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ArribaAbajoCapítulo quinto

1. (ESPOSA:) Venga el mi Amado a su huerto, y coma las frutas de sus manzanas delicadas.

2. (ESPOSO:) Vine a mi huerto, hermana mía, Esposa; cogí mi mirra y mis olores; comí mi panal con la miel mía; bebí el vino y la mi leche: comed, compañeros, bebed y embriagaos.

3. (ESPOSA:) Yo duermo, y el mi corazón vela. La voz de mi querido llama: Abre, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos de las gotas de la noche.

4. Desnúdeme mi vestidura; ¿cómo me la vestiré? Lavé mis pies; ¿cómo me los ensuciare?

5. Mi Amado metió la mano por el resquicio [de las puertas], y mis entrañas se estremecieron en mí.

6. Levanteme para abrir a mi Amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corre, sobre los goznes del aldaba.

7. Yo abrí a mi Amado, y mi Amado se había ido, y se había pasado, y mi ánima se me salió en el hablar de él. Busquele, y no le hallé; llamele, y no respondió.

8. Halláronme las guardas que rondan la ciudad; hiriéronme; tomáronme el mi manto, que sobre mí tenía, las guardas de los muros.

9. Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, que si halláredes a mi querido me lo hagáis saber. Que soy enferma de amor.

10. (COMPAÑERAS:) ¿Qué tiene el tu Amado más que otro amado, porque así nos conjuraste?

11. (ESPOSA:) El mi Amado, blanco y colorado; [trae bandera] entre los millares.

12. Su cabeza, oro de Tibar; sus cabellos, crespos, negros como cuervo.

13. Sus ojos, como los de paloma junto a los arroyos de las aguas, bañadas en leche junto a la llanura.

14. Sus mejillas, como eras de plantas olorosas de los olores de confección. Sus labios, violetas que destilan mirra que corre.

15. Sus manos, rollos de oro que viene de Tarsis; su vientre, blanco de Ebur cercado de zafiros.

16. Sus piernas, columnas de mármol, fundadas sobre basas de oro fino. El su semblante, como el del Líbano, erguido como los cedros.

17. Su paladar, dulzura; y todo él, deseo. Tal es mi Amado, y tal es mi querido, hijas de Jerusalén.

18. (COMPAÑERAS:) ¿Adónde se fue el tu Amado, hermosa entre las mujeres? ¿Dónde se volvió el tu querido, y buscarle hemos contigo?


ArribaAbajoDeclaración

1. Venga el mi Amado a su huerto.

Como acabó de hablar en huertos el Esposo, la Esposa, avisada de ello, acuérdase de uno que tenía su Amado, que por ventura es el mismo de que hizo la comparación arriba dicha; y ruégale que se deje ir donde van, y que se vayan allá juntos a comer de las manzanas. O, por mejor decir, porque le había hecho semejante a un hermoso huerto y deleitoso, y ella agora por estas palabras, encubiertas y honestamente, se le ofrece así y le convida a que goce de sus amores. Como si más claro dijera: «Pues vos me hicisteis semejante a un jardín bello, ¡oh amado Esposo!, y dijisteis que yo era vuestro huerto ¡Vos, venid, Esposo mío, coged, y comeréis de los buenos frutos, que en este vuestro huerto tanto os han contentado!».

A lo cual responde el Esposo, diciendo:

2. Vendré a mi huerto, Esposa mía, hermana mía.

En lo cual dice que, pues ella le convida con la posesión y con la fruta de su huerto, a él place de venir a él y hacelle suyo, que por tal le tiene, siendo él y su Esposa, una misma cosa. Y porque la nombra debajo de figura de huerto, y dice que vendrá a solazarse en ella, prosiguiendo por las mismas figuras, dice, no por las mismas palabras sencillas, sino por rodeo y señas, explicando con gentiles palabras todo lo que suele hacerse en cualquier deleitoso huerto, cuando algunas gentes se juntan en él para vacarse y tomar solaz; que no solamente cogen olorosas flores y yerbas, pero también suelen comer o merendar en él o llevan viandas y vino, y allá cogen de las frutas que hay. Por eso dice el Esposo: Comí mi panal con mi miel, como si dijera: «Yo verné prestísimo a este mi huerto, y cogeré la mirra mía con las demás flores que en él se crían; comeremos en él frutas dulcísimas, a las cuales mi Esposa me ha convidado, y panales de miel, que allá en el huerto hay, y mucha leche y mucho vino, de manea que os regocijemos mucho».

Y, como si estuviese ya en él, convida a sus compañeros los pastores que beban y se regocijen, como suelen decir los amigos que conciertan de ir a algún jardín: «Iremos allá, comeremos y regocijarnos hemos hasta embeodarnos». No porque ha de ser así, sino por un encarecimiento de lo mucho que se desean solazar. Y así dice: «Comed, compañeros, y bebed hasta que os embeodéis», como se suele decir en los convites alegres, cuando con regocijo se convidan unos a otros. Y esto para declarar el Esposo la determinación y deseo que tenía de regocijarse y deleitarse con su Esposa, que es aquí la que es señalada huerto, de quien se habla.

La palabra vine, que es del tiempo pasado, declaramos del tiempo venidero, diciendo yo vendré, y así mismo las otras comí, cogí, bebí; cogeré, comeré, beberé, porque es cosa muy usada y recibida en la Sagrada Escritura poner pasado por futuro, y futuro por pasado. Y esto se ve en todas las demás promesas que la divina palabra hace por sus profetas, para demostrar que son tan ciertas como si fuesen ya pasadas y cumplidas; y así en los Salmos las cosas que se esperan, muchas veces se dicen por tiempo pasado, como es aquello: «Mi ojo despreció a mis enemigos», por decir que los despreciará.

Ytem, diciendo leche y vino, y panales de miel, a la letra se guarda el decoro y conveniencia de la persona que habla; porque una pastora semejantes comidas usa, con el abundancia de ellas se deleita mucho, como los delicados con las soberbias comidas.

Hase de entender aquí que, dicho esto, se fue el Esposo, y vino la tarde y se pasó aquel día, y amaneció otro, y la Esposa cuenta lo que en aquella noche le había acontecido con su Esposo, que la vino a ver y llamó a su puerta y por poco que se detuvo en abrirle, se tornó a ir; que fue causa que ella saliese de su casa perdida de noche y se fuese a buscalle, lo cual todo cuenta y cada cosa en particular con extraña gracia y sentimiento.

3. Yo duermo, y mi corazón vela.

Dícese del que ama que no vive consigo más de la mitad, y que la otra mitad, que es la mejor parte de él, vive y está en la cosa amada. Porque como nuestra alma tenga dos oficios, uno de criar y conservar el cuerpo, y el otro, que es el pensar e imaginar ejercitándose en el conocimiento y contemplación de las cosas, que es el mayor y más particular o principal, cuando este oficio que es de pensar e imaginar, nunca lo emplea en sí, sino en aquella cosa a quien ama, contemplando en ella y tratando siempre de ella; solamente obra consigo las obras de su cuerpo aquello primero, que es un poco de su presencia y cuidado, cuanto es menester para tenerle en vida y sustentarle, y aun esto no todas veces enteramente. Esto así parece supuesto y simplemente, sin más filosofar en ello más, nos declara la grandeza del amor, que en este lugar muestra la Esposa diciendo: Yo duermo, y mi corazón vela. Porque dice que, aunque duerme, no duerme del todo ni toda ella reposa, porque su corazón no está en ella, sino en su Amado está siempre; que como se ha entregado al amor y servicio de su Esposo, no tiene que ver con ella en su provecho, que el uno querría huir los trabajos del amor; mas el corazón dice: yo los quiero sufrir. Dice el que ama: grave carga es ésta. Responde el corazón: llevarla tenemos. Quéjase el amante que pierde el tiempo, la vida y la esperanza; halo el corazón por bien empleado todo. Y así, cuando el cuerpo duerme y reposa, entonces está el corazón velando y negociando con las fantasmas del amor, y recibiendo y enviando mensajes. Y por eso dice: Yo duermo, y mi corazón vela; que es decir, aunque yo duerma, pero el amor de mi Esposo y el cuidado de su ausencia me tiene sobresaltada y medio despierta, y así oí fácilmente su voz.

O podemos decir que llama al Esposo su corazón, por requiebro, conforme a lo que se suele decir comúnmente. Y según esto, dice que, cuando ella reposaba, su corazón, esto es, su Esposo, estaba velando; que es un lastimarse de su trabajo y mostrar lo mucho que de él es querida. Lo cual es muy propio a Dios, cuyo amor sumo y ardientísimo con los hombres se va declarando debajo de estas figuras; que muchas veces, cuando los suyos están más olvidados de Él, entonces por su grande amor los vela y los rodea con mayor cuidado.

Voz de mi Esposo. Dice que al punto que ella despide el sueño, (el cual, por causa de traer alborotado y desasosegado el corazón, tenía ligero), llega el Esposo y llama a la puerta, cuya voz ella bien conoce, el cual decía así: Ábreme, hermana mía..., que todas son palabras llenas de regalo, y que muestran bien el amor que le traía vencido. Y en este repetir cada palabra y tantas veces, muestra bien el afecto con que la llama, para moverla a abrir aquel de quien tanto es amada.

Acabada mía. El amor no halla falta en lo que ama; así lo dice Salomón: «El amor y caridad encubre mucho la muchedumbre de los pecados»; esto es, hace que no se echen de ver los defectos del que es amado, por muchos que sean. Y a la verdad, la Esposa, de quien se habla aquí, que es la Iglesia de los justos, es en todas sus cosas acabada y perfecta, por el beneficio y gracia de la sangre de Cristo, como dice el Apóstol. Y por eso dice acabada mía; como si dijese: «por mí y por mis manos y trabajo hermoseada y perfeccionada, y vuelta así linda y hermosa como la paloma».

Y porque no puede sufrir quien ama de ver padecer a su amado, dice: Que mi cabeza llena es de rocío. Que es decir, «cata que no puedo estar fuera, que hace gran sereno, y cae grave rocío del cual traigo llena mi cabeza y cabellos». En que muestra la grande necesidad que tenía de tomar reposo, y obligar a que abra con mayor brevedad y voluntad.

Esto decía el Esposo. Mas ella, así que lo oyó y comenzó a decir entre sí con una tierna y regalada pereza:

4. Desnudeme mis vestiduras.

Que es decir: «¡Ay cuitada! Yo estaba ya desnuda, ¿y tengo de tornarme a vestir? Y los mis pies que ahora me acabo de lavar, ¿téngalos de ensuciar luego?». En lo cual se pinta un melindre muy al vivo, que es común a las mujeres, haciéndose esquivas donde no es menester; y aun muchas veces, deseando mucho una cosa, cuando la tienen a la mano fingen enfadarse de ella y que no la quieren. Había la Esposa deseado que su Esposo viniese, y dicho que no podía vivir sin él ni una hora, y rogándole que venga, y despertando con alegría a la primera voz del Esposo y al primer golpe que dio a la puerta; y agora que lo ve venido, ensoberbécese y empereza en abrirle, y hace de la delicada por hacerle penar y ganar aquella victoria más de él. Y dice, poniendo otras excusas: «Desnudeme en mi cama mi vestidura, ¿cómo me la tornaré a vestir, que estará fría? Lavéme mis pies poco ha para acostarme, ¿téngalos ahora de ensuciar poniéndolos en el suelo?». Que es gentil trueco éste; que viene el Esposo cansado y mojado, habiendo pasado por el sereno y mal rato de la noche, y ella rehúsa de sufrir por él la camisa fría. En que, como digo, muestra bien la condición y natural ingenio de su linaje, que, en lo que más aman y desean, cuando lo ven presente, cualquiera cosilla que tienen hace que lo estorbe, y hacen mil melindres y niñerías. Aunque decir esto la Esposa, no entiende que no quiere abrir a su Esposo, que esto no se sufría en un amor tan verdadero y encendido, sino, presupuesto que lo quiere y ha de hacer, muestra pesarle que no hubiese venido un poco antes, que ella estaba vestida y por lavar, para no tener agora que vestirse y desnudarse tantas veces.

5. El mi Amado metió la mano por entre el resquicio de las puertas, y mis entrañas se estremecieron en mí.

Dice agora que, como se detuviese un poco, a lo que se entiende, en tomar sus vestidos, no sufriendo dilación su Esposo, tanteó de abrir la puerta, metió la mano por entre los resquicios de ella, procurando de alcanzar el aldaba; y que ella, sintiéndola, y toda muy turbada en ver su prisa, y como causándole dolor en las entrañas de la pereza que había mostrado y de su tardanza, así como estaba, medio vestida y revuelta, acudió a abrir. Y así dice:

6. Levanteme a abrir a mi Amado, las mis manos destilaron mirra, que corre, sobre los goznes del aldaba.

Presupónese que, levantándose, tomó cualquiera botecillo de mirra, esto es, de algún precioso licor confeccionado en ella, para, en entrando recibir y recrear al Esposo con ella, que venía cansado y fatigado, como se suele hacer entre los enamorados. Que en todo, aun hasta en esto, guarda Salomón con maravilloso aviso e ingenio todas las propiedades que hay, así en palabras como en los hechos, entre dos que se quieren bien, cuales son los que en este su Cantar introduce.

Dice, pues, que con la prisa que llevaba a abrir a su Esposo, estuvo a punto de caérsele el botecillo; pero al fin se le volvió en las manos y derramó entre las manos, y sobre los goznes del aldaba que estaba abriendo.

Mirra que corre no quiere decir que corrió y se derramó sobre la aldaba, aunque fue así, como he dicho, sino es decir mirra líquida, a diferencia de la que ya está cuajada en granos, como es la que comúnmente vemos. O lo que tengo por más cierto, y más conforme al parecer de San Jerónimo y de los hebreos, es dicha excelentísima; porque la palabra hebrea hhober quiere decir corriente, y que pasa por buena por todas partes; según la propiedad de aquella lengua, es decir que es muy buena y perfecta y aprobada de todos los que la ven, conforme a lo que en nuestra lengua solemos decir de la moneda de ley, que es moneda que corre.

7. Yo abrí al mi Amado, y el mi Amado etc.

Y dice que por presto que abrió, ya el Esposo, enojado de la tardanza, se había pasado de largo.

A muy buen tiempo usa el Esposo del tanto por tanto con su Esposa, porque viendo que ella al principio no le quiso abrir, dándole casi a entender que no le había menester, él prueba a abrir la puerta; mas cuando sintió que se levantaba a abrir la puerta y que venía, quiérele pagar la burla, como si dijese: «Vos quereisme dar a entender que podéis estar sin mí; pues yo os daré a entender cómo yo puedo más sufrir sin vos que vos sin mí». Y así se ausenta, no aborreciéndola, sino castigándola y haciéndola penar un rato entre esperanzas y temores, para que esté más pronta después y para que juntamente escarmiente.

Dice, pues: Yo abrí a mi Amado, y no le hallé a la puerta, como pensaba, porque se era ya ido y pasado de largo. Bien se entiende la tristeza con que la Esposa dice estas palabras, como aquella que juntamente se halla corrida y triste de su descuido; y así parecen las palabras como de asombrada y medio fuera de sí, que la repetición de su decir que se era ido y que se había pasado denota esto.

Mi alma se me salió en el su hablar. Esto es, derritiose el alma en amor y pena, en verle ido; mas yo iré y le buscaré y le daré voces; henchiré el aire del sonido de su nombre porque me responda y venga a mí. Mas ¡ay de mí!, que procurándolo no le hallo y llamándole no me responde. Y así dice: Búsquele y no le hallé; llamele, y no me respondió. De donde se entiende la ansia con que quedaba. Y cuenta juntamente las desgracias que tras ello le acontecieron, buscando a su Esposo, que encontraron con ella las guardas que de noche guardan y rondan la ciudad; y como entre tales siempre hay capeadores y ladrones, gente traviesa y descomedida, dice que la hirieron dándole algunos golpes, como a mujer sola, y que la quitaron el manto o mantellina con que se cubría, y socorrieron a su pasión con esta buena obra. Y así dice:

8. Topáronme las rondas que rondan la ciudad, y quitáronme el manto de sobre mí (esto es, con que me cubría) las guardas de los muros.

Esto ya va dicho así, no porque aconteciese de esta manera a la hija de Faraón por esta manera que aquí habla, sino porque a la persona enamorada que aquí representa le es natural buscar con tanta ansia en todos y en semejantes tiempos a sus amores; y con el andar de noche, siempre andan juntos tales acontecimientos.

Según el espíritu, es gran verdad que todos los que con ansia buscan a Cristo y a la virtud estropiezan siempre en grandes estorbos y contradicciones; y es cosa de grande admiración que los que tienen de oficio la guarda y vela y celo del bien público, y en quien de razón había de tener todo su amparo la virtud, estos por la mayor parte la persiguen y maltratan.

9. Conjúroos, hijas de Jerusalén.

Con la mayor pena que sentía de no hallar a su Esposo, que le duele más que todo el resto, no echa mucho de ver ni se agravia del mal tratamiento que de las guardas recibía; y así, en lugar de quejarse de su mal comedimiento, o de recogerse a su casa y huir de sus manos, ruega a las vecinas de Jerusalén que la den nuevas de su amor, si le han visto, y si no que le ayuden a buscarle. Que es propio del verdadero amor crecer más y encenderse cuando más dificultades se le ofrecen y peligros se le ponen delante.

Dice más: Y le contaréis que estoy enferma de amor, conforme a lo que se suele decir comúnmente en nuestra lengua: «que parece, que me fino de amor». Y es de considerar que, aunque estaba fatigada de buscarle, y maltratada y despojada por el descomedimiento de los que la toparon, no les manda decir su congoja, ni su cansancio, ni el trabajo que ha puesto en su busca, ni los desastres sucedidos, sino lo que padece por su amor por dos causas: la una, porque esta pasión, como la mayor de todas, vencía el sentimiento de las demás y las borraba de la memoria; la otra, porque ninguna cosa podía ni era justo que pudiese con el Esposo para inducille a que volviese tanto como saber el ardiente y vivo amor de su Esposa como representalle lo que le amaba y su enfermedad. Porque no hay cosa tan eficaz, ni que pueda tanto con quien ama como saber que es amado; que siempre fue el verdadero cebo y piedra imán del amor.

Este mismo amor induce a que algunas mujeres de Jerusalén, que la oyeron, parte maravilladas de que una doncella tan bella, a tal hora, anduviese con tanta ansia buscando a su Amado, parte movidas a lástima y compasión de su ardiente deseo, le preguntan cuál sea este su Amado, por quien tanto se queja; y en qué se aventaja a los demás, que merezca el extremo que hace, buscándole a tal hora, lo cual otra no haría; creyendo, que esto nacía de grandeza de amor, o de alguna locura, o por ventura por ser el Amado merecedor de todo esto. Y así dicen:

10. ¿Qué tiene tu Amado más que otro amado, oh hermosa entre las mujeres? ¿Qué tiene tu Amado sobre otro amado, porque así nos preguntas?

Que es decir: ¿En qué se aventaja este que tú amas entre los demás mancebos y personas que pueden ser queridas? Y esto pregúntanlo por dos causas: la una como pidiéndola razón del grande y excesivo amor que se le mostraba, que era justo fuese así por alguna señal de ventaja que hiciese su Esposo entre todos a los demás hombres; lo otro, para, por las señas que diese, poderlo conocer cuando le viesen. A lo cual responde:

11. Mi amado, blanco y colorado, trae la bandera sobre los millares.

Da al principio la Esposa señas de su Esposo generalmente diciendo que es blanco y colorado; después va señalando las partes de su belleza cada una en su lugar. Dice, pues: «Sabed, hermanas mías, que el mi Amado es blanco y rojo, porque de lejos le conozcáis con la luz de estos colores, que son tan perfectos en él, que entre mil hombres se diferencia y hace raya y lleva la bandera, y por ser el primero de todos ellos la lleva».

La palabra hebrea es dagul, que significa el que lleva la bandera, y así aquí quiere decir el alférez; y con ella por semejanza puede significar todo lo que se señala en cualquiera cosa, como es señalado el alférez entre los de su escuadrón, lo cual, por la misma forma se dice en nuestra lengua. Y así San Jerónimo, atendiendo más al sentido que a la palabra, tradujo escogido entre mil. En las cuales palabras se entiende una como encubierta reprensión a las que la piden señas de su Esposo. Como si dijese: «No hay para qué os diga quién y cuál es mi Esposo, que, entre mil que esté, se echa de ver y descubre».

Pero prosigue relatando sus propiedades, porque es natural del amor deleitarse y como saborearse de traer siempre en la memoria y en la boca al que ama, por cualquiera ocasión que sea. Pues dice:

12. Su cabeza como oro de Tibar.

Esto es, su cabeza es muy gentil, redonda y bien proporcionada, como hecha de oro acendrado, sin ninguna falta ni tacha. Porque cosa es usada entre todas las lenguas para decir que cualquiera cosa es perfecta y agraciada, decir que es hecha de oro; y por esto lo dice la Esposa aquí, y no por ser rubios los cabellos, como luego veremos ser negros. Porque, en las tierras orientales y en todas las tierras calientes, tienen por galano el cabello negro, como aún hasta hoy se precian los moros. Y así añade: Sus cabellos negros, crespos como cuervo. Y, cierto, al rostro de un hombre muy blanco mejor le están los cabellos y la barba negros que los rubios, por ser colores contrarios, que el uno da luz al otro. Dice más:

13. Sus ojos como los de paloma en los arroyos de las aguas, bañadas en leche.

Ya he dicho que las palomas de aquella tierra, que agora llaman tripolinas, son de bellísimos ojos; y parécenlo mucho más con las calidades que añade luego, diciendo en los arroyos; porque, señaladamente cuando salen de bañarse, les relucen y centellean en gran manera, y los que las compran suelen con la mano mojada mojalles los ojos, y en aquel relucir y relampaguear de ellos conocen su firmeza. Y así dice la Esposa que los ojos de su Esposo son tan hermosos como los ojos de las tales palomas cuando más hermosos se les ponen, que es cuando se lavan juntos las corrientes de las aguas donde se bañan y refrescan, y cobran una particular gracia.

Bañadas en leche, esto es, blancas como la leche, que es la color que más agrada en la paloma. Reposan sobre la llenura, quise traducir así por dar lugar a todas las diferencias de sentidos, que los expositores e intérpretes imaginan aquí, cuan libre está en la lengua original, donde puntualmente se dice por las mismas palabras. Algunos entienden que llenura debe ser agua, cuales son los ríos grandes y estanques. Y de este parecer es San Jerónimo, y traslada que reposan junto a los ríos grandes y muy llenos; que es repetir sin necesidad lo mismo que acaba de decir, junto a las corrientes de las aguas. A otros les parece entender que este lleno, que se dice aquí, son vasos grandes llenos de leche. Pero es cosa muy ajena y muy torcida.

Podríase decir que, por aquella palabra mileot, que, en lo que suena, significa «llenura o henchimiento» en algunos lugares de la Escritura, por ella se explica lo que es acabado y perfecto, porque todo lo tal es lleno en su género, así que se podría decir que estar en la llenura las palomas, bañadas en leche, es decir que están del todo y perfectamente bañadas, esto es, que son perfectamente blancas, sin tener mancilla de otro color. Conforme a esto dirá la letra: Sus ojos como palomas junto a las corrientes de las aguas, que se bañan en leche, y quedan enteramente bañadas.

El sentido cierto es que la palabra hebrea que hemos dicho, significa todo aquello que, teniendo algún asiento o lugar vacío o señalado para su asiento, hinche bien tal lugar que viene medido con él, como un diamante que iguala bien en su engaste, o una paloma que hinche bien el agujero de la piedra donde hace su nido. Pues porque las palomas parecen bien en uno o en dos lugares, o junto a los arroyos donde se bañan, o puestas en el nido (como se vio arriba, donde, por mayor encarecimiento o requiebro, el Esposo llama a la Esposa paloma puesta en el agujero del paredón, esto es, en su nido), por esta causa aquí la Esposa, para encarecer los hermosos ojos del Esposo, compáralos a los de la paloma, en aquellos lugares en que están más hermosas y parecen mejor. Así dice: «Son como de palomas junto a las corrientes de las aguas, como de palomas blanquísimas, que con su gentil grandeza hinchen bien y ocupan y hacen llenos sus nidos donde reposan».

14. Las sus mejillas como hileras de yerbas aromáticas y plantas olorosas.

Por las mejillas se entiende todo el rostro, y todo lo que en español llamamos faces, el cual dice que es tan hermoso y tan bien asentado, de gentil parecer y gracia, cuanto son y parecen unas eras de yerbas y plantas aromáticas, puestas por gentil orden y criadas con cuidado y regalo; como se crían y ponen en Palestina y Oriente, donde la Esposa habla, y donde se da esta yerba más que en otra parte. Pues como son hermosas estas yerbas en igualdad y parecer, así lo es, y no menos, el agraciado rostro del Esposo; y así añade de plantas olorosas.

Dice más: Los labios como azucenas. Dioscórides, en el capítulo que trata de ellas, confiesa que hay un género de ellas coloradas como carmesí, y las cuales se entienden en este lugar ser semejantes a los labios del Esposo, que no sólo eran colorados, sino olorosos también; y por eso añade: De los cuales destila mirra que corre, esto es, fina y preciada, como habemos dicho.

Es muy digno de considerar aquí el grande artificio con que la rústica Esposa loa a su Esposo; porque los que mucho quieren encarecer una cosa alabándola y declarando sus propiedades, dejan de decir los vocablos llenos y propios, y dicen los nombres de las cosas en que más perfectamente se halla aquella calidad de lo que loan, lo cual da mayor encarecimiento y mayor gracia a lo que se dice. Como lo hace aquel gran poeta toscano que, habiendo de loar los cabellos, los llama oro, a los labios rosas o grana, a los dientes perlas, a los ojos luces, lumbres o estrellas; el cual artificio se guarda en la Escritura Sagrada más que en otra del mundo. Y así vemos que aquí la Esposa procede de esta manera; porque diciendo de los ojos que son de paloma, dice más que si dijera que eran hermosos; y las mejillas como las hileras de las plantas, las loa más que si dijera parejas e iguales y graciosas.

Y por el mismo tenor alaba las manos diciendo:

15. Las tus manos como rollos de oro, llenos de Tarsis.

En lo cual alaba la gracia y composición de ellas, por ser largas, y los dedos rollizos, tan lindos como si fuesen torneados de oro; y la piedra tarsis, que se llama así de la provincia donde se halla, es un poco entre roja y blanca, según la pinta un hebreo antiguo llamado Abenezra. Y según esto da a entender la Esposa las uñas, en que se rematan los dedos de las manos, que son un poco rojas y relucientes, como piedras preciosas de Tarsis. Y, por tanto, las manos en su hechura y con sus uñas son como rollos de oro rematados en tarsis; que diciendo aquí de las manos que son como rollos de oro, solamente habla de la hechura y gracia de ellas; que del color ya ha dicho que son blancas y coloradas cuando arriba dijo mi Esposo es blanco y colorado.

Luego dice por el mismo estilo y semejanza de hablar:

El su vientre, blanco diente adornado de zafiros. Su vientre, esto es, su pecho y sus carnes, blanco diente, esto es, marfil, que se hace de los dientes de los elefantes, que son blanquísimos; adornado de zafiros, que son piedras de gran valor, bermejas algo al parecer; que es decir, todo él es polido y así lucido y resplandeciente, como una piedra de marfil blanquísima cercada de piedras preciosas.

16. Las sus piernas, columnas de mármol, fundadas sobre basas de oro fino.

En que se muestra la firmeza y gentil postura y proporción de ellas. Y habiendo loado a su Esposo tan en particular, como habemos dicho y visto, señalando su belleza por sus partes desde la cabeza hasta los pies, torna, como no bien satisfecha de lo dicho, ni de las señas dadas, a comprender en breves palabras lo que ha publicado, y ahora mucho más, diciendo:

El su semblante como el del Líbano. En que se muestra con harta significación la majestad, hermosura y gentil postura del Esposo; como lo es cosa bellísima y de grande demostración de majestad un monte grande y alto cual es el Líbano, de espesos y deleitosos árboles, al parecer de los que le miran de lejos. Dice más:

Erguido como cedro. En nuestro castellano, loando a uno de bien dispuesto, suelen decir dispuesto como un pino; que así el cedro como el pino son árboles altos y bien salidos. Donde decimos erguido, la palabra hebrea es bajur, que quiere decir escogido; y es propiedad de aquella lengua llamar así a los hombres altos y de buen cuerpo; porque, a la verdad, la disposición los diferencia y hace como escogidos entre los demás. Así se dice en el primero de los Reyes, el capítulo 9, del padre de Saúl, que tenía un hijo llamado Saúl que era escogido y bueno, esto es, hermoso y bien dispuesto, como de hecho lo era Saúl. Como parece en el capítulo 22, que dice: «Encontraron tus escogidos cedros entre los más altos y levantados». Así mismo, en el capítulo último del Eclesiastés, donde dice la letra vulgar: «Huélgate, date al placer, ándate a la flor del berro, mancebo, en la juventud, que presto se te pedirá cuenta estrecha», está la misma palabra bejur otéja, que es decir: huélgate, erguidillo.

En lo cual, como se ve claro, el Espíritu Santo usa de un donaire por el cabo bellísimo; que siendo su intención en aquellas palabras, usando de una artificiosa y fingida simulación y como permitiéndoles y debajo de alargarles la vanidad a los mancebos, escarnecer de su liviandad, que se andan siempre al buen tiempo y cogiendo, como dicen, la flor del berro, descordándose de lo que está por venir y les puede suceder; así que, siendo su intento del Señor reprender, mofando el desacuerdo de los mancebos y amenazallos con pena, no les llama con el nombre propio de su edad, sino llamándolos erguidos usando del nombre que declarase al natural el brío, altivez y lozanía; que es la fuente de donde nace no mirar ni curar de lo que está por venir, y aquel coger, sin rienda el fruto del deleite y el pasatiempo presente, que tanto reprende.

Pues, tornando a nuestro propósito, concluye la Esposa, finalmente diciendo:

17. El su paladar, esto es, su habla, dulzuras; esto es dulcísima y suavísima. Y todo él deseo, esto es, amable y tal que convida por todas partes a que le deseen y se pierden por él los que le ven.

Tal es mi Amado y tal es mi querido, hijas de Jerusalén; como si añadiendo dijese: por que veáis si tengo razón de buscarle y de estar ansiada en no hallarle.

Sabidas las facciones y señas por aquellas dueñas de la Esposa, y conociendo con cuán justa razón la tenía el Esposo enamorada y se atormentaba y acuitaba por su ausencia, y moviéndolas agora a compasión su tormento, con el deseo de remedialle piden de nuevo a la Esposa que, si lo sabe, les diga hacia dónde cree o imagina haberse declinado su Amado, porque se lo ayudarán a buscar.

Y así dicen:

18. ¿Adónde fue el tu Amado, bellísima entre las mujeres? ¿Hacia dónde se volvió tu Amado, y buscarle hemos contigo?

A lo cual parece que responde en lo primero del capítulo que sigue, diciendo:






ArribaAbajo Capítulo sexto

1. (ESPOSA:) El mi Amado descendió a los huertos suyos, a la tierra de los aromas, a apacentar entre los huertos y coger las flores.

2. Yo al mi Amado, y el mi Amado a mí, que apacienta entre las flores.

3. (ESPOSO:) Hermosa eres, Amiga mía, como Thirsá; bella como Jerusalén, terrible como los escuadrones, sus banderas tendidas.

4. Vuelve los ojos tuyos, que me hacen fuerza; el tu cabello como las manadas de cabras que se parecen en el Galaad.

5. Tus dientes como hatajo de ovejas, que suben del lavadero, las cuales todas paren de dos en dos, y no hay estéril en ellas.

6. Tus sienes, como un casco de granada entre tu cabello.

7. Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, y las doncellas sin cuento.

8. Una es la mi paloma, la mi perfecta, única es a su madre: es la escogida a la que la parió. Viéronla las hijas, y llamáronla bienaventurada, y las reinas y las concubinas la loaron.

9. (COMPAÑERAS:) ¿Quién es esta que se descubre como el alba, hermosa como la luna, escogida como el sol, terrible como los escuadrones?

10. (ESPOSO:) Al huerto del nogal descendí por ver los frutos de los valles, y ver si está en ciernes la vid, y si florecen los granados.

11. (ESPOSA:) No sé; mi ánima me puso como carros de aminadab.

12. (CORO:) Torna, torna, Sunamita; torna y verte hemos.

13. ¿Qué miráis en la Sunamita, como en los coros de los ejércitos?


ArribaAbajoDeclaración

1. El mi Amado descendió al su huerto.

Si de cierto sabía que estaba en el huerto su Esposo, por demás era el haberle andado a buscarle por la ciudad y en otras partes. Por lo cual estas palabras, que en el sentido parecen ciertas, se han de entender con alguna duda de haber sido dichas, como si la Esposa, respondiendo a aquellas dueñas de Jerusalén, dijese: «Buscado le he por mil partes, y pues no le hallo, sin falta debió de ir a ver su huerto, adonde suele apacentar». O digamos que ésta no es respuesta de la Esposa a la pregunta que hicieron aquellas dueñas, sino que, luego que acabó de hablarlas, se dio a buscar a su Esposo, y saliendo de la ciudad a buscalle al campo hacia el huerto suyo, que estaba en lo bajo, sintió la voz u otras señales manifiestas de su Esposo; y arrebatada de alegría, de improviso comenzó a decir: «¡Ay!, veisle aquí al mi Amado y al que me trae perdida buscándole, que al su huerto descendió». Porque ella lo buscaba en Jerusalén, que era ciudad puesta en lo alto de un monte, y en los arrabales o aldeas, que están al pie, se finge estar el huerto de esta rústica Esposa y otros de sus vecinos, como es uso. Y dice que anda entre las eras de las plantas olorosas, y que es venido a holgarse y recrearse entre los lilios y violetas. Dice:

2. Yo al mi Amado, y el mi Amado a mí.

Lo cual, como ya he dicho, es forma de llamar a voces como si dijese: «¡Hola, Amado mío! ¿Oísme? ¿entendeisme?»; De donde se entiende que salió a buscallo al campo hacia el lugar a do estaba el huerto, y sintiéndole estar en él llámale como he dicho, para que le responda. A la cual voz sale el Esposo, y viendo a su Esposa, y la aflicción grande con que le busca, enciéndese en un nuevo y vivo amor, y recíbele con mayores y más encendidos regalos que antes y más encarecidos requiebros, diciendole:

3. Hermosa, hermosa eres, así como Tirsá.

Encarece grandemente los loores de su Esposa, porque en los capítulos de arriba, para loar la variedad de su gentileza y hermosura, la apoda a un huerto; y agora la hace semejante a dos ciudades, la más hermosas que había en aquella tierra, Tirsá y Jerusalén. Tirsá es nombrada una ciudad de Israel noble y populosa, donde los reyes tenían su asiento antes que se edificase Samaria. San Jerónimo, donde dice Tirsá, traslada cosa suave; y los Setenta Intérpretes ponen contento, sosiego, diciendo: Hermosa eres como el contento y deleite; y es porque miraron a la derivación y etimología del vocablo, y no lo que de hecho significa, que es aquella ciudad así dicha por el contento y descanso que daba al que la moraba, por ser su asiento y habitación de ella descansado y apacible.

Jerusalén era la más principal ciudad y la más hermosa que había en toda Palestina, y aún en toda Palestina, y aún en todo el Oriente, según sabemos por las escrituras hebreas y gentiles, tanto que David hizo un salmo loando a la letra la grandeza, beldad y fortaleza de Jerusalén.

Pues a estas dos dice el Esposo que es semejante el parecer bello y hermoso, lleno de majestad y grandeza, de la Esposa, diciendo: «Tan grande maravilla es verte cuán hermosa eres en todo y por todo, cuanto lo es ver estas dos ciudades, en las cuales la fortaleza de sus sitios, la magnificencia de sus edificios y la grandeza y hermosura de sus riquezas, la variedad de sus artes y oficios, pone gran admiración». A la verdad es muy a propósito para declarar el mucho espanto que pone al amor del Esposo la vista de su Esposa, y cuán grande y cuán incomparable y fuera de toda medida le parece su hermosura; pues, para explicar lo que sentía, no le venían a la boca menores cosas que ciudades, y ciudades tan populosas, esto es, cosas cuya hermosura consiste en ser de mucha variedad y grandeza.

Dice más: Espantable como ejército, con banderas tendidas. No espanta menos un extremo de bien, que lo que hace un extremado mal; y así para mayor encarecimiento dice a la Esposa que le pone espanto, y que así le saca de sí el excesivo extremo de su belleza que está ya a punto de romper. Que también es decir que de la misma manera que un ejército así bien ordenado lo vence todo y lo allana, sin ponérsele cosa delante que no la rinda y sujete, así ni más ni menos, no había poder, ni resistencia alguna contra la fuerza y hermosura extremada de la Esposa.

Y por esta causa añade luego:

4. Vuelve los ojos tuyos, que me hacen fuerza.

Como si levantando la mano en alto y poniéndola delante del rostro, y torciendo los ojos a otra parte, dijese: «Esposa mía; no me mires, que me robas con tus ojos y me traspasas el corazón». En lo cual habiendo el Esposo loado en suma la belleza de la Esposa, y queriendo agora loalla otra vez por sus partes, comienza lo primero de los ojos, y para loallos usa de una manera elegantísima, que no dice la hermosura de ellos, sino ruega que los aparte y los vuelva a otra parte mirando, porque le hacen fuerza. En lo cual la loa más encarecidamente que si los antepusiera a las dos más claras y relucientes estrellas del cielo.

Donde dice que me hacen fuerza, o me vencieron, hay diferencia entre los intérpretes; porque los Setenta, y San Jerónimo con ellos, traducen: Aparta tus ojos, que me hicieron volar. Otros ponen: Aparta tus ojos, que me ensoberbecieron. Y los unos y los otros traducen, no lo que hallaron en la lengua hebrea, sino lo que le pareció a cada uno que quería decir, porque daba ocasión al uno y al otro sentido el sonido y propia significación de ella, que es ésta al pie de la letra: Aparta tus ojos, que hicieron sobrepujarme. Porque la palabra hirjibuni, de que usa aquí el original, propiamente quiere decir sobrepujar. Esto a San Jerónimo le parece que sería volar, porque los que vuelan se levantan así en alto y como que se sobrepujan en cierta manera. Conforme a lo cual quiere decir el Esposo que aparte la Esposa sus ojos y no le mire, porque, viéndolos, no está en su mano no irse a ella; que arrebata y lleva tras sí el corazón, como volando, sin poder hacer otra cosa; que es requiebro usado.

Los que traducen que me hicieron ensoberbecer, tuvieron el mismo motivo de parecerles, que el ser soberbio era un sobrepujarse en alto; que conforme a esto pedía el Esposo a su Esposa que no le hiciese aquel favor de mirarle, por no desvanecerse con él.

Lo uno y lo otro fuera bien excusado, pues está claro que decir hicieron sobrepujarme es rodeo de hablar poético, que vale lo mismo que si dijera sobrepujáronme o venciéronme; y el propósito e hilo de lo que va diciendo pedía que dijese esto. Porque en esto dice: «Deseo contar otra vez de tus ojos; mas ellos son tan bellos y tan resplandecientes, y tienes en ellos tanta fuerza, que al tiempo que los miro para alaballos, contemplándolos y queriendo recoger una a una sus propiedades y sus gracias, ellos me arrebatan el sentido, y con su luz me encandilan de tal manera que, por la fuerza que el amor me hace en esto, estoy como excusado; por tanto, Esposa dulcísima, vuélvelos, no me miréis, que no puedo resistirles».

Y demandando esto el Esposo, demanda lo que no quiere, que es que su Esposa no le mire, porque es gran placer el que siente en su vista; mas con tal demanda dice más en su loor que si dijera muy por extenso todas las partes de belleza que en ellos se encierran. Y éstas son cosas que mejor se entienden que se pueden declarar.

Habiendo loado los ojos el Esposo tan altamente por este delicado artificio, enhila tras esto las otras partes del rostro, dientes, labios y mejillas, diciendo las mismas palabras que arriba dijo, porque aquellas semejanzas son tan excelentes, que no se pueden aventajar. Dice:

5. Tus dientes como hatajo de ovejas.

Esto dice por la blancura, por la igualdad de los dientes, y por el color y gracia y buen asiento de las mejillas, como vimos en el capítulo 4, donde se declara esto muy a la larga.

7. Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, e innumerables las doncellas.

8. Mas única es la mi paloma, la mi alindada; única es a su madre; ella escogida es a la que la parió.

Muestra el Esposo cuán excesivamente y con cuánta razón ame a su Esposa, diciendo en persona suya, como si declarase que es Salomón, rey, este pastor que aquí se representa: Sesenta son las reinas. No está la fuerza ni la prueba del amor en amar a una persona a solas sin compañía de otras; antes el verdadero amor y mayor punto de él es cuando, extendiéndose y abrazándose con muchos entre todos se señala, y se diferencia, y aventaja claramente con uno; lo cual declara bien el Esposo en estas palabras, en las cuales, queriendo bien y teniendo afición a otras mujeres, confiesa amar a su Esposa más que a todas, con un amor así particular y diferente de todas las demás, que las demás en su comparación no merecen este nombre de amor; y, aunque quiere a muchas, empero la su Esposa es de él querida por una singular manera.

Sábese del Libro de los Reyes que Salomón usó de muchas mujeres, que, según la diferencia del estado y tratamiento que tuvieron en la casa de Salomón, la Escritura les pone diferentes nombres. Las unas nombraban reinas, porque su servicio y casa era como de tales, éstas eran sesenta. Otras de ellas, que no eran tratadas con tanta ceremonia, se llamaban concubinas. Y no se ha de entender que eran mancebas, como algunos engañándose creen y piensan; antes, cerca de los hebreos, eran también mujeres legítimas, pero mujeres de esta manera, que habían sido antes y primero esclavas o criadas, y su amo las tomó por mujeres; mas no se celebraban en el casamiento las bodas por escrito, ni con las ceremonias legítimas que se usaban en el casamiento de las otras, que eran libres. Y éstas se añadían a las mujeres principales, y los hijos que de éstas concubinas nacían, no sucedían en los mayorazgos ni herencias capitales, pero podía bien el padre hacelles algunas mandas y donaciones para su sustentamiento, como parece claramente en el Génesis 25 y 35, de Cetura y Agar, mujeres de Abraham, que la Escritura llamaba allí concubinas. Pues de éstas tenía ochenta Salomón, entendiendo por este número muchas y muchas más, según el uso hebreo.

Las demás y bien queridas de Salomón hacían el tercero orden, y de éstas no había numero. Pues dice agora que, entre tanto número de mujeres, la que en amor y servicio y preeminencia se aventaja a todas es la una, que es la hija de Faraón, de quien se habla en este Cantar en persona de pastora.

8. Una, dice, es mi paloma.

Y es así, que el amor, como es unidad y no apetece otras cosas sino unidad, y así no es firme ni verdadero cuando se pone en igual grado por muchas y diferentes cosas. El que bien ama, a sola una cosa tiene particular amor. Y por esta causa, y el que quiere juntamente amar de veras y no limitar su amor a una sola cosa, debe emplear en Dios su voluntad, que es bien general que lo abraza y comprende todo; como, por el contrario, todas las criaturas son limitadas y diferentes entre sí, y a las veces unas son contrarias de otras, de arte que el querer bien a una es querer mal y aborrecer a otras.

Dice mi paloma y mi alindada, y no mi Esposa, para hacer mostrar en la manera de nombrarla, la razón que tenía de amarla con tan particular amor, y de hacelle tan grandes ventajas.

Única es a la su madre, y escogida a la que la engendró. Remeda en esto la común y vulgar manera de hablar, que es decir: «Como la hija amada es todo el regalo y amor de su madre, así es probada y querida mi Esposa, con la misma singularidad y diferencia de amor».

Viéronla las reinas. Grande y nueva cosa es reconocer y no envidiar tanto bien las demás mujeres de Salomón a la Esposa, porque lo son de su natural envidiosas todas las mujeres entre sí extremadamente; mas en las cosas muy aventajadas la envidia desfallece la envidia. Y muestra en esto el Esposo que no es afición ciega la que le mueve a querella, sino razón tan clara y de tanta fuerza, que las otras mujeres, que de su natural la habían de tener envidia, confiesan llanamente que es así, reconociéndola por tal la loan a boca llena. Y así, refiriendo las palabras de las otras mujeres, dice:

9. ¿Quién es esta que se descubre de arriba como el alba, hermosa como la luna, escogida como el sol?

Que, aunque son breves, son de gran loor, porque juntan tres cosas: la mañana, la luna y el sol, que son toda la alegría, y la belleza del mundo. Pues es como si dijese: «¿Quién es ésta que viene por allí mirando hacia nosotros, que no parece sino al alba cuando asoma rosada y hermosa, y es tan hermosa entre las mujeres como la luna entre las menores estrellas; antes, por mejor decir, es resplandeciente y escogida entre todas las luces, como el sol entre todas las lumbres del cielo?».

Que así como el sol es el príncipe entre todas las luces soberanas, y escogido de tal manera que todos se aprovechan y participan de su lumbre, así ésta es todo dechado de toda beldad, y la que a ella pareciere, más bella será; y, juntamente con su hermosura, tiene una majestad y gravedad que no parece sino un escuadrón que a todos pone reverencia y temor.

Y en decir escogida como el sol, alude a la gran belleza de ella y a la gran estimación en que su Esposo la tiene más que a las otras. Y es muy gentil manera de loar ésta, diciendo primero alba, que es hermosa y resplandeciente; y luego luna, que es más; y luego sol, que es lo sumo en este género. Y los artífices del bien hablar loan mucho este modo de decir, y lo llaman encarecimiento acrecentado.

10. Al huerto de los nogales descendí a ver los frutos de los valles, y si florecía la vid, y si florecían los granados.

11. No sé: la mi alma se puso como los carros de los príncipes del mi pueblo.

Estas palabras los más atribuyen a la Esposa, en que respondiendo al Esposo da cuenta de cómo vino a aquel huerto donde él estaba, que llama del nogal por alguno que en él había, a ver los frutales si brotaban; y que esto lo dice por uno de dos fines: el uno, que sea como una excusa y un color de ser venida por aquella parte; que aunque en realidad de verdad la traía el amor y deseo que tenía de verse con su Esposo, pero es muy propio al natural ingenio de las mujeres dar muestras muy diferentes de sus deseos y fingirse como olvidadas de los que más buscan. Así que, como respondiendo a lo que el Esposo le pudiera preguntar de su venida, diga: «Vine a ver este mi huerto y a ver si los árboles echaban ya flor».

Pero un amor tan descubierto, según lo que hemos visto era éste, no da lugar a semejante disimulación. Y así es mejor entender que estas palabras se dicen por otro fin, que es que sepa el Esposo la causa de su cansancio de la Esposa, que, como se verá en las palabras que dice: No sé, mi alma, etc., había venido corriendo y estaba de la priesa sin fuerza y sin aliento, de lo cual juntamente da cuenta y se queja a su Esposo. Que es cosa natural, las personas que bien se quieren, y mayormente las mujeres, con lástima regalada contar luego sus cuitas. Y es como si dijese: «¡Ay, Esposo mío, tan deseado y tan bien buscado de mí! ¡Y qué cansada estoy y qué muerta de la prisa que he traído! Que luego como sentí que andábades en el huerto, en el cual hay grandes nogales, y parras y otros frutales, luego en ese punto descendí aguijando, y he venido tan presto, que no sé cómo vine ni cómo no; mas de que mi amor me aguijó tanto y me puso en el corazón tanta fuerza y ligereza, que no me parece sino que he venido en un ligerísimo carro de los que usan los principales y poderosos de mi tierra o pueblo».

Parece mejor que estas palabras, descendí al huerto, las diga el Esposo, y que en ellas corresponde a la secreta queja que verosímilmente se presupone tener su Esposa de él, por haber llegado a su puerta y llamádola y después pasádose de largo, de donde nació andar ella perdida, buscándolo. A lo cual, ganándola por la mano, responde que, como se tardó en abrirle, quiso ver el estado de su huerto entretanto y proveer a lo que fuere necesario. Y con esta disculpa del Esposo vienen muy a pelo las palabras que se siguen, a que le responde la Esposa:

11. No sé; la mi alma, etc.

Mi alma es muchas veces lo mismo que mi afición y deseo. Los carros de aminadab: entiéndese cosa ligera y que vuela corriendo; que aminadab no es nombre propio de alguna persona o lugar, como algunos piensan, mas son dos nombres que quieren decir de mi pueblo príncipe. Y esto dice porque, como en tierra de Judea había pocos caballos, toda la demás gente usaba ir cabalgando en asnos, si no eran los príncipes y poderosos de ella, que hacían traer de Egipto caballos muy buenos y muy ligeros, y andaban en carros de cuatro ruedas que traían aquellos caballos.

Pues dice: «No sé lo que ha sido, ni lo que has hecho en dejarme así, ni la causa que te movió a ello, si no fue querer ver tu huerto, o alguna otra cosa; en fin, no sé nada: esto sé, que el deseo mío y el amor entrañable que te tengo, que posee mi alma y la rige a su voluntad, me ha traído en tu busca, luego que como te sentí, volando como en posta». Y, contando esto, dícele lo que pasó con las mujeres que la acompañaban, viéndola ir con tanta presteza, que la decían:

12. Torna, torna, Solimitana.

Y no se ha de entender, como lo avisan los que tienen mejor entendimiento en estas cosas, que son las dueñas las que dicen agora estas palabras, sino hase de entender que las dijeron antes, esto es, cuando vieron que se les partía así apresuradamente; y que la Esposa las refiere agora al Esposo, contándole esto y todo lo demás que con ellas pasó.

Pues acaba de decir que se vino volando en busca del Esposo, dice que sus compañeras, viendo que se apartaba de ellas y con apresuramiento, la comenzaron a llamar y a pedilla que se volviese y no se diese tanta priesa, como que no la habían visto bien del todo, ni gozado enteramente, ni considerado bien su beldad. Y así la dicen: Tórnate, tórnate. El redoblar unas mismas palabras es propio de todo lo que se dice y pide con afición.

Solimitana es como jerosolimitana o mujer de Jerusalén, como llamamos romana a la mujer de Roma; y esto porque Jerusalén antiguamente se llamó Salem, como la Escritura la llama donde dice Melchisedech, rex Salem; y David la llama también así en el salmo 76.

Pues a este ruego de las dueñas responde la Esposa, diciendo:

14. ¿Qué miráis en la Sulimitana, en coros de escuadrones?

Lo cual se declara diferentemente. Algunos ponen demanda y respuesta; de manera que, volviéndose hacia las dueñas que la llamaban con tanta instancia, les diga: «¿Qué es lo que queréis en mí?». Responden ellas: «Miramos en ti un coro de escuadrones», esto es, una cosa que de buen parecer y tan poderosa para vencer a los que te miran y sujetarlos a tu mandato, como lo es un escuadrón puesto en concierto y ordenanza.

Lo que tengo por más acertado es hacer todo una cláusula y aún sentencia, en que diga la Esposa de esta manera: «Como me llamaron, volvime hacia ellas, las cuales, por mirarme mejor, divididas de la una y de la otra parte, se pusieron en dos hileras, como coros, yo entonces díjeles: ¿A qué me miráis así, puestas una de una banda y otras de la otra, como escuadrón que está puesto por sus hileras?». De arte que se presupone que se volvió a ellas y que se dividieron en dos partes para vella mejor. Y llámalas escuadrón porque eran muchas, y coro por estar así divididas.

Lo que cuenta habelles respondido se pone en el capítulo que se sigue, que es la mayor parte de él.






ArribaAbajo Capítulo séptimo

1. (ESPOSA:) ¡Cuán lindos son tus pasos con el calzado, hija del príncipe! Los cercos de tus muslos como ajorcas labradas de mano de oficial.

2. Tu ombligo como taza de lunas, que no está vacía; tu vientre, como montón de trigo cercado de violetas.

3. Tus dos pechos tuyos, como dos cabritos mellizos de una cabra.

4. El tu cuello como torre de marfil; tus ojos como estanques de Hesebón junto a la puerta de Barrabim; tu nariz como la torre del Líbano, que mira frontero de Damasco.

5. La cabeza tuya de sobre ti como el Carmelo, la madeja de tu cabeza como la púrpura. El rey atado en las canales.

6. ¡Cuánto te alindaste, cuánto te enmelaste, Amada, en los deleites!

7. Esta tu disposición semejante es a la palma, y tus pechos a los racimos. Dije: Yo subiré a la palma, y asiré sus racimos; y serán tus pechos como los racimos de la vid y el aliento de tu boca como el olor de los manzanos.

8. Y el tu paladar como vino bueno, que va mi Amado a las derechuras, que hace hablar labios de dormientes.

9. (ESPOSA:) Yo soy de mi Amado, y su deseo a mí.

10. (ESPOSA AL ESPOSO:) Ven, Amado mío, salgamos al campo, moremos en las granjas.

11. Levantémonos de mañana a las viñas; veamos si florece la vid, si se descubre la menuda uva, si brotan los granados. Allí te daré mis amores.

12. Las mandrágoras si dan olor; que todos los dulces frutos, así los nuevos como los viejos, Amado mío, los guardé para ti.


ArribaAbajoDeclaración

Cuán lindos son tus pasos. Prosigue en su cuento la Esposa, y dice a su Esposo que, como las dueñas se llegaron a que se detuviese un poco, que volvió a ellas, y ella por su ruego lo hizo, y les volvió la cara preguntándoles qué era lo que de ella querían, y la causa por que la miraban así. Ellas, como dando razón de su justa demanda y de su ardiente deseo, dice que, respondiendo, comenzaron a loar con gran particularidad y encarecimiento su gracia y gentileza, refiriendo todas sus perfecciones muy por menudo, desde la mayor hasta la menor. Lo cual debe responder a la admiración de su hermosura que pusieron, y los loores que la gente del pueblo le dio cuando, viniendo de Egipto, entró en Jerusalén la primera vez.

Pues comienza de los pies, cuya ligereza y presteza acaba de ver entonces, y va hasta la cabeza, por ir a lo mayor de lo menor, que es manera galana de loar; y así dice:

1. ¡Cuán lindos son tus pies en tu calzado, hija del príncipe!

Loan el buen aire y el movimiento, del pie bien hecho y el calzado justo, y que venía como nacido a la Esposa. Y dicho de admiración quiere decir para mostrar que eran extrañamente bellos y no así como quiera.

Hija del príncipe, es decir, princesa, que, demás de convenirle por su linaje y estado, es nombre que, en común uso, se da a todos los que loamos de alguna excelencia. Demás de esto se ha de advertir que, en este lugar, la palabra hebrea no es melech, con la cual se suelen nombrar los reyes comúnmente, sino es nadib, que los Setenta Intérpretes, no sin misterio, en su traducción la dejaron así sin trasladarla. Nadib propiamente quiere decir «generoso de corazón y liberal». Y como nosotros en la lengua española al príncipe le llamamos «príncipe», porque de hecho es principal entre los demás, como lo suena la voz, entre los hebreos se llama nadib, que es decir el noble, el liberal, el de corazón generoso, porque éstas son propias virtudes del príncipe y en que se ha de señalar entre todos.

Pues, según el origen de la palabra hebrea y según su sonido, es aquí la Esposa hija del noble, del generoso. Y juntado con esto, ser uso muy recibido en aquella lengua, que cuando quiere dar alguna virtud o vicio lo llama «hijo de ella», como es por «pacífico» «hijo de paz», o «hijo de guerra» por «belicoso»; así, según esto, ser la Esposa hija de franco y generoso es decir que lo es ella, y es llamarla noble y gallarda de corazón. Y así dirá la letra: «¡Cuán lindos son tus pasos, cuán gentiles tus pies, y con qué gracia los meneas, la del corazón gallardo y generoso!». Como si dijese que en el gentil meneo de su cuerpo mostraba bien la generosidad y gallardía de su corazón; porque esta virtud, más que ninguna otra se descubre en el movimiento y aire de todo el cuerpo.

En la verdad del Espíritu tiene gran misterio y gran verdad en llamar a todos los justos y a la Iglesia hija del Noble y del Franco, porque son hijos de Dios, no por haber nacido así, ni por merecello por sus obras, sino por sola la franqueza y liberalidad de Dios. Que puesto caso que el justo que es ya justo e hijo merece mucho con Dios, mas esto que es ser hijo, ninguno lo mereció por sí, y Cristo derramando su sangre liberalmente por nosotros y, haciéndonos gracia de ella, la alcanzó para todos.

Síguese:

El cerco de tus muslos como ajorcas muy bien labradas de mano de oficial.



Y esto dice por la espesura y macicez de las piernas, que no son flojas, sino rollizas y bien hechas y redondas; en tal manera que si hiciese un artífice una ajorca o collar de muy perfecta redondez, y se lo ciñese a las piernas, vendría muy justo, y se hincharía toda ella de carne.

Donde decimos cerco o redondez, algunos entienden conjunturas y artejos o goznes de las rodillas donde juega el muslo, y así trasladan el juego de tu muslo, etc. No quiere decir más de lo que suena, que es la redondez de los muslos y el cuerpo de ellos, que es una maciza y rolliza hermosura y de muy gentil proporción. La cual pusieron los Setenta Intérpretes con mucha propiedad y significación diciendo en griego `ruqmoi twn nmoriwn rythmoi ton morión, que es toda buena proporción y compostura de partes entre sí. Bien se descubre sobre los vestidos el grueso y buen talle de los muslos, mayormente cuando se va de prisa y contra el aire; mas lo que se sigue, no sé cómo las compañeras de la Esposa, ni de dónde, lo pudieron adivinar.

Dicen:

2. El tu ombligo como vaso de luna, que no está vacío.

Vaso de luna: es decir, hechura de luna, esto es, perfectamente redondo. Mixtura: entiéndese de vino mezclado con agua y templado.

Quiere decir: sobre estas dos hermosas columnas de tus piernas se asienta el edificio de tu persona. La primera parte de él es el ombligo y vientre tuyo, el cual está muy hermosamente proporcionado, porque o parece sino una taza tan redonda como la luna; y que esta taza está siempre llena de mixtura, que es vino aguado para beber; así, ni más ni menos, es el tu vientre redondo y bien hecho, ni flojo ni flaco, sino lleno de virtud que nunca le falta.

Y para más declarar esta loa del vientre, torna a decir: Tu vientre, como montón de trigo rodeado de violetas. Y es muy gentil apodo este, porque el montón de trigo está por todas partes redondo e igual en redondez, que en ninguna parte de él hay hoyo ni seno alguno, porque luego los granos le hinchen; y así dice ser de todas partes lleno y levantado el vientre de la Esposa. Por el ombligo, como parte, entiendo el vientre, que Aristóteles y Galeno llaman inferior, que es así redondo; la parte más alta, que toca en el estómago y se avecina del pecho, es de quien dice tu vientre, como montón de trigo cercado de violetas, que es añadir hermosura a hermosura.

Suben del vientre a los pechos, viniendo por su orden en la fábrica del cuerpo, y dicen:

3. Tus tetas como dos cabritos mellizos de una cabra.

Ya arriba dijimos de esta comparación.

Sobre los pechos se levanta el cuello, y así añaden:

4. Tu cuello como torre de marfil, que es llamarle alto, blanco, liso y bien sacado, que es todo lo bueno que ha de tener el cuello para ser hermoso.

La Iglesia, como lo enseña el Apóstol, es como un cuerpo, cuya cabeza es Cristo, en el cual la diferencia de los estados y vidas hacen lo mismo que los diferentes miembros en el verdadero cuerpo. El cuello, por donde se recibe el alimento y se despide la palabra, son en la Iglesia los predicadores, que reciben el aliento del Espíritu Santo, y lo comunican por palabras a los demás. Pues los tales han de ser como torre de marfil, esto es, firmes y blancos y sin mancha ni engaño en su doctrina, que ni dejen por temor de decir rasamente lo que deben, ni obscurezcan con afeitados colores, ni con palabras enderezadas a sólo el gusto de los oyentes, la sencillez y pureza de la santa doctrina y la verdad no artificiosa del Evangelio.

Dice más:

Tus ojos estanques de Hesbón, junto a la puerta de Bathrabim.



Vese en esto que los ojos de la Esposa eran grandes, redondos y bien rasgados, llenos de sosiego y resplandor; que todas estas cualidades se muestran en un estanque lleno de agua clara y sosegada. Hesbón es una ciudad fresca de Israel, la cual ganaron los hebreos a Seón, rey de los amorreos, Números 21, 21; y estos estanques que aquí dice la letra, estaban junto a una puerta de la dicha ciudad que se llama Bathrabbim, que quiere decir «hija de muchedumbre»; y llamábase así porque, en entrando por ella, estaba luego una plaza grande y capaz de mucha gente; que, según parece de muchos lugares de la Escritura, antiguamente las plazas y las casas de consistorio, que agora están en medio de la ciudad, entonces estaban junto a las puertas de ella; y como era grande y capaz, su nombre de la plaza era Bathrabbim, que es «hija de muchedumbre». Porque los hebreos en su uso y manera de hablar, se sirven del nombre de hijo para diversas cosas, como para decir muy sabio, dicen «hijo de sabiduría», y por muy malo, dicen «hijo de maldad».

Dicen luego loándola más:

El bulto de tu cara como la torre del Líbano.



San Jerónimo y los demás declaran o trasladan aquí tu nariz; y la palabra hebrea, que es af, recibe el uno y el otro sentido, y quiere decir nariz y también toda la cara y bulto, y lo que en español decimos «faces». Y de estas dos cosas paréceme mejor que entendamos en este lugar la postrera de ellas. Porque comparar la nariz a la torre, no sé si es cosa muy conveniente; y eslo mucho, si la comparación se hace al semblante de la Esposa, levantado y hermoso y lleno de majestad y gallardía.

Si entendemos la nariz, diremos así: La tu nariz es semejante a la torre del Líbano, que mira hacia Damasco. La cual torre estaba puesta en aquel monte tan nombrado y celebrado por sus frescuras, y era muy fuerte, porque servía de atalaya en las fronteras de Damasco, que era cabeza de Siria. Así dice: Tu nariz hermosa y bien hecha, que se levanta fuera de tu graciosísimo rostro, como aquella hermosa y fuerte torre, que está asentada sobre el fresco monte del Líbano y se levanta sobre él.

5. Tu cabeza sobre ti como el monte Carmelo.

La última parte de la Esposa es la cabeza, considerando desde los pies; y llamamos en este lugar la cabeza al casco de ella, donde nacen los cabellos, y por eso la letra dice: Tu cabeza, que está sobre ti; que es decir: lo último de tu cabeza es tan hermoso y tan gentil como el monte Carmelo, que es un monte muy alto en tierra de Israel, muy bien celebrado en la Escritura por haber estado en él muchas veces Elías y Eliseo profetas.

Y para denotar cuán gentil mujer y cuán dispuesta es esta Esposa, le dicen que su cabeza sobrepuja a las otras, como la cumbre del monte Carmelo a los otros montes. La palabra hebrea karmel significa tres cosas diferentes: «espiga llena», y «grano», y el «monte» sobredicho, y así los doctores trasladan diferentemente este lugar; y aunque en cualquiera sentido tiene propiedad la comparación, pero el que habemos dicho es el mejor y el más recibido.

Añade luego:

Tus cabellos como púrpura. El rey atado en las canales.



Este es lugar oscuro y dificultoso en sí, y por la variedad de los que lo trasladan y declaran. La palabra hebrea reatim quiere decir «maderos» o «tablas delgadas y pequeñas», y de aquí significa la techumbre de algún edificio, hecho de artesones, obra morisca, compuesta de muchas piezas pequeñas. También quiere decir canales de madera, largas y estrechas, por donde suelen guiar el agua; y según esta diferencia, trasladan los unos y los otros muy diferentemente. Los primeros leen de esta manera: Tus cabellos como la púrpura o carmesí del rey, asida a los maderos o artesones; que es decir que sus cabellos de la Esposa en su lindeza y hermosura son semejantes a las flocaduras de seda y de carmesí de los doseles y tapicería real, que está colgada del techo y artesones de la casa. Otros leen de esta manera: son como la púrpura real puesta en las canales; y entienden por esto los baños donde meten los tintureros la seda o grana, cuando la tiñen, porque entonces, como más nueva, así estará más lucida y de mejor lustre.

Si se mira y guarda la propiedad de la letra hebrea, ni los unos ni los otros dicen bien, porque se ha de leer así: Los cabellos de sobre tu cabeza como púrpura, y aquí se ha de hacer punto; y añadir luego: El rey asido y preso a las canales, y que es decir colgado de los mismos cabellos por el amor y afición, los cuales se significan aquí debajo de este nombre de canales; porque en ellas el agua cuando corre se va encrespando y haciendo unos altos y bajos, muy semejantes a los que se parecen en los largos y hermosos cabellos, que sueltos con el movimiento sobre los hombros de a persona, se ondean y toman nuevos y diferentes lustres, y hace unas como aguas muy graciosas. Y esta letra, demás de ser la más propia, encarece mejor que otra ninguna la hermosura de los cabellos, que aquí se pretenden loar; porque, demás de decir que son lindos y vistosos como púrpura, que es decir mucho, como luego declararemos, dice que son un lazo y como una cadena, en que, por su inestimable belleza, está preso el rey, esto es, Salomón, su esposo.

Pues siguiendo esta letra, para mejor entendimiento de la comparación, es de advertir que la púrpura antigua, de la que agora no tenemos uso, tenía dos cosas: que era finamente bermeja y relucía desde lejos, como el carmesí que los plateros ponen sobre oro o plata. Conforme a esto, asemejan aquellas dueñas el cabello de la Esposa a la púrpura, porque debían ser castaños, que, aunque no sea perfecto rojo, tira más a ello que a otro color; porque en las tierras calientes, como son las de Asia, no se estima el cabello rubio, antes a los hombres está muy bien el negro, y a las mujeres negro o castaño o alheñado, como ellas lo suelen curar, y hoy día lo usan las moriscas. Por eso los alaban aquí de aquel color, y más por el resplandor que daban de sí; y en esto eran muy semejantes a la púrpura. Porque vemos que el color castaño, y otros que se le parecen cuando relucen, son sus luces rojas, así como las luces del amarillo tiran a blanco, y las del verde a negro. Pues dícenle aquí a la Esposa que sus cabellos son rojos un poco y relucientes, como la púrpura, y que son crespos y ondeados como canales, o regueras adonde el agua va dando vueltas. Y usan luego de un parlar común a los enamorados, diciéndole: «Y en esas vueltas de tus cabellos tienes tú atado y preso al rey y Esposo y enamorado tuyo». De los cabellos hace el amor la cuerda con que los liga, que es una muy regalada y muy graciosa y amorosa loa.

Y concluyen diciendo:

6. ¡Cuánto te alindaste! ¡Cuánto te enmelaste, Amada, en los deleites!

Esta es una cláusula sentenciosa que remata todo lo sobredicho, que los retóricos llaman epiphonema, y va mezclada con una gran admiración, como es natural, después de haber visto o desmenuzado por palabras alguna cosa muy buena, romper el ánimo del que lo ve y trata en otro tanto espanto y admiración.

Pues dicen aquellas dueñas: «¿Por qué es ir particularizando tus gracias? Pues es cosa que saca de juicio ver cuánto seas graciosa en todas tus cosas, tus dichos, tus obras, dulce y alindada y deleitosa, pues eres el extremo de la hermosura y de la lindeza». Y así fue remate de lo pasado el decir esto, que dio nuevo principio a lo que ya quedaba por decir, y así añaden:

Esta tu disposición, esto es, tu gallardía y bien sacada estatura, semejante es a la palma, que es árbol alto, derecho y hermoso; y tus pechos a los racimos; hanse de entender de alguna vid o parra que, estando aunada a la palma y abrazada con ella, o que trepa por el tronco arriba, dando vueltas y encaramándose con sus sarmientos; que, así como los tales racimos cuelgan y están asidos de la palma, así los dos pechos tuyos se salen afuera, y se muestran estar colgados de tu gentil estatura.

Porque es natural de la belleza acodiciar así a cualquiera que la conoce; y porque es común uso de las mujeres, cuando cuentan de alguna otra hermosa o graciosa, que les agrada mucho decir: «Va tal y tan linda, que quisiera llegarme a ella y dalla mil abrazos y mil besos», siguiendo e imitando Salomón a este efecto, añade con singular gracia y propiedad las palabras que se siguen:

7. Dije: Yo subiré a la palma y asiré tus racimos y serán tus pechos como los racimos de la vid, el aliento de tu boca como el olor de las manzanas. 8. Y el tu paladar como el vino bueno que va a mi amor a las derechuras, que hace hablar labios de dormientes.

Son palabras que cada una de las dueñas dice por sí, en que muestran por galana manera la codicia y afición de gozalla, que ponía la Esposa con su hermosura en ellas, y en todas las que la miraban. Que es decir: «Tan dispuesta y linda eres, como una palma. ¡Ay! ¡Quién subiese a ella hasta asirse de sus racimos altos!».

Dije: esto es, a mí y a cuantos te ven, encendidos en tu belleza, nos dice el deseo y el corazón: «¡Quién te alcanzase y gozase, así que pueda llegarse hasta ti y, recreándose entre tus brazos y dándote mil besos, coger el fruto de tu boca y pechos!». Y así dicen: Y serían, esto es, y son (pone el tiempo pasado por el presente); pues, y son tus pechos como racimo de vid, que es fresco, oloroso y apiñado y de gracioso y mediano bulto.

Y el olor de tu boca como el olor de manzanas, que es olor por extremo suave y apacible. O hagamos de todo esto una razón trabada y continuada, que diga de esta manera: «¡Ay, linda eres como una palma! Yo quiero llegarme a ella y asíreme de los sus racimos altos, y subíreme hasta la cumbre».

Y seranme los tus pechos como racimos de vid: alegrarme he y deleitarme he con ellos, tratándolos como unos frescos y apiñados racimos de uvas. Cogeré el aliento de tu boca, más olorosa que manzanas; gustaré el gusto de tu lengua y paladar, que en el deleitar, alegrar, embriagar con dulzura y afición tiene más fuerza que el vino mejor, y más gusto da a mi Amado cuando más sabor halla en él y más dulce lo siente; que bebe tanto de él que, después parla temblando los labios y desconcertadamente, como si estuviese durmiendo. Que decir esto así, es llegar hasta el cabo de todo lo que puede y suele decir un deseo semejante. Y esta es la sentencia.

En las palabras donde se compara el paladar al vino hay alguna oscuridad, porque dice así:

9. El tu paladar como vino bueno, que va a mi Amigo a las derechas; hace hablar con labios dormientes.

Que va: quiere decir, cual es el que coge o bebe el mi amigo; que es como decir en español mi vecino o fulano, palabra que no determina alguna cosa o persona cierta, y confusamente las significa a todas.

Dice que va a las derechas. La palabra hebrea es lemesarim, que quiere decir derechas, se puede entender en dos maneras: la una, es decir que se bebe a las derechas o derechamente, esto es, que contenta y da gusto y derechamente y con razón, por su bondad y excelencia; la otra, es que «ir el vino a las derechas» sea irse y entrarse, como decimos, de rondón, dulce y suavemente por la garganta, y de allí a la cabeza. Esta es forma de hablar usada en esta lengua, que corresponde y significa lo que solemos entender en la nuestra, cuando hablando del vino, que es bueno en el gusto y hace después de bebido sus obras, decimos «que se cuela sin sentir». De esta manera de decir en el mismo propósito usa Salomón en Proverbios, cap. 23, diciendo: «No mires el vino cuando se torna rojo y toma su color, y va a las derechas»; como si dijese, que como se cuela dulcemente, embeoda y hace hablar después desconcertadamente, como suelen hablar los que están vencidos del vino; que es propiedad del bueno y suave, que se bebe como si fuese agua, y puesto después en la cabeza y hecho señor de ella y de la razón, traba de la lengua y media las palabras y muda las letras y turba todo orden de buena pronunciación.

Yo soy a mi Amado, y su deseo a mí.



Estas palabras dice de sí la Esposa propiamente, de arte que, habiendo relatado al Esposo las cosas que en su loor las compañeras le dijeron, vuélvese a él agora y dícele lo que entonces les respondió, o lo que ahora está bien decirle, que es como si dijera: «Sea hermosa y linda cual os parezco, no me entremeto en eso; esto sé, que tal cual soy, soy toda de mi Amado, y él no desea ni ama otra cosa más que a mí». Que son palabras que por la coyuntura en que se dicen, esto es, cuando parece que, por ser tan soberanamente loada, de ninguna cosa se pudiera desvanecer algún tanto, y volviendo sobre sí amarse demasiadamente y juzgar que, si su Esposo la amaba, era cosa que se le debía, así que, por decirse en esta coyuntura, muestran y encarecen el excesivo amor que tenía a su Esposo, por el cual, siendo así loada, de ninguna cosa se acordó primero que de su Esposo, como diciendo: «Eso y más bien que hubiera en mí, todo es de mi Amado; todo se le debe y todo lo quiero yo para él, y lo tengo de él, y no hay que tratar de que yo quiera a otro, ni que piense nadie gozar de mí, ni lo diga, que yo toda soy y seré de mi Amado, y él es mío; y el que bien me quisiere, quiérale a él bien, que yo no soy más de lo que él quiere que sea».

Esto es según la letra, que, según el entendimiento cubierto del espíritu, es un humilde reconocimiento que el ánima santa tiene de que cuanto bien y cuanta riqueza posee es de Dios y para Dios. Y así dice: «Yo, si soy algo, por beneficio de mi Amado lo soy, y el su deseo y amor que me tiene es lo que me hermosea y enriquece».

Yo soy de mi Amado y su deseo a mí. Tres condiciones y diferencias conocemos y entendemos en el amor de dos personas: una, cuando fingen quererse bien, y viven engañándose el uno al otro con palabras y demostraciones amorosas; otra, cuando alguna de las partes ama con verdad y la parte amada muestra quererle bien responder, mas de hecho no le responde; la tercera es cuando quieren y son queridos por igual grado y medida.

De los primeros no hay que tratar, porque no es amor el suyo, sino un fingimiento y embuste, y cual hacen, así lo pagan; y aunque entrambos hagan mal y profanen la virtud, verdad y santidad del amor, cuyo nombre usurpan y cuyas propiedades remedan, estando tan lejos de sus obras, pero ninguno agravia al otro ni tiene que quejarse de su compañero, porque, en fingir entre sí y mentirse, ambos corren parejas.

El segundo estado, donde el que ama no es amado, es estado de amor, pero es estado infeliz y trabajoso más que ninguno otro de cuantos hay debajo del cielo; porque se juntan en él culpa y pena, y son todos los males en su más subido grado. La pena padece el que ama, y la culpa se comete por parte del que no responde a su amado. Y entenderse ha cuán grave sea cada uno de estos males en su corazón, si se advierte primero que el amor una persona a otra no es otra cosa sino hacer el que ama un entregamiento y una cesión de sí y de todos sus bienes en el que es amado, desposeyéndose a sí mismo, y poniendo en la posesión de esto y de toda su alma a la otra parte. Y que esto sea así, está claro, porque el amor es un aplicarse y entregarse la voluntad a lo que se ama, y la voluntad es la señora que manda y rige, y sola ella mueve y menea todo lo que está en la casa del hombre; de donde se sigue que amar es darse todo, porque es dar la voluntad, que es señora de todo. Tócase esta verdad con las manos y con la experiencia; porque vemos que el que ama de veras no vive en sí, sino en lo que ama; siempre piensa en ello y habla de ello; su voluntad es la de su amado, sin saber querer otra cosa, ni sin poder querella; que es evidente señal que no es suyo, sino ajeno, entregado ya en poder y albedrío de otro, que es la regla y el señor de su querer y entender.

Esto presupuesto, entiéndese la pena y el incomparable mal y daño que padece la parte desamada, porque se ve desposeída de sí y entregada sin remedio en el poder ajeno; y que el señor se levanta con la entrega villanamente, sin hacelle correspondencia o restitución alguna. Si es pena o no verse desposeído y despojado de su honra o hacienda el rico, ya veréis cuál y cuánto mayor será la del pobre que se ve desposeído de lo uno y de lo otro, y de sí mismo, que ver a sí mismo y a todos sus bienes en el poder ajeno. Y si pena más y es causa de mayor sentimiento la pena, que viene sin culpa, ¿qué dolor sentirá el que de buen servicio saca mal galardón, y el que sembrando amor coge fruto de desdén y aborrecimiento?

Por el contrario, por los mismos pasos se entiende lo segundo, lo mucho que peca y la gran fealdad y vileza que comete el que, siendo amado, no ama o no desengaña abiertamente al triste amante. Porque, si es culpa hurtar la capa y si es pecado tiznar la fama ajena, ¿qué será levantarse alevosamente con la posesión de todo juntamente, de la fama, de la hacienda, de la vida y del alma, y finalmente de toda una persona que nació libre, y se vendió a él para comprar con este precio parte de tu voluntad? Este se recoge el precio y se alza con él y con toda la mercaduría. Y si la verdadera caridad es noble, aun con los que no conoce, y se extiende su virtud y beneficios aun hasta los malquerientes y enemigos, ¿qué palabras encarecerán la bajeza del que paga el amor con desamor, y roba la libertad del que le sirve y se va riendo con ella, y triunfa de su mayor amigo y da en trueco y cambio de firmeza y sencillez y claridad del buen amor un cuento o un millón de engaños y de embustes, un favor fingido y recateado, un cariciar muy disimulado, un mofar y un reír muy verdadero en volviendo las espaldas, una muestra de favor muy recateado, un enfadarse luego de lo hecho, y luego agraviarse de nonada, levantar en el aire sin fundamento mil vanidades de quejas, con otros melindres y niñerías que se callan? Así que quien esto hace por más principal persona y por más generosa que sea, aunque nadie se lo diga, dígaselo ella a sí, y condénese con el testimonio de su conciencia, por muy baja y muy soez y de muy viles y torpes mañas.

Porque se ha de entender que, entre las personas, (aunque en las demás cualidades o que se adquieren por ejercicio o que vienen por causa de fortuna o que se nace con ellas), pueda haber y hay grandes y notables diferencias, pero unidas en caso de amor y voluntad, porque esta es señora y libre, así como en todo es libre, así todos en ella son iguales, sin conocer ventaja del uno al otro por de diferentes estados y condiciones que sean. Así que mi voluntad es de tanto valor como la de mi vecino, cualquiera que sea, y no se puede pagar la deuda de mi amor sino con otro amor tan bueno y tan grande. Lo cual es en tanto verdad, que aun una sola cosa que hay, que por el incomparable exceso que nos hace podía bien salir de esta cuenta, que Dios es principio de todo bien y bien sin colmo, y se iguala con nosotros en este artículo y da por bien vendido el cuanto de su voluntad por el tanto de la nuestra. Y así dice: «Yo amo a los que me aman»; y en otra parte: «El que me ama a mí, será amado de mi Padre». Y queda dicho lo mucho que le ofende el que no ama, y el miserable mal que padece el que no es amado, y la infelicidad y gran copia de males que se encierran en este estado que dijimos ser segundo.

Resta que digamos de lo tercero, donde se entiende todo esto, porque ciertamente es la más alegre y dichosa vida que en esta vida se vive, y es muy semejante y cercano retrato del cielo, donde viven las llamas del divino amor, en que, amando y siendo amados, los bienaventurados se abrasan; y es una melodía suavísima que vence toda la música artificiosa, la consonancia de dos voluntades que amorosamente se responden. Porque los que aman, como los primeros que dijimos, no son hombres; y los que aman como los segundos son, o desdichados o malos hombres; sólo para estos terceros queda la buena dicha y la buena andanza, que como dicen los sabios, consiste en tener el hombre todo el bien que quiere; el que ama y es amado, ni desea más de lo que ama, ni le falta nada de lo que desea.

De este bienaventurado amor gozaba la Esposa, y por eso dijo: Yo soy a mi Amado, y su deseo a mí.

Y, dicho esto, convídale a que salga con ella a vivir al campo, huyendo el estorbo e inquietudes de las ciudades; y porque, sin embarazo de nadie se gocen ambos y gocen de los bienes y deleites de la vida del campo, que son varios y muchos, y ella refiere algunos y así dice:

10. Ven, Amado mío; vamos al campo, pasemos las noches en las granjas.

11. Levantémonos de mañana a ver si florece la vid; que todas son cosas que dan gran gusto y recreación. Pero lo que ella más pretende es poderse gozar a solas y sin estorbos de gentes, que para los que se aman de veras es tormento a par de muerte. Y por eso dice: Allí te daré mis amores.

12. Las mandrágoras si dan olor; que todos los frutos, así viejos como nuevos guardé en mi puerta para ti.

Como si dijese: Demás de estos gustos y pasatiempos, que tendremos de gozar del campo y andar viendo cómo florecen los árboles, no nos faltarán buenos mantenimientos, dulces y sabrosas frutas, así de las frescas y recién cogidas como de las de guarda, que son riquezas de que suele abundar la vida rústica; lo cual todo, dice, yo te lo guardé y aderecé.






ArribaAbajo Capítulo octavo

1. (ESPOSA:) ¿Quién te me dará, como hermano, que mamases los pechos de mi madre? Hallarte ía fuera; besárate y ya nadie me despreciaría.

2. Cogerte ía en casa de mi madre y en la cámara de la que me parió; y enseñaríasme; daríate a beber vino adobado y del mosto de las granadas mías.

3. Su izquierda debajo de mi cabeza, y su derecha me abrazará.

4. (ESPOSO:) Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, ¿por qué despertaréis, por qué desasosegaréis al Amada hasta que quiera?

5. (CORO DE PASTORES:) ¿Quién es esta que sube del desierto, llena de deleites, recostada en su Amado?

(ESPOSO:) Debajo del manzano te desperté; allí te parió la tu madre; allí estuvo de parto la que te parió.

6. Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte, duros como el infierno los celos, las sus brasas [son] brasas de fuego encendido vehementísimas.

7. Muchas aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos lo pueden anegar. Si diere el hombre todos los haberes de su casa por el amor, como si no los preciase.

8. (ESPOSA:) Nuestra hermana pequeña y no tiene pechos; ¿qué haremos de nuestra hermana cuando se hablare de ella?

9. Si hay pared, edificaremos sobre ella un palacio de plata; si hay puerta, fortalecerémosla con tablas de cedro.

10. Yo soy muro y mis pechos como torres; entonces fui en sus ojos como aquella que halla paz.

11. Tuvo una niña Salomón en Baal-Hamón; entregó la viña a las guardas, y que cada uno traiga por el fruto de ella mil monedas de plata.

12. La viña mía, que [es] mía, delante de mí; mil para ti, Salomón, y doscientos para los que guardaren su fruto.

13. (ESPOSO:) ¡Oh, tú, que estás en el huerto, los compañeros escuchan, haz que yo oiga tu voz!

14. (ESPOSA:) Huye, Amado mío, y aseméjate a la cabra montés y a los ciervecitos de los montes de los olores.


ArribaDeclaración

1. ¿Quién te me dará, como hermano?

Una de las cosas que hay en el verdadero amor es el crecimiento suyo, que mientras más de él se goza, más se precia y más se desea; al contrario es el amor falso y vil, que es fastidioso y pone una aborrecible hartura.

Hemos visto bien los procesos de este gentil amor, que aquí se trata; cómo al principio, la Esposa, careciendo de su Esposo, deseaba siquiera algunos besos de su boca; después de haber alcanzado la presencia y regalos suyos, deseó tenerle en el campo consigo; y ya que le tiene en el campo, gozando de él a sus solas sin que nadie le estorbase, desea agora tener más licencia de nunca se apartar de él, sino en el campo y en el pueblo andar siempre a su lado y gozar de sus besos en todo lugar y todo tiempo. Y para mostrar este deseo la Esposa y la manera como quería cumplillo, comienza como en forma de pregunta diciendo: ¿Quién me dará? La cual en la lengua hebrea es oración que decimos deseo y vale tanto como ¡ojalá pluguiese a Dios! Y así es aquello que dice Jeremías, 7: «¿Quién dará agua a mi cabeza?». Y David dice: «¿Quién me dará alas como a paloma, y volaré?».

Pues la Esposa, estando a sus solas y sin conversación de gentes, ella goza de los besos de su Esposo, y se alegra y se huelga mucho con él; mas cuando está delante de gentes, tiene vergüenza, como la suelen tener las mujeres, y dice que es gran pérdida aquella, porque siempre querría estar colgada de sus hombros del Esposo, cogiendo sus dulces besos sin descansar un punto; y que pluguiese a Dios ella pudiese tenello y tratar con él, como con un niño pequeño, hermano suyo, hijo de su madre, que aún mamase; que, como ella lo hallase en la calle, arremetería con él y le daría mil besos delante de todos cuantos allí estuviesen. Porque esto es muy usado de las mujeres con los niños, y no son notadas por esto ni tienen empacho de hacer estos regalos, y mostrarles este amor públicamente. Esta facilidad usa la Esposa tener en los besos de su Esposo y gozar de él. Y durando aún en la semejanza que ha puesto del niño, prosigue con su deseo diciendo:

2. En teniéndote yo en mi casa, con mil besos y abrazos te daría a beber vino dulce con miel y especias, y otras cosas que los antiguos usaban por que fuese más suave y menos dañoso; y esto era más género de regalo que de ordinaria bebida.

Y darte ía también arrope de granadas; porque con todas estas cosas dulces se huelgan los niños, y sus madres y hermanas tienen gran cuidado de les regalar así. Y lo que dice enseñaríasme, es como si dijese (estando todavía en la figura del niño y comenzando a hablar): «Diríasme mil cosas de las que hubieses visto y oído por la calle, y mil cantarcicos»; porque los niños todo cuanto ven y oyen, lo parlan bien o mal, como aciertan, y de esto reciben gran regocijo las madres que los crían y aman.

Conforme al espíritu, se pone aquí el grado más alto y de más subido amor que hay entre Dios y entre los justos, que es llegarle a amalle y querelle bien, así que no se recelen ya ni se recaten de ninguna cosa de las del mundo, llenos de una santa libertad que no se sujeta a las leyes de los juicios y devaneos mundanos; antes rompe con todos y hace la ley sobre todos por sí, y sale con esto, porque al fin la verdad y la razón es la que vence. Pues los que llegan a este punto y a esta perfección de gracia, que son pocos y raros, que andan ya con espíritu de verdad y santidad, y que, viven vida espiritual y fiel, viven como viven los justos, no tienen respeto a cosa alguna, sino en público y en secreto gozan de la suavidad de sus amores, los tales entonces son hermanos de Cristo e hijos perfectos de Dios, como lo manifiesta el Apóstol (ad Romanos, capítulo 8): «Los que son gobernados por el espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios». Y él mismo dice que «Cristo tiene muchos hermanos, y es el primogénito entre ellos».

Pero es de advertir que, aunque los sobredichos por el gran extremo de su amor y gracia tienen ya cobrada licencia para amar y servir a Dios a ojos vistas del mundo, sin temor de sus juicios, estos mismos sienten un particular gusto y una libertad desembarazada cuando se ven a solas con Dios, sin compañeros ni testigos. Y por esto dice que te halle fuera; lo cual en todo amor es natural: los que bien se aman, aman la soledad y aborrecen cualesquiera estorbo de la compañía y conversación. Porque el que ama y tiene presente lo que ama, tiene llena su voluntad con la posesión de todo lo que desea; y así no le queda voluntad ni deseo, ni lugar para querer ni pensar otra cosa. Y de ahí nace que todo lo que le divierta algo de aquel su amor y gozo, poniéndose delante, le es enojoso y aborrecible como la muerte. Así que en toda la amistad pasa esto así; pero señaladamente más que en otra ninguna se ve en la que se enciende entre Dios y el alma del justo. Porque así como excede sin ninguna comparación el bien que hay en Dios al que se puede hallar y desear en las criaturas, por su acabada perfección y beldad infinita, así los que por gran don suyo, enamorados de este bien, comienzan a tener gusto de él, gustan de él incomparablemente más que de otro, cuando le tienen ausente él solo es su deseo; cuando por secretos favores, se les da presente, arden en vivo fuego; y, ricos en la posesión de un bien tamaño, juzgan por desventura y mala suerte todo lo que fuera de él se les ofrece.

Y en tanto grado aman a la soledad y se molestan de todo lo que les ocupa cualquiera parte de su voluntad, por pequeña que sea, que si en estado tan bienaventurado como es el suyo se compadece haber pena o falta, no se siente otra cosa si no es la de su entendimiento y voluntad, que por su natural flaqueza y limitación quedan atrás del amor que a tan excelente amor se debe. De aquí es que los tales, por la mayor parte, se apartan de los negocios y trabajos de esta vida, huyen el trato y conversación de los hombres, desterrándose de las ciudades y aman los desiertos y los montes, y viven entre los árboles, y a solas y solos, al parecer olvidados y pobres; pero a la verdad alegres y contentos, y tanto más cuanto en vivir así están más seguros de que cosa alguna les pueda cortar el hilo de su bienaventurado pensamiento y deseo, que de continuo en el corazón les avisa, y dicen con la Esposa: ¿Quién te dará, hermano mío, criado a los pechos de mi madre, que te halle fuera?

En toda parte está Dios, y en todo lo bueno y hermoso que se nos ofrece a los ojos en el cielo y en la tierra y en todas las demás criaturas, hay un resplandor de su divinidad, que por oculto y secreto poder está presente en todas y se comunica con todas. Mas estar Dios así es estar encerrado; y lo que se ve de él, aunque por ser de él es bien perfecto, por parte de los medios, que son bien limitados y angostos, vese más imperfectamente y ámase más peligrosamente. Y por eso quiere la Esposa tenelle fuera, que es gozalle así por sí sin miedo ni tercería de nadie, ni sin ir mendigando ni como barruntando su belleza por las criaturas; y visto así cual es y cuán grande y perfecto es, llegalle así consigo y abrazalle con un nuevo y entrañable amor; metello en su casa y en lo más secreto de su alma, hasta transformarse toda en él y hacerse una misma cosa con él, como dice el Apóstol: «El que se ayunta a Dios hácese un mismo espíritu con Él». Y entonces se verá la verdad de lo que añade, y nadie me despreciará; que, como dice San Pablo, «todo lo que acá se vive es sujeto a vanidad y escarnio; pero aquel día será, que volverá por la honra de la virtud y descubrirá la gloria de los hijos de Dios».

Mas tiempo es que volvamos al hilo de nuestro propósito. Dice la Esposa:

3. Su izquierda debajo de mi cabeza, y su diestra me abrazará.

Es propio del corazón enternecido en la pasión del amor desear mucho, y viendo la imposibilidad o dificultad de su deseo, desfallece con las fuerzas y desmáyase luego. Estaba, como parece, la Esposa en el campo con su Esposo, y, aunque gozaba de él, deseaba gozarle con más libertad y sin estar obligada a recatarse de nada, como declaró en las palabras ya dichas; mas viendo que le faltaba aquella facilidad para gozar totalmente de su Amado, desmáyase con una amorosa congoja, como en semejantes afectos otras veces lo ha hecho. Y porque para todas sus pasiones tiene por único remedio a su Esposo, al tiempo de su desfallecimiento, demanda el regalado socorro del abrazo suyo, conforme a la demanda del otro desmayo, de que ya dijimos, donde declaramos esta letra, y parte de lo que se sigue. Sólo es de advertir un punto en lo que dice:

4. Conjúroos, hijas de Jerusalén, ¿por qué despertaréis y alborotaréis a la Amada hasta que quiera?

La pregunta por qué vale tanto como rogar vedando; y lo mismo quiere decir por qué despertaréis, que no despertaréis. Y tal como esto es lo del salmo: «¿Por qué te apartaste, Señor, tan lejos, por qué escondes tus faces?». Que es decir: «Señor, no te alejes, no te ausentes»; salvo que, diciéndolo por pregunta, pone más compasión, como si dijera: «¿No habéis lástima de despertarla? Dejarle dormir y pasar su desmayo, hasta que torne de suyo a volver en sí».

5. COMPAÑEROS: ¿Quién es esta que sube del desierto sustentada en su Amado?

ESPOSO: Debajo del manzano te desperté; allí te parió tu madre, allí estuvo de parto la que parió.

El primer verso es paréntesis o sentencia entretejida en las hablas de los dos, Esposo y Esposa, y son palabras de las personas que veían cómo los dos amantes se iban del campo a la ciudad, y la Esposa venía muy pegada y abrazada a su Esposo. Porque, después que ella tornó en sí del desmayo sobredicho, se finge subir a la ciudad, y ella, con más atrevimiento que antes, se iba muy junta y abrazada a su Esposo, sin tener el respeto del temor que primero tenía, y como señora ya que fuera de aquella libertad, que poco antes deseaba y pedía, como habemos dicho. Porque el amor suyo, que había ya llegado a lo sumo, le daba alientos para vencer todo esto; y parte fue aquel desmayo que tuvo. Y esta es cosa muy aguda en este caso de amor, y punto de notar mucho; que cada vez que sobre algún negocio que le daba pasión, de escándalo o de otra manera se desmaya uno y pierde el juicio, cuando torna en sí, tiene nuevo ánimo y nuevo atrevimiento en aquel negocio. Y esto es muy probado en los que han estado sin seso, que después tornan otros hombres diferentes de lo de antes; y vemos que el que enloqueció por algún caso de honra, después que torna en su libre poder, no estima aquello; y de esto hay cada día muchas experiencias. Y la causa de ello es lo que acaece por ley de naturaleza en todos los demás sentidos, que eso mismo que sienten y que apetecen naturalmente, cuando acaece, que viene a ser excesivo, los corrompe y los destruye; como vemos que una claridad muy clara ciega a las veces, y un sonido desmedido ensordece, el sentido de tocar se torna insensible con el frío o calor que es extremado. Y por la misma razón un afecto de pena o pasión, que llegó a este extremo de torcer el juicio o desmayar el corazón, deja como amortiguados los sentidos para sentir jamás cosa semejante. Así la Esposa, que poco antes se congojaba por no osar públicamente gozar de sus amores con su Esposo, de sentir mucho esta vergüenza, viene agora a no sentilla, y viene delante de todos tan asida y tan afirmada en él, que todas las otras con admiración preguntan: ¿Quién es esta que sube del desierto, tan asida y junto a su Esposo, que viene como sustentada toda sobre él?

Desierto en este lugar significa tanto como campo; porque así se ve que ellos no tornan del desierto a la ciudad, sino del campo, donde había huertas, viñas y árboles y granjas. Y también porque este vocablo desierto no siempre significa entre los hebreos lugares yermos, y que carecen de habitación y de pastos y verduras; antes muchas veces significa lugares anchos y llanos en el campo, adonde, aunque no hay tan espesas moradas de gentes, no faltan a lo menos algunas, y juntamente hay pastos y bebederos. Porque en la Escritura muchos pueblos y ciudades se cuentan estar asentadas en desierto, que quiere decir en el campo llano; y así leemos en Josué que a los del tribu de Judá les cupieron seis ciudades del desierto, y de Moisén se dice en el Éxodo que llevó el ganado de su suegro, que apacentaba, al desierto, más adentro de lo que antes estaba.

Debajo del manzano te desperté; allí te parió.



Esto es trasladado a la letra del original hebreo, que el trasunto latino dice de otra manera, así: Allí fue corrompida tu madre, allí fue violada la que te parió. El sentido a la letra de estas palabras parece ser que la Esposa, viéndose tornada en sí del desmayo pasado, y con mayor atrevimiento, comenzando a gozar de su Esposo (al cual en la mayor parte de esta Canción se pinta rústico pastor, conforme a la imaginación que el autor de ella tomó), viniendo agora con él muy junta y abrazada, acuérdase del principio de sus amores, de los cuales ella agora tan dulcemente goza; y, acordándose, cuéntalo con gran alegría. Porque una de las condiciones del amor es que a los enamorados hace de gran memoria, que sin olvidarse jamás de cosa, por pequeña y liviana que sea, siempre les parece tener delante un retablo de toda la historia de sus amores, acordándose del tiempo, del lugar y del punto de cada cosa. Y así en sus dichos y secretos usan muchas veces de las cosas pasadas para su propósito; unas veces contándolas, sin parecer que hay para qué; y otras, que se ve claro el fin de su intención. Y como la retórica de los enamorados consiste más en lo que hablan dentro de sí que en lo que por la lengua publican, muchas veces traen lo primero a la postre, y lo último al principio; como vemos en este lugar, que la Esposa dice el principio de sus amores tan al fin de la Canción, que parece que lo debía haber contado antes, si de ello quería hacer mención. Mas, como habemos dicho, en ellos no hay antes ni después en estas cosas, que todo lo tienen presente en su fantasía; y agora, embebecida en la suavidad del amor que delante tenía, pensando unas cosas y callando otras, dice otras. Lo que dice es esto: «¡Esposo mío!, que me parece que agora te desposaron conmigo; y esto era estando yo y tú debajo de un árbol en las huertas, debajo de aquel árbol que te parió tu madre».

Y allí estuvo de parto la que te parió: repite la sentencia, como suele, quiere decir: «No eres extranjero, porque de allí eres natural, y allí te parió la tu madre, y allí te desperté y encendí en mi amor; y porque este amor me ha hecho tan dichosa, gozando del bien que por él gozo, bendigo aquel día y aquella hora y el lugar donde tú me amaste». Lo cual es dicho, como otras cosas que arriba hemos dicho, conforme a lo que mejor dice y asienta y suele acontecer más comúnmente a los pastores y labradores que viven en el campo, cuyas personas y propiedades imita Salomón en este su Canto; a los cuales, así como andan lo más del tiempo en el campo, así les es muy natural en el campo el concertar sus amores los zagales con las zagalas por las florestas y arboledas, donde se topan. Esta es la sentencia de esta letra, cuanto podemos alcanzar, y va más conforme a las otras razones que, en este caso, suelen decir los enamorados.

6. Ponme como sello en tu corazón y como sello en tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte, dura como el infierno, la emulación de sus carbones [son] como carbones de llamas de Dios.

7. Las muchas aguas no pueden apagar el amor y los ríos no lo pueden anegar. Y si diere el hombre todos los haberes de su casa por el amor, los despreciaría.

El gran misterio de este lugar es muy digno de consideración; que hasta aquí mostrado ha el Esposo a la Esposa el amor que le tiene, mas no del todo abiertamente, que unas veces la regalaba antes de agora, y otras la loaba, y algunas se mostraba esquivo y airado, porque ella fuese poco a poco conociendo la falta que sin él tenía; agora, después que ella ha venido a amalle perfectamente del todo y que él siente ser así, muéstrale y dale a entender por claras palabras, sin fingimiento ni rodeos, lo mucho que le ama, como si dijera: «Agora es tiempo de avisar a esta mi Esposa de mi amor, para que no pierda ni disminuya el amor que me tiene». Y dícele estas palabras, las cuales pronuncia con grande y vehemente afecto en esta sentencia: «Ten cuenta, Esposa carísima, cuánto te amo y cuánto he penado por tus amores, y nunca me dejes de tu corazón, ni ceses de amarme, de manera que tu corazón tenga esculpida en sí mi imagen y no la de otro ninguno. Haz que yo esté en él tan firme como está la figura en el sello, que está siempre en él sin mudarse, y todo cuanto se imprime con él sale de una misma imagen; así quiero yo que en tu corazón no haya otra imagen más de la mía, ni que tus pensamientos impriman en él más de a mí, y primero le hagan pedazos que le puedan hacer mudar el retrato que en sí tiene mío. Y no sólo deseo que me traigas en tu corazón y pensamiento, mas también de fuera quiero que no mires, ni oigas otra cosa sino a tu Esposo, y que todo te parezca que soy yo y que allí estoy yo; y esto hacerlo has trayéndome siempre delante de tus ojos, como los que usan sellar sus secretos y sus escrituras, que porque nadie les hurte o falsee el sello, le traen siempre consigo en alguna sortija en la mano, de manera que siempre ven su sello, porque la parte que más presto se muestra y más a menudo vemos, son las manos. Y sabe, Esposa, que tengo razón de pedirte esto, por lo que he hecho por ti, por causa del amor tuyo que está en mi pecho, el cual es tan fuerte y me ha forzado tanto sin podello resistir, que la muerte (contra quien no se ve defensa humana) no es más fuerte que el amor que yo te tengo. Ha hecho esto mismo de mí lo que ha querido este mi amor, como la muerte hace su voluntad con los hombres, sin ser ellos parte para defenderse de ella. Deseo también, Esposa, que me ames solo, sin amar a otro; así porque mi amor lo merece, como por el tormento que reciben con los celos los que aman como yo; que te certifico que no les es menos dura y grave la imaginación celosa que la vista de la sepultura, y más fácilmente sufrirán que les digan: "En este sepulcro que está abierto te han de echar agora", que si les dijesen: "La que tú amas tiene otro amado". Por esto ten cuenta de amarme solo, así como yo solo lo merezco por el encendido amor que te tengo».

Y tornando el Esposo a hablar y recordar su amor debajo de esta figura de fuego amoroso que arde en el corazón, dice que son brasas de llamas de Dios; quiere decir, son brasas vivas y de fuerte llama. Mayor y más ardiente fuego es éste que el que acá se usa, porque el fuego de acá, con echarle un poco de agua, se amata, mas el fuego del amor vence a todas las aguas; echándole agua, arde más y se embravece más, aunque se desarramasen sobre él los ríos enteros. Así que tan fuerte es el amor, que no basta todo el poder de la tierra para lo vencer. Ni tampoco se quiere dejar vencer por dádivas ni sobornos, porque no se abate a nada de esto el amor, por su gran majestad. Así dice: «afirmo que, si el hombre se quiere rescatar del amor, cuando él cautiva a uno y le diese cuantas riquezas y haberes en su casa tiene, aunque fuese el más rico, no curaría el amor de ellas, y despreciaría al que se las ofrecía con gran desprecio y le haría servir por fuerza. De manera que el amor es un señor muy fuerte e implacable, cuando ha tomado posesión en el corazón de alguno. Pues, siendo tal mi amor contigo, justo es que tú me respondas amándome en igual fuerza y grado».

Este es el sentido. Declaremos agora algunas particularidades de la letra.

Como sello en tu brazo; quiere decir, en tu mano y dedo, donde está tu anillo, y significa por el todo la parte.

Por el vocablo infierno entendemos sepulcro. Porque así lo significa aquí y en otros lugares de la Escritura, como en aquello de Jacob (Génesis, 35): «Descenderé al infierno», que quiere decir: «Esta desgracia de la muerte de mi hijo Joseph me ha de acabar y llevar a la sepultura».

Donde dice llamas de Dios, quiere decir «vehementísimas»; como montes de Dios, quiere decir «altísimos»; cedros de Dios, «crecidísimos cedros», como aquello de David (salmo 35): «Es, Señor, tu justicia como los montes de Dios». Y de semejante manera de decir usamos los españoles y otras naciones en sublimar y engrandecer una cosa, que usamos de este nombre, divino, diciendo: «Es un hombre divino, tiene una divina elocuencia».

8. Hermana es a nos pequeña y tetas no tiene: ¿qué la haremos a nuestra hermana el día que de ella se habla?

Después que las mujeres están casadas y por su parte contentas con sus nuevos esposos, suelen acudir nuevos cuidados de remediar y poner en cobro las hermanas menores que en casa de sus padres quedan, y comienzan desde entonces a mirar por ellas y por su honra, y sus esposos las ayudan, tomando por suyo el negocio de las amadas cuñadas. Este mismo cuidado se le mueve agora a esta contentísima Esposa, y cuenta a su Esposo cómo ellos tienen una hermana tan pequeña, que aún no le han nacido los pechos, y que es hermosa, y que, por ser así, no le faltarán nuevos enamorados; y siendo como es niña y simple y sencilla no tendrá valor para recatarse y mirar por sí; por tanto que es menester mirar cómo la guardarán, y qué harán de ella, hasta que venga el tiempo de casalla; que eso es quiere decir el día que se hablará de ella.

A esto responden ellos mismos, diciendo que será bien tenella encerrada en un lugar que esté muy fuerte, y que si se ha de hacer algún edificio de paredes para ello, que sea tan fuerte, tan macizo, tan liso por de fuera como si fuera de plata que no le puedan quebrantar minándolo, ni por él trepando. Y las puertas de tal edificio, guarnezcámoslas de muy fuertes y durables tablas de cedro, para que de esta manera esté bien guardada nuestra hermana.

Estas palabras parecen ser dichas burlando, como si dijesen: «Si por vía de guarda lo habemos de hacer, hagámosle un palacio fortísimo, que no baste nadie a entrar donde ella está». Mas, en fin, dice, todo esto no es menester, y la causa es por lo que añade:

10. Yo soy muro.

Que es decir: Si yo no estuviera casada con tal Esposo como el que tengo, tuviéramos necesidad de tratar de esos negocios para la guarda de mi hermana; mas agora, estando yo tan amparada con la sombra de mi Esposo, tan honrada por su nobleza y tan acatada por su causa, yo sola basto a hacer segura a mi hermana; no hay para qué tenella encerrada de esa manera; sino traella conmigo junto a mí y abrazada a mis pechos, que no haya quien la ose a ofender; porque no hay muro tan fuerte como yo, ni hay torres tan fuertes como mis pechos y la sombra de mi seno; y esta fortaleza tengo yo desde el tiempo que comencé a agradar a mi Esposo y le parecí bien a sus ojos, y él comenzó a comunicarme su amor.

Esto es dicho siguiendo el parecer de algunos; mas a mi juicio todo este lugar se puede entender de otra manera más llana y mejor, diciendo que la Esposa, movida del natural cuidado del bien de su hermana (conforme a lo que dijimos acontece comúnmente a una doncella cuando se ve casada, desear luego el remedio de sus hermanas las demás), así que, movida de esto, pregunta a su Esposo la manera que tendrán, no en guardar ni encerrar a la pequeña hermana, sino en aderezalla y atavialla bien el día de las bodas, al tiempo de casalla, de manera que parezca bien; porque, como dicen, la pobrecilla por la edad y por su propia composición, no tenía pechos y era menudilla y de no muy buena disposición. A esto responde que el remedio será vencer la naturaleza con el arte, y cubrir el defecto natural con la gentileza y precio de los vestidos y arreos; como quien hermosea a un muro, pintándole las almenas de plata, y aforrándole una puerta con tablones y entalladuras de cedro por el mismo fin. Y diciendo y oyendo esto la Esposa, viénele a la memoria acordarse de sí y de su gentileza, y de la poca necesidad que tiene de semejantes artificios para agradar a su Esposo; y agradándose consigo misma y saboreándose consigo misma de ello, dice: Yo soy muro. Como si dijera: «Dios loado, que yo no me vi en esta necesidad de buscar artificios y afeites postizos para agradar al mi Amado; que yo sin ayuda de hermosura ajena me soy el muro y las almenas y las torres de plata, y todo lo demás que dices». Por lo cual, como he dicho, se significa toda la hermosura advenediza, y toda la gentileza añadida por arte.

Prosigue:

11. Una viña fue a Salomón en Baal-Hamon; entregó la viña a los guardas, cada uno trae por el fruto de ella mil monedas de plata.

12. La viña mía, que es a mí, delante de mí; mil para ti, Salomón, y doscientos para los que guardan su fruto.

Después que las mujeres se hallan con buenos y honrados maridos, para la sustentación de su familia es necesario que entiendan en allegar y guardar la hacienda; y cuanto más honrada es y más ama a su marido, más cuenta tiene en esto, como parece claro en las parábolas o Proverbios de Salomón. Y así, luego que esta Esposa se casa tan a su contento, comienza a tener cuidado de la hacienda y esperar de haber gran provecho. Porque ella tiene una muy buena viña, como arriba la oímos decir; y como agora está favorecida con su Esposo, ella tendrá gran cuidado de la guardar hasta que se coja el fruto, y no habrá quien ose apartarla de guardar su viña, como antes hacían sus hermanos. Y así guardándola ella, como persona a quien le duele, estará más entero el fruto de la viña y rentará más. Y para decir esto, usa de un argumento entre sí de esta manera: Salomón, el rey de Jerusalén, tiene una viña en aquel lugar, que llaman Baal-Hamon, que quiere decir «señorío de muchos», como si dijésemos en el pago de muchas viñas, y esta viña arriéndala Salomón a unos hombres para que la labren y guarden, y le traigan mil monedas de plata del valor cierto de aquel tiempo por el fruto de ella, y que ellos se ganen lo demás; y de aquí concluye la Esposa que por fuerza su viña habrá de rentar más que no la de Salomón, porque la guarda ella, que es propia señora, y por la misma causa estaba mejor labrada que no la otra. Y dice: «Pues si la tuya, Salomón, te renta mil a ti, y los que la arriendan y guardan ganan por lo menos la quinta parte, que son doscientos, ¿qué me rentará a mí la mía, de quien yo tendré tanto cuidado?».

Dicho esto, habla el Esposo y dice:

13. ¡Oh, tú que estás en los huertos, los compañeros escuchan, haz que yo oiga tu voz!

La viña de la Esposa no estaba muy lejos de los huertos, como podemos colegir de lo que ella en el capítulo antecedente decía, convidando a su Amado al campo: Levantarémonos de mañana, veremos las viñas y los huertos. De manera que, estando en los huertos, podría ver y guardar su viña. Y como el Esposo es pastor, conviénele andar entre día con su ganado; y así se ocupaba el uno con el pasto, y el otro en la guarda de las viñas, y en aderezar también alguna cosa del huerto, y que esto competía a la Esposa; mas como se amaban tanto, no se quisieran estar apartados uno de otro. Demás de esto suele acaecer que, cuando dos están en grande conformidad de estrecho amor, nunca faltan envidiosos que les pese de ello, porque ellos no tienen semejantes amores, o porque naturalmente son envidiosos del bien ajeno, y cualesquiera señas o cosas que ven pasar entre los buenos amantes les es enojosa y grave. Y de esto reciben gran gusto los que mucho se aman, porque no solamente con estas muestras hacen pesar a los émulos, mas acreciéntase también su amor; que parece que el atizar del contrario les enciende más el amoroso fuego de sus corazones. Esto es lo que pasa en la letra presente, que el Esposo dice a su Amada: «Cuando tú estuvieses en los huertos, guardando tus viñas, y yo anduviere por el campo, apacentando el ganado, canta alguna canción que pertenezca a nuestro amor, de manera que yo la oiga y me goce mucho por ser tu voz, que yo tanto amo; y los pastores que estuvieren escuchando revienten de envidia».

La canción que la Esposa dice para estos propósitos de mostrar el amor suyo y de su Esposo y hacer rabiar a los émulos, es la que está luego a la letra que dice:

14. Corre, Amado mío, que parezcas a la cabra montés, y al ciervecito sobre los montes de los olores.

Como si dijese: «Esposo mío, amado mío, gran deseo tengo de verte; no estés sin venir a visitar a tu Esposa; acude de cuando en cuando a verla, y cuando vinieres, no estés en el camino, sino muestra el amor que me tienes, no sólo en visitarme a menudo, sino en venir más ligero que la cabra montés, y más que el ciervecito que anda en los montes espesos, donde hay cedros, terebintos y otras plantas olorosas; porque bien sabes tú que corren con gran ligereza. No tardes en correr, amor mío verdadero, pues no puedo hallarme sin ti. Con gran presteza acude a verme».

Y podríase trovar esta canción en pocos versos, que dijese de esta manera:


Amado, pasearás los frescos montes
más presto que el cabrito
de la cabra montés y que el gamito.



La virtud siempre fue y es envidiada de muchos, y para muchas gentes no hay dolor que más les llegue al alma que ver a otros que tratan de amar y ser amados de Dios; y si pueden muy a costa suya deshacer esta santa liga, y desterrar la piedad del mundo y poner perpetuos bandos y disensión entre el divino Esposo y los hombres, y sacalle de entre los brazos, lo harían; y así lo intentan y procuran cuanto en sí es. Para contra estos le pide Dios la voz de su cantar y confesión, en que publique lo mucho que le quiere; que es un amargo y mortal tósigo para el gusto de sus envidiosos contrarios, los cuales son falsos y los sembradores de cizañas del demonio y sus bandoleros.

A esto obedece la Esposa, y el cantar de que usa para el gozo del Esposo y rabia de sus enemigos es pedille que se apresure y que venga; que es una voz secreta que, aguzada por el movimiento del Espíritu Santo, suena de continuo en los pechos y corazones de los ánimos justos y amadores de Cristo. Como lo certifica San Juan en el Apocalipsi, capítulo último, diciendo: «El Esposo y la Esposa dicen: Ven, Señor». Y poco después dice él mismo en persona suya, como uno de los más justos: «Ven presto, Señor Jesú»; la cual voz y petición es una muestra de amor muy agradable y muy preciada de Dios. Porque pedille que se apresure y venga, es pedille lo que se demanda en la oración que él nos enseñó, que santifique su nombre; que lo ponga todo debajo de su poder y de sus leyes; que reine enteramente y perfectamente en nosotros; y que vuelva por sí y por su honra, y ponga fin a los desacatos de los rebeldes contra la majestad de su nombre; que dé su asiento a la virtud y, usando de riguroso castigo, ponga en la mala reputación que merecen a los vicios y a los viciosos.

Que todas ellas son cosas que, como dicen, le atañen y pertenecen, y tiene a su cargo de hacellas al tiempo que Él sabe y tiene señalado, que es el día del juicio universal, que con particular razón suele en la Escritura Sacra llamalle día suyo, porque es el propio día de su honra y gloria. Por donde el pedille que se acelere presto y que venga, a Él le es por extremo agradable, y por el contrario les es triste y aborrecible a sus enemigos; porque en descubrir ya Cristo su luz y resplandecer enteramente por el juicio en el mundo, está el remate de todo su mando usurpado y tiranizado, y el principio de su abatimiento y mal perpetuo.

Pues este aceleramiento de la honra de Dios es el que pide en esta letra la Esposa como perfecta ya en el amor suyo; y el que cada cual de nosotros, si somos miembros de Cristo y si nos cabe parte de su divino Espíritu, debemos continuamente pedille; que le plega, aunque sea a costa de asolar las provincias y trocar los reinos y poner a fuego y sangre todo lo poblado y de trastornar el mundo, rompiendo sus más antiguas y firmes leyes, y allanando por el suelo los cerros y los montes, venir volando a deshacer las afrentas y baldones que cada día recibe su honra, y a volver por su honor, y a quien propia y solamente se debe toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.









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