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En la alfarería aún se conserva tradicionalmente el arte en varias poblaciones de Latacunga, célebres desde la Colonia. Pujilí e Isinliví continúan botando al mercado miles de objetos de barro vidriado, algunos de los cuales son verdaderas obras de arte ingenuo y delicado. Muñecos y animales son los asuntos preferidos de aquellos alfareros que la tradición les obliga a trabajar necesariamente una vez al año, para sacar esas figuras al mercado ecuatoriano en el mes de los difuntos, noviembre. En Rusia aún subsiste el arte de una alfarería análoga, y por un álbum ilustrado a colores que poseemos, hemos podido establecer comparaciones entre unos y otros objetos, llegando a la conclusión que los del Ecuador nada ceden en valor artístico a los de Rusia.

Ha favorecido en gran parte a esta simpática arte, la existencia en el Ecuador de barros y gredas finos y de diversos colores. De ahí sin duda que Cuenca, a semejanza de varias ciudades de México, poseyó fábricas de loza fina en las que, sin duda fueron hechos esas primorosas figuras de nacimiento que aún se conservan en nuestras iglesias y conventos y hasta en casas particulares. En esas mismas fábricas se debieron hacer no pocos de los azulejos ordinarios y medianos que se utilizaron en los pavimentos y paredes de los edificios coloniales. Ya tendremos ocasión de reproducir modelos de estos y de las figuras de loza cuencanas para demostrar la notable calidad que había adquirido en la Audiencia de Quito, las artes menores.

Para concluir este capítulo cuyo contenido es la tesis que hemos de desarrollar y probar en el curso de los demás que vamos a dedicar a la indagación de los hechos históricos del arte en el Ecuador, apuntemos también el dato de haberse en nuestra patria cultivado entre las primeras de América el arte del grabado litográfico, casi a raíz de su descubrimiento y propagación en las naciones europeas, y tanto que dedicaremos una parte de nuestro trabajo a hacer conocer los adelantos que en ese ramo del arte adquirieron los ecuatorianos que a su estudio y cultivo se dedicaron.



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III

Conocido es el papel que en el desarrollo de las artes plásticas han jugado las órdenes religiosas. En las épocas bárbaras, ellas salvaron las artes de ser aniquiladas por el salvajismo de las hordas invasoras que desterraron a sangre y fuego todo principio de civilización en Europa. Donde quiera que hubo monjes, el arte realizó obras, se practicó la pintura, floreció la escultura y se levantaron edificios que causan admiración y encanto a las modernas generaciones.

Atraen esas obras, no sólo por su hermosura y grandiosidad sino por el carácter de impersonalidad que tienen. Sus obreros no las trabajaron por llevarse o adquirir fama. Humildes servidores de la religión y el arte, ocultaron sus nombres, porque juzgaron inútil estamparlos en obras que eran la resultante del esfuerzo de muchos. En aquellos tiempos no presidía el egoísmo que hoy tanto priva en la ejecución de las obras humanas: se trabajaba por un ideal, sin otra recompensa que la satisfacción del alma por haberlas realizado con la perfección con que se las había concebido. Puédese, por consiguiente afirmar que las obras de aquellas épocas tienen el doble carácter de impersonal y colectivo.

Mas aún, el arte adquirió modelos comunes que le comunicaron a poca costa cierto cosmopolitismo. Arte cristiano se llamaba entonces a la poesía, pintura, escultura y arquitectura, del siglo XIII, sin las adjetivaciones que le señalaban los lugares o países de los cuales procedían las diversas obras. Fue así como los cistercienses, por ejemplo, tomaron como patrón para sus construcciones el arte ojival y lo difundieron en Europa. No hay que admirar esto si se tiene en cuenta el poder que representaba entonces ese enorme enjambre de órdenes religiosas, cuya autoridad era capaz de disciplinar al mundo e imponerle ideales de arte.

Desde el siglo XI, puédese decir que los monjes emprendieron la cruzada de cubrir Europa con monumentos arquitectónicos religiosos,   —42→   distinguiéndose su actividad en los siglos XIV, XV, XVI, y XVII, durante los cuales levantaron en toda Europa un enorme acervo de obras de arte.

No es, pues, de admirar que emprendida la conquista de América, después del descubrimiento de Colón, precisamente en momentos en que la autoridad eclesiástica estaba en pleno período de construcciones de iglesias en Europa, se hubiere extendido esa fiebre constructiva al nuevo continente. Basta decir que sólo la ciudad de México llegó a tener 300 iglesias, que era lo mismo que una iglesia por cada 800 habitantes!

El 28 de agosto de 1534, el mariscal don Diego de Almagro fundaba la Villa de San Francisco de Quito; el 6 de diciembre del mismo año, entraba a la nueva ciudad el gobernador nombrado, Sebastián de Benalcázar, instalaba el Cabildo que nombraba autoridades y procedía a distribuir los solares a los vecinos que en ella se iban a establecer y construir iglesias y monasterios.

Los frailes franciscanos fueron los primeros que se establecieron en Quito, pues Francisco Marcos de Niza que se encontraba en México desde 1531, pasó a la conquista del Perú y acompañó a Benalcázar, primero desde Nicaragua, cuando venía trayéndole auxilios a Pizarro, y después en su entrada a Quito, cuando vino a esta ciudad como gobernador.

El padre Niza, varón de grandes virtudes y sacerdote esclarecido, debió pues ser muy respetado y considerado por los españoles. A influjo de él, así como de los tres primeros padres enviados por el comisario de México, Francisco Juan de Granada, se debe sin duda alguna el que hubieren sido atendidos por Benalcázar tan bien que a los pocos días de delineada la ciudad se les adjudicaba un solar para que los hijos de San Francisco edificaran su templo y su convento. Respecto de la fecha en que este se fundó nada se sabe de fijo.

También entraron por Puerto Viejo, dice Córdova y Salinas, el Reverendo Padre Fray Jodoco Ricke, verdadero hijo de San Francisco, con sus compañeros, y aunque no sabemos el año fijo, consta que fundó el convento de Quito, el de 153419.



Igual afirmación la hacen Sedulio, Wading, cuya crónica franciscana arranca desde el año 120820, Torrubia21, Fray Juan de   —43→   San Antonio22, Gonzaga23, Haroldo24 y otros cronistas. Y en apoyo de esta tesis hay la carta de fray Jodoco Ricke al guardián de Gante, dirigida desde Quito, el 12 de enero de 1556 que principia por estas palabras:«Noscat tus reverentia, me resedisse in civitate divi Patris nostri Francisci viginte duobus annis».

Sin embargo González Suárez en el tomo primero de su Historia Eclesiástica del Ecuador dice que el convento de San Francisco de Quito fue fundado el 25 de enero de 1535 bajo la advocación de San Pablo, porque ese día celebra la Iglesia la conversión de aquel glorioso Apóstol.

Sea de ello lo que fuese, es cierto que el convento de San Francisco es el más antiguo en el Ecuador y lo fundaron los padres fray Jodoco Ricke, fray Pedro Gosseal y fray Pedro Rodeñas. Benalcázar y el Cabildo dieron a los padres el sitio mejor de la ciudad, a designación del padre Jodoco25. Los primeros conquistadores dieron muy cuantiosas limosnas para la fábrica, a insinuación de Pizarro que deseaba que el convento y templo de San Francisco fueran los más hermosos que tuviera Quito26. Así lo hicieron en efecto. Pocos templos habrá mejores en toda América que el de San Francisco de Quito.

El sitio señalado -una vez que fue delineada la plaza de San Francisco- fue uno de los solares en que se dividió la propiedad de Huayna-Cápac, sitio que más tarde fue agrandado cuando, en 1536, a petición del mismo fray Jodoco al Cabildo, éste le hizo donación de otros solares para ensanchar su convento27.

Pero los conquistadores hicieron algo más: le señalaron indios para la construcción del Monasterio. «Delinearon los conquistadores, dice González Suárez, una de las plazas de la ciudad delante del convento y le señalaron indios para que se ocuparan en la construcción de la nueva fábrica. Ésta, al principio, fue una choza humilde a uno de los extremos de la plaza: los padres construyeron primero su iglesia, sencilla y pobre, en el punto en donde ahora está el templo de San Buenaventura, pues la iglesia grande y el convento tardaron más de un siglo en terminarse»28.

Por algunas fechas que existen en las paredes del convento y en las lápidas mortuorias que en el mismo y en la iglesia se encuentran, puede apreciarse el tiempo que tardó la construcción del templo y monasterio franciscanos. «Existe, dice el padre Compte, una inscripción en el grueso pilar de sillares que sostiene los dos arcos o portadas que conducen a la portería del convento, y dice así: Acabose   —44→   a 4 de octubre de 1605. El edificio que era antes enfermería se construyó por los años de 1641. El segundo claustro, consecutivo al principal, se empezó a edificar en 5 de febrero de 1619, siendo provincial el padre fray Fernando de Cozar. El edificio contiguo a este claustro y que cae hacia el convento de la Merced, edificio que hoy está convertido en oficinas de la municipalidad y en cárcel29, se acabó a 20 de agosto de 1650. Así consta de los papeles de nuestro archivo»30.

En las piedras tumbales y varias lápidas que hemos podido descifrar y catalogar en nuestra Epigrafía Quiteña, en el templo y convento de San Francisco, encontramos fechas interesantes para demostrar la época aproximada de la conclusión del templo, fechas como 1633 y 1635 que corresponden a capillas y retablos que costearon las personas cuyas cenizas se guardan junto a ellos.

La capilla del comulgatorio fue hecha por Rodrigo de Salazar, (a) el Corcovado, célebre en nuestra historia colonial por el asesinato de Pedro de Puelles. Así lo demostraba una antigua inscripción que existía hasta hace algún tiempo y que decía: «Capilla de la Señora Santa Marta que la hizo el Magnifico Señor Rodrigo de Salazar; con indulgencias por el Señor Gregorio Décimo».

Rodrigo de Salazar, como se sabe, es de los primeros pobladores de Quito. Si, pues, alcanzó a levantar esa hermosa capilla, es porque la edificación del templo se hizo relativamente con bastante rapidez. Esta circunstancia y el hecho de que ya en 1582, 1608, 1610 se daba sepultura en el convento y templo de San Francisco a los devotos y favorecedores de los religiosos, prueban que a fines del siglo XVI, la fábrica del monasterio de San Francisco se hallaba muy avanzada, de modo que la obra sin temor de equivocarnos, podemos decir que corresponde al siglo XVI, y no como lo quiere González Suárez, al siglo XVII31. Aun más, si la fábrica comenzó en 1535, bien pudo hallarse terminada gran parte de la iglesia a fines del siglo, es decir, en el espacio de 65 años de trabajo, pues es de suponer que el fervor religioso hiciera que se prestara más atención a la casa de Dios que a la habitación de los frailes. No hay razón para creer que la fecha de 20 de agosto de 1650 en que se acabó el tramo del convento que hoy tiene la Policía, marque también una época para los trabajos de la iglesia. Para nosotros la iglesia de San Francisco fue construida casi íntegramente en el siglo XVI. Si quedó algo para ser ejecutada en los primeros años del XVII, fue muy poco.

Débese tener en cuenta en apoyo de nuestra hipótesis que en 1553 fray Jodoco Ricke entregaba la custodia del convento al padre fray Francisco de Morales con la obra del templo y del convento muy adelantada, y que para proseguir los trabajos con mayor eficacia, el   —45→   año 1548, el emperador Carlos V, expidió órdenes terminantes a las autoridades del Perú para que los templos y monasterios de estos reinos, especialmente de la Orden de San Francisco, se hagan a costa de su majestad, y que ayuden a la obra y edificio dellos los Indios de los tales pueblos. Es sabido cómo se interesó Carlos V en la construcción del monasterio franciscano de Quito. Refiérese que una tarde se hallaba en su palacio mirando hacia el horizonte como quien divisa la aparición de algo que espera, y como uno de sus cortesanos le preguntara qué cosa era lo que con tanta atención miraba, contestó: «Veo si asoman ya las torres de la iglesia de San Francisco de Quito. Se ha gastado tanto dinero en construirla que ya debe llegar al cielo». En efecto, mucho se debió gastar en la fábrica del templo; pero si lo hubiera visto Carlos V, habría dado por bien empleados los dineros reales que levantaron uno de los más hermosos y magníficos templos de la cristiandad en América.

Hemos registrado todas las descripciones que se han escrito en las antiguas crónicas de la Orden franciscana acerca del monasterio de Quito, hemos leído las que han hecho muchos viajeros que han visitado este magnífico monumento que la piedad de los primeros españoles levantó en las faldas del Pichincha y de buena gana transcribiéramos muchas de ellas seguros de no cansar a los que nos leyeren32.

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Reproducimos únicamente la preciosa descripción que hace Córdova y Salinas, por ser interesante conocer lo que fue en su principio aquella portentosa fábrica, ya que mucho se ha destruido de ella desde el año 1651 en que se editó la Crónica de ese célebre analista. Dice así:

El edificio de su Iglesia, como es objeto de la vista, por mucho que se diga, quedará corta la pluma. Su fábrica se dilata hermosa en tres naves, tan desahogadas las capillas, que se les puede leer de lexos el adorno, sin fatigar la vista. La nave del medio es muy alta, cubierta de laso mosaico de incorruptible cedro, a manera de bóveda hecha un ascua de oro. La Iglesia corre de follage, labrado en cedro con ocho retablos dorados en sus pilares que la ciñen en redondo. Las capillas por banda añaden belleza sus bóvedas, guarnecidas con moldaras de ladrillo, que rematan en las claues con claraboyas, o linternas, por donde introducida la luz entra a ilustrar los retablos dorados, que con primoroso arte las adornan. El crucero que se estima por de mejor garbo de cuantos el Perú contiene, es de quatro arcos torales, fabricados sobre cuatro pilares, la cubierta del mesmo lazo que la Iglesia. Cíñenle al rededor muchos santos de media talla sobre curiosas molduras. Acompáñanle por los lados, dos grandes capillas, la vna en que se venera, y admira vn riquísimo relicario de innumerables reliquias; tiene un sobrealtar eminente, redondo, con vna media naranja labrada de cal, y ladrillo, y en la claue vna claraboya hermosísima para la luz en figura de farol muy luciente. El retablo del altar mayor poblado de estatuas, a imitación del Panteón de Roma, da vuelta toda la capilla mayor en redondo, todo de cedro; obra superior por la valentía del arte, y escultura con que le labraron escojidos artífices. Las demás capillas, y altares, que tiene el Convento repartidos por su Iglesia, portería y claustro, no es posible en tan breve borrón pintarlos, solo el de la portería, en que de ordinario se dize Misa, siendo muy bien labrado el retablo, la acompañan cincuenta y quatro lienzos de pintura al olio; la cubierta toda dorada poblada de pinturas de santos, se retrata una gloria. Tiene su Sacristía ricos ornamentos, y plata labrada, para su servicio, y una bóveda, que para su entierro daua el Licenciado Carauajal, Abogado de la Real Audiencia, diez mil pesos de a ocho reales, y no vino en ello el Convento.

Adornan el coro ochenta y vna sillas de cedro, los espaldares de curiosas labores acompañadas de columnas jónicas; ostenta cada silla peregrina en su adorno vn santo de media talla, Ángeles y Vírgines, todos vestidos de oro, que siendo los más bien obrados del Reyno   —[Lámina VIII]→     —47→   se llevan los ojos de todos. Lo que resta hasta el techo ocupan valientes pinturas, historias de los hechos de San Pedro, y San Pablo, guarnecidas de columnas, y molduras de cedro doradas. Salen del coro a la Iglesia dos tribunas iguales de laso doradas, que sustentan dos órganos, siendo el vno de madera, peregrino en la labor, mesturas y vozes; ocupan diez y seys castillos sus cañones, que siendo innumerables, el mayor de ellos tiene diez y ocho palmos de largo, y cuatro de hueco. La suavidad de sus vozes quando se tapien, su variedad, y dulzura arebatan el espíritu a la gloria, para alabar a Dios, que escojió por instrumento de tan maravillosa obra a un Frayle Menor, que en su vida abía hecho otro órgano.

La sacristía, ante sacristía y oficinas de su seruicio, en nada desdizen de lo suntuoso del Templo. La principal, hermosa, y grande, podía seruir de iglesia. Es de dos bobedas, la vna de medio punto, y la otra de media naranja, guarnecida de molduras de ladrillo, con cinco linternas de luz. Los caxones que coronan todo su espacio, son de nogal embutidos de cedro, y naranjo, que añadiendo belleza, guardan muchos, y ricos ornamentos.

Los claustros del Convento son cuatro, el principal está fundado sobre ciento y quatro columnas de orde dórica, todas de cantería. El segundo, carga sobre cuarenta y cuatro pilares, de cal y canto. El tercero sobre pilares de piedra, y los altos de cal, y ladrillo. Y el Quarto (que está aora en obra) con muchas, y buenas celdas. En medio del claustro principal está una hermosísima pila de piedra mármol blanco, con tres bellas copas, con tanta copia de agua, que arroja vn penacho de siete quartas en alto....

Este claustro está adornado con cincuenta y cuatro lienzos de pintura Romana de la vida de nuestro Padre san Francisco, guarnecida de pedestales, columnas, y cornijas doradas, y en cada ángulo vn curioso altar con sus retablos, y saquizamies dorados.

Tiene dos escaleras de piedra, cubiertas la una de bobeda, y la otra de una media naranja por extremo vistosa, vestidas las paredes de hermosísimos lienzos. En este claustro están las Aulas de Artes, y Theología, y un grandísimo tesoro, que es la librería de innumerables y curiosos libros, que ocupa más de medio lienzo del claustro. Vn de profundis muy capaz, en la cubierta de artesones, y molduras doradas, adornado de treinta retablos de Apóstoles, Vírgines, y Confesores. El refetorio, enfermería, y demás oficinas, no son inferiores a las referidas. Tienen dos huertas grandes la casa, o dos paraysos, y todo el Convento ocupa ocho cuadras en circuito, edificado de cal y canto. Y por que nada le faltase tiene el Convento seys pilas de agua cristalina, que viene encañada una legua desde su nacimiento por una cuenca muy profunda, y pasa sobre alcantarillas de cal, y ladrillo. Obra que intentó el poderoso Inga, y desistió por la dificultad, y la consiguieron los Religiosos de nuestro Padre S. Francisco...33



Miguel de Santiago

Quito. Convento de San Francisco. Miguel de Santiago. La oración dominical, los sacramentos, las virtudes, los vicios y las obras de misericordia.

[Lámina VIII]

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¿Quién edificó el convento y la iglesia de San Francisco? Fue Fray Jodoco el que con su apostólico celo religioso comenzó los trabajos de tan soberbia fábrica. De ello no nos cabe la menor duda, ya que él mismo lo dice en la declaración que bajo juramento presentó ante los oficiales de la Real hacienda de Su Majestad, cuando fue ante ellos a reclamar el vino, el aceite, las campanas, el cáliz y la patena que Carlos V ordenó se diera al monasterio de Franciscanos de Quito el 21 de noviembre de 1552. «... e fue el que la comenzó a edificar», dice el aludido documento34.

Pero en cuanto a la persona del arquitecto que hizo los planos de obra tan hermosa, nada se sabe.

Ningún documento existe al respecto que hasta ahora se hubiese descubierto en el que conste al menos si esos planos fueron enviados directamente de España o de México. Porque dada la alta estimación que profesaron a fray Jodoco los emperadores Carlos V y Felipe II, y que la supieron demostrar con excepcionales favores y mercedes, hasta haber esto ocasionado la leyenda de que fuese aquel santo religioso hijo natural del propio Carlos V, nada más lógico que hiciese éste en el monasterio de San Francisco de Quito, lo mismo que hizo Felipe III con los planos de la catedral de México35 ordenar que arquitectos españoles levantasen los planos, de aquel templo para enviarles a Quito.

Puédese también suponer que los planos no vinieron de tan lejos. No olvidemos que la Orden Franciscana de Quito dependió en   —49→   sus primeros años de la provincia franciscana de los Ángeles de México, cuyo superior, el Padre Francisco Victoria fue quien envió a la fundación de conventos en estos reinos a fray Jodoco y sus dos compañeros: fray Pedro Goscal y fray Pedro Rodeñas. La natural comunicación que debió quedar establecida entre la comunidad de Quito y la de México, su inmediata superiora, bien pudo originar la petición del padre Jodoco al provincial de San Francisco de México, de que le fuesen enviados planos para edificar el convento y la iglesia de San Francisco de Quito. Hubo tantos arquitectos en México en aquel tiempo y se construyó tantas iglesias, unas según los planos dibujados por arquitectos españoles y otras según los hechos por mexicanos que aprendieron su arte de los españoles, que no es imposible que se hubiera recurrido a aquel virreinato en busca del modelo para la construcción de la hermosa fábrica de San Francisco de Quito. Además, la comunidad religiosa más constructora de todas las que fueron a Nueva España fue la del Seráfico de Asís, como que tuvo en su seno a fray Pedro de Gante, hijo de Carlos V, uno de los constructores del monasterio y la iglesia de San Francisco de México y de otras cien iglesias y capillas en aquel reino, y como que once años antes de la conquista y fundación de Quito, esa misma comunidad franciscana edificó en Tlaxcala el primer templo de México.

Sólo que nos asalta una dificultad. ¿Quién mandó en este caso la planimetría y topografía del terreno en que debía edificarse ese monumento? Fijémonos el lugar en que hoy se levanta la portentosa fábrica; démonos cuenta de lo que fue ese lugar el año de 1534 por lo que las crónicas nos dicen y veremos cómo no podían hacerse aquellos planos que comprenden todo un problema constructivo, sin conocer personalmente o por medio de planos topográficos y planimétricos, el terreno por demás quebradizo y pendiente en que se trataba de edificar.

Si, pues, se supone que pudieron venir los planos de la fábrica, de España o de México, es lógico suponer también que de aquí se mandaron los planos correspondientes topográficos y planimétricas del sitio que a fray Jodoco dieron Benalcázar en 1534 y el cabildo quiteño en 1536. Quienes delinearon la ciudad el año de su fundación ¿serían capaces de levantar estos planos? ¿No lo serían?

Puédese, también, suponer perfectamente que vinieron de España arquitectos para la construcción del monasterio franciscano, arquitectos que conociendo prácticamente el terreno, supieron aprovechar de su inclinación, para el trazo y ejecución de aquella admirable grada y hermoso pretil, sobre el cual, se ostenta la artística y severa fachada de la iglesia. Fueron ellos los que abovedaron y abrieron en la roca, las celdas del claustro bajo del convento, claustro que, en su parte del frente, con el pretil y las habitaciones bajas de éste, se levantan también sobre bóvedas bien construidas, que soportan todavía intactas el enorme peso que reciben.

Aún, se puede ir a un tercer supuesto: el de que bien pudieron ser hechos los planos de las principales construcciones en España o México y ejecutados aquí con los arquitectos que los españoles trajeron por orden del rey a la nueva colonia; los maravillosos detalles   —50→   de la construcción arquitectónica del templo y del convento revelan a las claras, la intervención de verdaderos maestros, de artistas concienzudos, prolijos y de talento, capaces de distinguir el más pequeño e insignificante valor de cada línea de la masa arquitectónica, y aptos para dibujar y hacer ejecutar los alfarjes en las techumbres y artesonados, los almocárabes, ajaracas y almizcates en las paredes, motivos frecuentes en las composiciones ornamentales árabes y mudéjares, recordados en las paredes y artesonados de la iglesia.

Es, pues, sensible no tener hasta ahora datos ciertos respecto a los autores del monasterio franciscano de Quito. Pero por otra parte, era cuestión de la época. «Durante la opulenta centuria en que floreció el arte del Renacimiento en España, dicen Arthur Byne y Mildred Stapley, no hubo Vasari alguno que recuerde los nombres y las obras de los hombres que enriquecieron su patria con el Estilo Plateresco. Los pocos escritores contemporáneos que hicieron mención de ellos no estuvieron dotados especialmente de la facultad crítica y cometieron por eso, muchas inexactitudes. Solamente en los varios archivos de las catedrales, pero siempre en medio de muchos errores, se hallaron los nombres de los trabajadores registrados con toda clase de datos: los constructores de los edificios civiles fueron en su mayor parte olvidados. Los edificios mismos, apenas si se conocieron fuera de su provincia»36.

Si esto pasaba en España, qué mucho que en una pequeña colonia americana no se preocuparan de guardar el nombre de los artistas que edificaron sus preciosos templos, dignos por otra parte, de perpetuar la memoria de los que los fabricaron.

Sólo en los últimos años del siglo XVIII, se ha advertido la aplicación de los investigadores españoles y extranjeros en este punto. Pons con su Viaje a España, Cean Bermúdez con su Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España, Bosarte con su Viaje Artístico que no lo concluyó, Llaguno con sus Noticias de los arquitectos y arquitectura de España desde su restauración. La obra de estos cuatro escritores fue completada después por un crítico inglés, más amante de la arquitectura religiosa española, que los mismos españoles, George Street, y luego por don Vicente Lampérez en su Historia de la Arquitectura cristiana española en la Edad Media y el Conde de la Viñaza en su Diccionario.

Verdad es que todos estos autores investigaron el período gótico; pero dieron el ejemplo a otros muchos, para que realizaran igual tarea en el Renacimiento.

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Iglesia de San Francisco de Quito

La fachada de la Iglesia de San Francisco de Quito, en su primitivo y verdadero estado.

Fray Jodoco Ricke

Fray Jodoco Ricke, fundador del convento franciscano. Cuadro de Astudillo, que existe encima de la puerta de entrada al monasterio.

[Lámina IX]

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Sin embargo se conserva el nombre de fray Antonio Rodríguez, natural de Quito, y gran arquitecto que floreció a mediados del siglo XVII, como autor que fue de una gran parte del convento y de otra joya de la arquitectura colonial: el templo de Santa Clara de Quito, del cual nos ocuparemos después37. Mas como este artista profesó el 23 de octubre de 1633, en calidad de lego en manos del padre fray Agustín de Andrade, guardián en ese entonces del Convento Máximo de Quito, no es difícil el que hubiere podido contribuir con sus conocimientos artísticos a la obra de la iglesia, cuyo artesonado se concluyó en la segunda mitad del siglo XVIII, durante el gobierno provincial de fray Eugenio Díaz Carralero.

De uno de los constructores de la iglesia de San Francisco, se conserva también noticia entre los papeles del archivo del convento. Una Memoria manuscrita de 1632 habla de George de la Cruz y su hijo Francisco que trabajaron en la construcción del templo, durante la primera época, es decir, la de fray Jodoco Ricke, durante más de veinte años; por cuyos servicios éste les dio, de acuerdo con el cabildo, unos terrenos de las canteras para arriba hacia Pichincha. En dicha Memoria se especifican algunas de las obras que aquellos obreros trabajaron. Por paga de la hechura de esta iglesia y capilla mayor y coro de San Francisco -dice-, porque el convento no tiene con qué pagarles. En efecto se les dio posesión legal de esos terrenos al dicho Jeorge de la Cruz, -añade- con beneplácito del Regimiento y Convento porque a todos, les tenían fechas muchas obras. Esta última frase indica a las claras, que Jeorge de la Cruz, que era cacique principal de los indios yanaconas, que servían al convento de San Francisco, había construido algunos edificios de particulares y tal vez del mismo Cabildo. Quién era Jeorge de la Cruz, lo dice la misma Memoria. He aquí sus palabras:

Y preguntando a Jeorge de la Cruz de donde era natural, respondió que era de un pueblo grande llamado Guaclachirí del repartimiento de don Diego de Carvajal, y que este pueblo está en el camino Real una jornada de la cordillera de Pariacaca yendo al valle de Jauja, y al Cuzco y al Potosí, y que su amo don Diego le trajo a Lima donde aprendió a hacer casas de los españoles y como avía benido con un capitán y soldados que enviara la ciudad de Lima de socorro contra Gonzalo Pizarro que venía sobre esta ciudad de Quito, y como murió en la batalla el Viso-Rey y el capitán con quien avia venido y cómo se vino a este convento biéndose desamparado y sin amo, y como se concertó con el padre fray Jodoco prelado deste convento de San Francisco y como se le dio esta tierra por   —52→   paga de su travajo y de su hijo don Francisco Morocho y se pusieron los linderos delta tierra por el arroyo o quebrada de las canteras; y dellas para arriva linda con tierras de don Francisco Auqui Inca; y por la parte de avajo linda con tierras de los yanaconas; y por lo alto linda con la chamba del depósito antiguo. Todo lo dicho decía en los títulos y posesión se la dio por el escrivano do cavildo, como dicho es, originalmente.

Y agora doze o trece años poco más o menos, siendo provincial el padre fray Jerónimo Tamayo, consertó a don Francisco Morocho en esta ciudad de Quito para que fuese al convento de San Francisco de Riobamba a hacer la capilla mayor y la iglesia, y pidiole el dicho Morocho al padre provincial que le comprasse su tierra porque él era viejo y allá avia de morir, y el padre provincial respondió que la vendiesse a quien él quissiese, y así la vendió sin contradicción y le dieron la plata para su camino que el pidió, etc...



Indudablemente Jeorge de la Cruz a quien el padre Compte dice que le llamaban también Jorge Mitima, (mitimae decían los incas a los indios que transportaban de un país a otro para colonizar) tal vez por no ser de Quito, se le debe considerar como el primer indio constructor de casas de los primeros tiempos de la colonia, cuyo nombre y recuerdo se conservan con bastante claridad. Vivió y murió en el mismo convento, según asegura el padre Compte38.

***

Para describir como se debe la maravillosa fábrica franciscana de Quito es preciso considerarla tal cual era en su primitivo estado cuando todo el frente que da hacia la plaza y los terrenos todos en cerrados en las magníficas murallas que rodeaban el monasterio y que hoy dan a las calles Bolívar, Imbabura, Mideros y Cuenca, pertenecían exclusivamente a la Orden Seráfica. Porque hoy toda aquella propiedad se halla dividida en tres partes: una perteneciente a la Policía Nacional, otra a las religiosas de San Vicente de Paul y la tercera a los franciscanos. Antes ocupaba una área que tenía las siguientes medidas: el frente de la calle Cuenca, 193 metros; el costado de la calle Mideros, 180; el de la calle Bolívar, 172; y el de la Imbabura, 203.

Cerrando uno de los lados de una espaciosa plaza se levanta el atrio de piedra sillar, de 110 metros de largo y 12 de ancho. Su altura varía por una ligera inclinación de la plaza, de occidente a oriente; pero tiene un espacio de algo más de cuatro metros, suficiente para dar cabida a doce habitaciones abovedadas en su interior trabajadas íntegramente de cal y ladrillo y cuyas puertas de entrada se hallan adornadas de un elegante tímpano triangular, desgraciadamente sin ménsulas ni columnas que le sirvan de apoyo.

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Convento de San Francisco

Quito. Convento de San Francisco. Puerta principal. Siglo XVII.

[Lámina X]