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ArribaAbajoCervantes, un proyecto de modernidad para el Fin de Siglo (1880-1905)

Carlos M. Gutiérrez



University of Cincinnati

This paper points out some specific receptions and readings that the Spanish fin de siècle gave to Cervantine texts that diverge from those studied by Anthony Close in The Romantic Approach to Don Quixote (1977). I argue that there were three different readings of Cervantes's texts in this period: the esoteric (Nicolás Díaz de Benjumea and his followers), the hermeneutical (Unamuno, Ortega y Gasset, Américo Castro), and finally, the philological (Rodríguez Marín, León Máinez, etc.), founded on academic grounds and positivist tools. It is my contention that the latter represented an attempt to maintain Cervantes studies firmly within the realm of modernity, thereby removing them from the domain of «premodern» readings.


Cervantes y el Quijote fueron, a la altura del fin de siglo español, una encrucijada en la que confluyeron un cervantismo de carácter intrínseco, de tendencias más academicistas e inmanentes, y otro de carácter extrínseco, más dado a la instrumentalización simbólico-interpretativa y a la trascendentalización de los textos y ajeno, normalmente, a la filología.

El punto de partida y de referencia de mi trabajo es, como no cabría de otra manera, Anthony Close y su tan seminal como magnífico libro The Romantic Approach to Don Quijote (1978). Sin embargo, y aun reconociendo la certeza y clarividencia de la mayoría de sus puntos de vista, al libro cabe hacerle dos peros que en nada empañan su brillantez: el monolitismo en lo que respecta a presentar una «romantización» indistinta de la recepción cervantina y, segundo, el aislamiento endocéntrico y localizado del objeto de estudio, que lo separara de procesos paralelos acaecidos en otros países europeos (búsqueda nacionalista del poeta nacional, advenimiento finisecular del gusto por lo simbólico y esotérico, etc.)

A medida que el siglo XIX se iba encaminando hacia el XX el Quijote, y por ende todo lo cervantino, fueron convirtiéndose, poco   —114→   a poco, en una especie de objeto simbólico que fue concentrando las miradas de gran parte de la intelectualidad española. Este proceso cobró todo su significado en 1905 cuando, al calor de la celebración multitudinaria e institucionalizada del tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, lo cervantino devino en lo que podríamos llamar, tomando el concepto de Pierre Bourdieu, «capital cultural simbólico» por excelencia. En este contexto se produjeron lecturas muy diferentes de los textos cervantinos. En las siguientes páginas vamos a tratar de avanzar una hipótesis de trabajo que explique algunas de las lecturas que la obra cervantina tuvo en la España del Fin de Siglo. Para lo que respecta a este trabajo entenderemos por «fin de siglo» el período comprendido entre las dos últimas décadas del siglo XIX y el primer lustro del XX y por «proyecto de modernidad», una acepción un tanto libre y focalizada del concepto desarrollado por el filósofo alemán Jürgen Habermas para explicar su visión metafísica y optimista de los fundamentos y objetivos de la epistemología desde el siglo XVIII hasta nosotros. En lo que respecta al contenido, trataré de delinear un cierto «proyecto de modernidad» en la recepción filológico-positivista cervantina, sobre todo en oposición a lo que he dado en llamar «cervantismo extrínseco». Este cervantismo extrínseco incluiría tanto las que Close llama «panegyric school» (alabanza del dominio particular cervantino de un saber o técnica: medicina, psiquiatría, economía...), y «esoteric school» (Nicolás Díaz Benjumea y sus seguidores, Benigno Pallol y Baldomero Villegas) [87-88], como las obras que, desde la hermenéutica simbólica escriben algunos intelectuales amparándose en el Quijote (Unamuno, Ortega, etc.)

El proyecto de modernidad que propongo habría consistido en intentar mantener lo cervantino dentro de los márgenes académicos y, como consecuencia, en la esfera de lo artístico. Y la manera de mantenerse en esa esfera artística va a ser la de intentar situar el texto, desde la pretendida objetividad de la filología positivista, en su contexto histórico. Frente a este proyecto, difuso y tenue pero implícito en algunos cervantistas, se alzaron las lecturas, tanto descriptivas como hermenéuticas, que de la obra cervantina se hicieron, sobre todo pero no siempre, desde el cervantismo extrínseco, ya fuera desde la intelectualidad (con actitudes como las que Porqueras Mayo destacaba en algunos grandes nombres: religiosa en Unamuno, filosófica en Ortega, psicológica en Madariaga y política en Maeztu [148], y que en el presente trabajo no trataremos), ya desde sectores profesionales tales como la abogacía, la ciencia, la   —115→   política o los cuerpos militares. Todas estas lecturas extrínsecas pretendían las más de las veces relacionar la obra cervantina con la realidad o los problemas coetáneos, utilizando la obra en tanto que razón instrumental con la que dilucidar el Volksgeist español.

Para muchos de estos cervantistas extrínsecos la obra cervantina representaba tanto un símbolo como un enigma tras el que se vislumbraban las causas del fracaso del progreso en España. Paralelamente, otros, desde actitudes regeneracionistas, contemplaban lo cervantino como una palanca con la que colocar a España en la vía del progreso.

El cervantismo intrínseco estaba inscrito en el campo académico-institucional, y emanaba de la filología positivista, paradigma científico imperante en los estudios literarios de la época, y dicha filología, a su vez, de lo que se ha caracterizado como 'historicismo positivista' (Portolés). Este cervantismo tendió, sobre todo, a elucidar aspectos histórico-literarios, relacionados con la obra o con la biografía cervantinas. El cervantismo extrínseco, por contra, suele ser extraacadémico y su bagaje es, o asumidamente simbólico (caso de los esotéricos o de Unamuno y Ortega), o de un positivismo extrafilológico e idealista (médicos, abogados etc.) Tal acercamiento extrínseco al Quijote experimenta dos períodos bien definidos. El primero de ellos, a mediados del XIX y de carácter esotérico, está capitaneado por Benjumea, y, es secundado, posteriormente, por sus acólitos y seguidores. La obra cervantina era para estos esotéricos un repertorio de ideas y opiniones hábilmente disimuladas u ocultas que necesitan ser explicitadas y puestas en claro. Más tarde, auspiciado por las corrientes intelectuales de la época, aparecerá otro tipo de acercamiento extrínseco, representado por Unamuno, Ortega, Azorín, etc. Aquí no se trata ya de hacer aflorar una sabiduría oculta cuanto de ejercitar una hermenéutica de cariz simbólico que parte más del subjetivismo del hermeneuta que de la propia obra. Así, clamará Unamuno en «Sobre la lectura e interpretación del Quijote», de 1905: «¿Qué tiene que ver lo que Cervantes quisiera decir en su obra, si es que quiso decir algo, con lo que a los demás se nos ocurre ver en ella»? Otro tanto hará Ortega en las Meditaciones, conformando el lado filosófico del rectángulo que Porqueras Mayo ve en la interpretación que los intelectuales citados hicieron de lo quijotesco y de lo cervantino.

La oposición entre cervantismo extrínseco e intrínseco suele discurrir del siguiente modo: mientras este último aspira a leer la obra desde su propia lógica o, en última instancia, desde la lógica de la filología positivista académica, aquél se decanta por volver a   —116→   mezclar desde el simbolismo y desde una cierta hermenéutica a priori todos esos dominios (ciencia, moral, arte) que la modernidad pretendía separar. Hay muchos puntos de contacto entre ambas tendencias, sobre todo en lo tocante a la herencia del idealismo alemán, como destacó Close, pero, asimismo, parece clara la existencia de tal dualidad receptora de lo cervantino. Y en esa dualidad receptora, creo, cabe apuntar una brecha en la uniformidad receptora que propone el insigne cervantista británico. En mi opinión, en el Fin de Siglo cabe ver una pugna entre un cierto proyecto cervantista de modernidad, encarnado grosso modo, por el cervantismo intrínseco, y un cervantismo extrínseco, más dado a lecturas instrumentales, ya fueran simbólicas o esotéricas.

El proyecto de la modernidad que, según Habermas, nació como constructo filosófico a finales del XVIII con Hegel, consistió en un intento por desarrollar una ciencia, una moral y un arte objetivos y cuya propia lógica constituyera el referente y los alejara del esoterismo, idea, esta última, que Habermas toma de Max Weber (Philosophical Discourse 51-2; Modernity 1004). Y es precisamente ese intento por delimitar los ámbitos de acción de la obra cervantina lo que, en nuestra opinión, marca las fronteras de lectura entre ambos cervantismos, extrínseco e intrínseco.

Según Close, de 1905 a 1925 hubo un antagonismo entre los cervantistas profesionales (R. Marín, Schevill, Icaza...) y la Generación del 98 en cuanto a la interpretación del Quijote (92). No creo, sin embargo, que tal antagonismo descanse, propiamente, en la interpretación, por cuanto ese afán interpretativo fue fundamentalmente unilateral. Esto es, por parte de la llamada Generación del 98. Aquellos cervantistas «profesionales» estaban más atentos a los aspectos histórico-literarios de naturaleza, digamos, académica y microtextual, que a los hermenéuticos y, antes que nada, les interesaba más la fijación del personaje y de la obra que su propia interpretación «moderna». Y en ello, creo, difirieron bastante de lo que puede ser considerada una lectura «romántica» del Quijote.

La celebración sumamente institucionalizada del tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, en 1905, supuso una especie de vórtice en el que convergieron diferentes lecturas de la obra cervantina.

Según Close, y a medida que se fue perdiendo la original recepción burlesca del Quijote, la era romántica terminó convirtiéndolo en un conglomerado de idealismo y simbolismo. A esto habrían contribuido la decadencia española y la distante percepción fuera de España de lo que había sido el objeto de su sátira (245-47). También   —117→   parecen concurrir en esta simbolización cervantina, sin embargo, elementos exógenos en los que no repara Close, como el acendrado gusto por lo simbólico y lo esotérico que acarrea el Fin de Siglo, común a toda cultura europea coetánea, así como la extendida asignación de significado a obras y personajes literarios.

En España, los más conspicuos asignadores de significados ocultos a la obra cervantina fueron los cervantistas esotéricos, capitaneados por Nicolás Díaz de Benjumea y un puñado de seguidores: Baldomero Villegas, Benigno Pallol (Polinous) y Ubaldo Romero Quiñones, principalmente. El influjo de don Nicolás se hizo notar grandemente, como atestigua un testimonio tan elogiosamente tardío como el de César Real de la Riva, quien en 1948 todavía le consideraba «precursor del quijotismo contemporáneo español» y «figura más acusada del cervantismo del siglo XX» (140). Aunque los mistagogos fueron legión, muy pocos de entre ellos fueron, sensu stricto, cervantistas. Quizá sólo Díaz Benjumea, que llegó a ser editor del Quijote, en 1880, pueda ser considerado tal. El resto, con un tono ciertamente combativo, se dedicó a continuar o profundizar las desbocadas lecturas de Benjumea. Así, Baldomero Villegas, con obras como Estudio tropológico sobre Don Quijote o «Ideas nuevas para desagraviar a Cervantes y al centenario de las barrabasadas que le han hecho los elementos morbosos de la sociedad», donde se defendía sin desmayo la visión ocultista; Benigno Pallol con Interpretación del Quijote: primera parte, según la cual Cervantes habría creído que la raíz del mal descansa en las Sagradas Escrituras, ya que a causa de sus extravagancias se dio pie a los libros de caballerías. Y qué decir de Ubaldo Romero Quiñones, coronel retirado, quien en Exteriorización de la doctrina esotérica del Quijote, afirma, sin el más mínimo recato, que el esplendor del imperio japonés se debía a la difusión del Quijote. Reciente estaba el triunfo nipón en la guerra ruso-japonesa, pero por mucho que don Ubaldo confiara en la taumaturgia quijotesca, no parece que los motivos de la irrupción japonesa como gran potencia, obedecieran a razones tan sutiles.

Dentro del cervantismo extrínseco se albergaron dos corrientes más o menos consecutivas: la premoderna, de cuño esotérico y correspondiente a los autores ya citados, y la moderna que, con un carácter más o menos regeneracionista se cernió sobre lo cervantino con miras simbólico-instrumentales, y en la que cabría incluir a muchos de los prohombres de la época, así como todas las lecturas cervantinas que se hacen desde lo que podríamos llamar miscelánea profesional interpretativa (lo que Close llama «panegyric school»), y que incluiría a abogados, médicos, militares o políticos.

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De los grandes nombres de la intelectualidad no nos ocuparemos, por cuanto su producción es asumidamente extratextual y aun pretextadora, tanto en lo que se refiere a medios como a objetivos. Unamuno, Azorín, Maeztu, Ortega y otros muchos nombres sonoros del periodo acudieron a la obra cervantina con unas pretensiones simbólico-instrumentales que, en general, cabe tildar de «regeneracionismo intelectual». De igual manera, sus realizaciones concretas, las obras que generaron estos intelectuales (La ruta de Don Quijote, la Vida de Don Quijote y Sancho o las Meditaciones, por señalar algunos de los ejemplos más significativos) son más obras de pretexto cervantino y base filosófica germana que verdaderas lecturas del Quijote, como se puede rastrear por el libro de Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España. De todos modos, y una vez sentadas las bases de la influencia nietzscheana en estos intelectuales, no sería descabellado conectarlos también con el acusado antimodernismo del filósofo alemán, al que, curiosamente, Habermas señala como fuente de la crítica posestructuralista de la modernidad (Philosophical 97).

En el Derecho advertimos dos tendencias fundamentales, ligadas casi siempre a la glosa del episodio de los galeotes (I, 22) o a la de los consejos de Don Quijote a Sancho ante el gobierno de la ínsula Barataria (II, 42-43). Se pretende, por un lado, calibrar el supuesto conocimiento cervantino de las leyes de su época, a la vez que afrontar desde una perspectiva descriptiva, tales leyes o el ámbito de su aplicación. Es el caso de Rafael Salillas («La criminalidad y la penalidad en el Quijote»), Enrique de Benito (Criminología del Quijote), Tomás Carreras y Artau (La filosofía del derecho en el Quijote) o Augusto Martínez Olmedilla («Referencias legales y jurídicas en el Quijote»). Por otro lado se intenta proyectar todo lo quijotesco o cervantino que implique aplicación de justicia y lo que de tal aplicación se entrevé de alguna manera como valioso o inmutable, sobre la sociedad española finisecular, como hacen Augusto de Arantave en «El anarquismo de Don Quijote»; Alfredo Calderón en «Don Quijote anarquista»; Adolfo Bonilla y San Martín con «Don Quijote y el pensamiento español» (Sobejano 472) o José María Llorente en Algunas ideas del Quijote aplicadas a la doctrina fundamental de la administración.

La contribución más significativa desde el mundo de la medicina, cuyas aportaciones se hacen notar sobre todo en 1905, es la de Ramón y Cajal, quien identificaba al Quijote con una «reacción poderosa y esencialmente conservadora del realismo nacional castizo contra los extraviados y forasteros idealismos» (Obras 1295). En sus escritos cervantinos (sobre todo en «Psicología de Don Quijote y el quijotismo» además de señalar la condición   —119→   eminentemente humana y realista del arte español (Tzitsikas 21), apela Cajal a un voluntarismo colectivo, encarnado simbólicamente en la figura de Don Quijote (Obras 1271-89).

El diletantismo médico-cervantista suele abordar la obra cervantina desde dos perspectivas: la sincrónica, en la que se hace mención de los presumibles conocimientos científico-médicos de Cervantes, glosando pasajes de sus obras (Martínez González, Olmedilla) o conectándolo con el Examen de ingenios de Huarte (Salillas) o la proyectiva, que intenta convertirlo en precursor de técnicas, disciplinas, patologías o tratamientos científicos posteriores (Buylla, Antich o Lassala: «Don Quijote es el tipo perfecto de paranoico megalómano»).

En general se podría decir que desde el diletantismo cervantista médico-científico, se ve (y se lee) el Quijote tanto como inventario de comportamientos o tipos humanos, lo que le equipararía con la psicología, cuanto exponente de perturbaciones de tales comportamientos, esto es, psiquiatría, tomando como base en el primero de los casos a la pareja compuesta por caballero y escudero, mientras que la carga de comportamiento alterado recae, exclusivamente, en Don Quijote.

El último sector profesional que se significa por un acercamiento cervantino extrínseco es el militar, que se caracteriza, sobre todo, por hacer una relación comentada de la relación del escritor con su pasado militar (Alcalá-Galiano, Ballester) o por armar volúmenes corporativos de homenaje, con motivo del centenario de 1905, tales como Cervantes y los ingenieros del ejército de Enrique Torner de la Fuente. En general, se prescinde de la obra literaria en beneficio de la loa al heroísmo cervantino, tanto en Lepanto como en Argel.

Frente a toda la instrumentalización mistagógica y de hermenéutica simbólica del cervantismo extrínseco se alzó, en muchas ocasiones, la reivindicación de un cierto proyecto de modernidad aplicado al cervantismo que despojara a éste de sus interpretaciones esotéricas y simbólicas, en el que sobresalieron, en un primer momento, Valera, el Doctor Thebussem, de la Revilla o, mutatis mutandis, Menéndez Pelayo. Precisamente este último, desconfiando tanto de los panegiristas como de los esotéricos (Close 91), confiaba, con cierta candidez, en que este tipo de lecturas fueran un simple estadio hacia la modernidad filológica:

Quién sabe si el cervantismo simbólico será una especie de alquimia que prepare y anuncie el advenimiento de la verdadera química; es decir, de la era científica y positiva en el conocimiento e interpretación de la obra de Cervantes.


(Obras completas 312)                


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Posteriormente, a este rechazo del esoterismo y del simbolismo cervantinos se unió gran parte del cervantismo intrínseco de matriz filológica, representado por Cejador, Cortejón y Rodríguez Marín, que continuaron, por otros medios, el rechazo primero de aquellas lecturas, encabezado por Valera. Ya en 1864, Valera había criticado en un discurso -«Sobre el Quijote y sobre las diferentes maneras de entenderlo e interpretarlo»- los presupuestos esotéricos del Benjumea de La estafeta de Urganda (1861) a la vez que defendía el carácter de crítica caballeresca del Quijote, remitiendo la obra a la esfera de lo literario y, por tanto, al dominio estético.

Antonio Opisso, en un breve artículo de 1880, «Una reacción exagerada», criticaba las reacciones de quienes, como Juan Valera o Manuel de Revilla, habían puesto peros a una interpretación ocultista del Quijote. Pero la polémica se compensó con otro artículo del Doctor Thebussem, Mariano Pardo Figueroa -«Pallida mors: estudio sobre el Quijote», publicado también en El Averiguador Universal , el 31 de marzo del mismo año 1880- en el que afirma que no hay que buscar simbolismo o significados recónditos u ocultos en la obra cervantina. El único mensaje a considerar, dice Pardo Figueroa, se encuentra en los valores del propio texto, proponiendo, pues, una lectura «moderna» del Quijote.

Lo cierto es que, de Valera en adelante, siempre se levantaron voces aquí y allá reclamando mesura en las lecturas del Quijote, ya fuera explícita o implícitamente. La mayoría de estas voces, salvo los referidos casos de Menéndez Pelayo o Valera, provenían del mundo de la filología positivista, es decir, del proyecto de modernidad que la época construyó para la lectura de textos literarios clásicos mediante el acopio de datos expletivos del contexto histórico o autorial. Es el caso de cervantistas como Clemente Cortejón, Julio Cejador o Francisco Rodríguez Marín quienes, imbuidos del espíritu positivista de la época centraron sus esfuerzos en la elucidación cervantina por medios sociológicos, lexicográficos y biográficos, algo que, por otros medios, perseguirá la filología idealista de Castro, años más tarde. Y aquí hay que reseñar también las polémicas de Rodríguez Marín con las lecturas noventayochistas, de anchas miras trascendentalistas (Close 92), y que van más allá de la cronología que nos hemos marcado. En general, esta divergencia de lecturas es bien patente. Cejador lo dejaba bien claro en 1905, cuando escribía sobre la necesidad de aplicar métodos filológico-positivistas a los estudios cervantinos: «Pero con razón ha notado Menéndez Pelayo que, a pesar de haberse escrito tanto del Quijote, no se han hecho trabajos serios filológicos y lingüísticos» (493). Todas estas investigaciones de cariz positivista   —121→   implicaron, según Close, un cierto desdén por la vertiente artístico-intelectual de la escritura cervantina, lo que, irónicamente, habría ayudado a la proliferación del cervantismo esotérico y alegórico (98). Y quizás sea cierto, pero ello no resta «modernidad» al proyecto filológico-positivista del cervantismo intrínseco finisecular, tan ávido de datos y exhumaciones documentales (Pérez Pastor, sobremanera) como cualquier otro empeño positivista de la época. Después de todo, lo único que hicieron aquellos cervantistas fue seguir su propio Zeitgeist; aquel que los insertaba en el positivismo, paradigma científico entonces dominante. Y como señaló Thomas Kuhn, una vez que un paradigma científico se instala sólo puede invalidarse cuando otro paradigma ocupa su puesto (77). En los estudios literarios, y a diferencia de los estudios científicos, ni la aparición de nuevos paradigmas ni la prevalencia de alguno de ellos invalidan, necesariamente, los logros de paradigmas anteriores.

Es más o menos asumible, como arguye Close, que haya una cierta continuidad «romántica» que va desde la propia interpretación cervantina de los intelectuales alemanes de finales del XVIII y comienzos del XIX a la de Américo Castro, pasando por las Unamuno y Ortega y, desde estas últimas, a la mayor parte del cervantismo hispano del XX. Lo que parece más discutible es que se coloquen bajo el marbete de «lecturas románticas del Quijote» todas aquellas que no convengan en su naturaleza exclusivamente satírica. Sería necesario distinguir entre los diferentes puntos de partida o actitudes (por no hablar de resultados) que los acercamientos al Quijote han tenido en el lapso temporal reseñado por Close. Y ahí, claramente, aparecen al menos tres maneras de encarar la obra cervantina: la esotérica (Benjumea y sus epígonos); la hermenéutica (Unamuno, Ortega, Castro etc.); y la histórico-literaria de génesis academicista o protoacademicista y matriz filológica (Rodríguez Marín, León Máinez etc.) Esta última representó, en el maremágnum intelectual que fue el Fin de Siglo, un intento por mantener, desde la esfera de la filología, los estudios cervantinos en la esfera de la modernidad.

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Obras citadas

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