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ArribaAbajo La 'textualización' de Leocadia y su defensa en La fuerza de la sangre

Stacey L. Parker Aronson



University of Minnesota, Morris

This study demonstrates Leocadia's «textualization», her inscription in the archetypal female typifications of Virgin and whore, and the ways in which these are interpreted («read») by her rapist Rodolfo. It compares his interpretive abilities to those of Leocadia and Doña Estefanía, both of whom prove to be better readers of Rodolfo -namely, his predilection for female beauty- and as a result are able to entice him to marry Leocadia. Despite the fact that Rodolfo's crime remains unpunished and he, unrepentant, a defense is provided for Leocadia on the levels of story and discourse. On the level of story Doña Estefanía's intercession brings about the marriage and the subsequent restoration of Leocadia's honor. On the level of discourse the ironic imposition of the conventional «happy ending» as well as the sustained narrative condemnation of the crime throughout the novel reveals a criticism of seventeenth-century Spanish society and its treatment of women.


En su obra dramática Titus Andronicus, Shakespeare nos vuelve a contar el mito ovidiano de la trágica historia de Philomel para tratar de la idea de la mujer violada como «texto». Después de la violación de Philomel en el mito original, su violador le quita la lengua para dejarla sin voz con que denunciarlo. Sin embargo, su hermana Procne sabe «leer» su tragedia en un tejido que teje Philomel. En el drama, además de la lengua, a la mujer Lavinia sus violadores le cortan las manos. Sus agonizantes muñones se convierten en «texto», en los cuales su padre «lee» el crimen: «But I, of these, will wrest an alphabet, / And by still practice learn to know thy meaning» (III. ii. 44-45). La relación establecida por Shakespeare entre la mujer y el texto reverbera en la novela cervantina La fuerza de la sangre90 y refleja la trayectoria que sigue la joven Leocadia en la novela. Ella también ha sido victimizada y deshonrada socialmente por los deseos sexuales desenfrenados de un hombre; sufre la violación sexual a manos de un noble. Este noble, Rodolfo, no es castigado, siendo su crimen asumido por la sociedad. Sin embargo, Leocadia termina casándose con su violador mediante la convención del «desenlace feliz».

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Aunque Leocadia intenta dar voz a su dolor, guarda sus palabras y su cuerpo se convierte en un texto callado que nos permite «leer» la sociedad de donde sale ella y el código sexual operante en la España del siglo XVII.

En el presente estudio quisiera tratar de la «textualización» de la figura de Leocadia; es decir, la caracterización de la mujer a través de tipificaciones femeninas que representan los dos polos del comportamiento del objeto femenino percibido por la mirada masculina y entre los cuales vacila el deseo masculino: la mujer divina asexualizada y la ramera o la mujer deshonrada (ambas sexualmente accesibles). Estas tipificaciones corresponden directamente a los dos encuentros que tiene Leocadia con Rodolfo. En cada encuentro es la percepción masculina lo que las define. Estos encuentros y las correspondientes caracterizaciones femeninas determinan el comportamiento de los actuantes y crean expectativas en un sector del público lector91. En el primer encuentro, que culmina en la violación sexual, Rodolfo considera a Leocadia una mujer sexualmente vulnerable y accesible, a quien como hombre y como noble tiene el derecho inherente de dominar y violar. La transgresión sexual queda relegada a la esfera privada, subsumida por la sociedad de la época cuyo sistema jurídico favorece a la nobleza. En el último encuentro, en el que Rodolfo se enamora de ella, Leocadia aparece en escena como una figura divina, encargada de la salvación del hombre al mismo tiempo que carga todo el peso del pecado de Rodolfo: la vergüenza, la deshonra, el nacimiento de un hijo ilegítimo. Luego, quisiera analizar hasta qué punto la novela nos permite una aproximación crítica con respecto a la condición de la mujer y al problema de la deshonra femenina. La temática extremamente conservadora de esta novela y la resolución narrativa de una situación tan lamentable para Leocadia resultan problemáticas, hasta intolerables para el gusto de esta lectora feminista del siglo XX. La pregunta pendiente es si la novela cervantina da lugar a una aproximación crítica en torno a la condición de la mujer de la España del siglo XVII a pesar de tratarse de una temática tan conservadora, un delito no   —73→   castigado y un desenlace tan convencionalmente feliz. Tal perspectiva crítica es posible debido a la ambigüedad narrativa y a ciertas contradicciones textuales entre la historia y el discurso, o sea entre lo que se cuenta en la novela y la manera en que se cuenta. Sin embargo, la novela le proporciona a Leocadia una defensa tanto al nivel histórico como al nivel discursivo. Finalmente, se percibe una perspectiva crítica si se considera a Rodolfo como «lector», o sea como intérprete de las tipificaciones femeninas.


La textualización

Quien «lee» el texto de Leocadia y hasta cierto punto es responsable de la «textualización» de esta mujer, es precisamente Rodolfo, su violador, determinador cultural y representante de la sociedad patriarcal del siglo XVII, una sociedad motivada por un fuerte código del honor involucrado en una economía sexual masculina. Mediante la mirada masculina, según las ideas de Luce Irigaray explicadas en su ensayo «Speculum» de su colección Speculum of the Other Woman, la mujer se convierte en el objeto de un deseo falocéntrico. Irigaray ha equiparado esta mirada al deseo del sujeto-masculino para el dominio del objeto-femenino (134). Tal código de honor depende en gran medida de la violación o la amenaza de tal violencia para que el código se considere operante. La presencia de este sistema dialéctico de oposición binaria ha sido documentado por Teresa de Lauretis según su interpretación de una lectura de Lévi-Strauss. Según Lévi-Strauss, en tal sistema la mujer funciona en cada nivel de significación como el opuesto del hombre: mientras él es un sujeto activo, ella es el objeto pasivo de su deseo; y mientras él encarna este deseo, ella sólo lo incita, siendo catalizadora y no participante, «...telos and origin of a phallic desire, as dream woman forever pursued and forever held at a distance, seen and invisible, ...» (Lauretis, 28) lo que en cierto modo disminuye su humanidad. En su ensayo «Is There a Woman in This Text?» Mary Jacobus habla de la relación triangular, mediada por la figura de la mujer, que existe inherentemente en la interacción de dos hombres, una idea también difundida por Lévi-Strauss cuando habla del valor de la mujer como objeto de posesión e intercambio dentro de la economía social patriarcal. Según Jacobus, la contienda se experimenta en el terreno mediador, en algún campo de batalla, ya sea el cuerpo de alguna mujer o sea un texto literario. Tal relación entre hombres requiere la victimización hasta la destrucción de la figura de la mujer. Las mujeres garantizan la operación de esta relación, que   —74→   funciona dentro del sistema patriarcal, por ser cómplices que cooptan este código masculino que se nutre de la violencia contra la mujer. Tal código se ve claramente en la novela cervantina en cuanto a los dos personajes principales. Por ejemplo, Rodolfo no es castigado y su pecado es asumido por la sociedad estamental de donde procede. Leocadia se transforma en una figura divina para casarse con su violador, siendo al mismo tiempo cómplice de la perpetuación del código falocéntrico.

Leocadia está sujeta a la mirada del hombre Rodolfo. De acuerdo con lo que Irigaray considera una actividad fálica (136), la percepción de una mujer por un hombre, la mirada de Rodolfo une su deseo de dominarla al de poseerla. Rodolfo no tiene la menor consideración para con la persona de Leocadia, sólo ve su hermosura. La mirada masculina, a través de la cual Leocadia es percibida de acuerdo con su conformidad a ciertas tipificaciones tradicionales de la mujer, es fundamental para el desarrollo de la trama cervantina en esta novela92.

La novela se inicia con el primer encuentro, un enfrentamiento entre unos jóvenes ricos y atrevidos y una familia de hidalgos, microcosmos de una confrontación entre dos segmentos de la sociedad de la época. Además de figurar como objeto de la mirada masculina de Rodolfo -él como sujeto activo; ella como víctima ya prevista-, Leocadia representa la figura mediadora de la relación triangular.

En cierta medida, en la mujer reside la culpa de su propia victimización, ya que ella es catalizadora del deseo que despierta en el hombre. El deseo desenfrenado, motivado por la mujer, hace que el hombre no reconozca su propia responsabilidad respecto de los acontecimientos trágicos: el rapto y la violación de Leocadia. Según nos informa Dina de Rentiis en su artículo «Cervantes's La fuerza de la sangre and the Force of Negation», la reacción de Rodolfo ante la hermosura de Leocadia, que lo lleva a violarla, depende de sus circunstancias y de su voluntad (165). Como ya se ha visto, Rodolfo se vuelve atrevido rodeado de sus camaradas, seguro de su estado socio-económico, y confiando en su anonimidad. No siente necesidad de controlar sus deseos carnales.

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La voz narrativa se contradice con respecto al tema de la voluntad. Por una parte parece estar de acuerdo con la perspectiva masculina de la falta de voluntad del hombre ante la hermosura femenina; por la otra parece indicar que la hermosura de Leocadia fue incitadora del violento deseo sexual de Rodolfo, desplazando hacia Leocadia la culpabilidad: «Pero la mucha hermosura... comenzó de tal manera a imprimírsele en la memoria, que le llevó tras sí la voluntad y despertó en él un deseo de gozarla a pesar de todos los inconvenientes que sucederle pudiesen» (énfasis mío, 77-78).

Esta falta de voluntad, según Joaquín Casalduero en Sentido y forma del Quijote, le restaría culpabilidad a Rodolfo e inculparía a su víctima, Leocadia, catalizadora del deseo sexual masculino. Casalduero emplea un argumento ortodoxo para sugerir la complicidad por parte de Leocadia de su propia victimización.

Todo lector sabe que una de las ideas fundamentales del novelista es que no hay fuerza bastante para violar a una mujer. Cervantes no niega la posibilidad de la violación; lo que hace, como exige su época, es mostrar que el imperio de los sentidos se ejerce en la zona de la voluntad.


(Casalduero, 136)                


No se ha de olvidar que Leocadia sólo es violada mientras está desmayada; al despertarse se defiende con éxito ante los brutales avances masculinos. A pesar de la misoginia del comentario, lo importante para la presente discusión es que se centra en la idea de la voluntad. Es en la voluntad donde reside la culpabilidad o falta de ella. Según nos dice Américo Castro en El pensamiento de Cervantes, la culpa procede de la razón y de la voluntad (357). En cuanto a la violación de Leocadia, no cabe duda que Rodolfo actuó con toda voluntad (aunque el deseo proviene sin voluntad, incitado por la hermosura femenina); sin embargo, según el planteamiento filosófico de Castro, Rodolfo carecía de entendimiento y hay que verle con lástima. En la defensa del sexo masculino, Castro revela su propia misoginia cuando comenta: «Cierto es que los tremendos conflictos de honra familiar, son, en efecto, causados por lindísimas jóvenes» (365).

Ahora bien, Castro no inculpa a Leocadia. La razón y la voluntad de ella no entran en juego y por eso «el honor de esta mujer sigue inmaculado, aunque ella siendo célibe, dé al mundo un hijo» (357). La palabra que usa Castro para referirse a la honra de Leocadia -inmaculada- es muy apropiada dada la escena del segundo encuentro de los dos jóvenes. Contiene resonancias religiosas que concuerdan con la aparición de Leocadia como la Virgen María, acompañada por el niño Jesús, nacido sin beneficio de un padre   —76→   oficial93, igual que el caso de Leocadia. En términos biológicos, Rodolfo es el padre; pero en términos sociales, Luisico ha quedado sin padre y su madre sin esposo.

En cambio, Dina de Rentiis no deja de recordarnos que la condenación moral de la violación se reitera a lo largo de la novela (165). Se nota, por ejemplo, una actitud crítica por parte de la voz narrativa cuando dice «... que siempre los ricos que dan en liberales hallan quien canonice sus desafueros y califique por buenos sus malos gustos» (énfasis mío, 78). Además el padre de Leocadia, aunque reconoce la importancia de la honra pública, sigue reconociendo la inocencia de su hija.

La libre voluntad no es siempre posible para la mujer del siglo XVII. Si una mujer de alguna manera deshonra a su familia por causa de la pérdida de su virginidad o por quedar embarazada, vive bajo la amenaza de ser rechazada hasta por la propia familia. Las opciones aceptables dentro de la sociedad cervantina eran pocas: vivir deshonrada, encerrarse en un convento, prostituirse o casarse con otro. Para Leocadia le son imposibles. El nacimiento de su hijo Luisico prohíbe se reclusión en un convento (aunque ella finge ser su prima). No puede casarse con otro por no ser virgen. Para legitimizar a su hijo y asegurarle un puesto en el nivel social de su propio padre, y para recuperar el honor de su familia, se ve obligada a casarse con su propio violador. Curiosamente, su victimizador llega a ser su salvador.

Sin embargo, la mujer sigue siendo responsable de la salvación moral del hombre. Siendo un ser divino mediante su textualización social, queda a cargo de la mujer mostrarle al hombre la caridad cristiana, mientras que el comportamiento masculino queda menos restringido en términos morales. Fray Luis de León está de acuerdo con esta idea en La perfecta casada:

Y si la caridad cristiana obliga al bien del extraño, ¿cómo puede pensar la mujer que no está obligada a ganar y a mejorar a su marido? Cierto es que son dos cosas las que entre todas tiene para persuadir eficacia: la amistad y la razón. ...El amor que hay entre dos, mujer y marido, es el más estrecho, como es notorio, porque le principia la naturaleza, y le acrecienta la gracia, y le enciende la costumbre, y le enlazan estrechísimamente otras muchas obligaciones. Pues la razón y la palabra de la mujer discreta es más eficaz que otra ninguna en los oídos del hombre, porque se aviso es aviso dulce.


(462)                


Casalduero propone sus propias tipificaciones femeninas que también demuestran la idea corriente de la superioridad espiritual   —77→   y moral de la mujer sobre el hombre. Según él, estas tipificaciones operan dentro de la obra cervantina y corresponden a las siguientes textualizaciones de la mujer: la mujer gótica, la mujer renacentista y la mujer barroca. Estas tipificaciones tienen puntos de contacto con las mismas tipificaciones que se ven en la novela, productos de la percepción masculina de Rodolfo. En la tipificación de la mujer gótica, se eleva a la mujer al estatus de diosa, lo cual satisface los sentidos estético-eróticos del hombre. De ella depende su salvación o perdición (82). La mujer renacentista también sufre una idealización que la hace responsable de la felicidad o del dolor del hombre. La mujer barroca encarna un ideal. En el caso de Leocadia la figura que evoca es la de mujer gótica y barroca, sobre todo en la última escena. Cuando sale a la escena, representando a la mujer santa, refleja la mujer gótica de que habla Casalduero; ha sido deificada a tal punto que hace eco en la figura de la Virgen María. Es una mujer que ha satisfecho los sentidos de Rodolfo. De una manera brutal, ha satisfecho los deseos carnales en la primera escena y en sus dos encuentros satisface su sentido estético; es su hermosura la que incita primero el deseo sexual de Rodolfo y luego el amor. Y es ella la encargada de la salvación de su marido mediante el ejemplo como es ella quien recoge todo el peso del pecado de Rodolfo: la vergüenza, la deshonra, el nacimiento de un hijo ilegítimo. La figura de Leocadia también evoca la mujer barroca ya que reside en ella tanto la belleza como la virtud. Como la mujer está encargada de ser ejemplo de moralidad y salvadora del hombre, no es de extrañar que el hombre, siendo un ser próximo al pecado, queda redimido.

En el segundo encuentro con Rodolfo, que culmina en su casamiento, Leocadia aparece como encarnación divina al margen de la polémica masculinista entre ramera y santa. Recuerda una procesión religiosa cuyo centro es la imagen de la Virgen María, ricamente adornada e iluminada, acompañada por el niño Jesús, nacido sin beneficio de padre legítimo por ser producto de una concepción inmaculada94.

Venía vestida, por ser invierno, de una saya entera de terciopelo negro llovida de botones de oro y perlas, cintura y collar de diamantes. Sus mismos cabellos, que eran luengos y no demasiado rubios, le servían de adorno y tocas, cuya invención de lazos y rizos y vislumbres de diamantes que con ellos se entretenían, turbaban la luz de los ojos que los miraban. Era Leocadia de gentil disposición y brío. Traía de la mano a su hijo, y delante della venían dos doncellas alumbrándola con dos velas de cera en dos candeleros de plata.

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Levantáronse todos a hacerle reverencia, como si fuera alguna cosa del cielo que allí milagrosamente se había aparecido


(énfasis mío, 92)                


Rodolfo, quien no la reconoce como a la mujer a quien había violado, se enamora al momento y exclama, «¡Qué es esto que veo! ¿Es por ventura algún ángel humano el que estoy mirando?» (énfasis mío, 92).

Como los acontecimientos nos presentan a Leocadia primero como víctima de un acto condenable, y segundo como centro de un acto sancionado eclesiásticamente-, hay que considerar, ¿qué tipo de «lector» (intérprete) será Rodolfo? ¿Cómo se le caracteriza? Hay que recordar que una lectura, o sea la textualización de Leocadia, no define tanto a Leocadia como define al lector Rodolfo. Rodolfo es un lector que no profundiza sino que se deja llevar por las apariencias, basando su «lectura» en sus expectativas respecto del papel asignado a la mujer dentro de la sociedad española de la época. No lo mueven las palabras de su víctima ni las de su propia madre. Leocadia intenta moverlo: «... creo que he de moverte... Haz cuenta que me ofendiste por accidente, sin dar lugar a ningún buen discurso» (80). A pesar de las súplicas angustiadas de Leocadia -primero de matarla y luego de no revelar lo que ha pasado entre los dos-, Rodolfo todavía sigue considerándola como objeto de su deseo y no como una mujer que tiene valor en sí. Ignora su palabra, en efecto callándola, y su respuesta es intentar violarla de nuevo, incitado de nuevo por su hermosura. Además, cuando su madre, Doña Estefanía, intenta persuadirle, por engaño, de casarse con una mujer virtuosa aunque no hermosa, Rodolfo le responde,

Pues pensar que un rostro feo, que se ha de tener a todas horas delante de los ojos, en la sala, en la mesa y en la cama, pueda deleitar, otra vez digo que lo tengo por casi imposible... La hermosura busco, la belleza quiero, no con otra dote que con la de la honestidad y buenas costumbres; que si esto trae mi esposa, yo serviré a Dios con gusto y daré buena vejez a mis padres.


(énfasis mío, 91)                


La novela cervantina nos ofrece, como vemos, una aproximación crítica a la condición de la mujer en la España del siglo XVII a pesar de una temática tan conservadora y un desenlace tan convencionalmente feliz. Predominan las contradicciones textuales. Se ve que la voz narrativa casi se convierte en una especie de funambulista que se esfuerza por encontrar un equilibrio entre dos perspectivas opuestas. Estas perspectivas se cancelan y así crean un espacio de silencio   —79→   cargado de significado a pesar de su aparente amoralidad debida a la ambigüedad narrativa.

Edward H. Friedman nos proporciona la clave para entender el espacio textual que hace posible una visión crítica en su artículo «Cervantes's La fuerza de la sangre and the Rhetoric of Power». Habla de la importancia de la interacción narrativa entre la historia y el discurso (153), o sea entre los acontecimientos y su relato. En gran medida la historia y el discurso, el texto y las convenciones, aportan contradicciones internas. Por mucho que se esfuerce el lector por entender la postura ética de la voz narrativa, las contradicciones, tanto al nivel histórico como al discursivo, desorientan sobre la ética. Tales perspectivas opuestas crean una aparente amoralidad nacida de la ambigüedad narrativa. ¿Puede apreciarse la estética de una obra literaria sin estar de acuerdo con su ética? Josephine Donovan afirma teóricamente que sí en su ensayo «Critical Response: Feminism and Aesthetics». Sin embargo, desde el punto de vista del lector, tal desacuerdo puede dificultar la apreciación del texto y puede hasta impedir el proceso de su lectura. Para aclarar esta ambigüedad narrativa, vuelvo a considerar a Friedman.

Friedman ha notado también que «The novella is about crime but not about punishment, about marriage but not about love, about justice but not about poetic justice» (150). Nos conviene considerar en detalle y por separado los elementos de esta afirmación, esenciales para entender el significado de la novela.

Leocadia reconoce el poder de la sociedad de «leer» a sus miembros, de considerarlos de acuerdo con ciertos papeles pertenecientes al espacio que ocupan dentro de la jerarquía establecida. Por ejemplo, el hecho de que Leocadia es como un texto lo revela el siguiente comentario: «... sin dejar verse de persona alguna, temerosa que su desgracia se la habían de leer en la frente» (énfasis mío, 85). El puesto de cada uno tiene que ver con la honra. La honra pública («lo visto») es lo que cuenta; o sea, la percepción de la honra, real o no, es lo que cuenta para la sociedad de la época cervantina. Aunque el padre reconoce la inocencia de la hija, le dice, «Y advierte, hija, que más lastima una onza de deshonra pública que una arroba de infamia secreta. Y pues puedes vivir honrada con Dios en público, no te pene de estar deshonrada contigo en secreto: la verdadera deshonra está en el pecado y la verdadera honra en la virtud» (84).

Casi todos los comentarios y confesiones tienen lugar en la esfera privada. La distinción entre lo privado y lo público se mantiene a lo largo de la novela, sobre todo en cuestiones de honor y de sexualidad. Un hombre, por ejemplo, puede disimular sus   —80→   indiscreciones sexuales y su virtud no se pone en tela de juicio; una mujer embarazada hace patente la indiscreción y así está a la merced de todo tipo de juicio público, dado que lo que hace en la esfera privada puede tener fuertes resonancias en la esfera pública. Constance Jordan en su libro Renaissance Feminism habla de lo difícil que es la mentira para el cuerpo femenino; el embarazo revela su experiencia sexual, mientras que el cuerpo masculino no revela a través de señales físicas la castidad o la promiscuidad (40).

Lo privado y personal contrasta con lo oficial autoritario que opera dentro de la esfera pública. A pesar de lo que se dice con respecto al honor público, sospechamos que la voz narrativa concede privilegio al honor privado. Friedman nos ha dicho que «The novella is about crime but not about punishment, ...» (150). En la esfera privada, lo oficial no ejerce su poder como en la esfera pública. ¿Será por eso que Rodolfo no es castigado? Su pecado, a pesar de la denuncia de la voz narrativa, no lo reconoce la voz oficial. El privilegio sexual masculino en la conquista sexual de la mujer funciona como factor determinante de la masculinidad. Además, la transgresión sexual queda asumida por la sociedad, lo cual sugiere misoginia jurídica en aquella época. Los padres de Leocadia, por ejemplo, se niegan a quejarse a las autoridades. En esto la falta de recursos cruza las fronteras entre género sexual y rango social ya que no rige el hecho de ser mujer sino el hecho de ser hidalgo pobre: «Veíanse necesitados de favor, como hidalgos pobres. No sabían de quién quejarse, sino de su corta ventura» (78). Los mismos de quienes depende el honor de Leocadia y su familia son los responsables de su pérdida: la clase noble.

Hasta cierto punto las mujeres son cómplices al aceptar los valores patriarcales de la sociedad de la época. El lenguaje que se opone a este silencio sólo opera dentro de un ambiente sumamente privado. Como Leocadia reconoce que es objeto de la mirada masculina de Rodolfo y por extensión de la sociedad patriarcal, siendo él producto de esta sociedad, teme que su objetivación vaya más allá de los límites privados y se extienda a la esfera pública. Esta patriarquía opera a base de ciertas percepciones masculinas con respecto al papel de la mujer. La conciencia del sufrimiento a que está expuesta hace que tome sobre sí la carga de la ofensa de Rodolfo. Habla, por ejemplo, de «mi ofensa» (énfasis mío, 80), posibilitando la existencia de un doble significado a la frase en que Leocadia se ve culpable y víctima a la vez. Cuando la roba su violador, Leocadia pierde la voz en un primer desmayo: «... el sobresalto le quitó la voz para quejarse, y aun la luz   —81→   de los ojos, pues, desmayada y sin sentido, no vio quién la llevaba, ni a dónde la llevaban» (78). Pero al despertar la recupera y a pesar de lo que le acaba de acontecer, vuelve por su defensa. Sin embargo, a pesar de sus palabras, no se confronta con su agresor con la mirada sino que sigue aceptando su papel de objeto pasivo de la mirada masculina. «Advierte en que yo nunca he visto tu rostro, ni quiero vértele, porque ya que se me recuerde de mi ofensa, no quiero acordarme de mi ofensor ni guardar en la memoria la imagen del autor de mi daño» (énfasis mío, 80).

Mientras Leocadia mantiene el silencio, Rodolfo también lo mantiene. Sin embargo, ¿por qué mantendrá el silencio? ¿Tendrá vergüenza? ¿O pensará que tal acto es normal para su estado noble? Calla ante sus amigos la violación de Leocadia.

... aunque había ido a buscar a sus camaradas, no quiso hallarlos, pareciéndole que no le estaba bien hacer testigos de lo que con aquella doncella había pasado; antes se resolvió en decirles, que, arrepentido del mal hecho [el hurto] y movido de sus lágrimas, la había dejado en la mitad del camino.


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Luego, sin embargo, se olvida de Leocadia y el acto mismo queda en silencio. «Finalmente, él se fue [a Italia] con tan poca memoria de lo que con Leocadia le había sucedido como si nunca hubiera pasado» (85).

Para justificar el matrimonio con un violador y para historiar un desenlace literario convencional, en la novela se hace hincapié en «los muchos hijos y la ilustre descendencia que en Toledo dejaron» (95). Friedman nos ha dicho que «The novella is about... marriage but not about love, ...» (150). Pero el desenlace adquiere ironía al analizarlo con más detenimiento. Hay ironía en el lenguaje al nivel de la narración para evitar la posibilidad de sugerir una historia que no se ajusta bien a la expectativa de la época. Leocadia se convierte en objeto de mercancía, o mejor dicho de reproducción, imprescindible para que el hombre tenga linaje y descendencia. El término ilustre para describir a la familia es algo cuestionable dado que el lector ya sabe en qué se fundamenta la unión que dio resultado a esta descendencia: la violencia y el engaño y la predilección a toda costa por la honra pública. El final también es contradictorio dado el modo de comportarse de Rodolfo y proporciona ciertas dudas relacionadas con su capacidad de ser un marido ejemplar. La idea de que Leocadia salva a Rodolfo mediante su virtud es dudosa en un contexto extratextual. La condena moral de su acto de violencia se queda en las palabras, o sea sólo   —82→   ocurre al nivel discursivo. El hecho de que Leocadia se case con su violador choca con lo que dice la voz narrativa que «... muchos y felices años gozaron de sí mismos» (95). Hay que recordar que inmediatamente después de la violación, Rodolfo se ausentó por ocho años en Italia. Sólo volvió cuando sus padres le informaron que le habían arreglado el matrimonio con una mujer hermosa. Aunque ésta va a ser su esposa, y su relación bendecida bajo los auspicios eclesiásticos, sólo piensa en el goce sexual: «... con la golosina de gozar tan hermosa mujer como su padre le significaba, ...» (89). Según nos recuerda Constance Jordan, «The idea of the companionate marriage, so frequently proposed and extolled by all parties, was seen eventually to beg the question. To what extent, if at all, can being a companion mean being an equal?» (54). El amor que siente Rodolfo por Leocadia al final no significa que no siga considerándola con la misma medida que antes. Después de su casamiento, Rodolfo piensa en el goce sexual, ahora su derecho como marido: «Y aunque la noche volaba con sus ligeras y negras alas, le parecía a Rodolfo que iba y caminaba no con alas, sino con muletas: tan grande era el deseo de verse a solas con su querida esposa» (95). Rodolfo no ha cambiado y su deseo sigue siendo incitado por la belleza; sólo han cambiado las circunstancias (de Rentiis, 165).

Ya se ha hablado de los silencios imprescindibles que operan en la sociedad de la época cervantina y cómo funcionan al nivel histórico en los casos de Leocadia y Rodolfo. El silencio también funciona al nivel discursivo en cuanto al desenlace supuestamente feliz. «Llegóse en fin, la hora deseada, porque no hay fin que no le tenga. Fuéronse a acostar todos, quedó toda la casa sepultada en silencio, en el cual no quedará la verdad deste cuento, ...» (95). Aunque se dice que la verdad no quedará en silencio, la voz narrativa deja de aclarar esta verdad, en efecto, pasándola en silencio. Lo único que nos aclara respecto del matrimonio es la productividad, o mejor dicho la reproductividad, de esta unión.

El matrimonio todavía sumerge a la mujer a una voluntad masculina. Ella sólo tiene valor para la sociedad por medio de su asociación con un hombre en una relación legitimizada por los poderes sociales. También tiene valor en cuanto a su capacidad reproductiva. Entonces la pregunta que queda pendiente es ¿en qué consistía el matrimonio para una mujer de la época cervantina y qué significaba la felicidad matrimonial? La palabra sepultada tal vez sea muy reveladora de la falta de libertad individual otorgada a la mujer en estas situaciones.



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La defensa

Se podría decir que aunque Rodolfo no es castigado la novela ofrece una especie de justicia narrativa mediante la imposición de un desenlace feliz en una historia lamentable. En el mundo actual, las cosas no suelen resolverse tan fácilmente. Sin embargo, al nivel discursivo, se permite la convención del desenlace feliz que cierra la novela con el matrimonio como una manera de resolver la situación de Leocadia sin castigarla, dadas sus circunstancias. Hay que recordar las palabras de Friedman: «The novella is about... justice but not about poetic justice» (150). Leocadia no puede ser vengada ya que su padre, «un anciano hidalgo», y su hermano todavía pequeño son demasiado débiles e incapacitados para defender su honor en combate. Sin embargo, Leocadia no queda totalmente sin recursos. La novela misma le provee alguna defensa mediante la figura de Doña Estefanía (que opera al nivel histórico) y la voz narrativa (que opera al nivel discursivo). La única resolución posible para remediar su situación de mujer deshonrada pero inocente y para legitimar a su hijo es a través de la convención literaria de un «fin feliz» («... por que no hay fin que no le tenga»), una estrategia discursiva que cumple con las expectativas narrativas del público lector de la época que ya conoce de coro esta convención literaria: «El cual hecho [el matrimonio], déjese a otra pluma y otro ingenio más delicado que el mío contar la alegría universal de todos los que en él se hallaron» (94).

En cierto modo la propensión de Rodolfo de considerar a las mujeres de acuerdo con ciertas tipificaciones femeninas muy restringidas es lo que facilita la justicia para Leocadia. Las mujeres de la novela aprovechan de esta tendencia del hombre para llevar a cabo el fin deseado, el casamiento legítimo. Leocadia, por ejemplo, se fija en los múltiples detalles cuando graba en la memoria el cuarto de Rodolfo, «el teatro donde se representó la tragedia de su desventura» (83), y es tan consciente de los detalles que después de ocho años es todavía capaz de identificar el cuarto y así determinar la identidad de su violador. Doña Estefanía también conoce bien a su hijo y su predilección por la belleza. Se apoya en esto para que su «designio» tenga éxito. Ella es una figura reconciliadora; pone en marcha la restauración de la honra perdida de Leocadia y hace que su hijo cumpla con las responsabilidades que corresponden a su estado noble como hombre honrado. Además proporciona a su propio nieto, Luisico, el estado de legitimidad social. Doña Estefanía manipula las apariencias -y la percepción de ellas por parte de su   —84→   Rodolfo -para lograr el fin deseado, el casamiento entre los dos jóvenes. El matrimonio no sólo restaura la honra de Leocadia y de Luisico sino que beneficia las estructuras sociales que dependen de esta institución eclesiástica y legal para mantener la estabilidad de la sociedad.

Doña Estefanía también se ha plegado a cierto proceso de textualización. Cuando Leocadia le confiesa la violación, doña Estefanía llora. Conformándose con las expectativas sociales del comportamiento y carácter femenino, doña Estefanía, «... la cual en fin, como mujer y noble, en quien la compasión y misericordia suele ser tan natural como la crueldad en el hombre, ...» (88), se caracteriza por su sensibilidad en oposición al hombre. Sin embargo, existe también la posibilidad de otra interpretación de sus lágrimas: mientras se ha plegado a los valores patriarcales operantes en la sociedad -los cuales obligan el casamiento para la mujer-, puede que no los haya interiorizado. Es posible que sienta lástima ante la presencia de una mujer deshonrada, reconociendo lo tenue que es su propia situación de mujer cuya honra depende de la concebida por el hombre -su aceptación o rechazo de ella.

Doña Estefanía depende de la autoridad concedida a los padres en asuntos matrimoniales como resultado del Concilio de Trento. Aunque era corriente la idea erasmista de que los contrayentes debieran contratar el matrimonio basados en el libre albedrío, el supuesto apoyo eclesiástico respecto a esta idea del libre albedrío en el matrimonio solía ser más teórico que actual (García Cárcel, 130), sobre todo para la mujer. Se hizo todo lo posible para concederles a los padres el máximo control en los asuntos matrimoniales de sus hijos. Por ejemplo, se prohibieron los casamientos clandestinos que se llevaban a cabo sin el consentimiento de los padres (Waterworth, 196), y la Iglesia implementó varios reglamentos para impedirlos. Cuando doña Estefanía le enseña a Rodolfo el retrato de la mujer que supuestamente va a ser su esposa, le dice,

«-Yo quiero, Rodolfo hijo, darte una gustosa cena con mostrarte a tu esposa. Este es su verdadero retrato; pero quiérote advertir que lo que le falta de belleza le sobra de virtud; es noble y discreta y medianamente rica, y pues tu padre y yo te la hemos escogido, asegúrate que es la que te conviene».


(énfasis mío, 90-91)                


De la misma manera en que Rodolfo sigue considerando a Leocadia según tipificaciones femeninas muy restringidas sin profundizar más allá de las apariencias, su madre le muestra un retrato de Leocadia,   —85→   o sea una reproducción de la mujer en dos dimensiones. Aunque doña Estefanía trata de recordar a Rodolfo que el retrato sólo proporciona una presentación parcial de las cualidades de la mujer, confía de esta tendencia por parte de su hijo para llevar a cabo el casamiento entre él y Leocadia.

Leocadia participa activamente en la nueva textualización que le proporciona doña Estefanía. Adopta el papel de la Virgen María, mediante una combinación del artificio con lo natural para cumplir con las expectativas de Rodolfo. La voz narrativa dice que, «Poco tardó en salir Leocadia y dar de sí la improvisa y más hermosa muestra que pudo dar jamás compuesta y natural hermosura» (énfasis mío, 92).

Ahora, Leocadia figura como objeto de una mirada múltiple, la de Rodolfo y la de un público más amplio, los otros testigos del «designio». Sin embargo, hasta cierto punto, siendo todo esto «traza» de doña Estefanía, es posible imaginar que Rodolfo reaccione a base de cierta reacción colectiva. Todavía le conmueve la hermosura, pero la reacción de los otros testigos contribuye al efecto visual totalizante.

Si consideramos La fuerza de la sangre como reflejo de la sociedad cervantina extratextual, se puede ver cómo funciona al nivel histórico y al nivel discursivo. Es verdad que la novela cervantina puede ser interpretada como crítica social dirigida hacia la sociedad de su época y sus abusos perpetrados contra la mujer, y que la voz narrativa de la novela le proporciona a la figura de Leocadia algún tipo de defensa a través de la convención del desenlace feliz. Sin embargo, parece que en gran medida la historia y el discurso aportan contradicciones internas (Friedman, 153). Por una parte, aunque Rodolfo escapa de su castigo al nivel histórico, al nivel discursivo se reconoce la gravedad de su afrenta y tanto el personaje de doña Estefanía como la voz narrativa expresan compasión y hasta admiración para Leocadia (de Rentiis, 165). Por otra parte doña Estefanía sirve de catalizadora de la voluntad masculina, la voluntad que hace que se considere el valor de la mujer sólo en términos de su papel de objeto de reproducción, poseído por el hombre. Además, la voz narrativa circunscribe la felicidad de Leocadia dentro del matrimonio eclesiástico sin proponerle alternativa a su situación de mujer deshonrada. Tal vez esto fuera inconcebible durante la época. A pesar de la imposición del desenlace feliz al nivel discursivo, Friedman nos recuerda que, al nivel histórico,

... there is no eradication of the indisputable fact that the woman must concede to social pressure (and must enter into the sacrament of holy matrimony) in order to regain her honor; she must be accepted -redeemed- by the man who has wronged her. He,   —86→   in turn, receives what he most desires: an exceptionally beautiful woman.


(133)                


El desenlace se podría interpretar como la defensa de la inocente Leocadia dadas sus opciones pero el lector verá la ironía inherente en su supuesta felicidad. La resolución, dado que se puede interpretar histórica o discurvisamente como razonable o irónica, crea una ambigüedad moral respecto de la convención y referente al papel de la mujer. En el caso de Leocadia, según su historia textual, sabemos que se casa y tiene descendencia. Si la consideramos como representación de la mujer de la época, hay que preguntarse ¿en qué consistía el matrimonio y cómo se medía la felicidad en aquella época? Según la interpretación de Friedman de esta novela, Rodolfo sólo se casa con Leocadia porque ella es hermosa. Y la idea de que ella lo salva mediante su virtud ejemplar sería dudosa en un contexto extratextual. Al considerar lo que significaba el matrimonio, es más que probable que este final del matrimonio feliz y reproductivo sea irónico. Esta supuesta felicidad podría ser interpretada como un comentario irónico sobre la salvación de la mujer deshonrada mediante el matrimonio y su valoración como objeto de reproducción. La crítica se revela también mediante la consideración de las habilidades de ciertos lectores. Rodolfo, Leocadia y doña Estefanía son lectores textuales que responden a ciertos códigos culturales para «leer» -Rodolfo a las tipificaciones de ramera / santa y las mujeres a la predilección masculina por la belleza femenina. Rodolfo «lee» de una manera superficial; sin embargo su «lectura» es la predilecta dado el contexto socio-histórico. Las mujeres son «lectoras» más astutas porque, aunque aceptan el código cultural operante, lo emplean para su beneficio dentro de un sistema que no les proporciona otra alternativa. La resolución, dado que se puede interpretar al nivel histórico o discursivo como razonable o irónica, crea una ambigüedad moral -un espacio de silencio- que invita a la participación de un lector, o mejor dicho, de una lectora extratextual tanto de la época cervantina como del siglo XX para aclarar la ambigüedad ética inherente en la narración.



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