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Aquí se ve claramente que San Agustín era del número de toda aquella multitud de autores antiguos que dijeron y creyeron que Epicuro había colocado la suma felicidad en los deleites de los sentidos; no obstante que algunos han querido disculparle, diciendo que colocaba la felicidad en el deleite del alma, que no estuviese acompañado de dolor ni pena alguna. Pero San Agustín y todos los antiguos dijeron lo contrario, y aun el poeta llama a un voluptuoso: Epicuri de grege porcum.

 

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Comenzaba entonces el año 31 de su edad.

 

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Unde igitur mihi malè vello, et benè nolle?, dice el Santo. Como antes deja dicho que el hacer una cosa contra su voluntad y con repugnancia suya más propiamente era padecer que hacer, en el malè velle explica el mal de la culpa, y en el benè nolle el mal de la pena, que justamente se padece contra la voluntad propia, en castigo del otro mal de la culpa, que se hizo por su propia voluntad. Así nadie malè velle quiere decir querer malamente y pecando, o injustamente querer alguna cosa; y el benè nolle quiere decir que justamente, bien y ordenadamente padece y sufre aquella repugnancia de no querer alguna cosa, y hacerla como por fuerza (que más es padecer que hacer), y esto en justa pena de su voluntad injusta.

 

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Aunque en la hipótesis que se hace San Agustín diga: Per infinita retrò spatia temporum, por infinitos espacios de tiempos anteriores; no se ha de imaginar que antes de la creación hubiese tiempo alguno; que esto no puede establecerse en doctrina del Santo, ni tampoco puede imaginarse, porque el tiempo es una de las cosas que pertenecen a la creación y efecto de ella. Así, diciendo el santo por infinitos espacios de tiempo, bien da a entender que habla de la eternidad, que precedió a la creación y que como infinita duración abraza todos los tiempos, y virtualmente en todos ellos. Así, en el capítulo XV, dice que Dios no comenzó a producir las criaturas post innumerabilia spatia temporum.

 

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Véase el cap. III del lib. IV.

 

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Estos libros vinieron a sus manos en el año 385, de los cuales dice después que estaban traducidos por Victorino, célebre profesor de Roma. En otra parte dice que estos libros le trocaron enteramente, y que eran como preciosos bálsamos de la Arabia, de los cuales cayendo algunas gotas sobre las centellas que tenía él en el corazón, acabaron de encenderle y abrasarle.

Antepuso San Agustín los platónicos a los demás filósofos, porque disputando de la Santísima Trinidad, y especialmente del Verbo divino, no se apartaron mucho de la verdad cristiana, como el Santo dice en el libro X de La Ciudad de Dios, capítulos 1 y 19; añadiendo que, mudando solamente algunas cosas, fácilmente se podían concordar con las verdades cristianas.

 

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Con esta alegoría explica la doctrina de los platónicos acerca de la multitud de dioses, en lo cual, como Esaú, vendieron y perdieron la primogenitura o primacía de la sabiduría, imitando a los israelitas, que dieron adoración a un becerro. Pues este manjar es el que dice que no quiso comerlo, sino que lo desechó. Véase el libro 8 de La Ciudad de Dios, capítulos 12 y 18, y en el libro 10, el capítulo I.

 

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Quiere decir que se dedicó a coger de los libros de los filósofos lo que tenían de bueno y provechoso para convencer su espíritu, y hacer que adelantase más y más en el conocimiento de Dios y de la verdad.

 

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Eran de allí, esto es, de la Grecia.

 

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Obispo que fue de Laodicea, en Siria, y se apartó de la Iglesia por los años de 376; contra cuyos errores escribieron casi todos los Santos Padres griegos y latinos de su tiempo. Enseñó que el Verbo tomó un cuerpo sin alma.