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Augustín Redondo advierte que el autor «no hace ninguna evocación física ni moral de Camacho. Sólo salen a relucir su edad (22 años) y su riqueza, de manera que se le denominará casi siempre Camacho el rico» (387). Después comenta el tono burlesco de la terminación -acho para señalar que «un Camacho no puede triunfar» (388). (N. del A.)

 

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Recordemos el comentario de Erasmo en el Enquiridión respecto a los amigos que gana el dinero: «'El dinero nos gana amigos'. Sí, pero falsos y no los gana para ti sino para él. Y por esta misma razón es desdichado el rico, ya que ni siquiera puede distinguir quiénes son sus amigos» (252). Unas líneas más adelante nos proporciona este comentario pertinente para Camacho: «Las grandes fortunas nunca se amasan ni mantienen sin pecado» (253). (N. del A.)

 

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También en numerosos textos del Nuevo Testamento podemos encontrar la condena a la prosopolepsia (del griego prosopon, máscara) que consiste en dar un lugar primordial a alguna de las máscaras de la identidad humana en lugar de reconocer lo verdaderamente humano. (N. del A.)

 

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Es muy oportuno el siguiente comentario de Michel Montaigne sobre la muerte y su recuerdo en medio de las fiestas: «En las fiestas y en la alegría tengamos siempre este estribillo del recuerdo de nuestra condición y no nos dejemos llevar tanto por el placer, que no nos venga a la memoria de cuántas formas este contento está expuesto a la muerte y con cuántas trampas lo amenaza. Así hacían los egipcios, quienes en mitad de sus festines y rodeados de las viandas mejores, ordenaban traer la seca anatomía de un cuerpo de hombre muerto para que sirviese de advertencia a los convidados», y añade que «la premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir» (129-30). También podríamos recordar que en numerosos autos calderonianos la memoria de la muerte salva al ser humano del demonio. (N. del A.)

 

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Saavedra Fajardo ofrece la siguiente definición de la virtud: «Preguntaron a Sócrates que cuál virtud era más conveniente a un mancebo, y respondió: Ne quid nimis, con que las comprendió todas» (509). Es decir, nada en exceso, justo lo contrario que presenta Camacho. (N. del A.)

 

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La denominación del género ha sido ampliamente discutida por la crítica sin que se haya llegado a un consenso. Baquero ha propuesto la revisión del término «novela bizantina», que acuñó Menéndez Pelayo en sus Orígenes de la novela (I, 15 y 16 y II, 74 y ss. Más recientemente, González Rovira (7) vuelve sobre la denominación «novela bizantina», reivindicando que el término remite no sólo a una tradición crítica y a unas fuentes concretas, sino también a una disposición estructural compleja. (N. del A.)

 

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La novela de tipo griego abarca un corpus muy preciso, con tres etapas antes de su aparición en el Renacimiento. La primera comprende las novelas que se escribieron en la época helenística, de las que, según Hägg, se conservan cinco novelas completas: Las Etiópicas de Heliodoro (¿s. III-IV d. C.?); Leucipa y Clitofonte de Aquiles Tacio (¿s. III d. C.?); Dafnis y Cloe de Longo (¿finales del s. II y principios del III d. C.?); Las Efesíacas de Jenofonte de Efeso (¿s. II a. C.?); y Quéreas y Calírroe de Caritón de Afrodisias (¿s. I a. C.?). A estos textos hay que añadir los fragmentos encontrados posteriormente y los resúmenes que facilita Focio en su Biblioteca de Las maravillas allende Tule de Antonio Diógenes y Las Babiloníacas de Jámblico. Para el conocimiento que la época medieval y renacentista tuvo de estos textos véase Perry.

La segunda etapa está constituida por cuatro novelas bizantinas del siglo XII: Rodante y Dosicles de Teodoro Pródomo, Drosila y Caricles de Nicetas Eugeniano, Aristandro y Calitea de Constantino Manases, e Ismine e Isminias de Eustacio Macrembolita.

La tercera etapa, estudiada por Beaton, abarca un reducido grupo de novelas escritas en lengua demótica alrededor del siglo XIV. Excepto una, son todas anónimas: Calímaco y Crisórroe del siglo XIII, atribuida a Andrónico Comneno Doukas Paleólogo, Beltrando y Crisanza, Lívistro y Rodamna, Florio y Patsiaflora, e Imberio y Magarona. De Calímaco y Crisórroe contamos con la traducción española de Carlos García Gual y de Lívistro y Rodamna con la de José Antonio Moreno Jurado.

La cuarta etapa está constituida por las novelas propiamente renacentistas, que en el ámbito hispánico son las siguientes: Clareo y Florisea de Núñez de Reinoso (1552), Selva de aventuras de Jerónimo de Contreras (1565), El peregrino en su patria (1604) de Lope de Vega y Persiles y Sigismunda de Cervantes (1617). Después de la novela cervantina se publicaron: Historia de Hipólito y Aminta de Quintana (1627), Eustorgio y Clorilene. Historia moscóvica (1629) de Suárez de Mendoza y la Historia de Semprilis y Genorodano (1929) de Enríquez de Zúñiga. Sobre ellas, véanse Teijeiro y González Rovira. (N. del A.)

 

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Véanse Hägg, capítulo tercero, y Fusillo, 111 y ss. (N. del A.)

 

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Para un estudio detallado de las semejanzas existentes entre el Persiles y las Etiópicas en la inserción de los relatos de los personajes, véase Stegmann. (N. del A.)

 

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Wilson (151 y ss.) califica los relatos orales del Persiles como novelas o cuentos ejemplares, y entiende por ejemplar una historia o confesión de experiencia personal.Véanse también Deffis de Calvo, 82 y ss. y El Saffar, Beyond Fiction, cap. 5. (N. del A.)