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ArribaAbajoIII. Los juegos en la literatura

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ArribaAbajo1. Memoria elegiaca de la infancia (tiempo andante, lento)

Memoria y construcción de lo imaginario

«Si una imagen presente no hace pensar en una imagen ausente si una imagen ocasional no determina una provisión de imágenes, una explosión de imágenes, no hay imaginación. Hay percepción, recuerdo de una percepción, memoria familiar, hábito de los colores y las formas.»


(Bachelard)62                


La memoria de la infancia (ausencia) impulsa una acción imaginante (presente), inaugurando una constelación de imágenes, nítidas, en claroscuro, bruma, color, brumario coloreado, sensorialidad múltiple. Llegan a lo imaginario por remoción de un estado profundo, emocional. Este estado, esta conmoción, perfilado y a la vez borroso, es comparable al sueño, ensueño y, por su restallante incitación, excitación, al instante del jugar. Movimiento, escondite, persecución de la palabra. ¿No es éste el clima de un proceso creador, tensión creadora de la literatura?

El retorno a la inicial percepción, imaginaria, anuncia una visión de escondidas claves subyacentes. Recuperación de núcleos afectivos, latencias, imágenes primordiales, dinámicas, sucediéndose en aluvión, espacio de la escritura.

Universo pleno de estallidos, táctil mirada. Sensorial mundo al alcance de la mano, pequeño e íntimo como una plaza, huerto, jardín... Dos breves poemas de Rafael Alberti y Jorge Guillén63, dos grandes poetas españoles contemporáneos, condensan memoria y creación en el microcosmos del jardín...



Infancia mía en el jardín:
las cochinillas de humedad,
las mariquitas de san Antón,
también vagaba la lombriz
y patinaba el caracol.

Infancia mía en el jardín:
¡reina de la jardinería!
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El garbanzo asomaba su nariz
y el alpiste en la jaula se moría.

Infancia mía en el jardín:
la planta de los suspiros
el aire la deshacía.


(Rafael Alberti: «Elegía»)                



La Fuente de la Fama
jugábamos, reíamos.
Ya juego de ruleta
un bombo con barquillos.
Los jardines, profundos:
lo eterno para el niño.


(Jorge Guillén: «Niños»)                


En la Elegía de Alberti la mirada se demora en los más diminutos compañeros de juego, elementales presencias de la naturaleza: cochinillas, mariquitas, lombrices, caracol, garbanzo, alpiste. En Guillén la alegría inunda la fuente, el recuerdo del ya inexistente barquillero. El espacio real se transforma en imaginario, creación de la imagen simbólica del poeta. El jardín disuelto en aire, inasible ya aquella eterna profundidad, queda recortado en el poema. Irreal imagen ausente, presente en la palabra poética contemporánea, deslizándose desde un arcaico motivo de la poesía tradicional: el jardín, lugar del encuentro, lugar del amor.

Juan Ramón Jiménez, esencial y lírico, define infancia y poesía: «Infancia: jardín cerrado donde un pájaro cantaba».

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Imagen fundamental

El escritor, poeta, en su acción imaginante, redescubre, transforma ese lugar del amor, desván de juegos, sueños, emociones. Como un niño que juega a lo que sueña, Cernuda lanza su palabra comunicante, frágil barco de papel. Como un niño, ya poeta, descubre, lúcida visión, el germen para su escritura.

Allí en el fondo de su infancia lo espera para ser transportado, trasmutación alquímica de la palabra, el aire que viene de una imagen fundamental.

«¿No es el aire de allá, no viene de allá? (...) Respirando este aire hallas que lo que afuera ves y respiras también está dentro de ti; que allá en el fondo del alma, en un círculo oscuro, como luna reflejada en agua profunda, está la imagen misma de lo que en torno tienes; y que desde tu infancia se alza, intacta y límpida, esa imagen fundamental, sosteniendo ella tan leve, el peso de tu vida y su afán secreto.»


(Luis Cernuda)64                


Retomar la visión de las cosas cotidianas y elementales: el aire, el agua, el círculo profundo de los juegos, el patio de casa tan particular, el calor del tacto, el asombro de la mirada intacta, voces escondidas, lento, incomprensible deslizarse del tiempo detenido. Retomar digo, caer en la cuenta que desde allá surge sin tregua, esa/esta infancia turbadora, embriagante, por los secretos que de mí contiene. Ésa y ésta, tiempo conjuntados. En la aventura del creacionismo, Vicente Huidobro convoca la imagen visionaria, el delirio, la quietud; la posesión del escondido lenguaje...

«En mi infancia nace otra infancia ardiente como un alcohol. Me sentaba en los caminos de la noche a escuchar la elocuencia de las estrellas y la oratoria del árbol.»


Renace el tiempo aquietado para sentarse, sentirse, escuchar la voz que nos sostiene, lo fundamental, el peso de la vida y su afán secreto.

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Cuando Juan Ramón Jiménez habla del juego, de aquel niño emparedado que llevamos dentro, sin atrevernos a escucharlo-escucharnos, mientras se muere sin parar de hambre, y frío infinitos, nos inquieta por la pérdida de la totalidad, secreto profundo de la plenitud65.

¿Veía, soñaba Machado ya instalado en la frontera de la muerte, con la eternidad entrevista en su niñez? Porque en la última línea escrita, hallada por su hermano, papel estrujado en el bolsillo de Antonio Machado, se leían estas palabras estremecedoras:

Estos días azules y este sol de la infancia.


Único poema: ¿Estos, dice? ¿Estos? Estos, esos, tiempo total. Círculo. Acorde final.

Como en el juego de la rayuela de Cortázar, tal vez el laberinto estaría desplegado, y el tiempo y el espacio, la palabra esencial en el tiempo, como define Machado la poesía, fueran por fin cuerpo ya sin límite, extendido desde el juego transparente y luminoso de la infancia66.

A la sombra de un verde limón

Astro de poeta-cometa lleva los pasos de Rafael Alberti, a igual que la imagen del milenario cometa Halley, visto en su infancia en la bahía gaditana, luminoso, velocísimo.

Disparado, lírico, febril, recrea Alberti en La pájara pinta (1926) juego de juegos infantiles, divertimento sin sentido a pleno sonido rítmico, visual, dinámico. El «guirigay lírico-bufo-bailable»67 hila la memoria disparatada de los personajes de los corros infantiles por orden de aparición: Pipirigallo, la Carbonerita, la Pájara pinta, Antón Perulero, Don Diego Contreras, Doña Escotofina, la Tía Piyaya, Bigotes, el Conde Cabra, Juan de las Viñas, la Viudita, trenzados en la danza de este jitanjafórico, breve juego teatral. Fantástica aventura sonora, fiesta verbal, la inmortal Pájara pinta sentada a la sombra del limonar, en el jardín, pica rama y memoria, lanzada desde la palabra poética...


en una cometa trenzada de fuego al sol remontada.


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Pájara pinta, o niñez perdida de la canción infantil. Se me ha perdido una niña68, alguien traerá palabra-infancia desde aquel jardín de la alegría.

Antes que la escritura, el juego de la infancia. Desde allí, deslumbrante, resonadora, imaginaria, la palabra juega su juego: la literatura. Letras para la memoria más fiel, para recomenzar y continuar aquello que el aire desleía, para ayudarnos a desandar, andar, amar el cuerpo de la palabra. Cada memoria letra tenga su cuerpo. Circular juego en/de la literatura.

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ArribaAbajo2. De la selección de textos

Los textos de autor reunidos giran sobre el tema nuclear de los juegos de infancia.

Advertimos dos corrientes de tensión creadora en estos trozos literarios:

A) La conmoción de una niñez cercana; el reclamo de compartir una nueva infancia, en la presencia del hijo, revelada en la Carta que Juan Rufo escribió a su hijo siendo muy niño69, y en Beliño, de Arturo Serrano Plaja. Enumera Juan Rufo (1547-1620) los juegos primeros a compartir con su hijo, no cumplidos los tres años porque:


«(...transformándome en ti
parecerán bien en mí
los ejercicios primeros.»



Un amplio repertorio cuyo valor reside en informarnos de los entretenimientos vigentes en el siglo XVI. Un salto en el espacio y tiempo. Siglo XX. España. Desgarramiento de la guerra civil. Exiliado en Buenos Aires, Arturo Serrano Plaja (¿1918?-1979), publicará un breve libro de poemas en prosa, ilustrado por Norah Borges, Phokas el americano (1948), homenaje, infancia del hijo. No es un libro de juegos, es una mirada esperanzada y nostálgica por esa vida de Pokas, hijo de la diáspora española en América.

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B) La memoria, la recuperación de la infancia, la inicial adolescencia, transformadas literalmente en distintos registros de escritura narrativa, coexisten en el texto. El ayer, niño perdido, recobrado. Salto en el tiempo el hoy en la voz adulta, nostálgica, del escritor.

En tránsito rememorado, autobiográfico de la niñez a la adolescencia en capítulos, fragmentos, escenas, leemos Novela de un novelista, de Armando Palacio Valdés (1853-1938), de la infancia provinciana, mediados del XIX.

Recuerdos de niñez y mocedad, de Miguel de Unamuno (1864-1936), y Confesiones de un pequeño filósofo, de Azorín (1874-1967): dos libros autobiográficos de dos escritores pertenecientes a la generación del 98.

Escrito desde el recuerdo memorioso de Yecla, desfilan en el libro de Azorín el colegio de sus primeros días, personajes, paisajes, vegas, ventanas, puertas, evocadas en «esa sensación vaga, que a veces me obsesiona del tiempo y las cosas que pasan en una corriente vertiginosa y formidable»70.

Cuatro años más tarde, en 1908, aparece Recuerdos de niñez y mocedad, la infrahistoria del niño Unamuno en Bilbao. En sus páginas desfilan los juegos, el recuerdo del lenguaje como magia, cantares de la infancia, las broncas peleas de los muchachos, los libros de estampas y las lecturas. Fiestas compartidas de carnaval, Navidad, noche de san Juan; la edad de la intuición serena «Santa edad de la Madre Poesía y el Padre Juego», la iniciación juvenil del bachillerato «con su maroma metafísica».

Xosé Neira Vilas (1928) publica en Buenos Aires un relato nutrido de su biografía, narrado desde la personal visión de un niño gallego campesino.

Memorias dun neno labrego (1961) recupera la niñez desgarradora del niño en zona rural de Galicia, que vive su condición de niño marginal, narrando una historia viva y entrañable de situaciones, personajes reales, desde la memoria noveladora.

De Carmen Martín Gaite (1925) es El cuarto de atrás (1981), un retorno inquietante y mágico a la niñez, mezcla de recuerdos, realidad-irrealidad, un increíble retorno, reflexión del tiempo de la Memoria, la historia vivida de la niñez entre guerra-posguerra.

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Nutrido de su experiencia vital, Los ríos profundos (1958), del peruano José María Arguedas, instala la realidad latinoamericana, belleza desgarrante de la infancia y adolescencia en los Andes del Perú. La presencia del indio, el mestizo, pueblos y paisajes, el colegio internado religioso, los compañeros de juego, la crueldad, la violencia, el hambre, la peste, en una novela deslumbrante, entroncada en la ancestral e ignorada cultura indígena.

Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca

Personajes, juegos, niños: Moguer, patria, isla de la infancia, jardín y pájaro lejano, leit motiv lírico en la poesía y en prosa poética de Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Aquel

Platero es pequeño, peludo, suave...



está incorporado a la imaginación y a la vivencia literaria de varias generaciones de niños españoles y latinoamericanos.

Lírico Platero, elegía andaluza, prosa poética de una sensibilidad extrema, el poeta, los niños y Platero, infancia doblemente vivida y revivida, pre-texto para que Juan Ramón hable de lo esencial. La voz, la luz, la amistad, los juegos, el agua. El capítulo de «El niño y el agua», en Platero y yo (1916), lo dice. Contempla el niño su mano bajo el agua, el sol, calidoscopio, y el muchacho aprisiona esa primera visión/comprensión. El poeta dice a Platero -«Platero, no sé si entiendes o no lo que te digo, pero ese niño tiene en su mano mi alma».

En «Juegos de anochecer» el poeta mira y medita los esperanzados juegos de los niños pobres, habla desde la desesperanza, la adolescencia, dura y reveladora, realidad cruel, mientras inunda, aún, última luz, la voz «hilo de cristal en medio de la sombra».

Ordenada por Francisco Garfias, ideal autobiografía, Por el cristal amarillo (1961), barrios de la memoria del poeta, Juan Ramón Jiménez anhela ver la vida tras el cristal amarillo, pues «era aquello -la vida toda- como una exaltación musical escalofriante y definitiva».

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Recuerda en «Los caballeros» antiguo juego ya documentado en la literatura del siglo XVII, donde pasan los niños «engastados en cadena»71:


Al alimón, al alimón
que se ha roto una fuente
al alimón, al alimón
mandarla componer
al alimón, al alimón
no tenemos dinero
al alimón, al alimón
nosotros sí tenemos
al alimón, al alimón
de qué es ese dinero
al alimón, al alimón
de cascarón de huevo
al alimón, al alimón
corran los caballeros.



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Pasan los caballeros y pasa, pasa el tiempo de su juego, tan real aquel juego danzando, con la danza del tiempo, la infancia, la eternidad, «figuraciones absurdas, hambre de infinito».

«Balada triste, pequeño poema», de Federico García Lorca (1898-1936), poema escrito en 1918, se incluye en uno de sus primeros libros, Libro de poemas (1921). Impregnado de melancolía de un poeta adolescente, (es) «la imagen exacta de mis días de adolescencia y juventud, esos días que enlazan el instante de hoy con mi misma infancia reciente»72.

Hilvana la balada recuento de juegos, canciones tradicionales, que el poeta compartía con los niños de Fuente Vaqueros, donde transcurrió su infancia.

El juego del gavilán; Verbena-verbena, jardín de Cartagena; canciones de corro: Luna lunera; Mañana domingo / de pipirigallo; Al pasar el puente / de santa Clara; Una tarde fresquita de mayo / monté a caballo; Me casó mi madre / chiquita y bonita (romancillo); todos estos trozos cantados y jugados, el «museo vibrante y sonoro» de la tradición oral, para que García Lorca transforme en un nostálgico canto de pérdida del amor desconocido.

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Engastando antiguas letras, Lorca crea un tiempo irreal mágico, ayer y hoy. Simultáneos. El ayer, sucesión de momentos jugados buscando lo imposible, lo impenetrable, el ella enigma, ¿quién será quién?, ¿la lejanía, la ensoñación, la poesía?, ¿por qué, se pregunta el poeta, a ese enigma lo ven y convocan sólo los niños?

El hoy del poeta adolescente recuerda aún lo que sabía ver en su infancia, caminante hacia el «techo imposible de los cielos», peregrino del lugar vislumbrado. Viajero en Balada de la placeta, desanda la niñez y viene


de la fuente y el arroyo
de la canción añeja



que le enseñan el camino de los poetas, pero sigue peregrino de sí y de otras infancias, largo viaje para el encuentro...


y yo me iré muy lejos
más allá de los mares
cerca de las estrellas
para pedirle a Cristo
Señor que me devuelva
mi alma antigua de niño
madura de leyendas
con el gorro de plumas
y el sable de madera.



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Carta que escribió a su hijo... (Juan Rufo)

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Trompos, cañas, morterillos,
saltar, brincar y correr,
y jugar al esconder,
cazar avispas y grillos,
andar a la coxcojita
con diferencias de trotes
y tirar lisos virotes
con arco y cuerda de guita.

Chifle en hueso de albaricoque,
pelota blanca y liviana,
y tirar por cerbatana
garbanzo, china y bodoque.

Hacer de la haba verde
capilludos frailecillos,
y de las guindas zarcillos,
joyas en que no se pierde.

Zampoñas de el alcacel,
y de cogollos de cañas
reclamos, que a las arañas
sacan a muerte cruel.

Romper una amapola,
hoja por hoja, en la frente,
y escuchar a quien nos cuente
las consejas de Bartola.

Llamaremos, si tú quieres,
por excusarnos de nombres,
tíos a todos los hombres
y tías a las mujeres.

Columpio en que nos mezcamos,
colchones en que trepemos,
nueces para que juguemos,
y algunas que nos comamos.

Cuarto lucio en el zapato,
mendrugos en faltriquera
con otra cosa cualquiera,
y sacar de rato en rato.
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Tener en un agujero
alfileres y rodajas,
y acechar por las sonajas
cuando pasa el melcochero.

Y porque mejor me admitas
de tus gustos a la parte,
cien melcochas pienso darte
y avellanas infinitas.

Mazapanes y turrón,
dátiles y confitura,
y, entre alcorzada blancura,
el rosado canelón.


(Juan Rufo)                


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Notas

cañas: puede aludir a «los niños hacen unos caballitos de caña, en los cuales todos dimos nuestras carreritas» (Covarrubias).

morterillos: «también se llama morteruelo un instrumentico a modo de mortero con su manecilla que suelen tañer los muchachos» (Covarrubias).

andar a la coxcojita: a la pata coja, saltando sobre un pie y recogiendo el otro.

virotes: tipo de saeta, flecha.

cuerda de guita: cierta cuerda delgada de cáñamo.

chifle en hueso de albaricoque: silbato que suelen hacer los niños con el hueso de albaricoque, guinda o cereza.

bodoque: pelota de barro.

hacer de la haba verde, capilludos frailecillos: juguete natural; pelando la vaina del haba hacen cabeza y caperuza de fraile. Capillo en un lienzo para cubrir la cabeza.

Hernández Soto describe el fraile con cascara de bellota.

zampona de el alcacel: flauta rústica construida con caña de cebada.

de cogollos de caña, reclamos: al soplar por un extremo del cogollo de la caña se produce un sonido semejante al zumbido de una mosca o mosquito que se ha enredado en una tela de araña (Blecua).

romper una amapola: deshojar amapola, margarita, juegos y adivinanzas del amor.

la conseja de Bartola: consejas, cuentos, frases hechas, escuchar cuentos populares.

cuarto lucio: moneda de poco valor, pero brillante.

alfileres: usan los niños el juego de alfileres, empujando cada jugador con la uña sobre cualquier superficie plana, un alfiler que le pertenece para formar cruz con otro alfiler, que hace juego si logra formarla (Diccionario de la Real Academia).

rodajas: ruedas pequeñas que, pasándole una cuerda por ellas, usan los niños girándolas y produciendo sonidos.

melcochero: vendedor de melcocha, caramelo de miel tostada. El vendedor llevaba campanillas y sonajas para llamar la atención de los niños.

alcorzada: de alcorza, «costra de azúcar» refinada con mezcla de polvos cordiales (Covarrubias).

canelón: «raja de canela cubierta con azúcar» (Covarrubias).



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ArribaAbajoBeliño (Arturo Serrano Piafa)

Tú no te acuerdes, claro. Tú, Phokas, eras muy pequeño, apenas sabías hablar. Sentado en mis rodillas, no sé si juguetón o equivocado, trabucaste la canción una vez al llegar a «Belén». Y ya malicioso, al empezar de nuevo, me acechabas, todo contenido, reventando, cuando yo te cantaba:


Corre caballito
que vamos a...



Antes de que yo dijese: Belén, ya me habías atajado tú, estallando gozoso: «¡Beliño!», hecho risa sonora de cristal inocente.


Corre caballito,
que vamos a...
¡Beliño!



Infatigable, como surtidor puro, volvías una vez y otra vez y otra, hallando siempre la manera de recrear tu pasmo jubiloso. Cazador apostado y seguro, armado con la infalible escopeta de tu juego, me esperabas al paso:


Corre caballito,
que vamos a...
¡Beliño!



Y reventaba tu risa como un clavel de gozo.

Phokas, ahora que ya es mayor, escucha serio como un hombre -como un niño-. Y de pronto, iluminado, perdiéndose el respeto, repentino, vuelve a gritar: ¡Beliño!


(Arturo Serrano Plaja, Phokas el americano)                




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ArribaAbajoEl cochorro (Miguel de Unamuno)

El cochorro era uno de nuestros mejores juguetes naturales.

Llámase en Bilbao cochorro a lo que en otras regiones de España recibe los nombres de jorge, bacallarín, abejorro sanjuanero, en francés, hanneton -palabra de origen germánico que vale tanto como «gallito» y cuyo mote entomológico es melolontha vulgaris-. El nombre cochorro es, sin duda, un diminutivo en orro -como ventorro, piporro, abejorro, chicorro, etc.- de cocho o cochino, y equivale a «cochinillo». Y lo cierto es que más se parece a un cochino que no a un gallo, y como en francés, en inglés le llaman escarabajo-gallo: cock-chafer. En alemán se llama maikaefer, «escarabajo de mayo».

Y en mayo, en efecto, en la dulce primavera, cuando los copudos castaños de Indias se habían vestido de sus racimos de flores blancas, era cuando apedreábamos a éstas, si los árboles eran grandes, y sacudíamos los arbolitos de tronco flexible, para que los cochorros cayesen al suelo y recogerlos y jugar con ellos.

Hay, dicen los sabios, hasta quince especies de melolonthas. Nosotros sólo conocíamos el cochorro de san Jorge, el cochorrito de san Juan y el cochorrote de san Pedro, al que esos señores le llaman julón, y que vivía en los pinares de las Arenas.

¡Qué animalito más interesante! Es sufrido y silencioso, sin que se le oiga sino cuando vuela en que hace zumbar el aire. Pero el pobre es muy tardo para remontar el vuelo, y antes de hacerlo se pone a hacer unos gestos como si se alzara de hombros preparándose a abrir las alas duras, las tapas de las otras alas, de las largas, que tiene plegadas bajo esas tapas. Es con las largas con las que vuela.

La diversión consistía en soltarlo en clase, pero había otra. Se le partía una patita, lo cual le importa poco, pues como tiene seis le sobran dos por lo menos, y como doler no le duele, y por el pedazo de pata que le quedaba se le encajaba un alfiler que sujetase los extremos de una larga cintita de papel. Haciendo colgar luego esta cinta, así doblada, de un palito, se le hacía dar al cochorro unas cuantas vueltas, en molinete, en torno al palito, hasta que emprendía el vuelo. Porque lo que el animalito se diría: «Ya que me han de obligar a andar así, quieras que no, volando por los aires, volaré por   —134→   mi cuenta». Y era divertidísimo verle vuela que te vuela en derredor del papelito y preso a él. Lo que menos se creería el muy tonto que se había escapado muy lejos cuando había dado algunas vueltas.

Y nosotros disputábamos sobre quién tenía el cochorro más trabajador, pues a ese revoloteo le llamábamos trabajar.

¡El mío es más trabajador!

¡Sí, las ganas!.... eso querrías tú...

Y le cantábamos al cochorro para animarle en su tarea:

Pavolea, chistolea, vola, vola tú (bis),

palabras litúrgicas con unos verbos que sólo en esa fórmula semimágica se empleaban.

A los cachorros los guardábamos en cajas, con yerba, hojas y flores de castaños de Indias, pero los pobrecitos se morían enseguida. Cuando se les veía mortecinos, agonizantes ya, se les cogía entre las dos manos y formando con ellas a modo de una bolsa se les daba aliento. Y entre nosotros creencia común, contra la que nada podía la experiencia, que resucitaban. Resucitaban, pero para morir.

Después he sabido que el romántico cochorro muere después de un día de amor, y la hembra inconsolable le sobrevive un día o dos, pone sus huevecillos, y entornando los ojos, vuelto el pensamiento a su difunto y efímero esposo, y a la breve dicha de un día, exhala el alma.

Lo que nos preocupaba a las veces y era tema de nuestras conversaciones era el enigma de la crianza del cochorro. ¿Dónde pasaban el invierno? Misterios.

Alguno había oído a algún mayor, a alguno de los que andaban en último año de instituto, que no ponían crías, sino que salían de un gusano más grande que ellos, que vive bajo tierra comiendo raíces, y que se encierra en un capullo de donde sale ya cochorro, pero eso no eran más que trolas para hacernos creer. ¡De un gusano, sí, de un gusano iba a salir!...

Pero cállate, tonto, si sabrán más que tú cuando dicen...

Pues si saben, que sepan..., ¡de un gusano, sí, de un gusano!...

Y al ver que se quería rebajarlo así al cochorro, que vive en flores, le daba unas cuantas vueltas sobre el palito, animándolo a que trabajase con lo de:

pavolea, chistolea, vola, vola tú.

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Más tarde he sabido que ya Aristóteles nos habla del melolontha como un juguete de los niños griegos, un juguete clásico. Y me he sentido orgulloso al saber el clásico abolengo de uno de los juguetes de mi niñez.

Y todavía dirán lo del gusano... ¡Cómo no!


(Miguel de Unamuno: Recuerdos de niñez y de mocedad, cap. VII, págs. 73-75.)                


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ArribaAbajoZumbayllu (José María Arguedas)

¡Zumbayllu! En el mes de mayo trajo Antero el primer zumbayllu al Colegio. Los alumnos pequeños lo rodearon.

¡Vamos al patio, Antero!

¡Al patio, hermanos! ¡Hermanitos!

Palacios corrió entre los primeros. Saltaron el terraplén y subieron al campo de polvo. Iban gritando:

¡Zumbayllu, zumbayllu!

Yo los seguí ansiosamente.

¿Qué podía ser el zumbayllu? ¿Qué podía nombrar esta palabra cuya terminación me recordaba bellos y misteriosos objetos?


Yo recordaba al gran «Tankayllu», al danzarín cubierto de espejos, bailando a grandes saltos en el atrio de la iglesia. Recordaba también el verdadero tankayllu, el insecto volador que perseguíamos entre los arbustos floridos de abril y mayo. Pensaba en los blancos pinkuyllus que había oído tocar en los pueblos del sur. Los pinkuyllus traían a la memoria la voz de los wak'rapukus, ¡y de qué modo la voz de los pinkuyllus y wak'rapukus es semejante al extenso mugido con que los toros encelados se desafían a través de los montes y los ríos!

Yo no pude ver el pequeño trompo ni la forma cómo Antero lo encordelaba. Me dejaron entre los últimos, cerca del «Añuco». Sólo vi que Antero, en el centro del grupo, daba una especie de golpe con el brazo derecho. Luego escuché un canto delgado.

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Era aún temprano; las paredes del patio daban mucha sombra; el sol encendía la cal de los muros, por el lado del poniente. El aire de las quebradas profundas y el sol cálido no son propicios a la difusión de los sonidos; apagan el canto de las aves, lo absorben; en cambio, hay bosques que permiten estar siempre cerca de los pájaros que cantan. En los campos templados o fríos, la voz humana o de las aves es llevada por el viento a grandes distancias. Sin embargo, bajo el sol denso, el canto del zumbayllu se propagó con una claridad extraña; parecía tener agudo filo. Todo el aire debía estar henchido de esa voz delgada; y toda la tierra, ese piso arenoso del que parecía brotar.

¡Zumbayllu, zumbayllu!

Repetí muchas veces el nombre, mientras oía el zumbido del trompo. Era como un coro de grandes tankayllus fijos en un sitio, prisioneros sobre el polvo. Y causaba alegría repetir esta palabra, tan semejante al nombre de los dulces insectos que desaparecían cantando en la luz.

Hice un gran esfuerzo; empujé a otros alumnos más grandes que yo y pude llegar al círculo que rodeaba a Antero. Tenía en las manos un pequeño trompo. La esfera estaba hecha de un coco de tienda, de esos pequeñísimos cocos grises que vienen enlatados; la púa era grande y delgada. Cuatro huecos redondos, a manera de ojos, tenía la esfera. Antero encordeló el trompo, lentamente, con una cuerda delgada; le dio muchas vueltas, envolviendo la púa desde su extremo afilado; luego lo arrojó. El trompo se detuvo, un instante, en el aire y cayó después en un extremo del círculo formado por los alumnos, donde había sol. Sobre la tierra suelta, su larga púa trazó líneas redondas, se revolvió lanzando ráfagas de aire por sus cuatro ojos; vibró como un gran insecto cantador, luego se inclinó, volcándose sobre el eje. Una sombra gris aureolaba su cabeza giradora, un círculo negro lo partía por el centro de la esfera. Y su agudo canto brotaba de esa faja oscura. Eran los ojos del trompo, los cuatro ojos grandes que se hundían, como en un líquido, en la dura esfera. El polvo más fino se levantaba en círculo envolviendo al pequeño trompo.

El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos.

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Miré el rostro de Antero. Ningún niño contempla un juguete de ese modo. ¿Qué semejanza había, qué corriente, entre el mundo de los valles profundos y el cuerpo de ese pequeño juguete móvil, casi proteico, que escarbaba cantando la arena en la que el sol parecía disuelto?


(Arguedas: Los ríos profundos, págs. 73-75.)                





ArribaAbajoBarrilete (Claudia Lars)



Alta flor de las nubes
-lo mejor del verano-
con su tallo de música
en mi mano sembrado.

Banderola de fiesta
que se escapa volando...
Pandereta que agitan
remolinos lejanos.

Pececillo del aire
obstinado en el salto.
Pájaro que se enreda
en su cola de trapo.

Luna de mediodía
con cara de payaso.
Señor del equilibrio.
Bailarín del espacio.

Ala que inventa el niño
y se anuda a los brazos.
Mensaje a lo celeste
corazón del verano.


(Claudia Lars: La casa de vidrio)                


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ArribaAbajoO fumazo (Xosé Neira Vilas)

Aquela tarde -primeira vez que me deixaban ir- adeprendín pra sempre a escoller as prantas sagras: estalotes, erba de Santa María, faisca verde, follas de castiñeiro e de bieiteiro, ponlas de oliva, codesos, follas de loureiro, troviscos, ponlas de nogueira, rosas de nabo e romeu.

Amoreámolas no meio da encrucillada e dempois de cear puxémoslle lume. Foi chegando xente. Mocedade, vellos, nenos... A aldeia polo pé. Xerras de viño, pandeiretas, unha gaita. Contou o tío Anselmo da Regueira que nos seus tempos de rapaz o fumazo era máis locido. Andrómenas. Tódolos vellos din o mesmo das cousas que facemos os novos.

O fume, un esteo groso e moi longo de fume rubía paseniño, canso, escuro, sin esparexerse. A noite era maina, silenzosa, coma se fose finar o mundo. E nós veña de atizar as erbas, mentras mozas e mozos, coludos pola mao, brincaban por riba do fumazo decindo:


«Sálvame
lume de san Xoán.
Que non me morda cadela nin can».



Comenzou a tocar o gaiteiro. As mulleres e os homes beilaban darredor do lume. Semellaban tolos. A cada tanto bebían viño e atruxaban.

Era máis de meia noite. Dempois de tanto trafego eu estaba canso. Senteime nunha beira, ó pé do fouciño e da corda. A xente seguía a danzar con farnesía. Era unha muiñeira que non acababa máis. A palleta e o fol non se querían ceibar do gaiteiro e arrastárono por entre pedras e cañotos. E todos bebendo, e atruxando. O fume deixou de rubir e comenzou a mesturarse coas mulleres e cos homes. Dalí a pouco todo era fume e borralla. Soio quedaba o gaiteiro, sangando, arrastrándose pola encrucillada. Pero non tardou en desaparecer tamén, envolveito na brétema do fumazo. E a gaita calou, pero foise hinchando, medrando duhna maneira que arrepiaba. O vento sopráballe pero nona facía soar. Hastra que estoupou, metendo un gran estronicio.

  —139→  

Espertei...

Moita xente marchárase. Pra romatar a festa do fumazo botaran un foguete, que foi o que me fixo acordar. Meu pai colleume por unha mao e fómonos. Polo camino atopamos algús mozos que arrastaban cardos a meio chamuscar. Disque os guindan nos tellados pra escorrentar as meigas.

A noite era quente, misteriosa. Os sapos tocaban o seu pinfano nas hortas. Cada pequeño ruxido facíame tremar. Pra máis déuselle a meu pai por contarme algunhas cousas que esa noite se acostuma facer. Díxome que hai mozas que deixan craras de ovos no peitoril da xanela, e pola mañán fan comparanza do seu porvir co feitío que teña o ovo. Outras, con amores fuxidos, collen peniscos de cardos, e envólvenos con papeles en pequeñas trouxas; por fóra escreben e nome de cada mozo, e póñenas no leito, debaixo da almofada. O día de San Xoán, ben cedo, ceiban as trouxas e se abrollou algunha frol quer decir que voltará o mozo cuio nome está sinalado no papel.

Meu pai estaba de chós. Faloume de rapazas que lavan a faciana na amanecida de San Xoán, con auga na que meteron de víspora erba cruzada; e que nalgús sitios se bota o gando fóra, e a roupa dos enfermos, e que se aparescen meigas...

Qué sei eu cántas cousas! Entre o soño que tiven na encrucillada e aquelas historias puxéronseme os pelos de espeto. Bó foi que axiña chegamos á casa.

Mañán hai que madrugar, chacho - ordeou meu pai.

Coma sempre...

Coma sempre, non -atalloume de boa maneira-; temos que ver beilar o sol.

E vímolo beilar. Estábamos na Agra Vella. O ceo amostróusenos limpo como unha patena. Foramos gradar pro millo temperao. Paseniño, foise erguendo por detrás do coto e guindou na terra as súas barbas lumiosas. Entón parámolo gando e botamos a ollada no hourizonte.

Como era de día, non me amedoñei, pero o sol, tal como meu pai mo anunciara, beilaba como un tolo aquela mañán.


(Xosé Neria Vilas: Memorias dun neno labrego.)                


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  —140→  

ArribaAbajoLa giraldilla (Armando Palacio Valdés)

[...] Dieron también en venir por las tardes a solazarse aquella primavera las niñas de la población con sus doncellas. El solaz de las niñas no era como el nuestro jugar a la estaca, saltar los unos sobre los otros y darse de mojicones. Ellas formaban corrillos, cantaban dulcemente y bailaban la giraldilla.

Llámase así en Asturias una danza en que los bailarines forman círculos cogidos de la mano. Dentro de él quedan unos cuantos. Se canta dando vueltas y cuando llega cierto pasaje convenido los que están dentro eligen con un signo de la mano pareja entre los de fuera, se rompe el círculo y bailan uno frente a otro abrazándose después de dar las últimas vueltas.

No es necesario decir que este baile es mucho más grato e interesante cuando toman parte en él los dos sexos. Entonces los hombres quedan una vez dentro del corro y otra vez las mujeres.

Las niñas bailaron solas durante algunos días. Nosotros las contemplábamos de lejos serios y un poco turbados. Seguíamos nuestros juegos; pero sin darnos cuenta nos sentíamos atraídos hacia la giraldilla de las niñas.

Al fin, uno de nosotros, ¡un valiente! cuyo nombre no recuerdo se aventuró a entrar dentro de ella. Las niñas se agitaron, hubo cuchicheos y apariencias de debate y gestos desabridos y sonrisas maliciosas; pero al cabo aquel valiente se quedó dentro y bailó como un sultán con todas ellas. Otro lo imitó, luego otro, y al fin todos entramos.

Desde entonces el Campo Caín adquirió un nuevo y singular atractivo para nosotros. Todas las tardes, sin faltar una, nos juntábamos allí y pasábamos más de una hora cantando y bailando.


(Armando palacio Valdés: La novela de un novelista, págs. 171 y 172.)                


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  —141→  

ArribaAbajoLa Alegría (Azorín)

¿Cuándo jugaba yo? ¿Qué juegos eran los míos? Os diré uno: no conozco otro. Era por la noche, después de cenar; todo el día había estado yo trafagando en la escuela a vueltas con las cartillas, o bien metido en casa, junto al balcón, repasando los grabados de un libro. Cuando llegaba la noche, se hacía como un oasis en mi vida; la luna bañaba suavemente la estrecha callejuela; un frescor vivificante venía de los huertos cercanos. Entonces mi vecino y yo jugábamos a la lunita. Este juego consiste en ponerse en un cuadro de luz y en gritarle al compañero que uno «está en su luna», es decir en la del adversario; entonces el otro viene corriendo a desalojarle ferozmente de su posesión, y el perseguido se traslada a otro sitio iluminado por la luna... hasta que es alcanzado.

Mi vecino era un muchacho recogido y taciturno, que luego se hizo clérigo; yo creo que éste ha sido nuestro único juego. Pero a veces tenía un corolario verdaderamente terrible. Y consistía en que una criada de la vecindad, que era la mujer más estupenda que he conocido, salía vestida bizarramente con una larga levita, con un viejo sombrero de copa y con una escoba al hombro. Esto era para nosotros algo así como una hazaña mitológica; nosotros admirábamos profundamente a esta criada. Y luego, cuando en esta guisa nos llevaba a una de las eras próximas, y nos revolcábamos, bañados por la luz de la luna, en estas noches serenas de Levante, sobre la blanda y cálida paja, a nuestra admiración se juntaba una intensa ternura hacia esta mujer única, extraordinaria, que nos regalaba la alegría...


[Azorín: Confesiones de un pequeño filósofo (1904)]                




  —142→  

ArribaAbajoJuegos del anochecer (Juan Ramón Jiménez)

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Cuando, en el crepúsculo del pueblo, Platero y yo entramos, ateridos, por la oscuridad morada de la calleja miserable que da al río seco, los niños pobres juegan a asustarse, fingiéndose mendigos. Uno se echa un saco a la cabeza, otro dice que no ve, otro se hace el cojo...

Después, en ese brusco cambiar de la infancia, como llevan unos zapatos y un vestido, y como sus madres, ellas sabrán cómo, les han dado algo de comer, se creen unos príncipes:

Mi pare tie un reló e plata.

Y er mío, un cabayo.

Y er mío, una ejcopeta.

Reloj que levantará a la madrugada, escopeta que no matará el hambre, caballo que llevará a la miseria...

El corro, luego, entre tanta negrura, una niña forastera, que habla de otro modo, la sobrina del Pájaro Verde, con voz débil, hilo de cristal acuoso en la sombra, canta entonadamente, cual una princesa:


Yo soy laaa viudiiitaa
del Condeee de Oree...

...¡Sí, sí! ¡Cantad, soñad, niños pobres! Pronto, al amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como un mendigo, enmascarada de invierno.

Vamos, Platero...


(Juan Ramón Jiménez: Platero y yo)                





ArribaAbajoLos caballeros (Juan Ramón Jiménez)

Juegos en el patio de la calle Nueva.

«Al alimón, al alimón, que se ha roto la fuente.»

Yo veía, en el sol alegre, la fuente, toda la historia.

¡Y cómo decían las niñas «los caballeros»! ¡Qué honda impresión me hacía a mí aquello!

  —143→  

«¡Pasen los caballeros!»

«¡Nosotros pasaremos!»

Yo pasaba con mi gran cortesía, y me veía como mi padre, con exquisito traje marrón oscuro, un chaleco blanco, una corbata de plastron, oro viejo y verde...

¡Los juegos de los niños! ¡Qué sentido de eternidad tienen, de fe, de creencia, cuando la muerte no parece posible que sea para uno nunca y piensa definitivas las figuraciones más bellamente absurdas! (...)


(Juan Ramón Jiménez: Por el cristal amarillo)                





ArribaAbajoBalada Triste (Federico García Lorca)

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¡Mi corazón es una mariposa,
niños buenos del prado!,
que presa por la araña gris del tiempo
tiene el polen fatal del desengaño.

De niño yo canté como vosotros,
niños buenos del prado,
solté mi gavilán con las temibles
cuatro uñas de gato.

Pasé por el jardín de Cartagena
la verbena invocando
y perdí la sortija de mi dicha
al pasar el arroyo imaginario.

Fui también caballero
una tarde fresquita de mayo.
Ella era entonces para mí el enigma,
estrella azul sobre mi pecho intacto.
Cabalgué lentamente hacia los cielos.
Era un domingo de pipirigallo.
Y vi que en vez de rosas y claveles
ella tronchaba lirios con sus manos.

Yo siempre fui intranquilo,
niños buenos del prado,
—144→
el ella del romance me sumía
en ensoñares claros:
¿quién será la que coge los claveles
y las rosas de mayo?
¿Y por qué la verán sólo los niños
a lomos de Pegaso?
¿Será esa misma la que en los rondones
con tristeza llamamos
estrella, suplicándole que salga
a danzar por el campo?...
En abril de mi infancia yo cantaba,
niños buenos del prado,
la ella impenetrable del romance
donde sale Pegaso.
Yo decía en las noches la tristeza
de mi amor ignorado,
y la luna lunera, ¡qué sonrisa
ponía entre sus labios!
¿Quién será la que corta los claveles
y las rosas de mayo?

Y de aquella chiquita, tan bonita,
que su madre ha casado,
¿en qué oculto rincón de cementerio
dormirá su fracaso?

Yo sólo con mi amor desconocido,
sin corazón, sin llantos,
hacia el techo imposible de los cielos
con un gran sol por báculo.

¡Qué tristeza tan seria me da sombra!
Niños buenos del prado,
cómo recuerda dulce el corazón
los días ya lejanos...
¿Quién será la que corta los claveles
y las rosas de mayo?


(Federico García Lorca: Libro de Poemas)                


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  —145→  

ArribaAbajoEl escondite inglés (Carmen Martín Gaite)

  Me parece -digo- que estoy viendo el sitio donde se ponía el heladero, con su carrito, en la plaza donde yo vivía, junto al quiosco de los tebeos. Había un banco largo de piedra rematando la plaza por ese lado, con respaldo de hierro, nos sentábamos allí cuando nos cansábamos de jugar. Al otro extremo, en los primeros días de octubre, se ponía la castañera, con sus mitones de lana. O sea, que por la izquierda hacía su aparición el verano, con el puesto de helados, por la derecha, el invierno avisaba su llegada con aquel olor a castañas que empezaba, un buen día, a salir de la garita, entre remolinos de hojas amarillas; y el tiempo pasaba de un extremo a otro, sin sentir, un año y otro año, a lo largo del banco aquel de piedra, como sobre una aguja de hacer media. Pasaba de una manera tramposa, de puntillas, el tiempo; a veces lo he comparado con el ritmo del escondite inglés, ¿conoce ese juego?

  No. ¿En qué consiste?

  Se pone un niño de espaldas, con un brazo contra la pared, y esconde la cara. Los otros se colocan detrás, a cierta distancia, y van avanzando a pasitos o corriendo, según. El que tiene los ojos tapados dice: «Una, dos y tres, el escondite inglés», también de prisa o despacio, en eso está el engaño, cada vez de una manera, y después de decirlo, se vuelve de repente, por ver si sorprende a los otros en movimiento; al que pilla moviéndose, pierde. Pero casi siempre los ve quietos, se los encuentra un poco más cerca de su espalda, pero quietos, han avanzado sin que se dé cuenta. Jugábamos a tantas cosas en aquella plaza, a los dublés, al pati, a las mecas, al juego mudo, al corro, al monta y cabe, a chepita en alto; también había juegos de estar en casa, claro, de esos sigue habiendo, pero los de la calle se están yendo a pique, los niños juegan menos en la calle, casi nada, claro que también será por los coches, entonces había pocos. En aquella plaza sólo tenía coche un médico que se llamaba Sandoval, y era un acontecimiento cuando llegaba, nos bajábamos de las bicicletas, las madres se asomaban al balcón con gesto de apuro: «¡Cuidado, que viene el coche de Sandoval!», y eso que él mismo ya entraba con cuidado, a treinta por hora. Mi padre también tenía coche antes de la guerra, pero se lo requisaron, un Pontiac.

—146→

  ¿Y por qué ha comparado el paso del tiempo con el juego del escondite inglés? -me pregunta el hombre de negro.

Lo miro, sostiene en la mano el vaso de té y contempla el líquido transparente, como si se estuviera mirando en un espejo.

  Porque es un poco así, el tiempo transcurre a hurtadillas, disimulando, no le vemos andar. Pero de pronto volvemos la cabeza y encontramos imágenes que se han desplazado a nuestras espaldas, fotos fijas, sin referencia de fecha, como las figuras de los niños del escondite inglés, a los que nunca se pillaba en movimiento. Por eso es tan difícil luego ordenar la memoria, entender lo que estaba antes y lo que estaba después.


(Carmen Martín Gaite: El cuarto de atrás, págs. 108-116.)                


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ArribaAbajoRayuela (Julio Cortázar)

La rayuela se juega con una piedrecita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrecita, un zapato y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrecita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrecita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo («et tous nos amours», sollozó Emmanuèle boca abajo), lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrecita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia («je n'oublierai pas le temps des cérises», pataleó Emmanuèle en el suelo) se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrecita y la punta de un zapato.


(Julio Cortázar: Rayuela, págs. 251-252)                






  —147→  

ArribaAbajo3. Variaciones sobre la gallina ciega

Estos textos, escritos por niños de 12 años y por jóvenes de 16 a 17, responden a la propuesta de trabajo creativo, uniendo nexos literarios con la memoria, presente o cercana de su infancia. Construido sobre diversos «climas» y emociones, los textos juegan a jugar con el disparate, la palabra seudocientífica, la rima, el absurdo, el clima tenebroso, caligramas. Emilia Rueda llevó al aula73 la hipótesis de trabajo: Definición. Descripción de un juego en diversos estilos. De los excelentes textos producidos incluimos algunas variaciones sobre:

La Gallina Ciega

  • (I)

  • Dícese del juego consistente en tomar una gallina, vendarle los ojos y subirla a un árbol.
  • Los componentes del juego se colocan debajo del árbol.
  • Se mueve el árbol vigorosamente hasta que caiga la gallina.
  • Sobre quien caiga la gallina, ocupará su lugar en el árbol, y la operación se volverá a repetir tantas veces como jugadores haya.
  • Gana el jugador que caiga de la manera más parecida a una gallina ciega cayendo de un árbol.
  • (II)

  • Dícese del juego que se juega de esta manera:

«Buscar una gallina
de cola amarilla
de pico redondo
venido del Congo
con patas a rayas
y muchas agallas».

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  • Se coge la gallina que sea chiquitina y se le da vueltas. Con el pico amarillo se come un grillo. Con su cola amarilla señala una   —148→   hebilla, que corresponde a una gran zapatilla. El niño que tenga esa zapatilla, buscará la gallina de cola amarilla y así seguirá con la gallina, hebilla y zapatilla amarilla.

(III)


Pueril, «paídico» e infantil juego.
Castiza, mesetaria y castellana juerga,
qué divertida, alegre y felizmente juegan
los oculados, videntes y azorados niños,
mofándose del topo atinieblado y ciego
compañero del alma, compañero
gallinero del alma, gallinero.

(IV)

Dícese de una gallina grande con plumas cortantes y afiladas, que además de ser ciega y terrorífica es espantosamente invidente, tanto que ni siquiera tiene ojos y en su lugar lleva dos grandes oquedades fosforescentes que destellan en la oscuridad.

Comienza el juego cuando los buitres comienzan a esconderse en la oscuridad desgarradora. Los participantes salen al bosque con los cuerpos cubiertos de sábanas blancas para verse entre ellos. Se esconden y esperan. Entonces la gallina, la enorme gallina negra, se acerca sigilosamente, emitiendo sonidos espeluznantes, y con sus descarnadas garras va tanteando por entre los pinos, cortando el aire con las alas amenazadoras. Los blanqueados, que son sus contrarios, saltan de un lado para otro asustados, buscan salir del bosque, pero nunca podrán conseguirlo pues la gallina lo domina todo. Si llega a alcanzar alguno de ellos, sube a lo alto del monte volando y chillando con sus presas entre las garras.

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  —149→  

ArribaAbajo4. Juegos de la infancia en aucas y aleluyas

Llamadas aucas en catalán y aleluyas en castellano, género de literatura popular difundida especialmente en el siglo XIX y principios del XX, circularon profusamente en las ventas callejeras de pliego de cordel, boticas y pequeños comercios donde acudían los niños para comprar manuales y abecedarios escolares.

Estos pliegos de imagen narrativa contienen vidas de hombres célebres, novelas, obras teatrales en boga. Desarrollan la de sus 48 viñetas, ya por el pie rimado74.

La forma poética rimada más porcentualmente la más utilizada, aunque un número considerable de aucas llevan pie en tercetos y cuartetos. En el habla cotidiana se denomina aleluya al pareado.

Dentro de los «géneros» de la aleluya, según Caro Baroja, hay una sección estrictamente infantil. Cuentos, mitología, abecedarios, barajas, loterías, vidas absurdas, animales pintados por sí mismo, juegos75.

Pliegos efímeros en manos infantiles, hemos catalogado tres aucas/aleluyas sobre juegos de la infancia. Jochs d'infanteça, Valencia, 1674, impresiones sucesivas en Valencia, Barcelona; y dos Aleluyas juegos de la infancia, del siglo XIX. La primera lleva el núm. 64, con pie de imprenta Madrid, Juanelo, 19 (¿1870?); la segunda, el núm. 98, Sucesores de Hernando, ateniéndonos a la que poseemos, posiblemente una de las múltiples reimpresiones, aunque los dibujos nos indican el tercio final del XIX.

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1. Auca Jochs d'Infanteça (serie Valencia), Jocs de la Infancia (Barcelona)

Impresa en Valencia por Benet Macé, mercader de Libros, Any 1674, -reeditada en 1725, 1735, 1751-, sin texto, evidentemente la más antigua sobre el tema tratado, reproducida en el libro de Gayano76. El dibujante de las viñetas toma la serie de 52 grabados franceses del XVII, «Les jeux et les plasirs de l'enfance», realizados por Claudine Bouzonnet, según documenta Duran y Sempere77. Valiosa por su repertorio iconográfico de las diversiones de la niñez del   —154→   siglo XVII, esta valenciana auca de gordonzuelos, desnudos niños renacentistas, es similar a la serie impresa en Barcelona.

  —150→  

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1. Niños, ved aquí pintados, vuestros juegos apreciados.

2. El Pinto, Pinto, en verdad, es juego de tierna edad.

3. El Peón, bien entendido, es un juevo divertido.

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7. A la Comba, como ves, juegan por lo menos tres.

8. El Chito requiere maña para hacer caer la caña.

9. Es la Toña peligrosa, diversión poco graciosa.

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13. Alza la Cometa el vuelo, llegando a tocar el cielo.

14. Los que al Escondite juegan, al más diestro se la pegan.

15. En la Rayuela, destreza debe tener el que empieza.

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19. Es en el Marro vencido quien es menos atrevido.

20. Al Cucharón, el vendado paga si no es despejado.

21. Los Zancos a grande altura, unas que juego es travesura.

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4. Es preciso en la Pelota saberla dar cuando bota.

5. Hace a las niñas gozar el ver el Aro rodar.

6. Juegan saltando el Cordón los niños con afición.

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10. Anda el Volante con arte cruzando de parte a parte.

11. No sea lerdo el que juega a la Gallinita ciega.

12. El Boliche, cierto, es juego ed mucho tino y sosiego.

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16. El juego de Moscardón es de mucha diversión.

17. A las Cuatro-esquinas gana quien más en correr se afana.

18. Los muchachos más traviesos juegan al Quebranta-huesos.

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22. En los Bolos, la jugada hace la bola impulsada.

23. Quiere el Columpio firmeza en las manos y cabeza.

24. El Toro siempre depara movimiento y algazara.

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25. El subir a la Cucaña más que fuerza quiere maña.

26. Anda la China la rueda, y entre dos manos se queda.

27. Es en Carmona maestro quien es en tirar más diestro.

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31. Para jugar al Nabero es preciso andar ligero.

32. Ni destreza ni donaire quiere la Pelota de aire.

33. La Rueda, con sus canciones alegra los corazones.

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37. La Viejecita es un juego que una niña aprende luego.

38. La Campanada es el dar sin reír y sin hablar.

39. No sea en saltar escaso el niño que juegue al Paso.

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44. Vale una niña un tesoro jugando a la Cinta de oro.

45. A-la-limón, van cantando las del uno y otro bando.

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28. El juego de la Sortija es de puntería fija.

29. Regocijo siempre alcanza el juego de la Balanza.

30. En el Tejo, los que juegan ganan cuando al punto llegan.

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34. Es fuerza, jugando al Lobo, no ser pesado ni bobo.

35. El Calienta-manos es tan sencillo como ves.

36. Juegan al San-serení las niñas así, así

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40. Las niñas que juicio tienen, con Muñecas se entretienen.

41. A los niños da alegría ver la Fantasmagoría.

42. Brinque ligero y bien alto aquel que jugare al Salto.

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46. Los muchachos pequeñitos juegan a los Soldaditos.

47. Hacen el Molino, andando, dos niñas casi volando

48. Tras el día bullicioso, viene a la noche el reposo.

Amades incluye en su Catálogo auquero78 varias reimpresiones de los editores barceloneses. Publica posteriormente un interesante comentario comparativo con juegos infantiles contemporáneos, en un raro, inconseguible ejemplar: Auca del jocs de la mainada79.

El repertorio consta de las siguientes escenas en viñetas numeradas:

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  • 1. Balanceos en cuna
  • 2. Imagen de niña
  • 3. Juego de caballito de palo
  • 4. Máscaras
  • 5. Balancín
  • 6. Peonza de látigo
  • 7. Niños en carritos
  • 8. Alfileres
  • 9. Peonza
  • 10. Comba
  • 11. Saltar y parar
  • 12. Saltar el fuego
  • 13. Pompas de jabón
  • 14. Juguete de coche-carroza
  • 15. Comba
  • 16. Chapas
  • 17. Arco y flecha
  • 18. Tejos
  • 19. Gallina ciega
  • 20. Columpio
  • 21. ¿Bolas? ¿Canicas?
  • 22. Juguete de un cañón
  • 23. Tejos
  • 24. Juego con monedas
  • 25. Canicas
  • 26. Hacer rodar nueces
  • 27. Tres en raya
  • 28. Rayuela espiral
  • 29. Juego de soldados
  • 30. Pelota paleta
  • 31. Juego con cerezas
  • 32. Juego de la argolla
  • 33. Espadas
  • 34. Pídola-burro
  • 35. ¿Hacer el pino?
  • 36. Lucha
  • 37. Cometa
  • 38. El hinque
  • 39. Saltar a la cuerda
  • 40. Jugar con mazos
  • 41. Molinillos de viento
  • 42. Volantes/paleta
  • 43. Juego con bolas
  • 44. Juego con nueces
  • 45. ¿Juego con chapas en dibujo cuadriculado?
  • 46. Bolos
  • 47. Tejos
  • 48. Rayuela

2. Aleluyas. Juegos de la infancia. Madrid, XIX

En el catálogo del impresor catalán Marés, establecido en Madrid, posteriormente en la   —155→   serie de Hernando, figuran dos aleluyas Juegos de infancia, en los números 64 y 98.

2.1. Juegos de la infancia (núm. 64), aquí reproducida, pertenece a la colección de aleluyas, sección estampas, de Bellas Artes, Biblioteca Nacional de Madrid; grabados en papel de hilo, importante documento de juegos tradicionales de la segunda mitad del XIX.

Varios de estos juegos siguen hoy siendo entretenimiento de los niños, exceptuando algunos de acción, Carmona (v. 27); de industrialización incipiente, la máquina de Fantasmagoría (v. 41); juegos de corro cantados y danzados de niños, La viejecita (v. 37); Cinta de oro (v. 44), prácticamente desaparecidos. Cinta de oro, un bello romance danzado, clasificado como «Elección de novia» en el catálogo Menéndez Pidal, es muy popular en los corros de México, Colombia y Argentina80. Cada viñeta de este pliego, al igual que la aleluya núm. 98, lleva su correspondiente pareado, muy elementales y, a veces, claramente forzados.

2.2. Juegos de la infancia, (núm. 98), en económico papel coloreado, como se imprimieron más tarde estos pliegos, archivado ya el papel de hilo, impresión descuidada, dibujos de trazos borrosos, en la edición que manejo de mi colección (¿1918?).

Comparándola con la núm. 64, anotamos entretenimientos análogos, así como la inclusión de nuevos/viejos juegos.

Juguetes, sonajeros (v. 1-2); muñecos dislocados (v. 20); caballos de escoba, cartón (v. 5-6); globos de gas (v. 13); juegos de papel: pajaritas, barcos, (v. 14); soldados de plomo (v. 15); mirar estampas (v. 46), un cuadro costumbrista madrileño; los coches tirados por corderitos (v. 4); jugar a procesiones (v. 18); moros y cristianos (v. 38); justicia y ladrones (v. 39); calientamanos (v. 25); tres en raya (v. 41).

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22 Juegan a las aleluyas cada uno con las suyas.

La viñeta núm. 22 documenta que las aleluyas cumplen una doble función: a) una precaria iniciación a una literatura popular; b) un juego, materia de juego en sí misma, lotería, sorteo, recortables.

Una vez más, en el comienzo, juego literatura-imagen.

Recuerda el catalán Eduart Vidal Valenciano que en su infancia (¿1850?) esperaban con avidez la publicación de nuevas aleluyas. Leídas, vistas una y   —156→   otra vez, aprendían los pareados de memoria.

Para proseguir entreteniéndose con las aleluyas, recortaban las viñetas, las jugaban ocultando los números; quien acertara con el número, ya por reconocer la imagen, o el pareado, ganaba; las sorteaban a cara o cruz. El divertimento más apasionante consistía en jugarlas a la lotería, ya fuese con 24 o 48 viñetas. La banca recortaba una aleluya, ponía las viñetas -redolins- en una bolsa e iba «cantando» los números y pareados. A igual que el mecanismo de la lotería, el que primero hubiera cubierto todos los números ganaba81.

Aucas/aleluyas han desaparecido del entretenimiento de los niños. Queda como un documento para investigación, para comprender las formas populares de literatura infantil y juego. Pero no ha desaparecido su ingenua magia, su primitiva forma, su interesante estructura abierta. Propuesta como técnicas de creación, plástico-literaria, los niños cuentan y arman sus propias aleluyas.

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