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Véase el artículo de Christopher Maurer en el que analiza sonetos amorosos, entre ellos el soneto de Quevedo que mencionamos en el texto a continuación. Maurer se refiere a «la descripción de los deleites sexuales [...] en la poesía francesa del XVI, tan estrechamente relacionada con la neolatina» (155) y, más adelante, señala que «En España, al contrario de lo que ocurre en la poesía francesa y la neolatina, cuanto más explícitamente se describe el goce sexual, más se desliza el soneto hacia lo burlesco» (157). En «"Soñé que te... ¿dirélo?" El soneto del sueño erótico en los siglos XVI y XVII», Edad de Oro, primavera 1990, IX, 149-167. Ciertamente el soneto de Sor Juana no tiene nada de burlesco.

 

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Véase a Dámaso Alonso en «El desgarrón afectivo en la poesía de Quevedo» (Poesía española, Madrid, Editorial Gredos, 1957, 497-508), quien analiza otro soneto todavía más atrevido que el de Floralba y extrañamente lo considera «muy de espiritual amor». Es aquel que comienza «Si mis párpados, Lisi, labios fueran».

 

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Jacques Lafaye, Quetzalcoatl and Guadalupe, Chicago and London, University of Chicago Press, 1976.

 

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Véase lo que digo en la nota 19 de mi artículo «Tiempo, apariencia...» (núm. 8 de mi libro Estudios... mencionado en nota 85); también me refiero en ese mismo artículo a la cuestión, más adelante, al mencionar a Castaño, personaje de Los empeños de una casa. Trato más ampliamente la cuestión en un artículo reciente: «Apología de América y del mundo azteca en tres loas de Sor Juana», Revista de Estudios Hispánicos. Letras coloniales, Universidad de Puerto Rico, 1992, 267-291.

 

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Cf. José Antonio Maravall, La cultura del Barroco, Barcelona, Ariel, 1975, 325, 343 y ss.

 

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Cf. mi artículo: «Ejercicios de la Encarnación: sobre la imagen de María y la decisión final de Sor Juana», que se publicó en Literatura Mexicana, UNAM, (núm. 12 de mi Estudios... ya mencionado). El intercambio de cartas empezó con la epístola que el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, le envió a Sor Juana animándola a escribir sobre cuestiones religiosas en vez de hacerlo sobre las profanas. La carta del obispo acompañaba a la primera edición, publicada en Puebla, de la Carta Atenagórica que Sor Juana había escrito y que constituía una crítica de un sermón del padre Antonio de Vieira, un famoso jesuita. La Carta se publicó más tarde con el título de Crisis de un sermón en el segundo volumen de las obras de Sor Juana en Sevilla, 1692. La contestación de la monja a estos envíos es la conocida y autobiográfica Respuesta que fue publicada en el tercer volumen póstumo de sus obras en 1700.

 

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Fama y Obras pósthumas, Madrid, 1700. Véase el artículo de Antonio Alatorre, «Para leer la Fama y Obras pósthumas de Sor Juana Inés de la Cruz», Nueva Revista de Filología Hispánica, 1980, XXIX:2, 428-508. Y del mismo sobre la llamada «Carta de Monterrey» (que se menciona líneas más abajo) en la misma revista, 1987, XXXV:2, 591-673.

 

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Cf. mi «Biografías: Sor Juana vista por Dorothy Schons y Octavio Paz», Revista Iberoamericana, julio-diciembre 1985, LI, 132-133, 927-937, (núm. 15 de mi Estudios...). Lo que se dice a continuación sobre la firmeza de la escritura de la monja se halla en la p. 936. En la última parte del libro de Paz se hallan disquisiciones sobre las razones que llevaron a la monja a retirarse del mundo.

 

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Rolena Adorno (204-207) se hace preguntas parecidas al examinar el libro de Todorov La conquista de América, en el que el conocido crítico radicado en Francia utiliza la Conquista para tratar de aclarar o comprender situaciones actuales: la opresión y violaciones de los derechos humanos padecidas por el hombre en el siglo XX a manos de regímenes totalitarios. Véase «Arms, Letters and the Native Historian in Early Colonial Mexico», en 1492-1992: Re/Discovering Colonial Writing, The Prisma Institute, Minneapolis, MN, 1989, 201-224.

 

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Este personaje mitológico es esencialmente femenino y, a causa de su inherente relación con la luna, es también múltiple. Al principio del Sueño, la monja presenta a la luna bajo la caracterización conjunta de tres personajes femeninos que cubren diferentes aspectos del universo representando al mismo tiempo, las tres fases distintas de la luna: Hécate en el cielo, Diana en la tierra y Proserpina en los infiernos (véanse los vv. 13-15).

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