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ArribaAbajoRecepción de la Académica Correspondiente doña Olga M. Zamboni9

Federico Peltzer


Quien viaja por el camino que une Posadas con el Iguazú, poco después de abandonar la primera ciudad, suele verse tentado por un cartel y dobla a su derecha. El sendero, poco más que una huella, lo conduce a un cementerio casi abandonado y, cerca de éste, un espectáculo imprevisto: el monte ha sepultado las ruinas de una reducción del tiempo de la Compañía. Sobre lo que queda de los muros, se alzan árboles imponentes, tal vez brotados de la savia sembrada por aquélla. Las raíces abrazan las paredes y, como los tentáculos de un pulpo, bajan a la tierra que los nutre. Si tras regresar al camino, el viajero desvía ahora hacia la costa que bordea el alto Paraná, se encuentra con una apacible población, Santa Ana. En ella nació Olga Zamboni, colega a quien hoy me toca recibir en nombre de la Academia. Como en esa fusión de selva y cultura, resume en ella, armoniosamente, el conocimiento y la frecuentación de los clásicos, y el entrañable amor por la gente, el habla, las leyendas y las costumbres de su tierra.

La docencia en todos los niveles ocupó muchos años de su vida. Se inició en la Escuela Provincial N.º 19, de la colonia Sol de Mayo. Vale la pena oírla referir las peripecias de su tarea como maestra rural y lo que ganó en conocimiento de sus coterráneos más humildes. Ya en Posadas, cursó estudios superiores en el Instituto del Profesorado que lleva el nombre ilustre del padre Antonio Ruiz de Montoya. En aquél enseñó Latín y Literatura Latina, Mito y Elocución. El amor por la lengua de Horacio (su poeta favorito, a quien cita a cada rato) fue compartido con el conocimiento del mito, no sólo el que anuda las vidas de los antiguos dioses, sino también los del solar guaraní, bebidos éstos, quizá, en la nutrida biblioteca del Instituto. Más tarde, en la Universidad de Posadas, dictó la cátedra de Literatura Grecolatina.   —72→   Sus enseñanzas formaron numerosos discípulos, en su tierra y en países vecinos, como el Brasil, el Paraguay y el Uruguay, donde dio curvos y asistió a congresos y seminarios.

Olga Zamboni es una incansable viajera. En cada una de sus cartas, me habla de un viaje realizado o por emprender, ya por el interior de su provincia, las vecinas, o por los más remotos lugares de este vasto mundo que conoce y asimila, porque posee un don inestimable: la buena curiosidad. Parece alimentarla con el agua de ese río dios que baña su tierra y marca a sus hijos. También el agua la lleva a anhelar lo lejano, los sueños de otros hombres y mujeres. Dice en una de sus «Casicoplas»:


Río en que naufragamos
quién pudiera volverte a navegar,
no me quites el agua de los sueños
que sin sueños mi barca va a encallar.
Y quiero ver el mar [...].



Ha volcado su conocimiento de la tierra en libros de difusión de sus leyendas. Así la obra en colaboración: Misiones, imágenes y leyendas (1972); Del Mito a la leyenda. Viaje a la región guarany (2001); también los Cuentos Regionales argentinos del Litoral, edición con estudio preliminar, propuestas de trabajo y actividades. Otro tanto puede decirse del estudio que acompaña A la deriva y otros cuentos, de Horacio Quiroga.

El otro aspecto insoslayable de nuestra colega es el de creadora. El Litoral es tierra de privilegio, y Misiones, esa coma hacia arriba, su más bella prolongación. Quien no conoce el prodigio de la triple conjunción de agua, selva y tierra colorada, no puede medir la fascinación que ejerce, el arraigo que sella a sus hijos y atrapa a quienes la visitan. Así se explica la numerosa y heterogénea inmigración que la ha poblado, pronta para el trabajo industrioso y el ingenio despierto.

Fruto de este último es la literatura de Olga. Cuando escribí el prólogo para su poemario Latitudes (1980), dije que se me ocurría denominar canto llano a su poesía, porque la siento como un canto despojado que, sin perder sus cualidades de tal, brota en el instante más justo, sin el acompañamiento musical que, a menudo, atenúa su fuerza; un canto que, según ella pide en su poema inicial, se encuentra   —73→   en las cosas que surgen en el camino, la gente, nace adherido a «la piel de tus semanas», puede brotar en el silencio de la siesta, los pasos junto al río, la tristeza de la lluvia o la soledad con que se evocan los puertos, los nombres, el pasado perdido.

Su segundo libro, Poemas de las islas y de tierra firme (1986), evoca desde el título lugares de esta América que ella ha recorrido con amor y nostalgia, porque «quisiera ser árbol», o como lamento por algún amor lejano:


Qué voy a hacer, dorada llama inextinguida
ahora empiezo a darme cuenta en sílabas difíciles conmigo.



Una América viva, hecha mundo interior, late en todo el libro; le rinde esperanzado homenaje desde su condición de mujer y de viajera:


Desde siempre es femenina y verde la esperanza.



La literatura de Olga es también profundamente femenina. Aprecia e invoca el amor, recuerda al hombre, lo exalta o lo condena, pero lo hace desde su condición de mujer que conoce las trampas y las omisiones de los hijos de Adán. Así está compuesto El eterno masculino (1993), con una sensación de «tierra iluminada» por el amor en actitud de espera:


Volvería a esperarte
a ser collar y música de tu piel
en noches encendidas
de lluvias persistentes
o umbrales de tormenta.



En poco tiempo más, aparecerá un extraño libro al que titula: Mitominas. No suena mal, ahora que nuestra Academia ha aceptado el vocablo mina, como alusivo a la mujer. Los personajes de Olga son minas, pero las inmortalizadas por el mito: Circe, Fedra, Medea, Antígona... Detrás de ellas, de su destino oscuro o luminoso, está el hombre, eso sí, adecuadamente desmitificado.

En un volumen realizado con otras cuatro escritoras, nuestra colega publicó tres cuentos (1989), entre los que sobresale «La depresión»,   —74→   por su profundidad psicológica y su conocimiento del mundo de la mujer. De un año antes es Tintacuentos, con ilustraciones de Juan Carlos Soto. A éste siguió Veinte cuentos en busca de un paraguas (1997). Las narraciones abarcan ambientes y asuntos dispares, como son diferentes sus personajes: mujeres y hombres que rumian sus desencuentros o en soledad, chicos de pueblo, adolescentes que despiertan al amor; hasta algún perro que asoma en una estampa. Varios de ellos han merecido distinciones. Así «Cuestión de óptica», premiado por Radio Neerland en el concurso de cuentos para Latinoamérica. El arraigo en la tierra, los conflictos de su gente, hasta el humor, están presentes siempre en sus narraciones.

Tales son, en síntesis obligada, las facetas de esta colega de Misiones. ¿Qué más desearle con nuestra bienvenida? Quizá que desde su tierra roja, su río ya azul como el cielo o ya verde como el monte, sus lapachos en flor, sus caminos que nos mecen como vaivenes de hamaca, siga fluyendo su voz, en trabajos como el que ahora leerá, en el habla y los decires de sus gentes; en versos y relatos donde acerca a los hombres que se imaginan dioses y a las diosas que obran como mujeres.