Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice






Arriba Epílogo

 

Decoración del primer cuadro de la obra. Al levantarse el telón, un momento la escena desierta. Salen luego por la puerta del fondo VÍCTOR e ISABEL. ISABEL en traje de calle; VÍCTOR, con gabán, el sombrero puesto y bastón.

 

ISABEL.-  ¿Te sientes bien?

VÍCTOR.-  ¡Ya lo creo! Bien, y fuerte...

ISABEL.-  Tanto como fuerte, no. Después de quince días de enfermedad.

VÍCTOR.-  Sí, pero llevo ya ocho levantado, andando por mi despacho.

ISABEL.-  Sin embargo... El paseo te sentará bien; ya están los días templados.

 

(Sale POSTÍN.)

 

POSTÍN.-  Señor...

ISABEL.-  ¿Qué hay, Postín?

VÍCTOR.-  Di.

POSTÍN.-  El señor Durán está ahí.

ISABEL.-  Vamos a salir.

VÍCTOR.-  Déjale que pase.

ISABEL.-  Nos verá en traje de calle.

VÍCTOR.-  Por eso; es de confianza; le diremos que vamos a pasear. Anda, Postín, dile que entre.

 

(Se marcha POSTÍN.)

 

ISABEL.-  No debías haber dicho que pasara.

VÍCTOR.-  Un momento nada más, y luego, yo deseo decirle dos palabras.

 

(Entra RAFAEL DURÁN.)

 

DURÁN.-  Querido maestro... Isabel...

VÍCTOR.-  Venga acá el sin par periodista.

ISABEL.-  Pase usted.

DURÁN.-  ¿Van ustedes a salir?

VÍCTOR.-  Mi primera salida.

DURÁN.-  Lo celebro.

ISABEL.-  Está ya bien del todo.

VÍCTOR.-  Tan bien, que ya leo, escribo, trabajo.

ISABEL.-  A pesar mío.

VÍCTOR.-  A pesar de Isabel, que no quiere dejarme leer. Y ella es quien me ha leído el plan de la comedia de usted.

ISABEL.-  Y él lo ha leído después otra vez.

DURÁN.-  ¿Es posible? Pero, querido maestro, si no había tanta prisa...

VÍCTOR.-  Interesante, interesante...

ISABEL.-  Sí, muy interesante.

DURÁN.-  ¿Mi obra?

VÍCTOR.-  El plan de su comedia.

ISABEL.-  Sí, Durán; muy bonita; será muy bonita.

DURÁN.-  ¿Usted lo cree?

VÍCTOR.-  El plan está bien trazado. Ante todo, hablemos del título... Cervantes. ¿No lo cree usted un poco...? ¿Cómo diré yo?

DURÁN.-  Atrevido.

VÍCTOR.-  No, no; falta algo en ese título. Yo le pondría Cervantes o La casa encantada; a mí me parecen bien los títulos dobles.

DURÁN.-  Cuando son expresivos.

VÍCTOR.-  Precisamente. ¡Ah! Y antes que se me olvide; gracias, querido Durán, muchas gracias por la manera como me trata usted en su obra.

DURÁN.-  No crea usted, querido maestro, que voy a poner los mismos nombres que en el original. Los cambiaré.

VÍCTOR.-  ¿Los nombres nuestros? ¿El de Isabel y el mío? No, no; déjelos usted.

ISABEL.-  Sí, Durán, déjelos usted. ¿Y por qué no? La obra es una cosa histórica.

DURÁN.-  Yo me he atenido al relato de Postín; al relato del delirio en la enfermedad de usted.

VÍCTOR.-  Sí, ya me lo dijo usted hace tres días, cuando me trajo el manuscrito del plan. Yo se lo agradezco; en todo eso no hay nada depresivo, molesto, para nadie. Pero.. . una duda.  (Humorísticamente.)  Isabel, ¿crees que debo decírselo?

DURÁN.-  Me intranquiliza usted, maestro.

ISABEL.-  No le haga usted caso; desea intrigar a usted.

VÍCTOR.-    (Poniéndose cómicamente severo.)  Es cosa seria; las leyes del teatro; la comprensión del público; la lógica teatral; la comedia que se pierde de un acto a otro; lo teatral y lo literario... ¡Oh, terrible, terrible!

ISABEL.-  ¿Ve usted, Durán? Ya está fantaseando.

DURÁN.-  Y es buena señal.

VÍCTOR.-  ¡Oh, el teatro! Cosa difícil, ardua, pavorosa.

ISABEL.-  Sigue, sigue el humor...

DURÁN.-  Querido maestro, hable usted. ¿Qué significan esas palabras?

VÍCTOR.-  ¿Que qué significan?

DURÁN.-  Sí.

VÍCTOR.-  Que le van a decir a usted que la obra no se entenderá; que el público no entenderá lo que usted ha querido hacer; que es necesario, imprescindible, indispensable, ineludible; que usted, al final de la obra, dé una explicación.

DURÁN.-  ¿Una explicación?

ISABEL.-  Pero si está claro, Víctor.

VÍCTOR.-  No, no; yo lo entiendo todo. ¡No faltaba más! o el público no lo entenderá.

DURÁN.-  ¿Y necesito yo dar una explicación?

VÍCTOR.-  Cabal, dela usted.

DURÁN.-  ¿Cómo?

VÍCTOR.-  Diciendo lo que se ha propuesto hacer en la obra.

DURÁN.-  Usted lo sabe mejor que yo.

ISABEL.-  Y yo.

VÍCTOR.-  Pero ¿y el público?

DURÁN.-  ¿No se ve en la comedia que juega un papel principal, esencial, único, lo subconsciente? Y lo subconsciente, ¿no es toda nuestra vida? En el fondo de nuestra persona existe una vitalidad fuerte, misteriosa, ignorada de nosotros mismos; esa fuerza es la subconsciencia. Andamos por la vida, pensamos; hablamos, escribimos... Y todo, sin que nos demos nosotros cuenta, está inspirado, regido, ordenado por lo subconsciente. No conocemos nosotros esa fuerza, ese explosivo formidable que en nuestra persona llevamos. Y un día, con motivo de una desgracia, de una honda aflicción, de una conmoción profunda, se hace en nuestro cerebro como una hendidura, y por ella se escapa, con palabras desordenadas, incoherentes, pero de una verdad profunda, todo nuestro ser interior.

ISABEL.-  ¡Bravo, bravo!

VÍCTOR.-  Bien explicado. Y el poeta de usted...

DURÁN.-  Y mi poeta, el de esa comedia...

VÍCTOR.-  Yo.

DURÁN.-  Sí, usted.

ISABEL.-  La verdad; toda la verdad.

DURÁN.-  Y mi poeta, lleno de la idea, de la sensación, de su poema; lleno de Cervantes, de la idea de Cervantes, pobre, mísero, abatido, postergado; mi poeta no se da cuenta exacta de lo que hay en el fondo de su espíritu, hasta que una enfermedad, una fiebre alta durante esa enfermedad, le deja entregado a sí mismo, y hace que todo lo subconsciente brote en los momentos del delirio.

VÍCTOR.-  Sí, sí; la vida está regida por fuerzas misteriosas, profundas; es más lo que duerme en las tinieblas del ser que lo que se ve a plena luz.

ISABEL.-  Vamos, Víctor; y usted, Durán... No se sumerjan ustedes en disquisiciones filosóficas. El campo, el cielo, los árboles, esperan.

DURÁN.-  Sí, sí; no se detengan por mí.

VÍCTOR.-  Esperad, esperad... La vida profunda, el misterio de las fuerzas ocultas, poderosas. Esperad, esperad.  (Desaparece por la puerta del fondo.) 

DURÁN.-  ¿Dónde va?

 

(ISABEL se aproxima a la puerta y observa ansiosa, emocionada, lo que hace dentro del despacho VÍCTOR. De pronto, se dirige precipitadamente a DURÁN y coge sus manos.)

 

ISABEL.-  Rafael, Rafael... ¡Qué angustia! ¡Usted no sabe!

DURÁN.-  ¿Qué sucede?

 

(Aparece el DOCTOR, sonriente. ISABEL va ahora hacia él y con la misma emoción exclama:)

 

ISABEL.-  ¡Doctor, doctor! ¡Otra vez! ¡Terrible, terrible!

DOCTOR.-  Pero ¿qué pasa aquí?

ISABEL.-  ¡Otra vez! ¡La tercera! Antes de ayer por la tarde y ahora.

DOCTOR.-  Vamos, vamos, calma.

ISABEL.-  Tiene la obsesión, la terrible obsesión; está alucinado; no se aparta de su cerebro esa idea.

DOCTOR.-  ¿La visión?

ISABEL.-  La visión, sí; la visión de un hombre pobre, enfermo, sentado ante una mesa con la cabeza apoyada en la mano; al principio, no quería decir nada; me lo ha confesado todo después. Lo ve; dice que lo ve y que es el mismo.

DOCTOR.-  ¿Cervantes?

ISABEL.-  Sí, sí.

DURÁN.-  ¡Qué extraño!

DOCTOR.-  Calma.  (En tono jovial, irónico.)  Ya le quitaremos la funesta manía de pensar en Cervantes. ¿No es eso, Durán?

DURÁN.-  Ya lo creo.

ISABEL.-  Mírenlo ustedes.  (Se acercan todos a la puerta y observan a VÍCTOR, que se supone está en el despacho.)  Mírenlo ustedes; se ha sentado lo mismo que la sombra que cree ver... Está con la cabeza reclinada en la mano.

DOCTOR.-  Un poco de tranquilidad; ya lo arreglaremos todo; una alucinación pasajera.

ISABEL.-  ¿Y tendrá siempre esas visiones, doctor?

DOCTOR.-  Todos tenemos nuestras visiones; él tendrá otras más bonitas, más alegres. Y lo contará en bellos versos.

DURÁN.-  Ya viene.

 

(Entra VÍCTOR.)

 

VÍCTOR.-  ¡Querido doctor!

DOCTOR.-  ¿Cómo va ese valor?

VÍCTOR.-  Muy bien, doctor.

DOCTOR.-  ¿Ánimos?

VÍCTOR.-  Ánimos.

DOCTOR.-  ¿Vitalidad?

VÍCTOR.-  Vitalidad.

DOCTOR.-  ¿Poesía?

VÍCTOR.-  Poesía.

DOCTOR.-  Y ahora, a ver nuevo el mundo.

VÍCTOR.-  ¿Nuevo el mundo?

DOCTOR.-  Nuevo, como lo ven todos los convalecientes. Nuevo el cielo, las montañas, los árboles, las flores, las nubes... Isabel, Isabel, anímelo usted...

ISABEL.-  Si ya le animo, doctor.

VÍCTOR.-  ¿Nuevo el mundo? ¿Nuevo para mí? ¡Qué terrible cosa! No, no; nuevo el mundo, sí; lo que quiero, lo que quiero...

ISABEL.-  ¿Ve usted, doctor?

DOCTOR.-  Rezagos de la enfermedad. Ahora al campo; la tarde está espléndida.

VÍCTOR.-  Sí, doctor; he visto el cielo, las nubes desde el balcón...

DOCTOR.-  Pues a gozar de todo.

DURÁN.-  Vamos, querido maestro; yo les dejo a ustedes.

VÍCTOR.-  No, no; venga usted con nosotros.

ISABEL.-  En marcha.

DOCTOR.-  Un poco de alegría, de animación.

VÍCTOR.-  Sí, sí; alegría, animación. Nuevo el mundo, el cielo, nuevas las nubes...

 

(Van saliendo.)

 

 
 
TELÓN LENTO
 
 

Anterior Indice