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Stonehill College
Sancho no es, se hace Antonio Barbagallo ntre los muchos estudios que existen sobre la figura de Sancho, varios van dedicados a su génesis. Otros intentan definir a Sancho, o sea declarar cómo es o cómo no es, aportando supuestas pruebas, sin que sus autores se percaten, en la mayoría de los casos, de que los datos y pruebas recogidos no son más que opiniones subjetivas de otros personajes, o incluso del mismo autor, que, en muchas ocasiones, no coinciden con lo que demuestra Sancho acerca de su propia actuación, de su evolución y de su devenir.
En sus Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset dice algo que, sin referirse exclusivamente a Sancho, nos sirve sin embarg o como preámbulo a nuestro estudio: «El libro de imaginación narra; pero la novela describe. La narración es la forma en que existe para nosotros el pasado, y sólo cabe narrar lo que pasó; es decir lo que ya no es. Se describe, en cambio, lo actual... Por otra parte, en la novela nos interesa la descripción, precisamente porque, en rigor, no nos interesa lo descrito. Desatendemos a los objetos que se nos ponen delante para atender a la manera como nos son presentados. Ni Sancho, ni el cura, ni el barbero, ni el Caballero del Verde Gabán, ni Madame Bovary, ni su marido, ni el majadero de Homais son interesantes. No daríamos dos reales por verlos a ellos. En cambio, nos desprenderíamos de un reino en pago a la fruición de verlos captados dentro de los dos libros famosos. Yo no comprendo cómo ha pasado esto desapercibido a los que piensan sobre cosas estéticas»
(p. 115) .
Si bien estoy de acuerdo con Ortega y Gasset en términos generales, no puedo por menos que disentir en lo que es el meollo de la cuestión, y preguntarme cómo este pensador no vio más allá de lo obvio. Y es que, en un primer momento, y a lo largo de una buena novela, a lo largo de esta novela en particular, lo único que «existe» es la descripción, y si «desatendemos a los objetos que se nos ponen delante», es que en realidad no tenemos nada delante, o nada más que fantoches. Sancho no «existe»; no es sino un pinocho con nombre (y no lo digo por mentiroso), que tiene que llegar a la vida por medio de la «descripción» de sus actos, más que de su persona física. La primera célula, el ínfimo, microscópico embrión consiste en el nombre «Sancho». Por tanto poco interés podemos tener por un nombre, por un germen, por un títere.
Decir que no tenemos el menor interés por Sancho es decir que el hombre nace ya adulto, que llega al mundo «hecho y derecho» y que muere en el acto. No podemos, aunque quisiéramos, interesarnos por Sancho, y a la vez por la manera en que se nos es presentado, porque es precisamente «esa presentación» que crea a Sancho, multiplicando las células de su minúsculo, embriónico ser. Lo construye, lo edifica, nos lo entrega en su forma «evolutiva», y por tanto interesante. Pero la novela no es la vida, sino una representación de ella, y por tanto en la novela Sancho podía haber nacido «adulto», y nosotros los lectores podíamos habernos enterado de su persona, de su carácter, en su primera aparición al escenario de la vida novelesca. Cervantes podría habernos dado unas cuantas páginas de adjetivos al lado de las letras que forman este hermoso nombre de Sancho (eco de ancho, espacio abierto). Incluso podría habernos narrado su vida con altisonantes o mezquinos verbos de acción, pero ese supuesto Sancho habría sido un verdadero fantoche al servicio de otros fines y propósitos, y su vida no tendría anchura, sino angostura, muerte. De haberlo conocido «adulto», ya no habríamos tenido interés y curiosidad por desnudar su alma o que nos la desnudara. Ya no habría más que descubrir, que destapar, que averiguar.
Es necesario no confundir la vida de Sancho como escudero con la vida de Sancho como persona, con su carácter, con su vida íntima e interior. Mientras Cervantes, o don Quijote (es igual), decidió darle el oficio de escudero, al mismo tiempo el novelista rechazó, consciente o inconscientemente, ser padre de esta criatura. Sancho «se va haciendo», y en su devenir temporal es, también él, hijo de sus obras. En los dos niveles, como escudero y como persona, Sancho va cuajando, tomando forma, y mientras él descubre y aprende los 15 (1995) Sancho no es, se hace —48→ secretos de la vida escuderil, nosotros aprendemos, descubrimos no sólo lo que es esa vida exterior, ese oficio, sino lo que «va siendo» Sancho como hombre. En realidad, Cervantes no construye por sí solo a un personaje, sino que deja, a veces en contra de su propia voluntad y opinión, que el personaje se construya a sí mismo.
Si formulamos un juicio sobre un aspecto de la personalidad de Sancho, deberíamos hacerlo después de haber observado los hechos, después de haber analizado sus actos. Pero, a menudo es el narrador o el mismo don Quijote, compañero y testigo de los actos de Sancho, quien, con unos calificativos, nos induce a formular esos juicios, a crear opiniones. Esto hace que, a veces, el personaje Sancho se vaya edificando en nuestra mente de manera no conforme a la que el mismo Sancho está edificando delante de nosotros y que deberíamos ver. ¿A qué sirve la técnica de la construcción del personaje, si éste se va construyendo en la mente del lector como quiere el autor o como quiere otro personaje, y no como quiere o demuestra el mismo personaje? ¿Es que existe discrepancia entre lo que el autor «califica» y lo que el personaje hace o dice? ¿No es el personaje, hijo, criatura del autor? Más arriba dije que Cervantes, de forma consciente o inconsciente, no quiso ser padre de esta criatura. Hay que añadir que quizás quería darnos a entender que no sabía serlo, que no sabía del todo definir o explicar con acciones de Sancho los calificativos que le aplicaba o profería por boca de don Quijote. Me inclino a creer que Cervantes quería de tal manera que Sancho se construyera a sí mismo poco a poco delante de nuestros ojos (como es el caso de casi todos los personajes importantes), que no naciera adulto, que nos interesara y que tuviera vida propia, que, con intencionalidad audaz, insertó esta discrepancia, que, por otra parte, ni el lector corriente ni el erudito ve. Esto no significa que los juicios de don Quijote, de otros personajes, y del mismo Cervantes sean siempre o a menudo equivocados.
Mientras la crítica trata de definir a Sancho de forma categórica y absoluta, dividiéndose así entre los que lo ven con buenos ojos, los que lo miran casi con desprecio y los que encuentran una «quijotización» del personaje, yo opino que Sancho, si bien de carácter formado, no termina de ser completo, ya que está enfrentándose de continuo a experiencias nuevas, y amoldándose a las circunstancias que van surgiendo. De cualquier modo, el objeto de este trabajo es mostrar con unos cuantos ejemplos que no podemos siempre fiarnos de los comentarios del autor, ni de don Quijote, ni de otros personajes, a la hora de caracterizar o definir a Sancho, trampa en la que han caído muchos estudiosos, cuando han tomado por bueno y definitivo —49→ el testimonio de los presuntos testigos. Es decir, cuando, por ejemplo, don Quijote tacha de cobarde a Sancho, muchos lectores aceptan sin la menor duda esa calificación del escudero.
En su presentación o introducción inicial de Sancho, Cervantes dice lo siguiente:
(I, 7, 1240) |
Desde este momento, vemos que Sancho empieza a «construirse» por medio de yuxtaposiciones, que crean en los lectores descuidados, una falsa imagen del villano metido a escudero. Cervantes ha creado momentáneamente un ambiente ambiguo y quizás confuso; pero sólo en virtud de una sutil forma de no decirnos lo que parece que nos dice. ¿Qué significan las palabras «hombre de bien»? Ciriaco Morón Arroyo interpreta la frase de esta manera: «Es difícil llamar hombre de bien al que es pobre. Estamos jugando con la etimología de "hidalgo", hijo de bienes; el que es pobre y no tiene bienes, ¿Cómo puede ser hombre de bien?»
(pp. 216). Mi interpretación de la frase es distinta a la de Morón Arroyo, sin embargo formularé la misma pregunta más adelante. En esta breve descripción de la condición de Sancho, nos enteramos no de que sea bueno, aunque lo podría ser, sino de que es pobre. Pero, una lectura descuidada, desprovista de meditación y análisis, nos sugiere esencialmente que Sancho es un hombre bueno o de bien.
Esto de «hombre bueno» o «de bien» es cuestión aparte que hay que analizar. Aunque la mayoría de los lectores interpreta la frase como «hombre bueno» (una encuesta personal lo demuestra), el hecho es que Cervantes dice «hombre de bien», lo que me induce a la siguiente posible interpretación. A mi modo de ver, el hombre bueno no es el que hace o practica el bien, sino el que «no hace el mal», el proverbial hombre que «no ha matado ni una mosca», mientras que el «hombre de bien» es aquél que, además de ser bueno, «hace, practica, reparte» el bien. La mejor y la cristiana manera de hacer el bien es practicar el altruismo, la generosidad, y ¿cómo se puede ser generoso y hombre de bien, siendo pobre? La interpretación de Ciriaco Morón Arroyo deja la pregunta sin contestar, ya que no se puede ser «hijo de bienes» y pobre a la vez, mientras si definimos al «hombre de bien» como al que hace el bien porque es bueno, entonces la respuesta a la pregunta sería que es posible. Lo —50→ único que sabemos de Sancho es que es pobre y no que es bueno, ni mucho menos «hombre de bien», aunque es posible que lo sea, y de hecho resultará serlo.
Por tanto, a la vez que Cervantes establece la diferencia socioeconómica entre don Quijote y Sancho, establece también la diferencia existencial, «ontológica». Don Quijote de momento es el único que puede deshacer entuertos, defender a doncellas y a viudas, dispensar generosidad y ayuda, no tanto en forma material, sino en forma de acción. El hombre bueno que posee, puede y debe ser «hombre de bien», el hombre bueno pero pobre, difícilmente podrá ser «hombre de bien», ya que su condición y naturaleza no le permiten ir más allá de lo que es su entorno inmediato, de lo que es su propio ser o su propia familia. Cabe la posibilidad también, de que Cervantes estuviera satirizando la actitud de la Iglesia, que ve el «hacer el bien» como algo exclusivamente material, no viendo que puede haber mil formas de hacer el bien.
Lo que en un primer contacto con nuestra conciencia parece de importancia secundaria, ya que aparece en forma parentética, «-si es que este título se puede dar al que es pobre-»
, con una lectura atenta se convierte en lo primordial, en lo más importante y certero. Este paréntesis dialéctico adquiere su plena significación, «Sancho es pobre», y a la vez pone en tela de juicio que Sancho sea hombre de bien, es decir, hombre que hace el bien.
Cuando el autor, de forma directa, expresa algún juicio sobre Sancho, nos hace creer que de hecho es así. El comentario «de muy poca sal en la mollera»
es más que suficiente para inculcarnos que Sancho es algo tonto, o como mínimo simple. Este es el peligro que corre el acusado, que a menudo, y frente a bienintencionados y benévolos jueces, es considerado culpable antes de ser juzgado. Pero Sancho se rebela, porque parece vivir fuera de la voluntad de quien lo define, y así hace que el acusador explique, y no sólo defina. ¿Es tan crédulo, simple o necio un hombre a quien se le tienen que dar mil razones y explicaciones antes de acceder a una empresa tan formidable y «loca»? Porque eso es precisamente lo que tiene que hacer don Quijote para convencer a Sancho: «En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero»
(I, 7, 1240). Nótese la reiteración de «tanto», y préstese atención al verbo «se determinó», que sin duda alguna implica libertad y poder de elección, no sin antes haber oído múltiples explicaciones y promesas. ¿Tiene entonces Sancho tan poca sal en la mollera? La admirable técnica narrativa de Cervantes hace que sus personajes nazcan y se desarrollen por sí mismos.
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Sin embargo, no caigamos en la ilusión de creer que Sancho es verdaderamente autónomo.
Por medio de esta primera aparición en la novela, nos damos cuenta de la complejidad con que Cervantes construyó a este personaje, y de cómo algunos incautos críticos como Sletsjöe han llegado a escribir palabras como éstas: «Cervantes necesitó de un escudero, compañero del caballero, y no lo creó de un solo tirón. Fue añadiendo trazos, y tal vez es por ello por lo que la figura de Sancho no nos convence. Es mucha verdad que hay gran complejidad en él, pero ¿cómo explicarla?»
(97-98). Opino que no sólo la figura de Sancho nos convence, sino que es precisamente su complejidad que lo hace tan entrañable, interesante y vivo.
Al tratar de un personaje tan estudiado y analizado por su complejidad, es difícil no caer en la tentación de citar a otros críticos con los que se puede o no estar de acuerdo. La mayoría de ellos trata de analizar a Sancho refiriéndose a lo que considera características de su personalidad, obteniendo a veces resultados opuestos y contradictorios. La presencia casi constante de Sancho en la novela, sus acciones y su intervención verbal en una historia tan larga, dificultan la tarea de un análisis completo y exhaustivo; por tanto, sin desviarme del propósito original de mostrar la construcción peculiar de este personaje, voy a analizar tres o cuatro características sanchescas que tanto enfrentan y apasionan a los estudiosos. No creo que el análisis de la frase «de poca sal en la mollera» y de la oración siguiente, sea suficiente prueba de que Sancho no es tonto o bobo como piensan varios eminentes estudiosos, entre ellos Mauricio Molho, Anthony Close, y Eduardo Urbina. Por lo tanto es preciso ver algunos episodios donde Sancho demuestra no ser tonto, bobo o primitivo.
Aquella frase que introduce a Sancho en la novela y que he analizado mostrando su inexactitud, si no falsedad, marca, sin embargo, a Sancho para siempre, de tal manera, que incluso estudiosos como Francisco Márquez Villanueva la usan para tratar de demostrar que Sancho es un bobo «crédulo» (p. 134). El haber salido con don Quijote se puede explicar no por la simpleza o credulidad necia de Sancho, sino por el respeto que seguramente sentía por su vecino, el hidalgo, por la pobreza en que vivía, y por no tener nada que perder y todo por ganar, y por su ignorancia del mundo exterior, ignorancia que no significa estupidez. Lo que condiciona la opinión que el lector tiene de Sancho, no es más que lo que dicen de él don Quijote y algunos otros personajes. «Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste te juro -dijo Don Quijote- que tienes el más corto
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entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo».
(I, 25, 1324) Estas palabras que inciden en el alma y entendimiento del lector, son palabras que don Quijote espeta a un Sancho que no tiene ni pizca de tonto, y que acaba de decir lo siguiente:
(I, 25, 1323) |
Más adelante don Quijote le dice a Sancho: «aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas de agudo; mas para que veas cuán necio eres tú y cuán discreto soy yo, quiero que me oyas un breve cuento»
(I, 25, 1327), y más adelante aún «¡Oh, qué necio y qué simple que eres! -dijo don Quijote-. ¿Tú no ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería..».
(I, 31, 1366). O sea que don Quijote considera necio y simple a Sancho porque éste no está al corriente de lo que es la caballería, pero, ¿debería estarlo? Creo que no. Sancho no es un necio y un simple en la vida real, a pesar de que don Quijote y su mundo caballeresco lo involucran de tal manera que hasta otros personajes lo tachan de tonto, simple o loco. El profesor R. M. Flores en el magnífico Apéndice de su libro, hace una lista muy interesante y útil de los casos en que distintos personajes opinan sobre la necedad de Sancho. Si esto no fuera poco, incluso el traductor se atreve a formular y a expresar juicios: «Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio, y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese»
(II, 5, 1504). Este supuesto cambio del que habla el traductor, no es otra cosa que la revelación que Sancho hace de sí mismo. Este primer crítico del Quijote había llegado a sus conclusiones atendiendo a lo que decían de Sancho, más que a lo
que
decía Sancho. La opinión de estos personajes influye negativamente sobre el subconsciente del lector y condiciona su juicio. Pero, nosotros lectores no podemos caer en la trampa tan fácilmente. No olvidemos que la mayoría de estos personajes ha entrado
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voluntariamente en el juego de don Quijote, y está disfrutando de él. ¿Por qué tenemos que hacer caso de las opiniones que tienen de Sancho?
Todo esto nos lleva al tema de la supuesta ignorancia de este labrador. ¿Qué es lo que ignora Sancho? Desconoce el mundo de la caballería andante porque desconoce los libros de caballerías, pero como escudero novato, vemos que empieza a formarse, es decir a aprender, tan de repente como al haber llegado a su primera venta, donde lo oímos explicarle a Maritornes en qué consiste la caballería. Vamos viendo que Sancho aprende y enseña. Conociendo ya nosotros su condición de labrador, sospechamos que es un poco tosco, pero no hay indicio de que sea ignorante. Por supuesto que no tiene la cultura de don Quijote, pero posee una enorme cultura popular, una cultura campesina, que va mostrando a lo largo de sus andanzas. Cervantes no nos advierte al principio que Sancho es un refranero ambulante; hace simplemente que el escudero lo demuestre, haciéndole soltar refrán tras refrán con una fluidez inusitada. Basta con que don Quijote le diga a Sancho que sus refranes no vienen a cuento, basta con que se enfade y le maldiga -«¿Adónde vas a parar, Sancho, que seas maldito?»
(II, 19, 1561)-, para que los lectores den crédito a las palabras del hidalgo. El resultado de esto es que Sancho se va edificando en nuestra mente de forma que lo vemos como a alguien con una memoria prodigiosa, pero que no sabe lo que dice la mayoría de las veces. Sería presuntuoso afirmar que entendemos todos los refranes de Sancho, por tanto sería igualmente presuntuoso estar de acuerdo con don Quijote. Pero es el mismo Sancho quien está convencido de lo que dice «¡Oh! Pues si no me entienden-respondió Sancho-, no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates. Pero no importa; yo me entiendo»
(II, 19, 1561).
Como bien señala R.M. Flores (p. 120), lo que más irrita a don Quijote es su incapacidad de decir refranes con la misma facilidad y soltura que Sancho: «¡Sesenta mil satanases te lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento... Dime ¿dónde los hallas, ignorante, o cómo los aplicas, mentecato, que para decir yo uno y aplicarle bien sudo y trabajo como si cavase?»
(II, 43, 1654). Fijémonos, sin embargo, en la paradoja que sigue contribuyendo a la construcción compleja del personaje de Sancho. Don Quijote se maravilla del caudal paremiológico de Sancho, y de la aplicación que hace de él, a la vez que lo llama «ignorante» y «mentecato».
Si lo dicho hasta ahora no es suficiente para desechar la creencia generalizada de que Sancho es un ignorante, veamos un detalle que
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demuestra que, a pesar de su raigambre rural, el buen escudero conoce los buenos modales y las normas sociales, que bajo ningún concepto quiere infringir. Cuando don Quijote lo invita a sentarse a su lado para comer con él y con los cabreros, Sancho, a la vez que agradece a don Quijote su generosidad, contesta: «mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo»
(I, 11, 1251). Sancho sabe que es un tanto rústico, y que no puede librarse de sus malas costumbres, pero prefiere la soledad a la posibilidad de ofender a los comensales. Si por una parte esto refleja amor a la libertad de la que goza el «salvaje», también refleja conocimiento de las normas sociales que no quiere infringir. Esta autodiscriminación es muestra de que es consciente de ser distinto a otros, y por tanto constituye en sí una paradójica elevación moral y cierta complejidad intelectual. Sancho no demuestra ser un bobo primitivo, simple e ingenuo como dicen Molho y Urbina (Molho, 236; Urbina, 74), sino un hombre discreto que reconoce sus limitaciones.
De aquí pasamos al tema de la comida y la bebida, y, como es de esperar, a Sancho se le considera un comilón y poco menos que un borracho. El mismo se refiere a su injusta fama, cuando, ya muy avanzada la novela, dice:
(II, 59, 1719) |
Más adelante Sancho dirá: «tengo más de limpio que de goloso, y mi señor Don Quijote, que está delante, sabe bien que con un puño de bellotas o de nueces nos solemos pasar entrambos ocho días... y quienquiera que hubiere dicho que yo soy comedor aventajado y no limpio, téngase por dicho que no acierta»
(II, 62, 1729) .
Se desprende de estas palabras que, en efecto, él considera su reputación injusta y falsa, porque, al no querer asumir la de bebedor, está simultáneamente rechazando la de comilón que le ha adjudicado
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don Quijote. En múltiples ocasiones el amo y otros personajes tachan de glotón al pobre escudero, incluso la sobrina del hidalgo: «Y ¿qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, golosazo, comilón que tú eres?»
(II, 2, 1495). Más adelante: «Acaba, glotón -dijo Don Quijote-»
(II, 20, 1563), a la vez que las descripciones y comentarios del autor apuntan a su supuesta voracidad o a sus interminables ganas de comer. Al entrar en Sierra Morena se dice que «Ni Sancho llevaba otro cuidado... sino de satisfacer su estómago... y así, iba tras su amo... sacando de un costal y embaulando en su panza»
(I, 23, 1311). En compañía del escudero del Caballero del Bosque «Comió Sancho sin hacerse de rogar, y tragaba a escuras bocados de nudos de suelta»
(II, 13, 1535). Luego, «A solo Sancho se le escureció el alma, por verse imposibilitado de aguardar la espléndida comida y fiestas de Camacho»
(II, 22, 1571), y en la pradera, antes de llegar a la venta aragonesa «Don Quijote comió algo, y Sancho mucho»
(II, 59, 1717).
De nuevo vemos que Sancho se construye de forma equivocada ante los ojos del lector, no solamente del lector común, sino de los críticos que más se han ocupado de este personaje. Ciriaco Morón Arroyo, por ejemplo, dice simplemente que «Sancho... es glotón»
(p. 217), y Mauricio Molho declama: «El mismo nombre de Panza evoca al aldeano comilón, atento a la alforja y a la bota, frente a la frugalidad desinteresada y heroica de don Quijote. El Sancho de las primeras aventuras no deja perderse migaja, confiscando todos los despojos comestibles que los vencidos abandonan en el campo de batalla»
(p. 238). Pero, unos pocos ejemplos son suficientes para mostrar que el verdadero Sancho no se construye a sí mismo, ante el lector atento, como lo suele pintar don Quijote, ni como lo describe en muchas ocasiones el autor. Sin embargo, es el mismo autor quien, con una descripción subyacente o medio oculta, y con las palabras de Sancho, hace transparentar el verdadero carácter del escudero en cuestiones de comida: «Y sacando en esto lo que dijo que traía, comieron los dos... Pero, deseosos de buscar donde alojar aquella noche, acabaron con mucha brevedad su pobre y seca comida»
(I, 10, 1251). El fiel escudero, en busca del Toboso, llegó a la venta del manteamiento, «y no quiso entrar dentro, aunque llegó a la hora que lo pudiera y lo debiera hacer, por ser la del comer y llevar en deseo de gustar algo caliente; que había grandes días que todo era fiambre»
(I, 26, 1331). En las bodas de Camacho, Sancho «se llegó a uno de los solícitos cocineros, y con corteses y hambrientas razones le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas»
(II, 20, 1565).
¿Cómo podemos pasar por alto el detalle de la pobre y seca comida? y ¿cómo no podemos entender que el deseo de una comida caliente no es nada extraño, sino normal, cuando el pobre escudero lleva días comiendo fiambre? Hay ocasiones en que se pasan largos ratos sin comer, y cuando don Quijote exhibe su apetito, al lector no se le ocurre pensar que es un tragón porque ni Sancho ni el autor lo clasifican como tal. Véase que en los siguientes ejemplos don Quijote disfruta de
la comida igual que Sancho: «No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar y mirar a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puño»
(I, 11, 1252). Mucho más adelante, en las bodas de Camacho, Sancho «comenzó de nuevo a dar asalto a su caldero, con tan buenos alientos, que despertó los de Don Quijote, y sin duda le ayudara, si no lo impidiera lo que es fuerza se diga adelante».
(II, 20, 1568). No se le puede tachar de glotón al que «se hallaba muy bien con la abundancia de la casa de Don Diego, y rehusaba de volver a la hambre que se usa en las florestas y despoblados y a la estrecheza de sus mal proveídas alforjas»
(II, 18, 1558), y a quien en las bodas de Camacho, al ver tanta abundancia, «se llegó a uno de los solícitos cocineros, y con corteses y hambrientas razones le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas».
Por fin, el mismo don Quijote reconoce que ha exagerado en su consideración de Sancho, y en su carta al gobernador Sancho Panza rectifica diciendo: «No te muestres, aunque por ventura lo seas (lo cual yo no creo), codicioso, mujeriego ni glotón»
(II, 51, 1688). ¿No tenemos el deber de prestar mucha atención a «la hambre que se usa en las florestas» y a las «corteses y hambrientas razones»? Espero haber demostrado que nuestro Sancho no es tan glotón como pretenden hacernos creer ciertos personajes de la novela, y muchos estudiosos, colegas nuestros.
Sin embargo, la misma suerte corre Sancho en lo referente a la bebida, porque el calificativo de bobo rústico, encierra muchos matices, uno de ellos el de borracho o bebedor. Ya en el capítulo 7 de la Primera Parte, Cervantes nos presenta a un Sancho que, más que comilón y bebedor, es precavido: «Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y bota»
(I, 7, 1240), y muy poco después, en el 8, vemos que «de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga»
(I, 8, 1242). Estos detalles, por el simple hecho de que el autor los ha insertado, van formando la idea de que nuestro escudero tiene debilidad por el vino. ¿No parece, en efecto,
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que por el simple hecho de no mencionarlas, los personajes de esta novela o de cualquier novela no tienen necesidades fisiológicas? El contraste entre el Sancho que es visto beber y el don Quijote y otros personajes que beben sin ser vistos, hace que nosotros lectores caigamos en la trampa de considerar a Sancho como gran bebedor. Esta idea se amplifica cuando, al haber visto el placer que experimenta al beber, vemos el disgusto que le sobreviene al notar que la bota no está llena: «dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes, y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta»
(I, 8, 1243).
Esta técnica contrastiva -Sancho bebe, otros personajes no beben; gusto por el vino, disgusto por su ausencia- más que mostrar que Sancho es un bebedor empedernido, sirve para reforzar el elemento de comicidad que el autor ha implantado en la novela. Esta comicidad y esta idea falsa que tenemos de Sancho se acentúan y engrandecen cuando «empinándola puesta a la boca (la bota), estuvo mirando a las estrellas un cuarto de hora»
(II, 13, 1535). Esta hipérbole tiene que ser vista como tal -nadie puede beber tan largo tiempo sin parar, ni hay bota que contenga tanto vino-, por lo tanto, que a Sancho le guste beber un buen vino -¿a quién no?-no significa en absoluto que abuse de él. De hecho, nunca lo encontramos borracho, aunque sí vemos que el dios Baco lo ayuda a dormir. Fijémonos en que esta interpretación exagerada que hacemos de Sancho en cuanto a bebedor es el resultado de esta peculiar e intrigante forma de narrar y describir de Cervantes, pero, si esto no fuera bastante, algún estudioso se empeña en sacar pasajes fuera de contexto, con el propósito de hacer pasar por válida una tesis equivocada, y de hacer pasar por verdad una falsedad. Leif Sletsjöe dice de Sancho: «Es muy amigo de la buena bebida, como se ve por la descripción de la conversación entre él y el escudero del caballero del Bosque. Este ha sacado una gran bota de vino, que pone en manos de Sancho (que padece de hambre y sed). Y nuestro Sancho, que bebe siempre que tiene gana y además cuando no la tiene, estuvo mirando..».
(p. 22). En la nota a pie de página que Sletsjöe pone a «cuando no la tiene» se lee lo siguiente: «Lo dice él mismo a la Duquesa (II, 33, el fin)»
(p. 22). Pero veamos lo que verdaderamente dice Sancho a la Duquesa: «En verdad, señora -respondió Sancho-, que en mi vida he bebido de malicia: con sed, bien podría ser, porque no tengo nada de hipócrita; bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo y cuando me lo dan por no parecer o melindroso o mal criado; que a un brindis de un amigo, ¿qué corazón ha de haber tan de mármol que no haga la razón?»
(II, 33, 1622).
No sólo Sancho se defiende de la injusta reputación que arrastra en cuanto a bebedor, sino que muestra ser sensible a las costumbres sociales. Esta cortés aceptación de la bebida cuando se la ofrecen, no es una cínica excusa para beber más. Se ve claramente, a lo largo de toda esta historia, que Sancho no abusa de la bebida, por lo tanto doy crédito a sus palabras, sin dudar de su sinceridad.
Estamos viendo que Sancho no es un personaje cortado por un patrón; evoluciona y se edifica ante nuestros ojos atentos como él quiere, porque en definitiva, aunque su carácter es formado, no acaba nunca de mostrarlo todo, y porque se amolda a las circunstancias. Esto hace que nos sorprenda de continuo. En lo que se refiere a la religión y a la raza, Sancho dice: «Yo cristiano viejo soy»
(I, 21, 1303). «Soy cristiano viejo»
(I, 47, 1459), y tan cristiano y tan viejo, que está dispuesto a luchar por su religión. En la aventura de los rebaños de ovejas, que don Quijote toma por ejércitos, éste le explica a su escudero que aquéllos son los ejércitos de dos señores, un «furibundo pagano» y el cristiano Pentapolín, de cuya hija está enamorado el moro. El cristiano se opone a la unión de la hija con el moro porque éste no deja «la ley de su falso profeta Mahoma». A todo esto Sancho contesta: «¡Para mis barbas... si no hace muy bien Pentapolín, y que le tengo de ayudar en cuanto pudiere!»
(I, 18, 1288). En otra ocasión dice que cree en la «santa Iglesia Católica Romana»
y que además es «enemigo mortal... de los judíos»
(II, 8, 1516). De todo esto se desprende que Sancho es un fanático, intolerante, dogmático y racista, producto típico de una política y una sociedad que sigue en lucha contra el infiel. Pero este personaje no deja de sorprendernos y, en el episodio de Ricote, nos demuestra la complejidad de su noble carácter. Aquí ya los dogmas se esfuman, las verdades absolutas en cuanto a razas y religiones desvanecen, y, bajo este aspecto, Sancho se ha construido y completado como hombre de ideas moldeadas por sentimientos humanos y caritativos, de amistad y hermandad. El Sancho a primera vista dogmático, ha revelado ser comprensivo, tolerante y bueno. Como bien señala Otilia López Fanego, el encubrimiento de herejes, moriscos, etc., o el entorpecimiento de la labor del Santo Oficio, en cuanto a la búsqueda de cualquier tipo de hereje se castiga severamente. Lo que nos lleva del tema del dogma y la intolerancia al de la cobardía. «¿Puede seguirse hablando de la cobardía de Sancho? Tal vez»
. -escribe López Fanego- «Cervantes nos lo ha pintado sobradas veces harto temeroso de todo. Mas no sólo es valiente el que no tiene miedo, sino el que es capaz de vencerlo por mandato de su conciencia. Las circunstancias no forjan el carácter, lo descubren, lo ponen a
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prueba. En Sancho han vencido, y no sin riesgo, la lealtad y la amistad hacia el amigo perseguido»
(p. 78). Aunque podríamos ampliar el análisis de este tema, y meternos en otros, como el de la pereza, de las mentiras y de la comicidad, creo que, dentro de los límites de espacio y tiempo, se ha demostrado que Sancho se va construyendo poco a poco, sorprendiéndonos, con su complejo carácter, y con sus dotes humanas. Pero, no podemos olvidar que es la técnica narrativa de Cervantes, de la cual tiene pleno control, que hace que este personaje, como otros, nos parezca vivo.
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