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Clarín, entre Madrid y Asturias (1871-1883)

Jean-François Botrel





Entre los 19 y los 30 años, o sea entre octubre de 1871, que es cuando llega el flamante abogado Leopoldo Alas a la villa y corte de D. Amadeo de Saboya a hacerse filósofo y literato de oficio y a admirar todas las lumbreras de la ciencia, del arte y además, que en su sentir pululaban en la capital de las Españas (Calvo, 40), y el 13 de agosto de 1882, cuando se despide de Madrid para Zaragoza1, pero de hecho para Oviedo2, estuvo Alas entre dos polos «extremos» pero no opuestos: la capital de España y Asturias3.

Durante aquellos doce años marcados por un movimiento casi pendular de vaivén -con tiempos más largos en Madrid- estuvo intelectualmente en Madrid y afectivamente siguió estando en Asturias -y en algún momento en León- incluso cuando estaba en Madrid, por mucho que lo callara en aquel entonces, porque tal vez le faltaban palabras para «decir lo que resulta inefable». Pero también podemos decir que, a veces, no está en ninguna parte, sino en una especie de vacío, de la nada del ser y que siempre quiso estar en otra parte: en una España y una Asturias por hacer. Observemos que cuando su expresión deja de ser críptica, a partir de su incorporación a la redacción de El Solfeo en 1875 -diario de ámbito nacional adicto a la causa republicana que difícilmente llega a Asturias, no por el puerto de Pajares sino por cacicadas o alcaldadas aplicadas al Correo como en las demás provincias españolas-, su expresión pública es claramente «madrileña» o sea de alcance «nacional» en la intención, con «ecos» de todas las provincias, inclusive la de Oviedo, pues. Sólo a partir de finales de 1877 cuando a través de Ecos del Nalón, luego Revista de Asturias, y después la Ilustración gallega y asturiana, luego cantábrica, utiliza Clarín o mejor dicho, Leopoldo Alas ya que así firma sus artículos para la prensa asturiana, la posibilidad de dirigirse a un público específicamente asturiano. Con temas «madrileños» y asturianos o locales4. Interpretando hechos y declaraciones, con base a un corpus fundamentalmente periodístico -también existen algunas cartas- reunido hace años (cf. Preludios) y completado por Y. Lissorgues (1980) y S. Saillard (1973)5, como biógrafo, voy a procurar resistir las facilonas y dualistas oposiciones corte/aldea, Capital/provincia y no sobrevalorar sino justipreciar los aspectos asturianos de esta problemática.


Estar en Madrid/estar en Asturias

Entre 1871 y 1883, Leopoldo Alas vive las dos terceras partes del tiempo en Madrid6 -mucho más del que exigía su carrera universitaria de la que parece despreocuparse entre 1874 y 1877-, pero mucho más de las dos terceras partes de su producción periodística es madrileña y de Madrid y España habla bastante más que de Asturias7. Vive en Madrid y en Asturias, con un sistema de idas y vueltas -tipo migración golondrina- más o menos regulares pero repetidas al filo de los años universitarios y teatrales: 9 meses en Madrid, desde principios de octubre hasta fines de junio, y los tres meses del verano en Asturias8. Con perturbaciones de este ritmo casi rutinario que, por ser perturbaciones, remiten a lances importantes de interpretar por el biógrafo9. Observemos cómo se trata de períodos alternados y marcados, con unos cambios para los que hay que prepararse material y mentalmente, con el correlativo anuncio en la prensa de sus salidas -«con el pie en el estribo»/ «A Madrid me vuelvo»- y luego, cuando ya es una personalidad, de sus (próximas) llegadas...

Y es que -bueno es recordarlo- Asturias está objetivamente apartada de Madrid y viceversa por las distancias físicas (400 kilómetros a vista de pájaro), pero también por las que existen entre la capital del país con casi 400.000 habitantes y una capital de provincia con menos de 35.000 habitantes. Para quien dude del aislamiento objetivo y subjetivo basta con leer cualquiera Guía del viajero de la época o el artículo del propio Alas «Las costas de Asturias», publicado en julio de 1882, antes de la apertura del tramo Busdongo-Lena: a las 22 horas de ferrocarril, hay que añadir lo que se tarda con el coche de la Ferrocarrilana, en la subida y bajada del puerto de Pajares hasta/desde Busdongo, con una verdadera obsesión por dicho puerto, causa de aislamiento que puede volverse completo con las nevadas. Así se explica el espectacular, masivo y sonado levantamiento de Asturias entera -o casi-, con la manifestación del 25 de marzo de 1881, cuando algún ingeniero francés, un tal Mr. Donon, con la complicidad de algunos caciques asturianos, pretende reformar el trazado del ferrocarril en 1880 y 188110. Recuérdese que sólo el viaje Busdongo-Madrid cuesta entonces 103 reales en tercera (el equivalente de 13 Episodios Nacionales) y 65,45 pesetas en primera (casi 22 novelas de a 3 pesetas) y que también cuesta vivir en Madrid11.

En Madrid se encuentran las apetecidas lumbreras, los estudios y los placeres: las tertulias, los cafés, los teatros con sus actrices y cantantes, la Universidad, el Ateneo y su imprescindible biblioteca, el Parlamento (como cronista), pero también el Retiro, el paseo del Prado, las calles y la mujer, las mujeres tal vez, «no importa qué señorita (adorada) cualquier tarde en la Castellana o el Retiro» recuerda Clarín en los Lunes de El Imparcial, (11-III-1895), la redacción de El Solfeo y La Unión. Madrid es el centro de poder, donde se publica toda aquella prensa con la que dialoga o polemiza, leída por los periódicos de provincias -entre ellos los de Oviedo y Asturias- que repercuten las noticias de la capital y envían a Madrid sus ejemplares.

En Asturias -en Oviedo- están su madre, su familia, su casa, los baños de mar de Candás o Gijón, los amoríos o los amores soñados, temidos y alcanzados12, las correrías veraniegas por fiestas sacramentales y romerías en las que se entrega «de modo jovial y espontáneo al juego ruidoso, a la broma, a los cánticos» e incluso a alguna «polka de dos pasos» un Leopoldo Alas «sidrero»13.

Pero este esquema, demasiado dicotómico, es preciso matizarlo. Para Leopoldo Alas ir a Madrid es, como para todos los emigrados, una ruptura -si bien no impuesta y hasta deseada- siempre provisional -se aloja en una fonda de la calle de Capellanes- y mitigada por las comunicaciones por correo (con la prensa y las cartas de Pepe Quevedo, de Juanina o de su madre y hermanos, etc.) o a través de los numerosos asturianos con quienes convive14, y un sistema de relaciones donde influyen las solidaridades asturianas15. Hasta podríamos decir que cada vez más, si interpretamos correctamente los indicadores e indicios...

Por otra parte, el que Asturias sea tierra de vacaciones, no es rémora para que allí se dedique Leopoldo Alas al trabajo académico e intelectual16, pero también literario, para escribir no sólo «la habanera que ha de cantar Rita Escosura» (García Sarriá, 1975, 242) o «Macema» («Cuantas veces a Irene contemplando...»)17, sino también sus mejores poesías y algún que otro artículo para la prensa madrileña o asturiana. Podemos observar que desde 1875 empieza a colaborar desde Oviedo en El Solfeo y La Unión, no como corresponsal en Oviedo y Asturias -si bien se acentúa la dimensión asturiana de los artículos enviados-, sino sobre cualquier tema (desde las meditabundas «Cartas de un estudiante» hasta los políticos artículos sobre el posibilismo), clara prefiguración de lo que a partir de 1883 será su situación de «periodista de sillón»...

Hasta aquí la descripción cuasi objetiva de una ubicación alternativa pero no totalmente diferenciada de Leopoldo Alas en estos dos espacios casi exclusivos18. Ahora bien: ¿qué traducción y qué sentido les da en sus planteamientos personales y colectivos?




Madrid y Asturias, símbolos de la situación de España

Leopoldo Alas va a Madrid en busca de la fama a sabiendas de que Castilla es el «centro de gravedad de España», como observa Rafael María de Labra19, pero también de que «a España se le ha subido la sangre a la cabeza y en la capital se ha acumulado toda la sangre de la patria. En provincias no se piensa más que en Madrid» (El Solfeo, 20-VI-1875) y las «pobres extremidades de la nación» están atrofiándose. Y lo mismo se mofa del «poder central que viene a dar una vuelta por los extremos» que de la impaciente espera de la prensa madrileña (La Unión, 22-X-1879) o del estudiante/paleto deslumbrado por las «lumbreras» y candilejas madrileñas, con no poca autoironía. Por modestia, no llegaría a sentirse concernido por la «migración de los talentos» denunciada también... Dicha situación la observa a partir de Asturias, la analiza como republicano más bien federalista y la combate como provinciano.

De ahí que en el análisis y evocación de algunas -pocas en total- situaciones ovetenses o asturianas, apenas haya elementos costumbristas20, y que su costumbrismo, de corte claramente larriano, se aplique lo mismo a Madrid que a Asturias o a otras provincias si cabe.

Nada por supuesto de complacerse -dándolas a leer- con las costumbres cantábricas o «cortesanas», por muy típicas o exóticas que les resulten a la mayor parte de los lectores o a los lectores asturianos, según. Nada de «Asturias patria querida» ni de bablerías de comedia21: el modelo es el dado por Rafael María de Labra en su libro De Madrid a Asturias..., «un estudio con profunda seriedad, con observación feliz y minuciosa, (de) la historia de aquella tierra, su topografía, su industria, sus costumbres y hasta las notas características de sus cualidades morales»22. A lo sumo, se observará una utilización puntual del bable con algunas palabras como xera, manquín... Parece incluso que el joven Clarín mantiene a raya cualquier complacencia por su propia tierra, por muy grata que le resultara, o precisamente por eso. En vez de darle «color local» -algo muy poco positivo bajo su pluma23- parece ser que incluso deslocaliza su escritura: no es cronista de Oviedo ni de Asturias ni de España; no es ésta su misión ni su tarea y tanta más distancia se autoimpone cuanto más cerca afectivamente le resulta el objeto.

El caso es que existe en Clarín una clara voluntad de abstracción a partir del caso asturiano. Para él, Asturias es emblemática de la situación de las provincias de España: los caciques asturianos no se distinguen de los de las demás provincias, las alcaldadas no son típicamente asturianas sino típicamente españolas y por todas partes se cuecen habas y hacen pucherazos... Lo que ve Leopoldo Alas en Oviedo es el «marasmo que en cualquier provincia puede notar el menos observador: aquí no pasa nada, ni aun el correo muchas veces; sí pasa una procesión (todo el cabildo en masa, como un solo canónigo, y detrás innumerables madres de familia, hijas de ídem y solteronas de ídem, no menos compactas y unísonas (El Solfeo, 27-VI-1875), y en otro artículo lo recalca: «Yo hablo de Oviedo, porque estoy enterado, no hablo de otras universidades porque nada sé de lo sucedido en otras universidades»... Interesa ver aquí cuán precoz es la preocupación de Clarín por dar a las cosas un valor general si no universal. Hasta a los supuestos milagros de Tiñana, festivamente narrados en un paródico romance de ciego, luego comentado en serio, para destacar la actitud serena y «valerosa» del obispo de Oviedo -Benito Sanz y Forés- al no dejarse llevar por la corriente supersticiosa...24.

De ahí que las «Crónicas de la aldea» de 1875 donde sólo muy excepcionalmente nombra a los lugares asturianos25, no se distingan en rigor de los «Azotacalles de Madrid»: la visión que da Clarín de la Corte no es más ni menos costumbrista que la de Asturias; le aplica la misma mirada crítica y satírica. Así las cosas, hemos de interpretar las numerosas «referencias» a algunos prohombres asturianos como los Pidal, Toreno, Barzanallana, Suárez Inclán, el propio alcalde de Oviedo y demás alcaldes «nombrados de real orden» y otros paisanos suyos26. Cada uno podría dar lugar a un tratamiento específico, pero qué duda cabe de que todos y cada uno son -lo mismo que el gobernador civil- una ilustración -por desgracia emblemática- de lo que no le conviene a España ni a Clarín, y que así lo expresa, en su ya peculiar estilo -ácido, irreverente y disolvente-, el joven y militante periodista27.

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Del Madrid de Clarín: vista general de la Puerta del Sol. Fototipia, c. 1894. Portfolio de fotografías de las ciudades, paisajes y cuadros célebres (Madrid, Rivadeneyra, s/f [1895]), 169.

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Del Oviedo de Clarín: la catedral, con dos torres. Fotomontaje inédito, c. 1895. Archivo Laspra Rodríguez.

Si al conde de Toreno (C. Paco), le da, por ejemplo, Clarín un trato aparentemente privilegiado, no es por ser asturiano, sino por ser Ministro de Fomento en Madrid, para toda España. Incluso cuando está en Asturias, con motivo del viaje oficial por la provincia de tres ministros (Toreno, Antequera y Calderón Collantes) en julio de 1877. A propósito de C. Paco, con motivo de su visita a las minas de Arnao, pregunta el cronista Clarín: «¿Tan ruboroso estaba de su gestión ministerial que quiso meterse siete estados bajo tierra?», y prosigue: «el ministro fue a buscar entre los detritus de la época del carbón... un sistema de enseñanza y fósiles de catedráticos antediluvianos para recomponer como Cuvier un mastodonte de facultad mayor». Parece ser que al corpulento ministro le dio un arrechucho al bajar, pero, observa el veraneante periodista, «de todos modos, Toreno resucitó a los tres minutos, subió a la tierra, y allí está sentado a la diestra de Cánovas dispuesto a juzgar a los vivos y a los muertos (maestros y catedráticos), y a dar las cátedras a los terceros en terna porque guardaron sus mandamientos, y un chasco a los primeros porque no los guardaron» (El Solfeo, 21-VII-77)28. En la evocación de «las diferentes formas de levitas y zamarras, estos sombreros y estos guantes blancos que son... negros y han venido de todos los concejos de la provincia», en la observación de que

«Hay un refrán que dice:


Gente de Oviedo
tambor y gaita».



«Y es la verdad, somos alegres como unas castañuelas; pero cuando hace falta sabemos encerrarnos en sepulcral silencio», o en la noticia de que «La caballería ha atropellado a una niña de cuatro o cinco años, que se está muriendo a estas horas...», hay obviamente mucho más que una protesta de alcance local, y a la actitud del obispo Sanz y Forés («Mientras todo quisque iba en coche a palacio (aun nuestros últimos empleados), vi al obispo de Oviedo pasar a pie a cumplir con su deber cerca del poder temporal. Suum cuique...») le da Leopoldo Alas un valor ejemplar. Así lo interpretará el fiscal de imprenta al suspender El Solfeo por mes y medio...

Para convencerse de que Asturias sólo es un caso, un terreno de observación, léase lo que dice Clarín a propósito de Zaragoza y Aragón en 1882-1883, con más ecos en La Regenta de lo que se suele creer ya que leer La Regenta desde una focal estrechamente ovetense y/o asturiana le resta mucho sentido a aquel fresco -entre otras muchas cosas- de la España provinciana, y, por otros aspectos, si nos fijamos bien, Leopoldo Alas y Ureña tiene, personalmente, muchos motivos para sentirse a gusto en Oviedo y en Asturias.

Porque si la situación de Asturias, por su alejamiento, su situación de «incomunicación» y la emigración29, por la estrechez de miras de sus hombres políticos perceptible en el asunto del ferrocarril, etc., tal vez pudo parecerle aún peor que la de otras muchas provincias, su visión no es nada maniquea, ni unívoca y menos obsesiva: ahí están todos aquellos artículos donde da cuenta con la debida serenidad y en su caso algún reparo, de todo lo bueno producido por literatos y escritores asturianos30. Sabe Clarín destacar las mutaciones de Oviedo como ciudad «democrática»31, ver en la universidad lo que fue (una «especie de remedia-vagos, un hospital para los apestados de la ignorancia»), lo que es (un «plantel de neos trascendentales», pero donde la «mayor parte de los profesores son jóvenes aprovechados, alguno notable») y lo que va siendo, una universidad joven con muchas esperanzas: se está construyendo la futura universidad del «grupo de Oviedo» y de la extensión universitaria, y Clarín lo presiente y así lo dice, e incluso se puede sentir, detrás de la púdica reserva, no poco entusiasmo patriótico astur y progresista. De todo esto se deriva tal vez la necesidad de fomentar en Asturias como en toda España el progreso, de ser práctico favoreciendo por la acción y la palabra todo lo que redunde en favor de un verdadero desarrollo cultural y económico de la provincia y aliente un colectivo sursum corda, sin dejar de denunciar, por supuesto, para intentar removerlos, todos los obstáculos locales del sistema nacional dominante.

Lo cierto es que, en la expresión pública de Leopoldo Alas, se observa una presencia creciente de esta temática, así como una también creciente implicación en la vida ovetense y asturiana: ya en 1879, el 27 de mayo, escribe al director literario de la Ilustración gallega y asturiana Manuel Murguía (Calle Mayor, 21, 2.º Madrid) para ofrecerle un trabajo en el que dice está ocupado y se titula «Asturias. Su cultura intelectual en la actualidad. Ojeada general»32, pero en 1880, después de haber sido orador en el Ateneo de Madrid sobre «El origen del lenguaje» y tal vez haber asistido al discurso de ingreso de Castelar en la Academia, antes del 30-IV, lee una conferencia en la Academia de Jurisprudencia recién creada33, organiza un ciclo de conferencias, participa en una velada literaria en el paraninfo de la Universidad (antes del 15-V), escribe el prólogo a Tipos y bocetos de la emigración asturiana... (15-VI), toma la palabra, el 27-VI-1880, en la reunión pública celebrada en el Circo de Oviedo contra la reforma del trazado del ferrocarril (con asistencia de más de 2.000 personas), en la fiesta literaria del 18-VII, tributo de admiración y reconocimiento a Ventura Ruiz Aguilera, en el banquete de la juventud democrática -«de unívoca y patriótica orientación»- celebrado en diciembre, y se nota su presencia y participación en la romería de la Luz (el 25-V) y su defensa y alabanza de las de Pumarín y del Campo del Infierno, además del Martes del Bollo. En 1881, si no es cierta su participación en la manifestación provincial del 28-III contra la reforma del trazado del ferrocarril, el 13-VIII, sí lee el «joven y ya célebre crítico» -ya tiene publicado un libro (Solos de Clarín, con prólogo de Echegaray) y es autor de varios prólogos- un discurso para la inauguración Ateneo-Casino Obrero de Gijón donde dice que «la regeneración de la patria no han de hallarla en los viejos sistemas, que sólo puede alcanzarse con la práctica de las ideas democráticas»34. Como observa Coletes (2001, 64), «prepara el terreno, para en un futuro instalarse en Oviedo», pero obviamente su acción en Oviedo y su visión de Asturias no son meramente oportunistas.

Puede resultar extraño que un republicano federalista de Pí y Margall no tuviera -que sepamos- una expresión específica sobre la nacionalidad asturiana o mejor dicho galaico-asturiana ya que ésta era la entidad imaginada en la futura constitución del Estado federal. Será oportuno recordar que la construcción (intelectual) e incluso la constitución del Estado federal se hace desde un punto de vista doctrinal y no por la adición de reivindicaciones regionales y no requiere, por consiguiente, una voluntad específicamente asturiana ni un proyecto asturiano: Clarín se conforma con colaborar en publicaciones periódicas como la Ilustración gallega y asturiana o cantábrica o la Revista de Asturias donde se traslucen unas reivindicaciones de cuño regionalista y anticentralista más que federalista. Una vez más, el carácter teórico y general de la visión doctrinal se impone a los aspectos estrictamente locales, regionales, y hasta podemos decir que personales...35

En síntesis, donde le parecen insoportables las campanas es en Madrid donde vive «con el campanario de San Ginés sobre poco más o menos encima de la cabeza» (en 1878) y no en Oviedo, en mangas de camisa está el escritor en Oviedo o en Madrid, y en Madrid y Oviedo le molestan la lluvia y las procesiones. Pero todo ello no pasa de anecdótico, ya que Clarín está preparándose para el futuro: pensar y hablar donde esté no de anécdotas o detalles sino de lo fundamental, lo que es de interés «común», colectivo.




¿Madrid por profesión y Asturias en el corazón?

¿Quiere decir esto que, entre Madrid y Asturias, no se siente Clarín asturiano? Plantéase la cuestión de su autodefinición, de su identidad, a observar a partir de la manera de cómo se relaciona con todo lo demás: a falta de un tratamiento sistemático del corpus lingüístico de Clarín observemos que, bajo su pluma, «mi pueblo» es espontánea y claramente Oviedo, «mi tierra» y «mi patria» (con minúscula y sin calificativo), Asturias, y que con la expresión «mis paisanos» se incluye muy a las claras en una comunidad, a la que, por otra parte, no deja de criticar36. El uso de los posesivos es revelador de una patente discriminación intelectual y afectiva con respecto a la Corte o Madrid y el resto de España, el país. Es y se siente espontánea y naturalmente asturiano, sin pensarlo, por filiación, como «hijo de asturianos»37. Puede incluso llegar a hablar, en el caso más o menos sonado entonces de «El hombre de las mil doblas», en nombre de los asturianos: «lo que no admito es que se diga que Asturias, de la que formo parte integrante en calidad de ciudadano uno e indivisible, da mil doblas con ese gozo que se supone. Esto vale tanto como llamarnos tontos a los asturianos» (La Publicidad, 8-IX-1880). Pero no es lo mismo sentirse asturiano en Madrid y declararse asturiano de Madrid, adhiriéndose, por ejemplo, al Centro de asturianos de Madrid que, con la Asociación de Escritores y Artistas, es, para él, una de esas «válvulas por donde se escupe el humo de la vanidad de las nulidades»38 y sólo excepcionalmente se puede llegar a sentir una forma de complicidad asturiana o provinciana con sus lectores de la Revista de Asturias39.

En Madrid, podemos decir se cumplen casi todas las aspiraciones del joven estudiante Alas: es ya redactor de periódico a partir de 1875 y crítico con autoridad, doctor en 1878, de socio espectador y oyente en el Ateneo, llega en 1881-1882 a ser orador del mismo al menos dos veces (sobre los orígenes del lenguaje y sobre el naturalismo) e incluso, según dicen, es candidato a vice-presidencia de la Sección de Ciencias Morales (no de literatura): cierto, pero en Madrid no se asienta Clarín; está allí como un viajero o un estudiante, en una fonda (vive en un zaquizamí de la calle Capellanes, luego en la del Desengaño (!) en una «casa de huéspedes -infierno útil- ahí, en algunas de esas calles estrechas, sórdidas, del Madrid viejo», recuerda en los Lunes de El Imparcial de 24-V-1897, donde apenas ilumina su habitación «un pobre quinqué».

De sus primeras sensaciones, tras su llegada en octubre de 1871, se acuerda Clarín, en 1889, en Rafael Calvo, de cómo siente «el horror de la posada madrileña», «gim(e) un poco a sus solas por la madre ausente» y «alma triste -ya-, ausente de las almas y de la tierra de sus amores», de cómo busca en la poesía (en el paraíso del Español) consuelo para la nostalgia, o llámese morriña; pues el estudiante era gallego, o poco menos; era asturiano: «aquellos versos, cantados tan dulcemente, me llegaban al alma, me hacían compañía, me hablaban de allá». Cuenta cómo «(le) consolaba dulcemente entrar en la iglesia, oír misa, ni más que menos que en (su) tierra, y ver una multitud que rezaba lo mismo que mis paisanos, igual que mi madre» (Calvo, 41). Cinco años después, en febrero de 1876, sigue yendo al teatro, casi todos los días, pero, como le confía a su amigo Pepe Quevedo, es «porque (le) horroriza la soledad de las calles y del estudio» y, de vuelta del teatro, «aburrido, con el gusano, que a la hora de dormir (le) tiene en vela todas las noches», tras leer a Musset, se duerme «con esa desesperación que no por durar breves horas deja de ser bien amarga» (apud García Sarriá, 1975, 257). En los cafés «(le) marea el ruido, (le) atufa el humo», y, a pesar del ajetreo de la redacción de El Solfeo y los paseos «higiénicos» por la Castellana o el Retiro, donde adora a la mujer o las mujeres, sin llegar a amar a una, lo que predomina es la «monotonía viciosa». ¿Qué duda cabe de que Leopoldo Alas no siempre se encuentra a gusto en Madrid, en ese «Madrid prosaico, insignificante, triste, inaguantable» (apud Lombardero, 2000, 316). Madrid tiene a menudo el color de su alma y de sus dudas... Entonces es cuando recuerda con nostalgia a Asturias -«¡Qué lejos los apacibles días de Guimarán!», se lamenta el 11-XI-1873 (apud Cabezas, 1962, 66)-, unas deseadas Asturias, evocadas con fugaces destellos de entusiástico lirismo, como en artículo dedicado a «Teodoro Cuesta»: «Xente d'Uvieo, tambor y gaita...» Es verdad; ésta es la tierra del buen humor; no importa que el cielo esté empañado por cenicientas nubes; mejor: así se estiman más, cuando aparecen, los rayos del sol, y sobre todo, la tierra siempre verde40; el ambiente, siempre tibio, convida a la expansión alegre al aire libre, a la griega; y así, parece Oviedo una capital de población superior a otras, donde la vida se hace en el hogar, y no en el Ágora. Oviedo, cuando se trata de fiestas es cosmopolita; le veis en masa, cuando Covadonga celebra la fiesta de su virgen, en Covadonga; en Gijón por Begoña; en Avilés por la Luz. Pero donde más se divierte es en su casa, en su parque admirable, en su delicioso Campo de San Francisco (La Ilustración cantábrica, 8-III-1882), y sueña con estar allá: en el secreto -y por callado, fuente de más sufrimiento y angustias- refugio y posible consuelo de un huerto, regazo y matriz, una Asturias confundida a veces con la madre, uterina, nutricia, amniótica41. Asturias es el lugar de la meditación, y sintomáticamente, en Carreño es donde ya recuerda -a los 23 años-, en «Cartas de un estudiante», los tiempos vividos en Madrid a los 19...

Pero lo que siente tan hondamente no lo llega a decir ni a expresar siquiera a íntimos confidentes y, lo más íntimo, tal vez haya que buscarlo en Leopardi, en «Il sabato del villagio»42.

Madrid le suministra, pues, lo que necesita para su formación, tal vez para algunas efímeras e ilusorias alegrías juveniles, en compañía de Marcos Zapata y demás, pero no para una plena satisfacción amorosa y afectiva, vital y espiritual, y Asturias tampoco. La causa fundamental no está ni en Madrid ni en Asturias, sino en otra parte, en ninguna parte, o por si acaso, dentro. De ahí los higiénicos intentos de salir a atontarse yendo por las calles, al teatro o a las romerías durante los «veranos carreñenses de un joven bastante azacaneado», como escribe Coletes (2001, 58), o a los también higiénicos pero vanos baños de mar, con la obsesión del vacío de algún acantilado... Desea estar en Asturias, pero llegado allí la ilusión se vuelve ilusiones o desilusión... Así lo confiesa alguna vez (en 1875?) a Pepe Quevedo desde Madrid: «Todo es gris en el paisaje, en el alma, todo es tibio, insípido»; «me digo yo, allá por el verano, entonces sí que me doy a sentir, y llega el verano y ¿qué siento? (apud García Sarriá, 1975, 250-251) y vuelta a vegetar el verano y a hacer planes y castillos en el aire. Lo más terrible, pues, es cuando no está ni en Madrid ni en Asturias, cuando está profundamente deprimido y deja de pertenecerse: entonces nada puede nada, excepto tal vez este mítico y recóndito huerto astur y uterino, identificado con su madre... o la Virgen.

Pero también hay otra Asturias para la que está deseando, como representativa de las provincias de España porque es su provincia, algún sursum corda a través de la creación de instituciones de cuño madrileño: después de una revista (la Revista de Asturias), un ateneo, una universidad más completa y más joven43, una Asturias que pudiera llegar a ser ejemplar para el resto de España44.

Desde esta perspectiva, puede reivindicar la autenticidad popular democrática en «idioma patrio» de la poesía de Teodoro Cuesta, «personificación poética de este singular espíritu de nuestro pueblo, socarrón y alegre, inocente y malicioso, todo junto», con sus frases y hasta vocablos sueltos que puede ser «toda una sátira», pero también «poemas de ternura o de dolor» (La Ilustración cantábrica, 8-III-1882) de sus poesías asturianas «no sólo por el lenguaje, sino en la forma de las imágenes, en el asunto que tratan y en cuanto constituye una poesía reflejo de tiempo y lugares determinados»45.




Conclusión

Cuando se despide de Madrid para Zaragoza, con la idea ya de volver pronto y definitivamente a Oviedo, el 13-VIII-1882, con el artículo titulado «Adiós Madrid» (La Publicidad, 13-VIII-1882), el rápido balance hecho y los tonos utilizados resultan bien representativos de una época y reveladores del que así escribe:

Yo también me despido de ti, Madrid, por ahora y sin perjuicio, y aunque no siempre fui dichoso en tu recinto, a fuer de imparcial, declaro que los placeres que ofreces, cuando los ofreces, tiene un sabor que para siempre vicia el alma y la obliga al deseo de repetirlos.



Y, en seguida, la burla:


Adiós, coronada villa
del mérito piedra pómez
pues con tu roce más brilla
cual prueba la maravilla
de don Servando Ruiz Gómez



Un mes antes, en el conocido artículo de encargo sobre «Las costas de Asturias» (El Día, 3-VII-1882), también se trasluce a la vez una sutil ironía a través de la parodia de las guías de viaje46 -como si después de reunido con lo que le faltaba, ya lo pusiera a distancia para no confesarse a sí mismo- ni a los demás -lo feliz que pudiera ser, dada su añeja aptitud para la infelicidad-, y una profunda alegría, al despedirse del lector con un: «Y adiós lector, tú te vuelves a tu casa, yo me quedo en la mía, yo no paso el puerto, aquí me quedo, en mi querida Asturias (...) quede sentado que de Asturias al cielo». Cuando vuelve a Oviedo con añejas ganas ya y asaz impaciencia, para hacer una «vida de hombre bueno»47, con una relativa estabilidad si no serenidad, refugiándose en la doble célula familiar (la de sus padres y la de su matrimonio) y una relación higiénica con la vida cotidiana... no lo hace como un hijo pródigo, sino con convicción que una conjunción de razón y realismo, amor y proyectos puede ser útil para hacer desde Oviedo -extremidad de España- que España acepte cambiar por la reforma individual y colectiva, por la enseñanza y la predicación laica. El «gran amor que (Clarín) sentía por la tierra astur» (Posada, 1946: 161) no hay que buscarlo en unas palabras que no tenía o no quería utilizar para expresarlo por ahora48, por su fundamental y dolorosa incapacidad para expresar todo lo inefable, sino en sus militantes manifestaciones y acciones en pro de la reforma y el adelanto de su tierra. Con la clara voluntad de no dejarse atrapar por los relumbrones ni por los sentimientos, de mantener a distancia Madrid y Asturias, siempre con una especie de pudor... Leopoldo Alas «Clarín» se esfuerza por ser ciudadano español en Asturias, con una visión distanciada y crítica pero realista de Madrid (la capital que le ha permitido llegar a ser literato crítico y filósofo y ejercer ya desde Oviedo), con el ya cansado cuerpo, instalado en su Asturias, con su familia, y con la mente y la mirada puestas en el quehacer y el futuro de España, en los horizontes, eso sí que sin puerto ni límites, de la Humanidad.








Referencias

Cabezas, Juan Antonio. «Clarín», el provinciano universal. Madrid: Espasa-Calpe, 1962.

Calvo=Alas, Leopoldo. Rafael Calvo y el teatro español. Madrid, 1889.

Coletes Blanco, Agustín. Clarín y Carreño. Candás y su Concejo en la vida y obra de Leopoldo Alas. Candás: Museo Antón, 2001.

García Sarriá, Francisco. Clarín o la herejía amorosa. Madrid: Gredos, 1975.

Posada, Adolfo. Leopoldo Alas Clarín. Oviedo: Imprenta La Cruz, 1946.

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