala con la familiaridad de lo previsible y la aumenta con circunstancias conocidas, habilitando el deslizamiento de una realidad inesperada, un sobresalto corriente, por más próximo, más inquietante.

De la misma manera que las referencias conocidas sostienen un realismo incómodo, las observaciones del narrador parodian las convenciones por medio de epigramas, frases hechas inesperadas, palabras fuera de lugar, estereotipos de un lenguaje coloquial descolocado. A cada paso, este desajuste abre grietas por donde se dispara cualquier chispa de humorismo realista, penetrando más misterios que miserias. Ni se advierten los pases mágicos que acercan mundos vigilantes a mundos soñados. Lo conocido, lo previsible, lo trivial, coincide con las perturbaciones fantasmagóricas de una extrañeza plausible, normal. Son cruces que legitiman la naturaleza híbrida de una exterioridad dudosa hasta donde se llega cruzando una fuente clara (como en esas leyendas celtas) o un río más o menos turbio (como el Río de la Plata): así las cabras se vuelven quimeras, las yeguas pesadillas nocturnas, las Dianas perras, los relojes cucos, los hombres, unos bichos raros, el progreso de los medios, miedos. Así son frecuentes las metamorfosis de los sentidos, la mutación del dolor en sinfonías (Plan de evasión)11 o en producción no tradicional de energía redituable, como en «Otra esperanza»12.

Por mera discreción, no habría que agotar el inventario de ficciones que hacen referencia al Uruguay ni mencionar las diferencias con Borges ni las coincidencias con Julio Cortázar. Sin embargo, hablar del Hotel Cervantes cuando se celebra un Premio Cervantes, a pesar de la proximidad de ese establecimiento, ubicado en el centro de Montevideo, no sería redundante.

En cambio, me interesa volver a leer uno de los cuentos más fabulosos, de esas obras que, según Platón en el Cratilo, exhiben la virtud de enseñar, por medio del nombre, del conocimiento de sus secretos, la sintaxis más profunda, esa donde se articula la esencia del lenguaje y de la imaginación.

Es en una de sus Historias de amor donde el fenómeno de los cruces urbanos (entre Buenos Aires y Montevideo), fluviales (en ríos turbios y turbulentos), teatrales (de personajes y espectadores), musicales (entre sinfonía y ópera), o verbales (entre idiomas distintos), cruzan sus espacios y especies en una mención zoológica que, desde el título: «Ad porcos» (1967) ironiza sobre híbridos que Bioy ha experimentado, en la letra, dentro del marco monstruoso de una bio(y)logía tan extraña como las palabras que uno inventa.

Sobresalta la variedad y vitalidad de su bestiario a pesar de que semejantes injertos -cruzas de animales y animales o de animales y hombres- tuvieron lugar, mucho antes de que se ensayaran en laboratorios bien equipados, en los mitos más remotos (pegasos, esfinges, quimeras, sirenas, centauros, minotauros, un catálogo de seres sobrenaturales que no se agota en esta lista) y en las fábulas que los relataron.

No se trata de someter a las violencias del inventario la diversidad e insistencia en cruzas de un muestrario monstruoso ni, tratándose de «Ad porcos», de registrar una estadística de las frecuencias literarias del cerdo, que la imaginación de Bioy no evita. Conviene recordar, sin embargo, uno de los ejemplos más conocidos de este bestiario ejemplar: Diario de la guerra del cerdo13.

En su Autocronología14 Bioy recuerda la prevención de Borges: «Cambiale el título. ¿Cómo vas a tener para siempre, en la tapa, un chancho?» Asociado a tantos sinónimos o insultos (chancho, cochino, puerco, cerdo, marrano), interesa que en esta narración, «Ad porcos», Bioy vuelve a cambiar el nombre pero como este cambio y vuelta, lo remite al latín, volvemos también al tema de los híbridos. Me parece oportuno recordar entonces que «hybrida» en latín (empleada por Plinio) designaba la cruza de una cerda y de un jabalí, casi un incesto por el parentesco zoológico que no ocultan ambas especies. En clara alusión suina, sin replicar rebeliones en granjas o partidos, la novela se denomina Diario de la guerra del cerdo aunque, en varios pasajes, habla de «la guerra al cerdo», una declaración beligerante lisa y llana. Aunque la sustitución de la preposición no es sustancial, reduce la ambigüedad y subraya la crueldad de la persecución contra los viejos y el tópico del que difícilmente se apartan las fantasías de Bioy.

Es curioso cómo las etimologías que, si bien revelan un origen no son la pura verdad, toda la verdad de las palabras, confirman desde el principio, ilusiones y quimeras que la imaginación del escritor recupera, como otras verdades que se pierden en la vaguedad de los orígenes, historias de palabras que son «semimitos» o mitos en los que el hombre cree o crea a medias.

Volviendo a «Ad porcos» y al Uruguay, el narrador que está a punto de regresar a Buenos Aires se entera de

-Malas noticias. Parece que el gobierno va a impedir los viajes al Uruguay. Grotesco. Todo lo que quiera. Constitucionalmente imposible. Por lo tanto, verosímil. [...] la sola idea de que me vedaran las visitas a Montevideo me infundió una viva ansiedad por diferir la partida.



El lector uruguayo de «Ad porcos» queda sorprendido por la minuciosa precisión de datos que un escritor argentino dispensa a recorridos de un Montevideo, más recordado que vigente, debido a algunos cambios infligidos a la ciudad: el restorán «El Águila», la Ciudad Vieja, la Pasiva, la Plaza Independencia, Pocitos, Carrasco y, sobre todo, el teatro Solís adonde el narrador en primera persona, confundido o indiferente, sin distinguir entre La condenación de Fausto de Berlioz y la ópera Fausto de Gounod, «como por encanto» seduce a Perla y, una vez más, como el Fausto de Goethe ofrece en sacrificio a Margarita.

Ya se ha visto que tampoco los Faustos y sus versiones escasean en la imaginación de Bioy: en «El relojero de Fausto»15, «Las vísperas de Fausto»16 (1949) o la declinación del nombre en Faustine, la seductora figura que fascina al narrador en La invención de Morel, relatan las variaciones de un mito recurrente, obsesivo. Como Delphine Seyrig, la muy bella actriz de L'année dernière à Marienbad (1962), el film basado en esa novela (según una hipótesis suficientemente valedera), Faustine sigue viviendo bajo especie de imágenes -su sub specie aeternitatis- como vivieron siempre, o esos Faustos de Müller y de Lessing que sigue hojeando Paulina en el cuento que la recuerda17.

Su fe fáustica actualiza las veleidades del hombre occidental, la voluntad ambivalente de un siglo XX que, desde mucho antes, no se resiste a las tentaciones de la técnica y la acción, del poder y el conocimiento, la nostalgia de re-tener la juventud y con el afán de postergar la muerte no reparar en los «sacrificios del pacto». Es una de sus faltas, o dos: la falta de reparos.

Cuando Julio Cortázar18 desea ser Bioy Casares y declara en confesable efusión su admiración por el escritor compatriota, como escritor, como persona, admite su propia incapacidad por mostrar un personaje tan de cerca, tan conocido como si fuera un allegado, más aún, con el que no vacilaría en identificarse. Sin contradecirse, reconoce, al mismo tiempo, que Bioy sabe guardar una prudente distancia y, gracias a su oficio, logra sugerir el desasimiento que distinguen al narrador del escritor, al narrador de sus personajes quienes, sin embargo, no se separan de él, de su entorno, de sus dichos y referencias, de sus recuerdos y fantasías.

En «Ad porcos» los comentarios del protagonista, su tono coloquial («créanme ustedes»), ciertas disquisiciones sobre sus propios gustos musicales o confusiones que se deslizan de la trivialidad hacia formas de desaprensión rayanas con lo vulgar, contrastan con la delicadeza de la espectadora del teatro Solís que, coherente con su natural apariencia de candorosa pureza, se llama Perla. Sin embargo, así como advierte la omisión de eses en uno de sus interlocutores, el narrador no pasa por alto la curiosidad semántica del nombre propio que, en el cuento, como suele ocurrir, distingue y significa a la par:

Para quien se crea refinado, el humorismo que estriba en nombres acaso peque de basto. En cuanto a mí, que una muchacha blanquísima se llamara Perla me pareció el colmo. Admito además que en el instante de recibir la información me estremecí a ojos vistas. Hoy encuentro todo eso un poco increíble. Perla es Perla, naturalmente, y para designarla cualquier otro nombre resultaría ridículo.



En este cuento se cruzan las circunstancias de un viaje postergado, de una noche ociosa, la felicidad y fugacidad de la casualidad y el encuentro amoroso, con los argumentos del mito fáustico, con las desventuras del modelo musical y dramático. Determinado por la universalidad de ese modelo, el encuentro ni fue fortuito ni ocasional. El narrador recuerda los consejos de una providencial Cecilia, homónima de la santa patrona de la música, que influye en su decisión y, por ella, entra al teatro y asiste al oratorio de Berlioz. En las márgenes del relato, al final, es también Cecilia quien da cuenta del desenlace, revelando coincidencias inesperadas a pesar de que, dados los antecedentes artísticos y las consabidas alternativas del mito, bien podrían haber sido previstas:

-Me contó una historia demasiado fabulosa: que te conocía desde antes de conocerte porque te había soñado.



Hasta ese gran final, poco (se) sabía de la misteriosa Perla, una espectadora más pero que no deja de llamar su atención, atraído por una atuendo que prolongaba el candor de la figura: «No solo estaba vestida de blanco, era blanca. Una piel pálida, demasiado pálida» y que «además de blanca era muy linda».

Una vez más «fu galeotto il livro e chi lo scrisse»: salen juntos del teatro, reunidos por las alternativas de la obra, por el azar que los aproximó en el teatro, por la atracción de un desconocimiento atrecíproco. No sería más que una aventura sentimental y pasajera, otro episodio para ser contado, y lo cuenta.

A pesar de la ligereza de sus preferencias, del apremio por llegar en hora al restorán «El Águila», no deja de apreciar los encantos de una mujer que lo seduce, la blancura que la ilumina, de descifrar en su nombre una suerte de afinidad necesaria entre un significado que no se diferencia de la referencia y de atisbar así la perfección mítica más profunda, la que funda el lenguaje poético o el lenguaje, simplemente. Las palabras le importan: las analiza, reflexiona sobre ellas19. Sin embargo, no siente escrúpulos en referir, desde la indiscreción hasta la deslealtad, a quien lo oyera o no, los detalles de sus amores con Perla:

Tuve tema para todo el viaje, incluido el trámite en la aduana. [...] un sordo encono [...] me soltó la lengua y me llevó, sin un momento de vacilación, a inmolar a Perla, a desnudarla (¡figuradamente hablando!) y a exhibirla ante terceros, mientras allá en el fuero interno una vocecita me repetía las palabras: falta de lealtad.



Si hace muchos años Marcel Proust ya no hubiera entrevisto y esbozado una poética de los nombres propios, si hace menos años más de un teórico no hubiera tratado de fundamentarla, habría que diseñar, con la dedicación más rigurosa, bases para una poética de los nombres propios en las narraciones de Bioy y el punto de partida bien podría radicarse en este cuento y, of all places!, en este lugar del mundo.

Al verse obligado a permanecer en la ciudad sin saber qué hacer ante medidas que habría tomado el gobierno argentino, el narrador de «Ad porcos» se dirige al teatro Solís

Parece que el gobierno va a impedir los viajes al Uruguay. Grotesco. Todo lo que quiera. Constitucionalmente imposible. Por lo tanto, verosímil.



Entre las tentaciones de Fausto y las perversidades de Mefistófeles, se encuentra con Perla y, como si se hubiera encontrado con la propia figura mítica, «recuerda a la perfección las palabras correspondientes a la partitura de Margarita»20:

En mis sueños lo he visto



El narrador, nostálgico o distraído, parece ignorar «quién dijo esto, quién dijo aquello» ya que la frase bien pudo haber sido pronunciada por Perla en la sórdida pieza del hotel como por la Margarita en la escena teatral o musical entre visiones y presagios inspirados por el diablo. Las palabras de la joven protagonista de una o varias obras dramáticas y musicales coinciden con las de la joven del cuento. Por repetición de una frase o por onomancia, por la magia del nombre, ambas se identifican.

De la misma manera que en griego y en latín, en español clásico, también margarita quiere decir «perla», la palabra significa una flor y también esa pequeña formación nacarada y moluscular, de origen desconocido (afirman algunos lexicógrafos), o procedente del latín popular: pernula, diminutivo del latín perna, «pierna del puerco» (según otros)21, aplicado a un marisco por analogías de la forma. Si bien sorprende que un solo nombre comparta la significación entre objetos distintos, las perlas se confunden con otros objetos, reivindicando una coincidencia conocida desde que en el Evangelio, como un solo hombre, dice Mateo que dice Jesús (Cap. VII, Vers. VI):

No arrojéis vuestras perlas ante los chanchos, podrían pisotearlas con sus patas y volverse contra vosotros para desgarraros.



Identificados el apóstol y Cristo, el discípulo y el Maestro en la misma voz y en el mismo dicho, denuncian la deslealtad de quienes traicionan, por impiedad, la confiada pureza de palabras y personas:

allá en el fuero interno una vocecita me repetía: falta de lealtad.



Leal, lo que se entiende por leal, ¿quién es?22



El proverbio bíblico se amonedó «en echar margaritas o perlas a los chanchos o a los puercos» y no se aparta demasiado del sentido anterior: «Dirigir la palabra o la generosidad o la delicadeza a quien no sabe apreciarlas», explica el Diccionario de la Real Academia Española.

Entre puercos, perlas y margaritas, en este cuento pródigo en prodigios, Perla y Margarita se superoponen y coinciden en una especie de intraducción23, es decir, una figura retórica que expone el profundo cruzamiento entre dos lenguas que habilita una traducción interna (intra-) o una traducción imposible (in-), que solo se entiende en el espacio que queda entre ambas. Por eso, no corresponde asignarle una localización idiomática particular ya que implica más de una pero, si tuviera que radicar su origen en algún lugar, debería ubicarla entre el Río de la Plata y los Pirineos, entre Montevideo y el Béarn, cerca de Pau o de Tarbes, ahí donde le gustaba a Bioy pasar largas temporadas, bebiendo el jurançon, ese vino blanco y perfumado de la región, recordando a sus ancestros que yacen en un muy cercano panteón familiar y a Jules Laforgue, que allí vivió y de donde procedían sus antepasados, un poeta que supo consagrar las ambivalencias de la intraducción y el múltiple semantismo de este recurso. Precisamente, a propósito de «Joyce y los neologismos», Borges elogia la imaginación neológica de Laforgue, afirmando que «alguna vez - hizo del juego de palabras un instrumento lírico o elegíaco». En una nota al pie, al referirse a una traducción literal del alemán que propone Joyce, recuerda que:

No de otra suerte los evangelios manuscritos del siglo nueve hacen de margarita (perla), mere-grot: piedra del mar24.



Desde el principio se hacía referencia a cruces y cruzamientos, a los médicos de Bioy que a veces mortifican y otras veces alargan la vida, o cruzan especies, a la tentación del conocimiento, a pactos diabólicos, a cerdos, a híbridos puros y de sospechoso abolengo, a frases hechas, a orillas distintas de mundos casi iguales, de figuras en quiasmo, de palabras cruzadas, en más de un idioma. Los lectores de Bioy viven preocupados por estos entrecruzamientos, también sus personajes. Cito a uno de ellos que dice con la satisfacción de colocar un epigrama:

-Après vous.

La verdad es que esta gente no sabe que para el criollo una frase en otro idioma siempre tiene algo de cómico25.



«Encrucijada» es el título del cuento y por ahí, por Bioy, por el Uruguay y después de usted, había empezado este encuentro.





 
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