Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —59→  

***

Penetremos ahora al convento y contemplemos el primer claustro. Al rededor de un enorme patio de 40,16 metros de largo por 40,10 de ancho, corre un hermoso claustro de 5 metros de ancho construido sobre 104 columnas de piedra enlazadas por arcos de cal y ladrillo. Las columnas son dóricas pero de módulo reducido, como las solían usar los arquitectos medioevales. Los arcos guardan acuerdo con el carácter de las columnas demasiado chicas y poco esbeltas; pues son arcos peraltados de los que también se acostumbraba en la Edad Media para dar lugar a algún adorno, por lo regular un mascarón, en aquella parte de la prolongación del arco hasta su encuentro con el capitel de la columna. Y precisamente es eso lo que falta en aquel enorme pórtico, tanto que parece inconcluso. Con la imaginación ponemos un motivo ornamental cualquiera, de cincuenta centímetros de alto, sobre el ábaco del capitel dórico, y nos damos cuenta del resultado. En las paredes encontramos muchos cuadros, cuyo mérito nos abstenemos de juzgar, hasta verlos en su primitivo estado, tan luego como la restauración que se ha principiado bajo buenos auspicios, quite la capa de pintura nueva que un pintor de puertas, de apellido Nolivos, la puso, hace más o menos 25 años, a instancias de un superior de los franciscanos que no se dio cuenta sin duda del mal que con ello se iba a ocasionar a los 54 cuadros de la vida del seráfico patriarca que fueron enviados de Roma. Antes esta galería artística debió ser muy hermosa, pues los cuadros se hallaban colocados y arreglados como la galería del convento quiteño de San Agustín, es decir guarnecida de cornisas y separados los cuadros entre sí por medio de artísticas columnas. Hoy ha desaparecido todo ello por obra del tiempo, como han caído también los artesonados de madera dorada y pintada que cubrían el cielo raso de aquel claustro. Apenas si se conservan en buen estado los artesonados de los ángulos en que se hallan cuatro graciosos altares y retablos en los que se admira, además del tallado y dorado, algunas estatuas de madera y santos de media talla que son muy interesantes. Obras todas de los primeros años del siglo XVII, no tienen los pesados y recargados adornos del plateresco español, de mediados del XVI, son muy parcos en ornamentación, muy sobrios en follajes y de mejor gusto que los retablos de los altares pequeños de la iglesia.

Estos cuatro altares están consagrados a las cuatro grandes mártires de la Iglesia: Santa Lucía, Santa Inés, Santa Catalina y Santa Cecilia. Costeolos la piedad de los fieles colonos de ese tiempo. El de Santa Catalina, por ejemplo, consta por la inscripción que se halla junto a él, en la pared, que fue mandado a hacer por don Cristóbal Martín, Síndico que fue del convento, Gabriel de Valdez, alguacil mayor de Corte y doña Catalina de Valdez, el año de 1633.

Mantiénense los altares algo destruidos; pero creemos que con poco cuidado y gasto quedarían en muy buen estado. Las cuatro   —60→   estatuas de las santas son de madera y bastante bien trabajadas, notándose en todas ellas la abundancia de pliegues con que el escultor hizo el ropaje: es el barroquismo que dominaba en aquella época. Además el ropaje de la estatua es dorado y con muy buen gusto. ¿No serán estas y las imágenes de media talla que se encuentran en estos altares obras de fray Juan Benítez, célebre escultor que floreció precisamente en la primera mitad del siglo XVII, y del cual son la sillería e imaginería del coro de la Iglesia?

Dice Córdova y Salinas en su Crónica que, cubrían las paredes de este claustro 54 cuadros de la vida de San Francisco, enviados desde Roma. Nos parece inexacto el número, o al menos cambiadas sus cifras; pues hoy sólo existen 45, de los cuales 28 representan pasajes de la vida de San Francisco y los demás a Cristo, la Virgen, otros santos o pasajes religiosos, algunos de ellos simbólicos de la orden seráfica. Dado el tamaño de los 28 lienzos, creemos que no pueden haber sido 54 los que mandaron de Roma y que representan escenas de la vida de San Francisco; pues no caben materialmente 54 lienzos de ese tamaño en las cuatro paredes de aquel claustro. El mismo número de 45 que hoy se encuentra y que comprende cuadros chicos y grandes, es suficiente para llenarlas completamente. ¿No habría transposición de cifras de modo que en el dato que se le dio al padre Córdova y Salinas se puso 54 en vez de 45? De toda esta inmensa cantidad de cuadros apenas si hay dos regulares, uno que otro interesante y alguno curioso: los demás son de escaso o ningún mérito42. Si de Roma se enviaron esos cuadros, no supieron sin duda que en Quito en esos mismos tiempos existían algunos pintores que en los claustros de este mismo convento pintaban cuadros mucho mejores, que el mejor de los enviados desde la Ciudad Eterna.

Subamos si no al claustro alto por la escalera principal que es una maravilla de estilo barroco, dividida en tres secciones de diez escalones cada una, y nos encontraremos, precisamente, al pisar el último peldaño, con un precioso retablo dorado de carácter español en forma de urna con dos puertas, cuyo reverso tiene las imágenes de San Joaquín y San José y en el fondo se halla la Virgen rodeada de cuatro ángeles y atributos simbólicos. La figura de la Virgen es verdadera y primorosamente artística y sobre todo de un profundo carácter español, con su ropaje estofado en oro.

Corre pareja con este retablo, mejorándolo, otro que se encuentra en el extremo transversal opuesto de este claustro y que también representa la Virgen con el niño en la urna, y en las puertas, San   —[Lámina XIV]→     —61→   Joaquín y Santa Ana. El retablo mismo es superior, pues sus puertas son íntegramente talladas y dorados; pero como pintura es maravillosa, es decir, debió serlo; pues se le ha retocado un poco. No se explica de otro modo la diferencia que hay entre el resto de la Virgen, el del Niño y el de algunos de los ángeles con las primorosas cabezas de querubines que se encuentran en el extremo inferior, principalmente la del último, cuyo color y ejecución son magistrales.

Retablo

Convento de San Francisco de Quito. Precioso retablo que se halla en el claustro alto principal.

[Lámina XIV]

En este mismo claustro existen una Dolorosa de Miguel de Santiago, cinco retratos bastante buenos, aunque mal retocados, de Alejandro Alis, Nicolás de Lira, Cardenal Aureolo, fray Pedro de Alva Astorga y Duns Scoto, un cuadro de la decapitación de San Juan Bautista, que aunque el tiempo ha endurecido el colorido, se ve por el dibujo y la técnica que es ejecutado por diestra mano, y siete lienzos simbólicos en que se ven representados los siete pecados capitales, las siete virtudes, los mandamientos, las peticiones de la oración dominical, los sacramentos y las virtudes teologales. Son de regular tamaño, han sido también retocados, lo cual hace que se noten anormalidades de ejecución; pero por los trozos principales se distingue claramente la mano de un buen pintor que supo interpretar con cuatro generosas y fuertes pinceladas una multitud de figuras secundarias, mientras el acabado de las principales es perfecto de dibujo, agradable de color y delicado de ejecución.

Además de estos cuadros, existen en el Coristado tres joyas del arto ecuatoriano: una Inmaculada rodeada de ángeles y de la Trinidad, y dos Vírgenes. Mal conservadas las telas, se encuentra algo destruida la pintura, pero se distingue perfectamente el sello de Miguel de Santiago, inequívoco para el que le conoce.

Son de la mejor época, de la misma en que pintó la Inmaculada que hoy se halla en el palacio Arzobispal y los cuadros de la sacristía de Guápulo.

En el refectorio encuéntranse dos lienzos: uno muy grande que se ha colocado en la cabecera y que representa las tres tentaciones de Jesucristo y otro que se halla junto a los retratos de reyes y santos que antes decoraron las pilastras de la iglesia y hoy decoran el comedor, suntuoso un tiempo, pero ahora en completa destrucción: su artesonado sencillamente no existe. El primer cuadro es muy bueno y aun parece que es español, el otro es muy malo, pero no deja de ser interesante por proporcionarnos el nombre de un indio pintor, Francisco Quishpe. Una inscripción que lleva dice así: «Este lienzo es de Franco Quispe, acabose, en el año, de 1668 a 27 de octubre del mesmo año»43.

En la grada interior angosta que comunica el claustro alto con el bajo, hay también pintado en la pared, al óleo, un arcángel San Miguel. Desgraciadamente se ha descascarado el muro y apenas se   —62→   distinguen los restos de una hermosa figura muy bien pintada como lo revela el rostro bastante conservado del Arcángel. Se diría sin temor de equivocarse que fuese obra de Samaniego.

Entre las buenas obras de arte que existían en este convento, se encontraba la sala De profundis, cuyo techo artesonado, según los cronistas, era muy hermoso y en sus paredes se hallaban muchas y muy buenas telas encuadradas en molduras doradas y separadas por elegantes y vistosas columnas, formando una verdadera galería en su contorno. Hoy esa sala se halla blanqueada con cal y apenas en sus muros se ven once cuadros pequeños y de ningún valor artístico, en molduras insignificantes. Sólo han quedado, como recuerdo dos lienzos de forma irregular a un lado y otro del hermoso portal por el que se penetra al refectorio.

Además de la elegante y artística escalera principal de piedra, que une el claustro bajo con el alto hay otras muchas para el servicio de la casa, entre las que se distinguen dos construidas bajo bóveda, ciegas y circulares: verdaderos modelos de construcción arquitectónica.

Este es el convento de San Francisco de Quito, enorme edificio con no pocas bellezas de arte. Su solidez maravilla. Bien lo dice Gonzaga: «Nam statim vt strenuus ille Hispaniæ vnius cohortis Dux, ac postmodum Popaianicae Gubernator Sebastianus Bellalcazar hanc ciuitatem œdificandam curauit; voluit idque a totius exercitus Principe Francisco Pizarro edoctus, vt inter prima, atque præeipuœ œdificia prœfatus hic Conventus locum obtineret; insuper ut ex communibus civium, atque inclytorum istius regionis expugnatorum facultatibus extrueretur».

«Tan luego como el valeroso jefe de una de las legiones españolas, y después Gobernador de Popayán, Sebastián de Benalcázar, se preocupó de edificar esta ciudad (es decir Quito); quiso, mandado por Francisco Pizarro, Jefe de todo el ejército, que entre los primeros y mejores edificios obtuviera lugar preferente este Convento, principalmente, para que la comunidad de sus habitantes y los mejores de estas regiones no tuviesen el poder de atacarlo».

Y así es el convento: una verdadera fortificación.

  —[Lámina XV]→  

Virgen de la alegría

Quito. Convento de San Francisco. Claustro alto. La Virgen de la Alegría (Escuela quiteña).

[Lámina XV]

  —[Lámina XVI]→  

Retablo

Monasterio de San Francisco de Quito. Retablo de uno de los altares laterales del claustro bajo principal.

[Lámina XVI]

  —[Lámina XVII]→  

San José

Quito. Convento de San Francisco. San José. Interesante lienzo que se exhibe en uno de los claustros.

[Lámina XVII]