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ArribaAbajoLos relatos orales del Persiles

Isabel Lozano-Renieblas



Department of Spanish and Portuguese
Dartmouth College
Hanover, NH 03755
isabel.lozano-renieblas@dartmouth.edu

In the Greek novel, oral first-person narratives delay the main plot. Cervantes uses them for different aesthetic purposes. They allow the introduction of an appraisal of the work, break up the main plot, and introduce themes alien to the literary tradition. Finally, first-person narratives also add color to the novel, explore different points of view, and individualize the characters. In sum, they expand the borders of fiction.


En el procedimiento que consiste en confiar la tarea de relatar una historia a uno o varios personajes es una constante en la historia de la literatura universal desde el relato de Odiseo en el país de los feacios hasta las narraciones de los viajeros medievales, los cuentos de las Mil y una noches o las historias intercaladas en la novela de aventuras de tipo griego46. Tanto en la novela griega helenística como en la novela bizantina propiamente dicha la práctica de intercalar relatos se inscribe, junto con el sistema de referencia interna, en las convenciones del género47. Son numerosos los personajes que con mayor   —112→   o menor extensión relatan sus aventuras a sus compañeros de viaje. Quéreas refiere ante la asamblea de siracusanos sus andanzas y peripecias con Calírroe; y Policarmo, a petición de Mitrídates, sus desventuras (Quéreas y Calírroe VIII, 8 y IV, 3 respectivamente); Hipótoo y Habrócomes se relatan las historias de sus respectivas vidas, y la vieja Crisio cuenta el falso envenenamiento de Antía ante los hombres de Hipótoo y el propio Habrócomes (Efesíacas III, 2 y 9); Menelao, Clinias y Clitofonte también intercambian sendos relatos. Menelao y Sátiro le cuentan a Clitofonte la falsa muerte de Leucipa (Leucipa y Clitofonte II, 33 y III, 16); y Sóstrato, el largo peregrinaje de su hija (VII, 17). En Heliodoro la técnica de las narraciones en primera persona se multiplica. Desde el comienzo de las Etiópicas, Cnemón, que custodia a Teágenes y Cariclea, relata los enredos de su madrastra Demeneta y su huida de la casa paterna (empieza en I, 9 y continúa en I, 14 y II, 8); y Calasiris entretiene a Cnemón con el largo acontecer de sus desdichas (II, 24 y V 33).   —113→   Estos ejemplos procedentes las novelas griegas conservadas completas -sin incluir los fragmentos ni las novelas de la época de los Comnenos o de los Paleólogos- no agotan ni mucho menos la nómina de narraciones orales que imponía la retórica del género48. Las relatos orales se van multiplicando progresivamente hasta convertirse en un recurso paródico en el ocaso del género. Una novela situada en los márgenes del género como el Cándido de Voltaire, articula su parodia, precisamente, con la repetición ad nauseam de estas narraciones.

Persiles y Sigismunda hereda la técnica de los relatos orales de las novelas griegas y en particular de Heliodoro49. La profusión de relatos en las Etiópicas se intensifica en el Persiles, hasta el punto de que conforman su arquitectura narrativa, a excepción quizás del libro cuarto50. Randolph Pope analizó quince de los múltiples relatos que contiene en el Persiles, calificándolos de formas autobiográficas. Esta denominación que propone Pope y que, a su vez, diferencia de la forma de las memorias no parece ajustarse a los premisas del relato oral51. Relato oral y forma autobiográfica son dos fenómenos enunciadores de naturaleza distinta cuya diferencia esencial radica en que en la autobiografía la aproximación del autor a su héroe es máxima, porque se produce una identificación entre ambos. El autor se limita a definir la apariencia temporal y espacial del héroe, optando por una objetivación externa. Los relatos orales del Persiles, en cambio, ni siquiera son strictu sensu narraciones autobiográficas. No narran vidas, sino aventuras, hechos que responden   —114→   a la pregunta por qué estoy aquí52.

Las narraciones en primera persona del Persiles son los relatos orales que los formalistas rusos conocían con el nombre de skaz, presentes en todo el género de la novela griega, desde Caritón a Voltaire pasando por Heliodoro, Eustacio Macrembolita, Lope, Cervantes o d'Urfé. Para Eijenbaun el skaz es la presencia pura de la oralidad en el relato, en la que el narrador adquiere cuerpo físico. Vinogradov reformuló esta visión del skaz y lo definió como una manifestación de la prosa orientada al discurso oral, pero hacia un género oral particular: el monólogo narrativo53. Esta comprensión del skaz como un fenómeno exclusivamente oral fue criticada por Bajtín, quien vio detrás de este discurso oral, un estilo ajeno apropiado para expresar las intenciones del autor54. Según Bajtín, el grado de convencionalismo de estos relatos es muy variado, pero, en general, se debilita y la palabra del narrador no puede ser plenamente objetivada, ni siquiera cuando el narrador es uno de los personajes, pues sólo se encarga de una parte del relato. Al autor le interesa además de la individuación del personaje, su manera de ver y comprender el mundo: ésta es su función como narrador en sustitución de la palabra del autor.


La oralidad de los relatos del Persiles

Todos los relatos del Persiles comparten su orientación hacia la oralidad, que se deja sentir, sobre todo, en que son narrados por un personaje a un auditorio. En algunos casos, el interlocutor es sólo un personaje (el relato de Seráfido a Rutilio). En otros, en cambio, es la comitiva de los viajeros (el relato de Periandro, el de Rutilio, el de Antonio, etc.) En el transcurso de la narración aparecen claramente marcas formales que vinculan el relato con la oralidad. La presencia de sintagmas verbales y nominales relacionados con la audición o fonación son frecuentes tanto en el discurso de los personajes como en el narrativo. Para escuchar el relato de Rutilio, los personajes «rodearon la barca, y con atento oído estuvieron   —115→   escuchando lo que el que parecía bárbaro decía, el cual comenzó su historia desta manera» (88). Al final, el autor escribe: «Aquí dio fin Rutilio a su plática, con que dejó admirados y contentos a los oyentes» (95). Los viajeros congregados alrededor de una mesa muestran signos de impaciencia por saber los sucesos de Mauricio, que reclama atención con una gran palmada, «como dando señal de pedir que con atención le escuchasen. Enmudecieron todos, y el silencio les selló los labios, y la curiosidad les abrió los oídos viendo lo cual, Mauricio soltó la voz en tales razones» (111)55.

La presencia de una audiencia se manifiesta también en el empleo de la función fática del lenguaje. Los oradores apelan, en múltiples momentos de su relato, a los oyentes. Antonio ante la presencia de licántropos se dirige al grupo de viajeros con estas palabras: «si quedé espantado o no, a vuestra consideración lo dejo» (77); Rutilio reclama la complicidad de la audiencia para hacer valer la veracidad de la metamorfosis de la hechicera en loba: «Considerad, señores, cual quedaría yo, en tierra no conocida y sin persona que me guiase» (91) y Feliciana comienza su relato con el habitual «Puesto, señores, que...» (292). También la deixis espacio-temporal es la propia de la lengua oral. Los adverbios de lugar que marcan el fin o la interrupción del relato conservan un valor temporal. El autor marca la interrupción de Transila a su padre con un «aquí llegaba de su historia el anciano Mauricio... cuando...» (113). Periandro se dirige a sus contertulios con estas palabras:

Veisme aquí, señores, que me estáis escuchando, hecho pescador y casamentero rico con mi querida hermana y pobre sin ella, robado de salteadores, y subido al grado de capitán contra ellos

(226).                


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Nótese además la gestualidad implícita en veisme que incide en la presencia física del cuentista. Y, por último, fórmulas orales como la necesidad de anteponer el pronombre personal de primera persona al inicio del relato. Isabela Castrucha comienza su historia «Yo, señoras, soy...» (405), y lo mismo Antonio (72) o Manuel de Sosa (98). Otras formulas relacionadas con la oralidad son: el empleo de «digo» con valor ilativo para retomar el curso del relato, «Alentado con esto, el caminante prosiguió diciendo: -digo que...» (316)56; el uso de expresiones del tipo «es, pues, de saber» (112), «es pues el caso» (82), «Digo pues... que» (323), tan frecuentes en la lengua conversacional. Todas estas marcas, así como la interrupción de los relatos que no coinciden con las unidades narrativas y la presencia de una audiencia entusiasta que desaprueba, aplaude o disiente de lo narrado, confirman la caracterización de estas narraciones personales como relatos orales (véase Moner).

En un buen número de estos relatos orales del Persiles, está implícita la convención genérica -el autor le da la palabra al personaje para que cuente su periplo y demorar así la acción principal de la novela (Forcione, cap. 6). El relato de las aventuras de Periandro es el ejemplo paradigmático del Persiles. En la Isla del rey Policarpo, Periandro cuenta a petición de Sinforosa una parte del argumento del Persiles: su llegada y la de Auristela a la Isla de Pescadores, el rapto y posterior búsqueda de ésta y de las dos pescadoras, el arribo por primera vez a la Isla de Policarpo y a la Isla Bárbara. Desde el punto de vista de la retórica de la novela griega, cumple, entre otras, una función similar a la del relato de Calasiris en las Etiópicas. El protagonista de los eventos, como es habitual en el género, narra el período narrativo del que ha sido testigo o protagonista. Y, al mismo tiempo, la demora de Periandro en acabar su relato retrasa la salida de los viajeros de la isla de Policarpo y, consiguientemente, la acción de la novela. También Auristela   —117→   cuenta, en casa de los Villaseñor, la parte correspondiente de su historia -desde que la robaron los piratas de las riberas de Dinamarca hasta la llegada de Periandro a la Isla Bárbara-, aunque de menor interés narrativo que la exposición de Periandro. El relato de Arnaldo resume y cierra la acción de los dos primeros libros del Persiles en consonancia con el sistema de referencia interna de la novela griega. No sólo retoma los hilos que el autor había dejado sueltos en la narración, sino que sirve de recapitulación parcial (451-52). El relato de Taurisa (56-58), en cambio, conforma una suerte de prolepsis argumental de toda la novela57.




La otredad en los relatos orales

Además del convencionalismo genérico, los relatos orales son un vehículo expresivo del autor. Pero no siempre se actualizan las posibilidades del relato oral. En no pocas ocasiones las narraciones en primera persona son meras estilizaciones. En el relato de Raimundo (78-85), Everardo (98-107), Nise (353-64) o Celio (246-60) de El peregrino en su patria, Lope de Vega no rentabiliza las posibilidades que le ofrece el relato oral, optando por contenerse en los límites de la retórica del género. Pero a veces estas convenciones se debilitan y sirven para otros propósitos, al introducir valoraciones sociales más o menos trabadas. Esto sucede cuando el autor se sirve de estos relatos para expresar sus propios fines. Y esto es, precisamente, lo que sucede en Persiles y Sigismunda. Mediante los relatos orales se introduce el material verbal que no posee una tradición literaria, se ambienta la novela al diversificar los puntos de vista, y, por último, se objetiva al personaje mediante su propia palabra.

Ciertamente, no siempre es posible una palabra directa del autor. Hay temas o estilos que no tienen una tradición literaria y han tardado siglos en adquirir carta de naturaleza en el género de la novela. Persiles y Sigismunda cuenta con algunos ejemplos. El relato de Antonio desarrolla un antecedente de los relatos de los Robinsones, como apuntara hace años de Lollis: el hombre que, mediante las pruebas que le impone la naturaleza, ha de salir victorioso   —118→   si quiere sobrevivir. El relato del mismo Antonio junto con el de Rutilio y el debate en el barco de Arnaldo, tratan otro de los temas sin apenas tradición literaria: la metamorfosis de los hombres en lobos. Es cierto que hay antecedentes en los libros de historia (Gerardo Cambrense, Plinio, Olao Magno, etc.), pero son pocos los relatos literarios que lo abordan y escasísimos los textos novelísticos que lo tratan58. El más famoso es el de Trimalción en el   —119→   Satiricón de Petronio. Hay otros relatos en el ámbito literario, léase Higinio en sus Fábulas, Ovidio en sus Metamorfosis, alusiones en Dafnis y Cloe de Longo y en las Églogas de Virgilio, María de Francia en su Lai de Bisclavret y poco más.

También la ambientación de la novela se efectúa mediante estos relatos orales al diversificar los puntos de vista. El relato de Taurisa, por ejemplo, ofrece una panorámica general de las creencias de los habitantes de la isla Bárbara. La narración de cada uno de los personajes matiza las generalidades anticipadas por Taurisa al mostrarnos una opinión y una visión de un mundo septentrional diferente. El resultado final es un conjunto de rasgos caracterizadores aportados desde diferentes ángulos que permiten al lector tener una imagen de conjunto del modus vivendi de los habitantes de la Isla Bárbara. Al mismo tiempo, tampoco existía una tradición literaria consolidada de relatos sobre el Septentrión, posiblemente la novela cervantina sea, si no la primera, una de las primeras de la literatura española que narra hechos en las tierras del norte. De ahí que su autor quiera atribuir la responsabilidad de lo narrado al enunciador, combinando estilizaciones de textos clásicos (como el relato de las bodas en la isla de pescadores y los juegos en la isla de Policarpo) con narraciones hasta entonces desconocidas en la ficción59. En mayor o menor medida contribuyen a esto los relatos de Taurisa, Antonio, Rutilio, Transila y Periandro. Esto es, estas narraciones orales le permiten al autor del Persiles representar las fronteras del mundo conocido con toda la carga fabuladora que esto conlleva, desde una posición de impunidad, porque la responsabilidad y la autoridad recaen sobre el relato oral del personaje.



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La individuación del personaje narrador

La tercera función de estos relatos orales es la individuación del personaje. El autor puede individuar a su personaje de dos maneras: en función de sus actos y de sus palabras o por el juicio ajeno. Este es el cometido que cumplen los relatos de Antonio, Manuel de Sosa, Transila y, sobre todo, Periandro. Visto desde una perspectiva del siglo XX, la objetivación de los personajes no es, ni mucho menos, completa o acabada. En cambio, si se compara el proceder de los personajes cervantinos frente, por ejemplo, a los personajes de Lope de Vega, encontramos un grado de individuación distinto que merece ponerse de manifiesto. Los métodos de construcción del personaje en el Persiles y en El peregrino en su patria difieren notablemente. Cervantes construye personajes sobre anécdotas, Lope, en cambio, cuenta la anécdota. El autor de El peregrino en su patria sintetiza las características de los diferentes representantes de los pueblos de Europa, Asia y África de esta manera:

Tienen ya las naciones sus epítetos recibidos en el mundo, cuya opinión una vez recibida es imposible perderla. A los escitas llaman crueles; a los italianos, nobles; a los franceses, religiosos; a los sicilianos, agudos; a los flamencos, industriosos; a los persas, infieles; a los turcos, lascivos; a los partos, curiosos; a los borgoñones, feroces; a los picardos, alegres; a los andegavos, fáciles; a los bretones, duros; a los alejandrinos, engañadores; a los egipcios, atrevidos; blandos a los lotaringios; a los españoles, arrogantes; a los alemanes, hermosos


(189).                


La individuación en Lope corre a cargo del discurso autorial al que está subordinado el discurso personal. En la narrativa de Lope el autor interviene con réplicas y comentarios. En Cervantes, en cambio, existe un cierto equilibrio entre la importancia de la voz autorial y la voz del personaje. Cervantes no refiere el material verbal ajeno sino que lo asimila. Esto es, crea personajes que hablan y actúan de acuerdo a estas características. Toda la historia del español Antonio está orientada a ilustrar su carácter arrogante, incluso su hijo, siempre dispuesto a disparar con su arco, hereda   —121→   los atributos paternos60. Lo mismo cabe decir de Manuel. En su relato se incide en el carácter enamoradizo, exagerado y melancólico de los portugueses, que Cervantes lleva hasta sus últimas consecuencias haciendo morir al personaje apenas acabada la historia de sus amores. En el relato de Transila se personifica el tópico de la libertad irlandesa. La selección de un léxico agresivo y de un tono amenazador está en consonancia con su contumaz rechazo del ius primae noctis que practican los parientes de Ladislao61. El discurso autorial prepara la arenga de Transila a los hermanos de Ladislao y la describe «con lengua a quien suele turbar la cólera, con el rostro hecho brasa y los ojos fuego» que «quitándole a su padre las palabras de la boca, dijo las del siguiente capítulo» (113). Las palabras de Transila no son menos agresivas. Pero el esfuerzo más acabado por individuar a un personaje mediante su propio discurso es el relato de Periandro62. En Periandro, Cervantes quiso aunar la locuacidad de Ulises (Periandro narrador), la seducción de Eneas (episodio de Sinforosa), la generosidad de Alejandro (en los episodios de Sulpicia, Leopoldio y el del caballo de Cratilo),   —122→   la sensibilidad de Teágenes (véanse los lloros de la página 177-78) y la destreza en los deportes de Apolonio (la descripción de los juegos de la isla de Policarpo que hace el marinero)63. Es decir, un superhéroe; un superhéroe muy particular que necesita autoglorificarse, contra todos los preceptos de la teoría aristotélica64. Pero la novela de aventuras en la época áurea ya no admitía un héroe épico, un héroe con una palabra inviolable y sagrada. Cervantes pone a prueba el pathos de su héroe en su totalidad, incluida su palabra. Por eso acentúa la locuacidad e inclinación a la fantasía de Periandro. La descripción del náufrago, de la isla paradisíaca o de los habitantes de Bituania patinando sobre un solo pie que hace Periandro en la Isla de Policarpo, son muestras de la tendencia fabuladora del homo viator que quiere ser. Su locuacidad es criticada a menudo por sus compañeros. El anciano Mauricio se queja una y otra vez de la garrulidad de Periandro, Arnaldo maldice en secreto «los afectos y demostraciones con que Periandro contaba su historia» (244) y, fatigado de tanto detalle, le recrimina con estas palabras: «No más-dijo a esta sazón Arnaldo-; no más, Periandro amigo; que, puesto que tú no te canses de contar tus desgracias, a nosotros nos fatiga el oírlas, por ser tantas» (226-27). Este contrapunto crítico tiene un valor mucho más profundo que el meramente retórico pues incide en la construcción del héroe. Es precisamente la opinión ajena la que destruye la ley de la identidad que caracteriza la heroificación épica. En la heroificación épica la valoración   —123→   ajena es coincidente con la imagen del propio héroe; por eso la duda no tiene lugar. Periandro, en cambio, está lejos de ser un héroe ejemplar precisamente por las dudas y recelos que despierta su palabra. La valoración de sus compañeros, diferente de la suya propia, lo define como héroe novelístico. Se ponen a prueba no solamente su voluntad, su castidad, sino también su palabra. De todas las pruebas sale victorioso menos de la última. El héroe de la novela griega de aventuras del siglo XVII hace lo que se espera que haga, pero su palabra ha pasado de ser mítica a ser humana. Su humanidad se manifiesta en la duda y es aquí donde radica el germen de la heroificación barroca. El autor ha sabido crear un héroe que, aunque no sea un héroe individual -dotado de un discurso articulado, una manera de pensar y actuar, etc.-, está marcadamente individuado mediante su propio relato.

Los relatos orales de Persiles y Sigismunda, en suma, se inscriben en los parámetros retóricos del género de la novela griega, cuya función es retardar la acción principal. Pero, como es habitual en el quehacer cervantino, el autor además de acomodarse a las convenciones del género les saca el máximo rendimiento estético al servirse de ellos para sus propios fines expresivos. Son los responsables de introducir nuevos horizontes valorativos al fragmentar el material narrado incorporando al discurso narrativo temas con escasa tradición, de ambientar la novela desde diferentes puntos de vista y de individuar al personaje, en un claro intento de ampliar las fronteras de lo novelable.




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