Ibagué (Colombia), 19 de marzo de 1889.
Sr. D. Justo Sierra, etc., etc.- México. Reciba usted un cariñoso abrazo. Meses hace que no le escribo. Desde mayo de 88 he tenido que trabajar duramente en unas minas que están como a seis leguas al SO de este pueblo, en hoscas montañas.
En mi última carta le hablé del envío de 100 ejemplares de María, de la última edición hecha en México. Son obsequio bondadoso de los señores Aguilar e Hijos. Ellos me escribieron el 15 de octubre de 87, y en su carta decían que los 100 ejemplares serian puestos en poder de usted. En Bogotá, amigos a quienes hablé de eso desean que lleguen los libros, y si la edición es tan bonita como me lo aseguró el Dr. Mejía, serán esos ejemplares muy estimados.
Es difícil enviar con acierto a Colombia la caja. A Panamá puede usted dirigírsela a alguna casa respetable, para que la remita a Barranquilla. Si puede venir directamente a este puerto de Barranquilla, vendrá bien encomendada a los Sres. Ferbuson & Noguera. Yo les escribiré diciéndoles a quién deben remitir la caja a Honda, puerto, del interior, en el río Magdalena. Mucho agradeceré a usted sus cuidados, etc., en el envío de esos libros. Los Sres. Camacho, Roldán & Tamayo deben recibir en Bogotá los libros. Si el Dr. Salvador Camacho Roldán estuvo en la ciudad de México en 1888, como se me asegura, tendría el placer de tratar a usted; si así ha sucedido, ya tiene usted el medio de enviar los libros a Colombia con seguridad; él se lo habrá dejado en sus indicaciones.
Y a otra cosa.
En todo el mes de abril próximo volveré a la costa atlántica con el fin de visitar, con un ingeniero que ha de venir de Europa, las hulleras que, en el Golfo de Urabá o Darién del Norte, descubrí en 1887. Si mi apoderado en Europa y Estados Unidos para agenciar ese negocio, el Dr. José Camacho Roldán, hermano de D. Salvador, acierta en sus procedimientos y labor, como lo espero, la Compañía que tome a su cargo la explotación de esas riquísimas hulleras hará cuantiosas, incalculables ganancias. Temo únicamente que se retarde por algún motivo la negociación del Dr. Camacho Roldán. Esto contrariaría en absoluto mis proyectos para lo futuro. En el resultado de mi penosa labor en las costas del Atlántico -que estudié mucho desde 1882, desde Cabo Falso a Punta Espada, en la Guayra, hasta Pisisí, en el Golfo del Darién-, tengo fincada la esperanza de aliviado vivir en lo venidero y la posesión de algún patrimonio para mi familia. A veces me figuro que son inútiles mis esfuerzos para adquirir esa fortuna modesta; que debo resignarme a que no tenga mi familia, mientras exista yo, más de lo puramente indispensable para no caer en horrible miseria. Así luchamos desde 1862. No se espante usted de esa fecha: somos valientes, y habiendo yo tenido ocasión de enriquecerme en altos puestos públicos que ocupé desde 1876, si no hubiese preferido a todo mi honra, mi pobreza es hoy mi orgullo.
Temo también que, gobernando hoy a este país los hombres que usted sabe -conservadores ultramontanos-, se estorbe de algún modo, al fin, que yo obtenga resultado definitivo de las arriesgadas labores de que antes hablé. Mucho valen para el país, realmente, aquellos yacimientos de hulla, tan inmediatos a Colón; mucho le valen por su grande riqueza, que el comercio del mundo aprovechará; pero, ¿qué quiere usted? No he trabajado en un país que sepa y pueda recompensar tales esfuerzos afortunados: hecha en México, la Argentina o Chile tal obra, hoy sería yo rico. Aquí es diferente: aún no poseo ni una casa humilde para hogar de mi familia, y todavía batallo para vivir en pobreza. Si mi espíritu fuera capaz de míseras fatuidades, ya me habría imaginado que tantos dolores y agonías de años y años son la gloriosa tortura de que en vano han querido librarse en vida otros infelices, conquistadores de la honra y bienestar que hoy disfrutan sus compatriotas. Pero no: todavía no he podido yo hacer nada que me haga merecedor de los tormentos de aquellas almas excelsas.
Y bien, amigo mío, seamos previsores: necesito serlo para que más tarde no me acuse la conciencia de ceguedad y de no haber sido franco al hablarle a usted de cosas íntimas. Eso que en 1886 se escribió en los periódicos de México sobre mi angustiosa situación, era la verdad. Así había sucedido de 1882 a 1884; así desde septiembre de 1885, concluida la campaña desastrosa en que nos comprometieron los mentores del liberalismo en ese año. Yo negué lo que publicaban nobles escritores mexicanos; negué la verdad por honor de mi país. Usted, vería, quizá, ese escrito mío publicado en El Promotor, de Barranquilla. ¿Y sabe usted cómo agradecieron mi abnegación mis compatriotas? Un tal Jorge Abello, un quídam, uno de los redactores de aquel periodiquito, hizo burla soez, digna del «boga», porque diz que los redactores de la hojita no habían sabido en qué me ocupaba yo en la costa, ni si me hallabas en México o en Colombia. Verdaderamente, habían creído que yo estaba en México... ¿Para qué decirle a usted más?
Confiaba yo mucho entonces en el inmediato buen éxito de mis trabajos, y en ellos arriesgaba la vida, dejando las tumbas de mis compañeros en playas de los desiertos.
Si los resultados de aquella labor se retardan o se frustra mi esfuerzo, tendré que padecer mucho: quedaré endeudado con los gastos qué está ocasionando el viaje de D. José Camacho Roldán a Europa y Estados Unidos; será inevitable que mi familia y yo continuemos habitando este lugar, donde ella vive como desterrada desde 1880; tendré que ausentarme de cualquier modo, en busca de trabajo, dejándola en tristeza y casi abandonada, como otras veces. Ya es demasiado para mis fuerzas, amigo mío; y en tal situación tendré, como siempre, la indiferencia «respetuosa» de los payos ricos que hay en este lugarejo -ricos para vivir aquí-, y la indiferencia cruel de los hombres que hoy gobiernan a Colombia.
En el Cauca podría establecerme menos difícilmente; pero se necesitaría, para eso, poseer siquiera un pequeño capital. Y en esa comarca donde nací, tal vez no me dejarían vivir, por temores y celo del partido conservador: allí soy amado de los mozos liberales que han combatido a mis órdenes victoriosamente.
¿En qué manera podría usted, ayudado del Sr. Sosa y sus otros amigos, tenderme manos que me ayudaran a salvar este abismo? Después, todo sería hacedero y soportable: todavía estoy vigoroso, aún puedo mucho.
Usted sabe que en México se han hecho ya catorce ediciones de María, y las hechas en los demás países de Hispanoamérica, sin contar éste, pasan de veinticinco. ¿Qué resultado supone usted que daría en México algo que se hiciera con el fin de excitar a los editores del libro a formar un fondo que recompensara, siquiera en parte, mis derechos como autor de ese libro? ¿Qué efecto daría, hecha desde allá, una excitativa semejante a los demás editores de América que, perjudicándome tanto, han hecho ediciones sin consentimiento mío? Hagan en ello, usted, el Sr. Sosa, el Dr. D. Mejía, y mis otros bondadosos amigos, lo que juzguen mejor y más delicado. Si nada creen bueno hacer a ese respecto, apruebo de antemano lo que resuelvan.
Otro medio es posible. Si el Sr. General Díaz sabe quién soy, y de lo que puedo hacer juzga, ¿tendría inconveniente para honrarme con el nombramiento de Cónsul General de México en Colombia? ¿Lo permiten las leyes mexicanas? Yo me esforzaría, a fin de servir ese empleo de modo que mi labor no fuese inútil para México; y si algo puede valer mi profunda gratitud, el ciudadano eminente que hoy preside aquella nación tendría, no sólo mi gratitud, sino la de mis hijos y la de los colombianos que me aman.
Aunque escritos con el alma, trazar esos últimos renglones ha sido más difícil para mí que escribir muchos capítulos de aquel libro -poema de mi corazón- que usted admira. Prosa de la existencia... ¡Cuánto cuesta él vulgar vivir! ¡Lo que uno es capaz de hacer por amor a estos niños adorables que han sido mi único consuelo y alegría! ¡Cuán espantoso y cruel es pensar que los dejaré en el mundo desvalidos!
No relea usted esos renglones. Proceda como mi hermano. No olvide, al proceder en un sentido u otro, que está de por medio mi nombre; que no pido limosna a los editores que en América han especulado con mi trabajo; que si es digno de admiración y todo acatamiento el Presidente de México, yo... yo soy, por carta de naturaleza, ciudadano de toda la América Latina, hermano de todas las almas que en ella laboran bendecidas y luchan gloriosas, complementando la obra de nuestros libertadores.
Adiós hoy. Sus cartas me vendrán bien a Cartagena, bajo el sobre del Sr. Dr. Henrique de la Espriella. Le encargo un abrazo cariñoso para el Sr. Sosa. ¿Le habrá llegado mi respuesta larga a su carta de 27 de abril de 87? No he vuelto a recibir otra de él.
Su leal amigo y seguro servido,
JORGE ISAACS.
Postdata.- Le incluyo, tomando el núm. 7.262 del Diario Oficial de Colombia (26 de diciembre de 87), lo que, sobre hulleras estudiadas por mí hasta entonces se publicó. La prensa del país -encogida algo la de los conservadores- aplaudió y admiró lo hecho y obtenido. ¿Sería útil reproducir en México esos documentos?
La Pluma (Madrid, junio de 1921). |