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Cartas a lord Holland sobre la forma de reunión de las Cortes de Cádiz


Gaspar Melchor de Jovellanos






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De lord Holland a Jovellanos


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Jerez de la Frontera, 17 de abril de 1809

Sus cartas del 14 y 14 me han llegado hoy aquí. No se le puede decir cuánto gusto me han dado. La confianza tan cariñosa que usted tiene en mí, ¿cómo la puedo pagar? Créame usted que me llena de reconocimiento, y aunque no estuviese tan lisonjeado de esta prueba de su amistad. Muchísimo gusto hubiera tenido en viendo sus dictámenes sobre las Cortes. Es cierto que la convocación de ellas (acomoda das a las luces del siglo y a los muchos mudamientos que se han hecho desde el siglo dieciséis, y muy aumentadas en el número de sus vocales) parece el medio más cómodo para sacar a ustedes y al país de las muchas dificultades con que (además de enemigos) están rodeados; y aún no estoy enteramente persuadido que la cercanía de estotros disminuya algo del peligro o de la necesidad del remedio.

Pero trêve de estas materias, puesto que espero tener la satisfacción de oírle hablar sobre ellas muy a menudo y muy más a despacio que me permita el trabajo de escribir castellano, y el incómodo y trastorno de mi viaje.

Usted sale con su divieso para hacer rogativas e yo hago las mías para que no le haga mal esta activa devoción.

Está muy buena la señora, y como iremos poco a poco y que está animada del deseo de disfrutar su amable trato de usted y de tantos amigos de que casi ya se había despedido, no recelo que le haga daño ninguno el viaje.

En verdad, las cartas de su Pachín son modelos. Adiós, queridísimo amigo mío,

Vassall Holland.

Sírvase usted enviar esta carta.

La señora piensa en ir muy temprano al paseo, y desde allí ir a ver a usted. Me encarga, pues, a avisarle para que no llevase el chasco de vous croiser en route.

Si hay novedad de los ejércitos le pido me la avise. Adiós, querido y respetado amigo mío,

Vassall Holland.




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Cádiz, 5 de mayo de 1809

Sus amables cartas, mi digno y respetado amigo, son las únicas que nos traen las noticias de los ejércitos, que han sido y serán tan interesantes a españoles y españolados. Con todo, no estoy enteramente contento de las noticias, o por decirlo mejor, de la falta de ellas, de Lisboa. Acaba de llegar aquí un buque que salió de Lisboa el día 21 y nada dice de cierto, trayendo muchas voces y mentiras, pero asegurándonos nada había de oficio en Lisboa. Esto es malo, porque si Wellesley hubiese atacado, no diré el 14, pero aun antes del 19 y con buen suceso, ¿cómo no se sabría de oficio en Lisboa el 21? Y si no atacase, ¿qué habrá sucedido para estorbarlo? Y de Austria corren voces poco lisonjeras. Pues envíenos consuelo de Cuesta, de Blake, y, si se puede, de Wellesley. Cuanto a las Cortes, ya sabe usted que es mi hobbyhorse; y cuando subo en él, no se acaba prontamente la corrida. Le diré con franqueza, que para el país pienso que basta haberlas anunciado. El haber proferido la palabra es suficiente para asegurar la celebración de ellas; pero no creo que ustedes han hecho bastante para granjear la voluntad y la gratitud del pueblo, el cual hubiera muy más satisfecho si hubiesen sido llamadas a un tiempo fijo y nada remoto. ¿Por qué habla mi filosófico y patriótico amigo de preocupaciones y de vejez? Nada por cierto tiene de eso; al contrario, me parece que los principios que se le atribuyen son los de la verdadera filosofía, y del más acreditado patriotismo, tales que Cicerón y mister Fox hubieran aprobado y seguido, si fuesen españoles en este momento. Cada país, como dice usted, tiene sus usos y sus costumbres, y más que todos España, que serán suficientes para asegurar la libertad, si se trabaja de buena fe para darles ese efecto. Y no se ha de examinar cuál ley sería más hermosa en la teoría y sonaría mejor en el papel, sino los agravios que pesan y han pesado, y los medios que tiene España en su seno para aliviarlos y prevenir la reincidencia en ellos. Las Cortes, adaptadas a las luces del siglo y as un cierto punto a las mudanzas que ha hecho el tiempo en la relación entre ciudades y ciudades, y entre provincias y provincias; y sobre todo, aumentadas en el número de sus vocales, me parecen todo lo que se necesita por ahora, prescindiendo, tal vez, de la libertad de la imprenta, en la cual no incluyo más que la supresión de censura por anticipación, esto es, lo que llamamos nosotros un imprimatur. Ahora que se han anunciado las Cortes, se ha de poner mucho cuidado en que los que no han podido resistir a la providencia general, no la echasen a perder por varios medios astutos en los detalles. When bad men conspire, dice Burke, good men must combines, y me parece indispensable que los de la junta, que son enteramente aficionados a las Cortes, ajusten entre sí el modo en que las guste que sean elegidos y tenidos los que quieren las compongan, qué número de cámaras, etc., etc., para que no desavengan entre sí en la junta misma, habiendo condescendido recíprocamente con sus respectivos dictámenes aparte y prosiguiendo con unanimidad el remate de ellos en la junta. No piense usted que le encomiendo intriga o enredo, o que le aconsejo


impia te rationis inire elementa viamque
indugredi sceleris;



al contrario, le estoy encomendando las providencias necesarias para que salga la obra, si no completa, por lo menos conforme entre sí y no


turpiter atrum
desinat in piscem mulier formosa superne,



lo que sería, sin excusarse, si los autores de la providencia dejasen a los enemigos de ella arreglar las particularidades, falta de haberlas concertado entre sí primeramente. Pero se escabulle el tiempo y ya sale el parte.

Adiós, y pidiendo, como los comediantes, mil perdones de sus muchas faltas, queda su apasionado afectísimo amigo que su mano besa,

Vassall Holland.

Volante dirigido al señor Jovellanos.

Mister Juan Gorbery plazó una cierta cantidad de dinero hace catorce o quince años para asegurar a la señora mistress Anna Sumaris, inglesa, por el resto de su vida, nueve reales diarios. Hace cuatro años que no ha recibido los 9 reales. Suplica a Vuestra Excelencia su protección. Mistress Sumaris tiene cincuenta y dos años y ha estado en el convento de San Leandro cerca de treinta y cinco años.




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Cádiz, 17 de mayo de 1809

Querido amigo mío: ¿Cómo tanta tardanza dans la grande affaire? Bis dat qui cito dat; y me parece que nunca había el caso en que venía más a propósito ese refrán que en ésta.

Dicen aquí que Romana ha destituido con algo de violencia la Junta de Oviedo. Puede ser que pidieran algo las circunstancias, pero no me gustan reformas a bayonazos y generales legisladores. Con todo, tal especie, si no sirva por ejemplo, Puede servir como escarmiento y motivar cuanto antes la convocación de las Cortes, que tendrán base demasiado ancha para ser quebrantadas de tales choques.

Aquí se ha esparcido la voz de que el general Mackenzie había cortado a Soult; pero no me atrevo a creerlo, pues que no se confirma hoy de oficio.

Leen aquí con mucha admiración las cartas de Sebastiani y las contestaciones, y todos aprecian como deben la dignidad, la firmeza y la elocuencia que adornan la de mi respetadísimo don Gaspar.

Me temo que será algo larga mi detención aquí; si estuviese todavía en Sevilla, diría: espero y no temo; pero sí quiero alejarme de Cádiz para no perder la ocasión cuando se ofrece y para evitar el incomodo de un viaje por el calor, que no dejará de hacer en pocos días de aquí.

Milady está buena; no quiere escribir ni castellano ni francés, y me encarga dé las más cariñosas expresiones de su parte. Adiós,

Vassall Holland.

Posdata.- Si no escribo todos los correos, acuérdese usted que no se ofrece nada que escribir de aquí; y cuando no tengo carta suya para contestar, ¿de qué quiere usted que le entretenga?




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Cádiz, 19 de mayo de 1809

¡Cuántas gracias le debo, mi respetado amigo, por su amable carta y sus cariñosos favores! Por cierto, más nos gustaría estar en Sevilla para disfrutar de su amable trato y de su lisonjera amistad; pero, en verdad, no me será permiso dilatar más mi vuelta, y, alejándome de Cádiz, o pierdo la oportunidad cuando se me ofrece, o tengo de alcanzarla mediante un viaje ganando horas en el calor del verano, que poco acomodaría a la salud de la señora. Pero aquí me aseguran viene la junta a la Isla. Con todo, no lo puedo creer. ¿Por qué van ustedes tan poco a poco dans la grande affaire? Me parece otra prueba lo ocurrido en las Asturias de la precisión de algún gobierno con base más popular y de la instalación de tal gobierno cuanto antes. No me gusta nada el ejemplo que da allá mi amigo La Romana; y si cosas del mismo juez suceden en otras provincias, ¿se sienten ustedes bastante fuertes para tantas componere lites? Y ¿piensan ustedes que hay duende en la palabra «Central», que imposibilitaría la misma suerte, para la Junta que la tiene, que habrán experimentado las demás? Cuando generales y ejércitos hayan una vez averiguado cuánta fuerza tienen en esas materias, es esperar en lo excusado pensar que haya talismán que los detenga en obrar mal cuando se les da la gana. Las Cortes, las Cortes, mientras tendrán opinión, es la única prevención; y si no vengan luego, aun ellas no serán suficientes y sucederá en España, o guerra civil, o una serie de usurpaciones y desavenencias que, si no acaban con la buena causa, echarán a perder todo el fruto que se podía esperar de ella.

Las noticias del general Wellesley se hacen esperar con ansia; me parece que la campaña va bien en España, y que ahora se debía activar la guerra y atacar en todas partes. En fin, si no aprovecha España de la diversión de Austria, derrotada y destruida ésta, España será también subyugada, y, lo que es peor, merecerá serlo. Fusiles, Cortes, imprenta libre y actividad, éstos son los medios para levantarla al alto grado de esplendor que ha tenido algún día y a tantos títulos ha derecho de tener.

Tengo vergüenza de robarle de la muestra de su grande pintor Murillo; pero, además de ser de tan famoso autor y español, le estimaré más por ser señal de su inagotable bondad y amistad. En llevando en Inglaterra ese precioso regalo, junto con el deseado busto, no llevaré envidia al botín del más infame ladrón de los ejércitos franceses, por grande que sea, ni aún trocaría con él.

Mucho depende de las operaciones de Wellesley; si él pudiese acabar con Soult, no recelaría lo demás por ahora, y si logra ganar tiempo España, será su culpa si no salga bien con todo. Muchas memorias a sus sobrinos; nada me dice usted del buen Hermida, que espero sigue bien. Le pido me dé noticias de rato en rato, y de Pachín, de Garay y de todos nuestros amigos.

Tuvimos cartas de Inglaterra: ninguna novedad en lo público, pero muy buenas noticias de mi familia y especialmente de mi hijo, que un día tendré la satisfacción de presentar a usted. Adiós.

Vassall Holland.




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Cádiz, 20 de mayo de 1809

Acabamos de recibir el apreciable y muy apreciado regalo del cuadro de Murillo. En verdad, es muy bonita muestra de su pincel y no le puedo exprimir mi reconocimiento por él y por tantos favores que su amistad me dispensa.

La señora, con mil expresiones, me manda enviarle un retrato no dibujado por un Murillo, y que dista más en el asunto que en el pincel de la Santa Familia de Murillo. Es de la halagüeña mistress Clarke, y tal vez le divertirá ver a las facciones que han producido tanto efecto en Inglaterra.

Muy interesante es la posición de Wellesley y Soult; pero no entiendo muy bien de su carta ni la fecha en que estaban en sus respectivas posiciones, ni los movimientos de Soult tampoco. ¿Está en su campo o en la ciudad de Oporto? Y ¿se supone le atacará Wellesley por el mediodía, o pasará el río más arriba de la ciudad? ¿Por qué está tan atrás de Víctor, Cuesta? Pensé que había tenido su caballería de este lado, con motivo de perseguir a los enemigos al momento que se retirasen. ¿Es verdad que tasó una división francesa por el Puente del Arzobispo? Y ¿dónde está Mortier con su división? Puesto que no tenemos noticias en Cádiz, es preciso que usted se contente de preguntas, porque de otro modo no se puede llenar una carta desde aquí.

Dice la señora que el día de San Fernando bendicen a la batería aquí con mucha pompa, y que habrá una función y fiesta muy grande. Dice también que usted debía venir para presenciarla, y que una vueltecita le haría provecho y serviría por descanso después de tan largo trabajo. Largo, en efecto, ha sido el de la grande affaire, y siento muchísimo que no la apresuran. No se ha de tardar, porque, créame usted, si Madrid está libre, no obedecerá a ningún gobierno, sino a las Cortes; y sin esperanzas de verlas celebradas muy luego, recelo habrán muchísimas desavenencias y especies muy dificultosas. Ya estaba organizado algo de eso antes de su salida de Aranjuez; y para animarlos mientras su esclavitud y ganarlos después, no...




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Cádiz, 23 de mayo de 1809

Querido y respetado amigo mío: Estamos esperando noticias de Portugal y de Extremadura, e yo de la Junta y de las Cortes con ansia. Si se averigüe la especie de la cortadura y ocupación del puente de Almaraz, será una ventaja muy grande, y tal vez no tardará el general Cuesta en intimar a Víctor, dejándole (y si sea posible a su ejército) saber que más vale rendirse a un ejército de tropas que dejarse aniquilar en detalle por el paisanaje, del cual ni merece ni puede esperar mucha moderación. Ahora que se retira el enemigo me parece buena providencia decretar un ejército de reserva, debajo de las órdenes de un general distinto, lo que podría servir en caso de suceder una desgracia, que formara buena tropa, y tal vez tendrá su efecto sobre amigos y enemigos también. Perdone usted mi impertinencia. Nada más dice usted del parte reservado del general Blake, cuyas resultas esperamos con mucha ansia y en silencio.

Memorias de todos y a todos. Espero que el amable redacteur Pachín tendrá muchas cosas que decir luego.

Vassall Holland.




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Cádiz, 24 de mayo de 1809

...hubiera sido muy pellizcado Soult; siento mucho se hubiese escapado; y de veras, estoy muy descontento de nuestro amigo La Romana. ¿Qué disculpa ya tiene del ultraje de haber deshecho un cuerpo legítimamente instituido? Si se pueden disculpar tales excesos en un general, sería cuando el entorpecimiento de las autoridades civiles estorben sus operaciones; pero para quedar él en Oviedo, otro tanto vale una Junta, por torpe que sea, que un gobierno de los más militares. Todo lo que se ha hecho en las Asturias, y ha sido muchísimo, lo ha hecho la Junta; y ahora que está La Romana y un ejército, no veo que hace nada. Las noticias de Blake, buenas por sí, me dan esperanza de tener mejores. Pero al cabo, la mejor noticia, la mayor de las victorias es la suya: la convocación de las Cortes, fuera del época, que hubiera yo adelantado un poco, por no decir mucho; no hay cosa que pueda criticar en ese decreto. Con todo no se acabó su trabajo, se ha de reflexionar muy despacio sobre el modo de elegir y de tenerlas, y habiendo determinado lo que parece lo mejor, e ha de poner mucho esmero y aun un poco de maña en que se verificase la celebración de ellas en el modo que más guste a sus autores y promovedores.

¿Qué ciudades, qué provincias, qué distritos han de tener votos? ¿Qué ha de ser el principio sobre el cual se da el derecho de tener de voto, esto es, diputado, a una ciudad o provincia? Y ¿cuál será el modo en que se han de tomarlos sufragios de los vecinos? ¿Cuántos diputados ha de tener cada provincia y de cuántos vocales ha de ser compuesta la diputación total del reino? Además de esto, ¿cómo ha de ser representada la nobleza? ¿Cómo el clero? Los de la junta, ¿han de ser vocales ex-oficio, o qué? Los consejeros de Castilla, ¿han de asistir con voto o sin él? Cuántas cámaras, una o dos? Y resueltas estas dificultades, ¿cómo se han de proponer las leyes, cómo de conducir las discusiones? Ya acabada la sustancia, no poco esmero pide la forma. A propos: Isnardi tiene el papel de las reglas de nuestra cámara baja para traducirlo. No me queda ninguna copia; y además de su utilidad para España, es una obra muy curiosa y apreciable para nosotros. Me dijo alguno que su amigo Saavedra tiene un Blackstone y pareciéndome que esa lectura podía ser muy útil a los editores del Semanario, a quienes enseñará un modo muy sabio y no francés de tratar asuntos de libertad y Constitución, me he atrevido a decir a Blanco (que lee inglés como yo) que tal vez se lo prestará don Francisco Saavedra, que, por cierto, tiene muy poco tiempo para divertirse leyendo; usted no me dice nada de él, ni de Hermidas tampoco; espero ya estén restablecidos.

La señora me encarga de decirle mil cosas por sus tiernas y afectuosas memorias. No le gusta y nunca le gustará Cádiz; parece aún sea una preparativa para el viaje del mar, pero con todo, no hay remedio: al uno y otro hemos de aguantar. ¡Qué carta tan prolija! ¡Qué lenguaje tan bárbaro y qué letra tan fatal!

Adiós,

Vassall Holland.




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Cádiz, 28 de mayo de 1809

Querido amigo mío: ¡Ojalá pudiese creer en la victoria del archiduque Juan y en la guerra de la Rusia! Pero perdone usted si me parezca que se han apresurado ustedes tanto en dar como de oficio estas noticias, cuanto habían tardado en el decreto. Eso sí que equivale una victoria y de las más grandes; no le puedo decir cuánto me gusta y con qué gozo y alborozo le he recibido. También le han decretado verdadero tono de españoles... Restablecerlas... caído en olvido aquellas saludables instituciones..., tales son, según mi pobre dictamen, las frases que prometen menor esplendor y mayor solidez y permanencia, que palabras que suenan más filosofía y no la tienen. Pero no tengo tiempo de escribir y es preciso acabar; pero no podía yo dejar pasar un día sin darle mis enhorabuenas de esta grande victoria y exprimirle mi gozo de que mi segunda patria tenga esperanzas de recobrar sus derechos y de que mi digno y respetado amigo y favorecedor Jovellanos habría tenido la satisfacción de ser el autor de esta grandísima obra.

Adiós. Perdone usted mi mal castellano.

Vassall Holland.




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Lunes, 5 de junio de 1809

Querido amigo mío: En la larga y prolija carta que le ha llevado Jackson, no hubo lugar para decirle todo lo que siento de esta desgracia de Asturias.

Aquellas montañas, además de haberse sentido dos veces acreedoras a todo buen español con su briosa resistencia a moros y a más que moros, los franceses del día, tienen para mí el mérito de ser patria de don Gaspar; y aun recelo que algunos de sus parientes y amigos tendrán parte en las desgracias de ese interesante país. Aún me lo hace sentir más, porque no puedo sino atribuirla en grande parte al descuido, al poco juicio, aun a la locura de otro amigo mío, que es La Romana.

Llega ahora mismo el parte del ejército, dos horas más temprano que otras noches. ¿Cómo tardarán tanto los ingleses? Y ¿qué habrán hecho con todos sus auxilios?

Expresiones cariñosas y afectuosas de usted no pueden sino ser muy lisonjeras y muy bien recibidas. Pero que sea un día de parabienes el tal 4 de junio para un inglés es una cuestión que no me atrevo a decidir, y la señora no tiene mucha compasión de usted en que no habrá tenido la dicha de respirar el ambiente de Inglaterra. Un epigramista podría decir algo sobre ese asunto: el tener a Jorge tercero por Rey y niebla por ambiente, son dos dichas que tiene mi primera patria, y de que nos podemos felicitar con igual motivo. Lo que verdaderamente es un motivo de regocijo, de gozo y de gloria para la mi segunda patria, es que se dedique un don Gaspar enteramente a la grande affaire. Esto sí que es bueno, aunque hará falta también en la Junta. Milady está buena y piensa descansarse dos días en Chiclana; es algo pesado quedar tanto tiempo en Cádiz, pero paciencia. Tenemos las amabilísimas cartas de usted y también tendré el gusto de llevar conmigo su busto, que será gran consuelo.

Este mister Allen no ha acabado sus Apuntamientos y no quiere enviárselos incompletos. Me temo habrá alguna exageración en las acciones de Lugo y Santiago, pero ¡viva la gallina! Lo mismo digo del archiduque Juan. Si ustedes no acometen, aprieten, hagan el diablo a cuatro por estos dos o tres meses, y, sobre todo, refuercen en cuanto se pueda a Blake. Volverán otra vez los vándalos en el invierno y no pienso que pueda durar o hacerles otra diversión la Austria. Nunc animis opus est, etc.

Adiós,

Vassall Holland.




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Cádiz, 14 de junio de 1809

Querido amigo mío: Muchísimo ha padecido la señora, pero ahora está algo sosegada. Su fluxión y muchas cartas que tuve de escribir a Londres me han impedido toda la mañana. Es muy incierto qué partido tomaremos para nuestra vuelta. Todo nos incomoda y aun nos hace miedo, y nada me da esperanza sino la posibilidad de que vuelva el navío que trae lord Wellesley de Inglaterra, y que el capitán nos haga el favor de transportarnos.

Mister Allen va poco a poco en sus Apuntamientos, pues que ahora tiene que buscar algo en los libros, y también se propone alargar en uno o dos puntos para sugerir sus dictámenes sobre algunas dudas de usted.

No me parece que la duda o el motivo que supone usted de quejarse Navarra, Vizcaya, Asturias o Aragón sobre el haber admitido todas las ciudades que jamás tuvieron votos en Castilla, tenga alguna aplicación a las primeras tres, y cuanto a Aragón, no me parece difícil, aunque largo, resolver esa duda. Pero sabe usted que me parecen tales dudas otros tantos motivos, además de muchos otros, para perfeccionar en cuanto se puede las primeras Cortes, y, sobre todo, para no proponer a la primeras Cortes como una necesaria providencia suya, arreglar y formar un plan general de representación.

Además de los motivos permanentes para llamar Cortes, uno de los principales en el día es para concentrar el gobierno, para tener una voluntad que por su autoridad pueda influir en toda la Península, y me parece no sería buen acierto, antes bien, lo contrario para tal efecto, convidar a las varias ciudades y provincias discutan sobre el influjo relativo y comparativo que sus distritos hayan de tener en la representación general. En casi todas las monarquías de Europa donde había estados, parlamentos, estamentos o cortes (y todas los han tenido), ha sido prerrogativa real llamar nuevas ciudades y nuevas provincias a ellas; y, sin duda, así evitaron los inconvenientes que podían producir la rivalidad y pretensiones de varios pueblos controvertidos entre sí por sus mismos diputados. Si ha habido en tiempos más modernos, como en Holanda y en América, excepciones, han ocurrido no solamente en repúblicas, pero también en repúblicas federativas, donde el federalismo permitía más separación o rivalidad; que pide o que aun puede aguantar la España. No sé si me explico, pero estoy cierto que en el curso de las Reflexiones tropezará con este asunto el nuestro de mister Allen.

No le puedo ponderar, querido amigo mío, la admiración, la veneración que tenemos para usted, ocupándose y dedicándose a este grandísimo trabajo con luces tan grandes, con desinterés tan verdadero y con modestia tan exagerada. Ni también le puedo ponderar la gratitud, o de mí o de mister Allen, para su fineza y amistad, haciéndonos creer que podemos en algo servir tan grande y gloriosa causa y por un medio tan lisonjero para nos, como será su amistad y su buena opinión de usted.

Nada digo de ejércitos de reserva, ni de fábricas de fusiles..., ni de fortificaciones nuevas, sea de plazas de armas en las provincias de Andalucía, Murcia o Valencia, sea de más sencillas para la defensa de pueblos y lugar es contra partidos enemigos. Sin embargo, parece que si estas cosas han de hacerse, ahora es tiempo, cuando hay mucha verosimilitud que por algunos meses no harán guerra ofensiva los franceses, y así tienen ustedes tiempo y para hacérsela y para tomar las diligencias que les servirán de estorbos cuando vuelvan a hacerla a ustedes.

Aquí no hay novedad. Muchas memorias de la parte de la señora. Adiós,

Vassall Holland.






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De Jovellanos a lord Holland


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Sevilla, 28 de mayo de 1809

No ha previsto usted mal, mi muy querido lord, pues que hallo que es muy justa una de las observaciones que me hace en su preciosa carta, que leí esta mañana. No falta, en efecto, quien, no habiendo podido estorbar la favorable resolución du grand affaire, asoma con el designio de oponerle dificultades. Pero, ¿qué importa? El paso está dado y nadie ya será capaz de volverle atrás sin riesgo de romperse la cabeza. La cosa, a la verdad, presenta no pocas dificultades en su arreglo; pero ninguna hay que no pueda ser vencida, si vencerla se quiere. Trátase de nombrar los que han de entender en ello, y en quién caerá la elección, ni se sabe, ni puede adivinarse, porque

mille hominum species et rerum non color unus.



La prebenda no es apetecible y en lo que toca a conveniencia personal, el que gane, pierde.

Nada en Sierra Morena, aunque siempre esperamos de allí algo bueno, porque, en verdad, los unos menguan, mientras los otros crecen, y siempre resulta una diferencia dupla. Cuesta observó la defensiva de cumplir su palabra a Wellesley; ahora que éste se le acerca, no sé lo que hará; porque el buen viejo no gusta de la inacción.

Esta noche tendremos sección; pero si hubiere qué avisar, Pachín lo dirá, y irá en boletín. Entre tanto, lo dejo, y saludando a nuestra amable Milady y compañía, quedo de usted afectísimo,

Jovellanos.

Posdata: Recibí en sección la estimada carta de usted de ayer con la crónica de Gibraltar. Y que, ¿no será cierta la victoria del archiduque Juan? Conque si tampoco lo es lo de la declaración de Rusia, que avisa nuestro cónsul en posdata de carta del 20, quedaremos lucidos.

He escrito a Pachín; son las once y media y no ha respondido. Paciencia por hoy.




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Sevilla, 29 de mayo de 1809

Mi muy querido amigo y señor: Como hoy se ha de nombrar la comisión encargada de la preparación de las Cortes, y sea yo o no comprendido en ella, es de mi deber, como del de todos, auxiliarla en asunto tan importante y tan nuevo, no quiero perder la ocasión que me ofrece la cercanía y facilidad de correspondencia en que todavía estamos, para pedir a usted las luces que tiene en la materia, y que no puedo hallar en otra parte. Anímame a esto, no sólo el laudable interés que usted tiene por nuestro bien, y señaladamente en este punto, sino también la bondad con que en nuestras conversaciones me ha comunicado sus ideas y ofrecido sus auxilios, abriendo así a mi amistad una esperanza que me apresuro a llenar con toda la confianza que ella inspira.

Ante todas cosas y en uso de ella, devuelvo a usted los pliegos que se sirvió franquearme, con varios apuntamientos sobre el método de las discusiones en las Cámaras de Inglaterra, pidiéndole que los haga copiar en buena letra, porque confieso con vergüenza que, a pesar del cuidado que en ello he puesto, no puedo todavía leerlos bien. Precisamente en Cádiz tendrá usted más proporción que aquí para hacerme este favor, no pudiendo faltar en la casa del señor Duff, o en otra, quien se tome este trabajo.

Pido a usted, además, que me haga el favor de remitirme el libro inglés que aquí vimos más de una vez, en que hay una relación de las Cortes celebradas en tiempo, si no me engaño, de Enrique el Enfermo, porque quisiera extractar o traducir todo lo que hay relativo a ellas. En muchos libros impresos y en infinitos manuscritos tenemos noticias harto exactas relativas a esta materia; pero por la mayor parte se hallan en los países cautivos, así como lo están la mayor parte de los literatos que los han manejado y extractado y disfrutádolos con frecuencia. Espero, sin embargo, que hallaremos algo en las bibliotecas de aquí y nada se dejará de hacer para reunir cuantos conocimientos puedan convenirnos.

Una promesa, que no puedo olvidar, me hizo usted en nuestras últimas entrevistas; y fue de enviarme los apuntamientos que empezó en ésta nuestro mister Allen y pensaba continuar acerca del número de diputados, su elección y distribución. Usted mismo había trabajado en esto y cuanto ambos hubieren trabajado, y cuanto quisieren trabajar sur le grand affaire, todo lo deseo, todo lo pido y todo lo espero de la acreditada bondad de uno y otro. Porque en este punto, me deben ustedes tener por mendicante y no me cansaré de pedir mientras ustedes no se cansen de dar. Esto escribo por la mañana antes de engolfarme en otras impertinencias. De lo que ocurriere en el día, avisaré a continuación. El boletín de Pachín, que vino anoche después de enviada mi carta al parte, va en ésta.

Recuerdo lo del parte reservado. Nada más se avisó. Una carta particular da todavía esperanzas. Votose la comisión y salió no sé cómo. El amigo, Caro, Castanedo, el arzobispo y Riquelme. Sunt bona, sunt mala quaedam, sunt mediocria multa.

Saludo afectuosamente a nuestra amable Milady y quedo de usted todo,

Jovellanos.




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Sevilla, 5 de junio de 1809

Ha sido por cierto muy sabroso el almuerzo que usted, mi querido lord, me ha proporcionado con la lectura de los Apuntamientos de nuestro mister Allen, manjar no menos dulce y agradable que sano y provechoso. No sólo le comeré, sino que le rumiaré para digerirle mejor; y, a pesar de lo que me gusta y me puede aprovechar, no seré tan codicioso de él que no haga participantes a mis compañeros de su sustancia. Sobre la perspicuidad y solidez que reina en todas sus ideas, tiene para mí una muy estimable y singularísima ventaja, y es la de buscar las novedades que indica la razón, sin dejar de respetar lo que ha sido canonizado y autorizado o por antiguos usos. Porque nada es más común entre los hombres que, en unos, el gritar contra los que menosprecian la venerable antigüedad, y tratar de malignos novadores a los que quieren alterarla en un negro de uña; y en otros, cantar a todas horas el


recedant vetera
nova sint omnia.



El justo medio, pues, que sigue nuestro mister Allen es el que, a mi juicio, debe seguirse. Reconozco que en estas primeras Cortes no serán grandes las alteraciones, por lo mismo que la perfección de la representación no debe ser obra nuestra, sino suya; pero nuestro debe ser, es y será proponerles las ventajas a que pueden aspirar. En fin, en el primer momento de vagar, yo mismo traduciré a mister Allen, y entre tanto, le ruego que continúe sazonando otros almuerzos, que yo cuidaré de cenar poco y de abstenerme de viandas groseras, para hacerlos con más gusto y provecho. Y vamos a otra cosa, quia multa nos premunt.

Acababa de enviar al parte la carta que escribí a usted anoche, cuando recibí la que incluyo de mi pobre Pachín, que está desolado hasta el extremo con las funestísimas noticias que contiene. Su joven esposa, su madre, toda su casa y fortuna en Oviedo, y los franceses ya sobre Gijón. ¡Cuánto, cuánto no tiene que temer! Toda su dulzura, toda su moderación se disipan cuando habla de La Romana, que ciertamente aparece, a lo menos por su o misión, autor y causador de la ruina de Asturias. Cuando Soult estaba acorralado sobre Oporto y el refuerzo de Kellerman en Castilla, su ejército, reforzado con las tropas de Asturias, ¿no hubiera podido acabar con Ney, vencer a Kellerman o cerrarle el paso y amenazar en su retirada al primero? ¿Y ahora? Los tres ejércitos o divisiones francesas reunidas; los nuestros de Galicia y Asturias separados; los ingleses, en lentísima marcha, alejándose, ¿qué será de ellos, de su general y de las pobres provincias de Galicia y Asturias, abandonados al furor de feroces devastadores? Y entre tanto, si Mortier refuerza a Sebastiani o a Víctor antes que Wellesley se presente, ¿qué será de nosotros, los del mediodía? Perdóneme usted que yo sospeche algún misterio en la lentitud de un general tan activo. Y si le hay, ¿a qué vino atar las manos a Cuesta, para que no obrase mientras iba sobre Oporto, ofreciéndole en cambio su pronta vuelta y cooperación? El 26 estaba el ejército inglés en Coimbra y no salió hasta el primeros. ¿Sería sólo por falta de zapatos?

(Se continuará).

En efecto, continúo en la Junta, de do acabo de apearme. Juzgue usted cuál habrá sido el regocijo en un congreso en que hay muchos que se tragan sin examen cuanto es favorable. En esto, Camposagrado duda, y yo creo y me recreo.

Nada de Cuesta. Adiós. Todo de usted,

Jovellanos.




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Sevilla, en la Sección, 7 de junio de 1809

La lingua batte dove il dente duole, mi querido y cada día más amable lord. Hablemos de mi desdichada Asturias. Victoriano ponderó su fuerza; no la supuso ni mintió. Sus regimientos eran 20; pudieron no estar completos, mas no sería grande la falta. De esta fuerza había sacado Romana nueve mil hombres a Galicia, y fueron los que triunfaron con Mahy. Tenía de 5 a 6 Ballesteros en Colombres, y son los que arrollaron a Bonnet; los demás, guarnecían las entradas de Ventaniella, Pajares, Ventana, Leitariegos, guarnecían a Gijón y daban destacamentos a una costa de 40 leguas. La fuerza enemiga se hace subir por algunos a 15.000 hombres. Yo la supongo a lo menos de 12.000. Una carta de Galicia dice que Ney pasó a Asturias con 2.000, y no pudo llevar más, pues que hallamos 3 batiéndose en Santiago, y cosa de 6 en Lugo. Fue, pues, Kellerman el invasor. Su división, sacada de Valladolid, era de 10.000 hombres. Hacia los fines de abril, tenía 4.000 en Astorga, 4.000 en León y tropas sueltas en Bañeza y Benavente, cosa que he leído yo mismo en carta interceptada de un comisario de policía hispano-galo. Por desgracia, no hay entre los emigrados quien nos instruya de la invasión. Yo, combinando varias especies sueltas, me la figuro así: Ney y Kellerman, ciertos de la ausencia de las divisiones asturianas de Borst y Ballesteros, acuerdan sorprender a Romana. El primero destaca 2.000 hombres por la Fonsagrada a caer sobre la derecha del Navia. El segundo, 4.000, que por Leitariegos caen sobre Cangas de Tineo, para tomar los pasos del Narcea y Nalón; y al mismo tiempo, por Pajares, baja con otros 4 a caer sobre la capital. Hay quien dice que eran 14.000 los invasores, y que entraron por tres partes: en tal caso, el resto de Kellerman, reforzado por alguna tropa de las guarniciones inmediatas, hubo de entrar por Ventaniella o Arcenorio a barrer la costa que corre de Gijón hacia el este. La Romana fue sin duda sorprendido. El 17 recibió en aquel puerto los pliegos de la Junta. El 19, viendo ya sobre sí los enemigos, volvió a embarcarse en él, para, según dicen, desembarcar en Ribadeo. Esto es, para reunirse al grueso de su ejército en Galicia, dejando Asturias abandonada a las furias que había provocado y a la anarquía que había introducido en su corazón.

Vengamos ahora a la larga primera carta del 5. Mucho siento que usted me crea tan distante de sus ideas, cuando las hallo tan exactas y sólidas que acaso me siento más propenso a deferir a ellas de lo que las circunstancias me permiten. Responder a cada uno de los artículos que la carta indica, fuera cosa larga, y no es necesaria. Veamos si nos convenimos, reservándome el derecho de decir algo sobre algunos puntos. El plan y Reflexiones de nuestro mister Allen démosle por aprobado, pues que en general, y en el fondo, yo le apruebo. ¿Es este plan el que debe seguirse en la composición de las primeras Cortes? He aquí en lo que no consentiré. Novedad tan grande no la debería hacer un soberano rodeado del poder y de la ilusión de su dignidad. ¿Harala una Junta cuya autoridad no tiene apoyo en la ley ni en una voluntad nacional expresada conforme a ella, ni conforme a la antigua inveterada costumbre? ¿Una Junta que, lejos de tener el apoyo de la opinión, ve el espíritu de censura levantado y puesto de puntillas contra ella, sin hallar en torno de sí ninguna fuerza que la sostenga, ninguna ilusión que la apoye?

Pero el plan es bueno, es excelente: lo confieso; para propuesto, sí; para establecido sin previa aprobación, no. Las alteraciones hechas para perfeccionarla representación nacional son bastante graves para que se hagan sin su apoyo, y aprobación de la nación interesada en ellas.

Luego ¿nunca se harán? No es éste mi dictamen. Las primeras Cortes de nada tratarán primero que de arreglar la representación para las sucesivas. Nada es más fácil que lograr que sea propuesto ese plan, o otro mejor si lo hubiere.

Y si no se propone, ¿se abandonará un bien tan grande a la casualidad? No por cierto. Yo bien querría que la iniciativa viniese de la nación. ¡Qué placer tan grande, verla pedirlo mismo que se la quisiera mandar! Mas si ella no tomare la iniciativa, la tomará el gobierno, y propondrá a su aprobación el plan de representación que más le conviene. ¿Se duda que lo apruebe? No por cierto. Mandado a la nación, tal vez se hallaría tentada a desecharle; consultada sobre él, le abrazará a dos manos.

Réstame ahora hablar de la representación en esta primera Junta. ¿Se arreglará en todo a la forma antigua? No, ni es posible. Éstas serán propiamente las primeras Cortes generales del Reino. Los reinos y provincias de Cortes, los gobernados por Juntas o diputaciones municipales, tienen de venir a ellas; deben venir bajo una regla común, y esta regla se puede tomar de una combinación de sus varios antiguos reglamentos. Esto cabe en la suprema autoridad. Usted sabe que en Castilla alguna vez se llamó a Cortes generales, en que se extendió la representación a ciudades y villas que no tenían voto en las Cortes comunes. Voy recogiendo ejemplos: baste el de las Cortes de 1390. Otro tanto se puede hacer con el apoyo de este ejemplo, y aún algo más con respecto a las circunstancias del día.

Y bien, ¿no nos hemos acercado ya? Al fin nos besaremos. Quédense la nobleza y la magistratura para otro almuerzo, porque mil otras cosas me llaman.

(Se continuará).

Nada ha ocurrido en el día. En la sierra, no hay novedad, ni creo que la haya de Cuesta, pues que Pachín no se ha explicado. Se han pedido a Cádiz noticias tan exactas como puedan darlos pasajeros que vienen de Asturias, sin las cuales nada de cierto se puede acordar en favor de aquel pobre país.

Amable Milady: si usted se halla mejor en Chiclana que en Cádiz, ¿por qué no pasará ahí la parte de la fogosa estación de verano que se detuviese en el continente? Creo que si el pensamiento se vota en familia sólo opinarán en contra lord John Russel y Carlitos. ¿No es verdad, mis señores y amigos? Respeto su opinión, pero soy viejo y no puedo acceder a ella. Sea la que fuere la resolución, en todo lugar, en todo tiempo, desea a usted, a mi amado Milord, a mister Allen y a los dos señoritos, desea salud, contento y felicidad su afectísimo amigos.

Jovellanos.




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Sevilla, 8 de junio de 1809

Estaba anoche en la Sección, mi amado Milord, cuando me entregaron la de usted del 6 con las Apuntaciones de nuestro mister Allen. Leí la carta y reservé lo demás para el desayuno, que acabo de hacer con mucho gusto, y, si no me engaño, con mucho aprovecho. Antes de hablar de la materia del escrito, no puedo dejar de admirar la precisión y claridad con que está extendido, ni de envidiar a su autor el talento de enunciar con tanta perspicuidad sus ideas. Más envidio todavía el profundo conocimiento con que ha tratado la materia y el acierto con que ha buscado la perfección en un objeto que tan fácilmente se esconde a los que son menos reflexivos o menos versados en política. Si he de decirlo que siento con franqueza, no tengo el más pequeño reparo en asentir a su plan, salvo en algún que otro pequeño artículo, que, a mi juicio, requiere mayor meditación. Pero si nuestra nación está o no madura para conocer sus ventajas y adoptarle, es lo que no puedo adivinar desde ahora. Lo que sí puedo prometer es que será propuesto a su tiempo en la comisión de cinco, y con más o menos uniformidad, a la Junta. Ruego, por tanto, a nuestro mister Allen y pido a usted que le ruegue también a su nombre, que acabe de completar sus apuntamientos sobre el método de elecciones y la representación de las colonias; y pues que no habrá agotado con esto el rico tesoro de doctrina política que posee, que continúe comunicándonos el resultado de sus meditaciones, seguro de que no caerán en saco roto.

Porque ha de saber usted que hoy es el primer día señalado para abrir las sesiones de la comisión pentatéutica. Tendrémoslas en la casa del arzobispo gordo a las diez de la mañana; y si yo soy bastante poderoso para persuadir a mis compañeros, las continuaremos diariamente o, por lo menos, cada tercer día, porque son muchos y muy graves y obscuros los puntos que hay que discutir. Para dar alguna idea de ellos, he formado un papel que leeré hoy, y según él, empezaremos tratando de nuestra organización, para que, cuanto se trate y acuerde en la comisión, se escriba y se dé al encargo toda la solemnidad posible, cosa que no puede no influir en gran manera en su mejor desempeño. Y en esto pondré yo de mi parte mucho cuidado, porque, como dice nuestro refrán, al principio se hacen los panes tuertos.

Con esto y con dar a nuestro mister Allen un millón de gracias por su estimable presente, vamos a Chiclana, que también yo, pobre de mí, soy acreedor a buscar algún recreo en mis fatigas. Hállole en seguir a ustedes con mi idea, en sus paseos, admirando el campo, gozando de su frescura y amenidad y, lo que vale más, de la dulce conversación de Milady, alternada con la de tan noble y amable compañía. Es ésta, a la verdad, una ilusión, pero una ilusión bastante agradable para tener algún consuelo en la ausencia de tan buenos amigos, y en la real privación de tan buenos ratos. ¿Qué apostamos, amable Milady, a que alguna vez se acuerda usted de Sevilla, a que la levanta sobre la opulenta Cádiz y a que da en su espíritu alguna preferencia a los buenos y sencillos amigos que dejó aquí, sobre los distraídos y ostentosos que pudo encontrar allá?

(Se continuará).

No hay materia. Venegas nada dice; Cuesta no se resuelve a adelantar por falta de aguas en el país bajo, y temor de enfermedades. Espera con ansia a Wellesley para obrar. Memorias y adiós.

J. Ll.




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Sevilla, domingo, 11 de junio de 1809

¿Están ustedes en Chiclana, mi amado Milord, o han vuelto a Cádiz? Figurábame yo que ustedes habían resuelto pasar unos días en el campo; pero, pues usted acabó anteayer en Cádiz la carta que empezara en Chiclana, y no ha vuelto a hablarme de esta hermosa villa, temo que hayan vuelto a sepultarse en la ruidosa ciudad. Sea enhorabuena, con tal que hallen en ella salud y contentamiento.

¿Y es posible? ¿Conque volveremos a vernos?2 ¡Cuán dulce es para mí esta esperanza! Nos veremos despacio, renovaremos la antigua sociedad, hablaremos con frecuencia du grand affaire, y yo tendré, sobre esto, el placer de renovar a usted y a nuestra amable Milady mi constante aprecio y gratitud.

Las reflexiones de nuestro mister Allen en los cuatro puntos de sus Apuntamientos, que vinieron anoche, me han parecido tan sabias como sólidas. Usted sabe cuánto abundo en el sentido de creer absolutamente necesaria la observancia de las formas por el interés que tengo de obtener, no tanto una traducción, cuanto una copia legible del extracto que usted me comunicó sobre esta materia. Como esto último es lo que me basta, no quisiera yo esperarlo de l as traducciones de Blanco o Isnardi, que acaso se hallarán ocupados en otros negocios. Estoy no menos convencido de la necesidad de que la asamblea sea numerosa y suba hasta el número de 300 vocales por sólo el pueblo, aunque veo muy difícil que se halle un pretexto para llamar tanta gente a las primeras Cortes. Con todo, el carácter de generales, y algunos ejemplos de haber llamado ciudades y villas que no tenían voto, a ellas, puede proporcionar un número considerable de procuradores; y la necesidad de contar con algunas clases abrirá tal vez más ancho campo. Pero ¿qué proporción habrá entre el número de estos representantes y el de los privilegiados? He aquí una cuestión digna del examen de nuestro mister Allen.

Veo que me dirá que es indiferente en el caso que haya dos Cámaras separadas; y así es, si cada una ha de deliberar separadamente. Pero en este caso, ¿cada una propondrá, discutirá y votará separadamente sus proposiciones o peticiones? ¿Serán pasadas del examen de una Cámara al de otra? En caso de no avenirse, ¿se contarán los votos por cabezas, o caerá la proposición, o cada Cámara la propondrá al soberano? Porque en todo esto no sé todavía cuál era la antigua observancia de nuestras Cortes, y sobre ello quisiera oír el dictamen de nuestro mister Allen.

Porque en lo demás, y en cuanto a la ventaja de representación en dos Cámaras separadas, soy del parecer del mismo mister Allen, por más que crea difícil obtener este punto. ¿No lo será, por ejemplo, que los representantes del pueblo le resistan, no viendo en la Cámara alta otra cosa que un contrapeso de su poder, y temiendo el influjo de unos Cuerpos a quienes la actual opinión pública dan, por su riqueza y autoridad, tan grande influjo? Y, de otra parte, ¿no lo será amalgamar en uno solo dos brazos que habían representado separadamente sus clases, y cuyos intereses, si uniformes en algunos, estarían divisos o encontrados en otros puntos? ¡Ah, mi mister Allen y usted, mi querido lord, socorro! Alúmbrenme, les pido, en esta perplejidad; alúmbrenme, sobre todo, en cuanto a las ventajas con que esta reunión se puede presentar a las clases privilegiadas y aquéllas que tendrá el pueblo para no temerla.

Y basta por hoy, en que nuestro Frere come en familia con Garay, y están deseosos de que los acompañe. Va el parte de Pachín, que llegó anoche al canto del gallo, y va, porque es suyo, pues que de Asturias está usted más cerca; es decir, hay menos tierra en medio, y sabrá más de allá. Aunque inciertas, algo me consuelan las noticias; no tanto a Pachín, quia dilexit multum.

Se ha comido con buen humor. Ahora estamos en Sección y nuestro Hermida habla como una cotorra. Vino el parte de Extremadura sin novedad; pero llega Pachín, y él hablará. Llega también el desayuno para mañana, con la agradable salsa de nuestro mister Allen, y mientras me saboreo con él, anticipo mil finas gracias. Saludando afectuosamente a nuestra amable Milady y compañía, quedo de usted afectísimo,

Jovellanos.



La carta de usted recibida anoche post cenam fue en cuerpo y alma a nuestro amado Pachín, a quien, si no viene hoy a comer les fabes y tocín, no veré hasta la noche, porque es día de sesión de Cortes. Pero entre tanto, y sin perjuicio de lo que hablaremos, puedo decir a usted que la parte de Extremadura libre lo está también de males, pues que, en un ejército de 40.000 hombres, el número de enfermos que da el último estado es de 1.300. Más adelante hay muchos, pues dicen que los franceses tienen sobre 4.000 en Trujillo, y aunque no es dudable que el país bajo es más insalubre, y los franceses se soucient fort peu, en este artículo tengo para mí que los aumenta mucho la fama y no poco el deseo. Nuestros hospitales están a la parte de Aracena, y, a lo que yo creo el camino a Badajoz libre; pero se entiende mal camino, porque el bueno, que, según creo, se toma hacia Mérida, no lo está. Por último, mi querido lord, Badajoz es contado entre los países menos sanos de Extremadura, y que allí son endémicas las fiebres estivales es una verdad sancionada por la experiencia. He aquí lo que puedo decir a usted y lo que digo con preferencia a cualquiera otro asunto, porque ninguno puede ser para mí tan importante como la importante salud y incolumidad de nuestra muy amables Milady.

Mucho hay que meditar sobre la porción de Reflexiones de mister Allen que trae este correo, si sus pensamientos se han de acomodar a nuestra primera convocación. Cuando se arregle el sistema de elecciones para proponerle a las primeras Cortes, sin duda que su sistema se podrá acomodar, bien que me parece que se ha escapado a la reflexión de nuestro sabio un reparo. Es decir, Aragón, Navarra, Cataluña, que como reinos abrazaban ciudades y aun villas de voto en sus Cortes, ¿consentirán en que se las excluya cuando son

(¡Malhaya los pretendientes, que no me dejan seguir!, y la sesión llama)

admitidas todas las de Castilla? Y no hablo de Asturias, que en sus cortecillas reúne, según creo, treinta y tantas municipalidades o, por mejor decir, votos (algunas no tienen más de un quinto de voto) y su población se acerca a 400.000 almas. Ni tampoco de las tres provincias, donde los votos se reunían del mismo modo en cada una de ellas. Precisamente nos hallamos ahora en alguna duda sobre los informes que se han de pedir a los ayuntamientos, porque ni puede ser a todos, ni debe ser sólo a los votantes; y he aquí una decisión que abrirá el paso a aquellas excepciones que después se podrán hacer en la convocatoria. En fin, váyanse completando los sabios Apuntamientos de nuestro mister Allen, que yo los veré en el todo y los iré rumiando y traduciendo para aprovecharlos mejor.

Parece que nos estaba oyendo, porque a eso del mediodía vino otra carta con la continuación del número 31, que ha añadido un excelente plato a nuestra comida y no puede dejar de hacer buen chilo.

Pachín responde, y en lo de fortificación está prevenido, aunque no nos hemos hablado, porque mi comisión me secuestra algún tanto de la Junta. En ella vamos bien.

¡Dios mío! ¡Una carta de Milady! Acabo de recibirla, saliendo de la Junta; voy a cenar; no puedo responder hoy; pero anticipe usted la manifestación de mi gratitud, y adiós, mi dulce amigo.

(Sin firma ni rúbrica).




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Sevilla, 15 de julio de 1809

¿Conque usted, mi amado Milord, no habrá recibido ninguna carta mía hasta en Lisboa? Tal infiero de una del administrador de correos de Badajoz, a quien dirigí la que debió usted recibir allí. Siéntolo en el alma, por que procuré informar a usted de todo lo que aquí ocurría, y mis noticias se habrán ranciado en la tardanza. Consuélome con que usted no me culpará de falta de cariño, y con que me dejará acusarme a mí mismo de la desprevisión, que tal fue la de no haber atinado las fechas en que debí escribir, si ya no fue la culpa de los correos.

Ahora supongo a nuestra amable Milady recibiendo la debida adoración de los señores fidalgos de Lisboa, mientras que usted y el respetable mister Allen se ceban en lo mejor de la literatura portugueza, y que los preciosos Russell y Fox alimentan sus almas nuevas con tantos objetos de curiosidad como presenta esa grande y medio nueva ciudad. Yo deseo a todos, en estos días de mansión, la mejor salud y el más cumplido contentamiento.

Por acá vamos tirando, en todo el sentido de la palabra. Vienen buenas contestaciones sobre lo de Cortes; se publican algunas, pero usted inferirá el espíritu general de que no han querido publicar la de la Junta de Cataluña, porque clamaba por una pronta convocación. La comisión va acumulando proposiciones: pero sólo está resuelta la de que la convocación se haga por estamentos.

Hay una acordada que dispone que a la elección de procuradores de ciudades de voto concurran el personero y diputados del común, con tanto número de vecinos elegidos por el pueblo como baste para igualar el número de regidores propietarios, esto es, no electivos. Y que estos adjuntos tengan voz activa y pasiva en la elección como ellos. Éste y otros puntos, como el de agregar a Capmany a los trabajos de la comisión, para la cual ya trabaja, ¿no están aún resueltos? por la Junta, aunque se espera que pasen sin tropiezo. No sé si le habrá en dar representación a las Juntas superiores, acordado también por la comisión.

Nada de ejércitos, sino que Cuesta y Wellesley se han besado ya y, como decimos, comido en un plato. Mucho dure. Las noticias del norte, si ciertas, son en gran manera favorables, y no pueden dejar de influir en los ejércitos de acá. ¿Se irá entonces a Madrid? ¿Seguirá el gobierno? ¿Habrá en él alteración? Usted querrá que yo me agite en esto; pero ya sabe mi sistema. Diré con franqueza y sostendré con firmeza lo que crea mejor. Pero moverme a más, no cabe en él. Veo que mi voz es de poco peso; pero creo haber dicho otra vez: Fodere non valeo, mendicare erubesco.

Amable Milady: no acabaré sin ofrecerme particularmente a los pies de usted, rogarle que salude a mi nombre a toda la amada compañía, y pedirle de rodillas que me crea siempre su más rendido y fiel amigo.

Jovellanos.




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Sin fecha. Recibida en 11 de noviembre de 1809

Tal están nuestras cosas, dentro, alrededor y fuera, que la pluma rehuye de hablar de ellas. Propuesto y negado el establecimiento de regencia, se aprobó el de una comisión ejecutiva, cuyo plan hubiera producido el mismo efecto, pero el plan fue desechado. Está formado otro que se va a discutir, y Dios sabe si lo será también. Cerca de nosotros reina mucho descontento; hay personas que conocidamente le fomentan, y poco a poco van minando nuestra opinión, único cimiento de nuestra seguridad. Fuera, y a distancia, las juntas insultan y desobedecen; y sin vigor ni fuerza para contenerlas, cada día se envalentonan más y más, y se hacen más temibles. Y sin embargo, ¿creerá usted que conociendo y temiendo esto mismo, hay una suprema repugnancia al remedio? La prenda está por poco, y él está en nuestra mano. Reconcentrar el gobierno y acelerar la época de las Cortes, lo calmaría todo. Si se hace lo primero, lo segundo seguirá naturalmente: la invidia de los que quedan luchará por primer término al poder de los que mandan. Esperemos, pues, el bien del mal.

Ningún paquete de los que usted me anuncia ha llegado, ni aviso del señor Duff. No importa, porque la detención estará en el buque portador, y porque han llegado sin detención las Sugestiones sobre la Cortes, de nuestro mister Allen, cuyo objeto es más urgente. Helas releído con el mayor gusto, y nuestro Tineo las tiene ahora entre manos para traducirlas. Si lo hace, lo hará bien. Entre tanto, puedo, asegurar a usted que en nuestra juntilla de Cortes no estamos muy lejos de sus excelentes ideas, salvo en cuanto a los estamentos privilegiados, sobre lo cual no habemos fijado aún nuestro dictamen. Veré si mis conjuntos convienen en que se impriman, porque en esta materia hay mil trabajos: pero la importancia de difundir estas luces es innegable, y aun su necesidad.

Y vamos a las cosas de ahí. Corre por acá que el ministerio real quiso entrar en avenencia con la oposición, admitiendo dos de ella en su amalgama, que fue hecha y deshecha la proposición, y que se dijo: o todo o nada. Créelo así. La respuesta es conforme al carácter de los que la daban. Se añade que usted no querría ser embajador sino con un ministerio de su partido; pero si éste cuaja, ¿no será usted algo más que embajador? Mi corazón se contentaría con esto; mi razón me hace desear para usted causa más alta y digna de su reputación.

Amable Milady: también yo estoy inquieto por la detención del busto, que no sé cómo explicar; la culpa no está en nosotros; caiga toda sobre Wishman, a quien fue entregado meses ha.

Ha sido separado Eguía del mando de nuestro ejército grande, que volvió, por nuestros pecados, a la sierra. Creo que vendrá a mandarle Blake, y que Venegas irá a mandar en Cataluña. Lo que preví, sucederá. Toda nuestra suerte se pondrá en manos de Blake. Reciba de la boca de usted mis sinceras gracias, por su bondad, nuestro mister Allen; mis finas memorias a nuestro señor Rusell, mil cariños al gracioso Carlitos, y usted, la seguridad del constante afecto de su finísimo amigo.

Rúbrica.




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Sevilla, 3 de enero de 1810

Mi querido y respetable amigo: Por fin he tenido el gusto de recibir otras dos cartas de usted, de 28 de noviembre y 13 de diciembre, que me han llenado de placer. Ya doy por buenas a la amable puérpera y a la preciosa niñita, y como sé que usted lo está, que lo está, y que aprovecha Carlitos y que todos piensan en pasar unos días en el campo, nada me queda que desear sino que mucho dure. También celebro la buena salud y la estimable memoria de nuestro mister Allen, a cuya nota respondo en la adjunta, saludando a todos muy cordialmente.

A la entrada de año hemos renovado el gobierno ejecutivo, cesando la mitad al cumplimiento del primer bimestre. Cesaron, a la suerte, Romana, Riquelme y Caro, y entraron por elección conde de Ayamans, marqués del Villar y don Félix Ovalle. Si ganamos o perdimos, díganlo otros.

Allá va la Instrucción de elecciones con una particular para la de Asturias. También se dio forma particular para Galicia y Canarias. Debiéronse de acompañar todas de un manifiesto; pero no gustó el que se hizo y se trabaja otro. La comisión no cesa en su trabajo; pero su obra de días se suele deshacer en un momento por otros. La reunión en dos cámaras está desechada; pero aún insistiremos.

Creo que el ejército inglés nos va a dejar, y ya prevemos que el movimiento a la orilla izquierda del Tajo era un preparativo para la retirada, que ahora dicen que se hará por Oporto. ¡Pobre nación, abandonada a sí misma y, además, escarnecida hasta de sus amigos! Dicen que Frere acaba de pasar una nota insultante, que yo no sufriría. Vanse cumpliendo mis profecías: 1.ª, que ya no cooperarían con nosotros (después de la batalla de Talavera); 2.ª, que se retirarían, verificada la paz del Austria; 3.ª, que buscarán o harán pretextos para romper con nosotros del todo. La 4.ª no la diré todavía; pero si vivimos, acuérdese usted que no ha sido imprevista, y yo la recordaré a su tiempo.

Temo que se retarde la reunión del parlamento, porque el nuevo ministerio tendrá mucho que hacer para preparar sus planes. La carta de Canning me parece cosa miserable y me ha hecho acordar nuestro refrán: riñen los ladrones y descúbrense los hurtos.

Amable Milady: concluyo deseando a usted toda felicidad en su villeggiatura, y asegurándole de la constante y respetuosa inclinación de su fino amigo y servidor, que sus pies besa,

(Rúbrica).




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Muros, 13 de junio de 1810

Por fin, mi muy amado lord, por fin he recibido una cartita de usted; pero ¡cuán atrasada! Es la escrita el 15 de febrero, que fue a la isla de León, y vino a buscarme aquí por el correo ordinario de anteayer. ¿Será la que según Ferrás traía el secretario de Wellesley? No lo sé; mas venga por do viniere, ella ha llenado mi alma de gratitud y consuelo, no por la generosa oferta que usted me hace de su casa y protección, con las cuales habrá visto ya que mi amistad contaba de seguro, sino por las tiernas y entrañables y honrosas expresiones con que la acompaña. Ya usted en otra época de mis infortunios había señalado heroicamente su bondad hacía mí. ¿Cómo, pues, creería yo que podía desmentirse después que el trato había estrechado los vínculos de nuestra amistad, y que mi conducta patriótica y desinteresada me había hecho (¿por qué no tendré esta vanidad?) a sus ojos más digno de la suya? Escribo, pues, para anticipar a usted la expresión de mi tierna gratitud; pero escribo también para aprovechar la ocasión que se me presenta de enviarle esos papeles, que aunque de corto valor por su estilo, son mirados por mí como la mejor hipoteca de mi reputación. Verá usted, por el uno, que mis Reflexiones pudieron fijarla opinión de la Comisión de Cortes, sobre su organización en dos cámaras y sobre la reunión de los prelados y grandes en una de ellas; y verá por el otro, el último esfuerzo de la expirante Junta para asegurar la grande obra de las Cortes, en el primer instante en que el estado de la nación lo permitiere. Ni en éste fue olvidado el importante punto de la sanción real, no discutido ni acordado en Sevilla. Y aunque en todos nos hayamos separado algún tanto de las juiciosas miras de nuestro mister Allen, deben usted y él creer que se hizo cuanto las circunstancias permitieron y mucho más de lo que en ello se podía esperar. Y, en fin, que este triunfo de la razón y de la libertad se deba en primer sentido a los liberales consejos de usted y de nuestro digno amigo; en segundo, a mi constancia y mis esfuerzos; y en tercero, a la pureza del celo y los principios de la mayoría de la Junta Central, es una gloria que nos pertenece a todos, y que, si nos la niega la injusticia de nuestros contemporáneos, no nos será negada por la posteridad.

Pero, ¡oh mi buen amigo!, si la esperanza de este juicio tardío consuela al hombre de bien, no puede ni alcanza a librarle del resentimiento de sus injurias. Las que se nos han hecho por todas partes nos han obligado a mi amado Pachín y a mí a dirigir ala Regencia la Representación de que también va copia, y en la cual nuestra queja principal va encaminada contra el Consejo. Y, ¿lo creerá usted?, por más que parezca muy amarga es todavía muy inferior a la injuria que nos ha irrogado. Yo la hice cuando no había visto la consulta del Consejo, sino oído referir vagamente su dictamen. Hemos al fin logrado una copia de ella, y usted no puede figurarse hasta qué punto estos ambiciosos golillas desahogaron contra nosotros el resentimiento que escondían en sus almas por no habérseles dado parte activa en el gobierno anterior, como su loca ambición había pretendido, en y después del interregno. Si visto la hubiera yo, otro fuera mi estilo; pero día vendrá en que la ambición y la injusticia de estos ruines enemigos sea puesta más al descubierto; porque la Regencia, o insensible a nuestra queja o tímida para nuestro desagravio, no sólo la retarda, sino que parece temporizar con estos nuestros ofensores. Con todo, no quisiera yo que esta Representación se divulgase por ahora. Nuestra primera obligación es respetar y sostener el gobierno que hemos establecido, y sólo cuando abiertamente nos niegue la justicia que nos debe y que se debe a sí mismo estaremos autorizados para reclamarla de la opinión pública.

Pero, entretanto, mi respetable amigo, ¿no habrá en ese país quien vuelva por el honor de tantos distinguidos patriotas como había en la Junta Central y que son tan indistintamente infamados y ofendidos? Sé que las injurias difundidas en Sevilla contra nosotros han sido repetidas y divulgadas en los papeles ingleses; y, aunque no los he visto, no lo extraño. Que en aquella revolución era Romana uno de los triunviros aspirantes al mando, no lo deja dudar su conducta anterior, se aparecieron en la Junta sevillana. Romana había anunciado antes su viaje a la Isla, todos sus compañeros habían ya partido, y sólo él y Contamina (cuñado de Montijo y Palafox) se hallaron allí. Así que los que sembraron las calumnias en aquel teatro, ¿por qué no cuidarían de difundirlas por Europa? Pero tantos ilustrados ingleses como se hallaron al lado de la Junta y observaron sus operaciones, ¿sufrirán que se ofendan tan descaradamente la verdad y la justicia? Que hubiésemos cometido errores, nosotros lo reconoceremos de buena fe; pero acusarnos de haber vendido la patria y haber manchado nuestras manos en su sustancia... Quis tam patiens ut teneat se? He aquí, milord, lo que me aflige, sin que por eso crea usted que he caído en el abatimiento que nos han preparado. Victi sumus igitur, aut si vinci dignitas non potest fracti certe et abjecti.

Y, ¿qué diré a usted del estado de guerra? Nada con seguridad, porque nada llega auténtico a este rincón. Dícese que Massena, que entró con los refuerzos, va sobre Ciudad Rodrigo a conquistar Portugal, y que el ejército inglés se retira para reembarcarse. No lo creo; pero, si es cierto lo primero, no dudaré de lo segundo. Desde los sucesos de Talavera he visto el sistema adoptado por nuestros aliados, o, por lo mejor, por ese ministerio: forzar al enemigo a extraordinarios esfuerzos, que acaso fuesen superiores a su poder; pero sin cooperar con nosotros ni empeñarse con él. Los fines de este sistema son bien conocidos. ¿A qué acumular tantas fuerzas en Cádiz, para cuya defensa sobre el ejército que tenemos encerrado allí, y que si por algo es dudosa, sin duda por la acumulación de tanta tropa en un punto tan reducido? ¿Y a qué la inacción del ejército anglo-lusitano en las fronteras de Portugal, cuando los franceses, derramados por las Andalucías, con una pequeña fuerza en Castilla, Asturias y Galicia, tienen casi abandonado todo el interior? Que la Romana entra en este sistema es demasiado conocido. De otro modo, la atención del enemigo sería llamada al centro; las tropas de Cádiz podrían seguirle y unirse a las de Extremadura y Portugal. Asturias y Galicia, libres de temor, podrían hacer una diversión poderosa hacia la Cantabria; y Cataluña, Valencia, Murcia y Aragón, llenas todavía de recursos (salvo de armas, que tenazmente se nos niegan), podrían dar a la defensa de España nuevo vigor y más ciertas esperanzas. Que éste sea el deseo de la nación inglesa, lo creo de su conocida generosidad; que lo sea de sus ministros, me lo hace dudar su conducta y temer ciertos designios ambiciosos, antes columbrados, ya más descubiertos, y que, según mis antiguas predicciones, tardarán muy poco en confirmarse. Si tal es la gloria a que se aspira la inicua política del día, yo no se la envidio, ni la envidiará ningún hombre de bien que crea que la gloria se puede separar de la justicia y la virtud.

Entre tanto, el pobre país de Asturias está en agonía. Sin tropas, porque envió con Ballesteros 12000 hombres, la flor de su ejército; sin armas, porque ha perdido su excelente fábrica de fusiles; sin dinero para restablecerla y proveerse, porque no se lo da el gobierno, y sin víveres, porque ni los tiene ni los puede recibir de otra parte, está dominada por un puñado de vándalos que la destrozan y aniquilan. Sobre esta pena tengo la de haberse confiado el mando de la provincia a mi sobrino Pepe, de quien, si no me engaño, todo se podría esperar si tuviese medios, pues que nada le falta de talento, de valor y de patriotismo. Y he aquí, mi buen amigo, lo que nos detiene en Muros, sin que yo me resuelva a volver a la Isla ni a tomar otro partido. Cuando lo hiciere volveré al lado del gobierno, como me está mandado, y veré si puedo asegurar alguna subsistencia distante de él. Tengo dicho a usted que para fijar mi suerte siempre contaré con su amistad y favor; pero siempre decidido a buscar tierra de mi patria, porque pienso, con Cicerón, que etiam si oppetenda mors esset, in patria mallem quam in externis atque alienis locis.

Mucho sentiré que no haya llegado a manos de usted un pliego dirigido por el señor Magniac, agente inglés en La Coruña. Contenía varias copias, que, unidas a las que ahora van, completarán la historia de nuestra persecución. Como no espero que haya concluido, usted deberá esperarlas de todo lo que pertenece a ella. Acaso soy importuno cansando a usted con tan largas cartas y tan fastidioso papelorio; pero, a lo menos, verá usted en ello una prueba de la confianza que he depositado en su, para mí, tan apreciable amistad. Y ahora permítame, mi amable Milady, que yo le rinda mis afectuosos respetos, y, para que no se aflija su corazón sobre mi suerte, dígole solamente que mi amado Pachín y yo estamos buenos, tranquilos y con bastante humor para hacer una vida más alegre y menos agitada que de antes. Extiéndase mi memoria a nuestro respetable mister Allen y a Carlitos, y usted créame siempre su eterno y constante amigo.

(Rúbrica).

Ruego a usted que incluya la adjunta en el pliego de su casa.




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Muros, 5 de diciembre de 1810

Mi muy estimado señor y querido amigo: En pocos días he recibido dos favorecidas de usted, enviadas de La Coruña por el brigadier general Walhem, la primera escrita en Portsmouth, 25 de septiembre, y en ella venía un ejemplar de nuestro desgraciado decreto de Cortes; y la segunda era un duplicado de otra de 31 de agosto, cuyo original no he recibido. Éste había sido remitido a Walhem por el señor Stuart, de Lisboa. Debo, pues, dar a usted las más finas gracias por el cuidado de comunicarme noticias de su salud y la de la amable Milady y familia, y es para mí de la más pura satisfacción este testimonio de la continuación de su buen afecto. Pero temo que mi silencio pueda hacer en él alguna alteración, porque digo con vergüenza que desde el 30 de agosto no he escrito a usted carta alguna. Es verdad que la uniforme y insulsa obscuridad en que aquí vivimos, y la tardanza de las noticias de Cádiz, que no recibimos sino accidentalmente y siempre con 30 ó 40 días de atraso, sobre no prestar materia, quita de todo punto la gana de escribir. Veo que usted me enviaba en su carta de agosto (no recibida) la lista de las que me había escrito, y hubiera querido tenerla para conocer las extraviadas. Las que yo recibí aquí, además de las dichas, fueron: 1.ª, Pall-Mall, 26 de enero; 2.ª, Holland-House, 15 de febrero; 3.ª, idem, 4 de julio (por mano del señor White, de La Coruña), y 4.ª, el duplicado de la anterior. Veremos, pues, si en adelante logramos más regularidad en esta correspondencia para mí tan estimable y honrosa.

Quisiera yo hablar a usted de Cortes; pero ¿cómo, tan lejos de ellas y con noticias tan retardadas de sus sesiones? Desde luego, me da mucha pena su organización, no porque no haya adoptado la Regencia la que nosotros acordamos (de que le habrá pesado mucho), sino por la forma libre y confusa en que se constituyeron. Han confirmado interinamente la Regencia (que han renovado muy luego), pero dejando un poder ejecutivo puramente nominal, pues que no le han dado ninguna intervención en la confirmación de las leyes, ni veto, ni sanción, ni revisión, ni nada. Quedó, pues, aquel poder no sólo débil, sino refundido sustancialmente en el legislativo. Se han constituido en una sola cámara, sin establecer ninguna especie de doble deliberación; y como las más de sus resoluciones se han tomado al golpe y a consecuencia de una discusión momentánea y no preparada ni meditada de antemano, es de temer que si siguen así puedan resultar algunas de grave inconveniente. Hayle ya en cuanto al juramento, compuesto de seis artículos y, sin embargo, acordados al golpe. En el primero, que declara la soberanía de la nación sin explicación alguna, se destruye nuestra antigua constitución, y aunque envuelve un dogma generalmente reconocido por los políticos en la teórica, era cosa muy grave para presentarle desde luego a una nación que no le conocía ni penetraba su extensión en la práctica. Pedir de antemano el reconocimiento de la constitución que se hiciere, de una constitución no conocida y que los mismos que la han de hacer no han ideado ni discutido todavía, parece cosa poco cuerda, sobre no necesaria, porque, aun hecha y presentada esta constitución, todo ciudadano tendrá el derecho de jurarla o no y de pasar a vivir bajo de otra, si aquella no le conviniere. Hase, sin embargo, jurado a paso llano por todo el mundo, y sólo el marqués del Palacio propuso algunas dudas mal digeridas y sostenidas por él y con demasiada severidad tratadas por la asamblea.

Pero usted me dirá: las Cortes han declarado la libertad de la imprenta y esto vale por todo; pero permítame que diga que tampoco en esto estoy contento, no porque repruebe esta libertad (que teníamos ya acordada en la comisión de Cortes, como usted vería en la Memoria impresa de Morales que le envié de Sevilla), sino porque la resolución me parece muy anticipada. Esta libertad será buena como parte de una constitución ya hecha y que será buena también; pero antes terno que no lo será. Me dirá usted que para que lo sea la nuestra debe empezar por aquí; pero, con su licencia, yo diré que sólo debe acabar. Usted sabe que la política no es todavía una ciencia y que, sea lo que fuere, sumas muy novicios en ella. Usted sabe que las teorías políticas, que sólo conocen algunos, no bastan para hacer una buena constitución, obra de la prudencia y la sabiduría, ilustradas por la experiencia. Las ideas de Juan Jacobo y de Mably, y aun las de Locke. Harrington, Sidney, etc., de que están imbuidos los pocos jóvenes que leen entre nosotros, son poco a propósito para formar la constitución que necesitamos. No tenemos, por tanto, que esperar las luces que nos faltan de la libertad de la imprenta, y tenemos más bien mucho que temer si nos vienen de afuera, que no se descuidarán nuestros enemigos en aprovecharse de este medio para difundir las que nos dañen, ni de comprar instrumentos que las apoyen. Todo esto, oh mi buen amigo, me llena de aflicción y me tiene en sobresalto. Mi deseo era preparar por medio de nuestro plan una constitución modelada por la inglesa y mejorada en cuanto se pudiese, y a esto se dirigía la forma que ideábamos para la organización de la asamblea. ¿Podrá usted esperar ya este bien para la España?

¿Y sabe usted que nuestro Agustín Argüelles es el oráculo de las Cortes? No conozco bien sus principios, aunque le tengo por muy instruido y también por hombre de juicio, y esto me consuela mucho.

Pero, hablando de mí, debo decir a usted que aunque muy inclinado antes a volver a Cádiz y casi forzado a ello por el fiambre (porque ni me pagan mi sueldo, ni acaban de salir de Asturias los franceses). Estoy resuelto a esperar aquí hasta que vea más claro. Desde aquí cuidaré entre tanto de mi salud y de mi reputación, nos haciendo reclamaciones al gobierno, que ya nada puedo, ni a las Cortes, a quienes no debo distraer, sino exponiendo a la nación cuáles han sido mi conducta y mis opiniones en el pasado gobierno y confundiendo al mismo tiempo las calumnias ele mis enemigos. En este trabajo me he ocupado y entretenido antes de ahora, y si a pesar de la libertad de la imprenta no pudiere publicarle aquí, veré si usted aprueba que se publique en Londres. Omnis ira hoc sum.

Puesto de rodillas pido a usted perdón de mis temerarias sospechas acerca de la conducta del ejército aliado. ¡Gloria al lord Wellington, que tan briosamente ha sabido refrenar y escarmentar al enemigo! Se cuenta ya de seguro que Massena se retira con su ejército, muy menguado ya. Si es así, no podrá dejar de tener mayor pérdida y mengua en la retirada; y este golpe, dado al brazo derecho de Bonaparte, puede ser de mucha consecuencia. La guerra no por eso se acabará, pero sellará más duradera y costosa al enemigo, y esto es algo en el cálculo de las contingencias políticas.

Acabo preguntando a mister Allen (pues que no sé si hablamos de ello en Sevilla): ¿conoce usted el Memorial ajustado del expediente de ley agraria, formado de orden del Consejo? Es un extracto del gran proceso que contiene todos los expedientes particulares, informes de intendentes y audiencias, documentos y noticias recogidos para este grande objeto. El Consejo le hizo imprimir, y con su vista escribí yo el Informe de la Sociedad. No sé dónde se podrá hallar hoy fuera de Madrid, pero debo esta noticia a mi estimable favorecedor.

Me ofrezco muy rendidamente a nuestra amable Milady. Celebro en el alma las noticias de Carlitos, y quisiera estar en el castillo de Bellver para tener esperanza más próxima de verle. Si la suerte le trajere a La Coruña, saldré de este mi rincón para darle un abrazo. Mi Pachín saluda a ustedes con igual cariño, y yo soy siempre de usted muy tierno y reconocido amigo.

(Rúbrica).




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Muros, 5 de diciembre de 1810

La tortilla se ha vuelto, mi muy amado lord. Yo me quejaba de la falta de cartas de usted, y ahora podrá usted echar menos las mías. En pocos días he recibido dos, o, por mejor decir, cuatro, si cuento sus duplicadas, sin haber contestado una sola letra. ¿Por qué?, dirá usted. Porque deseaba hablarle de Cortes y esperaba saber cómo se organizaban. Ya lo están y podré decir a usted algo, no de lo que sé, porque estando tan lejos llegarán antes las noticias de sus resoluciones a usted que a mí, sino de lo que pienso, o más bien de lo que temo acerca de ellas. Pero antes, y para poner al corriente nuestra correspondencia, diré a usted que desde mi arribada a este puerto he recibido aquí las siguientes cartas de usted:

  1. Pall Mall, 26 de enero.
  2. Holland-House, 15 de febrero (por correo, retardadas).
  3. Idem, 4 de julio (enviada por el señor White).
  4. Idem, su duplicado, por correo.
  5. Portsmouth, 25 septiembre, enviada por el señor Walhen, con el decreto impreso.
  6. Duplicado de una de 31 de agosto, no recibida, con posdata de 15 de septiembre, enviada desde Lisboa por el señor Stuart.

A la tercera de estas cartas, en que el señor White, de La Coruña, me ofrecía los generosos auxilios proporcionados por usted a nombre de milord Liverpool, respondí por el mismo conducto y añadí una cartita de gracias para el ministro. Las cartas cinco y seis me fueron dirigidas por el señor brigadier J. G. Walhen, desde La Coruña, con la última de Lisboa, remitida por el señor Stuart. En fin, la de 31 de agosto no llegó a mis manos, sino el duplicado: siento su pérdida, por cuanto venía en el principal la lista de las que usted me ha escrito, y por él sabría si alguna otra, como temo, se ha perdido. Resulta, pues, que la última carta que yo escribí fue de 30 de agosto, y la última que recibí de usted de 25 de septiembre.

Pero este día era muy señalado, como aniversario de la instalación de nuestra desgraciada Junta, y como primero de las deliberaciones de nuestras Cortes. Utinam felices! Habíanse abierto el día anterior. Nada diré de sus resoluciones, que hasta ahora parecen buenas, aunque algo precipitadas. Mucho que celebrar, porque al fin han consagrado la libertad de la imprenta, aunque no sé todavía cómo está concebida la ley. No por eso dejaré de decir que la resolución me parece muy precipitada, y que temo que los primeros que se aprovecharán de esta libertad para enredar y turbarnos acá y en América serán los franceses. Esta libertad no puede ser buena sino bajo de una buena constitución, y para que lo sea la nuestra no debe empezar por aquí. Dirá usted que sin ella no se puede formar una buena constitución; mas yo creo que sí. No son luces adquiridas de repente las que deben sugerir su plan; luces, estudios, observaciones hechas muy de antemano deben concebirle, proponerle, demostrar su bondad y obtener su sanción. Fuera de que, hablando en general, usted debe reconocer que no somos muy sabios en política; que sin escritores, sin imprentas, sin compradores de los libros, la luz que nos puede venir por este medio es escasa y tardía. La ley, pues, será buena y obrará su efecto en adelante. Pero en el día puede ser dañosa, si nuestro enemigo, con los poderosos medios que tiene en la mano, compra escritores que perviertan la opinión pública y perturben la paz interior, cosa no muy difícil, pero muy peligrosa en medio de la actual fermentación y exaltación del espíritu público.

Pero me da mucho que temer su organización. Las Cortes se han constituido en una forma demasiado libre y en ninguna manera arreglada. Han puesto al poder ejecutivo, ya antes muy débil por su naturaleza y por falta de apoyo en la opinión, en absoluta dependencia del legislativo; no le han dado ninguna especie de veto, ni derecho de revisión, ni de sanción; se han constituido en una sol a cámara; no han tomado ningún medio de duplicar la discusión, y lo que sobre todo puede ser funestísimo, las proposiciones, discusiones y deliberaciones se hacen al golpe, que es decir, sin la reflexión y meditación que requieren las graves materias que deberán resolverse.

Usted verá ahora cuánto esto dista del plan con tanta madurez concebido y propuesto en nuestro último decreto; plan que la Regencia hubiera podido establecer sin peligro, por lo mismo que le hicieron otros, que hubiera servido de apoyo a su autoridad, también sin peligro de que abusase de ella, y que al fin hubiera preparado el camino para una excelente constitución, que era su primer objeto. ¿Espera usted algo semejante de la organización adoptada? ¿Espera usted que, excluidos de las primeras Cortes el clero y alta nobleza, sean admitidos a las sucesivas? Hay seguramente en las Cortes hombres de instrucción y de juicio, entre los cuales descuella, según dicen, nuestro Agustín Argüelles, quantum lenta solent inter viburna cupressi; pero sé que hay otros cuyos principios políticos son bebidos sin reflexión en Juan Jacobo, Mably, Locke, Milton y otros teoréticos que no han hecho más que delirar en política.

Y en tal situación, ¿cree usted que yo deba volver a Cádiz? ¿A qué? ¿Quién oiría mi débil voz? ¿No estoy mejor aquí para cuidar de mi salud y mi reputación y restablecer una y otra? Yo, como dije a usted en mi última, viendo tan dudosa la suerte de Asturias, y que algunos me deseaban en Cádiz, estuve muy inclinado a volver allí; mas ya no lo haré, si no me fuerzan las puntas de la espada o del hambre (porque hace ocho meses que no se me paga mi pobre sueldo, y va para dos que no recibo una sola carta de Cádiz). Así que, mientras me olvidan allá, cuido de mí en este rincón. Usted me dice que es en vano clamar al gobierno por nuestro desagravio, y en esto predica a un convertido; pero trato de reclamarle de la nación. Tengo escrito sobre esto, no para la Regencia ni para las Cortes, sino para el público. Lo que pudo mi pluma lo verá usted, y si no pudiere imprimirse aquí, y lo mereciere, se imprimirá en Londres.

Puesto de rodillas, pido a usted perdón de mis sospechas sobre la conducta de nuestros aliados. ¡Gloria al lord Wellington nuevamente laureado en Busaco! Tenemos grandes esperanzas de que fuerce a Massena a abandonar el Portugal. Haya disminuido mucho su fuerza, y si este brazo derecho de Bonaparte no recibe refuerzos, se puede esperar la derrota de un ejército que es su principal apoyo en España. La guerra no por eso se acabará; pero será muy prolongada, y esto es algo, porque la situación política de Europa y el odio contra el perturbador da grandes esperanzas de que se exciten otras atenciones a su ambición. ¿Creyera usted que siguiese dando pasos tan rápidos? ¡Pobre humanidad!

Basta de molestia para usted, que irá a entrar en sus ocupaciones políticas. Diga usted a nuestro mister Allen, porque no sé si alguna vez se lo advertí en nuestras conversaciones, que lo que llamamos acá: Memorial ajustado (esto es, extracto) del expediente de Ley Agraria, está impreso en Madrid en un volumen in folio; que en él se hallan todos los expedientes particulares, documentos, informes y noticias recogidas por el Consejo para formar el expediente general (que nunca se atrevió a resolver); que el informe de la Sociedad se hizo con vista de este extracto, y que tal vez, si no le tiene, le convendría buscarle antes de publicar su traducción; que es difícil adquirirle en el día, porque presumo que no se hallará sino en Madrid, pero que yo le doy esta noticia por si le fuere de algún provecho.

Blanco no ignorará que no era yo solo el que tenía en la Central principios liberales y justos. Camposagrado, Verí, Ayamans y algunos otros opinaban al principio por la regencia, y muchos más después por las Cortes; y que en cuanto a pureza y rectitud de intenciones fue siempre grandísima la de la mayoría de los individuos del Cuerpo. Una censura que no haga esta diferencia será iliberal y injusta. Por lo demás, cada uno es libre de juzgar las operaciones de cualquier gobierno. De su papel no he visto ejemplar alguno. Basta otra vez, etc.






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De Jovellanos a Francisco Venegas


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Sevilla, 8 de agosto de 1809

Excelentísimo señor: Mi estimado dueño: En medio de los grandes cuidados que rodean a usted, tenga la bondad de volver su atención a uno que no la desmerece. La comisión nombrada para preparar la convocación de Cortes necesita de grandes auxilios para examinar las proposiciones que empiezan a venir de todas partes con relación a este grande objeto, y a este fin desea reunir en torno de sí todas las personas de instrucción y talentos en que pueda encontrarlos. Con esta mira hemos puesto los ojos, entre otros, en el académico de la Historia don Francisco Martínez Marina, reputado por uno de los más sabios en materia de Cortes, de constitución y legislación española, sobre lo que ha publicado el año pasado la mejor obra que conocemos, y que es única en su género. Nos dicen que este digno eclesiástico salió de Madrid y se refugió en..., y quisiéramos que se le hiciese entender que acá le deseamos y que, resuelto a venir, le proporcionase usted los medios de hacerlo con seguridad. Nuestro deseo se extiende a que, aun cuando se le halle en Madrid, tenga la misma noticia y la misma proporción, y si tanto se pudiese, que sacase consigo de la preciosa colección de papeles que posee, aquéllos que fuesen más necesarios para el objeto indicado. No es en manera alguna nuestro ánimo comprometer a usted, ni tampoco poner en riesgo a este digno literato; pero sí recomendamos a su celo por el bien de la patria nuestro deseo, dejando a su arbitrio y prudencia los medios de cumplirle. Este deseo no es sólo mío, sino de todos los que componemos la comisión de Cortes, a cuyo nombre escribo, aprovechando esta ocasión para renovar a usted la seguridad de mi sincera inclinación y aprecio, con lo que soy siempre de usted muy apasionado y fino servidor que su mano besa,

Gaspar de Jovellanos .






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De Jovellanos a Tomás de Verí


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Muros, 18 de julio de 1810

Mi querido Verí: ¡Cuán penosa se hace la ausencia para la amistad cuando la falta el consuelo de la correspondencia? De las cartas que usted me dice haber escrito después de dejada Tarragona ninguna llegó a mis manos, y la última en que me lo dice tiene fecha del 15 sin decir el mes. Pero, pues en ella viene copia de su recurso de 28 de febrero y usted no había recibido aún contestación, la creo del 15 de marzo. Y, sin embargo, ¿creerá usted que la recibí el 11 de julio?

De nuestros acaecimientos posteriores a la fecha de la carta de usted, le supongo enterado por lo que escribí a Carvajal, a Ayamans y a usted mismo, y no serán todas tan desgraciadas que no se salvasen algunas, y especialmente las que iban a entregar a la mano.

Del estado del día, ¿qué le podré decir? ¿Qué pintura hacer que no sea triste y no despedace el corazón? Lérida cayó. Hostalrich fue evacuado. O'Donnell, como Blake, primero adorado, fue después escupido. Por acá, Asturias está bajo el yugo hasta el Navia, y aunque hay todavía constancia y no faltan recursos, faltan gobierno, unión, subordinación y medios de armas y víveres.

Aquí se habla y se exige mucho, pero no se recluta ni se organiza ni se hace cosa de provecho. Por último, nos dicen que Ciudad Rodrigo cayó y caerá también Badajoz, porque su Romana de ustedes no tiene actividad sino para perseguir, y nuestros aliados, aunque cerca de la frontera, se contentan con ser espectadores y, como tantas veces pronostiqué, desde la retirada de Talavera están resueltos a evitar otras luchas. ¿Dónde pondremos, pues, nuestra esperanza? ¿En Valencia y Murcia, cuyas puertas visitó y cuyos contornos asoló impunemente el enemigo? Cádiz no caerá si ya no le entrega la traición de los nuestros o no le traga la ambición de los ingleses. Pero España no puede existir en sólo Cádiz, como Atenas en sus navíos.

Donde hay riqueza, donde comercio, no hay patriotismo, y donde no hay patriotismo no hay patria. Las Cortes..., ¡oh palabra de gloria y esperanza en otros días y ahora de desconfianza y dolor! ¿Qué podrán hacer sino llorar los males de España? El despecho dictará, sin duda, algunas últimas dolorosas medidas; pero me temo mucho que sean tardías. Usted preguntará si voy a ellas y le diré que no. Sin voz propia, sin representación privada, no puedo ser parte en esta Asamblea. Como consejero de Estado puedo, si quiero, ir al lado del gobierno; pero si no me llama no sólo debo creer que no me necesita, más también que no me desea.

Es verdad que en ellas debemos vengar nuestra representación ultrajada; pero éste es negocio de todos y en él debemos todos reunirnos. Sobre esto he escrito a Garay, que está en Cádiz, para que lo acuerde con los que están allí y escriba a los demás, inclusos ustedes. Si esta reunión no se verificase, Pachín y yo hablaremos solos, pero a nuestro solo nombre, y una sencilla expresión de nuestras opiniones y nuestra conducta bastará para conservar y asegurar una reputación que no damos por perdida; y este consuelo, tan grande para nosotros, lo es mayor aún porque alcanzará a nuestros caros y dignos amigos.

Salud a los de ahí, Ayamans, Heredia, Carvajal, cartujos, Montis y demás del país (señaladamente a mi buen doctor Bas), entre tanto que dándola a los primeros en nombre de mi Pachín y de ambos a la amable Barbanta y su digna familia, queda de usted afectísimo y constante amigo,

Jovellanos.






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De Jovellanos al conde de Ayamans


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Muros, 4 de septiembre de 1810

Mi querido amigo: Dos días ha que el piloto que llevó a usted mis cartas de 16 y 22 de mayo me entregó su respuesta de 16 de junio, que me ha sido muy grata por los sentimientos de amistad que usted me renueva en ella, no sólo suyos, sino de tantos buenos y queridos amigos. Me hallo aún detenido en este puerto, porque ni acaba de decidirse la libertad de Asturias, ni quiero meterme voluntariamente en los peligros que la estrecha situación y las inquietas opiniones de Cádiz hace temer. Y como supongo a usted ahí, y sobre esto escribo largo a Garay, me remito en cuanto a ello a su carta.

Escribo también a Quintana, y como no dudo que él entre a la representación nacional, ya sea por Madrid o por alguna otra provincia, creo que sería muy conveniente que ayudase a usted en el empeño de defendernos de tantas injustas imputaciones como se han excitado contra nosotros. No debemos aspirar a la infalibilidad; pero ¿no podemos, primero, a que se nos desagravie de tantas absurdas calumnias; segundo, a que no se pongan en olvido tantos ilustres servicios, y tercero, a que no se confundan en una misma censura los que han sudado y luchado con desinterés y constancia por el bien público con los que hayan atendido alguna vez a su interés particular? Pues ¡qué!, los que opinaron desde el principio por una Regencia interina y por el anuncio de las Cortes; los que no han cesado declamar por ellas y han logrado al fin que se acordasen por mayo: los que desde entonces han trabajado con la constancia que usted sabe para que esta augusta reunión produjese todas las reformas y todos los bienes que la nación podía esperar de ella; los que al fin las anunciaron para el 1.º de mayo; en fin, los que siempre hicieron frente a las proposiciones peligrosas, a los proyectos ambiguos, al desorden y a la injusticia, ¿serán confundidos en la censura con los que pudieron desviarse de la senda del deber? Pues ¡qué! ¿deberán confundirse los talentos con la ignorancia, la aplicación con la holgazanería, el celo con la indolencia y el amor de la patria con el egoísmo? Pero es ocioso sugerir reflexiones tan obvias a quien ninguna puede esconderse.

Hay un punto muy importante que tengo sobre el corazón, y es el establecimiento de las dos cámaras, con el grande objeto de que haya doble deliberación. No hallo otro medio de evitar la precipitación en las resoluciones, la preponderancia en los partidos, la ruina de la autoridad soberana, la destrucción de las jerarquías constitucionales y, finalmente, el verdadero carácter de la monarquía española. Lo que se adopte en estas Cortes servirá para otras, y Cortes añales (que entonces se querrán) en una asamblea general, sin distinción de estados ni deliberación doble ni balanza que mantenga el equilibrio entre el poder ejecutivo y el legislativo, caerán poco a poco en una democracia, por más que se clame por Fernando y se pronuncie el nombre de monarquía.

No he recibido otra carta de usted. Si responde a ésta, sea por el mismo que la entregará. A Verí, que no le escribo porque ésta será también para él.

He sentido en el alma la pérdida de su precioso niño; consuélome con la esperanza de otro. Escribirele cuando conteste a otra mía que supongo habrá pasado el estrecho. Entre tanto, quedo de usted afectísimo servidor y amigo,

Jovellanos.

Ruego a usted que incluya la adjunta en el pliego de su casa.










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