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Biografía. La cantora de la mujer

Juan Tomás Salvany





Grato nos es tomar la pluma, que fácil y ligera corre sobre las cuartillas cuando se trata, de tributar merecida alabanza al talento y la virtud, encarnados en una dama, distinguida en el mundo social como en el mundo literario, simpática por sus prendas personales y por el sexo a que pertenece, notable por la alteza y el vigor de su entendimiento. Tal nos acontece hoy con la señora doña Concepción Gimeno de Flaquer, ilustrada autora de aplaudidos libros, cuya semblanza literaria nos ha caído en suerte trazar a grandes rasgos.

Contra nuestra voluntad seremos parcos, por no herir la susceptible modestia de tan culta literata.

Desde sus más tiernos años, Concepción Gimeno de Flaquer mostró tan decidida afición como excelentes aptitudes para el cultivo de las letras, dando al propio tiempo pruebas de una elevada y clara inteligencia, de una exquisita y sutil penetración, al asimilarse con prodigiosa facilidad cuantas materias eran a su examen sometidas. Ya en los albores de su literaria educación sentía hervir en la mente nobles ambiciones de gloria y en el cerebro tempestades de ideas, que en copioso raudal pugnaban por trasmitirse generosamente a los demás cerebros, utilizando para ello ese vehículo civilizador llamado Imprenta. Presentada en doctos círculos de la Corte, lo discreto de su conversación, lo ameno de su trato, la facilidad y elegancia prematura de su estilo, formando un contraste encantador con lo aniñado de su figura, lo armonioso de su acento y lo temprano de su edad, no tardaron en abrirle las puertas de muchas redacciones, en cuyos periódicos colaboró, ciñendo a su frente juvenil los primeros laureles.

Estos triunfos, no obstante, cesaron bien pronto de halagar y satisfacer al ambicioso genio que, semejante a un titán encadenado entre las paredes del cerebro de nuestra autora, con creciente inquietud se revolvía. Como todos los talentos sólidos, Concepción Gimeno de Flaquer había nacido pensadora; como todos los espíritus generosos, anhelaba reformar y corregir en lo posible imperfecciones sociales, injusticias de los hombres hacia el sexo a que pertenecía, y flaquezas de este último. Impulsada por tales sentimientos, quiso poseer un periódico de su propiedad, y fundó La Ilustración de la Mujer, título que envuelve su programa. Esta publicación, durante algunos años dirigida por nuestra autora, defendió valientemente los derechos del llamado sexo débil, incitándolo al cumplimiento de sus deberes, atacando con tal habilidad como energía, no solo sus flaquezas sino también las preocupaciones fútiles de los hombres acerca de la mujer, y de la nulidad intelectual a que sin razón se le condena.

Alternando con las tareas periodísticas los vuelos de su lozana y bullidora fantasía, la discreta literata escribió y publicó entonces su Victorina o heroísmo del corazón, interesante novela de costumbres en dos tomos, impregnada de sublimes sentimientos, notable por la brillantez del estilo, por la correcta elegancia del lenguaje, y cuya edición se agotó rápidamente. A esta novela siguieron más tarde la titulada El doctor alemán, obra transcendental, en que el sentimiento vence al ateísmo, otra aún no dada a luz por su editor, cuyo título sentimos no recordar, ¿Culpa o expiación?, Maura y Sofía.

Antes de El Doctor alemán, escribió La Mujer española, libro doctrinario, valiente, erudito y ameno, reformador y moral a un tiempo, cuya publicación fue en la Corte un acontecimiento literario, y cuya lectura inspiró al sabio académico, Excmo. Sr. D. Leopoldo Augusto de Cueto, frases que hubieran engreído a muchos literatos, y al inmortal Victor Hugo, una bellísima carta que guarda nuestra autora como preciosa joya. ¿Habéis leído La Mujer española?... ¿No? Pues leedla. ¿Sí? Pues volvedla a leer. Es la robusta revelación de un espíritu justo y reformador; es la bandera que enarbola una dama llamando a su sexo a ilustrado combate contra el egoísmo y la ignorancia, es una nube de ideas que, o mucho nos engañamos, o habrá de caer, a semejanza de benéfico rocío, sobre las generaciones venideras.

Sirve de digno remate a este libro el titulado La Mujer juzgada por una mujer, no ha mucho tiempo publicado por la defensora del bello sexo, y que llamó la atención del público, hasta el extremo de hallarse casi agotada la novena edición.

Dos notables conferencias dio en el Ateneo de Madrid, en el que fue presentada por don Juan Valera, y en las dos obtuvo un éxito brillantísimo, siendo tan numerosa la concurrencia, que hubo que agregar sillas delante las puertas. La primera conferencia versó sobre la «Civilización de los antiguos pueblos mexicanos», y la segunda sobre las «Mujeres de la Revolución francesa».

A estos trabajos ha seguido la publicación del más hermoso de sus libros; el titulado Mujeres, vidas paralelas, tan ameno como erudito. Sus trabajos americanistas le han valido muchas distinciones del Gobierno de México y la medalla de honor concedida en Venezuela a los propagadores de la instrucción pública.

Concepción Gimeno de Flaquer constituye una alta personalidad literaria; posee un estilo propio, brillante, ameno, florido, correcto y pulcro, cuyos sonoros períodos contienen ora profundos, ora elevados pensamientos, y acarician el oído como un raudal de notas robadas al arpa de un trovador de la Edad Media; hay en el estilo de Concepción algo caballeresco y angélico a la vez; es el estilo de una dama elegante sin rebuscamientos, ataviada sin presunción y sencilla sin abandono. Tomad cualquiera de sus obras, abridla al azar, leed donde cayere la vista, y convencidos quedaréis de esta verdad. La máquina hecha juguete del vapor, la tormenta estallando en el laboratorio aéreo de la nube, no funcionan con más actividad que el cerebro de Concepción cuando da forma a sus ideas; y es que no existe en el mundo máquina como la humana criatura, ni vapor como el pensamiento, ni fuerza motriz como el espíritu. Siguiendo de cerca a la idea y lamentando quizás no igualarla en rapidez, la pluma de Concepción raya nerviosamente las cuartillas, sin cuidar de los caracteres, y no descuidando jamás el concepto ni la frase. A semejanza del águila o del halcón que desde prodigiosa altura divisan y caen sobre su presa con la prontitud del rayo, de tal suerte, Concepción, desde lo alto de su inteligencia luminosa, divisa la belleza mal oculta entre el interminable fárrago de lo vulgar, sabe apoderarse de ella, pulirla, abrillantarla y ofrecérnosla al fin como engastada en páginas discretas, en periodos sonoros, en conceptos nuevos, galanos y profundos. Su espíritu es bello y varonil como un soldado griego; Concepción es delicada y tierna como una mujer, suave y exquisita como un perfume, bulliciosa e inquieta como un ave. Ha trazado todos sus libros lo mismo que Enriqueta Stowe, haciendo hervir la olla de la familia, es decir, siendo el encanto de la casa, bordando ya con la pluma sobre el papel, ya con la aguja sobre la tela.

Supongo conoceréis por este bosquejo a la escritora. ¿Deseáis conocer a la dama? Vamos a presentárosla.

Imaginad una figura femenina con la delicadeza de una flor, con la flexibilidad de un junco y la distinción inglesa de una lady; imaginaos todavía una mano breve y nacarada, un rostro dulce y correcto al par de su estilo, una frente serena y despejada, una mirada inteligente, y como inteligente tierna, y como tierna seductora; una cabellera de unas hebras de un color rubio apagado que recuerdan la palidez de los rayos solares al filtrarse con dificultad por el espeso ramaje de la selva enmarañada; fingíos, finalmente, un acento melodioso con algo de las notas del órgano, de las vibraciones de un teclado o del susurro de la brisa acariciando las dormidas olas; fingíos todo esto, y con los ojos de la imaginación, con el oído penetrante del espíritu, habréis visto y escuchado a Concepción. Al oírla, pensaríais estar leyéndola; al mirarla, dudaríais de que hubiese escrito aquellas páginas varoniles, esmaltadas de conceptos profundos, de pensamientos vigorosos, de arranques esforzados, de metáforas audaces, en las cuales se citan poetas y filósofos, se describen asaltos y batallas, se nombran reinas y guerreros, artistas y paladines.

Lo mejor de esta dama, con todo, es lo que el público no conoce, porque ella no lo escribe ni lo narra: es el encanto severo de su trato íntimo, la sorprendente amenidad de su conversación, los generosos sentimientos que rebosan de su alma, las ráfagas de ternura, la discreción, las virtudes con que sabe hacer del hogar un paraíso y formar en torno suyo una atmósfera saludable de simpático respeto. Ni en su vida íntima, ni en su vida social adivinaréis a la literata, porque ella parece siempre lo que es, una dama virtuosa y distinguida, que escribe de afición, por amor a las letras y al sexo de que es gala. En una palabra, la existencia de Concepción se desliza plácida y tranquila, a semejanza del susurrante arroyo, entre tareas domésticas y tareas literarias, sin otros sentimientos que al apasionado amor a su marido, y reflejando siempre en sus cristales el limpio cielo de una ventura conyugal no interrumpida.

¡Ojalá muchas la imiten! ¡Ojalá todas la igualen!





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