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Consideraciones sobre la epifanía en la obra de Homero Aridjis

Thomas Stauder





En la segunda parte de esta introducción quisiera ahora examinar el papel de los 'momentos particulares' en la obra de Aridjis: percepciones inesperadas de instantes de la realidad, mediante las cuales la existencia ordinaria de cada día alcanza una trascendencia insólita en la mente del observador. Estos momentos fugaces e imprevisibles de dicha humana, que pueden ser provocados por situaciones muy diferentes entre sí, se suelen llamar en la crítica literaria actual «epifanías»: un término cuyo origen y sentido trataré de esclarecer a continuación.

Es un motivo más presente en la poesía que en la prosa de Aridjis; hace su aparición ya en 1960 en el poemario Los ojos desdoblados:


[...]
quizá podamos
como hábiles taumaturgos
redimir del tiempo
un instante.


(Antología Poética: 19-20)                


Tras otras evocaciones de epifanías en Antes del reino (de 1963) -a menudo con símbolos luminosos1-, Aridjis vincula estos instantes en Ajedrez-Navegaciones (de 1969) con la reflexión sobre la posibilidad de dejar constancia de ellos mediante las palabras:


Difícilmente de mí salen las líneas las luces
      las imágenes de su forma haciéndose
difícilmente de mi cabeza y de mi pecho sale el rostro blanco
que sin facciones brilla un momento en el aire y sonríe entero y
      se deshace.


(Antología Poética: 85)                


A veces, en sus epifanías, Aridjis toca la esfera de lo religioso, pero siempre evitando en este caso una definición exacta de la divinidad a la que se refiere; se limita a la descripción de una noción metafísica imprecisa, como en el poema siguiente:



Qué luz te gustaría beber
en esta variedad de azul

en qué sol te gustaría mirar
y soñar todas las cosas que ahora ves

qué Dios te gustaría comer
pues tienes hambre.


(Antología Poética: 100-101)                


En el poemario Los espacios azules (también de 1969) la transición epifánica entre las esferas terrenales y celestiales es simbolizada por vía de la figura bíblica del ángel (que más tarde estará en el centro del libro de Aridjis Tiempo de ángeles). La mención del sueño, importante ya en la época de los románticos2 y de los surrealistas, muestra que para Aridjis la epifanía no es un fenómeno controlable o racionalmente explicable, sino que se basa en sentimientos e intuiciones:



Ángeles se sienten en la luz

entre la mirada y lo mirado
iluminan sin ser vistos

dejan en lo azul
una huella muy clara

y en los árboles
un fruto abierto

engendran en los ojos
un ser parecido al sueño

y en el corazón una dicha
parecida a ellos mismos.


(Antología Poética: 149)                


Aridjis alude además a la concepción bíblica del paraíso para indicar el breve regreso provisional del hombre a un estado de armonía interior mediante la epifanía:


La luz llega
los cuerpos son hermosos bajo sus rayos
[...]
el sol sobre las aguas es una yema intacta
el árbol del paraíso está en su centro blanco.


(Antología Poética: 173)                


Antes de analizar con más detalles la configuración de estos 'instantes particulares' en la obra de Aridjis (recurriendo también a sus novelas), ya es hora de detenerse a explicar el origen y el empleo histórico del término «epifanía».

Desde el punto de vista etimológico, la palabra deriva del griego antiguo «epifa/neia» (epiphaneia), significando al principio todo tipo de aparición inesperada; pero ya en la época helénica se usaba este término casi exclusivamente en un sentido religioso, refiriéndose con él a la visión repentina de un dios (Nichols: 5-6; Zaiser: 15-16). Esta forma primitiva de epifanía comprendía ya la manifestación de lo metafísico en la esfera de lo sensorialmente perceptible por el hombre, siempre a guisa de algo breve e imprevisible.

Fotografía

Homero Aridjis ante el relieve griego conocido como «La exaltación de la flor»
(Se encuentra en el Museo del Louvre de París y data del siglo V a. de C.
En él, las diosas Demeter y Perséfone simbolizan la llegada de la primavera)

En el neoplatonismo a partir del siglo III después de Jesucristo -una filosofía perfeccionada en la época del Renacimiento por pensadores como Marsilio Ficino (citado por Aridjis en 1975 en el poemario Quemar las naves3)- se relacionó el concepto de la epifanía con el de la unió mystica, significando esta última una extática fusión espiritual del hombre con Dios, acompañada a menudo por fenómenos luminosos4.

En cuanto a la mística cristiana de la Edad Media, hay opiniones diferentes sobre su grado de parentesco con la experiencia de la epifanía; dos son los puntos críticos que según Zaiser (17) distinguen la unió mystica de la epifanía: en primer lugar, la posibilidad de hacer venir este estado de ánimo deliberadamente (lo que no es posible en el caso de la epifanía), en segundo lugar, el alejamiento extático del mundo físico durante la experiencia mística (lo contrario vale para la epifanía, que siempre queda ligada a las percepciones sensoriales). Sin embargo, para Aridjis personalmente -que se define como «poeta religioso sin religión»- este tipo de diferenciación por parte de la crítica literaria parece no tener importancia, porque se ve a sí mismo en la tradición de la mística de la naturaleza (según el modelo de, por ejemplo, Hildegard von Bingen).

En el judaísmo -es decir en la religión basada en la versión hebraica del Antiguo Testamento- encontramos la epifanía sólo como idea y no como término. Los judíos también conocen el concepto de la aparición repentina de Dios ante los hombres, por ejemplo cuando Dios se muestra a Jacob prometiéndole la tierra de Israel (Génesis 28, 12-13). Como ya los antiguos griegos, los judíos se imaginaban las manifestaciones divinas acompañadas por varias formas de luces; un ejemplo sería el famoso episodio de la aparición de Dios frente a Moisés en forma de zarzal ardiente (Éxodo 3, 25).

En el Nuevo Testamento la palabra griega epiphaneia es igualmente empleada con poca frecuencia (sólo seis veces, según Zaiser: 21); pero el fenómeno de la epifanía tiene un papel importante y es relatado repetidamente con todo detalle. Como ejemplo se podría mencionar la conversión de Pablo (que antes de abrazar la religión cristiana se llamaba Saúl); Dios se le aparece inesperadamente, acompañado por una fuerte luz en el cielo (Hechos de los Apóstoles 9, 3-5 y 26, 12-13). En su poemario Nueva expulsión del paraíso Aridjis se refiere expresamente a esta asociación paleocristiana de lo luminoso con lo divino, mediante dos citas al comienzo del poema «La luz»6.

A partir de la mitad del siglo IV después de Jesucristo, se celebró en la Iglesia griega el día festivo de la epifanía en la fecha del 6 de enero (una fiesta luego adoptada por la Iglesia romana); se conmemoraba el nacimiento de Cristo, así como su descubrimiento y adoración por los Reyes Magos. En cuanto a su contenido central, este episodio corresponde al significado primitivo del término «epifanía», a saber, la aparición repentina de un dios; por añadidura, es una estrella -un fenómeno luminoso- que conduce a los tres Reyes hacia el niño Jesús (Evangelio de San Mateo 2, 9-11).

Aunque estos 'instantes particulares' hayan sido documentados en el curso de los siglos también en contextos no religiosos sino literarios o artísticos -sobre todo desde la época del romanticismo7-, fue finalmente James Joyce quien dio el impulso decisivo para la aceptación del término «epifanía» por parte de la crítica literaria (especialmente en los países anglófonos).

Entre 1900 y 1904 Joyce redactó una serie de breves textos en prosa, donde describió situaciones de la vida común de cada día, durante las cuales los personajes mediante su comportamiento exterior revelaban algo de sus pensamientos o sentimientos interiores; Joyce denominó estos bosquejos «epifanías». Su hermano Stanislaus habló de «the noting of what he called "epiphanies" -manifestations or revelations [...], observations of slips, and little errors and gestures [...] by which people betrayed the very things they were most careful to conceal» (citado según Zaiser: 26). No hay ningún elemento metafïsico -es decir, ningún dios- en estas escenas; pero sí hay algo hasta entonces escondido que repentinamente llega a ser perceptible.

Donde Joyce desarrolló ulteriormente su concepto de epifanía fue en la novela Stephen Hero -un trabajo preparatorio para A Portrait of the Artist a Young Man-, compuesta probablemente entre 1904 y 1906 (quedó fragmentaria y fue publicada como tal en 1944). Las reflexiones del personaje principal versan ya sobre la transición de la percepción de la epifanía a la descripción literaria de la misma:

«By an epiphany he meant a sudden spiritual manifestation, whether in the vulgarity of speech or of gesture or in a memorable phase of the mind itself. He believed that it was for the man of letters to record these epiphanies with extreme care, seeing that they themselves are the most delicate and evanescent of moments».


(Stephen Hero: 211)                


Aparte de eso -continúa pensando el protagonista de la novela de Joyce- la experiencia de la epifanía no depende de la calidad real del objeto percibido sino de su efecto sobre la mente del observador. Para dar un ejemplo, Stephen menciona un reloj visible desde una de las calles de Dublin («the clock of the Ballast Office»); es fácil pasar delante de él sin notar nada de particular, sólo con una actitud mental particular y con el enfoque justo es posible ver ese reloj como una epifanía:

«I will pass it time after time, allude to it, refer to it, catch a glimpse of it. It is only a item in the catalogue of Dublin's street furniture. Then all at once I see it and I know at once what it is: epiphany. [...] Imagine my glimpse at that clock as the gropings of a spiritual eye which seeks to adjust its vision to an exact focus. The moment the focus is reached the object is epiphanised».


(Stephen Hero: 211)                


Stephen -educado por los jesuitas, como Joyce- se refiere a la estética medieval de Tomás de Aquino para basar sobre ella su propia concepción de la epifanía; en su obra principal Summa theologiae, el pensador escolástico enumera como condiciones de la belleza integritas, consonantia y dantas (según Zaiser: 33), y Stephen recuerda estos requisitos:

«You know what Aquinas says: The three things requisite for beauty are, integrity, a wholeness, symmetry and radiance. [...] This is the moment which I call epiphany. First we recognise that the object is one integral thing, then we recognise that it is an organised composite structure, a thing in fact: finally, when the relation of its parts is exquisite, when the parts are adjusted to the special point, we recognise that it is that thing which it is».


(Stephen Hero: 212-213)                


Ya en 1962 Umberto Eco en su libro Le poetiche di Joyce (44) hizo la conjetura de que el escritor irlandés recibió el concepto (no el nombre) de la epifanía de Walter Pater, el famoso crítico de arte inglés. Este en sus consideraciones sobre el pintor Giorgione (publicadas en 1873 como parte del libro The Renaissance) había hablado de momentos particularmente significativos, fijados para siempre en los cuadros del artista:

«[...] a kind of profoundly significant and animated instants, a mere gesture, a look, a smile perhaps -some brief and wholly concrete moment- into which, however, all the motives, all the interests and effects of a long history, have condensed themselves, and which seem to absorb past and future in an intense consciousness of the present.

[...] exquisite pauses in time, in which, arrested thus, we seem to be spectators of all the fullness of existence, and which are like some consummate extract or quintessence of life».


(Pater, citado según Tigges: 18)                


El crítico de literatura Frank Kermode propuso el empleo de las palabras griegas chronos y kairos (Nichols: 24) para designar la suspensión del tiempo cronológico en los instantes de dicha existencial descritos por Pater y Joyce: Mientras que chronos se refiere al tiempo mensurable en el marco de una cosmovisión racional y científica, kairos8 alude a un momento maravilloso cuyas virtudes son únicamente subjetivas, es decir existen sólo en la mente del observador. Aridjis evocó este tipo de «instante intemporal en el tiempo» en varios de sus poemas, por ejemplo en la última frase del poema en prosa «Mañana de lluvia en Contepec bajo un portal»: «El sol atravesando las nubes como si fuesen hojas, pone sobre el instante el infinito» (A. P.: 191).

El novelista francés Marcel Proust ocupa también un lugar importante en la tradición de la epifanía literaria; él es el inventor de la «memoria involuntaria» -una especie de reminiscencia inesperada mediante ciertas experiencias sensoriales (como la famosa madeleine)-, que fue llamada una «epifanía del tiempo perdido» (Zaiser: 9). En el caso de Proust es posible aducir una prueba concreta de su recepción por parte de Aridjis; en El poeta niño de 1971 el escritor mexicano citó como epígrafe un párrafo de la novela Du côté de chez Swann:

«On n'entendait aucun bruit de pas dans les allées. Divisant la hauteur d'un arbre incertain, un invisible oiseau s'ingéniait à faire trouver la journée courte, explorait d'une note prolongée la solitude environnante, mais il recevait d'elle une réplique si unanime, un choc en retour si redoublé de silence et d'immobilité qu'on aurait dit qu'il venait d'arrêter pour toujours l'instant qu'il avait cherché à faire passer plus vite».


(El poeta niño: 10)                


Mientras que en este episodio es discernible una forma de paralización del tiempo cronológico -algo que ya conocemos como característico de la epifanía-, falta el elemento de la memoria humana, por vía de la cual normalmente tiene lugar en la obra del francés la transición de chronos a kairos. En su novela Le temps retrouvé, Proust cuenta como del efecto de una sensación anodina en la mente del observador puede resultar repentinamente una fusión de pasado y presente:

«Et voici que soudain l'effet de cette dure loi s'était trouvé neutralisé, suspendu, par un expédient merveilleux de la nature, qui avait fait miroiter une sensation -bruit de la fourchette et du marteau, même inégalité de pavés- à la fois dans le passé, ce qui permettait à mon imagination de la goûter, et dans le présent où l'ébranlement effectif de mes sens par le bruit, le contact avait ajouté aux rêves de l'imagination ce dont ils sont habituellement dépourvus, l'idée d'existence et, grâce à ce subterfuge, avait permis à mon être d'obtenir, d'isoler, d'immobiliser -la durée d'un éclair- ce qu'il n'appréhende jamais: un peu de temps à l'état pur».


(Le temps retrouvé: II, 14-15)                


La «memoria involuntaria» de Proust es una verdadera epifanía también por el hecho de no ser ni previsible ni repetible; como su nombre indica, se trata de una revelación fugaz y misteriosa.

En la literatura del siglo XX, la epifanía desempeña un papel importante para un gran número de escritores de diversos países; a título de ejemplo se podría mencionar Virginia Woolf9, T. S. Eliot10 o Robert Musil11. Esta introducción no es el lugar adecuado para analizar extensamente las maneras individuales de estos autores de plasmar los 'momentos particulares' en sus obras; prefiero formular una hipótesis sobre quien podría ser el autor que posiblemente más ha influido la concepción de la epifanía de Homero Aridjis.

Estoy pensando en el gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, a quien Aridjis mandó en 1961 su primer poemario y con quien se encontró por primera vez en 1963. En los años sesenta y setenta hubo una correspondencia muy animada entre los dos hombres; Paz, veintiséis años mayor que Aridjis y en aquella época ya conocido y respetado por el público, se sentía como el mentor del joven Homero, que entonces apenas había comenzado su carrera literaria.

En El arco y la lira, el volumen de ensayos sobre la poesía que Paz publicó en 1956, se halla un capítulo titulado «La consagración del instante»; en él, Paz reflexiona sobre el momento epifánico en la poesía, tocando muchos elementos de la tradición arriba mencionados, como por ejemplo la transformación de chronos en kairos, o también la percepción de un fenómeno luminoso:

«[En el poema] el tiempo cronológico -la palabra común, la circunstancia social o individual- sufre una transformación decisiva: cesa de fluir, deja de ser sucesión, instante que viene después y antes de otros idénticos, y se convierte en comienzo de otra cosa. El poema traza una raya que separa al instante privilegiado de la corriente temporal: en ese aquí y ahora principia algo: un amor, un acto heroico, una visión de la divinidad, un momentáneo asombro ante aquel árbol o ante la frente de Diana, lisa como una muralla pulida. Ese instante está ungido con una luz especial: ha sido consagrado por la poesía, en el sentido mejor de la palabra consagración».


(El arco y la lira: 186-87)                


Pero Paz no se limitó jamás a esbozar esta especie de teoría de la epifanía, sino que quiso emplear los 'momentos particulares' desde siempre en sus propios poemas. Ya en el «Himno entre ruinas», compuesto en Nápoles en 1948, Paz elogió la luz del mediodía de la Italia meridional, desencadenante para él de un instante de dicha interior, de un sentimiento de intemporalidad y armonía:


Zumba la luz, dardos y alas.
[...]
el instante se cumple en una concordancia amarilla,
¡oh mediodía, espiga henchida de minutos,
copa de eternidad!


(Obra Poética: 234-235)                


En el poema «Semillas para un himno», redactado al principio de los años cincuenta, Paz habla de «instantes que estallan y son astros», y que según la definición de la epifanía son además «infrecuentes», «imprevistas» y «nunca merecidas» (O. P.: 150-152). Compara estos instantes mágicos con la aparición de un ángel sobre la tierra, que imagina acompañado por efectos luminosos.

La hora del día cuando el sol alcanza su posición más alta provee el marco también para el breve poema «Mediodía», reunido por Paz en 1955 con otros textos bajo el título «En Uxmal»:


La luz no parpadea,
el tiempo se vacía de minutos,
se ha detenido un pájaro en el aire.


(Obra Poética: 156)                


Si en la extensa obra de Octavio Paz se buscan indicios de posibles modelos para su propia noción de la epifanía, se encuentra en El laberinto de la soledad una cita del poema «Little Gidding» de T. S. Eliot (que ya hemos mencionado como representante de la tradición epifánica12).

Que Aridjis no sólo haya leído los ensayos y poemas de Paz, sino que además haya comprendido temprano la importancia que tienen los 'momentos particulares' en la obra de su predecesor mexicano, es deducible de la dedicatoria «A Octavio Paz» antepuesta a «El poema» (publicado por primera vez en 1975 en Quemar las naves). En este texto, Aridjis evoca el acto creativo del poeta, que trata de agarrar instantes fugaces, de 'epifanizarlos' (para emplear un término de Joyce):



El poema gira sobre la cabeza de un hombre
en círculos ya próximos ya alejados

El hombre al descubrirlo trata de poseerlo
pero el poema desaparece

Con lo que el hombre puede asir
hace el poema

Lo que se le escapa
pertenece a los hombres futuros.


(Antología Poética: 238-239)                


Es una peculiaridad de Aridjis la de vincular su imagen de la epifanía a una experiencia intensiva de la naturaleza; en el poema siguiente Quemar las naves (1975) las aves y los árboles, rodeados de una sinfonía de luces, operan juntos para producir en la mente del observador un sentimiento de felicidad:



Pájaros bajo la lluvia
son breves relámpagos oscuros
que a la caída de la tarde vuelven
al árbol de la vida

y sauce higuera o pino
cada árbol que la luz descubre
en la humedad de las sombras
es árbol de la vida.


(Antología Poética: 20913).                


En el poema «A un tilo» del mismo año, el yo poético siente una afinidad espiritual con un árbol (lo que hace pensar en el unanimismo de Jules Romains), se refiere al mito de Orfeo (cuya relación con las plantas y animales fue continuada por San Francisco de Asís, invocado como modelo por parte de Aridjis en el coloquio que tuve con él) y termina con una epifanía de connotaciones religiosas:



y siento
que si fuera árbol
me gustaría ser como tú

recuerdo indeciblemente
la vieja lengua que habla
con bestias y con árboles

y nos siento juntos
en la misma mañana consagrada.


(Antología Poética: 209)                


La transformación epifánica de chronos en kairos está presente en muchos de los poemas de Aridjis, en forma de expresiones cada vez magistralmente modificadas: «la alegría / como un paraíso / que el instante difunde» (A. P.: 206), «una claridad presente / que será y que fue» (A. P.: 210), «girando sobre mi propio centro» (A. P.: 231), «el rayo único del momento, / la materialización de lo indecible» (A. P.: 379), «presencia, completa ausencia» (A. P.: 381) y, de una manera tan concisa como hermosa, en el poema «Permanencia» de 1998:


Durará
lo
efímero.


(Ojos de otro mirar: 280)                


Varios son los poemas que permiten la suposición que para Aridjis la epifanía constituye un puente privilegiado entre el mundo terrenal y la esfera divina14; naturalmente no faltan en estas ocasiones los símbolos luminosos (cuyos antecedentes en la Edad Antigua y en la Biblia ya conocemos):



La luz es el pensamiento visible de Dios,
es uno de sus nombres secretos,
es el principio y el fin del tiempo,
es el Ser presente.
[...]

La luz es la primera y la postrera visio Dei en este mundo.


(Antología Poética: 379-380)                


Por último quisiera todavía presentar algunos ejemplos de 'momentos particulares' en las novelas de Aridjis. Debido a la inserción de estos instantes en el marco más amplio de una narración, no ocupan aquí un puesto tan eminente como en su poesía, pero son suficientes como prueba del hecho de que para Aridjis la epifanía no es un elemento cualquiera sino una de las bases de su cosmovisión personal y de su estética literaria.

En 1492, Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla (1985) el personaje principal pasa por un instante de máxima conciencia existencial tras la muerte de algunos de sus amigos (que habían participado en un atentado malogrado contra el inquisidor Torquemada):

«Para mi propia vergüenza y a mi pesar, al verlos exánimes en el polvo sentí la alegría inmensa de encontrarme vivo bajo la luz del sol [...]; momentos en los cuales el aire y el tiempo también parecieron quedarse quietos, suspendidos en la imaginación de Dios».


(1492: 250-251)                


Al final de El último Adán (1986) el protagonista, que vive en un mundo destrozado por una inmensa catástrofe ambiental, experimenta un momento de suprema dicha -y de intemporalidad epifánica- poco antes de morir:

«Sobre las cenizas y las miserias de la última guerra la Tierra es acariciada por el alba de rosados dedos, por la sonrisa infinita de la luz. El pasado, el presente y el futuro brillan al mismo tiempo. Él se siente tranquilo».


(El último Adán: 102)                


En Memorias del Nuevo Mundo (1988), Juan Cabezón, que tras su huida de la España de la Inquisición viaja con Colón a 'las Indias', percibe el mar desde la nave como una especie de epifanía:

«Cada día apreciaba más la corporeidad del mar, cercano y lejano, ubicuo y en ninguna parte a la vez, moviéndose en el más completo silencio y en la música más espesa, entre lo futuro y lo pretérito, en el momento mismo del presente. El mar, sueño formal de la Divinidad informe».


(Memorias del Nuevo Mundo: 19)                


En La leyenda de los soles (1993) encontramos una vinculación entre epifanía y acto creativo mediante la persona del pintor Juan de Góngora; para él no es importante sólo ¡saber reconocer estos 'instantes mágicos', sino quiere también ser capaz de darles una forma artística. Como ya en otros casos, es un objeto anodino que ejerce una fascinación insólita:

«En eso, se dio cuenta que los temblores habían respetado una telaraña que colgaba de pared a pared en pegajosa urdimbre. Vista bajo la luz incipiente, la red le pareció milagrosa y deseó tener al alcance de su mano lápiz y papel para dibujarla».


(La leyenda de los soles: 196)                


En ¿En quién piensas cuando haces el amor? (1996) algunos efectos luminosos en las ventanas son suficientes para poner la narradora en un estado de éxtasis visual; se trata de fenómenos 'normales' que tienen un carácter epifánico sólo en la mente de la observadora:

«Sentada en el balcón, me puse a mirar el sol reflejado en los vidrios de enfrente, como si hubiese un sol para cada ventana y una ventana para cada ojo. [...] En ese instante de duda y aflicción el espectáculo de cien soles reflejados en los vidrios de los edificios opuestos me dio un placer inaudito. [...] Contuve la respiración, porque, fascinada por ese sol vespertino que ponía en las ventanas las notas visuales de la luz, no me moví de la silla, me hice la sorda, fui toda ojo».


(En quién piensas: 110)                


En la novela autobiográfica La montaña de las mariposas (2000) los desencadenantes de un sentimiento de trascendencia son las mariposas monarca; el espectáculo de la naturaleza -otra vez acompañado por varias luces- engendra una pausa en el tiempo durante un instante de felicidad:

«Con las alas extendidas, no más grandes que once centímetros, las mariposas producían un espectáculo fantástico. Como oleadas aéreas daban a la arboleda verde oscuro un aspecto ondulante, un movimiento rítmico. También llegaban en ráfagas de fuego vivo, vibraban como haces de rayos negro-aranjados. [...] Cada árbol era un esplendor en sí mismo, un mundo animado, una lluvia de tigres alados; arraigado en el tiempo, parecía suspendido en el tiempo, remoto y próximo a la vez».


(La montaña de las mariposas: 217)                


En La zona del silencio de 2002, la última novela que Aridjis ha publicado hasta la fecha (seguida sólo por los cuentos de La Santa Muerte), la experiencia de la epifanía es parte de la educación para el oficio del chamán, una profesión cuyo carácter esotérico corresponde perfectamente al misterio de los 'momentos mágicos':

«Invoqué a los espíritus y sucedió el relámpago, la iluminación, la descarga de luz en la cabeza; cayó en mí esa luz que permite ver con los ojos cerrados».


(La zona del silencio: 104)                


Creo que ahora tendría que ser comprensible porqué he optado por «La luz queda en el aire» como título de este volumen colectivo (citando un verso del nuestro autor; A. P.: 182). El talento artístico de Homero Aridjis consiste en buena parte en su capacidad no sólo de percibir los instantes epifánicos, sino de compartirlos con sus lectores: de procurar que la luz quede en el aire.

*  *  *

Quisiera dar las gracias a Betty y Homero Aridjis, que me ayudaron a reunir estos dieciocho contribuidores de doce países diferentes; ellos pusieron también a mi disposición casi todas las fotografías reproducidas en este libro y además las listas biográficas y bibliográficas del apéndice.

Estoy muy agradecido a Amina Roth y Marc Folch Castells por sus traducciones del inglés y francés al castellano; la primera se ocupó del artículo de Dick Russell, mientras que el segundo tradujo los ensayos de J. M. G. Le Clézio, George McWhirter y Jean-Claude Masson.

Estoy igualmente agradecido a Mónica López y Anja Kristfeld quienes me ayudaron durante muchos meses en la preparación de los textos para la imprenta, formateando y corrigiendo faltas de ortografía.

Finalmente quisiera mencionar también a los catedráticos Titus Heydenreich y Walther L. Bernecker, que aceptaron esta colección de ensayos para la renombrada serie de libros «Lateinamerika-Studien»; en la doctora Anne Wigger de la editorial Vervuert tuve una interlocutora competente para los últimos pasos hasta la publicación.

De la fundación «Dr. Alfred Vinzl» bajo la presidencia del profesor Günter Buttler recibí una generosa subvención para los gastos de imprenta.






Bibliografía

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